CULTURA
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I. BREVE ESBOZO HISTÓRICO. Bosquejar una biografía del concepto cultura exige irnos muy atrás en el tiempo, casi al comienzo mismo de nuestra propia historia, donde ya lo encontramos caracterizando un .mundo, el mundo cultural, frente a otro diferente y opuesto, el mundo de la naturaleza; universos estos que, a su vez, acotan otros correspondientes estados individuales o colectivos, el civilizado y el natural, como formas alternativas y posibles de vida. Importante, con todo, es observar que, si bien entre los extremos de esa dualidad cultura ->naturaleza a veces media una separación y a veces una armonía, lo que, en cambio, constituye el verdadero problema es la búsqueda, por parte del hombre, de la paz de la vida natural frente al desasosiego de su contrapunto, la vida civilizada que, con su artificiosidad, impide al hombre realizarse. En consecuencia, lo que se dirime en esta tensión es la crítica de un concepto de cultura que, sobrepasando los márgenes de nuestra naturaleza, en lugar de intentar salvar al hombre, acaba por oprimirlo o cercenarlo.

Los latinos aplicaron el término de Fultura (de tolere) a las labores agrícolas, término que, con el correr de los años y dada la similitud entre aquellas tareas y las propias del desarrollo del espíritu, acabará significando la mejora y perfeccionamiento humanos. Este modo de entender nuestro concepto, como cultivo humano, constituye uno de los dos significados que históricamente se han dado de cultura; el otro surgirá al considerarla como el resultado de aquel cultivo.

La cultura como cultivo personal alude a la formación individual en aquello que el hombre es y debe ser, asumiendo distintas formas, según las épocas. Así, dicho de manera sintética, el momento clásico entiende la cultura como un proceso de instrucción, gracias al cual la naturaleza humana alcanza el ideal contemplativo al que la misma de suyo tiende; el medieval, en cambio, cifra la cultura, contemplativa también, en la educación de los deberes religiosos y la preparación del hombre para su salvación eterna; el moderno considera como cultura ese modo, a través del cual el hombre puede llegar a vivir de la mejor manera en este su mundo, lo que conduce a colocar la actividad o trabajo junto a los aspectos contemplativos; para el momento ilustradoromántico, la cultura aparece ya no sólo como un patrimonio universal humano, sino también como un conocimiento general o enciclopédico del saber; y, finalmente, en nuestro siglo XX, la cultura bascula entre una multiplicación y una especificación de saberes, la competencia especializada y una restricción de conocimientos generales; o, lo que es igual, entre el uso profesional de conocimientos pragmáticos y el cultivo integral de nuestra naturaleza.

La reflexión rigurosa sobre el tema comenzará, empero, en el siglo XVIII de la mano de la teoría de la cultura. Para esta los objetivos culturales vienen a ser transformaciones del espíritu, que no exigen necesariamente su representación física, como sucede, por ejemplo, con los mitos y leyendas, haciendo con ello posible una consideración de la cultura, entendida como el resultado del cultivo humano, esto es, de sus concretos pensar, hacer y vivir. Nuevo significado que competirá con el de civilización en el ámbito de las sociedades humanas (Herder), aplicando luego ambos conceptos a la organización de los pueblos y al conjunto de las costumbres. Sin embargo, al intentar distinguirlos observamos notorias contradicciones, como sucede en los casos de Humbolt, Spengler y Weber entre sí, pues mientras el primero aplica el término cultura a las actividades tecnoeconómicas y el de civilización a lo espiritual, el segundo asevera que civilización es la fase final, no creativa, de la cultura, y el tercero identifica civilización con lo material y cultura con lo espiritual.

Actualmente los sociólogos y, sobre todo, los antropólogos no se refieren con el término cultura tanto al logro de la excelencia de nuestra naturaleza individual cuanto a los aspectos comunes que asumen determinadas formas del comportamiento humano, pues así como los animales se atienen en su actuar a idénticas pautas, los grupos humanos, por el contrario, presentan una gran diversidad de conductas. Nada tiene, por eso, de extraño el que se piense que «la biografía del concepto cultura está simbióticamente unida a la génesis y desarrollo de la ciencia antropológica» (T. Calvo).

Claro que, si bien para los antropólogos es indiscutible la centralidad de la cultura como objeto de su ciencia, no se ponen de acuerdo respecto al significado de la misma. Memorable es la definición de cultura que en 1871 dio E. B. Tylor -identificando cultura con civilización-: «...aquel complejo que incluye conocimientos, ciencias, arte, ley, moral, costumbres y cualquier capacidad y hábito adquirido por el hombre, como miembro de la sociedad». Pero pasa del centenar y medio el número de las definiciones de cultura de que hoy disponemos; una dispersión que cabe ordenar distribuyendo las mismas según pertenezcan a alguna de estas dos orientaciones: la mentalista (para la que lo propio de la cultura está en las creencias y significados) y la materialista (que atiende al desarrollo de los objetos en el progreso humano).

Una historia, pues, de los distintos conceptos de cultura se solapa con una historia de la antropología. Hitos de ambas historias serían éstos:

a) Atención al desenvolvimiento progresivo de la cultura en general, sometida tanto a una evolución un¡lineal -desarrollo a través de una serie de etapas fijas- cuanto a un paralelismo cultural -logro en todas las sociedades de unas mismas condiciones- (Evolucionismo cultural).

b) Atención a las culturas individuales, explicando sus similitudes culturales mediante los procesos históricos de difusión (Difusionismo).

c) Consideración de las culturas como totalidades orgánicas, es decir, como sistemas sociales de elementos inseparables e interconectados, cuyo estudio sincrónico permite observar el funcionamiento real de las mismas (Funcionalismo).

d) Lo esencial de la cultura son las estructuras mentales que subyacen a lo que podríamos llamar estructura social visible: objetos, costumbres, instituciones y creencias (Estructuralismo y, en particular, C. LéviStrauss).

e) Observación del fenómeno de la cultura en sentido general, multilineal y específico, lo que comporta una revisión y redefinición del evolucionismo cultural clásico (Neoevolucionismo).

f) Atención a determinados aspectos como la relación medio-sociedad (Ecologismo cultural), subordinación de lo cultural a lo económico (Estructuralismo marxista), al juego de tensiones, conflictos y desarrollos periódicos de la sociedad (Dinamismo), configuradores de algunas de las últimas tendencias antropológicas.

II. REFLEXIÓN SISTEMÁTICA. Ya hemos visto, siguiendo la historia de la palabra cultura, que se trata de un concepto de semántica disputada, pero también ha podido quedar claro, al no asociarse cultura con cultivado, que todo hombre, por el mero hecho de serlo, es culto, dado que cultura es todo aquello que, a lo largo del tiempo, los hombres hemos hecho y dicho, y que ha configurado a su vez nuestro modo de ser y de vivir. En este sentido, constituye, en efecto, una ficción filosófica oponer un supuesto estado natural a otro estado de naturaleza o sociedad.

Partiendo de los dos siguientes modos de entender la cultura, a saber, como «un sistema de comportamiento que comparten los miembros de una sociedad» (Horton-Hunt), o como «el legado social que el individuo recibe de su grupo» (Kluckhon), podemos observar, de una parte, la ocurrencia en dicho concepto de varios estados diferentes de conciencia, en que puede pasarse desde mi cultura a una nuestra cultura de espectro no amplio, y cerrar con una cultura nacional o supranacional, compartida ya por numerosos o todos los individuos; y, de otra, a observar una suerte de estratificación espacio-temporal como delimitadora de las culturas concretas. En tal sentido constituiría la cultura ese conjunto de presupuestos básicos con los que enjuiciamos el mundo y nuestro sentido en él, así como también ese conjunto de elementos superes tructurales como el lenguaje, lo sociopolítico, lo axiológico, lo religioso, lo económico y cuanto, con hechura humana, forma parte del medio en que vivimos.

La cultura aparece, pues, como algo inseparable de la naturaleza humana, hasta el punto -como hemos visto- de resultar conformados por ella. Esta conformación se produce a nivel evolutivo y educacional. A nivel evolutivo, dando lugar a una inflexión que determina la emancipación de lo biológico, provocando en el hombre no tanto una evolución en términos de individuo, sino de sociedad (F. Cordón) y a nivel educativo, socializando los procesos biológicos, afectivos y cognitivos.

La vida del grupo, pues, está determinada por la cultura, por esa manera específica de pensar, de querer y de sentir que permite luego al individuo responder, tal y como el grupo lo haría, a los más diversos estímulos y tratar de solucionar sus más graves problemas. Mas es necesario constatar que no todos los aspectos organizativos de la cultura están a la vista, sino que algunos se hallan implícitos. Aquellos configurarán la llamada cultura manifiesta, formada por objetos, acciones y pautas, tales como los tipos de casas, los gestos, el /lenguaje o los principios éticos; y estos la cultura encubierta, esto es, no observable directamente, como las creencias, los valores, los miedos, etc., y que, lejos de ser independientes entre sí, suelen formar sistema. De su explicación pende, pues, la comprensión de las conductas.

Una particular tarea que se autoimpone el ->Personalismo es el estudio de eso que los antropólogos han llamado cultura ideal -consistente en ese conjunto de ideas que guían la conciencia de los seres humanos-, debido al influjo que la misma ejerce sobre la conducta y expectativas de los hombres y las sociedades, al determinar, a veces soterradamente, cómo los individuos tienen que pensar, hacer o comportarse. No se olvide que el Personalismo surge precisamente de la toma de conciencia de una situación, a saber, del reconocimiento de que la civilización occidental ha tocado fondo, pues en ella aparece el hombre como un ser tan irremisiblemente perdido, que lo insta con urgencia a preguntarse qué es y cómo debe comportarse como persona. Sin embargo, dicha tarea no es sencilla. De ahí que haya de recurrirse al estudio de los comportamientos reales -cultura real- de los individuos. De hecho, esto es lo que hacía Mounier cuando, por ejemplo, reclamaba que era preciso salvar a la ->persona del ->desorden establecido en que se encontraba, instando a socavar las bases de esos dos sistemas extremos, el individualismo capitalista y los totalitarismos colectivistas, igualmente parciales y reprobables.

Habida cuenta, además, de que aquellas normas ideales tienen por fin mantener cohesionado al grupo y justificar aspectos relevantes del mismo, como su estructuración social, su sistema de jerarquías, etc., o bien descoyuntarlo para darle una nueva orientación, siempre estaremos ante un hecho reiteradamente actual y cuyo análisis aparece como impostergable a toda sensibilidad personalista. Una muestra significativa la tenemos observando con atención las arenas movedizas de lo ético en la cultura de nuestras sociedades desarrolladas, capaz de primar como valores fundantes -el dinero, por ejemplo- aspectos arbitrarios, egoístas o simplemente espurios.

III. CONSIDERACIONES PARA LA VIDA PRÁCTICA. Podemos preguntarnos -y no es, desde luego, ociosopor la utilidad que el concepto de cultura posee hoy para nosotros. La respuesta no se hace esperar. Porque si cultura, según hemos visto, consiste en un modo de vida transmitido como herencia social de un pueblo, está claro que en la misma encontramos los hombres uno de los mejores medios para entendernos en lo que somos y hacemos. Por eso, tenía razón Kluckhon cuando la asimilaba a un espejo cuya luna nos facilita una mejor imagen de nosotros mismos y de nuestro prójimo; en concreto, la unidad esencial de todos los hombres.

Sabemos, por otro lado, que el mundo humano es un mundo social, simbólico e histórico; es válido decir, cultural, producto nuestro, pese a que el proceso de socialización nos presente sus rasgos como algo natural y absoluto. En consecuencia, bueno será caer en la cuenta de este hecho, ya que entonces comprenderemos que no existen prácticas culturales universales, tal y como proclama el relativismo cultural, sino que todo fenómeno sociocultural únicamente puede entenderse y valorarse dentro del marco de la cultura que lo genera. Con ello tenemos desbrozado el camino para el reconocimiento de otras clases de conductas diferentes a la nuestra y buscar -libres de actitudes xenófobas y racistas-, desde la tolerancia, el modo de relacionarnos con ellas; algo necesario en un planeta como el nuestro, abarcable ya gracias a los medios de comunicación y transporte. Resulta, además, por eso mismo, hiriente la connotación peyorativa entrañada en esas relaciones aparentemente asépticas como "Surte-Norte, Primer mundo-Tercer mundo, Occidente-Oriente.

Lo dicho antes nos permite hacer todavía una tercera consideración al mostrar el sinsentido que comporta asumir la propia cultura como una cultura superior a las demás. Desgraciadamente, la actualidad se encarga a diario de ponernos ante los ojos el doloroso fenómeno del etnocentrismo, resuelto en todos los casos con una violencia y crueldad inimaginables. Pensemos, por ejemplo, en las luchas étnicas de los pueblos balcánicos (croatas, serbios y bosnios, entre otros), de Ruanda (los clanes tutsis y hutus) o las de las poblaciones gitanas y payas.

VER: Burguesía, Filosofía, Idealismo, Identidad personal, Ideología, Libertad, Medios de comunicación social, Trabajo.

BIBL.: BENEDICT R., El hombre y la cultura. Investigación sobre los orígenes de la civilización contemporánea, Edhasa, Barcelona 1971; BERGER P L.-LUCKMANN T., La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires 1972; KROEBER A. L., El concepto de cultura, Anagrama, Barcelona 1974; LINTON R., Cultura y personalidad, FCE, México 1976; MALINOWSKI B., Una teoría científica de la cultura, Edhasa, Barcelona 1972; MUNFORD L., Técnica y civilización, Alianza, Madrid 1982; SPENGLER O., La decadencia de Occidente, Espasa-Calpe, Madrid 1923; TYLOR E. B., La cultura primitiva, Ayuso, Madrid 1975.

M. Sánchez Cuesta