III. El leccionario patrístico del oficio de las lecturas

La meditación de la palabra revelada, la reflexión sobre los acontecimientos de la salvación, el esfuerzo de penetración doctrinal, se han detenido muchas veces en el misterio de la encarnación. En ello se ha mostrado decisivo el hecho de la celebración: la mayor parte de la producción pátrística y teológica en este sentido ha nacido de la liturgia. Es con frecuencia la homilía la que nos ofrece el material más vivo, que sigue estando de actualidad.

El leccionario patrístico, en la búsqueda de una espiritualidad sustancial, desarrolla en su conjunto varias temáticas durante este período de intensidad y de luz particular. Podemos señalarlas y agruparlas en tres secciones.

1. LA NATURALEZA ESCATOLÓGICA DEL ADVIENTO. La predicación profética, al anunciar la llegada del reino del mesías, había presentado los elementos de las dos venidas o manifestaciones: el primer acontecimiento es el comienzo de la actuación de las promesas, mientras que el segundo es su cumplimiento al final de la historia.

Una primera serie de lecturas tiene una tonalidad escatológica. "Ellas -indica Ashworth- atienden ya al retorno sucesivo de Cristo en la gloria y al establecimiento de su reinado al final de los tiempos... La iglesia peregrina espera con gran alegría el retorno de Cristo, su Señor y Salvador. Al mismo tiempo pone en primer plano el misterio del amor de Dios, objeto de las lecturas patrísticas de los días inmediatamente anteriores a la Navidad" 16

Hay tres fases en la visión de Dios, afirma san Ireneo. En la primera se escudriña a Dios en el Espíritu a través de la profecía; en la segunda se le ve en el Hijo; en la tercera se le contempla en su paternidad. Este tercer momento es la vida eterna. El adviento es al mismo tiempo la actualización de la primera etapa, la experimentación de la segunda y la anticipación en la fe y en la esperanza de la fase final (Adv. haer. 4,20,4-5: SC (00,634-640; 3.- miércoles) 17.

La iglesia primitiva vio la realidad del reino ya presente en la venida de Cristo al mundo y en su inserción en la historia. "El cristiano vive ya en los días últimos -observa también Ashworth-..Cristo vino y volverá. En todas las épocas el reino de Dios afecta al cristiano situándolo entre dos acontecimientos históricos... Él se dirigirá en alegre espera y en firme esperanza hacia el retorno de Cristo... El presente de la era mesiánica es un período de continuo progreso cuyo resultado final será el cumplimiento del reino de Cristo y la glorificación de su cuerpo, la iglesia" 18

Recogemos dos textos que iluminan el significado y los contenidos del adviento y que tienen una especial importancia.

"Anunciamos la venida de Cristo -afirma san Cirilo de Jerusalén-, pero no una sola, sino también una segunda, mucho más magnífica que la anterior. La primera llevaba consigo la impronta del sufrimiento; esta otra en cambio, llevará la diadema del reino divino. Pues casi todas las cosas son dobles en nuestro Señor Jesucristo. Doble es su nacimiento: uno, de Dios, desde toda la eternidad otro, de la Virgen, en la plenitud de los tiempos. Es doble también su descenso: el primero, silencioso como la lluvia sobre el vellón (cf Sal 71,6); el otro, manifiesto, todavía futuro. En la primera venida fue envuelto con fajas en el pesebre; en la segunda se revestirá de luz como vestidura (Sal 103,2). En la primera -soportó la cruz, sin miedo a la ignominia (Heb 2,12); en la otra vendrá glorificado y escoltado por un ejército de ángeles. No pensamos, pues, tan sólo en la venida pasada; esperamos también la futura... El Salvador vendrá no para ser de nuevo juzgado; sino para llamar a su tribunal a aquellos por quienes fue llevado a juicio" (Catequesis 15,1-3: PG 33,771-774; l.- domingo).

"Sabemos de una triple venida del Señor -distingue mejor aún san Bernardo-. Además de la primera y de la última hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no. En la primera, el Señor se manifestó en la tierra y convivió con los hombres, cuando, como atestigua él mismo, lo vieron y lo odiaron. En la última, todos verán la salvación de Dios (Lc 3,6) y mirarán al que traspasaron (Zac 12,10). La intermedia, en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo de sí mismos, y así sus almas se salvan. De manera que, en la primera venida, el Señor vino en carne y debilidad; en esta segunda, en espíritu y poder y en la última, en gloria y majestad. Esta venida intermedia es como una senda por la que se pasa de la primera a la última: en la primera, Cristo fue nuestra redención; en la última aparecerá como nuestra vida; en ésta, es nuestro descanso y nuestro consuelo" (Sermo V de Adv. 1-3, en Opera omnia, Ed. Cisterc. 4, 1966, 188-190; 1.,° miércoles) 19.

2. LA ENCARNACIÓN EN EL MISTERIO DE LA SALVACIÓN.

La encarnación del Verbo se inscribe en la amplitud del tema escatológico, que abarca a toda la historia de la salvación. Se la considera bajo diversos aspectos.

a) El amor de Dios a los hombres. El pecado provocó no solamente la lejanía de los hombres respecto a Dios, sino que engendró además el miedo de Dios, afirma san Pedro Crisólogo. Donde hay miedo no puede haber amor. Pero Dios dio el primer paso hacia nosotros: su amor, concretado en los acontecimientos de la historia de la salvación, es un testimonio que acaba con todos los antiguos temores, engendra el deseo de acercarse a él e invita a regresar a sus brazos. La nueva ciudad habrá de construirse sobre el amor; sólo así podrá conservar los bienes de la salvación (Sermo 147: PL 52,594-595; 2º.jueves)20.

Dios nos amó primero: ésta es la gran lección que se saca de allí. El Hijo nos ha amado hasta morir en la cruz; y esto lo ha hecho Dios no porque tuviera "necesidad de ser amado por nosotros", sino porque "nos habías hecho para algo que no podíamos ser sin amarte", escribe Guillermo de san Thierry (De contemplando Deo, nn. 9-11: SC 61,90-96; 3.- lunes). "Nosotros, en cambio -prosigue-, te amamos con el afecto amoroso que tú has depositado en nuestro interior. Por el contrario, tú, el más bueno y el sumo bien, amas con un amor que es tu bondad misma, el Espíritu Santo 21.

b) Dios prepara la encarnación. En el mismo momento en que el hombre se aparta de Dios, Dios comienza la economía de la salvación 22. Esta obra requiere todo un camino. Dios "estableció el tiempo de sus promesas. y el momento de su cumplimiento" -afirma san Agustín (Enarr. in Ps. 109,1-3: CCL 40,1601-1603; 2.° miércoles)-, que con el correr de los siglos se han hecho distintos y han mostrado su progresivo desarrollo. El tiempo de la promesa va desde los profetas hasta el Bautista; el del cumplimiento, desde el Bautista hasta la parusía. En la plenitud de los tiempos, el Padre mandó a su Hijo como salvador; en la hora fijada de antemano volverá como juez 23.

En la Carta a Diogneto (c. 8,5-9: Funk I, 325-327; 18 diciembre) se dice que Dios ha concebido un designio eterno para salvar a la humanidad en el Hijo a lo largo de la historia. En ella él creó "el presente tiempo de justicia"; cuando nuestros pecados y nuestra injusticia llegaron al colmo, llegó el tiempo preestablecido para revelar su poder, su bondad, su misericordia y su compasión.

Entre Dios y el hombre hay un abismo. Un intercambio entre los dos, si es posible ciertamente para Dios, es una paradoja difícil de aceptar para el hombre. El pensamiento patrístico, sobre todo el de los padres griegos, realizó este esfuerzo de investigación y de penetración y obtuvo de él la idea de que Dios se hace hombre para que el hombre se haga Dios: Cristo se hizo primero lo que somos nosotros -afirma san Ireneo- para que nosotros pudiéramos hacernos como él (Adv. haer. I, V, praef.: SC 153,14-15). Esta demostración se basa en la doctrina de san Atanasio, en donde se presenta la encarnación como la restauración de la imagen de Dios en el hombre, como era en el principio (La encarnación del Verbo 3,3-4: SC 199,270275); se trata en el fondo de una transformación del hombre. Este modelo de intercambio es el fundamento de la vida cristiana 24.

e) Cristo, realizador de la salvación. Una vez más Ireneo, al hablar del proyecto inaudito de Dios que, para justificar al hombre, nos envió al Hijo, recuerda: "La palabra de Dios, que habitó en el hombre, se hizo también Hijo del hombre... Por esta razón el mismo Señor nos dio como señal de nuestra salvación al que es Dios-con-nosotros, nacido de la Virgen, ya que era el Señor mismo quien salvaba a aquellos que no tenían posibilidad de salvarse por sí mismos" (Adv. haer. 3,20 2-3: SC34,342-344; 19 diciembre) 25. "El punto central de este texto es que sólo Dios puede salvar; el hombre por sí solo carece de esperanza -son también palabras de Ashworth-. Esta doctrina puede entenderse en toda su profundidad sólo si se relaciona con la de san Ireneo sobre la divinización del hombre ... Ireneo hace iguales la salvación y la divinización o, más concretamente, la participación del hombre en la incorruptibilidad divina. La vocación de María nos asegura una salvación auténtica, garantizando la naturaleza humana verdadera y real que la Palabra asumió de ella. Por consiguiente, san lreneo puede concluir que en el plan divino de la salvación la naturaleza humana -o más exactamente el hombre- no quedó abandonada, sino, por el contrario, renovada, en cuanto que Dios mismo la asumió en la encarnación" 26.

d) Deseo de Dios y preparación a la venida de Cristo. Hay varias lecturas que nos ayudan a comprender cómo tiene que prepararse la iglesia para la venida del Señor; tocan temas que apelan a la vigilancia, a la paciencia, a la purificación, a la conversión, a la esperanza en la espera de la inminente llegada de Cristo. Entre todos los demás, escogemos un texto de san Anselmo: "Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré" (Proslógion c. I, en Opera omnia, Ed. Schmitt, 1938, 1,97-100; 1.- viernes). "Tu deseo es tu oración; si el deseo es continuo, continua también es la oración", dice san Agustín (Enarr. in Ps. 37: CCL 38,391-392; 3.^ viernes): los hombres son incapaces de percibir el lamento de la carne desgarrada, pero nuestro gemido profundo y escondido tiene un oído capaz de escucharlo: es Dios que ve en lo secreto 27.

Esta abundante doctrina espiritual nos ayuda a comprender y a vivir el adviento como memorial de la encarnación y anticipación del retorno de Cristo; como tiempo intermedio, el adviento participa del uno y del otro, es decir, de la gracia y de la gloria. A1 no tener todavía la consolación plena, tenemos la fe cierta y la esperanza. Sostenidos por la fe, aguardamos en medio de la prueba, ricos en paciencia y en deseo, el retorno del Señor.

3. LA FIGURA Y EL PAPEL DE LA VIRGEN MARÍA.

El leccionario patrístico presenta varias lecturas que hablan más o menos directamente de María. Los elementos marianos de los diferentes textos se recogen luego en el responsorio que los explicita y los actualiza. Mientras que en el adviento escatológico la vinculación del tema mariano con la lectura bíblica del oficio no siempre parece evidente, en las ferias mayores sirve para comentar la lectura evangélica de la celebración eucarística. Las iremos recorriendo por orden.

Los profetas hablan de la Virgen madre del mesías. Gregorio Nacianceno expone este tema y explica su modo y sus motivos: "Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu, ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad" (Sermón 45,9: PG 36,634: 1.=• martes). "El verbo fue concebido dirige ya por sí mismo toda la atención hacia aquel que tendrá que nacer -anota T. Colombotti-. Por tanto, esta concepción no es obra humana. Además, la Virgen es también inmaculada en el alma y en la carne. Es espléndida y significativa la alusión a la condición inmaculada de la carne. María le daba a Jesús sólo la carne, y como su espíritu era santo con la santidad de Dios, también la carne que recibía y con la cual se unía tenía que ser absolutamente inmaculada. La condición inmaculada tenía que ser obra del Espíritu y realizada por él antes del tiempo" 28.

El tema Eva-María, tan querido para la iglesia antigua, lo encontramos en lreneo, de quien trae dos textos el leccionario de adviento (aquí: Adv. haer. 5,19,1; 20,2; 21,1: SC 153,248-250.262-264; 2º. viernes). Las dos mujeres, la del pecado y la de la salvación, son presentadas de modo antitético: por una parte, el mensaje del diablo va seguido por la seducción, el desvío, la alienación, la desobediencia, la rebelión; por otra, del anuncio del ángel se deriva la persuasión, la obediencia, la bendición, la concepción. Eva prevaricó por haber escuchado al ángel del mal; María, movida por la palabra de Dios, pudo convertirse en abogada de Eva. Cristo lo recapituló todo en sí y de esta forma todo pasó a tenerlo a él como cabeza z9. Junto con Cristo, nuevo Adán que realiza el proyecto del comienzo como criatura de la nueva creación, resplandece María, la nueva Eva, con su belleza e inocencia virginal, sin mancha ni arruga; captamos aquí los comienzos mismos de la historia, que, después de haber cerrado una época marcada por recuerdos tristes, vuelve a comenzar en una nueva perspectiva. Asociada ontológicamente al misterio de la encarnación del Verbo, alma socia Christi, ella participa desde el principio en la obra de la redención 30.

Isaac de Stella (Sermo 51: PL 194,1862-1863 y 1865; 2.0 sábado) trata con profundidad teológica y espiritual la doctrina de las dos madres del Cristo total: María y la iglesia, vírgenes ambas y ambas madres fecundas, una madre de la cabeza y la otra madre del cuerpo. Por el mismo Espíritu conciben sin pasión y le dan hijos al Padre: María, sin pecado, engendra la cabeza para el cuerpo; la iglesia, en el misterio del perdón de los pecados, engendra el cuerpo para la cabeza. De aquí se deriva que cualquier cosa que la Escritura dice de la una se predica también de la otra. Esto es lo que ocurre con cada uno de los cristianos: "También cada una de las almas fieles puede ser considerada como esposa del Verbo de Dios, madre-hija-hermana de Cristo, virgen fecunda... En el tabernáculo del seno de María estuvo Cristo morando nueve meses; en el tabernáculo de la fe de la iglesia, hasta el final del mundo; en el conocimiento y en el amor del alma fiel, durante toda la eternidad" 31. Este texto contiene una perspectiva mariana escatológica. Con María tendemos hacia la plenitud de los tiempos, cuando Cristo lleve su obra a cumplimiento. Si como afirma san León Magno, "el nacimiento de la cabeza lo es al mismo tiempo del cuerpo" (Sermo VI in nativitate Domini 2-3,5: PL 54,213-216; 31 diciembre), también María se sitúa en el centro de la vida eclesial: madre de Cristo, se hace madre de los discípulos-iglesia, ya que su función generativa se expende consiguientemente a los creyentes 32.

Un texto de san León Magno, el doctor occidental de la encarnación, no podía faltar en este tiempo de adviento; el toque magistral con que trata de este tema subraya, con el realismo que le es propio, la parte que representó María. La doctrina que brota de esta carta histórica (Ep. 31 ad Pulcheriam Augustam) con ocasión del concilio de Éfeso (año 431: PL 54,789-796; 17 diciembre), es la ya perfectamente conocida y pacíficamente aceptada, por lo que el repetirla podría parecer un lugar común. Sin embargo, hay que insistir en el hecho de que el fundamento del "sacramento (= misterio) de nuestra redención". está totalmente en María, es decir, en la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo, en su seno inmaculado. En la base de estas admirables afirmaciones de nuestra fe subsiste la verdad de la carne de Cristo, sin la cual no habría sido redimida la humanidad. La encarnación es el sacramento de nuestra salvación y la causa de nuestra filiación divina. De aquí se deriva que María parece el eje en donde se apoya la argumentación. En efecto, si el hombre nuevo que es Cristo no hubiera asumido a nuestro hombre viejo, y él, que es consubstancial con el Padre, no se hubiera dignado ser consubstancial también con la madre, la humanidad habría seguido estando bajo el yugo de Satanás 33.

La perícopa patrística del 20 de diciembre -que comenta el evangelio de la anunciación- es de san Bernardo. Ésta es una de las páginas típicas del místico mariano, que -como varios otros autores medievales de la espiritualidad benedictina- comentó frecuentemente este pasaje. La homilía del "doctor melifluo" es una plegaria apasionada a la Virgen para que, tras el anuncio del ángel, acepte la maternidad divina. Se imagina que todo el mundo está esperando con el ánimo suspenso este asentimiento de María. De este sí, al que está subordinado el proyecto divino, depende el destino de la humanidad (Hom. IV, 8-9, en Opera omnia, Ed. Cisterc. 4, 1966, 53-54). El fiat de María está condicionado por la preocupación de la virginidad: la afirmación tranquilizante: "Concebirás y darás a luz a un Hijo", hace desaparecer la sombra de turbación y disuelve todas las reservas. Ante la palabra María se muestra absolutamente abierta y disponible y, lo mismo que está totalmente al servicio del Señor, así también está por completo al servicio de su palabra. La fe de María ante la palabra de Dios hace actuables las cosas que se han dicho y ya en su visita a Isabel oirá cómo la proclaman "bienaventurada"34.

El comentario de san Ambrosio a la perícopa de la visitación (Expos. in Lucam 2,19.22-23.26-27: CCL 14,39-42; 21 diciembre) profundiza también en el misterio de la maternidad virginal; una vez más la virginidad de María "se pone en relación con su total adhesión a la palabra de Dios, por lo que hay ciertamente integridad física, pero más aún integridad de la fe. Esta fe suya es la que asombra a la iglesia y la hace cantar: Bienaventurada tú, que has creído; en ti se cumplirán las palabras del Señor (responsorio)" 35

El texto de san Beda (Expos. in Lucam 1,46-55: CCL 120,37-39) es un comentario, versículo a versículo, del Magnificar, que constituye la perícopa evangélica del 22 de diciembre. El punto neurálgico es la grandeza de María, que debe ser exaltada por todos los creyentes, pero el punto de partida es la conciencia de la poquedad de la criatura. Este sentimiento humilde de sí misma la impulsa a engrandecer a Dios; todo ello se funda en la fidelidad de Dios a sus promesas y en la infinitud de su amor. El cántico, en la meditación del venerable Beda, se convierte en voz y en sentimiento de la iglesia, en la plegaria de los que -como María- se han descubierto insertos en el plan de Dios, gracias únicamente al amor operante y transformador que él nos tiene 36.

En su comentario al salmo 84 [1 supra, II, 2], san Jerónimo no podía menos de recurrir a la tipología que ve en los vv. 12-13 una alusión a la virgen María: "La verdad brotará de la tierra... y nuestra tierra dará su fruto" hacen pensar en Cristo, que es respectivamente vástago y fruto que procede de la parte mejor de nuestra tierra, que es María (la verdad, el Salvador, brotó de la tierra, o sea de María; ! infra, VI, 3: ant. de entrada, en donde se recoge más ampliamente). Esta reflexión, de tipo cristológico y eclesiológico, asocia a María a Cristo y a nosotros: "No os desesperéis -dice con feliz intuición san Jerónimo- por el hecho de que él haya nacido una sola vez de María; todos los días nace en nosotros...; también nosotros podemos engendrar a Cristo, si queremos" (Tract. in Ps. 84: CCL 78,107-108).