CULPA E INOCENCIA
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1. CULPA. Culpa y culpabilidad son conceptos que pueden ser referidos, en general, a la infracción de una norma jurídica o de una pauta moral de conducta. En el sentido jurídico, la culpa se basa en la imputabilidad y tiene como consecuencia la ->responsabilidad de la acción realizada. En el sentido moral, supone una actitud conscientemente contraria al deber. La culpa como estado imputado a una persona que ha cometido algo legal o moralmente malo se distingue del sentimiento de culpabilidad. De hecho, el culpable puede no tener sentimiento de culpa, mientras que el inocente puede estar abrumado por la carga de una culpabilidad supuesta. Por fin, en el sentido filosófico, la culpa y la culpabilidad plantean la cuestión de su misma posibilidad: el porqué de la culpa.

Una primera consideración fenomenológica de la culpa permite diferenciar tres conceptos de culpa:

a) La culpa como infracción de un tabú. Esta concepción mecanicista, característica de los pueblos llamados primitivos, establece una relación directa entre culpa y mal físico, y lleva consigo el miedo a la cólera vengadora de un dios. Residuos de tal concepción anidan en lo profundo de otras comprensiones consideradas más evolucionadas. Paul Ricoeur ha estudiado la simbología de la mancha que contamina desde fuera y el miedo a lo impuro.

b) La culpa como desorden y trasgresión de una norma o pauta social.

c) La culpa como acusación, «autoacusación y autocondenación por la conciencia que vuelve sobre sí misma» (Ricoeur).

Las fuentes para el análisis del concepto de culpa y de culpabilidad pueden encontrarse en la tradición de las religiones y de la tragedia clásica y en la tradición del pensamiento racional e ilustrado.

1. La culpa en la religión y en la tragedia. La concepción más primitiva de la culpa hacía de esta la consecuencia inmediata de la violación o trasgresión mecánica de un tabú. Las lamentaciones sumerias comenzaron a expresar la idea de que una acción reprobable podía acarrear el castigo de los dioses. Los poetas que hablan de este género de lamentaciones proclaman su inocencia y repiten incesantemente que ignoran si han cometido algún mal o cómo y contra qué dios lo han cometido. El autor de la obra Quiero ensalzar al señor de la sabiduría (Ludlul bél némequi) se pregunta cómo ha podido ser castigado si no es culpable o no es consciente de serlo. En el mundo babilónico, lo primario era la percepción de que el ->sufrimiento y la ->muerte son la consecuencia de las faltas cometidas; el sentido de culpa, derivado de tal percepción, era menor en comparación. Por otra parte, el Poema de la creación que hace del hombre un ser formado con barro y la sangre de un dios rebelde, proyecta la culpa al mundo de los dioses. La culpa aparece como algo ajeno al hombre y anterior a su misma existencia. Poco a poco se abrió paso la idea de que el origen de las desgracias humanas ha de ser buscado en lo más profundo del hombre y no tanto en una fatalidad arbitraria del mundo de lo divino. En el pensamiento del antiguo Egipto, las concepciones acerca del juicio de los muertos parecen suponer una conciencia más aguda de que la culpa está enraizada en el ->corazón del hombre y en su libertad.

En el mundo clásico, diversos términos indican que la culpa puede referirse a una deuda o a lo debido (ta opheilómena), incluso en el sentido pecuniario; a la responsabilidad o causa (aitía), o a la trasgresión de una norma de conducta establecida (hamartía). Hasta Hesíodo, el concepto de culpa no contenía todavía una referencia moral. Equivalía al error o al quebrantamiento de un precepto de culto o de una norma o costumbre, sin referencia a la intencionalidad o inadvertencia del sujeto. La tradición griega se mueve más en una cultura de la vergüenza, que trata de salvar la reputación pública (timé) particularmente del héroe homérico, y no tanto en el mundo de la culpa propiamente dicha (A. R. Dodds). La tragedia ática recogió el significado primero de error culpable debido a la falibilidad humana, pero dio paso a una concepción voluntarista de la culpa. Eurípides señalaba la posibilidad de una acción culpable en contra de un saber mejor. La sofística acentuó el concepto de culpa como proceder culpable. Platón impulsó una concepción intelectualista, que supone que nadie es malo por voluntad libre. El antiguo concepto de error en el cumplimiento de un rito sagrado aparece ahora convertido en error intelectual. Para Aristóteles, la culpa nace de una decisión voluntaria y libre del hombre, y no de la supuesta maldad natural o incluso del carácter del sujeto. El grado de culpabilidad depende de los presupuestos verdaderos o falsos de aquella decisión libre y voluntaria.

La tradición bíblica, y más tarde el -->cristianismo, pusieron el acento en la capacidad de autodeterminación y en la responsabilidad personal del hombre. El origen del mal moral se encuentra en lo más profundo del hombre. La intervención del corazón, de la conciencia personal, es lo que hace al hombre culpable ante su propia conciencia, ante los otros y ante Dios, por la ruptura de una relación personal que exigía fidelidad y confianza. La concepción bíblica trataba de superar cualquier dualismo, fuera zoroástrico, gnóstico o maniqueo. Sin embargo, el concepto de culpa, ligado a los de pecado original, concupiscencia y castigo, no deja de manifestar connotaciones dualistas, sobre todo en la concepción de una transmisión sexual del pecado y de la culpa.

2. La culpa en la filosofía. La cuestión de la culpa comienza a independizarse de los planteamientos teológicos a través de la moral filosófica y la filosofía del derecho. Kant trata el concepto de culpa en relación con el de deber moral. Para Hegel, toda acción moral comporta la posibilidad de tener que reconocerse, como Edipo, culpable y responsable de consecuencias desconocidas. Kierkegaard retorna al concepto religioso de culpa. Por el miedo a pecar, el hombre peca y por la angustia de ser culpable, se hace culpable. Nietzsche se inspira de nuevo en la tragedia griega. Se rebela contra toda equiparación de culpa y castigo en una misma balanza, como hacen la moral de los filisteos resentidos. La culpa es más bien el cauce para salir de este mundo de culpa y acceder a un mundo más allá del ->bien y del mal. El pensamiento ilustrado pone el concepto de culpa en relación con el origen del mal. El mal se relaciona con la libertad humana y con el mundo creado por los hombres dotados de libertad. Pero la pregunta se radicaliza al indagar en el origen de la posibilidad misma del mal moral. Ricoeur busca este origen en los conceptos de labilidad, de limitación, de no adecuación del hombre consigo mismo y de desproporción entre ->finitud e infinitud.

Tras S. Freud, la psicología analiza el llamado sentimiento de culpabilidad, en particular en su vivencia morbosa, en los mecanismos de inculpación y exculpación. La culpa es un estado afectivo en el que la persona se condena o se siente insatisfecha consigo misma por haber cometido algo malo o no haber cumplido lo que considera su deber. El sentimiento de culpa arranca de experiencias infantiles en las que está en juego el deseo de asegurarse el amor y la protección de los padres y de evitar un posible castigo. El ->sentimiento de culpa se forma en relación con el código moral y los ideales de vida de la familia y del grupo al que se pertenece. La religión influye en la experiencia de la culpa y en las formas de exculpación. El ->judaísmo y el cristianismo acrecientan e interiorizan la conciencia de culpa. La voluntad de Dios, considerada como fuente del imperativo, se manifiesta a través de la propia ->conciencia, de la que, como del mismo Dios, no cabe esconderse. La conciencia de la pertenencia al pueblo elegido o de formar parte de la iglesia de los redimidos desarrolla además el sentimiento colectivo de culpa. La aceptación de la culpa su pone el remordimiento y el deseo de expiar el mal cometido. La culpa excesiva puede ser moralmente mutilante, pero también puede serlo el intento de disolver la culpa real, como si fuera algo patológico o algo meramente condicionado por las circunstancias. La culpa no es simplemente autorreproche; es inseparable de la conciencia del daño causado a otros. Dostoievski indagó en la idea y los sentimientos de culpa, poniendo de relieve que todo hombre es partícipe de la culpa del otro. Ya las religiones antiguas, como el mismo Antiguo Testamento, manifestaban una fuerte conciencia de culpa colectiva.

II. INOCENCIA. El término inocencia designa la ausencia o la exención de falta o culpa. En el ámbito jurídico, la inocencia es el estado de quien no ha sido declarado culpable. Dos palabras griegas, ákakos, «sin mal», y ádolos, «sin engaño», expresan el significado del término latino, innocens, «incapaz de hacer daño». Ákakos es el que no tiene malicia y, por tanto, no engaña. Este término, utilizado ya por Demóstenes, designa al que no hace daño a nadie de palabra, pensamiento u obra. Cicerón1 y Agustín2 entendían la inocencia como un estado de la mente que no supone ni hace daño a nadie. El inocente que «no lleva cuenta del mal» (1Cor 13,67) y cree en la integridad moral de todas las personas corre el riesgo de engañarse y de ser engañado. No es de extrañar que el término ákakos, como también el de inocente, admitan una connotación peyorativa en referencia a una persona excesivamente ingenua y candorosa, carente de toda experiencia de la realidad de la vida. El término ádolos, supone la ausencia de engaño consciente o de la intención de engañar. Expresa una cualidad y una gracia consideradas características de la infancia. Los dos términos y conceptos se refieren principalmente a la simplicidad propia de un niño.

Cabe hablar de inocencia en tres sentidos:

a) El primero se refiere a la incapacidad de cometer mal o pecado. El cristianismo afirma que ello sólo puede ser dicho de Cristo, carente de todo mal y suma de todo bien.

b) El segundo hace referencia a quien, por debilidad física o simplicidad de mente, no puede o no sabe hacer daño. Designa un estado negativo: el de quien no conoce la tentación o no ha alcanzado todavía conciencia de lo que es juzgar y actuar según lo que es bueno y lo que es malo. Tal sería, según la tradición cristiana, la inocencia de la primera pareja humana, Adán y Eva, imperfectos por cuanto no habían alcanzado pleno conocimiento del bien y del mal, pero en estado de justicia original, en el sentido de que se encontraban en el estado de perfección del que eran capaces. No habían adquirido la perfección del conocimiento ni de la voluntad moral ni, en el plano religioso, de la santidad (no se ha de confundir inocencia y santidad), pero poseían las cualidades que les capacitaban para el desarrollo de aquella perfección. La idea de un estado de inocencia antes del pecado original, idea inseparable de la de caída, responde a la idea cristiana de que el mal no es algo de naturaleza positiva y ajeno al hombre, sino obra de la propia libertad y voluntad humana. Próximo a este estado de inocencia del hombre antes del pecado original, es el estado de quien ignora el mal o no es culpable. El inocente no sólo carece o está libre de culpa, sino que no es susceptible de culpa, pues en su estado de inocencia la culpabilidad no es posible.

c) Un tercer sentido del concepto de inocencia se refiere a la integridad moral de quien ha superado la inclinación a obrar el mal a través de un esfuerzo perseverante por ser fiel a los ideales más sublimes. Tal estado es compatible con faltas menores por debilidad o ignorancia. Puede incurrir en falta, pero de modo excepcional, sin alterar el tenor habitual de su vida y su opción y actitudes fundamentales. Este concepto de inocencia va más allá del de la simple incapacidad para el mal. Inocencia es la simplicidad de espíritu que brota de una conciencia recta y no torcida.

En este sentido, el llamado justo (tsadiq) de los Salmos bíblicos y de la tradición judía confiesa y declara su inocencia e integridad, e incluso la de su pueblo, y reconoce también de todo corazón la realidad de su pecado, todo ello mezclado con un profundo sentido de entrega confiada a la misericordia divina3. El hasid u hombre de Dios es el hombre íntegro que se profesa fiel a la alianza con su Dios, es consciente de actuar en consecuencia y no confía, sin embargo, en su autojustificación sino que, a la manera de un niño, pone su confianza en Dios. La inocencia es siempre, de algún modo, recuperable. La inocencia se manifiesta justamente en la capacidad de recuperación de sí misma, de la pureza de mente y de una bondad atractiva y contagiosa. Tal es la personalidad de un hombre o de una mujer de bien, transparente, sin dolo ni engaño. La justicia, y más todavía la caridad, constituyen la verdadera plasmación de una inocencia adulta. En la concepción religiosa, la inocencia primordial es proyectada a la plenitud de los tiempos finales como caridad perfecta. La recuperación de la inocencia está ligada al perdón y, en general, a ritos de iniciación o de paso. En el Islam, el musulmán que peregrina a la Meca retorna purificado e inocente como un recién nacido.

En sentido filosófico, la ->Ilustración habla también de un estado de inocencia, no como un hecho histórico, sino como un estado hipotético o un ideal racional, referido por otra parte a la contraposición entre tal estado de inocencia en los orígenes y la corrupción de las formas históricas de sociedad. Rousseau entendía que la inocencia de la condición originaria de la vida no nacía del desarrollo de la inteligencia ni del freno de la ley, sino que era fruto de la ignorancia del vicio y del dominio de las pasiones. Esta teorización sobre una condición humana primitiva, sea como proyección de un ideal racional o como si realmente hubiera existido tal condición, en la que habría vivido la humanidad antes del contrato social y de la formación de los Estados, reviste en Rousseau caracteres que corresponden a la concepción de una edad de oro: la sociedad histórica es una degeneración respecto a aquel estado de perfección y de inocencia originales. Por el contrario, para Hobbes se trataría de la situación de dominio de los más fuertes sobre los más débiles lo que obligó al pacto social y a la creación de un Estado que pudiera transformar los derechos naturales en derechos civiles.

La inocencia primera, la de la infancia personal y la supuesta de la humanidad en su estado paradisíaco, representan la pureza arquetípica, la inocencia que todo hombre trata de recrear en sí. La inocencia segunda, recuperada o adquirida en la vida adulta, es, la mayoría de las veces, una felicidad y una fortuna del bien natural y no tanto una virtud alcanzada tras la superación de la tentación al mal mediante un duro y continuado esfuerzo.

La doble proyección de la inocencia al paraíso terrenal de los orígenes míticos y al paraíso celestial de los tiempos escatológicos trata de expresar un estado ideal de inocencia en el que el hombre es y se siente libre de todo impulso al mal, no porque estos impulsos no existan, sino porque están supeditados al pleno dominio de la razón y a una voluntad plenamente libre. La inocencia del paraíso es el ideal arquetípico de la virtud del redimido, la inocencia recuperada o adquirida más por un don que por mérito alguno. Las víctimas inocentes de catástrofes naturales como el terremoto de Lisboa (Voltaire), de las pestes (Camus) o de todas las matanzas de inocentes a lo largo de la historia, revelan la presencia del mal en el mundo, poniendo a prueba cualquier ensayo de Teodicea, al tiempo que han suscitado algunos de los textos literarios y religiosos más sublimes y comprometidos con la historia de los hombres.

NOTAS: 1 Tusc. Disp., III, 8. - 2 Sermones, 178,8. -3 Cf Salmos 25, 32, 51, 86 y 130.

VER: Enfermedad, Gracia-gratuidad, Mal, Opresión, Pobre, Sufrimiento.

BIBL.: CASTILLA DEL PINO C., La culpa, Revista de Occidente, Madrid 1968; KIERKEGAARD S., Temor y temblor, Editora Nacional, Madrid 1975; LACROix J., Filosofía de la culpabilidad, Herder, Barcelona 1980; NIETZSCHE F., El nacimiento de la tragedia, Alianza, Madrid 19772; ID, Más allá del bien y del mal, Alianza, Madrid 19752; RICOEUR P, Finitud y culpabilidad, Taurus, Madrid 1969; SCHOONENBERG P., Pecado y culpa, en Sacramentum Mundi V, Herder, Barcelona 1974, 347-361; UNAMUNO M. DE, Del sentimiento trágico de la vida, Espasa-Calpe, Madrid 1980.

J. Trebolle Barrera