4. LA CIRCUNCISIÓN, EL RESCATE, LA PURIFICACIÓN.

En relación con el recién nacido, María lleva a cabo tres ritos codificados por la ley de Moisés.

 La circuncisión. Como indicaba dicha ley (Lev 12,3), este precepto se cumplió a los ocho días del nacimiento (Lc 2,2 la). Y en aquella circunstancia se le impuso al niño el nombre de Jesús (Lc 2,21b), que ya había indicado el ángel Gabriel (Lc 1,31).

- El rescate. Era una norma que se refería a los primogénitos de los hebreos de sexo masculino. En efecto, todos los primeros hijos varones tenían que ser consagrados al Señor; constituían una especie de diezmo de Dios sobre la prole, para recordar el hecho de que el Señor había hecho morir a los primogénitos egipcios, tanto entre los hombres como entre los animales (Éx 13,1-2.11-12.14-16; Núm 8,16-17). Pero de hecho solamente los levitas seguían estando al servicio del Señor (Lev 8,16-18); los primogénitos de las otras tribus eran rescatados a la edad de un mes, pagando por ellos cinco siclos (Éx 13,13; Núm 18,15-16).

La purificación. Interesaba exclusivamente a la mujer. Si daba a luz un hijo varón, contraía la impureza legal durante cuarenta días, pasados los cuales tenía que presentarse al sacerdote en el santuario para ser declarada limpia mediante un rito expiatorio. Con esta finalidad la madre tenía que ofrecer al sacerdote un cordero de un año para el holocausto y una paloma o una tórtola como sacrificio de expiación. Si no estaba en condiciones de presentar un cordero, podía sustituirlo por un par de tórtolas o de palomas, una para el holocausto y otra para el sacrificio (Lev 12; cf 5,7).

Volviendo ahora al relato de Lucas, señalemos que él recuerda aparte la circuncisión del niño (Lc 2,21), mientras que empareja los dos momentos del rescate y de la purificación (vv. 22-39). Pues bien, a propósito de estas dos últimas costumbres, la narración lucana no parece estar exenta de algunas imprecisiones. Aludiremos a ellas.

Según el tenor literal del v. 22 ("Cuando se cumplieron los días de su [= de ellos] purificación...'), parece como si los dos padres estuvieran sujetos a esta obligación; en realidad, solamente la madre tenía que acudir al santuario para ser purificada (Lev 12,4.6). Además, la ida al templo de Jerusalén por parte de José y de María está motivada más por la presentación del niño que por la purificación de la madre (vv. 2223.27). Más aún, la misma ofrenda del par de tórtolas o de pichones, prevista por la ley de Moisés para la purificación (Lev 12,8), parece estar relacionada sobre todo con la ceremonia del rescate. Y no se alude para nada a los cinco siclos (Núm 18,16) para rescatar al primogénito.

Estas inexactitudes hacen pensar --escribe Brown- en "una extraña mezcla que combina un conocimiento genérico del judaísmo y un desconocimiento de los detalles, indicación de que el autor difícilmente pudo educarse en el judaísmo o en Palestina" (El nacimiento del Mesías... 469). La prudencia aconseja de todas formas no olvidar que en tiempos del NT la actuación práctica de las mencionadas normas mosaicas podía desarrollarse según ciertas modalidades de la tradición viva que nosotros desconocemos. Por motivos de comodidad, por ejemplo, no es improbable que la praxis popular hubiera unido el cumplimiento de los dos deberes, como el rescate y la purificación.

Pero no falta quien propone otra manera de explicar las cosas. La supuesta libertad de Lucas respecto a los textos legislativos del AT podría derivarse más bien del hecho de que se haya inspirado en la historia de Samuel 47. Y como efecto de esta hipotética inspiración obtiene los siguientes paralelismos:

• Elcana y Ana, después de haber conseguido milagrosamente el nacimiento de Samuel, se dirigen al santuario de Silo para destinar al niño, ya destetado, al servicio del Señor (ISam 1,19-28); José y María presentan en el templo al niño Jesús, concebido por obra del Espíritu Santo (Lc 1,35; 2,22-24.27).

• Helí bendijo a Elcana y a Ana cuando comparecieron en el santuario para el sacrificio anual (1 Sam 2,20); Simeón bendice al padre y a la madre de Jesús (Lc 2,34a).

• En Silo algunas mujeres prestaban servicio a la entrada de la tienda de la reunión (lSam 2,22); en Jerusalén, Ana "no abandonaba el templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones" (Lc 2,37).

• Samuel "iba creciendo en estatura y en gracia ante Yavé y ante los hombres" (1 Sam 2,26); "el niño (Jesús) crecía y se fortalecía lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él" (Lc 2,40).

Pero se advierte una considerable divergencia entre los dos relatos. Mientras que Elcana y Ana vuelven a Rama y dejan a Samuel al servicio del santuario (ISam 2,11), José y María vuelven a Nazaret con el niño (Lc 2,39-40).

Otro camino de solución, elaborado sobre todo' por R. Laurentin 48, refiere "su (de ellos) purificación (v. 22), no a María y a José, sino a todo el pueblo de Israel que aguardaba su propia liberación: la que celebraban la profetisa Ana (Lc 2,38) y el sacerdote Zacarías (Lc 1,68).

Hay razones próximas y remotas que orientan hacia esta lectura. Así:

• Se da una especie de inclusión entre el comienzo (v. 22) y el término (v. 38) de la presente perícopa. En el v. 22 se habla de "su (= de ellos) purificación", y en el v. 38 vuelve a aparecer el mismo concepto expresado en la "redención de Jerusalén". Pero Jerusalén representa a todo Israel (el cód. 348 y la versión armenia leen Israel en lugar de Jerusalén).

• En otros lugares los evangelios ambientan la predicación de Jesús "en sus (= de ellos) sinagogas" (Mc 1,39 [cf Lc 4,441; Mt 4,23; 9,35; 10,17; 13,54). En estos pasajes, el posesivo indeterminado sus se refiere a los judíos.

• El tema de la purificación está anunciado también en Mal 3, uno de los textos proféticos en que se inspira Lc 1-2. Decía Mal 3,3: "Se sentará para fundir y purificar la plata, purificará a los hijos de Leví..."

En el espíritu de esta exégesis podrían comprenderse las presuntas inexactitudes o despistes de Lucas. Su interés dominante no es tanto la purificación de María o el rescate del primogénito como la presentación del niño. Con todo derecho Jesús es verdaderamente "el Santo" (v. 23), es decir, el Consagrado a Dios. El es el auténtico nazireo, por el cual -como prescribe la ley antigua, aunque en otro contexto (Núm 6,10)- se ofrece el sacrificio de dos tórtolas o dos palomas. Y también por este motivo Lucas dejaría de hablar de los cinco siclos de plata previstos para el rescate (Núm 18,6).

En un sentido decididamente superior, Jesús realiza lo que Juan llamaría "la purificación de los judíos" (Jn 2,6). Entrando en el templo para ser consagrado a Dios, él purifica al pueblo, del que Jerusalén y el templo son símbolo y compendio ideal. Allí precisamente, en el templo, estrechando al niño en sus brazos, Simeón saluda en él a la salvación de Dios y a la gloria de Israel, su pueblo (vv. 30-32).

CONCLUSIÓN. Como hijo del hombre, perteneciente al pueblo de Israel, Jesús recién nacido cumple las normas de la ley mosaica mediante los oficios paternales y maternales de María y de José. Bajo las apariencias inermes del niño arde la novedad de una salvación invocada y esperada a lo largo de los siglos. De ella dan testimonio: el nombre Jesús señalado por el ángel, (Lc 2,21); los acentos proféticos de Simeón, el vidente del Señor (vv. 25-35); la alabanza y el anuncio de Ana, la profetisa, dedicada por completo al servicio de Dios (vv. 36-38).

Viene luego la inmersión en la oscuridad de Nazaret, en donde crece y cobra vigor el tronco que germinó por la fuerza del Espíritu (Lc 2,3540; 1,35). La gris monotonía de la crónica cotidiana esconde los rayos del sol que vino de lo alto (cf Lc 1,78). "El Señor, que dio a conocer el sol en el cielo, ha dicho que quiere habitar en la nube" (3Re 8,53a, Setenta).

Son los silencios de Dios, que preparan el anuncio innovador de la buena nueva.

A. Serra
DicMa 333-335