CIENCIA
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I. LA CIENCIA: UNA CUESTIÓN DE SUJETO. La ciencia es una construcción humana, fruto del empeño y de la acción de la razón práctica. Y es una construcción con la que buscamos conocer la realidad en la que estamos inmersos y, con dicho conocimiento, manipularla siguiendo los intereses que nos proponemos.

Puede parecer que la ciencia es pura objetividad, que en ella se dice de forma impersonal lo que la realidad es en sí misma. Este objetivismo no parece tener en cuenta la manipulación a la que me acabo de referir. Parecería que, en la ciencia, las cosas vienen dadas por sí mismas, como si fuera la propia realidad la que se da de sí en la forma de un conocimiento. En tal perspectiva, las teorías científicas parecerían ofrecerse como el entresijo último y esencial del funcionamiento de la propia realidad, aunque sea parcial, que se hace patente como conocimiento.

La diferencia entre ambas maneras de ver es esencial. En la primera hay un conjunto de frases que se construyen con ->sujeto -el hombre, los hombres, una persona, un conjunto de personas, del pasado y del presente-. En la segunda no, pues me encuentro, nos encontramos, ante una serie de frases impersonales. Mas nótese, sin embargo, que ahora, en esta última proposición, por necesidad, sí que hay sujeto, un sujeto que se da cuenta de cómo un discurso con sujeto pierde a este para hacerse impersonal, para pasar por impersonal. Nótese, igualmente, que la ciencia nos aparece así como algo que nos damos a nosotros mismos en el ámbito de los decires, de aquellas cosas que los seres humanos nos decimos los unos a los otros, no de las meras objetividades sin sujeto, como si se tratara de un discurso neutro, hipostasiado en la propia realidad mundanal.

II. LA CIENCIA COMO «CIENCIA-OBJETIVA»: UNA CIENCIA SIN SUJETO. En nuestro estudio del ->mundo, abandonaremos todo lo que sean cualidades secundarias de las cosas, las referidas a nosotros y nuestros gustos, para reconstruir, con la ayuda esencial de las matemáticas, las relaciones que se dan entre lo que sean únicamente cualidades primarias de las cosas mismas, espacio y tiempo, masa y energía, que por tanto no dependen de nosotros. La ciencia objetiva se construye, como defendió Jacques Monod, como una necesaria labor ascética, fruto de una opción ética decisiva por nuestra parte, con la que nos apartamos de nuestro propio discurso para alcanzar las ventajas de la objetividad de lo mundanal. Comenzaremos por la física y las ciencias de la ->naturaleza, para llegar también al estudio objetivo -sin subjetividades a-científicas- de las cualidades secundarias, propiciando así la psicología y las ciencias humanas. La ciencia ha acabado estudiando tanto la res extensa como la res cogitans en que dividía Descartes nuestras cosas.

Se pensó al comienzo que era una cuestión de método. Luego que era, quizá, una labor de discernimiento entre lo que es ciencia -que se construye sobre una base empírica- y lo que es ->metafísica -vana construcción sin base empírica-, o, dicho de manera más inteligente, lo que es conocimiento científico -conocimiento por teorías con capacidad de ser empíricamente puestas en evidencia- y lo que no lo es -por lo que no puede proporcionarnos conocimiento del mundo-, con objeto de caer o sostenerse siempre, evidentemente, en el lado izquierdo de ambas disyuntivas, pues es ahí el único lugar en donde se alcanza la certeza del conocimiento del mundo, y no la niebla de subjetividades que no pueden ir jamás más allá de meras opiniones. La ciencia es, por tanto, cuestión de conocimiento, y cualquier conocimiento no puede ser sino conocimiento científico. Así, la ciencia es conocimiento del mundo. El único conocimiento con base empírica. El único, por tanto, verdadero.

Mas, quizá, ni siquiera esas disyuntivas anteriores son necesarias. Vale con el principio de la objetividad del discurso científico, que siempre se construye sobre bases en último término experimentales, por más que lo sea mediante la compleja metodología de triangulaciones, al estilo de lo que se hace en topografía, que permiten ir cada vez más allá en el conocimiento, adaptándose a las nuevas experiencias y sin jamás abandonar nada de su base experimental. Aunque, a la postre, tenga que aceptarse que la objetividad procede, en definitiva, del dictamen de la muy compleja comunidad de los científicos.

Parece que un principio importante, definitivo, rige esta ciencia-objetiva: sólo ha de ser real aquello que queda en nuestra realidad-posible. De esta manera, nada que no sea reductible a las cualidades primarias de lo material puede ser considerado en la ciencia, pues sólo ello, se dice, tiene realidad (sería mejor decir desiderativamente: puede tener la posibilidad de ser real).

Desiderativamente, decía. Pero aparece aquí, sobre todo, dados los presupuestos en los que se creía construir esa ciencia-objetiva, algo de una gravedad muy especial. Quien piensa de esta manera, toma sus desiderios por realidades. Quizá, al final, en ese llegará un día que desde siempre corresponde a los profetas, vendrá a tener razón -¿cómo saberlo desde ahora?, ¿por qué preferir sus profecías a las mías?, ¿es que en su visión global de la realidad, que le lleva a esas profecías, hay mayor racionalidad que en las mías?, ¿seguro?-, pero el discurso de la ciencia lleva fecha, la de hoy, no la de mañana. El desiderativo, por interesante que sea -¡como lo es!- es ya un discurso filosófico que va más allá de la física, más allá de la ciencia.

III. PERO LA «OBJETIVIDAD IMPERSONAL» PARA LA CIENCIA LA DECIDE UN SUJETO. Pues es el sujeto que dice la ciencia quien decide apartarse de sus propias palabras, creyendo dejar así construirse por su cuenta un mero discurso de objetividades, según el cual las cosas, la realidad, se va diciendo a sí misma. Sin ver, sin embargo, que es un logos quien, necesariamente, habla en la ciencia.

Hubo un tiempo -para poner nombre, digamos que el de Galileo y Descartes, nuestros ancestros en la manera que tenemos de hacer y de concebir la ciencia-, en que esta afirmación era perfectamente racional, pues se hablaba siempre en un contexto creacionista, aun sin que fuera necesario decirlo explícitamente cada vez. La creación ex nihilo es fruto de la acción ad extra del Logos de Dios. Por ello, sin más dudas, se creía poder afirmar la posibilidad de que todo conocimiento científico del mundo era un arrancar los entresijos y las leyes mismas de la propia realidad. Si, en segundo lugar, como pensaban Galileo y Descartes, creemos que nuestra acción racional es fruto de quien ha sido creado a la imagen y semejanza del Logos, por lo que, a su vez, ella misma es logos, la posibilidad del conocimiento científico del mundo se hace así realidad. Una acción de pura intuición -intuición matemática o, como mínimo, reducción matematizable, reductible en esencia a matemática-, acción de la ->razón pura, una razón necesariamente acertante, puesto que proveniente de la iluminación de la realidad por una luz natural; por tanto, razón que, sin duda, no puede fallar -pero, a comienzos del siglo XVIII, ¿quién hubiera podido sospechar que el sistema newtoniano en cosmología sería preterido por el sistema establecido por la conjunción de la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica? De esta manera, el círculo hermenéutico se ha ido cerrando sobre la ciencia, haciendo que ella aparezca como un conocimiento-de-objetividad-impersonal.

Basta ahora que -para poner nombre, digamos que como fruto de la ->Ilustración- se decida impersonalmente la evidencia de que no-hay-Dios, para que nos topemos con la concepción heredada de la ciencia -para poner nombre, la concepción tal como destila del Círculo de Viena y de sus sucesores infinitos-, concepción que se ha convertido para nosotros como en una visión, la de una realidad que es desvelada sólo por esa ciencia-de-meras-objetividades la ciencia-objetiva; evidentemente una ciencia sin sujeto, sin sujeto personal y, lo que si cabe todavía es más grave, una ciencia sin sujeto social.

En esta manera de ver no es el creacionismo lo que falla, sino ese creacionismo que le da su sólido entramado, fruto de la matematización de una realidad -además, una realidad que suplanta a cualquier otra realidad posible, por definición, haciéndola aparecer como realidad-imposible- Una realidad que, por añadidura, no lo olvidemos, es la obra de un Gran Matemático. Para colmo, esta manera de ver adquiere visos de absoluta certeza -certidumbre absoluta sobre la que se construye la ciencia como ciencia-objetiva-, si a ella se le añade la mera y evidente objetividad de que no-hay-Dios: «Señores, es obvio, yo no necesito la hipótesis-Dios». Pero, sin embargo, se guarda por entero la estructura de ese tan particular creacionismo.

IV. LA CIENCIA COMO ACCIÓN RACIONAL DE LA RAZÓN PRÁCTICA. Acción racional, pues la ciencia se construye como una de nuestras acciones racionales, muchas, aunque esta, en verdad, una de las más importantes, por las que, como productos de la evolución -una evolución que a nosotros nos ha proporcionado ese instrumento increíble que es la razón-, nos apropiamos el mundo y construimos nuestro lugar en él, la casa en la que morar. Cierto que la acción racional a la que llamamos ciencia ha adquirido un esplendor fantástico desde que nació entre nosotros a comienzos del siglo XVII, hasta el punto de haber obnubilado nuestra vista produciéndonos espejismos. Pero la ciencia no es más que una de nuestras estrategias en esa acción de racionalidad. Una estrategia racional. No la de una razón iluminativa -por razón pura- que impone al mundo y a sus cosas cómo tienen que ser, sino que, modesta hija de una fantástica labor de la razón práctica, imputa a las realidades parciales con las que se encuentra una manera de ser, para saber a qué atenerse con respecto a ellas, para comprenderlas, para sorprenderlas incluso, arrancándoles algunos de sus secretos. Una realidad de la que formamos parte.

El conocimiento es fruto de esa acción. Una acción racional de la razón práctica, una estrategia de nuestra racionalidad, pues, que no se funda en certezas, sino en emperramientos: hasta aquí hemos llegado tras un esfuerzo complejo y difícil, hasta hacernos una opinión fiable, sensata y compartida, que tiene en cuenta todos los datos del problema y todos los comportamientos experimentales que hemos podido colegir e incluso provocar; la mejor de las respuestas posibles que hoy nos hemos podido dar, la que mejor se atiene a razones y a la racionalidad del conjunto. Precisamente por eso, si no queremos abandonar de plano nuestra actitud racional, debemos emperrarnos en el a-dónde-hemos llegado y en el dónde-estamos, la casa en la que habitamos, sabiendo muy bien que esto no nos proporciona ninguna certeza para el futuro, sino un estado de la cuestión del presente, un presente que, con toda evidencia, va a cambiar en el próximo momento. El emperramiento es así, aunque pudiera parecer otra cosa, estado de provisionalidad, la provisionalidad de quien sabe muy bien que quien no está en ningún lugar no tiene capacidad para ir a ninguna parte; de quien sabe muy bien que no estamos en el nicho en el que nacimos, pero que ha sido él quien ha posibilitado nuestro camino, como mezcla sorprendente que somos de constreñimientos y libertad, tanto individual como socialmente.

De ahí que una estrategia racional en la que el todo vale y el todo es igual, negadores del emperramiento, sea la negación misma de cualquier racionalidad. Porque la realidad nos hace patente la ->verdad. No se puede decir todo, sin más; no se puede decir cualquier cosa. Aquí no valen las fotocopias, sino los trabajos originales, siempre originales, pues el tiempo, una vez más, todo lo hace nuevo.

V LA CIENCIA COMO ACCIÓN DE UN SUJETO QUE ES CUERPO. Un sujeto que, evidentemente, es ->cuerpo personal y que es, quizá sobre todo, cuerpo social. Cuerpo humano, en todo caso.

No podríamos olvidar el espesor de carnalidad que la ciencia tiene, como lo tienen, evidentemente, los frutos de toda acción racional de la razón práctica. Espesor temporal y espacial, espesor nacional y tribal, también espesor de sufrimiento, espesor de intereses y de utilizaciones esquilmatorias, espesor de sorpresa y de alegría, espesor de miedo y de ->esperanza. Todos nuestros decires padecen de tales espesores.

No podremos olvidar que erraríamos de plano si pensáramos que sólo somos razón, mera razón, razón pura, olvidándonos de los poliédricos reflejos y los innumerables aspectos de la corporalidad -corporalidad individual y social-. Si lo hiciéramos, fallaríamos, precisamente, en nuestra estrategia de racionalidad. No sabríamos a qué atenernos sobre la realidad al desconocer, por ejemplo, los aspectos tan primariamente corporales y metafóricos de nuestro lenguaje, que se construyen partiendo siempre y no separándolos jamás de esa corporalidad primaria. Entre esos lenguajes hay que incluir, por supuesto, el ->lenguaje que constituye la ciencia. Igualmente, no sabríamos a qué atenernos sobre la realidad al desconocer afectos y pasiones de la corporalidad individual y de la corporalidad social. Breves, brevísimos apuntes, pero indicadores de una línea de reflexión de absoluta trascendencia en lo que toca a nuestro habérnoslas con la realidad, parte decisiva del cual es la ciencia.

Desde esta perspectiva, la ciencia, evidentemente, no está fuera del problema de su utilización, de las finalidades, de los valores; no está fuera del problema de la verdad.

Hace unos años algunos cosmólogos echaron al mundo de la ciencia una expresión singular y cargada de polémica: el principio antrópico. Pero, qué duda cabe, en la visión que he presentado de la ciencia el principio antrópico está en el núcleo mismo de la ciencia como acción racional específica de la razón práctica. Es, por tanto, el principio que enuncia que nada en la ciencia puede ser comprendido sin el hombre como sujeto de los decires que la constituyen.

VER: Bioética, Determinismo e indeterminismo, Razón y racionalidad, Técnica y tecnología, Teleología, Verdad.

BIBL.: CARNAP R., La construcción lógica del mundo (1928), UNAM, México 1988; DEAÑO A., El resto no es silencio. Escritos filosóficos, Taurus, Madrid 1983; DÍAZ C., El sujeto ético, Narcea, Madrid 1983; GUITTON J.-BOGDANOV G.-BOGDANOV I., Dios y la ciencia. Hacia el metarrealismo, Debate, Madrid 1992; KHUN T., La estructura de las revoluciones científicas (1964), FCE, México 1971; LAUDAN L., El progreso y sus problemas. Hacia una teoría del crecimiento científico (1977), Encuentro, Madrid 1986; MONOD J., Al azar y la necesidad, Orbis, Barcelona 1985; MOSTERÍN J., Conceptos y teorías de la ciencia, Alianza, Madrid 1984; PÉREZ DE LABORDA A., Ciencia y fe. Historia y análisis de una relación enconada, Marova, Madrid 1980; ID, ¿Salvar lo real? Materiales para una filosofía de la ciencia, Encuentro, Madrid 1983; ID, El hombre y el cosmos, 3 vols., Encuentro, Madrid, 1984; ID, La ciencia contemporánea y sus implicaciones filosóficas, Cincel, Madrid 1985; ID, La razón y las razones. De la racionalidad científica a la racionalidad creyente, Tecnos, Madrid 1991; PoPPER K., La lógica de la investigación científica (1934), Tecnos, Madrid 1962.

A. Pérez de Laborda