CREYENTE
DicMA
 

I. La fe hoy

Antes aún de que Jesús anunciase al mundo las bienaventuranzas, María fue solemnemente proclamada bienaventurada por Isabel con ocasión de su visita a la pariente lejana: "Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las cosas que le han dicho de parte del Señor" (Lc 1,45).

Así pues, la fe es la nota más caracteristica de la actitud espiritual de María, que la abrió a la acción de Dios y permitió que el proyecto de Dios se realizara en ella y, por medio de ella, en todos nosotros. Cristo es esencialmente el fruto de esa fe paradójica y heroica, que es don y conquista al mismo tiempo.

1. DIFICULTAD DE CREER.

Creer no ha sido nunca fácil, ya que siempre implica una renuncia a las medidas propias para aceptar la medida de Dios, que es infinitamente superior a las nuestras: creer significa enfrentarse con una realidad que nos trasciende; más aún, que nos invita también a trascendernos. Todo esto podía ser en parte también fácil cuando el sentido de lo divino impregnaba a los hombres, cuando la sociedad estaba tradicionalmente imbuida de valores religiosos; pero ahora que el hombre de la edad tecnológica y de las conquistas espaciales ha descubierto la embriaguez del dominio sobre las cosas y sobre los mismos mecanismos de la vida, tiene la clara sensación de haberse convertido él mismo en la medida de todas las cosas. La fe, más que una cosa absurda, se presenta hoy como una cosa inútil. Quizá aquí está precisamente la diferencia entre la secularización generalizada de hoy y la incredulidad de otros tiempos.

2. NECESIDAD DE CREER.

Por otra parte, el hombre moderno, más que en el pasado, se siente atormentado por la necesidad de creer, ya que todas las realizaciones del progreso van poniendo cada vez más de manifiesto su pobreza y su precariedad, dejando sin solucionar los problemas de fondo de la existencia. En efecto, precisamente debido al progreso, la humanidad dispone hoy por primera vez de instrumentos de autodestrucción total; el bienestar tan difundido y tan anhelado por todos crea una cadena de necesidades artificiales que son incapaces de resolver los recursos económicos de los diversos países. De aquí el sentimiento de frustración en muchísimos de nuestros contemporáneos, sobre todo en los jóvenes, que habían creído en el mito de un bienestar sin fin y de una fácil satisfacción de todos los deseos, incluso de los más superficiales y hasta de los más vulgares. Efectivamente, en este punto se pierde el sentido mismo de la vida que, reducida a la única dimensión de lo material, no encuentra ya justificación más que en el suicidio o en la evasión de los paraísos artificiales de la droga, o en la agresión y en la violencia para derribar las estructuras sociales, consideradas como responsables de esta situación de fracaso. A no ser que se vuelva a descubrir la dimensión espiritual del existir, que da una nueva significatividad a las cosas.

Así pues, precisamente lo que parecía ser el enemigo de la fe, es decir, la autosuficiencia del hombre moderno llegado a la edad adulta, vuelve a ser un factor favorable. Precisamente debido a la hermosísima prisión que se ha construido con sus propias manos, el hombre siente la necesidad urgente de liberarse de sí mismo y de autotrascenderse para confiar su destino a unas manos más seguras y para comprender el significado mismo de las realizaciones de su inteligencia. De aquí el notable despertar religioso que destacan las estadísticas, tanto en occidente como en los países del este.

3. EJEMPLARIDAD DE LA FE DE MARÍA.

M/FE: Para una recuperación del sentido de la fe y para su inserción concreta en la vida de cada día, dejándose guiar exclusivamente por la iniciativa de Dios, resulta ejemplar la experiencia espiritual de María. Más que cualquiera de nosotros, ella se encontró frente al carácter casi absurdo de la fe. Si el hombre de hoy tiene sus propias dificultades para creer por las razones que acabamos de señalar, mayores fueron las dificultades que encontró María por razones totalmente distintas. Su ejemplo es significativo para todos nosotros. Por otra parte, lo que fue María incluso simplemente como mujer, es exclusivamente fruto de su fe; por eso es evidente en ella lo que puede producir la fe aun en términos de crecimiento humano. La fe no mortifica, sino que hace más grande todavía lo que es meramente humano. Por eso mismo todas las personas deberían desear al menos creer: precisamente para ser más hombres.

II. María, "la creyente" en el NT

Una simple lectura, aunque rápida, del NT pone de relieve la fe de María. Sobre todo los evangelios de Lucas y de Juan son significativos en este sentido. De manera especial en lo que se refiere a Lucas, damos por descontado que su llamado Evangelio de la infancia corresponde más a intenciones teológicas que a pretensiones rigurosamente históricas; pero es esto precisamente lo que hace todavía más precioso su escrito, ya que nos transmite así su fe y la de su comunidad sobre el misterio de María.

1. LA FE DE MARÍA EN LA ANUNCIACIÓN Según el evangelio de Lucas, María se mueve exclusivamente en el ámbito de la fe. Ya las primeras palabras del ángel, que no son tanto un saludo como una descripción de su ser delante de Dios, la sumergen en la fe: "Salve, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28).

Su turbación ante este saludo; (v. 29) es la turbación de quien se ve como invitado a interpretarse y a leerse de manera distinta de como se ha interpretado siempre. La expresión llena de gracia, según el tenor del texto original, tiene que entenderse: Tú, que hasta ahora has sido siempre objeto de benevolencia, de amor por parte de Dios. Y esta opción amorosa no es de ahora, sino de siempre; en efecto, el participio perfecto griego que aquí se utiliza: (kejaritoméne) sirve para significar un gesto de amor que no comienza ahora, sino que tiene sus orígenes en la eternidad de Dios. Adónde conduce esta elección divina es algo que se dirá en los versiculos siguientes, en los que se preanuncia su divina maternidad. Pero entretanto María se ve invitada a autocomprenderse en esta nueva dimensión ontológica, que tanto la sorprende hasta perturbarla. Sólo la fe le permite aceptarse por lo que el ángel dice que ella es en el plan de Dios: el misterio, podríamos decir, antes que de Dios, parte de ella misma, en cuanto situada de una forma nueva. que antes ni siquiera se sospechaba, delante de él. Pero es sobre todo la continuación del diálogo con el ángel lo que la sumerge en el misterio más denso. Es su maternidad mesiánico-divina, que le anuncia el ángel, la que la lleva fuera de las posibilidades normales de los seres humanos: "Deja de temer, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás y darás a luz un hijo, al que pondrás por nombre Jesús. Será grande y será llamado Hijo del Altísimo, el Señor le dará el trono de David, su padre, reinará en la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (/Lc/01/26-38).

A pesar de toda la reelaboración teológica del evangelista, creo que no se puede negar que aquí se presenta a María la maternidad del mesías, tal como había sido predicha por el profeta Natán (2Sam 7,1; cf también Is 9,6), con acentuados caracteres divinos ("será llamado Hijo del Altísimo"): algo que difícilmente María, dada la humilde consideración que tenía de sí misma, podía ni siquiera plantearse como hipótesis. Además, resulta más difícil pensar en algo por el estilo si se considera su actual posición de mujer que, aunque desposada con José (cf 1,27), de hecho, por un motivo o por otro no intentaba usar del matrimonio. "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34). Si Dios no la orienta hacia otras opciones, que en todo caso sería preciso que le aclarase, su maternidad resulta humanamente imposible.

Pero es precisamente el camino de esta imposibilidad el que Dios elige, para demostrar que en realidad todo le es posible, como dirá el ángel al final de su mensaje (cf v. 37). De este modo la fe se convierte en la única actitud espiritual que permite a María convivir con su propio misterio: una opción libre de la virginidad que, por la voluntad y el poder del Altísimo, se convertirá en fuente de vida. Se trata de un prodigio mucho más grande que el que se verificó en Isabel, que, a pesar de ser estéril, engendraría a Juan Bautista por la vía normal de la relación conyugal.

Además, en el caso de María la provocación de la fe no se detiene aquí: su maternidad es divina no solamente por ser virginal, es decir, sin concurso de varón, sino sobre todo porque el hijo que nacerá de ella es el mismo Hijo de Dios. Aquí el misterio es mucho más grande. Sin embargo, es éste precisamente el sentido de las palabras del ángel, al menos en la reinterpretación del evangelista: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño que nazca será santo y llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35).

Las últimas expresiones quieren subrayar la naturaleza divina de Jesús, motivándola por el hecho de que incluso biológicamente su ser deriva del poder del Espíritu que se presenta aquí, junto con María, como el principio generador de Cristo. ¿Cómo habría podido ser Hijo de Dios un hombre que hubiera tenido un padre terreno? En este punto queda claro que la fe se convierte para María en la única medida para aferrar no sólo su propio misterio, sino el de su mismo hijo: un puro don que Dios le ha hecho no para su gozo o su exaltación, sino para el bien de todos. Por esto el ángel Ie había dicho: "Le pondrás por nombre Jesús" (Lc 1,31), con referencia a su misión de salvación implícita en el nombre; en efecto, Jesús significa Dios es salvación. Mientras se le ofrece ese Hijo, al mismo tiempo se le expropia, como resultará claramente por la continuación del evangelio.

Las palabras con que María da su asentimiento al anuncio del ángel dicen la consciente aceptación de su función de mujer creyente, ante el desafío de una realidad y de un conjunto de acontecimientos que están más allá de la medida que la inteligencia, el equilibrio y el sentido común pueden de alguna manera penetrar e incluso controlar: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra" (Lc 1,38). Ciertamente, estamos aquí ante una confesión de humildad, pero sobre todo ante una confianza total en la palabra de Dios que, precisamente porque no encontrará el más mínimo obstáculo o una sombra de vacilación en el corazón de María, se convertirá de manera absoluta en palabra creadora. Efectivamente, no son pocos los estudiosos que ven en el fiat de María una analogía como el fiat de la creación. La nueva creación comienza con un gesto y una actitud de fe paradójica; aquí Dios envuelve plenamente a María para la obra nueva que está para iniciar, mientras que "al principio" (cf Gén 1,1) actuó solamente su palabra todopoderosa.

2. EN EL NACIMIENTO DE JESÚS.

Todos los demás acontecimientos de la vida de María pueden comprenderse tan sólo a la luz de la fe, que le hace palpar el sentido de las cosas y el signo de la presencia de Dios incluso en donde, humanamente, podía parecer que no había ningún sentido o que Dios se había ocultado de alguna manera. Pensemos en el nacimiento de Jesús en las condiciones tan precarias que nos describe Lucas: nace fuera de su casa, con ocasión de un censo que obliga a María y a José a desplazarse fatigosamente de Nazaret a Belén de Judá, lugar de origen de la estirpe davídica. de la que descendía José: "Mientras estaban allí, se cumplió el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada" (Lc/02/06-07).

Esta extrema pobreza, ¿no era también una prueba para la fe de María, a quien el ángel había anunciado el nacimiento del mesías, un mesías tan pobre que ni siquiera tenía casa propia y que recibía tan sólo el homenaje de unos humildes pastores? ¿En qué consiste entonces ese reino que había mencionado el ángel? (cf Lc 1,32-33). ¿No se habría engañado ella al interpretar esas palabras?

La indicación que añade Lucas en este punto de su relato es significativa de la actitud de María, que considera los acontecimientos con ojos de fe, pero también críticamente: ella quiere comprender lo que se esconde en ellos. Las apariencias parecen desmentir su fe; pero la densidad más profunda de las cosas la mueve a creer incluso más fuertemente: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (/Lc/02/19).

Esta meditación de María no era ni mucho menos intimista y tranquilizante, sino una búsqueda tormentosa del sentido de los acontecimientos, que ella se empeña en explorar porque está segura de que Dios no puede haberla engañado ni puede decepcionarla.

3. EN LA PÉRDIDA DE JESÚS EN EL TEMPLO

J/PERDIDO-TEMPLO: Lo mismo hay que decir también sobre el episodio de Jesús que a los doce años, es decir, al comienzo de su madurez religiosa, va al templo para la pascua y luego no regresa a casa con sus padres, sino que se queda en Jerusalén sin saberlo ellos; cuando su madre le expresa sus sentimientos, responde casi reprochándole por su afanosa búsqueda; ¿no se trata acaso de un desafío a la fe de María'? "¿Por qué me buscabais'? ¿No sabíais que yo debo ocuparme en los asuntos de mi Padre'?" (Lc/02/49). Lucas añade aquí expresamente que "ellos no comprendieron lo que les decía" (v. 50). María se está dando cuenta de que aquel Hijo no entra ya en sus esquemas. Pero está acostumbrada a dejarse guiar por la fe, que, precisamente por impulsar siempre más allá, obliga a no detenerse nunca, a que no se la considere como un objeto que se pueda poseer o dominar de alguna forma. Por eso se rinde a la provocación de Dios, pero al mismo tiempo se pregunta por el sentido de las cosas, intentando penetrar en ellas. Su fe es una fe dramática.

Por eso Lucas anota aquí por segunda vez, después de decirnos que Jesús volvió a Nazaret y que "les estaba sumiso", que "su madre guardaba todas estas cosas en su corazón" (/Lc/02/51). Todo la desconcierta: ¿cómo compaginar esta sumisión tierna y afectuosa de Jesús con la autonomía que poco antes había reivindicado para sí a fin de atender a "las cosas de su Padre"? María se mueve en la oscuridad del misterio.

4. EN OTROS EPISODIOS.

Sobre todo en su vida pública Jesús subrayará repetidas veces esta autonomía respecto a su madre. Y esto por un doble motivo. El primero para reivindicar la primacía absoluta de su Padre celestial, recortando el papel de la madre; no olvidemos lo que nos recordaba anteriormente Lucas,. o sea, que Jesús es verdaderamente el fruto del Espíritu antes de ser el fruto del seno de María (cf Lc 1,42). El segundo motivo podríamos decir que es de orden pedagógico precisamente respecto a su madre: educarla en una dimensión de fe cada vez más profunda, precisamente porque los caminos a través de los cuales lo va a conducir el Padre son caminos nunca recorridos e imprevisibles, que una madre, aunque sea de la grandeza espiritual de María, no querría que recorriera nunca su hijo. Lucas tiene en este aspecto dos episodios muy significativos. El primero es común a los tres sinópticos (cf /Mt/12/48-50; /Mc/03/31-35); es el episodio de los parientes de Jesús que quieren librarlo de la agitación de las turbas: "Su madre y sus hermanos llegaron adonde Jesús y no podían acercarse a él a causa de la multitud, y se lo anunciaron: "Tu madre y tus hermanos están ahí fuera v quieren verte". Mas él respondió: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen"(/Lc/08/19-21).

El segundo episodio es exclusivo de Lucas y nos describe el sentimiento de admiración de una mujer del pueblo al oír hablar a Jesús: "Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron". Pero él le dijo: "Dichosos más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican" (/Lc/11/27-28). En ambos episodios Jesús insiste en su alejamiento de los lazos de parentesco que lo intentan encerrar en la lógica exclusiva o al menos preeminente de la carne y la sangre, mientras que exalta una nueva forma de parentesco en donde el elemento de agregación es la atención dócil a la palabra de Dios. No es esto ciertamente renegar de la función de María en su vida, sino la exaltación de su fe y una invitación a profundizar cada vez más. No hay limite para la fe de nadie, ni siquiera para la de la madre de Jesús: ¡la fe requeriría también de ella mucho más!

Aquellas paradojas que María había cantado en el Magníficat y que ponen a prueba la fe más robusta valían no sólo para el momento en que ella explota en la alegría de su cántico, sino que seguirían siendo válidas para toda su vida y la vida de su Hijo: "Ha derribado a los poderosos de sus tronos y ha levantado a los humildes" (/Lc/01/52). Cristo conquistó su realeza únicamente cuando se dejó clavar en la cruz. Pero no es fácil aceptar estas paradojas, sobre todo cuando nos afectan en primera persona. También María tuvo que penar para vivir la atormentada teología de la fe, expresada por ella tan admirablemente en el himno del Magnificat.

5. EN EL EVANGELIO DE JUAN.

Juan confirma plenamente el mensaje de Lucas sobre la fe de María. Sea cual fuere la interpretación que haya que dar del episodio de las bodas de Caná, lo cierto es que todo él se sostiene sobre la fe de María. No tendría sentido, fuera de una solicitación de fe, su alusión preocupada a la situación de apuro de aquellos esposos, aun cuando no se la quiera entender como súplica: "No tienen vino" (Jn 2,4). De una manera o de otra, es un intento de implicar al Hijo en aquel problema. Sobre todo las palabras que dirige a los sirvientes: "Haced lo que él os diga" (v. 5), se mueven en una perspectiva de fe; ella está segura de que Jesús hará algún gesto o dirá alguna palabra que cambie la situación. Está además el episodio de María al pie de la cruz, con la densidad de significado teológico que intenta darle Juan, poniendo de nuevo en evidencia la fe de María.

En Juan esta fe destaca de una doble manera: primero, porque sólo él nos habla de la presencia de María al pie de la cruz, en donde la fe de los discípulos y ciertamente también la de María —se ve sometida a la prueba más dura; y en segundo: lugar, porque si aquellas palabras de Jesús moribundo: "Mujer, he ahí a tu hijo" (Jn 19,27), significan y expresan la universal "maternidad espiritual" de María, como opinan muchos exegetas, María se ve invitada aquí a ensanchar los horizontes de su fe mucho más allá de la persona del Hijo moribundo, que sólo en apariencia parece ser el vencido, mientras que en realidad es el verdadero vencedor. Su corazón, en este mundo, se ve invitado a abrirse al mundo entero, con fe plena en las palabras testamentarias del Hijo.

III. María, peregrina en la fe según el Vat II

En la linea de estas estimulantes sugerencias de la Escritura se mueve la reflexión teológica de la Lumen gentium en el c. VIII, dedicado por completo a la figura de María, vista "en el misterio de Cristo y de la iglesia". Como no había ocurrido en ningún otro documento conciliar precedente, se ha intentado captar el misterio de María en lo vivo de su historia, releída en el contexto de fe de la iglesia.

1. ITINERARIO DE FE.

Siguiendo a María a través de las diversas etapas de su itinerario terreno, se pone de manifiesto su constante y radical confianza en Dios, de forma que parece que, a pesar de ser todo él fruto de la gracia, es al mismo tiempo: obra de la colaboración propia de María al proyecto de Dios. Escribe el concilio, comentando las palabras de la anunciación: "De este modo María, hija de Adán, consintiendo en la palabra divina, se convirtió en madre de Jesús y, abrazando con toda su alma y sin peso alguno de pecado la voluntad salvífica de Dios, se consagró por completo como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios todopoderoso. Con razón, pues, piensan los santos padres que María no fue un instrumento meramente pasivo en manos de Dios, sino que cooperó a la salvación del hombre con fe y obediencia libres. En efecto, como dice san Ireneo, "obedeciendo se hizo causa de salvación para sí misma y para todo el género humano". Por eso no pocos padres antiguos afirman de buen grado con él en su predicación que "el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María, que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad lo desató la virgen María mediante su fe" (LG 56).

Todo el peso de este texto me parece que consiste en la afirmación de la libre y consciente cooperación de María en la obra de la encarnación y de la redención; aun habiendo sido prevenida por Dios, no fue ni mucho menos un instrumento meramente pasivo en sus manos. La analogía con la figura de Eva hace ver su plenitud de responsabilidad; lo mismo que no hubo ningún fatalismo en la caída, tampoco pudo haber ningún fatalismo en la redención, que pasa por el asentimiento libre de María.

Más tarde, describiendo las no fáciles relaciones de María con su Hijo durante su vida pública, cuando él parece renunciar a los estrechos lazos humanos que lo vinculan con su madre, o por lo menos trascenderlos (cf Mc 3.35; Lc 11,27-28), el texto conciliar comenta: "Así avanzó también la santísima Virgen en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin un designio divino, se mantuvo de pie (cf Jn 19,25), sufriendo profundamente con su unigénito y asociándose con entrañas maternales a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58). También aquí es fácil ver cómo el concilio pone de relieve la dolorosa colaboración de María en el plano de la redención; ella se encuentra ante situaciones totalmente imprevistas, cuya racionalidad no le es dado comprender humanamente fuera de la convicción profunda de que Dios lleva hacia adelante, a través de esos itinerarios imprevistos, su designio de salvación.

2. MARÍA, MODELO DE FE DE LA IGLESIA.

El tema de la fe de María vuelve a ser recogido en la Lumen gentium cuando se nos presenta como inserta en el misterio de la iglesia, de la que es el miembro más excelente, pero al mismo tiempo el tipo y el modelo según la feliz expresión de san Ambrosio. Pero es modelo sobre todo por las actitudes de fe, de esperanza y de caridad con que animó toda su existencia; estas actitudes son las únicas que permiten en ella la verificación de una situación única, es decir, la de una virginidad fecunda. Todo esto se reproduce de algún modo misteriosamente también en la iglesia, sobre todo en virtud de la fe, que exige fecundidad e integridad al mismo tiempo. Efectivamente, "la iglesia, al contemplar la arcana santidad de María, imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, por medio de la palabra de Dios, acogida con fidelidad, se convierte también en madre, ya que con la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos, concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen, que guarda íntegra y pura la fe prometida al Esposo y, a imitación de la madre de su Señor, con la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente íntegra la fe, sólida la esperanza, sincera la caridad" (LG 64).

Esta analogía entre María y la iglesia es importante por el papel fundamental que en ella representa la fe: María no habría podido nunca convertirse en tipo y modelo de la iglesia, a no ser por la fe paradójica que la guió en todos los instantes de su vida. Sólo la fe hizo posible su maternidad virginal, que nos ha dado a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre al mismo tiempo.

IV. Actualizaciones

Las últimas consideraciones nos abren ya el camino a unas rápidas reflexiones sobre la actualidad que encierra este mensaje.

— a) La fe de María fue una fe difícil, como ya hemos dicho. Si es verdad que Dios hizo en ella "cosas grandes" (Lc 1,49), no debemos olvidar que también ella estuvo plenamente a la altura de la tarea que le había sido confiada. Y la dificultad de su fe se refiere tanto a su maternidad divina y virginal al mismo tiempo como a la capacidad de convivir permanentemente con el misterio. Yo vería una analogía entre nuestra fe y la de María precisamente en la dificultad de convivir con el misterio, pero por razones completamente distintas de las de María. Nuestra dificultad de creer hoy, como indicábamos al principio de esta exposición, se ve sometida a prueba ante el hecho de que el misterio no parece tener ya ningún espacio en nuestra cultura tecnológica; todo queda reducido a la medida de lo programable y de lo verificable. Precisamente por eso es necesario realizar un esfuerzo continuo por penetrar más allá de las cosas, incluso de las programadas, para leer sus significados más profundos. El sentido del misterio radica precisamente en la capacidad que tienen las cosas de remitir a algo que las trasciende para el que está disponible en la fe.

— b) La fe de María se ve siempre puesta en discusión, comienza continuamente de nuevo, no es nunca definitiva; muy atinadamente dijo el concilio que María "avanzó en la peregrinación de la fe" (LG 58). Es cierto. por ejemplo, que el episodio de Jesús en el templo a la edad de doce años puso en crisis las relaciones de la madre con su Hijo: María tiene que aprender a verlo bajo otra luz. Ese Hijo le pertenece, pero sobre todo pertenece a Dios.

También nosotros tenemos necesidad de ponernos continuamente en discusión; para cada problema hay siempre una respuesta diversificada, que solamente puede darse si nos ponemos a escuchar atentamente la palabra de Dios y las solicitaciones que nos vienen de los acontecimientos de la historia. Una fe inquebrantable, como la de María, no se identifica ni mucho menos con una fe segura. Más aún, la seguridad excesiva es normalmente enemiga de la fe, porque es más bien confianza en la propia forma de valorar las cosas que abandono a lo imprevisible siempre nuevo de Dios.

— c) Por último, me gustaría señalar otra característica de la fe de María; la fe aferra "todo su ser" de tal manera que su existir, incluso simplemente humano, y su obrar no serían comprensibles fuera de la fe. Pensemos en su maternidad fuera de esta perspectiva de fe o bien en su difícil convivencia con su Hijo, en sus relaciones con José,. en su estar (cf Jn 19,25) al pie de ia cruz.

En María no se dan la mujer y la creyente, sino sólo la mujer creyente; no se trata de dos realidades separables en ella. Todo lo que es, incluso en el aspecto puramente humano, nace de su fe. Si es "la bendita entre las mujeres, como la saluda Isabel (Lc/01/42-45), lo es no porque biológicamente sea "la madre de Dios", sino sobre todo porque tuvo el coraje de creer lo increíble (cf Lc 1,45). Su plena realización humana tiene lugar por la fuerza de su fe. Este aspecto de la fe de María es sumamente actual, sobre todo hoy que los cristianos sienten la tentación de dividirse en dos, relegando la fe a la intimidad de la conciencia. En este punto la fe se convierte tan sólo en algo más, en definitiva, en algo superfluo: no logra animar toda la existencia y la actuación del cristiano, no le hace ser más hombre, no le permite captar lo invisible en lo visible. María nos enseña a encarnar la fe en la vida, a hacer que sea sobrenatural todo acontecimiento normalísimo de nuestra existencia y de la de los demás.

S. Cipriani
 

V. La fe de María: conocimiento y reconocimiento (nuevo enfoque)

La fe cristiana es una fe que genera certezas, y que se vive en un grado de oscuridad necesario a la misma condición de dicha fe. Pero no podemos decir que la certeza significa rigidez, ni la oscuridad muralla para la luz. Todo lo contrario. La certeza, a su vez, es generadora de libertad, y la oscuridad busca la clarificación. Por eso podemos hacer teología. Por eso leemos los textos de la Escritura y resultan inagotables. Por eso la fe puede crecer y puede desarrollarse.

Cada generación tiene su propia óptica, su especial perspectiva; vivir la fe desde el ángulo histórico en el que hemos nacido y crecido enriquece la tradición eclesial. Interpretar la fe desde el punto de mira de cada momento es ensanchar sus dimensiones.

Necesariamente, hoy vamos a interpretar a María desde una óptica distinta a la de otras generaciones; lo que constituye la fundamentación de nuestra fe mariana no cambia, evidentemente, pero aun lo esencial de esa fe puede resultar enriquecido con las nuevas categorías que nuestra cultura genera. Es lo que voy a intentar: una lectura de aspectos básicos acerca de María, la creyente, con categorías propias de las ciencias actuales. Aquello que resulte válido será garantía de la posibilidad de esa nueva lectura en un momento posterior y tal vez con un mayor rigor bíblico y teológico.

1. EL YO DF. MARÍA COMO lNSTANCIA DF FE. La fe cristiana supone una base humana, antropológica, en la que poderse situar y realizar. Y aunque es verdad que desde el punto de vista genético la primera instancia de fe es la comunidad de la que cada uno recibimos la fe personal, no es menos cierto que esa fe comunitaria está constituida por la personalización de la fe que cada miembro ha realizado en un momento concreto de su vida y sigue realizando continuamente en su vivencia cotidiana. Por eso al tratar de la fe de María hemos invertido el orden y trataremos desde la personalización de la fe hasta la comunitariedad de la misma. Intentaré desarrollar esta primera parte desde tres categorías que se implican mutuamente: la resocialización como un dato primero, la tarea de la mismidad y el discernimiento o la actitud del creer.

a) ¿Socialización o resocialización? Antes de introducirme directamente en el tema, creo que conviene que me sitúe en el contexto bíblico y dogmático a fin de hacerme entender, por lo que quiero partir de los presupuestos en los que me apoyo.

En primer lugar tengo en cuenta que los redactores de los evangelios, y en concreto Lucas y Juan, presentan a María en la nueva dimensión vital que es el ámbito cristiano en que ellos se mueven. Y la presentan como el paradigma del creyente. Esto supone al menos dos cosas:

Y ahora llega una de las preguntas. Esta mujer, interpretada, ¿responde a su verdad histórica?; esa interpretación, ¿no falsea su verdadera identidad? La respuesta exige una serie de datos exegéticos que no es el caso señalar. Pero de todos modos, hay que rastrear datos dejando claras algunas premisas:

1) María aparece en una doble dimensión y las dos son reales y tienen doble dinámica de fe:

— la dimensión histórica concreta,

— y la dimensión paradigmática, simbólica, en cuanto condensación de contenidos.

La doble dinámica de fe puede expresarse así:

• Es una mujer que cree en Cristo el Señor; así la presentan los evangelios.

• Ella es objeto de fe en cuanto que pertenece a los fundamentos de la fe eclesial, a su depósito de fe, la revelación.

2. Lo que se dice de ella está interpretado y elaborado, pero en esos escritos que la presentan así se reconoce su identidad tanto como su función.

3. La lectura que hacemos como iglesia, y lo que yo voy a intentar, es a la vez interpretativa, pero en tanto se sitúe en el marco comprensivo de la verdad de la Escritura —de la iglesia— se torna válida. Lo que sí puedo decir que ha cambiado es la óptica desde la que se la puede interpretar ahora. Esto puede decirse de otro modo: no todo se ha dicho sobre María; más aún: nunca se acabará de decir la riqueza insinuada en los textos evangélicos; el cuarto evangelio ya señala que "el Espíritu os enseñará... y os recordará..." (cf Jn 14,26), que es como decir que la dinámica intrahistórica e intereclesial es dinámica del Espíritu y supone la creatividad inagotable que es cualidad intrínseca a la tercera persona de la Trinidad.

Concurre todavía otro elemento: el Espíritu está íntimamente unido a María, y por lo tanto al misterio de la encarnación, a la pascua y a la iglesia, por lo que fondear en la fe de María tiene que ver con todo el misterio trinitario ad intra y ad extra.

Ahora ya creo que puedo pasar al tema, y lo hago con una pregunta: los textos evangélicos sobre María, ¿nos hablan de una socialización o de una resocialización con respecto a su fe? Podríamos hablar de una socialización, pero parece que hay datos que señalan que María ya estaba socializada en su contexto. Tal vez algunas de las interpretaciones tradicionales dirían que su santidad como inmaculada concepción no permite hablar de resocialización. Yo creo que se puede decir con toda verdad que María era una joven judía con todo lo que en aquel momento significaba serlo, y que fue el acontecimiento Jesús, entendido en un sentido amplio procesual, el que le exigió una resocialización que, en términos del cuarto evangelio, sería equivalente a afirmar que "nació de nuevo". Los redactores de los evangelios aportan datos suficientes acerca de esa resocialización, es decir, acerca del proceso por el que entra en el mundo nuevo significativo.

Pablo en Gál 4,4 dice acerca de Cristo que era "nacido de mujer". Es uno de los primeros datos que conservamos, y en su extrema sobriedad, casi como de pasada, nos da las dos coordenadas que necesitamos. En primer término indica que su nivel de socialización era total: María es una mujer, una mujer semita, que tuvo un hijo que se llamaba Jesús. Y a partir de aquí se entiende el otro nivel: María ha sufrido un proceso de resocialización; y no es necesario dar detalles; la evidencia de que ella pertenece a la nueva cosmovisión desde la que escribe Pablo hace que el dato sea suficiente en su densidad. Pablo quiere dejar clara la identidad humana de Jesús, y para ello tiene que referirse a la mujer que es su madre y a la situación en que nació: bajo la ley; también este dato incluye el primer nivel de María. Pero, implícitamente, Pablo sitúa a la mujer madre de Jesús en relación con él, y en el contexto de la cita la sitúa en el orden nuevo: Jesús nace bajo la ley, pero no de la ley; María no se identifica con la ley, con el antiguo orden, sino que está inscrita en el orden nuevo cristológico, en el orden de la libertad.

Sin embargo, son los datos del evangelista Lucas los que, por sermás explícitos, aportan mayor posibilidad de luz. Tomo como texto de referencia Lc 1,26-38, en que se narra la vocación de María. Hay dos elementos a tener en cuenta: el elemento de continuidad y el de ruptura. Ambos se mantienen en relación dialéctica a lo largo de todo el NT.

Elemento de continuidad en cuanto que la novedad irrumpe en un contexto de AT que la ha situado como prólogo o pórtico a su evangelio (Juan hará algo parecido al situarla en su esquema en Caná). Y más en concreto introduce lo nuevo en su molde antiguo. Las palabras están en conexión con lo que María entendía; es decir, son palabras del AT. De esta forma, la transición se hace en línea selectiva de lo que ella, como judía, bien conoce: las Escrituras, la liturgia, las mediaciones (ángel), las palabras. El "aparato conversacional", que dirían Berger y Luckmann, se mantiene y prepara y refuerza la resocialización.

Elemento de ruptura que se produce por lo que llamaría la incoherencia del mensaje y la significación misma del diálogo. María conoce el AT, pero lo que se le dice (lo que ella sabe, lo que conoce, lo que cree, que es lo que plasma el evangelista) no tiene nada que ver con lo que acaecía en el AT. La incoherencia abarca desde el saludo, que al nombrarla y llamarla le dice lo que ella es, hasta la proposición concreta que choca de golpe con toda la lógica: "concebirás..., darás a luz..., ¡si no conozco varón!" Y desde ahí hasta la paradoja que une el "aquí está la esclava del Señor" con el "que se haga" (guenoito).

Supone que está socializada previamente. Y esto tiene aún otro significado: que hay una fluidez con capacidad suficiente como para romper esa continuidad y creer, es decir, poder proclamar "que se haga".

Supone, así mismo, que la socialinación de María tenía la fisura del deseo que la hace convertirse, dar lugar a Dios. Esto tiene que ver con su situación interpersonal: María está comprometida; hay un proyecto de vida en su horizonte inmediato, que no está realizado. Esta negación o incompletez que indica el proyecto es la condición para su deseo. Este deseo se hará realidad en la cotidianidad de lo ordinario, en la que va tomando cuerpo (nunca mejor dicho) la anormalidad de su fe.

Dios se introduce en la fisura de su deseo y en la fisura que es su deseo, porque se introduce él como deseo radical y se hace carne. Si no hay fisura, no puede haber resocialización; allí donde toda la realidad está cubierta no puede entrar la novedad, y si entra es como amenaza disgregadora. En esta fisura, porque está previamente socializada, cabe la duda de María sobre sí y sobre la realidad: ¿Pero no estoy comprometida? ¿No es serio mi proyecto? ¿Es que yo soy esto, o puedo ser otra cosa?... La amenaza no es tal que cierre la fisura del deseo; por el contrario, se la abre y la abre en totalidad; en su cuerpo, en su capacidad psíquica, en sus relaciones interpersonales y sociales. Por la fisura queda abierta a este universo nuevo que es el acontecimiento Jesús que le es anunciado como vocación propia.

Los datos apuntados no son los únicos que indican la resocialización; ni quedan agotadas las categorías, pero ciertamente sería muy largo desarrollar todo lo que supone que María ha realizado una verdadera resocialización; quede el tema sólo apuntado.

b) La mismidad como tarea. Lógicamente, la tarea de hacerse tiene que ver con el proceso de resocialización; éste incluye aquélla; podríamos decir que supone un rehacerse. María había comenzado a madurarcomo ella misma cuando la invade Dios, por decirlo de alguna manera. Lo primero que experimenta es un encontrarse a sí misma que le viene como un encontrarse-con-Dios, y que será el desencadenante de un proceso de sucesivos encuentros. Así lo narra Lucas; cae en la cuenta de sí misma y de su tarea en conexión con Dios, y luego marcha, en gesto profético, a encontrarse con los otros significativos que se le han dado como signo: otra mujer y otro hijo, un tiempo y un dato de fe. Nos fijaremos sólo en la categoría del encuentro, en el que de alguna manera va implícita la de entender y la del diálogo. Hay una "invasión sorpresiva" por parte de Dios: "entró donde ella"; por un lado, se mete en su vida y en su persona; y por otro lado, lo hace, por así decir, con la osadía del nombre nuevo.

Es una sorpresa de sí misma, no provocada por ella, a la que ella se presta. Es una reinterpretación confrontativa; se ha cambiado el shalom por la jaire y lo que era una característica desde fuera se sustituye por una relación plenificante, egocípeta y egocífaga.

Tiene que saberse y encontrarse, con una nueva identidad como proyecto. Su encuentro, sin embargo, no es mero autoencuentro, sino heteroencuentro. Le sobreviene la turbación, tiene que rescatarse de ella, y lo hace a través de su conciencia intelectiva. Tiene que desentrañar, sacar de sí, objetivar aquel saludo, aquella metáfora. Se le ha metido antes de sobrevenir la concepción, tiene que vaciar (desentrañar) su interior con la objetivación de la llamada, de la interpelación. Es su rescate. Antes de concebir en su vientre, tiene que probar su capacidad de concebir en su persona el proyecto; tiene que creer.

La rescata Dios de su temor. Su pensamiento suscita la declaracióndel saludo. Dios interpreta para ella porque ella ya ha interpretado; Dios confirma su labor de desentrañamiento.

Tiene que encontrarse de forma confrontativa con su proyecto. Rescatarse de él, que responde a niveles no personales (de sexo, de raza, de cultura). Hay un vacío que tiene que llenar: primero "saber" (de sabiduría), conocer, y luego activar su vientre.

Dios realiza su encuentro fecundo e inclusivo; una vez que ya ha vivido todo, sabe que en aquel proyecto inicial estaba completo el plan; un plan más oscuro cuanto más total y más grande. En la interpretación de Lucas está el principio y el final; en dos partes:

Lo mediato no se menciona; en medio está la vida de Jesús, la pascua y la iglesia. Y porque es un plan inclusivo y total, se le pide fiarse. Su pregunta es amplia y concreta a la vez; es una pregunta oscura. Es la angustia entendida como estrechez, como angostura; es el primer nacimiento, su primer dar a luz; sólo tiene un dato: no ha tenido relaciones sexuales. Ha interpretado. Su fe pide el "modo". La respuesta de Dios la remite de nuevo a un próximo futuro. Hay un nivel de curiosidad que es impulsor, que va en orden creciente, suscitando la amplitud de los datos, se abren las posibilidades como en abanico o círculos concéntricos. Pero hay otro nivel del que tiene que rescatarse: es el nivel de la curiosidad mediata; la única mediación que la abre a un futuro es su vientre; tiene que fiarse de él, encontrarlo, aceptarlo, personalizarlo. En el resto se pone la oscuridad.

En su hacerse tiene que vivir la dimensión profunda del riesgo; el mismo que le indica su gravidez: la posibilidad de que llegue a término la totalidad de la persona. La garantía de esto será el que "dará a luz", el que su vientre cumplirá su cometido; es señal de que así será todo; tendrá que ir a ritmo de señales, como le irá diciendo la vida, ministerio y pascua de Jesús.

El cuerpo es para ella señal, signo; a partir de entonces es un cuerpo que, objetivado, pide la entrega, porque se va a hacer objeto de fe, en cuanto sujeto de experiencia. La objetivación corporal será la personalización de sí. Su tarea de hacerse está ligada a la simbólica de su cuerpo para siempre. Maternidad, virginidad, son metáforas de la personalización y totalidad de su fe; la realización del proyecto de Dios asumida por ella.

Ese mismo cuerpo le simboliza la muerte, se la hace presente. Su cuerpo, a través del que se turba, teniendo que morir a María, para nacer al kejaritoméne; la vida le enseñará que el uno contenía al otro, como en la muerte de Jesús ya late su vida nueva. Su cuerpo, que tiene que morir a lo que en su cultura supone "ser mujer": la interpretación de su feminidad pasa por el nivel profundo de su virginidad; la tarea de hacerse implica la transformación de lo que significa ser mujer en el contexto de Jesús (un mentís a la perpetuidad del patriarcado). Ese cuerpo es el que debe experimentar la entrada y la salida de Dios como muerte, al igual que el ángel que entra donde ella y sale de ella o se retira (forma inclusión). La función de la Palabra, que desciende y no vuelve vacía.

Su entender tiene ya unas claves: las mismas que recibe en la reciprocidad progresiva de su diálogo. La mismidad ya está comenzada. Tiene toda una vida para hacerse.

c) El discernimiento de la fe o la actitud del creer. La resocialización ha significado la tarea de hacerse en un rehacerse creativo. Pues bien, hay todavía una realidad del yo mariano que queda por analizar para dar consistencia al nivel antropológico de su fe o de su acto de conocimiento. Me refiero al discernimiento en cuanto que se concreta en la actitud del creer.

La actitud humana tiene un triple componente: el cognoscitivo, el afectivo y el conativo o comportamental. El mismo texto de referencia me sirve para el análisis.

El elemento cognoscitivo de María es de una sorprendente actividad en este texto, relativamente breve. María discierne pensando, interpretando, preguntando y contestando. Es un ponerse a prueba constante, una confrontación continua que Lucas pone de relieve en 2,19.51, cuando la sitúa en una actividad típicamente sapiencia) Discierne con datos de conocimiento intelectivo; tiene su mente dispuesta y activa.

Primero piensa; dialoga consigo misma; se pregunta a sí misma y a los datos que tiene, para interpretar el significado con las claves que tiene elaboradas; es decir, confronta consigo, con el judaísmo, la nueva realidad, el dato Jesús.

En segundo lugar pregunta; se atreve a sacar fuera, a expresar, a objetivar su personal e íntima confrontación; implícitamente pide nuevas claves, porque las que tiene no le valen; se arriesga a una nueva confrontación; está en contacto real con el acontecimiento Jesús. Necesita nuevos datos para discernir, para conocer, para saber; en definitiva, para personalizar la fe en su dimensión racional. Pero no queda ahí. Cuando la nueva clave se hace presente, su discernimiento avanza, y pasa al compromiso; se sitúa ante él con su palabra, la más radical y fundamental, la que la hace presente a ella misma con la palabra de Dios. La palabra escasa de María es una espada que va delimitando y haciendo que la otra Palabra delimite. Es separación, y eso es laborioso y doloroso, como le dice Simeón.

El elemento afectivo no es ajeno al discernimiento; en cuanto a la actitud se refiere, es el elemento fundamental, el que la fija, la colorea y hace más difícil que pueda sobrevenir un cambio. En el texto de Lucas está presente la dimensión afectiva de María. No es en modo alguno un diálogo frío, sino empapado de sereno sentimiento, de emoción implícita y en alguna ocasión explícita. Es discernitiva la turbación; expresa un momento emocional que se transluce en María. Entre la sorpresa y el miedo, entre la luz y la oscuridad, en el enfrentamiento consigo misma y con Dios, entre la muerte de una parte de su identidad (María) y el nacimiento de la nueva (kejaritoméne), la turbación aparece como discernimiento asociado a su búsqueda de lucidez intelectiva. La palabra de Dios se introduce en el ámbito afectivo de María y lo hace reaccionar. No es fácil discernir los sentimientos ni la causa o raíz de las emociones; no es fácil ver claro en la urdimbre afectiva; se vuelve sospechosa. Se presta al engaño, y sobre todo tienta a la ilusión (en sentido psicológico).

También se hace presente en su pregunta y en su respuesta. Cuando expresa su situación, alude no sólo a un vínculo social con José, sino a un proyecto de relación en el que la realidad afectiva y sexual se hace patente; no ha tenido relaciones sexuales, pero su compromiso indica que están en proyecto, que pertenecen a él, como pertenece, incipiente, la relación afectiva que la une a José. En esta situación, el elemento afectivo es fundamental para el discernimiento; o se frustra o se realiza; o se realiza de otra manera, como parece indicar al contexto; hay un elemento de relativización en esta dimensión que proviene de la intensidad misma del proyecto; María se va a casar y va a tener un hijo, pero ya está discernida su relación con el marido, su concepción, su parto y la relación con su hijo; todo va a ser, pero va a ser de otro modo.

En la respuesta, también el elemento afectivo discierne; la autopresentación bajo el calificativo sierva expresa el talante de su persona, de su vida, de su actuación; califica la grandeza de su palabra (guenoito); es un adjetivo discernido ya por la realidad de Jesús, teologizada por Pablo y retomada por Lucas; no es sólo una expresión afectiva, porque es una palabra densa y polisémica, pero también es afectiva; la óptica vital es pascual; y no se entiende a sí misma ni entiende el proyecto de Dios y de ella si no es desde ahí.

Y en lo que respecta al elemento comportamental de la actitud, también hay que advertir su presencia en el texto de Lucas. Si algo tiene presente el evangelista al ofrecer su relato es la actuación de María. La vida hecha y realizada que encuentra su puesto en la historia de salvación como historia de la acción de Dios y la acción de los hombres. La vida realizada, por tanto, le permite a Lucas reconstruir los comienzos, y en ellos sitúa la palabra de María como palabra actuante. De por sí, ya la palabra es dinamismo personal, actuación, concreción, hecho. La densidad actuante de la palabra es la que admite grados desde la banalidad hasta el compromiso más hondo; desde la palabra prestada, o la palabra impersonal, a aquella otra que al decirse es transformadora de quien la pronuncia. La palabra de María discierne de forma actuante situaciones vitales: la suya propia, la de la historia y la de Dios. Cuando

María dice "aquí estoy", lo dice de una forma nueva; subraya su presencia, su acto personal y único, pero asimismo se subraya en relación, en cuanto actuación interpersonal; a la par que se actualiza, actualiza la presencia del Señor; lo que la une a Dios es la condición de sierva, que, juntamente con la teología lucano-paulina es un compendio de actividad existencial; es no sólo una disposición, sino una forma de vivir y de actuar: la del siervo (como el Siervo) servidor. Por esta misma situación comportamental, compromete la actuación de Dios en cuanto Señor; puesto que su actividad es interpersonal, el Otro al que refiere su vida queda de hecho dentro de esa relación; y queda comprometido de forma distinta a como ha ido comprometiéndose a lo largo del diálogo; queda comprometido desde una decisión. María no la realiza en solitario; decide con Alguien y para algo; la dimensión de su compromiso la trasciende; por incluir a Dios, referido como Señor, incluye a cuantos y a cuanto está referido ese señorío. Lo paradójico es que ese señorío de Dios ha comenzado históricamente a ser servicio, entrega y don, puesto que el "aquí está la sierva del Señor" se continúa en la frase que sigue, la auténtica decisión personal, divina e histórica: "que se haga en mí según tu palabra". El primer servicio histórico que María acoge de Dios es el servicio de su palabra activa. Recoge toda la incansable acción salvífica de Dios para con Israel (la promesa hecha a Abrahán, de que hablará luego el Magnificat), pero sobre todo se actúa de una vez para siempre en el don-servicio que es la Palabra encarnada. El vientre de María es historia, comienzo y culmen de la historia. La actuación definitiva de Dios, su comportamiento, está en la palabra actuante de María, que abre su vientre (servicio activo)

para que su Palabra empiece a vivir en la carne. Jesús ya es discernimiento del tiempo, discernimiento de la acción de Dios y discernimiento de la vida de María.

Después de analizar, en un solo texto, cómo la actitud del creer de María lo es en sus tres elementos, no cabe dudar de la posibilidad evangélica de una fe que es dicernimiento; se podría haber visto en otros textos de María; porque también está muy clara su actitud completa de fe en el episodio de las bodas de Caná (Jn 2), o en el de la cruz (si bien ahí los datos no aparecen tan explícitos), o en la visitación a su prima... María, porque, como el justo, vive de la fe, realiza el camino de su vida en un discernimiento continuo.

Hemos visto, por tanto, el yo de María como instancia de fe, en su doble significación: en cuanto instancia receptora de fe (resocialización) y en cuanto instancia activa de fe que realiza la tarea de su mismidad y que comienza su nueva andadura en una actitud de fe confrontada continuamente y por lo mismo discernida. Valga el texto de Lc 1,26-38 como paradigmático.

2. EL TÚ DE MARÍA ES EL Dios QUE RECONOCE. En el momento anterior aparece la instancia de fe de María no sólo como su personal e intransferible "yo", sino como el tú objeto de su fe. Porque cree a Dios puede creer en Dios. Este creer en Dios es el reconocimiento. Su fe es el acto de Dios en ella. María conoce a Dios por su fe, y Dios conoce a María en cuanto que ella le reconoce a él. Aunque cada uno de los textos en que aparece alguna referencia a María lo podría indicar, tomaremos en este caso el de Lc 1,46-55: el texto del Magnifica' como texto referencial, aun cuando se aluda también a otros.

a) La sospecha: el hijo imposible. La metáfora bíblica del hijo imposible hace cantar de gozo a aquellos que "ahí" han conocido a Dios, del mismo modo que reconocen que es Dios quien cree en ellos. La categoría que nos puede ayudar a asomarnos a esta dimensión de la fe es la categoría de la sospecha, entendida como una fe hecha posibilidad, como el dato imaginativo que es propio del acto de fe.

En los últimos versos del Magnifrcat vamos a encontrar algunos elementos que relacionan a Dios con la fe en el hijo imposible. Cuando María cambia de perspectiva en su canto y retoma la línea amplia de Israel, termina uniendo la promesa de la misericordia de Dios con Abrahán y con su descendencia. Esta tiene que ver con el hijo imposible. María se sitúa y sitúa a su pueblo en la perspectiva de la promesa; una promesa que es posibilidad sin más garantía que la palabra de Yavé que tiene que ir siendo discernida (distinguida), reconocida, en la multitud de otras palabras y sobre todo en la maraña de lo que va sucediendo. La fe discernida va siendo probada reiterativamente en el símbolo del hijo imposible, sospechado como real, pero sobre todo prometido como descendencia. La forma en negativo de ese símbolo es la esterilidad, el vientre imposible (el de Sara, el de Ana, el de María). Lo primero que cada mujer imagina, sospecha, es la misericordia de Dios; y esto se actúa como verdadero discernimiento, como examen del futuro, como intento de comprensión, como confesión de la realidad divina garantizada en los hechos del pasado (en la historia). Pero la misericordia de Dios, para que se actualice, necesita de un objeto en el que manifestarse; un objeto que, a su vez, será garantía futura de esa misericordia; ese objeto es el vientre estéril de una mujer. La señal de reconocimiento está ahí vista del revés. La significación que cobra esta señal es muy amplia. El vientre no fecundado de María (cf Lc 1,34) es signo de una historia expectante que necesita de alguien, de una voz, que diga la esperanza, que se atreva a creer en lo que niega la evidencia empírica. Su vientre no fecundado es la capacidad para imaginar la misericordia de Dios y reconocerla en el signo por excelencia de dicha misericordia: la promesa de la descendencia; el hijo imposible. Antes de que María acoja a Jesús, hijo imposible, ella reconoce (porque lo sabe) que Dios ha acogido ¡y acoge! (porque está en presente) a Israel, su siervo; ella es también Israel, el siervo del Señor; en ella se realiza su Palabra encarnada. Porque María es acogida en la misericordia de Dios, ella puede creer que esa misericordia pase por ella y sea camino de la historia.

Pero todavía podemos ver algo más. El acto de Dios en María que es su fe, en este caso como misericordia perpetua (por siempre), es un acto de memoria. Dios "se acuerda" de su misericordia. La memoria, ciertamente, es fundamental para la vivencia de la fe; es una forma de imaginación no sólo hacia el pasado, sino de proyección futura. Y esto en cuanto que la memoria selecciona en orden a unos criterios, robustece o enflaquece la fe, pero también recrea, hace el esfuerzo de actualizar aquello que se creyó con las consecuencias consiguientes. La descendencia se imagina desde la memoria. Dios "se acuerda" de su misericordia y por eso envía a su Hijo; María es la memoria de Dios, su recuerdo misericordioso en presente; en ella se realiza lo que Dios prometió a Abrahán, y en ella culmina la descendencia prometida. María ha discernido imaginativamente a Dios y lo ha reconocido como promesa fiel de misericordia. Pero Dios ha reconocido a María como su sierva (siervo, amigo de Dios), por ella ha confesado su relación verdadera y total con la humanidad, con la historia. Y Dios ha reconocido a María recordando su misericordia, proyectándola en el Hijo único, definitivo e imposible; en el Hijo de Dios (¿Dios puede tener, hacer un Hijo?). Jesús es el recuerdo que Dios tiene de sí mismo; su visualización histórica tiene lugar en María y por eso se reconoce en ella. Si él no ejercitara su memoria histórica, su huella se perdería; María dice que Dios recuerda, que se apropia de sus huellas como suyas, y que las convierte en garantía; por eso se puede sospechar el futuro, se puede imaginar la posibilidad. Porque el recuerdo de la misericordia divina es un anticipo del futuro, una prenda que hay que descubrir, valorar y ejercitar. Memoria por tanto.

Pero por eso mismo es también agradecimiento. El reconocimiento es la fe en una gracia; María reconoce a Dios como salvador; como aquel que la mira y contemplando su pequeñez la engrandece. Reconocimiento agradecido.

La sospecha es índice también de riesgo. Primero el riesgo de Dios que va a entregar a su Hijo; que debe adaptarse a la forma que María tiene y quiere darle; el riesgo de los límites y de la finitud. La metáfora es la condición de mujer; condición paradójica, porque suscita la ilusión ilimitada. La flexibilidad de su cuerpo es expresión de la fluidez (flexibilidad interior), de la ausencia de rigidez, de la capacidad de mutación; el vientre que crece por el Hijo es el signo de una amplitud personal. Pero todo esto puede ser engañoso; los límites, la finitud hay que imaginarla. Dios entrega su Palabra encarnada al riesgo de una mujer. Lo que sitúa a María en disposición desvelada es precisamente su fe, su búsqueda y su discernimiento de Dios que elimina equívocos. El reconocimiento de Dios la lleva a un autorreconocimiento; por eso sigue diciendo que él "se fijó en la pequeñez de su sierva". Le deja Dios la capacidad de reducirle a él el riesgo situándose en su verdad personal.

b) El poder: regalar, enseñar, crear. El reconocimiento es un acto de fe en la persona a la que se reconoce, y ese acto de fe comunica un poder; cuando el reconocimiento es mutuo, cada uno se encuentra con el poder del otro y el poder sobre el otro. Lo que resulta es en verdad paradójico: la fuerza de la debilidad; es decir: porque uno cree al otro se vuelve débil; porque cree en el otro se hace fuerte. Cada cual tiene la fuerza del otro en sí mismo, pero porque se fía del otro se desarma, se queda indefenso. Lógicamente hablo de una actitud radical y seria. Tan radical y seria como la actitud mutua Dios-María. La iniciativa, como siempre, es de Dios; él cree a María; la cree de tal manera que le confía al Hijo, y Dios no "puede" nada sin su Hijo; no es que se quede sin él, sino que se somete a la dinámica humana de dar y de recibir. Cuanto Dios va a recibir ya lo ha dado a María, pero va también María en su don. Lo que Dios confía a María es la debilidad absoluta de la vida que germina, que crece y que madura; la debilidad de la total dependencia. Por la entrega de su Hijo, Dios depende de María, depende de la humanidad entendida no como el genérico (también así), sino sobre todo entendida como el ser humano. Por tanto, Dios se hace despojo de poder al comunicar a su Hijo, al entregarlo. Pero, paradójicamente, ése es su poder: el acto continuado y voluntario del despojo. Da lo que tiene; a María da el poder en su Hijo. Cree en ella y acepta el poder-ser-humano en Jesús; Dios es humano en el vientre de María. Y de forma más global, Dios es humano en la persona de María; es grande en la pequeñez y finitud de ella.

Del otro lado, la realidad es tal vez más comprensible. María cree en Dios, por lo que su vulnerabilidad toca fondo; se ha quedado sin nada; Dios le ha cambiado hasta la identidad (del María al kejaritoméne); le ha trastocado el proyecto de vida, la ha situado en el límite de la humillación, al borde de la marginación: una mujer, semita, embarazada y sin marido, sin linaje (las mujeres no tienen linaje), fuera del culto, de la vida social y de la vida activa religiosa. La ha situado ahí porque la ha hecho consciente de sí misma ("se ha fijado en la pequeñez de su sierva"). Pero el acto de fe de Dios en ella (María cree en Dios, desde Dios) es poderoso y grande; por eso lo proclama libremente en el Magníficat.

Llegando aquí nos hacemos una pregunta: pero ¿de qué poder se trata? ¿Qué significa que Dios es poderoso y que María tiene el poder de Dios?

Por un lado entendemos poder, desde su etimología, como la capacidad de y la capacidad para; eliminamos el sentido impositivo y el dominio destructivo. Y por otro lado hemos de admitir que "el poder del Altísimo", como indica Lucas es el Espíritu Santo. Enlazamos aquí con la creación y la creatividad 9. Aunque no me voy a detener aquí, considero adecuado subrayar que el Espíritu crea en María y por ella al Hijo-en-la-historia, culminando así la creación primera. El poder de Dios es su Palabra; esta Palabra vive en María, y la creación nueva se produce por la acción del Espíritu, el mismo que se visibiliza en María.

Pasemos un momento la mirada por el Magníficat. María reconoce a Dios como el poderoso que ha hecho obras grandes en ella y más adelante va a explicitar en qué se advierte el poder divino, extendiendo su obra ala historia salvadora: en que crea de una materia que no parece a primera vista apropiada; su "materia prima" son los humillados, los hambrientos, los pequeños, los que no cuentan; su poder consiste en hacer la historia desde su revés, desde su anverso; leerla allí donde el texto parece destruido: eleva a los humillados, llena de bienes a los hambrientos, se fija en los pequeños, acoge a Israel... Su poder consiste en crear. Y donde parece que discrimina hay que leer que iguala. Dispersar a los soberbios es situarlos en la verdad de su humillación, despedir a los ricos vacíos es situarlos en el hambre radical humana; derribar del trono a los potentados es devolverlos a la realidad de la pobreza; y entonces Dios puede construir, crear, hacer proezas, puesto que una proeza no lo es hasta no ser reconocida como tal. Para hacer unos ojos nuevos, Dios tiene primero que concienciar acerca de los ojos gastados; tiene que desenmascarar; María reconoce este poder de Dios; y reconoce que tiene el poder de reconocerlo; le parece una obra grande y canta al Señor.

Poder es enseñar; actuar el magisterio, hacer de pedagogo. Todo lo anterior muestra la pedagogía divina; la pedagogía de lo último. Y porque María es lo último, puede decir con toda la claridad posible: "Me felicitarán todas las generaciones". Se constituye en modelo; enseña en cuanto que se desvela, se ofrece, se muestra. Y enseña en cuanto que comunica su sabiduría más honda, su reconocimiento de Dios dando un repaso a su actuación en la historia de Israel. Su sabiduría ha discernido quién es Dios y dónde se encuentra. Dios es el Señor al que ella tiene el poder de engrandecer; es el salvador en el que se alegra; es el que mira y descubre la pequeñez, el poderoso que hace obras grandes; el santo, el misericordioso, el acogedor y fiel.

c) La creatividad: el compartir y el ensanchar. Desde la sospecha y desde la capacidad conocida, reconocida y asumida, la creatividad es posible. Pero aún podemos intentar una aproximación a la cualidad creativa de la fe. Conectada con la fe, la persona creativa, muestra verdadera capacidad de asombro; el asombro como resultado de un mantenerse en contacto con lo que a cada uno le rodea, pero unido a una mirada escrutadora que busca, que desea, que quiere conocer. La creatividad está sometida a la simetría, de tal modo que no se sabe exactamente dónde comienza el proceso, si en la inducción estimular o en la interioridad estimulante; lo cierto es que ambas son imprescindibles y correlativas; a la interioridad le corresponde la exterioridad, y viceversa; en la doble orientación se obtiene la necesaria retroalimentación. Y porque es así, la creatividad la podemos entender como un compartir y un ensanchar, que va de dentro hacia afuera y de fuera hacia adentro. La fe suscita fe; porque se comparte, aumenta. El reconocimiento es corroboración y ésta amplía el campo de la conciencia, de la autoconsciencia y la heteroconciencia.

María tiene dentro los ojos de Dios y con ellos se mira; por eso se conoce, porque sus ojos son ojos salvadores; por tanto se fía de sí y se sabe capaz de realizar el proyecto de Dios. Y no se queda ahí, como veíamos; extiende la mirada y descubre esos mismos ojos salvadores en la historia: de la pasada, de la presente suya, de la que va a venir; de alguna manera su fe crea a Dios en los acontecimientos y en las personas. Es su experiencia y es la que comparte. Eso la ensancha, la engrandece, por dentro ("se alegra...") y en el tiempo ("me llamarán...").

Sin embargo, no se puede pasar por alto que llegar ahí ha supuesto un conflicto, precisamente porque el conflicto es creador. Esto nos remite al proceso de la creatividad. María ha vivido sus fases fundamentales desde que Dios la invita. El proceso va desde la oscuridad al progresivo esclarecimiento, que, a su vez, se ve sometido al enfoque-desenfoque continuo que requiere revisión, resituación. En el texto de la anunciación se advierte un estado primero de confusión; la persona que no es creativa se puede hundir, o buscará seguridad porque será incapaz de aguantar la angustia consiguiente. Hay una reacción en la persona creativa que se convierte en constante: la confusión es reto, desafío; mirarla de cara, reaccionar, es lo primero. Así podemos interpretar también la turbación de María: la reacción que le sobreviene por la confusión inicial. Pero, superada esa fase, el proceso deriva hacia la indagación; es el momento de la pregunta: la fe que pide datos para confirmar o no la intuición primera. María camina de la confusión a la pregunta. El hecho mismo de indagar aumenta la seguridad, pero la confirmación progresiva la acentúa hasta lograr la certeza necesaria que lleve la intuición a la acción. Las palabras finales de María indican que la certeza de la fe ha arraigado en su vida. Y todavía queda una última fase, que es tal vez la que más se ve; se trata de la comunicación; lo descubierto, lo intuido y certificado, pide ser compartido, con el riesgo consiguiente de la confrontación que hará ajustar y reajustar los enfoques. Compartir lo vivido es comunicarlo, y la comunicación (en especial la comunicación verbal) da una densidad especial a lo que se cree. María comparte la experiencia de la fe que ha vivido con Dios comunicándola; de esa forma, la fe ya es un eco de todos. Lo que Lucas descubre es que la fe de María, compartida, ya es patrimonio humano, gozo y felicitación de la iglesia y de la humanidad.

3. EL NOSOTROS DE MARÍA ES LA IGLESIA DE LA FE. LOS datos que tenemos en el NT acerca de María y la tradición eclesial mariana fundamentan la afirmación acerca de la comunitariedad de la fe de María. No es ella sola la que cree, aunque la fe sea un acto personal y libre; tampoco es sólo Dios el que cree en ella y la reconoce; lo hace a través de una comunidad. Es este aspecto el que intentaré estudiar brevemente y lo haré en tres momentos distintos: el que vincula a María al judaísmo y de forma particular a Jesús, el que vincula a María a la nueva comunidad eclesial y el que ofrece a María, oficialmente, el aspecto comunitario de su fe: pentecostés.

a) El peregrinaje de María: de la comunidad judía a la comunidad cristiana. Debido quizá a una interpretación pobre de la figura de María hemos considerado un privilegio de continuado gozo su vida al lado de Jesús; olvidamos la laboriosidad que supone la coherencia de la fe y olvidamos la crisis que para María supuso Jesús. Es él quien la va empujando y alentando al pasaje de una comunidad de origen a su comunidad nueva. Este peregrinar, tan parecido al de Abrahán, tiene los mismos elementos: estar en su tierra, salir de su tierra por la llamada de Dios, emprender el camino y avistar la promesa. Aunque no lo podemos ver todo, intentaré esbozar lo que esto puede suponer.

En primer lugar estaría la afirmación de que María es una mujer del pueblo. Con esto se quiere decir que es una persona singular y concreta. Así la presentan los evangelios. Una muchacha joven con una tradición detrás, ubicada en un pueblo concreto en una situación concreta y normal en su tiempo y en su edad. Su nombre es María, es una joven y está desposada; tiene un proyecto de futuro compartido por todas las jóvenes de su generación. Pero hay algo que da a esa ubicación y a esa situación concreta una especial relevancia; es una consciencia; el relato de la anunciación la presenta como una mujer que sabe dónde está; de alguna manera, el proyecto de Dios la saca aparentemente del pueblo; ella se remite al pueblo ante Dios; es decir, le recuerda al Señor en qué situación vive: "no conozco varón", que es como recordar "estoy para casarme, aunque todavía no me he casado". Y porque es consciente, se compromete más allá de esta concreción; su compromiso de fe se va a realizar en la normalidad de lo cotidiano.

Pero no se quedan aquí los datos evangélicos. María es una mujer del pueblo en sentido más amplio; es símbolo del pueblo, síntesis de una historia y una tradición. Por eso se la puede llamar mujer con el pueblo; no hay más que mirar el Magnificat para caer en la cuenta de esta realidad. En el himno aparece Israel como un pueblo en un sentido global y restrictivo; como nación y como comunidad; desde Abrahán hasta ella y la descendencia de Abrahán en ella. Su Dios es el mismo Dios de los patriarcas; el que se fija en ella se había fijado en Israel, su siervo. María se introduce en la dinámica histórica de su pueblo desde sus líderes hasta los marginados y los necesitados.

María tiene un pueblo, es de un pueblo y ella misma es pueblo, miembro de la comunidad judía. El acontecimiento de Jesús la va a situar en tierra de nadie. Esto que va a realizar en un proceso lento, hasta la resurrección de Jesús, está ya figurado en la imagen de la pareja que va a Egipto huyendo de Herodes. Maríaperegrina al extranjero, invirtiendo lo que fue el peregrinaje del pueblo en el éxodo. El acontecimiento Jesús es para María crisis, pasaje de una comunidad a otra, resocialización como decíamos al comienzo o un "volver a nacer" en terminología del cuarto evangelio.

Ha quedado constancia de que la intervención de Dios en la vida de María le ha trastocado todo y de que su fluidez interior permite la labor del nuevo alumbramiento. En este camino el primer rostro con el que María se encuentra es con el rostro de Jesús: la figura de su Hijo primero, la figura del rabí después; pero necesita más. En un determinado momento se queda sin el hijo como ella entendía que era el hijo; para enmarcarlo de nuevo y enmarcarse ella con él necesita de otros significativos. Jesús se lo va indicando: "¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? Y paseando la mirada por los que estaban sentados en el corro dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Me 3,32-35). Es un despojo afectivo, pero a la vez es una indicación de lo que puede ser su nueva comunidad, su punto de referencia de los otros significativos. La remite al rostro del Padre que él expresa (la voluntad de Dios, su Palabra) y la remite a un nuevo grupo de hermanos y hermanas. El referente de Israel también era Dios y también era la comunidad; pero ese referente tiene ahora rostro y voz en Jesús, y la comunidad no puede ser otra que aquella que se reúne en torno a Jesús. Y también se advierte en la distancia que pone Jesús entre María la mujer y su hora en el c. 2 de Juan: "Mujer, a mí y a ti qué". O en el episodio de la cruz (Jn 19), cuando le remite al discípulo: "Mujer, ahí tienes a tu hijo".

La crisis está provocada por el choque entre ese acontecimiento vivo que es Jesús y la incompatibilidad aparente con las creencias judías y afectivo-sociales de María. Y, por otra parte, cuando va con sus parientes a por Jesús, coexisten dos situaciones diversas y contrapuestas con respecto a él: sus parientes le creen un loco y sus discípulos le creen un profeta. Del mismo modo, cuando muere Jesús quedan en entredicho su persona y su mensaje. María ha sufrido la crisis; primero en la cotidianidad del hijo que crece y luego en la confrontación con el mensaje. Sufre la crisis y la supera; por eso va a pasar a la comunidad cristiana.

b) La iglesia reconoce a María. Hay un reconocimiento comunitario acerca de María, la madre de Jesús; poco a poco la comunidad apostólica va interpretando el sentido de su persona y su función tanto en la historia de la salvación como en el misterio de Dios en Cristo y en la iglesia. Los evangelios más tardíos son los que aportan más datos sobre esto; en concreto hay cuatro tradiciones:

Y cada una de estas tradiciones tiene una interpretación mariológica peculiar que sería largo exponer. Nos basta con dejar constancia de este reconocimiento.

No obstante, nos vamos a centrar de nuevo en textos concretos para ver otra característica de este reconocimiento eclesial. Se trata de la síntesis de roles aplicados a María, casi todos de forma implícita, pero no por eso menos clara. Que María recibe los carismas del Espíritu lo pone de relieve He 1,14 en el contexto de pentecostés. R. Laurentin lo expresó hace años. Al quedar como figura y símbolo de lo mejor del Israel antiguo, María ha quedado revestida de los roles carismáticos que existían en la mejor tradición israelita. Y aunque sería largo detenerme en cada rol, me voy a fijar en algunos que son básicos, como indica Bloh.

María es reconocida en el carisma y rol profético; analizando los textos de Lucas, se advierte que tal como está situada María, sobre todo a partir del texto de la visitación y el Magníficat, responden a lo que en Israel se entiende por profeta en su doble acepción de profemí y nabí. La relación con la memoria sapiencial está en Lc 2,19.51: "María guardaba todas estas cosas en su corazón, meditándolas", siempre que se analizan los términos griegos y su sentido como lo ha hecho A. Serra

También es reconocida María en el carisma de lo cantor, siendo los labios del pueblo que alaba la grandeza divina y pone de manifiesto en público su misericordia. Este carisma está relacionado con lo cúltico, lo sacerdotal.

Lo medical lo ha desarrollado la iglesia posterior queriendo ver en María la faz materna de Dios, el auxilio de los pecadores, la madre amable, la madre del buen consejo, la madre clementísima y de misericordia. Los rasgos que apuntan en esta línea dentro del NT están expresados implícitamente en la realidad materna de María.

Con respecto a lo regio, aparte del puesto especial que ocupa en la comunidad primitiva reunida para pentecostés, en Jn 2 hay rasgos de decisión con respecto a la fe; María se sitúa en el nivel decisivo de Jesús comenzando los imperativos: ella dice: haced, y Jesús continúa: llenad (las tinajas), sacad (el vino), mostradlo (al maestresala). Y ejerce una mediación al modo de los grandes líderes mediadores de Israel (Moisés, jueces...).

c) La fe comunitaria de María. Sería ahora el reverso de la realidad anterior: la fe de María reconoce la iglesia. Lógicamente, el texto de referencia tiene que ser el de He 1,14. Se sitúa María en contexto directamente pneumático, eclesial-comunitario y misionero.

María ya ha recibido el Espíritu; está en la primera comunidad anticipando su venida, testimoniando la acción misma del Espíritu. Testimonia el origen humano de Jesús, la validez de su camino y su mensaje; los apóstoles y discípulos están en torno a ella (en situación y rito de duelo), en torno al Espíritu. De aquí que María sea artífice de iglesia y de comunidad. En primer lugar por su referencia trinitaria, y en segundo lugar por su capacidad de convocación-recuerdo de Jesús. El Espíritu convoca por ella y en ella; el Espíritu del Padre y del Hijo. Va a ser testigo de pentecostés. Para que puedan ejercer el ministerio de la predicación, la tarea misionera, los discípulos deben primero tener experiencia comunitaria. La desaparición física de Jesús, su presencia como resucitado y la presencia de María testigo de esta realidad hacen posible la comunidad cristiana inicial; y este mismo acontecimiento pascual que brota de esta experiencia es lo que van a anunciar los discípulos y discípulas de Jesús. María es miembro de esa comunidad, pero no es un miembro más, no está en el texto como un miembro más, sino como en el medio, en un lugar destacado. Su fe no es individualista, sino una fe comunitaria, compartida, convocadora y expansiva en cuanto que participa de la tarea misionera de la comunidad. Es una fe eclesial y comprometida.

4. CONCLUSIÓN. Después de este breve intento de aproximación a la realidad de María vista desde la afirmación eclesial de "mujer creyente", y tras otros intentos desde otras afirmaciones eclesiales, me pregunto si hay y si puede haber un blik (= óptica, modo de ver) mariano.

Creo que la devoción popular es ya una afirmación de la existencia de una ordenación de los datos fundamentales de la fe cristiana desde la óptica mariana. Históricamente no puedo decir que haya dado un saldo predominantemente positivo. Creo que el enfoque era más bien desenfoque de una realidad más global: la realidad crística. No obstante, este desenfocado blik es significativo. Me induce a pensar que hay muchas formas de ver y de vivir la fe cristiana y que debe seguir existiendo una adecuada pluralidad de visiones. Diría que la iglesia permite distintos bliks dentro del gran Blik en el que todos deben converger. Uno de esos bliks puede ser el mariano. Y quisiera que se entendiera desde lo que puede significar una auténtica mariología y no principalmente desde las devociones; no puedo negar que lo que se vive genera la reflexión (de la praxis a la teología), pero también es cierto lo contrario: una teología sugerente, inscrita en la historia, genera o puede generar una praxis y una liturgia que reenfoque, en un movimiento continuo, los desenfoques que se van produciendo, por desgaste, o por descuido, o por mil influjos que hacen más necesario el discernimiento.

En otro lugar he expresado mi preocupación por el dato de fe que es María y las interpretaciones a que da lugar la insuficiente mariología con que contamos; unas interpretaciones que están influyendo en la práctica en el alejamiento de creyentes con respecto a la iglesia. Donde más lo vengo observando es en el

sector femenino eclesial; se encuentran las mujeres sin adecuados "rostros significativos" propuestos como modelos sugerentes. No les vale la presentación que se hace de María, de la que sólo les llega el estereotipo en sentido negativo. Por eso cuando descubro que puede y que debe haber un blik mariano, me siento comprometida al intento de mi pequeña aportación. Estoy persuadida de que los textos evangélicos tienen una inmensa riqueza que se puede ir descubriendo, como el padre de familia del que habla el evangelio, que va sacando del arca lo nuevo y lo viejo.

Mercedes Navarro Puerto
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 511-534