1. Origen y desarrollo del adviento

La celebración de la pascua en la iglesia de los primeros siglos estaba dominada por la espera en la manifestación definitiva del Señor 1. Por esto la vigilia pascual se prolongaba hasta muy avanzada la noche; sólo en ese momento se podía comenzar la liturgia eucarística. El Resucitado se presentaba entonces entre los suyos de forma sacramental, como el sol de la mañana que anuncia simbólicamente el día sin fin. Esta espera de la segunda venida de Cristo -donde nació la invocación "Maranatha!:. ¡Ven, Señor!" (Ap 22,17.20)- era una de las características de la piedad cristiana antigua.

En la concepción pagana la divinidad venía una vez al año, en un día determinado, a habitar en su templo: esta presencia o venida -en latín, adventus- podía durar incluso varios días, todo el tiempo que duraban los festejos. El culto al emperador utilizó también esta idea: el adventus se convirtió en la visita del emperador, o en su aniversario, o en su fiesta, que se celebraba como si fuera su retorno.

El adviento cristiano alude a la Navidad-Epifanía, que han de ser consideradas juntamente como fiestas complementarias una de la otra: epifanía, palabra griega, indica el aspecto manifestativo de esta venida. Estas fiestas no tienen ni la antigüedad ni la importancia que tiene la pascua, pero cuando aparecieron en el s. IV, después de la libertad constantiniana, se difundieron rápidamente y al mismo tiempo por oriente y por occidente, aunque con características y sensibilidades diversas. Se trataba evidentemente de un hecho que estaba ya de alguna manera presente y que era esperado en el pueblo cristiano. En la lucha contra el arrianismo, que negaba la filiación divina de Jesús de Nazaret, Navidad se convertía en la fiesta del dogma de la divinidad de Cristo, definida en el concilio de Nicea (325), y su celebración equivalía al triunfo de la ortodoxia.

Palabra cristiana de origen pagano, el adviento designó en primer lugar él aniversario del nacimiento del Señor y la celebración de su manifestación (es decir, su retorno o su visita).

Al principio, por consiguiente, adviento, según el significado de la palabra, designaba la fiesta misma, no su preparación o su espera. Con esta palabra (adventus Domini) se designa la Navidad en las homilías de los padres, en las oraciones de los sacramentales antiguos, en los primeros calendarios cristianos. Conviene recordar aquí un dato. En la celebración litúrgica coexisten siempre las tres dimensiones de la historia: el memorial del pasado, el misterio que se celebra en el presente, la anticipación del futuro. En nuestro caso se sobreponen la espera del nacimiento del Salvador, que vivió durante largos siglos el pueblo de Dios, Israel; su nacimiento humano o encarnación; su manifestación en la gloria en el cumplimiento de la historia (parusía). Es necesario subrayar esta triple dimensión del misterio del adviento, ya que de lo contrario su significado se vería empobrecido e incluso falseado, arrastrado por la oleada del sentimiento popular que rodea de devoción al nacimiento del niño Jesús. El reduccionismo del adviento ha sido, desde sus orígenes, una tentación pagana, que surge continuamente y no se supera jamás.

Así pues, históricamente el nacimiento del Salvador había sido preparado en el AT; psicológicamente el misterio de la Navidad, por el creciente éxito popular que iba adquiriendo esta fiesta hasta llegar a amenazar de supresión a la pascua, requería un período de preparación. Pero nunca se llegó a hacer de este tiempo un paralelismo de la preparación de la pascua, la cuaresma, de un significado muy distinto (sobre todo por la tonalidad alegre, aunque de gozo contenido, que revisste el adviento).

Mientras que el ciclo pascual (en especial la cuaresma y el tiempo después de pascua) aparece uniforme y sólidamente estructurado en los calendarios litúrgicos tanto de oriente como de occidente, el tiempo del adviento se presenta con soluciones sumamente variadas en las diversas iglesias; desde el punto de vista de sus domingos es una peculiaridad del occidente latino. Toda. vía hoy, mientras que el rito romano lo celebra en cuatro semanas, en la iglesia milanesa consta de seis domingos.

La historia del adviento es compleja y a veces oscura; el adviento no tuvo un solo lugar de nacimiento, sino que surge casi al mismo tiempo en diversas partes y con características diversas, incluso la bautismal (en España y en la Galia, por influjo oriental, constaba de tres semanas -del 17 de diciembre al 6 de enero- de catecumenado intenso siendo la Epifanía la fiesta del bautismo de Jesús en el Jordán). Surgió además, relativamente tarde (ss. vi-vii); su característica ascética y espiritual prevalecía. por encima de su dimensión litúrgica.

Es imposible seguir aquí la historia del adviento en las iglesias de occidente (hispánicas, galicanas, ambrosiana, etc.). Pero hay que reconocer que su carácter escatológico (la espera de la manifestación final de Cristo juez), que tan fuertemente se sentía en los orígenes, se fue debilitando y difuminando poco a poco a lo largo de los siglos, llegando casi a desaparecer para dejar paso a la visión de la Navidad como fiesta del nacimiento de Jesús, que fue creciendo lentamente hasta llegar a ser exclusiva. El adviento se fue entendiendo cada vez más como un mimo sagrado: la repetición anual de las esperanzas y de la preparación del AT.

La reforma litúrgica actual, como aparece en los textos del leccionario; del misal y en la liturgia de la horas, intentando recuperar la dimensión escatológica, ha realizado una operación de tipo práctico2: a las primeras semanas les ha dado un sello preferentemente escatológico (adviento escatológico); del 17 al 24 de diciembre la liturgia tiene un carácter marcadamente natalicio (adviento natalicio; aquí es donde encontramos los elementos marianos más importantes); la fiesta de Navidad, aunque no están ausentes los demás temas, celebra la encarnación, es decir, el nacimiento terreno de Jesús (en esta línea están más o menos las demás fiestas que siguen, incluyendo la Epifanía). Pero en estas precisiones no se puede ser tajantes.

Anticipando algunos conceptos que desarrollaremos más adelante, se puede afirmar que el estado y la situación de adviento son permanentes: la iglesia vive un adviento perpetuo, hasta que venga el Señor. El misterio del adviento coincide con el misterio de la historia, que se revela como manifestación del juicio de Dios sobre el mundo. La espera y la esperanza son realmente el rasgo distintivo de la fe cristiana. Para san Bernardo el sacramento del acontecimiento equivale al misterio de la presencia de Cristo en el mundo; sus cuatro semanas son un signo eficaz del intervalo entre la primera y la segunda manifestación, es decir, del tiempo de la iglesia.