VISITACIÓN
DicMa
De acuerdo con la descripción de la
MC, podemos decir que con el término "Visitación de
la santísima virgen María" se remite a "una celebración que conmemora un
acontecimiento
salvífico, en el que la Virgen estuvo estrechamente vinculada al Hijo"; y más
concretamente
se indica la fiesta "en que la liturgia recuerda a la santísima Virgen que
lleva en su seno al
Hijo, que se acerca a Isabel para ofrecerle la ayuda de su caridad y proclamar
la
misericordia de Dios salvador" (n. 7).
I. Historia de la fiesta
Por extraño que pueda parecer, la visita que la virgen María hizo a santa
Isabel (cf Lc
1,39-56), verdadero "acontecimiento de gracia" en el sentido más literal del
término, sólo en tiempos relativamente recientes ha tenido su fiesta
litúrgica, y no de modo uniforme en toda la iglesia de Cristo.
En efecto, es verdad que en el oriente
bizantino se celebra el 2 de julio una fiesta
mariana, pero ha perdido su título: "Deposición del venerable vestido de
nuestra santísima
señora y madre de Dios en Las Blaquernas". Se trata, pues, de la memoria de
una reliquia
en un santuario mariano, y no de una fiesta relativa al episodio lucano. Pues
bien esa
reliquia habría sido llevada a Constantinopla desde Jerusalén en 472 por los
dos patricios
Galbios y Cundidos. El emperador León I y su esposa Verina hicieron construir
una capilla
para acoger el relicario que contenía el precioso vestido; la ceremonia de
dedicación de
este santuario en Las Blaquernas tuvo lugar en 473. Se recuerda, además, que
durante la
incursión de los ávaros, el 5 de junio de 619, la reliquia fue colocada a toda
prisa en el lugar
seguro de la parte interna de la ciudad, y el 2 de julio siguiente fue
solemnemente devuelta
al santuario de Las Blaquernas; de ahí el nacimiento y la perduración de la
celebración
festiva en tal fecha.
Por otra parte, es ciertamente un hecho
histórico que el relato de la visitación entró por
primera vez en la liturgia romana cuando se desarrolló la celebración del
acontecimiento (a
finales del s. VI) y que la perícopa de Lucas se asignó al viernes de las
Témporas, o sea, de
la tercera domínica de adviento; sin embargo, no se trata de una fiesta
independiente, sino
de un mero recuerdo litúrgico en orden sobre todo a la preparación de la
Navidad del Señor.
Por lo demás, hoy parece que carece de todo fundamento la noticia según la
cual, bajo el
mandato de san Buenaventura, el capítulo general de los hermanos menores
celebrado en
Pisa en 1263 habría hecho introducir en toda la orden franciscana el 2 de
julio también la
fiesta de la Visitación además de las fiestas de la Inmaculada Concepción de
María, de
santa Ana y de santa Marta.
1. ORIGEN DE LA FIESTA.
Así pues, hay que llegar al poderoso arzobispo de Praga Juan Jenstein
(1348-1400), en
tiempos del gran cisma de occidente, dividido entre el papa Urbano Vl (Roma) y
el antipapa
Clemente Vll (Aviñón), para encontrar noticias seguras sobre la aparición de
la fiesta
mariana de la Visitación. El, en efecto, convertido a la vez en arzobispo de
Praga y canciller
del emperador en 1378, después de haber preparado personalmente los textos de
la misa y
del oficio para la nueva fiesta y de haber ordenado a sus peritos buscar los
fundamentos
bíblicos y canónicos de su plausible institución, en el sínodo diocesano del
16 de junio de
1386 promulgó para su diócesis la introducción de la fiesta de la Visitación
de la Virgen, que
debía celebrarse cada año el 28 de abril. Pues bien, este intrépido obispo no
sólo defendió
doctrinalmente en los años siguientes el valor teológico de la celebración
sobre todo por el
hecho de tener sus raíces en el evangelio de Lucas, sino que también trabajó
grandemente
por su difusión fuera de la diócesis de Praga. Para ello escribió a obispos y
a superiores
generales, enviándoles también copia de los oficios divinos por él compuestos,
y dirigió
varias peticiones al mismo papa Urbano Vl pidiéndole que instituyese esa
festividad en toda
la iglesia con el fin expreso de poner término al cisma que la desgarraba.
En efecto, el arzobispo de Praga al verse
impotente ante tantas intrigas de la corte
imperial en la cuestión de los dos papas, comprendió —como hombre piadoso y
culto que
era— que el cisma no se extinguiría con esfuerzos únicamente humanos. Por eso,
después
de haber invitado ya al papa en 1385 a demostrar su gratitud a la Virgen por
la liberación
del asedio de Nocera, en el verano de 1386 (o sea, después de haber instituido
la nueva
fiesta de la Visitación de María en su diócesis), hace explícita su petición
al papa y le invita
a seguir su ejemplo en toda la iglesia. El papa acogió favorablemente la idea,
pero se limitó
sólo a prometer la institución de esa fiesta, dado que entonces se encontraba
con su curia
casi en el exilio en Génova.
Urbano Vl volvió a Roma sólo en los
primeros días de septiembre de 1388. Entonces,
finalmente, pudo dedicarse con seriedad al trabajo de la comisión de teólogos
a la cual
había confiado el examen de la posibilidad de instituir la nueva fiesta
mariana. Además, él
mismo discutió varias veces el tema con los cardenales. Se llegó así al
consistorio público
del 8 de abril de 1389: en presencia de los cardenales y de numerosos
prelados, el maestro
del palacio apostólico dirigió una petición formal al papa para que promulgase
la fiesta de la
Visitación a fin de obtener, entre otras cosas, la unión de la iglesia. El
papa promulgó
solemnemente tal fiesta, subrayando también él que el móvil era la esperanza
de que
cesara el cisma de occidente. Además, a fin de honrar convenientemente la
nueva
festividad, instituyó un jubileo para el año siguiente de 1390 y, por la misma
razón, añadió a
las tres basílicas jubilares también la de Santa María la Mayor.
Así la curia romana comenzó a preparar
todo lo necesario tanto para la legislación sobre
la nueva fiesta como para la celebración del año jubilar; en el mes de mayo o
junio de 1389,
en un segundo consistorio público, el papa Urbano Vl determinó que la fiesta
de la
Visitación se fijase en el calendario litúrgico el 2 de julio; que entre los
muchos oficios
litúrgicos preparados para su celebración se volviese al rimado de Jenstein, y
que la nueva
fiesta tuviese vigilia y octava como la del "Corpus Domini", a la cual se
equiparaba en
cuanto a las indulgencias. No obstante, a pesar de haber celebrado
solemnemente la
festividad aquel año en Santa María la Mayor "ut magis autenticaretur", el
papa no
consiguió publicar la bula oficial de promulgación de la fiesta de la
Visitación, ya sea porque
estaba demasiado ocupado en la preparación del año santo, ya porque algunos
teólogos
curiales eran contrarios al oficio litúrgico del arzobispo de Praga y estaban
preparando otro.
Fue sorprendido por la muerte el 15 de octubre de 1389.
En marzo de 1390, entre los numerosos
peregrinos llegados a Roma para el jubileo se
encontraba también el obispo Juan Jenstein, el cual pasó en la ciudad eterna
algunas
semanas para solicitar del nuevo papa Bonifacio IX la publicación de la bula
de introducción
de la fiesta de la Visitación de María. Después de haber encargado a cuatro
cardenales que
examinaran la cuestión, finalmente el año 1390 Bonifacio IX promulgó la bula
Superni
benignitas Conditoris, con la cual extendía a toda la iglesia occidental la
nueva festividad
mariana; el documento lleva la fecha oficial del día de la coronación del
mismo Bonifacio IX,
es decir, el 9 de noviembre de 1389. Adquiría así vigor de ley todo lo que ya
Urbano Vl
había establecido, a saber: que la fiesta de la Visitación se celebrara el 2
de julio con rito
doble y que tuviese vigilia y octava. En cambio, en el texto de la bula papal
no se hacía
mención de qué oficio litúrgico se había de usar. Esa incertidumbre dará pie
para que
pululen diversos textos de la celebración, si bien los más difundidos entre
todos fueron las
horas canónicas compuestas rítmicamente, según el gusto de la época, por el
cardenal de
curia Adán Easton.
2. DIFUSIÓN DE LA FIESTA.
Publicada la bula papal, no hemos de pensar que todos en seguida introdujeron
en su
calendario la celebración mariana de la Visitación. Sólo lenta y
progresivamente se fue
imponiendo. En particular, como era natural, fue acogida sólo por aquellos
fieles que se
sentían en comunión con el pontífice de Roma, mientras que los defensores de
Clemente
Vll la ignoraron o incluso la rechazaron. Por eso, después del cisma, el
concilio de Basilea,
en la sesión del I de julio de 1441, hubo de confirmar la bula de Bonifacio IX
ordenando que
Tomás de Corcellis compusiese un oficio nuevo, que alcanzó una cierta
difusión. Sólo
entonces puede decirse que la celebración del 2 de julio se convirtió
jurídicamente en una
realidad para toda la iglesia occidental.
En el concilio ecuménico de Florencia
(1438-1445), bajo la presidencia de Eugenio IV,
aceptaron la fiesta los patriarcas sirio, maronita y copto, que todavía la
celebran en la fecha
romana. Nicolás V, con la bula Romanorum gesta Pontificum (26 de marzo de
1451), publicó
de nuevo por entero la bula de Bonifacio IX con la intención de inducir a
todas las iglesias
particulares a aceptar unánimemente la fiesta. Sixto IV, en 1475, hizo
introducir en los libros
litúrgicos franciscanos un nuevo oficio propio, dedicando su iglesia de Santa
María de la
Paz al misterio de la Visitación.
Pío V, en la reforma general postridentina
de los libros litúrgicos romanos, abolió los
diversos oficios y misas en uso para dicha fiesta, y adoptó los oficios de la
Natividad de
María con unas pocas modificaciones necesarias para su adaptación. Clemente
VIII, en su
revisión de los libros litúrgicos de 1602, después de elevar la fiesta de la
Visitación al nuevo
rito por él introducido de doble mayor, hizo componer de nuevo el oficio por
el mínimo p.
Ruiz, añadiendo las antífonas y responsorios propios y excluyendo e
introduciendo lecturas;
la misa quedó como la de la Natividad de María, con la única diferencia
—además del
evangelio de Lucas— de la epístola (Cant 2,814), elegido sin lugar a dudas por
el versículo
inicial: "Ecce iste veniet saliens in montibus, transiliens colles...", que
corresponde al
"Exurgens Maria abiit in montana cum festinatione..." del relato de Lucas.
Tales formularios
para el oficio y la misa de la Visitación persistieron hasta la reforma del
Vat II. En cambio por lo que se refiere al grado de celebración, hay que
recordar también que Pío IX, después del período de la república romana, que
cesó justamente el 2 de julio de 1849, elevó la fiesta al rito doble de II
clase (31 de mayo de 1850), rango que conservó hasta 1969.
3. FECHA DE LA FIESTA.
Mas ¿por qué la iglesia latina fijó la fiesta de la Visitación de la Virgen el
2 de julio? ¿No
habría sido mejor colocarla más cerca de la fiesta de la Anunciación, de la
cual fue una
consecuencia inmediata el acontecimiento celebrado?
Campana explica así la elección de la
fecha: "La iglesia quiere en este día honrar no
solamente el viaje de María a casa de Isabel, sino también su permanencia con
ella.
Permanencia de casi tres meses, dice el evangelio. Seria irracional suponer
que no
permaneció al lado de su anciana parienta cuando nació el precursor y que no
permaneció
hasta que fue circuncidado y se le impuso el nombre. Esto ocurrió, suponiendo
que el
Bautista naciera el 24 de junio, justamente el 2 de julio. María no partiría
aquel día; pero
indudablemente comenzó entonces a hacer los preparativos para un pronto
retorno a
Nazaret. Aquél, pues, era el día que señalaba el período de la partida. Y no
pudiéndose
conocer otro más exacto, se eligió éste. La iglesia quiso así festejar no el
principio, sino el
término de la estancia de María en casa de Zacarías. [...] De esta manera se
evitaba
también acumular las fiestas en un tiempo en el que con frecuencia cae la
semana santa o
también pascua, que no dejan puesto para tributar honras litúrgicas a los
santos" (p. 240).
Así pues, la fecha elegido para la fiesta de la Visitación se explicaría por
la proximidad a la
fiesta del nacimiento de san Juan Bautista, cuya octava marcaría. Sin embargo,
es preciso
decir que ningún documento apoya esta suposición.
Por lo demás, parece igualmente carente de
fundamento la opinión de la cual se quiere
hacer depender la elección de la fecha oriental, como p. ej., Low: "En la
misma fecha
romana del 2 de julio celebra la iglesia griega una fiesta mariana. [...] En
tiempo de las
cruzadas los occidentales encontraron en oriente esta fiesta mariana y
trajeron la noticia a
occidente" (col. 1500). Tampoco esta suposición encuentra documentación alguna
que la
apoye.
En realidad, el obispo Juan Jenstein, en
su carta a Urbano Vl, en la cual suplicaba al
papa que extendiera la fiesta de la Visitación a toda la iglesia, indicaba
como fecha de la
celebración la escogida por él, a saber: el 28 de abril. Incluso motivaba su
conveniencia así:
la fiesta se refiere a lo ocurrido después de la anunciación; pues bien, no
teniendo la fiesta
de la Anunciación una octava propia, conviene que la fiesta de la Visitación
haga las veces
de ella pero no en seguida, para no caer en el tiempo cuaresmal, sino durante
el tiempo
pascual, cuando se puede celebrar de modo festivo. Es sabido que en las
discusiones
mantenidas en Roma, los pareceres eran muy divergentes, y parece que
prevaleció la
opinión según la cual, si se tiene en cuenta que el evangelio dice
expresamente que María
permaneció en casa de Isabel tres meses, también la fiesta de la Visitación
puede colocarse
en el espacio de tres meses a partir de la fiesta de la Anunciación. Por qué
luego se salió
de ese espacio de tres meses (25 de marzo-25 de junio) y se eligió una fecha
(2 de julio) sin
referencia alguna a la fiesta de la Anunciación, es imposible saberlo en el
estado actual de
los estudios. Dice acertadamente Polc en su investigación básica sobre esta
fiesta: "Cur
haec dies pro festo celebrando eligatur, non constat: silent acta, silent et
alia documenta!"
(p. 123).
La reforma actual del Calendariam Romanum
(decretada por Pablo Vl el 14 de febrero de
1969), además de atribuir a la celebración de la Visitación el grado litúrgico
de "festum", ha
creído oportuno abandonar la fecha tradicional del 2 de julio, trasladando la
fiesta al 31 de
mayo; de este modo la festividad de la Visitación de María viene a situarse
entre las
solemnidades de la Anunciación del Señor (25 de marzo) y de la Natividad de
san Juan
Bautista (24 de junio), y —dicen los redactores del nuevo calendario— así "se
adapta mejor
a la narración evangélica". Nosotros —con palabras de la MC— podríamos añadir
que este
cambio "ha permitido incluir de manera mas orgánica y con más estrecha
cohesión la
memoria de la Madre dentro del ciclo de los misterios del Hijo" (n. 2) sin
oscurecer los que
se denominan los "tiempos fuertes" del año litúrgico; e, incluso, haciéndola
caer en el
tiempo pascual, en el que florece con un gozo muy especial el canto de
aquellos por los
cuales el Señor ha hecho maravillas.
II. Interpretación litúrgico-pastoral de la fiesta
Evidentemente, el tema de la celebración de la fiesta de la Visitación de
María lo da el
relato del evangelista Lucas (1,39-56); en torno a este núcleo evangélico se
desarrollan las
restantes partes de la liturgia del día.
Se podría valorar ese relato como un
idilio familiar o a modo de una instantánea de la
vida cotidiana de María; pero con ello no se captaría su valor profundo,
puesto que la
Escritura inserta este episodio en un amplio marco histórico-salvífico bien
reconocido por la
exégesis moderna: en el encuentro entre María e Isabel -en el cual se engasta
el pasaje
profundamente simbólico entre Jesús y Juan- se da la tensión y el paso entre
los dos
tiempos salvíficos, concretados en el encuentro vivo de dos representantes de
cada una de
las épocas respectivas ("La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde
entonces se
evangeliza el reino de Dios...": Lc 16,16). Pues bien, comprender este
importante
"acontecimiento salvífico", en el que la Virgen ejerce un papel excepcional
junto al Hijo, es
realmente entrar de lleno en el corazón de la fiesta. En esto nos sirven de
guía válida los
textos litúrgicos del nuevo misal romano.
1. FONDO BÍBLICO.
Una primera ayuda para seguir el ritmo del misterio celebrado nos la ofrece la
doble
primera lectura prevista en el propio del día. En efecto, es sabido que el
relato lucano de la
visita de María a Isabel explota con suma finura la tipología del arca de la
alianza. Pues
bien, al dar la posibilidad de elegir para la primera lectura entre
/So/03/14-18a y Rom
12,9-16b, el nuevo Ordo Lectionum da a entender que no pretende ligar la
escucha y la
reflexión de la comunidad cristiana sobre el papel de María —arca de la
alianza—
contemplada sólo en sí misma. De lo contrario, habría indicado como primera
lectura la
eulogia de Judit: "Bendita tú... entre todas las mujeres... y bendito el Señor
Dios"
(13,18-19), que Lucas pone en labios de Isabel. Más bien parece clara la
intención de
evidenciar y celebrar los maravillosos efectos salvíficos que se realizan no
sólo en María,
sino también alrededor de ella, y que nos atañen no poco también a nosotros.
Por tanto, si
se escoge como primera lectura el pasaje de Sofonías, del evangelio se acentúa
el tema de
la exultación y del gozo por la presencia del Señor, que ha visitado a su
pueblo en
cumplimiento de su promesa de salvación; si, en cambio, se escoge como primera
lectura la
perícopa de Romanos, en el evangelio se pone de relieve el tema de la
solicitud plena de
caridad de María para con su parienta Isabel, necesitada de ayuda. Así pues,
del episodio
lucano la liturgia de la palabra evidencia (a través de la doble primera
lectura) dos
elementos fundamentales: a) por una parte, el gozoso fervor suscitado por el
Espíritu en el
que obedece a Dios con perfecta adhesión de fe; b) por otra, el generoso
impulso de amor
al servicio solícito del prójimo, provocado por la inhabitación de la
presencia divina.
2. FONDO EUCOLÓGICO. Pero también la eucología de la misa del día, del todo
nueva,
subraya —y quizá pastoralmente de modo más inmediato— algunas dimensiones del
gesto
singular realizado por María con Isabel. Más aún, se puede decir que las tres
oraciones del
nuevo formulario tienen el mérito de intentar una relectura en forma
existencial del
acontecimiento celebrado.
La colecta, ante todo, pone de relieve que
cuanto hizo María es obediencia a la moción
del Espíritu divino: "Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la virgen María,
cuando llevaba
en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te
rogamos, que,
dóciles al soplo del Espíritu..." EI bien es fruto de la obediencia a la
voluntad del Padre, que
se ha manifestado en los preceptos del Hijo y que nos es recordada por el
Espíritu,
inspirador de toda obra buena. Pues bien, la perícopa lucana subraya que María
está
siempre disponible a la voz del Espíritu; no se contentó con pronunciar el
fiat más decisivo
de la historia de una vez por todas, sino que ahora la vemos prolongarlo en un
continuo sí a
la acción interior de aquel Espíritu que la cubrió con su sombra. En esto nos
sirve de
modelo; también nosotros —es la petición de la colecta— debemos ser siempre
"dóciles al
soplo del Espíritu", el artífice de la realización del plan salvífico de Dios
en la historia de los
hombres.
La oración sobre las ofrendas, por su
parte, focaliza la acción de la Virgen como un gran
acto de amor hacia el prójimo: "Señor, complácete... como te has complacido en
el gesto de
amor de la virgen María al visitar a su prima Isabel". Ella no teme ir a
servir, literalmente, y
por eso se molesta "poniéndose en viaje", "hacia la montaña",
"apresuradamente"; en una
palabra, con una caridad exquisita. Su ejemplo nos debe impulsar a darnos
generosamente
a los hermanos, pues no hay dignidad más alta, después de haber venido el
maestro "no
para ser servido, sino para servir dando su vida" (Mt 20,28).
La oración después de la comunión,
finalmente, pone de relieve la alabanza y acción de
gracias de la Virgen santa: "Que tu iglesia te glorifique, Señor, por todas
las maravillas que
has hecho con tus hijos; y así como Juan Bautista exultó de alegría al
presentir a Cristo en
el seno de la Virgen, haz que tu iglesia lo perciba siempre vivo en este
sacramento..." La
referencia al Magnificat es evidente. Por lo demás, también la colecta se
cierra pidiendo
que aprendamos a "cantar con María tus maravillas..." La Virgen sabe elevar su
alabanza y
su acción de gracias a Dios haciendo un centón de múltiples pasajes del AT, es
decir,
inspirándose en la Escritura, que debía conocer bien. De ella debemos aprender
a superar
la oración de meras peticiones, dando rienda suelta a nuestro gozo y a nuestro
reconocimiento al Señor por los beneficios de la salvación, de los cuales la
Escritura es el
testimonio más fiel.
En este aspecto, se podría subrayar
también la actualización del acontecimiento bíblico
de ayer en la celebración mistérica de hoy, echando un puente entre la palabra
y la
eucaristía, según la sugerencia de la oración después de la comunión (aunque,
¿no era
mejor esta alusión en la oración sobre las ofrendas?): "Así como Juan Bautista
exultó de
alegría al presentir a Cristo en el seno de la Virgen, haz que tu iglesia lo
perciba siempre
vivo en este sacramento". Pero las líneas de reflexión indicadas son
suficientes para
prepararse a una celebración de la fiesta en sintonía con los textos de la
liturgia.
(·SARTOR-D. _DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 2040-2046)
VISITACION DE LA VIRGEN MARIA
Sof 3, 14-17: Que tus manos no desfallezcan
Interleccional: Is 12, 2-6
Lc 1, 39-56: Mi alma engrandece al Señor
El acontecimiento debió pasar totalmente desapercibido para los medios de comunicación
de la época. Nada anormal el que una muchacha visitase a su prima embarazada y la
acompañase en aquellos difíciles momentos. Pero María sabía que bajo aquella capa de
normalidad algo realmente extraordinario estaba sucediendo. O, si se quiere, estaba
empezando a suceder. Algo de Dios había en aquel hecho de encontrarse las dos primas
embarazadas.
María y su prima Isabel, ojos de mujer, supieron ver lo que tantos otros no llegaron ni a
barruntar. Dios estaba viniendo. Dios estaba preparando su tienda para hacerse uno de
nosotros. Eso significaba una verdadera revolución. No como las que hacemos los hombres en la historia de nuestras naciones, en las que unos tiranos suceden a otros.
Esta es una revolución de las de verdad. De las que ponen todo patas arriba. De las que
rompen los esquemas establecidos. De las que nos obligan a tomar partido. De las que dan
lugar a un futuro nuevo y diferente. Es el tiempo de los pobres, de los que no tienen nada,
de los débiles, de los hambrientos. Para ellos el poder y la misericordia de Dios son
esperanza cierta de vida plena. Todo eso lo entendieron perfectamente María e Isabel al
encontrarse y mirarse a los ojos. Por eso se pusieron a cantar juntas. Y anunciaron lo que
sigue siendo fuente de ánimo y coraje para innumerables cristianos en su vida diaria.
Hoy, con María e Isabel renovamos nuestra esperanza y entonamos el Magnificat: Dios
está de parte de los pobres y está viniendo para hacer justicia.
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