SOLIDARIDAD
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SUMARIO: I. Diversas perspectivas de la solidaridad: 1. Perspectiva filosófico-antropológica: 2. Perspectiva sociológica: 3. Perspectiva teológica - II. La koinonía: utopia cristiana: 1. Koinonía con Dios en la koinonía con el hermano; 2. La solidaridad cristiana: Iglesia. Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo - III. La solidaridad cristiana en el mundo actual: 1. Desafíos de una solidaridad eficaz: a) Un mundo de desigualdad, opresión e injusticia, b) La lucha de clases y el amor cristiano, c) Solidaridad con los pobres y evangelización: 2. Caminos concretos de acción solidaria: a) La denuncia de la injusticia, b) La defensa y promoción de los derechos humanos, c) La acción internacional - IV. Líneas de una espiritualidad de la solidaridad internacional: 1. Experiencia de Dios como Señor de la historia; 2. Experiencia de una fraternidad universal exigente: 3. Experiencia de la conversión como despojo y compromiso - V. Conclusión.


Uno de los "signos de los tiempos" en la sociedad actual son los movimientos de solidaridad, que se multiplican en todos los niveles y en los más diversos campos de la actividad humana. Personas desconocidas y distantes física, social y culturalmente se unen ante situaciones, problemas, desafíos del mundo de hoy. De esto surgen esfuerzos comunes para lograr un objetivo de carácter político, social, económico, religioso. Las expresiones de solidaridad son variadas: reacciones de protesta o de presión social, adhesiones masivas espontáneas, creación de cooperativas y sindicatos. Un caso típico en esta última línea es el Sindicato de los Trabajadores Polacos "Solidaridad", que en 1980 ha puesto de relieve la fuerza de las agrupaciones sociales para lograr mejores niveles de vida y para garantizar el ejercicio de derechos humanos fundamentales.

Los medios de comunicación social han roto todas las barreras y han aumentado las tendencias solidarias al comunicar a los hombres entre sí y hacer que sientan que forman parte de una sola familia humana. Cada vez más se va teniendo, a nivel de naciones y a nivel internacional. una conciencia colectiva que no acepta la resignación y el fatalismo. sino que impulsa a una acción solidaria y responsable para lograr la liberación de todo tipo de esclavitud y opresión'. "La solidaridad ha venido a ser algo así como la categoría secularizada de la caridad'.

I. Diversas perspectivas de la solidaridad

El concepto de solidaridad se ha ido enriqueciendo a lo largo de la historia. Factor importante para ello han sido las diferentes perspectivas desde las que se ha ido considerando a partir de un primer enfoque jurídico. En el Derecho Romano la solidaridad tenía el sentido de una obligación moral "in solidum" de varios sujetos en relación con un objeto único e idéntico que los comprometía en una responsabilidad colectiva. De este significado jurídico se fue pasando, poco a poco, a otros enfoques: filosófico, antropológico, social, teológico. En ellos se fueron poniendo de relieve aspectos del hombre como individuo abierto a las relaciones con los demás.

1. PERSPECTIVA FILOSÓFICO-ANTROPOLÓGICA - El concepto que se tiene de solidaridad en el campo filosófico-antropológico depende básicamente de la idea que se tiene de la persona humana. En la línea de la filosofía griega, el acento se puso en la individualidad e incomunicabilidad. Aparecieron así elementos válidos para la concepción del ser personal, pero, al mismo tiempo, se dejó a un lado, como parte fundamental de la persona humana, el elemento relacional, en el que insiste el pensamiento moderno. En él, la persona humana está constituida por un centro independiente y libre, pero que es relación, comunión, diálogo. El hombre se encuentra en relación con el mundo, con Dios y con el prójimo. La más fundamental categoría del ser humano es la "tuidad" El hombre está hecho para el otro y debe encontrarse con él a través de la simpatía, que lleva a una comunión. No existe una sola palabra fundamental: "yo", sino dos: "Yo-Tú", en las relaciones entre personas; y "Yo-Ello", en las de las personas con otros seres. En la relación "Yo-Tú" se da un encuentro que lleva a un compromiso. De él surge el "Nosotros", que se sustenta en el "entre", en la relación de amor. Los otros seres materiales, en cambio, son incapaces de una respuesta dialógica, y por eso la relación entre el "Yo-Ello" es una relación de posesión y de dominio°.

A partir de este fundamento, el hombre aparece íntimamente ligado a los demás seres humanos y está llamado a construir con ellos un mundo más solidario y fraternal.

2. PERSPECTIVA SOCIOLÓGICA - La conciencia de un origen, una existencia y un destino comunes es el punto de partida de una solidaridad social. En ella se acepta, implícita o explícitamente, que el desarrollo individual está condicionado por la colaboración con los demás y que, a su vez, el individuo, al disponer libremente de sí mismo, de sus cualidades y recursos, de los bienes, lo debe hacer cooperando para que los demás vivan y desarrollen su ser de personas creando comunidad. Esto implica el ejercicio de la justicia social en la participación política, en la organización económica, en el reconocimiento para todos de los derechos sociales, tanto a nivel nacional como internacional.

En esta perspectiva sociológica aparecen diversos tipos de solidaridad, desde el que se constituye exclusivamente por un interés común de partido, clase o nación, hasta aquel que lleva a profundizar las relaciones interpersonales y crea vínculos más profundos de comunión; desde el que se limita a la familia, clan o grupo hasta el que se abre a todos los hombres de todos los pueblos.

La evolución de la sociedad, la facilidad de las comunicaciones, la interdependencia han abierto dimensiones y exigencias mundiales a la solidaridad. Ya no es suficiente una solidaridad que no tenga en cuenta las relaciones internacionales'. El progreso en la ciencia y en la técnica, la interdependencia económica, social y política invitan a una colaboración de dimensiones mundiales y a una solidaridad universal.

3. PERSPECTIVA TEOLÓGICA - Estas exigencias de solidaridad humana tienen su fundamento en el Evangelio. Allí aparece Dios como el "Tú eterno"', que crea al tú y al yo humanos y los invita a un diálogo con él y entre sí.

Dios ha creado al hombre "no para vivir aisladamente, sino para formar sociedad"'. para vivir en solidaridad. Dios eligió a los hombres y quiso salvarlos no sólo como individuos, sino como miembros de una comunidad, de un pueblo'. En Jesucristo, en su encarnación, en su obra y en su doctrina se perfecciona y consuma este carácter comunitario y solidario de la historia de la salvación. La Iglesia, continuadora de la obra de Jesucristo, es en él "como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano", que se abre paso en la historia hasta llegar a su plenitud, cuando "Dios sea todo en todos" (cf 1 Cor 15,28).

Cristo, al asumir la naturaleza humana, unió a todos los hombres en una profunda solidaridad al constituirlos hermanos (cf Mt 23,8) y al comunicar el Espíritu, que los hace capaces de amar a Dios y a los hermanos (cf Rom 5,5). La solidaridad aparece así como una expresión de la koinonía cristiana: comunión con Dios y con el prójimo. Desde este ángulo, la solidaridad está orientada a lo definitivo. Es un don que Dios nos ha comunicado, pero que se va viviendo de manera imperfecta hasta el momento de su consumación al final de la historia. En este sentido, la solidaridad es una utopía: un punto, una meta capaz de generar un dinamismo que lance a su consecución. El dinamismo de la utopía exige concretizaciones históricas que la pongan en camino. De este modo, se evita el peligro de caer en un idealismo desencarnado o en un pesimismo de carácter asolador al confrontar la meta con la realidad limitada e imperfecta.

La solidaridad cristiana hunde sus raíces en el proyecto salvífico de Dios. Este va en la línea de la comunión y participación, "que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el mundo como señor, con las personas como hermano y con Dios como hijo" '°. Dios, en efecto, se manifiesta en la revelación bíblica como alguien que quiere hacernos sus hijos y que nuestras relaciones con él sean de confianza y responsabilidad, en lugar del fatalismo de los que viven sin esperanza y sin Dios en el mundo (cf Ef 2,12). Sin Cristo, la situación de los hombres era de separación, indiferencia. odio. El, nuestra paz, nos salvó haciéndonos hermanos para la solidaridad en el servicio mutuo, en el amor de una familia por encima de razas, clases sociales, sexo (cf Gál 3,26-28; 5,13; Ef 2,14). Las relaciones del hombre con el mundo están igualmente presentes en el proyecto de Dios. En él se orientan en una línea nueva. El hombre debe pasar de un uso de los mismos que lo aliena. lo esclaviza y lo lleva a oprimir a los demás. a un uso de la libertad que lo hace compartir las cosas con los hermanos en una solidaridad de la que brota una sociedad justa y humana. En el plan de Dios, en efecto, los bienes son un lugar de encuentro con él y con los demás. La creación, sometida por el egoísmo humano a una utilización desviada de esclavitud-opresión que genera la división, anhela ser liberada de la servidumbre de la corrupción para ser puesta al servicio de la comunión en el amor solidario (cf Rom 8,19-22)".

Por todas estas razones. el amor de Dios, que nos transforma, se vuelve por necesidad comunión de amor con los demás y participación fraterna. Esta exige un trabajo por la justicia, porque no puede haber verdadera comunión si no se proyecta sobre las realidades temporales.

II. La "koinonía": utopía cristiana

La solidaridad cristiana. como lo señalamos, se funda en la koinonía con Dios y con los hermanos, que Cristo nos comunica y que los cristianos debemos testificar (cf 1 In 1,1-4). Esta koinonía, comunión en la solidaridad que parte de Dios, expresa la utopía del reino, entendida no como ideal inalcanzable, sino como una realidad ya presente, que tiende a anticipar en realizaciones imperfectas en la historia la plenitud definitiva. Todo el plan salvífico de Dios apunta hacia ese desarrollo y esa meta de la koinonía. Encontramos, por ello, en la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento una presentación clara de las exigencias del amor a Dios y al prójimo, que son el camino para la realización del reino y la transformación de la historia. Al mismo tiempo, se señala en la Escritura la solidaridad cristiana a través de la presentación de la Iglesia como nuevo Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo.

1. "KOINONIA" CON DIOS EN LA "KOINONIA" CON EL HERMANO - Tanto en el AT como en el NT, la experiencia de fe es una experiencia que compromete en la vida. El compromiso se da de manera especial en las relaciones con el prójimo. El amor al hermano aparece en la Biblia como el camino para la experiencia de Dios y como la expresión de su autenticidad.

Los profetas expresan de muchas maneras esta experiencia de Dios en el amor eficaz y concreto al prójimo. Hay en sus escritos varios conceptos que parten de la vida y que constituyen un criterio para discernir la autenticidad de una experiencia de comunión con Dios. Entre ellos destaca el de "conocimiento de Yahvé". En él se manifiesta una relación existencial con Dios que compromete profundamente con el prójimo. "Conocer a Yahvé" es "juzgar la causa del humillado y del pobre" (cf Jer 22,16; Miq 6,8).

Hay otra idea afín a la anterior, que señala también el sentido de la experiencia de Dios a través de la fe. Es lo que podemos llamar "religión interior" o religión auténtica. Según este concepto, el hombre se encuentra con Dios, llega a tener un "conocimiento" de él en la práctica de la justicia, el derecho, la misericordia (cf Jer 9.22-23). Esto es, junto con la fe, el fundamento de la verdadera religión. En ella no hay lugar para pseudo-experiencias del Señor en el formalismo y ritualismo, que pretenden tranquilizar la conciencia. El amor a Dios es fruto y expresión del amor al prójimo. En el Deuteronomio aparece como la principal obra del amor a Dios la observancia de sus mandatos, y éstos se refieren, en gran parte, a las relaciones con el prójimo (cf Dt 5,2-21).

La misma doctrina, en forma más perfecta, se encuentra en el NT. Juan escribe su evangelio y sus cartas a partir de una experiencia de fe de lo que es la comunión con Dios en la experiencia de la vida fraterna. La fe y el amor son para Juan los criterios para ver si existe una real comunión con Dios, o si se trata sólo de una experiencia imaginada y

vacía de contenido real (cf 1 Jn 1,1-4; 3.10-18). El evangelista contempla, a la luz de la fe, las manifestaciones de Dios, su manera de actuar en la historia de la salvación. Reflexiona especialmente sobre el don que el Padre nos hizo de su Hijo (cf Jn 3,16), y llega a la conclusión de que "Dios es amor". Esta experiencia del amor de Dios a los hombres tiene una consecuencia para la vida del creyente: hay que imitarlo en las relaciones con el prójimo. Es aquí donde se encuentra a Dios con seguridad (cf 1 Jn 4,11-20).

El amor al prójimo es la respuesta del hombre al amor de Dios y de Cristo. Debe ser un amor que se manifieste en obras, un amor efectivo (cf 1 Jn 3,18), ya que su fuente y modelo es el amor de Cristo y la unidad que existe entre el Padre y el Hijo (cf Jn 17,20-23.26). El amor nos da confianza para el día del juicio, pues como Cristo es actualmente (vive en el amor del Padre). así el que practica el amor. Este amor excluye el temor servil (cf 1 Jn 4,17-18).

Vivir en el amor es para san Pablo manifestar el amor de Cristo. Esto debe extenderse incluso a los enemigos. Como el de Dios, el amor cristiano debe ser universal, generoso, gratuito, de iniciativa, eficaz, manifestado en obras. El amor dirige la fe y la esperanza activa (cf Gál 5,6; Rom 5,5-11); es el primer fruto del Espíritu (cf Gál 5,22); es el vínculo de la perfección, que une y sostiene todas las demás actitudes cristianas (cf Col 3.12-14). Por el amor participamos en el que Dios nos tiene (cf Ef 1,4; Rom 5,8; 8,32), y en el de Cristo (cf Gál 2,20). El amor cristiano es superior a todos los carismas (cf 1 Cor 12,31) porque en él se encuentra la plenitud de la ley. La fe actúa, es decir, despliega su fuerza y su poder, por medio del amor (cf Gál 5,6); la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones (cf Rom 5,5-11).

El amor fraterno es una manifestación del amor que el Padre nos ha mostrado en el don de su hijo; es su imitación del amor de Cristo. En él encontramos la respuesta perfecta del amor al Padre y a los hermanos: "Vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por vosotros" (Ef 5,2). Hay que amar a todos los hermanos, sin cansarse de hacer el bien (cf 2 Tes 3,13), procurando vivir en paz con todos (cf 1 Tes 5,13). Sin el amor los carismas perderían su fuerza y su sentido. El amor resume toda la ley y los profetas (cf Mt 22,37-40).

2. LA SOLIDARIDAD CRISTIANA: IGLESIA, PUEBLA DE DIOS Y CUERPO DE CRISTO - La solidaridad en la historia de la salvación aparece ya en el AT. Dios elige a un pueblo: hace una alianza con él, que refuerza la solidaridad de quienes lo forman y concretiza las exigencias de la misma.

Cristo realiza la nueva alianza anunciada por los profetas (cf Jer 31,3134; Mt 26,2728). Jesús fundó el Nuevo Pueblo en su sangre y él es la cabeza de ese pueblo (He 20,28; Ef 4,15). Pablo insiste en la unidad en la diversidad que se da en la comunidad cristiana. Hace derivar la unidad del plan divino de salvación: "Hay un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y por todos y en todos" (Ef 4,56). En esa Iglesia tienen cabida todos los hombres, judíos y griegos, esclavos o libres, varones o mujeres (cf Gál 3.28; Ef 3,6). Cristo ha destruido la barrera que había entre ellos; ahora todos son partícipes de la única salvación (cf Ef 2,16).

La Iglesia es el Nuevo Israel que peregrina (cf 1 Cor 10,1-11): es el pueblo de Dios "celador de buenas obras" (Tit 2,14). Los creyentes son bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo (cf 1 Cor 12,13). Este cuerpo es el Cuerpo de Cristo porque él es la cabeza (cf Col 1.18; Ef 1.22-23), el redentor (cf Ef 5,23-27), la fuente de su crecimiento y de su vida (cf Ef 4,15-16; Col 2,19). El Espíritu es la causa de la unidad del Cuerpo, porque une al cristiano con Cristo en el bautismo (cf 1 Cor 6,11; Rom 6,1-11) y a los creyentes entre sí (cf 1 Cor 12,13).

En ese Pueblo de Dios se dan diversos carismas: dones que comunica Dios gratuitamente para el servicio mutuo (cf 1 Cor 12,4-11; Rom 12,48; Ef 4,7-16). Entre los carismas existe unidad, porque los comunica el mismo Espíritu; y diversidad, para que se cumplan todas las funciones del Cuerpo de la Iglesia (cf ib). Hay entre los carismas una jerarquía que se deriva del mayor o menor servicio que prestan a la comunidad. Un doble principio de orden rige la actividad de los carismas: el amor, que es superior a ellos, y la dirección apostólica como centro de comunión y discernimiento. La unidad solidaria de la Iglesia no se identifica con la uniformidad. Por el contrario, se da en un pluralismo de concretizaciones de la misma fe y de la misma caridad (cf Gál 2,11-14).

Una expresión de la solidaridad cristiana de la koinonía que Cristo nos ha comunicado es la comunidad de bienes. Con ella desaparecen las categorías "rico-pobre": "no había entre ellos indigentes" (He 4,34). Este paso del egoísmo y de la injusticia a la justicia y al compartir aparece en el episodio del encuentro de Cristo con Zaqueo. La koinonía con el Señor trae un cambio para él. que le lleva a repartir sus bienes y a restituir lo defraudado (cf Lc 19,9-10). La verdadera riqueza cristiana es precisamente esta capacidad nueva de compartir; de abrirse al prójimo en la koinonía, convencidos de que todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios (cf 1 Cor 3.22-23).

III. La solidaridad cristiana en el mundo actual

La doctrina de la koinonía cristiana ha tratado de vivirse de acuerdo con las circunstancias de cada época. Ya desde los principios de la Iglesia aparece que los creyentes no se limitaron a anunciar el Evangelio del amor, sino que se esforzaron por vivirlo en la fraternidad de sus comunidades. Allí la koinonía fue encontrando sus cauces de expresión: comunidad de bienes, atención a los más necesitados, preocupación por todos los que sufrían. Surgieron las más diversas iniciativas como manifestación concreta de solidaridad cristiana. Estas formas de caridad eclesial se fueron adaptando a los diversos contextos sociológicos. Algunas se transformaron; otras desaparecieron con el pasar del tiempo. En la base de la evolución y del cambio estuvo la conciencia de que la fe tiene que manifestarse en obras de amor eficaz. Lo que pudo servir en un momento de la historia se reveló ineficaz en otra situación; lo que apareció como oportuno en un determinado ambiente cultural y social resultó contraproducente en otro.

Estas constataciones han hecho comprender la necesidad de releer, a partir de un conocimiento de la realidad social, las exigencias de un amor eficaz que exprese, en cada época, la solidaridad cristiana.

El análisis de los mecanismos sociales en el mundo de hoy ha llevado al descubrimiento del prójimo necesitado, sumergido en condicionamientos de todo tipo, esclavizado por estructuras injustas, impotente como individuo para superar la injusticia y la deshumanización de la sociedad. Se ha tomado conciencia de que las causas de esas situaciones no son fortuitas, sino estructurales: colonialismos y neocolonialismos internos y externos, imperialismos, dependencia. economías de guerra. La solidaridad de tipo asistencial, que no deja de ser necesaria, se revela ahora insuficiente.

1. DESAFÍOS DE UNA SOLIDARIDAD EFICAZ - La solidaridad humana y el amor fraterno están exigiendo hoy la búsqueda de estructuras más justas en el campo económico, social y político, tanto a nivel nacional como internacional. En otras palabras. la solidaridad debe expresarse a nivel institucional, porque los medios de la caridad individual son cada día más limitados. En eso consiste la dimensión social o política de la caridad. Su ejercicio se enfrenta con una serie de desafíos que hay que tener presentes.

a) Un mundo de desigualdad, opresión e injusticia. La toma de conciencia de la unidad de la familia humana y de la interdependencia de los pueblos y naciones, al mismo tiempo que ha hecho crecer el sentido de la solidaridad, ha descubierto las grandes divisiones e injusticias sociales, económicas, raciales e ideológicas que caracterizan la realidad humana ". A pesar de los esfuerzos que se han hecho, existen en el mundo profundas desigualdades y divisiones que están exigiendo una transformación de los sistemas sociales, políticos y económicos en las naciones y en la comunidad internacional. El poder económico y de decisión está en manos de pocos; millones de personas viven en condiciones infrahumanas, mientras ingentes capitales se gastan en armamentos. Por otra parte, persisten aún las discriminaciones raciales, que son un desafio a la concepción cristiana del hombre.

Ante esta situación, el amor cristiano pide una solidaridad que impulse a trabajar por la creación de estructuras sociales más justas. A partir de un cambio de mentalidad, que el mismo trabajo por la transformación social va pidiendo, se deben superar las actitudes egoístas. Sólo así se evitará que la organización social degenere en una nueva dominación de unos por otros. Para respetar los valores de fraternidad, solidaridad, igualdad y personalización, se requiere una conversión continua. Con realismo cristiano hay que ver, por otra parte, las tensiones que surgen cuando se emprenden caminos concretos a partir de un análisis de la sociedad y de opciones prácticas. Estas tensiones son un primer paso para la construcción de una sociedad solidaria y fraterna.

b) La lucha de clases y el amor cristiano. No se puede negar que existe en la sociedad una división que no depende sólo del factor económico, pero que, en gran parte, está condicionada por él. Esto genera conflictos, enfrentamientos y luchas. El amor cristiano no puede negar esa realidad, pero debe buscar superarla en la justicia. El amor eficaz hacia el oprimido por una violencia institucionalizada lleva a asumir su causa, incluso como un modo de expresar el amor hacia el opresor. No se trata de destruirlo, sino de liberarlo a través de la implantación de la justicia, que haga posible una auténtica fraternidad y brinde las condiciones para la paz.

El creyente, guiado por el amor, está llamado a participar en los proyectos de liberación de un modo profético, encarnando su fe en un trabajo de solidaridad con los hermanos. En la comunidad de oración y discernimiento, a la luz de la Palabra irá aprendiendo a reconocerse como hijo de Dios; irá descubriendo sus derechos y los de los demás; podrá organizarse para acciones en el ámbito social y político. De esta manera, mantendrá una actitud crítica ante todo proyecto y ante toda ideología, sin dejar por ello de trabajar con otros hombres de buena voluntad en la construcción de una nueva sociedad más de acuerdo con el plan de Dios. En ese plan no caben la opresión del hombre por el hombre, de unas clases sociales por otras y de unos países por otros.

e) Solidaridad con los pobres y evangelización. Al definirse la Iglesia del Vat. II como Iglesia de los pobres no estaba haciendo otra cosa que tomar conciencia de su misión evangelizadora. Ella continúa la de Cristo, que vino a "evangelizar a los pobres" (cf Lc 4,18-19). Sólo desde el pobre y en solidaridad con él, se puede evangelizar, como Jesús, a los demás sectores de la sociedad, en orden a una conversión con consecuencias sociales. La opción de los pobres es una exigencia de fidelidad evangélica. Jesús la presentó como señal mesiánica (cf Mt 11,1-6). Además, es uno de los .--.- "signos de los tiempos" en los que Dios habla.

El servicio de evangelización liberadora genera dificultades y persecuciones. Estas exigen una purificación constante, que también se origina en la experiencia de ser evangelizado por los pobres. La evangelización liberadora está en conexión necesaria con la promoción humana, el desarrollo t5. Busca liberar al hombre de la esclavitud del pecado personal y social, de todo lo que divide en la sociedad y que tiene su fuente en el egoísmo, para que se vaya abriendo paso en la historia una koinonía en la que estén presentes no sólo las dimensiones espirituales, sino también lo social, lo político, lo económico, lo cultural y el conjunto de sus relaciones.

2. CAMINOS CONCRETOS DE ACCIÓN SOLIDARIA - El amor cristiano está íntimamente ligado a la acción (cf 1 In 3,18). La caridad no se opone a la lucha necesaria en favor de la justicia, más bien la anima y sostiene. El mandamiento del amor es algo subversivo y liberador, porque pide "construir un mundo en el que cada hombre, sin exclusión de raza, de religión, de nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, libre de esclavitudes que provienen de los hombres y de una naturaleza no dominada suficientemente.

a) La denuncia de la injusticia. La situación injusta en la que viven millones de hombres de todos los países es contraria al plan de Dios. Sus condiciones de vida son infrahumanas, sus derechos prácticamente ignorados o incluso aplastados; son víctimas de todo tipo de opresiones. Idénticas injusticias se cometen a nivel de relaciones entre los diversos pueblos y naciones.

Esta conciencia de la injusticia está pidiendo de la Iglesia una denuncia profética. No se puede callar ante "hechos y estructuras que impiden una participación más fraternal en la construcción de la sociedad y en el goce de los bienes que Dios creó para todos'. Hay que ser voz de los que no tienen voz para impedir que las sociedades se sigan construyendo de acuerdo con esquemas anticristianos e inhumanos. Es sumamente importante partir de un conocimiento de la realidad y de una reflexión desde las bases para lograr, en comunión eclesial, una mayor fuerza en la denuncia pública. Cuanto más amplia sea la solidaridad en la denuncia, mayor presión ejercerá en las estructuras para el necesario cambio.

b) La defensa y promoción de los derechos humanos. En la base de muchas injusticias sociales está la violación sistemática de los derechos humanos. Un análisis de este fenómeno revela que las violaciones proceden generalmente de una estructura social. Ella margina a sectores mayoritarios de la población y les priva de los medios para poder ejercer sus derechos y participar en el desarrollo de la sociedad.

Existe hoy en el mundo la conciencia de la dignidad humana y de la necesidad de promover los derechos de las personas. Los cristianos, como parte de la familia humana y como testigos de la vida del Señor Jesús'', están cada vez más comprometidos en la defensa y promoción de los derechos humanos, en colaboración práctica con todos los hombres de buena voluntad. La Iglesia ha comprendido que esa promoción es requerida por el Evangelio y es central en su ministerio 20.

c) La acción internacional. El progreso ha hecho al mundo pequeño. Eso ha traído como consecuencia una creciente interdependencia de las diversas naciones. Ante esta evolución de la humanidad, las instituciones nacionales son, en muchas ocasiones, insuficientes para resolver los problemas de la paz, de la pobreza y de la miseria, del hambre, del progreso técnico e industrial de los países en vías de desarrollo, de la economía. "El hombre debe encontrarse con el hombre, las naciones deben encontrarse como hermanos y hermanas, como hijos de Dios"21, para poder edificar el futuro común de la humanidad.

La solidaridad cristiana, si quiere ser eficaz, deberá extenderse en círculos concéntricos: individual, comunitario. nacional, hasta llegar al de los organismos internacionales. El concilio Vat.II invitaba a los cristianos a cooperar en la edificación de un nuevo orden internacional más justo, participando en las instituciones que lo promueven y procuran".

Consciente de la necesidad de una acción internacional, el mismo concilio sugirió la constitución de un organismo de la Iglesia universal para fomentar en todas partes la justicia y el servicio a los más necesitados. En 1967, Pablo VI realizaba este deseo con la institución de la Pont. Comisión de Justicia y Paz. Se le señalaba como finalidad la de suscitar en los cristianos un conocimiento de loque significa hoy su misión para que promuevan el desarrollo de los pueblos y la justicia social entre las naciones.

IV. Líneas de una espiritualidad de la solidaridad internacional

El trabajo comprometido en una evangelización liberadora para conseguir una solidaridad de los hombres entre sí que haga posible la comunión y participación, a las que Dios nos llama. origina algunas experiencias espirituales.

1. EXPERIENCIA DE DIOS COMO SEÑOR DE l.A HISTORIA - El trabajo para ir logrando cada vez más una solidaridad humana y cristiana hace percibir la acción de Dios en la historia. El aparece guiándola desde dentro. En las luchas y esfuerzos difíciles en el camino de construcción de una sociedad más justa y más humana, Dios aparece animando y conduciendo a los hombres de buena voluntad hacia metas nuevas y por caminos antes insospechados.

Una espiritualidad de la solidaridad va teniendo una conciencia creciente de que es Dios quien da sentido a la historia de los hombres y de que Jesucristo es inspirador de los cambios sociales. En él, el Padre ha querido crear una nueva humanidad con la colaboración libre y responsable de los hombres.

Esta experiencia de Dios como Señor de la historia hace surgir la esperanza como seguridad de que, con la colaboración humana, él realizará los anhelos de solidaridad que infunde en el corazón de los hombres. La esperanza lleva a juzgar con sentido crítico la vida personal y social; orienta y sostiene los esfuerzos por vivir como una familia de Dios que manifiesta la koinonía, que será plena al final de los tiempos. La acción del Señor de la historia suscita en cada época una nueva forma de esperanza que, asumiendo los valores del pasado, se abre con disponibilidad a los nuevos horizontes de la historia.

2. EXPERIENCIA DE UNA FRATERNIDAD UNIVERSAL EXIGENTE - El amor cristiano cobra hoy dimensiones universales y se vuelve por necesidad comunión de amor con todos y participación fraterna, y principalmente "obra de justicia para los oprimidos, esfuerzo de liberación para quienes más la necesitan... proyectada sobre el plano muy concreto de las realidades temporales.

Las exigencias de la fraternidad, dinamizada por el amor cristiano, superan las de una sociedad simplemente justa. Llevan incluso a sacrificar los propios derechos por los derechos de los demás en actitud solidaria que comparte todo.

La fraternidad cristiana revela, en el compromiso por la solidaridad, una dimensión universal que tiene su origen en la paternidad de Dios sobre todos los hombres, a quienes ha hecho hijos suyos y hermanos de Cristo. La solidaridad que pide el amor cristiano no se encierra en los límites estrechos de nacionalismos exagerados o regionalismos mal entendidos. Hay en ella una apertura a la universalidad. Los hombres estamos llamados a vivir como una familia de Dios.

3. EXPERIENCIA DE LA CONVERSIÓN COMO DESPOJO Y COMPROMISO - LOS cambios rápidos y profundos que se están realizando en el mundo traen consigo una carga muy fuerte de inseguridad e incertidumbre. El rostro nuevo de la solidaridad cristiana impulsa a una búsqueda constante. En ella la conversión acentúa el aspecto de despojo y de compromiso.

Ante todo, se hace necesario un desprendimiento de modos de pensar y de ser. Se requiere un cambio de lugar social para ver la realidad desde los pobres y marginados, y desde allí evangelizar a todos. Hay que estar disponibles para vivir nuevos estilos de organización y de convivencia social que favorezcan una mayor justicia y respeten la dignidad humana de todos. Y esto supone renuncias a situaciones de privilegio personal o de grupo.

Al despojo debe unirse el compromiso. No basta experimentar sensiblemente "los gozos y esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres'. Se requiere aceptar los cuestionamientos que presentan y, sobre todo, empeñarse en un trabajo solidario para la transformación de las estructuras injustas e inhumanas, con todas las consecuencias que eso trae consigo.

V. Conclusión

En el contexto sociológico actual, la solidaridad cristiana es la expresión concreta de la koinonía. Hoy se ve claramente que la acción por la justicia y la transformación del mundo son una dimensión constitutiva de la evangelización. Esta toma de conciencia, vista a la luz de la fe, aparece como un "signo de los tiempos", en el que Dios habla y cuestiona a los creyentes. La preocupación por el respeto de la dignidad humana y los derechos de los individuos y de las naciones, por la igualdad social, por la justicia en las relaciones internacionales, está dando una nueva comprensión del amor cristiano y de sus exigencias. El Evangelio nos está enseñando que "ante las realidades que vivimos no se puede hoy... amar de veras al hermano y, por lo tanto, a Dios sin comprometerse a nivel personal... y a nivel de estructuras, con el servicio y promoción de los grupos humanos y de los estratos sociales más desposeídos y humillados, con todas las consecuencias que se siguen en el plano de esas realidades temporales. En la perspectiva nacional e internacional, éste es el sentido y éstas las consecuencias de una solidaridad cristiana auténtica hoy.

Camilo Maccise

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