Aristocracia
DicFI


(del griego
þD4FJ@H, aristos, los mejores) Designa una forma de gobierno surgida en la antigua Grecia, en la que el poder lo detentan unos pocos, y en la que la justificación del poder estriba en el hecho de que quienes lo detentan se consideran los poseedores de la auténtica areté y, en general, coinciden también en ser los poseedores de las tierras. Los aristócratas se consideraban a sí mismos como los que encarnaban el ideal del kaloskagathos (de kalós kaì agathós, hombres bellos y buenos, poseedores de toda la areté). Como forma de gobierno surgió en Grecia a partir del siglo VIII a.C. con la aparición de las nuevas polis o ciudades-estado gobernadas por los jefes de las antiguas genai, o familias, que son a la vez los poseedores de las tierras, y que sustituyeron la antigua monarquía abolida. Debe distinguirse de la oligarquía, que, aunque es el gobierno de unos pocos, no coincide con la aristocracia.


En la tradición de la filosofía política griega se distinguía, ya desde Herodoto y Platón entre el gobierno de uno, el gobierno de pocos y el gobierno de todos. El primero es el que corresponde a la monarquía, el segundo a la aristocracia y el tercero a la democracia. Según Platón, cada una de estas formas de gobierno tiene su contrafigura degenerada. La decadencia de la aristocracia (el gobierno de los mejores, según Platón) origina la timocracia, poder de los militares que, a su vez, degenera en oligarquía, en la que una minoría sin escrúpulos oprime al resto de la población. La rebelión del pueblo contra la oligarquía genera la democracia (poder de todos) pero, según Platón, puesto que el pueblo no está preparado para gobernar, la democracia degenera en demagogia y origina la tiranía (ver texto ). No obstante, a pesar de que Platón defiende en La República un modelo político dirigido por unos pocos gobernantes (los gobernantes-filósofos), en las Leyes matiza esta posición y proclama la necesidad de una forma de gobierno intermedia entre la democracia y la monarquía, basada, a su vez, en la distinción entre dos clases de igualdad que matiza el ideal de la isonomía (ver texto ).

 

Platón: las formas de gobierno

Extranjero- Di, pues, que de los tres regímenes políticos el mismo es tanto terriblemente difícil como el más fácil de soportar.
Joven Sócrates- ¿Cómo dices?
Extranjero- Lo que quiero decir es sólo que la monarquía, el gobierno ejercido por pocos hombres y el ejercido por muchos son, precisamente, los tres regímenes políticos que mencionamos al comienzo de este discurso que ha desbordado su cauce como un torrente.
Joven Sócrates- Ésos eran los tres, en efecto.

Extranjero- Y si ahora seccionamos en dos cada uno de ellos, tendremos seis, tras haber discernido al régimen recto y haberlo puesto aparte de éstos como el séptimo.
Joven Sócrates- ¿Cómo?
Extranjero- De la monarquía resultaban -decíamos- el gobierno real y la tiranía; del gobierno ejercido por quienes no son muchos, por su parte, proceden la aristocracia, cuyo nombre es de buenos auspicios, y la oligarquía. Y, finalmente, al gobierno ejercido por muchos lo considerábamos antes simple, llamándolo «democracia», pero ahora, en cambio, también a él debemos considerarlo doble.

Joven Sócrates- ¿Cómo es eso? ¿Y de qué modo lo dividiremos?
Extranjero- De uno que no difiere de los demás, aunque el nombre de ésta encierra ya un doble significado. Pero el gobernar conforme a leyes y el hacerlo contra las leyes se da tanto en éste como en los restantes regímenes.
Joven Sócrates- Así es, en efecto.
Extranjero- Por cierto, en el momento en que estábamos buscando el régimen político recto, este corte no nos era de utilidad, tal como antes lo demostramos. Pero, una vez que a aquél lo exceptuamos y consideramos forzosos a los demás, el hecho de que en éstos se dé la ilegalidad y la legalidad permite seccionar en dos porciones cada uno de ellos.

Joven Sócrates- Así parece, en virtud de los argumentos que acabas de exponer.
Extranjero- La monarquía, entonces, cuando está uncida al yugo de esos buenos escritos a los que llamamos leyes, es, de los seis regímenes, el mejor de todos; sin ley, en cambio, es la más difícil y la más dura de sobrellevar.
Joven Sócrates- Muy posible.
Extranjero- En cuanto al gobierno ejercido por quienes no son muchos, así como lo poco se halla en el medio entre uno y múltiple, lo consideramos, del mismo modo, intermedio entre ambos extremos. Por su parte, al gobierno ejercido por la muchedumbre lo consideramos débil en todo aspecto e incapaz de nada grande, ni bueno ni malo, en comparación con los demás, porque en él la autoridad está distribuida en pequeñas parcelas entre numerosos individuos. Por lo tanto, de todos los regímenes políticos que son legales, éste es el peor, pero de todos los que no observan las leyes es, por el contrario, el mejor. Y, si todos carecen de disciplina, es preferible vivir en democracia, pero si todos son ordenados, de ningún modo ha de vivirse en ella, sino que de lejos será mucho mejor vivir en el primero, si se exceptúa el séptimo. A éste, en efecto, no cabe duda que hay que ponerlo aparte -como a un dios frente a los hombres- de todos los demás regímenes políticos.

Joven Sócrates- Es evidente que así son las cosas; procedamos, pues, del modo que dices.
Extranjero- Por lo tanto, a quienes participan en todos estos regímenes políticos, excepción hecha del individuo que posee la ciencia, hay que excluirlos, dado que no son políticos sino sediciosos y, puesto que presiden las más grandes fantasmagorías, son ellos mismos fantasmas y, por ser los más grandes imitadores y embaucadores, son los más grandes sofistas de entre los sofistas.
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Político, 302c-303c. (Gredos, Madrid 1988, p.598-600).

 

Platón: dos clases de igualdad


La elección desarrollada de este modo sería algo intermedio entre el régimen monárquico y el democrático, de los cuales es menester que siempre participe toda constitución; pues no es posible que jamás se hagan amigos los esclavos y los dueños, ni tampoco la gente baja y los hombres de pro, a pesar de que se hable de las mismas dignidades para unos y otros. Porque para quienes son desiguales la igualdad se hará desigualdad si no se le aplica una medida, y esas son las dos causas por las que se llenan de disensiones los regímenes políticos. Hay, en efecto, un antiguo dicho, el de que la igualdad produce amistad, que es verdadero y se ha formulado con mucha exactitud y sensatez; pero qué clase de igualdad será la que actúa de ese modo, he aquí algo que, por no estar enteramente claro, nos perturba en grado sumo. Pues habiendo dos clases de igualdad, homónimas, es cierto, pero de hecho casi opuestas entre sí por muchos modos, la una de ellas, la igualdad determinada por la medida, el peso y el número, no hay ciudad ni legislador que no sea capaz de aplicarla con respecto a los honores asignándola por sorteo en lo que toca a los repartos; mientras que la más auténtica y más excelente igualdad, eso ya no es fácil para cualquiera el dilucidarlo. Porque ésta nace del juicio de Zeus, y es siempre pequeña la medida en que presta su ayuda a los hombres; pero, eso sí, sea cualquiera el grado en que colabore con las ciudades o particulares, lo que produce es todo bueno. Otorga, en efecto, más al que es mayor y menos al que es menor, dando a cada uno lo adecuado a su naturaleza; y también en cuanto a distinciones, concediéndoselas siempre mayores a los más excelentes en punto a virtud y al contrario a los que son de manera distinta por lo que toca a virtud y educación, distribuye proporcionalmente lo conveniente para cada cual. Ahora bien, para nosotros, según creo, la política no es nunca más que esto mismo, lo justo, a lo cual, ¡oh, Clinias!, debemos ahora tender, teniendo la vista fija en ese tipo de igualdad, en la fundación de la ciudad que ahora está naciendo. Y si hay alguna vez alguien más que funde otra ciudad, mirando a esto mismo también será menester que legisle: no a unos pocos tiranos ni a uno solo ni a ninguna clase de poder del pueblo, sino siempre a lo justo, que es precisamente lo que ahora mismo se dijo, la igualdad asignada en cada momento a desiguales según naturaleza. Ahora bien, es inevitable el servirse de estos nombres en un sentido algo desviado para toda ciudad que no quiera tener que ver con la discordia en ninguno de sus miembros, pues lo acomodaticio y lo indulgente no son, cuando se producen, sino torsiones hechas contra la más estricta justicia a lo integro y exacto; no hay, pues, más remedio que recurrir a la igualdad basada en el sorteo con miras al posible descontento de los más, pero invocando entonces en nuestras preces a la divinidad y a la buena suerte para que enderecen el sorteo hacia lo más justo. Resulta, por tanto, forzoso servirse en ese modo de ambos tipos de igualdad; pero recurriendo el menor número posible de veces a una de ellas, la que necesita del azar.


Tal es, y por tales razones, lo que es imprescindible, amigos míos, que haga del modo dicho la ciudad que quiera sobrevivir. Y como una nave que boga por el mar necesita una constante vigilancia de noche y de día, del mismo modo la ciudad, que navega en la marejada de las demás ciudades y vive en peligro de caer en toda clase de emboscadas, debe establecer, a lo largo del día hasta la noche y durante la noche hasta el otro día, una cadena en que se sucedan vigilando magistrados y no cesen jamás de relevar sucesivamente a otros magistrados o de hacerles entrega de la guardia. 
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Leyes, 757a-758a. (Instituto de Estudios Políticos, Madrid 1960, Vol. 1, p.205-206).