CONCILIO VATICANO II
DicMA
 

SUMARIO. I. Historia del documento mariano: 1. Las fases antepreparatoria y preparatoria del concilio; 2. Primera sesión del concilio; 3. Segunda sesión; 4. Tercera sesión - II. Estructura del c. VIII - III. Metodología del documento: 1. Los criterios teológicos de interpretación: a) El criterio bíblico, b) El criterio antropológico, c) El criterio ecuménico, d) El criterio pastoral; 2. La perspectiva del planteamiento - IV. Síntesis doctrinal: 1. María y Cristo: a) Madre del Salvador, b) Socia del Redentor, e) Sierva del Señor; 2. María y la iglesia: a) Función maternal para con la iglesia, b) Figura de la maternidad virginal, c) Modelo de virtud para la iglesia, d) Imagen y comienzo de la iglesia escatológica; 3. El culto a María: a) El fundamento, la naturaleza y la finalidad del culto a María, b) Sus características y formas diversas, c) Normas pastorales correctivas - V. Valoración teológica.

El concilio Vat II, celebrado en la iglesia católica con la presencia de casi todos sus pastores y con la participación de representantes de las diversas iglesias separadas, puede ser considerado como el concilio ecuménico que ha emanado el documento doctrinal más significativo y orgánico en torno a la bienaventurada virgen María: el c. VIII de la constitución dogmática sobre la iglesia Lumen gentium. Aunque el título de esta voz hace referencia al concilio en su conjunto, en realidad centraremos nuestro estudio en el documento estrictamente mariano que acabamos de citar (como, por lo demás, lo exige la naturaleza y la finalidad de este Diccionario), no sin indicar previamente, casi a título introductorio, las numerosas alusiones al tema mariano que se encuentran en los otros documentos conciliares.

Efectivamente, aunque el Vat II centró su atención y derrochó sus energías, en lo que se refiere a la doctrina y al culto de María, en el c. VIII de la LG, no se olvidó de hacer referencias sintomáticas a María en los demás documentos. Es significativa la indicación mariana que contiene la constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium: en la celebración anual de los misterios de Cristo la iglesia venera con amor a María, la madre de Dios, unida indisolublemente a la obra salvífica del Hijo; admira y exalta al fruto más excelso de la redención; contempla, como en una imagen purísima, lo que ella desea y espera ser (SC 103). También en los diversos decretos dirigidos a la renovación de la iglesia, a través de la acción de sus miembros más calificados, no faltan los recuerdos marianos. El decreto Presbyterorum ordinis, sobre el ministerio y la vida de los sacerdotes, presenta a María como ayuda de los sacerdotes en su misión y como modelo en saber captar los tiempos de la voluntad de Dios para la oportunidad de su ministerio (PO 18); el decreto Ad gentes, sobre la actividad misionera de la iglesia, exhorta a todos sus miembros, pastores y fieles, a acudir a la intercesión de la reina de los apóstoles, para que los paganos acepten cuanto antes la verdad del evangelio (A G 42); en el decreto Optatam totius, sobre la formación sacerdotal, los seminaristas se ven exhortados a amar y a venerar con confianza a María, que fue dada como madre al discípulo por Jesús al morir en la cruz (0T 8); en el decreto Perfectae caritatis, para la renovación de la vida religiosa, se presenta a María como modelo de todos los religiosos que, a la luz de su ejemplo y por su intercesión, progresarán en el camino de la perfección y darán frutos abundantes de salvación (PC 25).

Sin embargo, el documento conciliar que contiene de forma más orgánica la doctrina teológica y pastoral en torno a María, sigue siendo sin duda el c. VIII de la constitución sobre la iglesia. Para que el lector pueda hacerse una idea concreta y completa de esta doctrina y del documento que la contiene, ofreceremos una breve reseña histórica (1) y una presentación sintética de la estructura (11) y del método (III) del mismo; vendrá a continuación una exposición adecuada de la doctrina que contiene (IV) y su valoración teológica y pastoral (V).

I. Historia del documento mariano

Para ambientar y comprender adecuadamente nuestro texto en su momento histórico y en su alcance doctrinal, es necesario tener presentes algunos elementos. Primero: el valor histórico de la definición dogmática de la asunción de María, proclamada por Pío XII en 1950. Con ella concluye el camino recorrido en el último siglo por los estudios teológicos en torno a María --que abarcan el privilegio de la inmaculada concepción, la doble misión de María: mediación universal de todas las gracias y cooperación en la redención realizada por Cristo, y finalmente el privilegio de la asunción , por las intervenciones cada vez más frecuentes del magisterio pontificio y por la extensión cada vez más viva y sentida del culto mariano tanto litúrgico como devocional. Segundo: la formulación cada vez más orgánica y profunda de los tratados de >mariología, planteados en la línea de los demás tratados teológicos, en los que se considera el misterio de la Virgen casi exclusivamente en la relación que ella tiene con el Cristo mediador, salvador y redentor. Tercero: en 1958 se determina la que será llamada más tarde cuestión mariana, que dividirá a los teólogos en dos direcciones diversas: la cristotípica y la eclesiotípica. En el Congreso mariológico-mariano internacional que se celebró aquel mismo año en Lourdes, al lado de la mariología tradicional, planteada sobre la relación de María con Cristo, aparece la nueva orientación, que profundiza en la relación de María con la iglesia. Desde aquel congreso en adelante los mariólogos se van alineando cada vez con mayor claridad en una o en otra perspectiva, determinando así precisamente esa cuestión mariana. Mientras la reflexión mariológica se ve dividida de este modo, Juan XXIII convoca el concilio Vat II, invitando a toda la cristiandad a hacer llegar a la Santa Sede indicaciones concretas que puedan constituir otros tantos temas de discusión y de clarificación en el concilio. El itinerario cronológico del c. VIII y de la LG constituye un simple elemento de curiosidad histórica: el conocimiento de su tortuoso camino, antes de la aprobación final, permite comprender el porqué de su colocación en el documento más amplio sobre la iglesia, como capítulo final del mismo, la articulación de su estructura y el alcance de sus contenidos doctrinales.

1. LAS FASES ANTEPREPARATORIAS Y PREPARATORIA DEL CONCILIO (junio 1959-octubre 1962). Entre las muchas peticiones llegadas a la Santa Sede sobre las cuestiones que debieran tratarse en el concilio, unas 600 solicitaban un tratado adecuado sobre la bienaventurada virgen María. No faltaban propios y verdaderos esquemas de constituciones dogmáticas y peticiones de definiciones solemnes. Unas 300 peticiones de obispos, universidades y facultades teológicas, teólogos y órdenes religiosas solicitaban particularmente la definición solemne de la mediación de María para todas las gracias, mientras que otras muchas peticiones postulaban una profundización y una exposición más crítica de la doctrina y del culto relativos a María. Al repasar hoy aquellos documentos se nota claramente la presencia de las dos diversas corrientes mariológicas ya mencionadas (la cristotípica y la eclesiotípica), que determinarían más tarde contrastes y debates entre los padres conciliares, tanto en la elaboración de la doctrina como en la colocación de la misma (dentro del documento sobre la iglesia o en otro sitio). En la fase preparatoria, que va de noviembre de 1960 a octubre de 1962, el tema mariano fue inserto por la comisión teológica preparatoria, presidida por el card. A. Ottaviani, en el último número de las Quaestiones particulares. Cuando se constituyeron las subcomisiones, en las que entraban también peritos teólogos, la subcomisión competente insertó el tema mariano como un capítulo del tema más amplio relativo a la iglesia: el volumen llevaba el título De ecclesia et de beata virgine Maria. En 1961 el esquema mariano situado en aquel lugar sufrió cinco redacciones, viendo cómo se modificaba su título en cada ocasión, aunque conservando siempre la indicación de la doble relación de María con Cristo y con la iglesia. Pero en marzo de 1962 la comisión teológica decidió hacer el texto autónomo del esquema De ecclesia, lo modificó adecuadamente y lo publicó; subdividido en seis párrafos, fue enviado a los padres conciliares separadamente del esquema sobre la iglesia.

2. PRIMERA SESIÓN DEI CONCILlo (oct.-dic. 1962). En esta sesión el cardenal Ottaviani pidió que el esquema sobre la virgen María, ya dispuesto, fuera examinado y aprobado en primer lugar y separado del esquema sobre la iglesia, de forma que pudiera proclamarse al final de la primera sesión con ocasión de la fiesta de la Inmaculada Concepción. Esta propuesta no fue aceptada por el consejo de la presidencia, y los trabajos comenzaron con el examen de los textos relativos a la iglesiay a la unidad de las iglesias. Al final de la sesión los padres conciliares fueron invitados a enviar sus observaciones sobre el esquema mariano y a pronunciarse sobre la inclusión o no del mismo en el documento sobre la iglesia. En abril de 1963 el papa Juan XXIII, sin modificar el texto, cambió el título del esquema mariano de la manera siguiente: De beata Maria Virgine, matre Ecclesiae, y autorizó el envío a los padres del fascículo relativo. En el intervalo que precedió a la segunda sesión del concilio, los miembros del mismo hicieron llegar a la comisión sus primeras observaciones sobre el texto y sobre su colocación.

3. SEGUNDA SESIÓN (29 sept.-4 dic. 1963). En esta sesión se puso de relieve netamente la división clara de los padres en dos corrientes: unos, apoyándose en el hecho de que la temática fundamental del concilio estaba constituida por la doctrina sobre la iglesia, pedían que el esquema mariano formara parte del esquema sobre la misma, bien sea por la relación lógica y doctrinal entre los dos temas, bien porque éste era el postulado de la reflexión mariológica más reciente, sin querer con ello disminuir ni la dignidad ni la singular preeminencia de María en el cuerpo místico de Cristo; los otros querían conservar separado y distinto el esquema mariano, debido a la unicidad y singularidad del misterio de María, incluso en relación con la iglesia, ya que solamente María es madre de Dios, inmaculada, siempre virgen y asunta al cielo, y como tal está en la cumbre de la comunión con Cristo. El 29 de octubre se llegó a la votación. De 2.193 votantes, 1.114 votaron por la unificación de los dos esquemas y 1.074 por lo contrario. Con 40 votos de diferencia, que superaban solamente en 17 a la mayoría absoluta requerida (= 1.097), fue aprobada la petición de incluir el esquema mariano en el De ecclesia. Esta opción llevó consigo la renovación de la comisión doctrinal, llamada a examinar, a renovar y a hacer el esquema mariano idóneo para quedar incluido en el De ecclesia como un capítulo integrante del mismo. Así pues, se eligieron cinco nuevos miembros y mons. G. Philips fue elegido secretario adjunto. El trabajo de la refundición del esquema fue confiado a una subcomisión compuesta por los cardenales Santos y Kónig y por los obispos Théas y Doumith, con la ayuda de dos peritos exponentes de las dos sentencias opuestas, el padre Balié y mons. Philips. El 4 de diciembre de 1963 Pablo VI, que había sucedido a Juan XXIII, en el discurso de clausura de la segunda sesión indicó tres orientaciones para que la cuestión mariana se resolviera con una aprobación universal de los padres conciliares y superase, por consiguiente, el momento crítico que se había originado con la votación tan equilibrada: a) integrar la doctrina mariana en el esquema De ecclesia; h) enunciar claramente la singularidad y la eminencia de María en la iglesia; c) determinar la misión de María en relación con Cristo y con la iglesia. Expresó luego su deseo de que María fuera invocada como "madre de la iglesia". En la intercesión entre 1963 y 1964 los dos peritos elaboraron un nuevo texto, que fue perfeccionado en cinco redacciones sucesivas. El último proyecto, corregido por la subcomisión y aprobado por la comisión doctrinal, en marzo de 1964 fue incluido definitivamente en el esquema sobre la iglesia y en verano fue enviado globalmente a los padres conciliares. Las dos últimas redacciones, impresas una al lado de la otra, llevan el título que luego pasó a ser definitivo del c. VIII de LG: De beata Maria virgine Deipara in mysterio Christi et Ecclesiae.

4. TERCERA SESIÓN (16 sept.-21 nov. 1964). En esta sesión la comisión doctrinal presentó la redacción definitiva del c. VIII para el examen, la discusión, las observaciones de la asamblea conciliar y para su aprobación definitiva. Las intervenciones orales y las observaciones escritas que llegaron a la comisión examinadora fueron numerosas y calificadas. A lo largo de la 112ª congregación general del 29 de octubre de 1964, el relator del documento, mons. Roy, presentó el texto definitivo, con las enmiendas aportadas por la comisión a partir de las intervenciones y de las observaciones por escrito, para la aprobación final, expresando la esperanza de un sufragio unánime. En la primera votación, de 2.091 votantes, hubo 1.559 votos positivos, 10 negativos, uno nulo y 521 que pedían alguna nueva enmienda. Estas enmiendas fueron examinadas por una comisión compuesta por mons. Roy, mons. Philips y el p. Balié, y luego valoradas por la comisión doctrinal. El 19 de noviembre fue la segunda votación: de 2.120 votantes, 2.096 fueron favorables, 23 contrarios y hubo un voto nulo. El 20 de noviembre tuvo lugar la votación definitiva de todo el esquema De ecclesia, con el siguiente resultado: 2.145 votantes, con 2.134 votos positivos, 10 negativos, uno nulo. El 21 de noviembre de 1964, el papa Pablo V I promulgó la constitución dogmática LG, y en el discurso final de la sesión proclamó a María madre de la iglesia. Este título que, como veremos, no está presente en la doctrina del c. VIII, debe considerarse como acto del Vat II en cuanto que el discurso del papa, aunque no forma parte del c. VIII, debe ser conceptuado, sin embargo, como un acto del concilio.

II. Estructura del c. VIII

El c. VIII de la LG, dedicado a la virgen María, es también el capítulo final de la constitución dogmática sobre la iglesia, en cuanto que el misterio de María, además de considerarse en relación con el Cristo salvador, se lo ve también en relación con la iglesia. Sin embargo, respecto a los otros siete capítulos de la LG, podría tomársele, tanto doctrinal como estructuralmente, como un documento autónomo, completo y coordinado en partes independientes específicas y significativas. Ya hemos visto que el documento mariano esel resultado de un compromiso entre las dos posiciones opuestas dentro del concilio y que una comisión especialmente destinada para ello elaboró fatigosamente su texto, que fue sometido luego a una votación específica. Por consiguiente, no nos queda más que examinar su estructura para que se vea confirmada nuestra opinión personal.

El título que lo especifica: La santísima virgen María, madre de Dios. en el misterio de Cristo y de la iglesia, es ya sumamente significativo por lo que se refiere a su estructura, ya que el tema central está constituido por María, y solamente en la segunda parte se relaciona con el misterio de la iglesia, que es la temática fundamental de los otros siete capítulos. Todo el c. VIII se desarrolla en 18 puntos, que, siguiendo la numeración progresiva de los demás capítulos, van del 52 al 69. Se compone de un proemio propio, de dos partes fundamentales y de una conclusión. El proemio, contenido en los tres primeros números (52-54), después de una solemne introducción, recoge en unas rápidas indicaciones los temas marianos fundamentales que el concilio intenta tratar y expone con claridad los objetivos que se propone alcanzar con todo el capítulo: ilustrar atentamente la misión de María en el misterio del Verbo encarnado y redentor y de su iglesia, sacramento de salvación, e indicar los deberes de la iglesia para con María, sin pretender agotar con ello toda la doctrina mariana ni dirimir las cuestiones doctrinales que todavía disputan los teólogos. La primera parte, que se desarrolla a la luz de la Escritura en el AT y en el NT, tal como es leída en la iglesia, lleva por título: Función de la santísima Virgen en la economía de la salvación. En cinco puntos (55-59) se presenta la unión progresiva y perfecta de María, sierva del Señor, madre del Salvador y socia del Redentor, con Jesucristo, a lo largo de la historia de la salvación que éste llevó a cabo. Es ésta la parte que presenta un aparato crítico de notas, con referencias bíblicas y patrísticas, realmente demostrativas. Con ella el documento resume y perfecciona las más recientes adquisiciones mariológicas sobre las relaciones entre Cristo y María. En la segunda parte, que lleva por título La santísima Virgen y la iglesia, se recogen las indicaciones doctrinales de los padres antiguos y de los doctores medievales, así como las instancias eclesiológicas del misterio de María sostenidas, en los últimos años que precedieron al concilio, por un buen número de mariólogos. La doctrina se expone en nueve números (60-68) y se articula en dos aspectos. En el primero, más estrictamente teológico, se presenta la relación que vincula a María con la iglesia y se desarrollan los temas de la función maternal de María para con la iglesia, de la tipología de María para la maternidad virginal de la iglesia, de su ejemplaridad para la iglesia histórica y de la significación mariana para la iglesia escatológica; en el segundo, más estrictamente litúrgico y pastoral, se presentan las normas generales para la renovación y la comprensión del culto litúrgico y devocional que la iglesia y los fieles deben a María, así como algunas indicaciones muy claras para que se eviten actitudes equivocadas o peligrosas en el anuncio y en la predicación en torno a la Virgen. Esta segunda parte es la más decididamente nueva del capítulo, pero también una parte que no se desarrolla por completo desde el punto de vista teológico y que queda menos acompañada de notas convincentes en el aspecto metodológico. En el último número del documento (69) se encuentra la conclusión: este número, además de cerrar el capítulo, concluye también toda la constitución sobre la iglesia, ya que la doctrina que en él se expone tiene una amplia perspectiva teológica y reúne en una síntesis admirable el misterio de María y el de la iglesia.

De estas breves líneas sobre su estructura resulta fácil comprender por qué este capítulo se colocó al final de la constitución sobre la iglesia. Efectivamente, si por una parte, la segunda, se relaciona con el misterio de la iglesia, por la primera desborda de una estricta exposición eclesiológica. Por consiguiente, el concilio intentó acertadamente dar a este capítulo no sólo una conexión y un valor conclusivo de toda la constitución, sino también un carácter de plenitud y de organicidad capaz de conferirle un aspecto de documento que pudiera tener su propia autonomía.

III. Metodología del documento

Los elementos fundamentales de la metodología utilizada por el concilio en la elaboración y en la presentación del c. VIII, como los criterios doctrinales que guiaron su formulación, no difieren de los utilizados en la composición de todos los demás documentos del Vat II. Son los siguientes: el criterio bíblico, antropológico, ecuménico y pastoral. Otro tanto hay que decir de la perspectiva teológica en la que se lee todo el misterio cristiano, incluido el de la iglesia y el de María; es decir, la perspectiva de la historia de la salvación, que se centra en el único misterio de Cristo y de su iglesia (como dijimos, el concilio quiere ilustrar la función de María en el misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo místico). Sin embargo, esta perspectiva, aplicada a María, permite al concilio descubrir dimensiones y significados que abren pistas nuevas a la investigación mariológica. En la presentación de las características metodológicas fundamentales que informan nuestro documento nos limitaremos a dos puntos esenciales.

1. LOS CRITERIOS TEOLÓGICOS DE INTERPRETACIÓN. Al repasar las Acta Synodalia del Vat II relativas a nuestro texto, destacan cuatro preocupaciones de base que constituyen los criterios teológicos que han guiado al concilio en la elaboración de toda su doctrina en general y de la mariana en especial.

a) El criterio bíblico. La fidelidad a la Escritura, tal como es leída e interpretada por la iglesia, así como a la luz de los padres y doctores, es el criterio fundamental que ha guiado al concilio en la formulación de su doctrina mariana. Este criterio no solamente es enunciado, sino que es seguido paso a paso en la exposición del misterio de María (LG 55-59) con referencias bíblicas concretas en el texto o en las notas. Cuando presenta la revelación de la figura del Salvador en la historia y la manifestación, primero oscura y luego cada vez más clara, de su I madre, I hija de Sión y l sierva del Señor, así como la constitución gradual de su iglesia, el concilio se atiene con toda fidelidad a las indicaciones más seguras y más claras que emanan del A y del NT. Al describir la figura, la misión y el significado de María en la historia de la salvación, no asienta su exposición en interpretaciones exegéticas arbitrarias de algún que otro texto bíblico aislado para probar a priori unas formulaciones de fe, o en una colección de lugares bíblicos para construir especulativamente un tratado de mariología, sino que se atiene a una relectura global y ordenada de toda la Escritura, desde el A hasta el NT, utilizando los criterios hermenéuticos más seguros que ofrecen la exégesis patrística y los estudios actuales. Más que a la virgen María del dogma o de la teología sistemática, nuestro texto se atiene en su exposición a la María bíblica.

b) El criterio antropológico. En la reflexión teológica contemporánea este criterio subraya el valor de la persona humana en la actuación de la historia de la salvación y frente a la voluntad de Dios y hace considerar al hombre no como simple objeto de salvación por parte de Dios, sino además como sujeto que, dentro de sus límites creaturales, coopera con él. Aplicado a María, con el apoyo en los textos bíblicos de Lucas, Mateo y Juan, este criterio ha permitido poner más en evidencia tanto los valores personales expresados por la Virgen en su vida histórica como la riqueza de su experiencia cristiana, el testimonio de su fe vivida en la oscuridad de los acontecimientos y del dolor, de su obediencia a la voluntad del Señor y de su esperanza y caridad, y finalmente la generosa cooperación, libre, consciente y responsable, expresada como servicio a la persona y a la obra de su Hijo. Más que el privilegio y la singularidad de María —elementos que acentuaba sobre todo la mariología preconciliar—, el concilio se empeñó en subrayar el elemento humano, propio de su condición creatural, que la convierte en modelo de todas las criaturas y en expresión de cooperación humana al plan de Dios y a la obra del Salvador. Este criterio antropológico, aplicado con equilibrio, consiente una presentación más real y aceptable de la personalidad femenina y religiosa de la sierva del Señor, la hace experimentar como miembro, expresión eminente, figura y modelo de la iglesia histórica e imagen perfecta de la escatológica.

c) El criterio ecuménico. Entre las mayores preocupaciones del concilio estuvo no solamente la de renovar el rostro de la iglesia católica frente a sus fieles, sino también la de abrir un diálogo verdadero y adecuado con el mundo de los hermanos separados. Esta preocupación, presente en la elaboración de todos los documentos conciliares, tuvo un especial relieve en la redacción del c. VIII de la LG. El problema mariano constituía y sigue constituyendo todavía un punto de divergencia entre las diversas confesiones cristianas, y los padres conciliares tenían una exacta conciencia de ello. La exigencia ecuménica de apartar todo posible obstáculo que pusiera trabas a la unidad de las iglesias hizo aplicar con rigor el criterio ecuménico en la elaboración de la doctrina sobre María. La doctrina mariana católica, que había tenido un gran desarrollo en el último medio siglo, había asumido bajo algunos aspectos un tono triunfalista y se había revestido, por obra de algunos autores, de algunas exageraciones y conclusiones gratuitas. El concilio, ateniéndose esencialmente a las indicaciones de la Escritura, tal como es leída en la iglesia y a través de una exégesis fiel y severa, relee y purifica la presentación de todo el misterio de María, de manera que la madre de Dios y de los hombres constituya, no ya un punto de división, sino de convergencia y de unidad de todos los hermanos de Cristo. El fruto de este análisis, guiado por el criterio ecuménico, llevó a una verdadera renovación tanto en el campo doctrinal como pastoral. El análisis de la revelación se hizo sin exageraciones, sectarismos ni motivaciones viscerales, sino con serenidad, equilibrio y caridad, y valorando objetivamente incluso las diferentes interpretaciones que proponían los hermanos separados. La aplicación constante deeste criterio permitió a nuestro texto proponernos una doctrina mariana privada tanto de exageraciones triunfalistas como de complejos de culpabilidad, más fiel y más atenta a los textos bíblicos y más idónea para establecer una eficaz confrontación con la que formulaban nuestros hermanos separados [>Reforma].

d) El criterio pastoral. Sabido es que la finalidad explícita de todo el concilio fue la de ser esencialmente un concilio pastoral. Por consiguiente, es lógico que también en la formulación de la doctrina mariana no pretendiese dar ningún dogma nuevo, sino exponer una doctrina más eficazmente pastoral, sobre todo en la medida en que lo postulaba una exigencia concreta de reforma y de renovación especialmente en el campo devocional. Pero hablar de una teología mariana pastoral no quiere decir hablar de una mariología de segunda clase o inferior a la especulativa y sistemática que se había desarrollado antes del concilio; quiere decir simplemente una teología más existencial y más accesible a todo el pueblo de Dios, una teología más eficaz para una plena experiencia religiosa. A María no se la presenta en la LG como un problema abstracto y conceptualista, sino como una persona a la que hay que comprender, amar, venerar e imitar. Su misterio se describe dentro de las líneas bíblicas de la historia de la salvación; se dibuja en la concreción de su persona y de su misión dentro del ámbito de todos los acontecimientos salvíficos de la historia; se propone como término de imitación y de culto para toda la iglesia. Se expresa con claridad que el concilio no intenta proponer un tratado de mariología, especulativo y sistemático, ni dirimir cuestiones teológicas que todavía están en discusión entre los estudiosos, sino ofrecer una doctrina cierta yesencial, comprensible para toda la iglesia (LG 54). El criterio pastoral, basado esencialmente en el dato bíblico y en la sensibilidad religiosa del hombre contemporáneo, ha permitido a nuestro documento presentarnos una doctrina mariana más concreta y accesible a las masas, más espiritual y eficaz para la renovación de la iglesia, incluso en el terreno cultural.

2. LA PERSPECTIVA DEL PLANTEAMIENTO. Otro elemento significativo de la metodología doctrinal del Vat II sobre el misterio de María es la nueva perspectiva teológica en la que ha sido planteado y descrito. Ya por el mismo título, así como por la división estructural de las dos partes de este capítulo de la LG, como hemos visto, aparece muy clara esta nueva perspectiva, pero todavía se pone más de manifiesto por los contenidos doctrinales del documento. Puesto que en el próximo párrafo desarrollaremos estos contenidos, aquí nos limitaremos a señalar sus títulos y presentaremos la perspectiva en sus indicaciones esenciales. La persona, la misión y los privilegios de María, así como el culto que se le tributa, no son considerados en sí mismos o en relación con su dignidad de madre de Dios, sino que todo ello se desarrolla y se precisa dentro del cuadro más amplio de la historia de la salvación. La verdadera perspectiva teológica nueva es precisamente la de la salvación; abarca la libre voluntad salvífica de Dios, la opción primordial de su Hijo de salvar al mundo, la constitución de la iglesia como sacramento de la salvación que continúa en la historia la obra de Cristo salvador, la cooperación de María, eminente y singular entre todas las de las demás criaturas, dentro de este único misterio salvífico.

Aunque único, en este misterio son dos los protagonistas principales: Cristo salvador y la iglesia, sacramento de salvación. Por eso el concilio, al considerar a María en la historia de la salvación, la considera en su relación tan estrecha con Cristo y en su relación con la iglesia, en cuanto que los dos, al constituir un único misterio, representan los verdaderos protagonistas de la salvación. En relación con el Salvador, el concilio desarrolla la divina maternidad salvífica de María, su eminente y singular asociación a la obra redentora, su disponibilidad de esclava del Señor a la persona y a la obra de Cristo, como elementos de unión y de conformidad, progresivas y perfectas, de María con el Hijo de Dios. En relación con la iglesia, el documento considera a la virgen María como su miembro eminente y perfecto, con el que la misma iglesia tuvo su comienzo histórico, dado que María fue llamada por Dios para desarrollar, en ella y por ella, una función materna ininterrumpida hasta el día del Señor; como modelo para la iglesia de virtud, de servicio y de evangelización apostólica; como inicio e imagen de su futura realidad escatológica. Por todos estos motivos es por lo que la iglesia la ha venerado, amado e invocado desde siempre y por lo que le presta un culto litúrgico y devocional. Dentro de esta perspectiva doctrinal nueva es donde la persona, la misión, los privilegios y el culto mariano adquieren su significado, su dimensión, su verdadera finalidad y encuentran su relieve teológico e histórico más completo. A pesar de que nuestro texto no tuvo la intención de ofrecernos un tratado de mariología, lo cierto es que con estos criterios de interpretación y con esta perspectiva teológica ofrece a los futuros estudios en torno a María unos elementos de metodología preciosos e insustituibles.

IV. Síntesis doctrinal

Podemos a continuación sintetizar la doctrina mariana expuesta en nuestro documento según la división del mismo.

1. MARÍA Y CRISTO. Al exponer los diversos elementos en los que se basan las relaciones entre María y Cristo, el c. VIII de la LG, recogiendo las adquisiciones teológicas tradicionales en una síntesis magistral, no se detiene tanto en el aspecto biológico-genético de la divina maternidad como en el aspecto histórico-salvífico constituido por esta su misión fundamental. La preocupación del concilio es la de presentar la unión constante y perfecta de la madre con el Salvador en todo el período de la vida y de la obra salvífica del Hijo de Dios. A la hora de ilustrar esta unión progresiva y gradual, que va desde la anunciación hasta la asunción a los cielos de María, el documento subraya tres temas que la expresan en toda su plenitud.

a) Madre del Salvador. María, madre del Señor, no es únicamente la madre que, por virtud del Espíritu Santo, concibe y da a luz al Verbo de Dios hecho hombre, virginalmente, sino que es también la madre del Salvador en cuanto tal, al que presta una constante cooperación maternal, en una unión y en un proceso de conformación cada vez más perfecto, a lo largo de toda la historia y de la obra de salvación que él realizó. En relación con la divina maternidad virginal, el concilio recoge la interpretación de Mateo, que aplica a María la profecía de Isaías sobre la Virgen que concibe y da a luz al Emmanuel y vuelve a proponer las conclusiones de fe que ya se habían afirmado en los concilios Constantinopolitano 1, de Efeso y de Calcedonia. La virginidad no es entendida como un simple atributo moral exigido por la dignidad del Hijo que nace o de la madre que lo engendra, sino como signo emblemático de la realización de los tiempos mesiánicos; sirve para significar la total pobreza humana que pone de manifiesto la omnipotencia de la intervención del Espíritu Santo en el nacimiento entre los hombres del Hijo de Dios e indica la total consagración de la madre al Hijo, tanto en la concepción y en el parto como en toda la duración de su vida y de su obra. En relación con la maternidad salvífica, María es presentada como la hija excelsa de Sión, según las indicaciones de Lucas, que ve en ella el cumplimiento de las profecías de Sofonías y de Joel. Con ella se cumplen los tiempos de la espera y de la antigua alianza, se establece la nueva economía salvífica.y tiene comienzo la iglesia de la nueva alianza. Ella destaca del resto de Israel, constituido por los humildes y por los pobres que aguardan con confianza la salvación del Señor. Ella es el arca viviente que lleva dentro de sí al autor mismo de la alianza, lo engendra, lo presenta a los pastores y a los magos, lo ofrece al Padre en el templo, le alimenta y le educa, le sigue y medita sus palabras durante la vida pública, le asiste en su muerte y finalmente impetra la bajada del Espíritu sobre la iglesia naciente y se conforma a él en la gloria el día de su asunción. Por consiguiente, la maternidad virginal no indica simplemente una relación genética entre María y el Hijo de Dios encarnado, sino también y sobre todo una relación continuada y de cooperación entre una criatura y el Salvador del mundo en su obra salvífica [>Virgen].

b) Socia del Redentor. A la luz de los pasajes evangélicos y de la doctrina de los padres más antiguos (san Ireneo), el c. VIII de la LG no limitalas relaciones entre Cristo y María a las que surgen del parentesco; María es también mujer, persona humana, expresión de un pueblo escogido por Dios para colaborar en la redención de todo el género humano, miembro primero y el más cualificado de la iglesia de Cristo. Como persona humana e histórica, también ella tuvo necesidad de ser redimida de aquel pecado de origen en el que incurren todas las generaciones humanas descendientes de Adán. Pero ella es la primera redimida, de manera singular, en previsión de los méritos de Cristo, ya en el primer instante de su propia concepción, para poder desarrollar, libre del pecado, no solamente la misión de madre, sino también su función de asociada al único Redentor. En esta función, María sirvió y cooperó durante toda su vida con fe, obediencia, dolor, esperanza y amor, en la obra de Cristo redentor y al lado suyo. Esta actitud, libre y responsablemente asumida e interpretada, expresa todo el valor de una cooperación humana que no añade ni quita nada a la eficacia de la obra del único redentor, Jesús. Efectivamente, con su amor coopera para que nazcan los hijos de Dios en la iglesia; con su fe y su obediencia a la voluntad de Dios y con el servicio a la obra del Redentor coopera para que sean redimidos los hombres; con su dolor consiente y se asocia al sacrificio del Hijo por la salvación de la humanidad. Por eso María tiene que ser considerada como verdadera socia del Redentor, como la primera que ofreció de la manera más perfecta la respuesta humana al plan redentor de Dios llevado a cabo por Jesucristo. En cuanto tal, es como la I nueva Eva que está al lado del nuevo Adán en su obra de salvar del pecado al hombre. Por esta aportación de su cooperación humana -y por tanto relativa— a la obra del Redentor, la teología preconciliar prefería dar a María el título de corredentora; pero el concilio, para evitar todo posible equívoco y cualquier posible engaño en el terreno pastoral y en el ecuménico, prefirió llamar a María la socia generosa del Redentor[>Mediadora].

c) Sierva del Señor. Aunque presenta la misión de María al lado del Salvador y Redentor como don y gracia de Dios, nuestro texto, más que detenerse con un tono triunfalista en la dignidad y grandeza que se derivan de esta misión para María, ha preferido exponer la espiritualidad con que la vivió, concediendo amplio espacio al tema de la l sierva del Señor, como prefirió definirse la misma virgen María, tanto en su respuesta al ángel como en el cántico del I Magnificar. Este título encierra, tanto para el concilio como para María, aquellos contenidos psicológicos y religiosos inherentes a la actitud de consagración vital y de servicio, expresados por los siervos de Yavé al Señor en el AT. María, a pesar de haber sido llamada y santificada gratuitamente por Dios, lo mismo que los antiguos patriarcas, no fue nunca una persona pasiva en sus manos. Respondió a su vocación con un consentimiento libre y consciente, acogiendo en su corazón y en su cuerpo al Verbo de Dios, comprometiéndose responsablemente en el servicio de Cristo y de su obra, sirviendo con todas sus capacidades bajo él y con él. Vivió su propia misión de madre del Salvador y de socia del Redentor en la espiritualidad de una verdadera sierva del Señor. Por consiguiente, caminó y progresó, como todas las criaturas, en la oscuridad de la fe, en el calor del amor, en la espera y en el aliento de la esperanza, asumiendo siempre en los acontecimientos de su propia vida y de la obra de salvación una actitud obediente a la voluntad de Dios. En esta espiritualidad de la esclava del Señor radica toda la grandeza humana, moral y religiosa de su maternidad divina y de su cooperación a la obra redentora de Jesucristo.

2. MARÍA Y LA IGLESIA. La persona de María y su misión, de la misma manera que están estrechamente unidas a Cristo, también están íntimamente vinculadas a la iglesia. María constituye el miembro inicial y ya perfecto de la misma y su misterio resulta incomprensible cuando se le considera fuera y aislado de la >iglesia. Efectivamente, con María, la excelsa hija de Sión, se cierran los tiempos de la espera de la iglesia judía y se abren los de la economía salvífica de la iglesia de Cristo. Igualmente María está llamada, según el concilio, a desarrollar una función significativa en la vida y en la misión de la iglesia histórica y para el cumplimiento de la iglesia escatológica. He aquí los diversos aspectos de esta función de María, tal como los desarrolla nuestro documento.

a) Función maternal para con la iglesia. A pesar de que María es un miembro de la iglesia, desempeñó una función maternal en la constitución de la misma, función que sigue desempeñando en el tiempo histórico hasta el último día. Efectivamente, habiendo cooperado María durante la vida de Cristo a su obra de salvación a fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas, esto es, habiendo cooperado con amor al nacimiento de los fieles en la iglesia, es directa y verdaderamente madre de los miembros de Cristo. Pero esta función maternal no puede limitarse únicamente al tiempo de la vida histórica de Cristo, sino que continúa desarrollándose desde el cielo, todavía hoy, hasta la perpetua coronación de todos los elegidos, bien sea a través de una múltiple intercesión para obtener a los hombres la gracia de la salvación eterna, bien a través de un solícito cuidado maternal de los hombres que todavía siguen peregrinando en las vicisitudes y en los peligros de la vida, o bien a través de la oración para obtener la unión en la única iglesia de las diversas confesiones cristianas que siguen divididas. Pero aun afirmando expresamente esta función maternal de María en la iglesia y para la iglesia, el concilio evitó deliberadamente proclamarla con los títulos de mediadora y de madre de la iglesia, que comúnmente le atribuye la reflexión teológica, a fin de no crear equívocos en torno a su exacto significado. Y para que no nacieran falsas interpretaciones en torno a esta función maternal, precisó su significado específico: puesto que Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres y ninguna criatura se le puede comparar en esta dignidad, cualquier cooperación humana tiene que entenderse como participada y suscitada por esa única fuente que es la mediación de Cristo. La función maternal de María, entendida como la más perfecta cooperación humana, no disminuye ni oscurece en lo más mínimo la única mediación de Cristo, sino que demuestra su eficacia y tiene que entenderse de manera que no quite ni añada nada a la dignidad y eficacia del único Mediador. Cualquier influencia que la Virgen pueda ejercer sobre los hombres nace del beneplácito de Dios y no de una necesidad: brota de los méritos de Cristo, se basa en su mediación, depende de él y está subordinada a él. Por consiguiente, en cuanto tal, esta función maternal no debe entenderse como acción intermedia necesaria entre Cristo y los creyentes y no impide la unión directa de estos últimos con él; ha de entenderse, por el contrario, en el sentido de que promueve y facilita esta unión. En este documento el concilio, a pesar de llamar a María madre amantísima, madre de los hombres, madre de los fieles, madre de la gracia, evitó designarla como madre de la iglesia, para que no se pensara que María había engendrado de algún modo a la iglesia, o sea, que ésta hubiera nacido de ella (LG 60-62).

b) Figura de la maternidad virginal. El misterio de la maternidad virginal es un misterio fundamental que aúna en la vocación y en la misión a María y a la iglesia, ya que tanto la una como la otra están llamadas y viven de manera distinta esta maternidad virginal. En este misterio María es la figura (prototipo) de la iglesia, ya que Cristo nace de ella, por obra del Espíritu Santo, para poder seguir naciendo y creciendo en la iglesia. Las dos son templos vivos, sagrarios e instrumentos de manifestación del Espíritu Santo. Las dos engendran virginalmente al mismo Cristo: María llevó en su seno a la Vida y la engendró física y virginalmente, mientras que la iglesia la crea en las aguas bautismales y en el anuncio de la fe y la engendra misteriosamente por obra del Espíritu Santo. En el misterio de la iglesia, que con toda justicia es designada como madre-virgen, María es la primera que de forma eminente y singular vive la maternidad virginal, por lo que representa la figura de la misma iglesia. En esta íntima relación tipológica, María recibe luz de la iglesia, de la que es miembro y prototipo, mientras que la iglesia recibe luz de María, ya que en María se siente perfectamente realizada. Esta misión común y este estrecho vínculo de interdependencia las une de tal manera que las muestra como dos momentos de un único sacramento de salvación (LG 63-64).

c) Modelo de virtud para la iglesia. Íntimamente relacionado con esta tipología está el concepto de ejemplaridad, de la que se reviste María en relación con la iglesia, concepto que se expresa en la LG 65. María, primera discípula de Cristo y perfecta cristiana, interpretó de un modo tan cumplido la propia vocación, que constituye para la iglesia toda el principal >modelo de comportamiento en el terreno religioso y moral; es decir, en el camino de la fe, de la esperanza, de la caridad, de la perfecta obediencia a la voluntad del Señor. Ese camino moral y religioso que la Virgen recorrió ya perfectamente en la breve parábola de su vida en la tierra, es realmente el modelo significativo para el camino histórico de la iglesia, que tiene que ir realizándose cada vez más, en el tiempo, como reino de Dios. La oscuridad de la fe en que María vivió los principales acontecimientos de la salvación, la fidelidad paciente de la esperanza con que atravesó los momentos oscuros y dolorosos de la obra salvífica de su Hijo, la caridad y la obediencia con que abrazó la voluntad de Dios y sirvió a Jesucristo, todo esto representa para el concilio el principal punto de referencia y de imitación para la iglesia histórica. Pero además la virgen María puede ser entendida como modelo de la iglesia bajo otros dos aspectos: su constante empeño por conformar su propia persona a la de Cristo y la manera múltiple de anunciar la manifestación de la economía salvífica del Señor. Pues bien, la iglesia, para realizarse como auténtica familia de Dios tiene que convertirse para la humanidad en una continua cristofanía, conformando su propio rostro al de Cristo, lo mismo que hizo María; y para cumplir con su misión apostólica de maestra y de anunciadora del evangelio, tiene que ser un ejemplo del testimonio que María ofreció en los comienzos de la iglesia.

d) Imagen y comienzo de la iglesia escatológica. Con esta última indicación tipológica el concilio concluye su exposición sobre las relaciones existentes entre María y la iglesia (LG 68). Con su asunción a la gloria de los cielos, María representa el comienzo glorioso de la futura iglesia escatológica y, al haber sido elevada por encima de los ángeles y de los santos, conserva en sí misma el valor de imagen cumplida de lo que habrá de ser la iglesia en la edad futura, por lo que la iglesia siente que ha alcanzado ya en María su última finalidad y su total perfección. Corno tal, María, en la vida de la iglesia histórica que todavía va caminando en medio de peligros y de dificultades, constituye también un signo seguro de esperanza y de aliento por aquella gloria futura que ella misma significa. La >asunción de la Virgen, por consiguiente, además de tener un significado de privilegio para su propia persona, tiene también y sobre todo un significado y una finalidad exquisitamente eclesiales. Es privilegio mariano solamente en cuanto se refiere al tiempo y al modo en que se realizó, es decir, inmediatamente después de su vida en la tierra y sin que María tuviera que experimentar la corrupción de su cuerpo; pero por lo que se refiere a la esencia del acontecimiento salvífico, es decir, la elevación integral del ser humano a la gloria, se trata de un privilegio completamente eclesial, ya que es la iglesia entera la que ha sido llamada, como María, a la gloria final.

3. EL CULTO A MARÍA. La finalidad que se había propuesto el concilio no fue solamente la de profundizar en la doctrina sobre la relación existente entre María y la iglesia, sino también la de precisar de qué manera y con qué >culto cumple la iglesia sus deberes para con María.

Tanto la preocupación ecuménica como la pastoral impulsaban al concilio a formular principios y normas directivas que pudieran precisar los significados y corregir los defectos que se habían ido manifestando en los últimos decenios en torno a ciertas formas y expresiones populares de este culto mariano. Por eso precisamente se incluyeron en el c. VIII de la LG dos números (66-67) en los que volvieron a formularse algunos principios generales de concreción y algunas normas pastorales correctivas sobre el culto mariano. Resumiendo la doctrina del concilio, podemos exponerla en estos tres puntos fundamentales.

a) El fundamento, la naturaleza y la finalidad del culto a María. Por lo que se refiere al fundamento teológico del culto mariano en la iglesia, cuyos vestigios primitivos se encuentran ya en el s. ni (recuérdese la antífona Sub tuum praesidum) [>Oración mariana] y cuyo desarrollo se definió ya con claridad a partir del concilio de Efeso (s. v), está constituido por el triple título que se le concede a la Virgen: de la divina maternidad, de la asociación a los misterios de Cristo y de la excelsa santidad de María. Son éstos los elementos que, vinculando a la Virgen en el plan salvífico de Dios con Cristo y con su iglesia, justifican y postulan un culto especial a su persona. Sin embargo, la misión de madre del Salvador y la forma tan elevada de santidad que alcanzó la esclava del Señor, plasmada por el Espíritu Santo, en el seguimiento de Cristo, constituyen la raíz más antigua y cualificada de la veneración que la iglesia manifiesta tener por María. Sobre la verdadera naturaleza de este culto, el concilio insiste en que de todas formas es esencialmente distinto del culto de adoración que se debe al Padre, al Verbo encarnado y al Espíritu Santo. A pesar de ser un aspecto del culto cristiano y de ocupar un lugar particular respecto al culto de los santos, el culto mariano es esencialmente distinto de la adoración que los hombres le deben a Dios. Efectivamente, María, más allá de los títulos de santidad y de gloria a la que Dios la ha elevado, sigue siendo una criatura que no puede confundirse de ninguna manera con el Creador y Señor. Por lo que se refiere a la finalidad de este culto, nuestro texto subraya que no es fin de sí mismo, sino que está dirigido a promover y a guiar el sentimiento religioso de los hombres para que presten el debido culto de adoración a Jesucristo y a Dios. Las diversas formas de devoción y de veneración hacia la madre de Dios que la iglesia ha aprobado a lo largo de los siglos dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa, deben desarrollarse dentro de una subordinación armónica al culto divino y tienen que gravitar en torno al mismo como ante un fin referencial, de manera que, mientras se honra a la madre, el Hijo sea debidamente conocido, amado y glorificado y sean observados sus mandamientos. Por consiguiente, este culto conserva todo su valor de relatividad y ha de promover y guiar la religiosidad del pueblo cristiano hacia el Señor.

b) Sus características y formas diversas. Son cuatro las características en las que se expresa la devoción a María: el amor, la veneración, la invocación y la imitación. El amor es exigido por su maternidad y por la gran caridad de María hacia los hombres, así como por la amabilidad con la que ella hace partícipe a la iglesia de la misericordia de Dios; la veneración se le debe por su dignidad y su santidad, por su compromiso en el seguimiento de Cristo, por el servicio que prestó en la historia de la salvación durante toda su vida; la invocación se le tributa por aquella confianza que siente la iglesia católica en su actuación maternal solícita en favor de los hombres, tanto en el orden de la gracia como en el orden de las necesidades y de los peligros de cada día; la iglesia reconoce y experimenta en cada momento su maternidad espiritual y por eso la invoca como abogada, mediadora, auxiliadora y perpetuo socorro, sabiendo que cuenta con su ayuda en todas sus necesidades materiales y espirituales; la última característica, la imitación, es indicada por el concilio como la más importante y la más expresiva de una verdadera y auténtica devoción a María; es también la más eficaz, ya que al imitar a María el pueblo cristiano le expresa una devoción libre de todo sentimentalismo alienante y de toda vana credulidad.

Por lo que se refiere a las diversas formas que puede asumir la devoción mariana, el concilio recomienda y promueve fervorosamente, con una viva exhortación, la que se expresa en el mismo culto litúrgico de la iglesia. Efectivamente, en el culto litúrgico oficial, la devoción a María, conservando su relatividad respecto al culto divino, es seguramente auténtica y se ve preservada de toda desviación. Además, esta forma permanece constante y sigue siendo universal para toda la iglesia. Igualmente, el concilio recomienda a los fieles que presten la debida consideración a las prácticas devocionales y a los piadosos ejercicios marianos que ha aprobado el magisterio de la iglesia a lo largo de los siglos, teniendo en cuenta la variedad de lugares y la sensibilidad de los pueblos. Por su misma naturaleza, estos piadosos ejercicios y prácticas de devoción tienen un valor inferior al culto litúrgico mariano según la diferencia de épocas, de lugares y de culturas; pero al haber sido aprobados por la iglesia ofrecen una garantía segura y expresan una sentida y participada devoción, por lo que el concilio los recomienda a la atención de los fieles. Es diferente el tono que se mantiene frente a aquellas formas de devoción popular, espontáneas y libres de todo control del magisterio, que con frecuencia se expresan o bien en un estéril sentimentalismo o bien en una vana credulidad. Frente a estas formas de desviación el documento asume un tono de prohibición y de cambio y exige una reforma eficaz.

c) Normas pastorales correctivas. El c. VIII de la LG no desciende a indicaciones concretas y específicas para la renovación y la reforma del culto mariano. Estas indicaciones serían objeto, con mayor detalle y con las debidas referencias, de la exhortación apostólica de Pablo VI Marialis cultus, que se publicó posteriormente. El concilio se limita a enunciar los principios normativos de carácter general, que parecen más doctrinales que prácticos, más bien exhortativos que directivos. Se exhorta a todos los fieles a promover el culto a la virgen María, especialmente el culto litúrgico, y a apreciar aquellas prácticas y piadosos ejercicios marianos aprobados por el magisterio; a que observen todo lo que ya fue establecido en el pasado sobre el culto a las imágenes, y finalmente a que recuerden que la verdadera devoción procede siempre de una fe auténtica, inspira amor a María y promueve la imitación de sus virtudes. En particular, los teólogos y los predicadores tienen que evitar en todo lo que escriban o digan de María tanto las exageraciones como las reducciones. En la exposición de la doctrina y del culto mariano deben inspirarse en la Escritura, en los santos padres y en las liturgias de la iglesia, y deben evitar, en sus palabras y en sus hechos, inducir a error a los hermanos separados sobre la verdadera doctrina en torno a María tal como la enseña la iglesia.

V. Valoración teológica

En el aspecto dogmático, nuestro texto, a pesar de formar parte integrante y terminal de la Lumen gentium, que es una constitución dogmática, conserva la finalidad general del concilio, y de la constitución especialmente, de no proclamar ningún dogma nuevo ni siquiera en lo que se refiere a María. La calificación de dogmática que se le da a la constitución, y por tanto también a su c. VIII, se debe al hecho de que en ella vuelven a proponerse los dogmas principales de fe definidos ya anteriormente por la iglesia. Por consiguiente, en el c. VIII no encontramos ninguna definición nueva sobre la persona, los privilegios, la misión de María. Sin embargo, al ser un documento emanado por un concilio ecuménico, tiene que considerarse como un acto del magisterio extraordinario y asume como tal un valor universal, doctrinalmente comprometedor para toda la iglesia. En el aspecto teológico, a pesar de ser expresión del magisterio actual, vivo y universal de la iglesia, brota de un debate profundo y de una confrontación nueva con las fuentes de la revelación, realizados ambos por la totalidad del episcopado católico y por una representación cualificada de peritos teólogos, biblistas y liturgistas. Como tal, además de ser testimonio de la doctrina secular de la iglesia, es también fruto de las dimensiones y de las adquisiciones doctrinales más recientes y variadas y comprende la problemática mariológica última y más actual, tanto desde el punto de vista del planteamiento teológico como por los criterios que han guiado su elaboración y por la finalidad pastoral y doctrinal que pretende. Con el c. VIII de la LG se ha intentado dar no ya un tratado orgánico y completo de mariología, ni dirimir cuestiones que disputan todavía los teólogos, sino ofrecer simplemente una síntesis teológica de la doctrina más segura en torno a la virgen María, profundizada a la luz de la revelación, guiada por una sensibilidad cultural y religiosa que responda a los tiempos modernos y releída en la perspectiva de la historia de la salvación, para que la iglesia entera tuviese un cuadro perfecto de todo el misterio de María.

S. Meo