PALABRA DE DIOS
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SUMARIO: I. La palabra de Dios y la Iglesia: 1. La palabra de Dios como acontecimiento salvífico; 2. Crecimiento de la "palabra" con la moción permanente del Espíritu; 3. Carismas al servicio de la "palabra"; 4. Primacía de la "palabra" en la Iglesia - II. Momento dinámico de la "palabra" en la historia: 1. Liturgia, verificación histórica de la "palabra"; 2. Comunidad, criterio normativo; 3. Discernimiento del hoy de la "palabra" - III. La palabra de Dios, "método" para una espiritualidad eclesial: 1. El sentido espiritual; 2. Métodos y formas de la "lectio divina"; 3. Instancias modernas de lectura de la "palabra" en orden a la situación - IV. Conclusión.


I. La palabra de Dios y la Iglesia

Los aspectos bajo los que es posible estudiar la palabra de Dios son múltiples. La especialización que lleva a cabo la teología garantiza esta visión pluriforme, que extrae de los diversos momentos de aquélla la multiplicidad de aspectos bajo los cuales se puede considerar la palabra divina. Podemos preguntarnos entonces cómo se sitúa la espiritualidad ante la palabra de Dios en la visión global del conjunto de la teología, sin que por ello sea necesario repetir todo lo que ya han afirmado el exegeta, el dogmático o los demás especialistas. Por otra parte, es obvio que la palabra de Dios, norma suprema de la vida de la Iglesia, exige estos preámbulos metodológicos.

Creo que la tradición de los Padres garantiza nuestra sensibilidad actual —a la que podríamos llamar "método"—, que ha encontrado amplia acogida en el Vat. II y que da la precisión necesaria sobre el sentido de la eclesiología actual.

1. LA PALABRA DE DIOS COMO ACONTECIMIENTO SALVÍFICO - La palabra de Dios no se limita al libro de las Sagradas Escrituras, aunque sea él el lugar y el momento privilegiado de la palabra de Dios. La "palabra" nos ofrece el acontecimiento salvífico, es decir, a Dios mismo, que se compromete en la historia del hombre, revelándose y entregándose a sí mismo; acontecimiento que alcanza su punto culminante en Jesucristo muerto y resucitado y en el don del Espíritu Santo. Este aspecto dinámico de la palabra de Dios es afirmado categóricamente en la constitución conciliar Dei Verbum. Se trata de un texto que no es posible ignorar por el aliento espiritual que lo ha redactado y porque eleva la historia de la revelación a lugar teológico irrenunciable de la experiencia cristiana: "Quiso Dios, con su bondad y su sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la Palabra hecha carne y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía. El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan yconfirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio. La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación" (DV 2).

El concilio explica más adelante esta comunión de Dios en nuestra historia y en nuestra situación con la conclusión sobre la estabilidad definitiva de Dios en su amor: "La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor" (DV 4).

De esto se sigue que la Iglesia no puede dejar de "escuchar con devoción la palabra de Dios" (DV 1), a fin de poder proclamarla y ser testigo de la afirmación de san Juan: "Os anunciamos la vida eterna que estaba junto al Padre y se nos ha manifestado; os anunciamos lo que hemos visto y oído para que estéis en comunión con nosotros. Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1 Jn 1,2-3).

Habrá que reflexionar sobre el carácter de experiencia que tiene la afirmación de san Juan, expresado en el recurso a los sentidos de "ver" y de "oír", que invita a pensar que se trata de un texto "celebrativo litúrgico" de la comunión con Dios más que de una simple constatación del hecho de la revelación.

Esto hace que la Iglesia, relacionando su propio testimonio con la viva experiencia de Juan sobre la palabra de Dios, tenga conciencia de insertarse en esta profecía y de explicitarla ulteriormente en la historia con su propio testimonio de vida.

Al proponer la unidad de la palabra de Dios hoy con la que se comunicó a través de la experiencia de Juan, el Vat. II afirma que la historia salvífica sigue vigente en las comunidades de los creyentes gracias al .— misterio pascual operante en la historia. El carácter dinámico y vital de la palabra no se detiene, sin embargo, en este momento inicial, sino que acompaña y garantiza todo su desarrollo y su continuidad lógica. Esta concepción, si se tiene en cuenta el estatismo eclesiológico postpatrístico —y especialmente el postridentino, eclesiología en que ha sido educada nuestra Iglesia occidental—, constituye la novedad absoluta enunciada en el capítulo II de la constitución DV.

2. CRECIMIENTO DE LA "PALABRA" CON LA MOCIÓN PERMANENTE DEL ESPÍRITU - En este punto la DV hace coincidir la transmisión de la revelación divina con la presencia activa del Señor resucitado y de su Espíritu en los apóstoles, en los hombres apostólicos y en todo el pueblo de Dios, cada uno a su modo, en proporción —diría san Pablo— con la actividad de cada uno o de cada carisma. Esta presencia hace que la palabra de Dios cobre vida y crezca en la Iglesia hasta la plenitud total de la palabra misma, que es la manifestación gloriosa del Señor y la visión de Dios cara a cara.

Es de suma importancia subrayar la preocupación del Vat. II por considerar toda la transmisión de la revelación, que es luego la "sagrada tradición", en la perspectiva del crecimiento de la palabra, en la dialéctica del cumplimiento de toda la palabra de Dios yen el ámbito de todo el pueblo de Dios. Con ello se nos sitúa ante una profunda teología de la experiencia mística, que fundamenta la eclesiología y rompe las estrecheces jurídicas de la eclesiología más reciente. Jesucristo Señor, en el que se lleva a cabo la revelación, "mandó a los apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que él mismo cumplió y promulgó con su boca" (DV 7).

Subrayemos la expresión "comunicándoles los bienes divinos", que indica un hecho estrictamente existencial. El texto prosigue con una carga de vitalismo y de dinamismo: "Este mandato se cumplió fielmente, pues los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7). En este texto tenemos el fundamento teológico de la experiencia mística cristiana como hecho eclesial, ligada a la "convivencia" con Cristo en la fe y relacionada además con la moción permanente del Espíritu, que no ha suspendido ciertamente su "inspiración", la cual sigue actuando para llevar adelante sin tregua su obra de amor.

En este contexto es donde madura la "tradición" —sentido vivo de la palabra viva de Dios y siempre presente en la Iglesia—, que, junto con la misma Escritura, es el espejo en que la Iglesia peregrina contempla a su Señor, de quien recibe todo bien, con la esperanza de contemplarlo algún día cara a cara. El contenido vivo de esta "tradición", que comprende todo lo que es necesario para la fe y la santidad de vida del pueblo de Dios, es cuanto nos han transmitido los apóstoles, bien con su palabra, bien con la catequesis escrita; es, pues, una fe que los creyentes han de mantener a toda costa y que nos pone a todos nosotros, pueblo de Dios, en el camino ininterrumpido; tal es, efectivamente, el régimen de la fe. De este modo la palabra de Dios se libra de todo estatismo y se presenta condicionada por un término absolutamente dinámico: el crecimiento ("progresa", "crece") hasta la manifestación de la plenitud total de Dios. En este crecimiento vemos empeñado a todo el pueblo de Dios según la dialéctica inherente a su naturaleza de pueblo y de cuerpo de Cristo: "Esta tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo; es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, y cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el carisma de la verdad. La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios" (DV 8).

La exégesis de este texto nos induce a subrayar los dos momentos del crecimiento de la palabra de Dios, que pertenecen a todo el pueblo de Dios, y, luego, el carácter específico del carisma de la apostolicidad del episcopado. La dialéctica a que obedece el pueblo de Dios y el cuerpo de Cristo no permite que uno de estos momentos pueda prescindir del otro, sin correr un serio peligro de hacer caer a la Iglesia en una dimensión estrictamente individualista. Este ha sido el estrangulamiento más trágico de la eclesiología postpatrística, hoy superado, al menos conceptualmente, en la medida en que se han recuperado las categorías bíblico-existenciales de "pueblo de Dios", de "cuerpo de Cristo" y de "sacerdocio real".

a) El primer momento de este carisma —la contemplación y el estudio de los creyentes— se mide por la actitud espiritual de la Virgen María, por lo que a ella le fue dado ver, y no siempre comprender, respecto al misterio de su Hijo, el Verbo encarnado. Ateniéndonos al contexto evangélico de Lucas, que nos da este testimonio, la "contemplación" de la Virgen María no tiene nada que ver con ningún proceso meditativo de tipo religioso, filosófico o moral; la confrontación se establece entre las realidades que tenían lugar en ella y por ella y las "maravillas de Dios" del AT, que encontraban en ella su explicitación profética. Solamente la referencia profética a esos hechos puede iluminar la fe de la Virgen en la palabra de Dios, que se hace carne por su carisma de madre. Desde ese momento, María puede con todo derecho ser considerada como tipo y signo profético de la Iglesia de todos los tiempos. En la perspectiva de su figura, todo creyente entra en el misterio de esta divina maternidad y, por la fe en la palabra, se realiza también en él esta palabra. Es ésta una idea común a los Padres tanto orientales como occidentales.

b) El segundo aspecto del vitalismo de la "tradición" eclesial está expresado explícitamente por la profundización de las cosas espirituales y por la experiencia que de allí se deriva: "Cuando comprenden internamente los misterios que viven" (DV 8). También aquí la responsabilidad de decisión pertenece a todo el pueblo de Dios y a todo el cuerpo de Cristo. Siempre es importante volver a proponer esta común responsabilidad del organismo eclesial entero bajo el aspecto de la unidad que se realiza en la escucha de la palabra de Dios, pero también para afirmar la variedad simultánea de los carismas y de los dones con los que crece la comunidad eclesial. Todavía hay que subrayar que estos dos puntos, en los que se invoca la experiencia espiritual de los creyentes como coeficiente de la "tradición viva", son siempre un hecho de carácter apostólico: "Esta tradición apostólica", por consiguiente, se lleva a cabo "con la ayuda del Espíritu Santo" y "en la Iglesia".

Digamos en seguida que el salto cualitativamente nuevo de la eclesiología madurada a la luz de la Dei Verbum se da en este punto. Hay que remontarse a la eclesiología de los grandes Padres para encontrar esta afirmación valiente sobre la experiencia espiritual de los diversos miembros del pueblo de Dios como coeficiente de la "tradición de la Iglesia", junto con el carisma de la sucesión apostólica en el episcopado, cuyo carácter específico no se ignora, sin embargo.

c) En efecto, este carácter específico del carisma del apostolado del obispo se inserta aquí con el mismo derecho que los dos primeros momentos —tal es el sentido de la conjunción "cuando" que liga a los diversos pasajes conceptuales de todo este período—: "Cuando los proclaman los obispos, sucesores de los apóstoles en el carisma de la verdad" (DV 8).

Es un hecho que la experiencia espiritual la ha presentado siempre la eclesiología postpatrística con cierto sentimiento de desconfianza y de ansiedad, confinada todo lo más a un esquematismo ascético-místico, pero sin repercusión eclesial alguna. Por otra parte, la experiencia espiritual iba madurando cada vez más en un contexto de individualismo religioso, mientras que la teología entera avanzaba separada de la confrontación vital con la palabra de Dios y con la inteligencia global del misterio de Cristo; finalmente, la eclesiología se transformaba progresivamente en ámbito de los canonistas. En este ambiente recibió su formulación última el concepto de jerarquía.

La estrecha conexión del carisma jerárquico con los dos momentos anteriormente indicados como pertenecientes a todo el pueblo de Dios ofrece al propio carisma la capacidad de la conversión y, por tanto, de su autentificación eclesial, ya que lo confronta con la palabra de Dios, de la que nace y a la que únicamente sirve. El "carisma de la verdad" inherente al anuncio de la palabra, dado todo el sentido del contexto, no puede, por tanto, separarse de la experiencia que comprometerá a la jerarquía por un doble título: como miembros del pueblo de Dios y como especialmente delegados para el servicio del carisma de la certeza de la palabra. En último análisis, la Iglesia entera no tiene otro sentido en la historia que el de proclamar la palabra de salvación, la cual, antes ya de toda predicación, se realiza en ella: "La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios" (DV 8). Nos encontramos aquí con otra expresión sumamente vital en relación con la palabra, acontecimiento de salvación en la Iglesia, que supera toda dimensión conceptual, metafísica y jurídica, pero que sólo puede ser percibida y expresada por la más pura tradición profética y mística.

3. CARISMAS AL SERVICIO DE LA "PALABRA" - El texto de la Dei Verbum continúa en clave de experiencia vital. La experiencia espiritual de la comunidad de creyentes, que está en la base de la tradición viva de la Iglesia, apela a su vez a ese momento privilegiado que es la experiencia de los Padres, garantía de la continuidad de la presencia del Espíritu en la Iglesia: "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia, que cree y ora. La misma tradición da a conocer a la Iglesia el canon de los libros sagrados y hace que los comprenda cada vez mejor y los mantenga siempre activos. Así Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va induciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo" (DV 8).

Por desgracia, aparte de estos incisos —sin duda importantes— no tenemos una teología de la presencia y del carisma de los Padres en la Iglesia: es éste un signo nada despreciable del abandono secular de la dimensión del misterio de la Iglesia y del olvido de la categoría del pueblo de Dios, en cuya dinámica únicamente se puede comprender la presencia operante de la tradición de los Padres, hecha continuamente viva en virtud del Espíritu del Señor resucitado, presente en la Iglesia. De la falta de esta teología se ha derivado el monopolio del carisma jerárquico en la eclesiología. Este último, convertido muchas veces en sinónimo de poder, de elevación profesional, creyó que podía sustituir tanto a la tradición de los Padres como a la realidad del pueblo de Dios, presente en la actualidad de la historia.

Contra estas limitaciones de una eclesiología de sentido único —en nuestro caso la traditio monopolizada por el ministerio jerárquico—, la Dei Verbum intenta prevenirse y reafirma la simultaneidad y la conexión constante de los diversos aspectos o momentos de la"tradición" o del sentido vivo de la Iglesia. En primer lugar, la constitución afirma la profunda conexión y la perfecta comunión entre Sda. Escritura y tradición: "La tradición y la Escritura están estrechamente unidas y compenetradas" (DV 9). Además, confirma categóricamente la conexión entre la "tradición" —en su concepción compleja, la Escritura y el magisterio, "... según el plan prudente de Dios, están unidos y ligados, de rnodo que ninguno puede subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter y bajo la acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación de las almas" (DV 10).

4. PRIMACÍA DE LA "PALABRA" EN LA IGLESIA - Es verdad que anteriormente se había afirmado el carácter específico del carisma del magisterio respecto a la auténtica interpretación de la palabra de Dios (DV 8); pero esto no quita que el magisterio o el carisma jerárquico en su especificidad no pueda actuar ni ejercerse sin conexión con los diversos momentos que forman la "tradición", a saber: la contemplación de la palabra de Dios y la experiencia de las cosas divinas por parte de todo el pueblo de los creyentes. De aquí la preocupación del concilio por afirmar el servicio humilde que el magisterio tendrá que prestar respecto a la palabra; además, este servicio está condicionado por la experiencia: "... (lo transmitido) lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente" (DV 10).

Los tres adverbios: "devotamente, celosamente, fielmente", lejos de indicar un poder administrativo o meramente jurídico del magisterio respecto a la verdad y la palabra, señalan más bien una actitud viva y vital, sin la cual creemos que quedaría paralizado el crecimiento de la Iglesia. Hay que subrayar además la sucesión existencial: "lo escucha..., lo custodia..., lo explica". La palabra no se presta a juegos de magia.

Nunca se subrayará suficientemente el salto cualitativo que la eclesiología del Vat. II ha dado al proponer a la Iglesia como "comunión" alimentada por la palabra de Dios. Se entiende entonces que la Iglesia pueda presentarse como "misterio", como signo profético en la historia de la "comunión" que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, o, según la feliz expresión de san Cipriano, como "el pueblo congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

Tal es la nueva concepción eclesial que anima a la Lumen gentium. Todo el capítulo 1 de esta constitución parece una paráfrasis de la doxología de san Pablo a los efesios. El Padre nos ha bendecido antes incluso de la fundación del mundo y nos ha elegido como hijos suyos en Jesucristo. Cristo sigue siendo el centro recapitulador de toda la historia; "por él y con él", en el Espíritu Santo, hemos sido designados como herencia de Dios, para su alabanza y su gloria. Tal es el proyecto de Dios respecto a nosotros, y su signo en la historia es la Iglesia, pueblo de Dios en camino entre el "ya" y el "todavía no", en la espera del cumplimiento final que, en una frase incisiva de san Ignacio mártir similar a nuestro tema, se expresa en el deseo de dejar de ser —pensaba en el martirio que le esperaba en Roma— una simple "voz" para convertirse en "palabra".

La imagen de "pueblo de Dios" aplicada a la Iglesia pone de manifiesto todo su sentido dinámico en la situación concreta e histórica. El "pueblo de Dios" es una categoría existencial que se autentica por su capacidad de ponerse en "camino" en el mundo, por el reino de Dios, ya inaugurado con la resurrección de Cristo.

En la situación de la primera economía. este pueblo de Dios fue educado por la palabra divina. Esta pedagogía de la palabra es el régimen de fe en que se encuentra la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, con la conciencia de que esta palabra se ha hecho "carne" y ha puesto su "tienda" entre los hombres.

II. Momento dinámico de la "palabra" en la historia

1, LITURGIA, VERIFICACIÓN HISTÓRICA DE LA "PALABRA" - La palabra de Dios se hace verdad de manera privilegiada en la acción litúrgica. Solamente en la Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, la palabra de Dios sigue estando presente entre nosotros y hablándonos actualmente; pero la Iglesia se propone como "comunidad de fe" sobre todo cuando se reúne para celebrar la muerte y la resurrección de su Señor. En ese momento la Iglesia tiene la experiencia de que la palabra, que es Cristo Señor, se ofrece y se nos da constantemente para hacernos partícipes de la filiación divina.

Esta relación entre la palabra de Dios y la liturgia no es una cosa artificial, sino que señala el medio normal con que han sido producidos los textos sagrados y han llegado hasta nosotros como portadores de salvación.

Sigamos algunas ideas tal como nos las ofrecen eminentes exegetas. Podemos decir que el pueblo de Dios fue creado con el éxodo, y más particularmente con la alianza de Dios con los suyos en el Sinaí, después de haberlos sacado de Egipto. Fue allí donde aquella masa caótica, desorganizada, de los refugiados se congregó por primera vez en una unidad espiritual. Fue también allí donde tomó conciencia de que era un pueblo, el pueblo de Dios. ¿Cómo sucedió esto? La palabra de Dios, hablando a través de Moisés, convocó al pueblo al pie de la montaña. Y fue aquélla la primera asamblea del pueblo. Mas ¿para qué se convocó esta primera "iglesia" embrional? Para escuchar la palabra que la convocaba y, después de haberla escuchado, para aceptarla formalmente por la fe, para comprometerse colectivamente a obedecerla.

El "primer acto" de la primera asamblea del pueblo en el Sinaí fue escuchar la palabra de Dios, acogerla en la oración de una fe adorante. Viene luego un "segundo acto" de aquella primera asamblea cuando, como signo de su completa disposición a las exigencias de la palabra escuchada, Dios mismo prescribirá la ofrenda del sacrificio en su palabra (Ex 3,19-20.24). Y así es como el servicio de la palabra se puso, como consecuencia directa, al servicio de la ofrenda sacrificial. Es importante advertir que este momento servirá de paradigma de todo el camino de la historia de la salvación. Siempre que la experiencia del pecado lleve al pueblo a apartarse de la palabra, Dios se mostrará firme, a través de sus profetas, en su exigencia de volver a ella con un corazón renovado. Recordemos la convocatoria litúrgica del pueblo bajo el rey tosías para volver a escuchar la palabra olvidada (2 Re 29) o la renovación de la alianza por obra de Esdras (Neh 8 y 10).

"Vemos cómo el pueblo de Dios, ya desde el primer testamento, se crea sobre la base de una atención colectiva y progresiva a la palabra de Dios. Vemos formarse a este pueblo a través del sacrificio, bajo la influencia de la palabra de Dios proclamada poco a poco en la tradición viviente de este pueblo, y más particularmente de lo que podemos llamar su vida litúrgica, hasta ser llevados al descubrimiento del sacrificio eucarístico".

La liturgia del NT "cumple" este camino profético de la palabra de Dios. El evangelio de Lucas, siempre tan atento a presentar la comunidad del Nuevo Testamento a la luz de la ley y de los profetas, sitúa el comienzo del ministerio de Jesús, el día del sábado, en el servicio litúrgico sinagoga]: "El sábado entró, según su costumbre, en la sinagoga y se levantó a leer. Le entregaron el libro del profeta Isaías, y habiendo desenrollado el volumen, halló el paso en el que está escrito: `El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió. Ale envió a evangelizar a los pobres. a predicar a los cautivos la liberación y a los ciegos la recuperación de la vista, a libertar a los oprimidos y a promulgar un año de gracia del Señor'. Enrolló el libro, se lo dio al sirviente y se sentó... Y comenzó a decirles: `Hoy se está cumpliendo ante vosotros esta Escritura' " (Lc 4,16-21).

No ya en la sinagoga, sino en toda reunión litúrgica de la Iglesia, al proclamar la palabra de Dios podemos decir siempre: "Hoy" se cumple con nuevas perspectivas, se actualiza en las situaciones concretas lo que estamos escuchando: en proporción, claro, con la actitud de fe, de conversión, de amor al mensaje de salvación.

La constitución Sacrosanctum Concilium del Vat. II inserta en este contexto la acción propia de la Iglesia: "Dios..., habiendo hablado antiguamente en muchas ocasiones de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas, cuando llegó la plenitud de los tiempos envió a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar a los contritos de corazón... Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios, preparada por las maravillas que Dios obró en el pueblo de la antigua alianza, Cristo el Señor la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida, pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera" (SC 5).

El Señor confió a los apóstoles, "llenos de Espíritu Santo", la misión del anuncio del misterio pascual mediante la predicación y la misión de su reactualización por medio del sacrificio y de los sacramentos. Desde el día de Pentecostés, "la Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual, leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura, celebrando la eucaristía, en la cual se hace de nuevo presente la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable en Cristo Jesús, para alabar su gloria, por la fuerza del Espíritu Santo"' (SC 6).

De este modo Cristo está presente en su Iglesia y de manera especial en las acciones litúrgicas: "Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro..., sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos... Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es él quien habla. Está presente, por último. cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: `Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos' " (SC 7).

Esta confrontación vital con la muerte y resurrección de Jesús hará que, siempre que en la asamblea litúrgica se escuche la palabra de Dios, quede roto todo ritualismo. Pero esto exige una confrontación de la palabra con la vida del creyente y con la situación concreta en que vive el "fiel a la palabra" para ser signo de presencia profética en el mundo. Si la "verbosidad" cultualista fue ya tan aborrecida en el primer Testamento y mereció la reprensión constante de los profetas. mucho más habrá de serlo ahora, cuando la alianza es el mismo Espíritu de Dios que nos ha dado Cristo Señor, imprimiéndolo en el corazón de todos los que creen en la palabra y actúan en el amor.

2. COMUNIDAD, CRITERIO NORMATIVO - Se comprende entonces por qué la comunidad de fe es criterio normativo de la palabra de Dios: porque ella ofrece el paradigma vital de la explicitación ulterior de la palabra en la historia y porque, por la misma comunidad de fe, la palabra se abre al mundo. En este punto la tradición de los Padres nos ofrece algunas normas que en vano se buscarían en la eclesiología posterior.

San Gregorio Magno dice que debe a sus fieles la inteligencia que tiene de la Sagrada Escritura: "Sé realmente que a menudo muchas de las cosas de la Escritura que yo solo no lograba comprender las he comprendido cuando me he encontrado en medio de mis hermanos. Detrás de este conocimiento he intentado comprender también gracias a quién se me había dado esta inteligencia"

El mismo Gregorio dará un paso más. El Espíritu que habla a cada uno de los miembros del pueblo de Dios puede hacer que los fieles comprendan mejor que su maestro y padre un sentido particular de la palabra de Dios. En este caso, el maestro de la comunidad se convierte a su vez en discípulo de sus fieles más iluminados por el Espíritu Santo. Gregorio afirma: "Si mi oyente o mi lector, que podrá ciertamente comprender el sentido de la palabra de Dios de un modo más profundo y verdadero que yo, no encuentra aceptables mis interpretaciones, lo seguiré tranquilamente, lo mismo que sigue un discípulo a su maestro. Considero como un regalo todo lo que él pueda sentir o comprender mejor que yo. En efecto, todos los que llenos de fe nos esforzamos en hacer resonar a Dios como órganos de la verdad ('omnes enim qui fide pleni de Deo aliquid sonare nitimur, organa veritatis sumus'); y está en la potestad de la verdad el que a ella se manifieste por medio de mí a otros o que por medio de otros llegue a mí. Ella es ciertamente igual para todos nosotros, aunque no todos vivamos del mismo modo; unas veces toca a uno, para que escuche con provecho lo que ha hecho resonar por medio de otro; y otras veces toca a otro que haga oír con claridad lo que los otros tienen que escuchar."

Es mérito del Vat. II haber recuperado el momento dinámico de la palabra de Dios, que afecta por diversos títulos a todo el pueblo de Dios, como hemos expuesto anteriormente.

3. DISCERNIMIENTO DEL HOY DE LA "PALABRA" - Hemos de aludir al "discernimiento", que es la base de la vitalidad de la palabra de Dios en la comunidad de fe. El "discernimiento" es precisamente la capacidad de reinterpretar o de releer la palabra de Dios en la situación concreta en que se encuentra la comunidad o el individuo. Puede, por tanto, ser considerado como norma y ley del sentido espiritual: cómo conocer lo que el Espíritu Santo dice "hoy" a la Iglesia, al creyente.

El Espíritu Santo guía al creyente por el camino cristiano no tanto añadiendo nuevos preceptos, sino mediante la capacidad de tomar en cada situación ladecisión moral según el Evangelio, y ello por el conocimiento de la historia de la salvación, en la cual el Espíritu Santo representa un elemento decisivo. Este — "discernimiento" es la clave de toda la moral neotestamentaria.

El "discernimiento" tiene un carácter muy concreto: lleva a conocer, en el hoy y en el momento presente, en medio de las situaciones cambiantes, cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable al Señor y perfecto (Rom 12,2). Semejante don supone al mismo tiempo la experiencia, la intuición y la obra del Espíritu Santo; es fruto de una maduración en nosotros del trabajo de la gracia. Requiere mucha flexibilidad, ya que en lugar de la aplicación rígida y material de la ley se necesita atención al acontecimiento, un examen cordial y benévolo de las circunstancias y de las intenciones, así como de los medios para armonizarlas de la mejor manera posible con el plan de Dios en una situación concreta. Según un eminente exegeta, este "discernimiento" de todo lo que conviene hacer hic et nunc para realizar la voluntad de Dios sería precisamente la aportación original del pensamiento paulino'.

Sólo la Iglesia comunidad de fe—, guiada por la palabra de Dios, puede garantizar este discernimiento. Ella interroga a la situación concreta, lee los ,-"signos de los tiempos", se deja guiar por los Padres en la fe que le han precedido. Respetando la libertad de sus hijos, conociendo su propia pobreza, frente a todo autoritarismo, ofrece espacio al Espíritu Santo para que siga hablando "hoy" como ayer, para que lleve a cabo en nosotros la obra del amor.

III. La palabra de Dios, "método" para una espiritualidad eclesial

De todo lo que hemos dicho se deduce el carácter absolutamente central de la palabra de Dios en la Iglesia. Ella constituye el método por excelencia para una espiritualidad que aspire a ser eclesial. Para evitar equívocos, digamos que el contacto con la palabra de Dios es la espiritualidad de la comunidad eclesial y del creyente, si con este nombre entendemos lo que el Espíritu exige hoy de nosotros en la situación concreta e histórica en que vivimos.

1. EL SENTIDO ESPIRITUAL. - Tenemos que recuperar la objetividad de aquello que era para los Padres de la Iglesia el "sentido espiritual" de la Sagrada Escritura y que la Iglesia utiliza proféticamente sobre todo en la celebración litúrgica. Es muy importante lo que la Dei Verbum afirma sobre la unidad del carisma de la inspiración entre su momento original y las fases sucesivas de la verificación de la palabra en la historia: "El intérprete indagará lo que el autor sagrado dice e intenta decir en cada circunstancia, según su tiempo y cultura, por medio de los géneros literarios propios de su época" (DV 12). El texto continúa: "La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita..." (DV 12).

Así pues, el Espíritu Santo al ofrecernos su palabra no está ligado a su momento original, como si se tratara de hacer llegar hasta nosotros aquella palabra simplemente libre de errores, de manera que pudiéramos admirarla como una sagrada reliquia de la antigiiedad cristiana. Esta magia del libro sería un desconocimiento de lo que la Dei Verbum llama la "condescendencia" de la divina sabiduría.

Esta "condescendencia" es la que hace —para expresarnos con las palabras de Orígenes, que nos parecen el mejor comentario al texto de la Dei Verbum— que el Espíritu habite en la palabra "para que esta palabra señale el comienzo de un diálogo; se dirige a alguien del que espera una respuesta". Más exactamente, Dios mismo se ofrece mediante ella, aguardando más que una respuesta un movimiento de retorno. Los hombres pueden leer este libro escrito, como todos los demás libros, en su lengua humana; pueden también instruirse gracias a él en la historia de Israel y en la vida de Jesús; pueden informarse sobre todos los tipos de doctrina moral y religiosa que allí se exponen; pero no por eso lo comprenden. Sólo comprende este libro en la unidad de su intención divina aquel que lleva a cabo el movimiento de conversión al que Dios invitaba a través de esa palabra. Sólo la Iglesia comprende la Escritura; la Iglesia, es decir, esa parte de la humanidad que se convierte al Señor. La interpretación espiritual de la Escritura es la interpretación que "el Espíritu ha dado a la Iglesia" .

A Orígenes le hace eco Gregorio Magno. En su primera homilía sobre Ezequiel, Gregorio se propone aclarar a sus fieles el sentido de la profecía en sus diversos aspectos y momentos. El motivo de este planteamiento catequético está precisamente en el hecho de que nada como la palabra de Dios, que es profecía permanente, es capaz de hacer comprender la moción del Espíritu en la Iglesia y en cada uno de los creyentes. El mismo Espíritu que toca y hace a los profetas es el Espíritu que crea y mueve a los creyentes en el tiempo actual con sus diversos carismas y dones. Gregorio usará este mismo lenguaje, bien para designar a los profetas, bien para indicar a los creyentes de todo tiempo su compromiso de fe: Spiritus tangit. El Espíritu "toca" y hace a los profetas; el Espíritu "toca" y hace al fiel'.

El sentido espiritual de la Escritura. que no es la simple acomodación bíblica, garantiza el camino profético de la palabra de Dios, orientada a Cristo y a la comunidad del Nuevo Testamento, la Iglesia. Tal es la metodología de la "condescendencia" de la Sabiduría. "Sin mengua de la verdad y de la santidad de Dios, la Sagrada Escritura nos muestra la admirable condescendencia de Dios, para que aprendamos su amor inefable y cómo adapta su lenguaje a nuestra naturaleza con su providencia solícita. La palabra de Dios expresada en lenguas humanas se hace semejante al lenguaje humano, como en otro tiempo la Palabra del eterno Padre, asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los hombres" (DV 13).

La conexión entre el Espíritu y la palabra, o la dinámica permanente de la encarnación del Verbo, que nos atestigua la palabra de Dios, hace que la palabra no sea vista solamente como norma moral de la vida del hombre, sino más bien como momento profético en el que insertarse para realizar el misterio de amor que allí se anuncia y se proclama. Era lo que expresaba Gregorio en aquel enunciado que podemos considerar como resumen de su comentario bíblico al pueblo: "Haec historice facta credimus, haec mystice facienda speramus, es decir: "Las cosas que creemos han sucedido históricamente —tal es la interpretación según el texto literal de los `dichos' y de los `hechos' bíblicos—, pero ahora tienen que actualizarse en nosotros místicamente".

El mystice de que habla san Gregorio significa precisamente todo lo que la palabra tiene todavía que decirnos a nosotros por el mismo Espíritu que la vivificó por primera vez. En otro texto, más explícito a este respecto, san Gregorio habla de la situación actual del creyente que se encuentra en el medio, entre la fe de quien nos ha precedido y la esperanza que aguardamos, en la experiencia de la palabra única y múltiple, que recrea, redime y glorifica ".

Es éste el fundamento de aquel método del sentido múltiple con que los Padres leyeron y comentaron la Escritura. Después de los profundos análisis realizados últimamente por H. de Lubac", no es posible dudar ya honradamente de la seriedad objetiva que suponía, por lo cual hemos de recuperarlo para garantizar la objetividad de nuestra teología y de la experiencia espiritual, si queremos evitar, por una parte, el abstractismo teológico y, por otra, el sociologismo mágico. Son las dos posturas radicales opuestas en que nos debatimos por el olvido plurisecular de la primacía de la palabra de Dios.

El sentido literal o histórico es el acontecimiento tal como sucedió "entonces"; el sentido alegórico nos abre al misterio de Cristo; el sentido moral refleja más propiamente el misterio de la Iglesia y de cada creyente. Este es el enunciado más simple de la teoría del sentido múltiple de la Escritura, que no nos toca a nosotros exponer más por extenso.

La ley de la armonía de los dos Testamentos, que garantiza la vida actual de la comunidad de fe vista como cumplimiento profético de la palabra de Dios, objetiviza esta exégesis que podríamos llamar "carismática" y es la lectura de la palabra que siempre ha hecho la Iglesia, especialmente en la liturgia, que constituye por ello un "lugar teológico" privilegiado de la experiencia espiritual para la confrontación objetiva con la palabra.

2. MÉTODOS Y FORMAS DE LA "LECTIO DIVINA" - Así es como leían los Padres la Sagrada Escritura cuando la teología consistía sobre todo en el estudio de la palabra, cuando no era posible concebir la espiritualidad sino como confrontación permanente con la palabra de Dios. Sobre todo, la lectio divina de la tradición patrística y monástica conservó el vínculo existencial entre palabra de Dios —liturgia— y "situación concreta", dimensión que se perdió, por desgracia, en los pasados siglos y a la que con cierta dificultad nos vamos abriendo tras la formulación del Vat. II sobre el carácter central de la palabra de Dios y de su "celebración" en la eucaristía. Para mayor claridad, podríamos decir que la lectio divina encuentra su carácter gradual en un enunciado aceptado por toda la antigüedad clásica patrística hasta santo Tomás, a saber: la lectura, la meditación, la oración y la contemplación (lectio o studium, meditatio, oratio, contemplatio). No se trata de grados diversos en la profundización de la palabra sólo a nivel psicológico, sino —al menos en los mejores intérpretes de la tradición— de momentos que interiorizan cada vez más la palabra de Dios para captar su significado, cada vez más existencial y concreto; se trata muchas veces de una "reinterpretación" de la palabra al confrontarla con las nuevas situaciones en que se vive. San Gregorio, con una frase más concisa, afirma este crecimiento gradual de la palabra de Dios en nosotros: "La Escritura crece y progresa con el que la lee" ("Scriptura crescit cum legente") ". O, lo que es lo mismo, la palabra de Dios tiene un sentido dinámico; expresa el camino de la fe de la Iglesia y de cada creyente: de fe en fe hasta la visión.

El autor medieval Guigo el Cartujo nos describe brevemente el significado de cada escalón en esta "escala del paraíso". "La lectura —lectio— es el estudio atento de la Escritura hecho con un espíritu totalmente orientado a su comprensión. La meditación es una operación de la inteligencia, que se concentra con la ayuda de la razón en la investigación de las verdades escondidas. La oración es volver con fervor el propio corazón a Dios para evitar el mal y llegar al bien. La contemplación es una elevación del alma, que se levanta por encima de sí misma hacia Dios, saboreando los gozos de la eterna dulzura". O más brevemente: "La lectura lleva alimento sólido a la boca, la meditación lo parte y lo mastica, la oración lo saborea, la contemplación es la misma dulzura que da gozo y recrea".

La "evangelización" se sitúa entonces como el enunciado último del camino ascensional; afecta especialmente a quien presta sus servicios para "regir" la comunidad eclesial. Según Gregorio Magno, el obispo, a quien corresponde particularmente el munas de la evangelización, y todo rector animarum deberán estar todos los días atentos a la lectio de la palabra de Dios, para ser de esta manera signo de la unidad de la Iglesia: "... qui instructioni sacrorum voluminum semper inhaerentes, sanctae ecclesiae unitatem denuntient".

Nadie como Casiano describirá la contemplación de la palabra de Dios expresada en los >salmos, que se convierte en norma de la propia experiencia espiritual. El creyente aparece como un infatigable obrero de Dios, empeñado en una continua confrontación entre la palabra divina que se nos da en la Escritura y la palabra que se nos revela a nosotros y que a menudo se anticipa en la experiencia cotidiana. "Robustecido por su continuo alimento, hará suyos todos los afectos de los salmos y empezará a cantarlos de tal manera, que con profunda compunción del corazón los pronuncie no ya como expuestos por el profeta, sino como salidos de él mismo, como su propia oración... En efecto, las divinas Escrituras sólo se nos manifiestan con claridad... cuando nuestra propia experiencia no sólo percibe su sentido, sino que lo anticipa y... se nos manifiesta el significado de las palabras no ya por medio de explicaciones, sino por el encuentro de nuestra propia experiencia... De manera que, entrenados así por la experiencia, no conoceremos ya estas cosas por haberlas oído. sino palpándolas como presentes... Hasta tal punto que nuestra mente llega de este modo a esa plena oración de que hablábamos..., cuando el Señor nos concede hacerlo. Esta oración no sólo no se detiene en la consideración de ninguna imagen, sino que, además, no se formula con ninguna expresión de voz o de palabra, y, con inagotable gozo del espíritu, se expresa en una ardiente tensión de la mente, con un inefable arrebato del alma, y la mente, saliendo fuera de todos los sentidos y cosas visibles, la derrama en la presencia de Dios con gemidos y suspiros inenarrables".

Es importante advertir que este método garantiza la síntesis o perspectiva sapiencial de la época patrística. La primacía de la palabra de Dios se descubría ante todo en la liturgia, que se releía con el mismo método de la "letra y el espíritu" con que se leían las Sagradas Escrituras. De este modo se evitaban los peligros del cultualismo o ritualismo y del "sacramentalismo" posterior.

Ya san Bernardo tuvo que reconocer el ejercicio profético de la comunidad eclesial en el uso de la Escritura durante la liturgia, en donde se destaca siempre la primacía de la palabra, que nodeberá verse nunca sofocada por el rito o por el gesto o signo litúrgico. Es decir, concretamente, la Iglesia reinterpreta el texto sagrado en relación con la situación espiritual de la celebración. "Cuando la Iglesia —observa san Bernardo— en las Sagradas Escrituras altera o alterna las palabras, esta composición es más fuerte que la primera posición de las mismas; y quizá tanto más fuerte cuanto más dista la figura de la verdad; la luz de las sombras, la dueña de la esclava". Pero esta misma palabra se buscaba en el libro vivo de la naturaleza creada, a la que se veía también como escala hacia el Creador. La contemplación de san Agustín en Ostia es un ejemplo clásico de esta "subida" a Dios por las cosas creadas.

Finalmente, el hombre se descubría cada vez más como el lugar eminente de la verificación de la palabra de Dios, modelado según el Verbo, que es la primera imagen de Dios, capaz, por consiguiente, de ser "leído", es decir, conocido, para que la palabra encuentre continuamente su realización o su cumplimiento. Esta ha sido siempre la doctrina común de los Padres de la Iglesia, heredada por los grandes pensadores medievales. Por eso se puede decir con Agustín que "el hombre maduro en la fe, esperanza y caridad no tiene ya necesidad de las Sagradas Escrituras", porque la palabra está ya como transformada en él, en su situación concreta e histórica. Esta me parece la conclusión a la que tendrá que llevar una espiritualidad de la "palabra".

3. INSTANCIAS MODERNAS DE LECTURA DE LA "PALABRA" EN ORDEN A LA SITUACIÓN - El paso del viejo método de la lectio divina a la "lectura espiritual" de los tiempos modernos demostrará cada vez más la clara disminución en la conciencia de los fieles de la primacía de la palabra, escuchada en la Iglesia en su momento privilegiado que es la eucaristía, en provecho de su subjetivismo espiritual, típico de la devotio moderna. Son demasiados los factores que coinciden con este grave desplazamiento del equilibrio espiritual. El lento proceso de disolución de la eclesiología de comunión, con franca ventaja de la perspectiva eclesiológica piramidal que se va afirmando a lo largo de los siglos de la reforma gregoriana, quedará garantizado por una presencia cada vez más preponderante en la vida de la Iglesia de los juristas y de los escolásticos, que renuncian metódicamente a la perspectiva "económica" o sapiencial propia de la Biblia. Esta nueva situación espiritual determinará, independientemente de la voluntad de los individuos, una escisión entre la Escritura y la vida, entre la liturgia y el compromiso concreto, entre la palabra de Dios y la norma discrecional en la vida. Este conflicto aparece ya en la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis. que ha educado a tantos en la piedad.

En este célebre opúsculo se afirma con gran unción el tema, tan querido de la piedad de los Padres, de las dos mesas puestas por todas partes en la santa Iglesia: la mesa del cuerpo del Señor y la mesa de su palabra. "Una es la mesa del altar sagrado, que tiene el pan santo, es decir, el cuerpo precioso de Cristo; la otra es la mesa de la ley divina, que contiene la doctrina santa. que enseña la fe recta y guía con seguridad hasta la parte más íntima detrás del velo en donde está el Sancta sanctorum".

Por otra parte, no puede negarse el contexto fuertemente individualista-subjetivo en que se sitúa este recuerdo de "las dos mesas" en la Imitación de Cristo. Además, en este libro destaca la carencia de la "comunión eclesial" y, lo que todavía es más grave, la ausencia de la dimensión histórica y operativa en la situación concreta. Es sintomático que la Imitación de Cristo haga suya la frase de Séneca: "Cada vez que estuve con los hombres volví menos hombre"

La propuesta de "las dos mesas", de la palabra y de la eucaristía, tiene, pues, un sabor pietista-devocional, aunque indudablemente muy sincero; en adelante irá desapareciendo poco a poco en la literatura espiritual el recuerdo de la primacía de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia. En vano se buscarán después del s. xiii las huellas de lo que para los Padres era el "sentido espiritual" de la Sda. Escritura, es decir, la capacidad dinámica de la palabra de Dios, en continuo cumplimiento dentro de la situación concreta del creyente. Cada vez las mentes se ven más invadidas por aquel "sentido acomodaticio" de la palabra de Dios que desvirtúa habitualmente su significado.

La Sagrada Escritura será uno de "tantos libros de escritura espiritual" y, dadas las dificultades intrínsecas del texto con que llega a los fieles, irá siendo cada vez más el libro menos leído,menos meditado. El magisterio mismo de la Iglesia en este punto será de una enorme pobreza, por el hecho de que ya no se advertirá el lugar teológico más normal de su ejercicio, precisamente la comunidad de fe reunida para la celebración de la muerte y resurrección del Señor, es decir, la eucaristía inteligentemente vivida.

Por todo ello hemos de atribuir a una verdadera intervención del Espíritu Santo en la Iglesia ese movimiento bíblico-litúrgico-patrístico de comienzos el s. xx que llevaría a la Iglesia al Vat. II y. más en concreto, a la constitución Dei Verbum. en la que vuelve a proponerse la primacía de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia. Esa primacía de la palabra encuentra luego apoyo en la Lumen gentium, donde se recupera la categoría bíblica de la Iglesia corno "pueblo de Dios" alimentado por la palabra, y en la Sacrosanctum Concilium, donde la palabra de Dios se proclama y se celebra como anunciadora de la muerte y resurrección del Señor y garantía de su "venida", para que todo y todos sean tina sola cosa en Cristo. lo mismo que él y el Padre son una sola cosa.

Garantizada y alimentada, además, por el movimiento bíblico-litúrgico, ya antes del Vat. II la vida espiritual de la Iglesia, especialmente en sus movimientos de base, se orientaba cada vez más hacia una lectura de la Sagrada Escritura. en que la palabra de Dios volvía a surgir como criterio normativo del camino espiritual del creyente. Una participación cada vez más viva en la liturgia por parte de los fieles ponía casi espontáneamente en situación crítica a todas aquellas escuelas de espiritualidad que, con tal de destacar sus propias notas distintivas espirituales, colocaban en segundo plano la liturgia y rebajaban, en consecuencia, la primacía y la celebración de la palabra de Dios, haciendo incluso de ella una obra peculiar de la espiritualidad monástica.

La doctrina conciliar acreditaba ulteriormente esta conquista de la confrontación espiritual con la palabra de Dios especialmente con los movimientos espirituales del laicado, que se revelaba cada vez más en su irradiación profética de pueblo de Dios en camino hacia el reino. Más aún, la apelación a la lectura de los "signos de los tiempos", bajo la cual se inaugura el pontificado de Juan XXIII. dará origen a un esfuerzo de confrontación entre la palabra de Dios ylas situaciones históricas concretas, en las cuales la Iglesia tomaba conciencia de su deber de dar testimonio.

Se dibuja entonces toda una serie de reinterpretaciones de la palabra de Dios. aunque no siempre garantizadas por un sentido eclesial completo. Algunas interpretaciones están motivadas por fuertes preocupaciones históricas por una justicia social cada vez más real y viva, de las que en el pasado había estado ausente la Iglesia. Se leerá, por ejemplo, el Éxodo con ojos de una dimensión histórica renovada. El Dios que liberó antaño a los hebreos de la esclavitud de los egipcios es el mismo que lucha actualmente por liberar a los pueblos del Tercer Mundo, por ejemplo, de la esclavitud secular practicada ahora –con muy graves consecuencias— por los mismos hermanos en la fe a través de sistemas de explotación y humillación del hombre.

Esta confrontación con la palabra de Dios con una fuerte preocupación social tiene precedentes en la tradición de los Padres. Gregorio Magno educaba a los bárbaros —recién llegados a la fe y que eran los verdaderos pobres de entonces— con la lectura de Job; reinterpretaba también para ellos la profecía del "nuevo templo" descrito por Ezequiel en los últimos capítulos de su profecía (cc. 39-40). Son sobre todo estos contextos de Job y de Ezequiel los que están cargados de esperanza para el auditorio de "pobres" de Gregorio. La nueva vida de Job después del sufrimiento garantizaba las esperanzas de los pobres; el nuevo templo de Ezequiel de los tiempos mesiánicos estaba realizado para Gregorio en los nuevos pueblos, los bárbaros, y en los pobres de Roma. La homilía 40 de san Gregorio sobre los evangelios, la del rico epulón, podría perfectamente garantizar la preocupación social con que hoy se lee la palabra de Dios; el amor al pobre —según el santo pontífice— es un verdadero acto de culto a Dios. Si nos adentramos luego en la lectura de sus homilías, observaremos una gran riqueza de perspectivas y de esperanza en relación con la situación sociopolítica que se presentaba ante los ojos de Gregorio Magno".

Si hay que hacer alguna advertencia a los modernos intérpretes "sociologizados", es que no siempre el éxodo, por ejemplo —en las interpretaciones que ellos dan—, se ve coronado al final por la pascua del Señor Jesús resucitado, que ofrece la liberación "cualitativamente nueva" en todos los niveles: la filiación adoptiva como hijos del Padre celestial. Y fue eso precisamente lo que los Padres de la iglesia, en este caso san Gregorio, se apresuraron a hacer. Entonces la fidelidad al desarrollo pleno de la palabra de Dios, en el tema de la liberación, rehuye esa especie de sociologismo mágico en que a veces se detienen ciertas lecturas modernas de la palabra.

Nace así, casi en polémica con la lectura de la palabra sociológicamente sensibilizada, otra lectura "carismática" o estrictamente espiritual de la palabra de Dios. La lectura llamada "carismática", ligada a los varios movimientos inspirados en el carismatismo pentecostal, se preocupa de alejarse de toda contaminación "política" que pudiera asumir la palabra de Dios; por eso se la utiliza a veces de tal manera que la falta de compromiso puede llegar también a la alienación espiritualista.

Si hay que reconocer en este movimiento pentecostal una recuperación de la libertad y espontaneidad espiritual. de la inmediatez en el uso de la palabra de Dios dirigida a todos por el Espíritu Santo —contra el legalismo y el rubricismo imperante—, no se puede. por otra parte, cerrar los ojos a un cierto sentido de "ingenuidad" desencarnada con que se interroga a la palabra de Dios.

Por eso no parece equivocado identificar en parte con la interpretación carismática de la palabra el "fundamentalismo pietista" con que otros se acercan a la palabra de Dios. El "fundamentalismo" es un afán de pedir respuesta, a manera de receta mágica, a la palabra de Dios: le falta el más mínimo esfuerzo de interpretación, que incluso muchas veces rechaza. No hay ninguna relación vital con la palabra y se muestra desconfianza hacia todos los recursos que pueda ofrecer la cultura o la erudición. incluidos los de la exégesis y la sana teología. -

Estas diversas tensiones y ansiedades que se encuentran en el uso de la palabra de Dios se deben a inexperiencia y también a carencia de una eclesiología de "comunión", que ha perdido en parte la capacidad de confrontarse con la palabra de Dios y de saber leer los "signos de los tiempos" a la luz de la palabra divina.

La insistencia del Vat. II en la primacía de la palabra no es solamente fruto de un ulterior ejercicio cultural de profundizacón bíblica, sino que replantea el camino de la conversión de la Iglesia a su Señor.

IV. Conclusión

Queremos terminar con una página luminosa de H. de Lubac, que nos ofrece una síntesis de la tradición de los Padres sobre el recto uso de la palabra de Dios: "La palabra de Dios, palabra viva y eficaz, obtiene su verdadero cumplimiento y su pleno significado sólo mediante la transformación realizada por ella en aquel que la recibe. De ahí la expresión `pasar a la inteligencia espiritual', que equivale a `convertirse en Cristo' con una conversión que nunca puede decirse plenamente cumplida. Entre esta conversión a Cristo o este 'paso a Cristo' y la inteligencia de las Escrituras hay, por tanto, una causalidad recíproca. 'Cum autem conversus fuerit ad Dominum, auferetur velamen' ('EI velo cae cuando se convierte uno al Señor'). Si se quiere llegar a la raíz del problema, que hoy se discute por todas partes, de la inteligencia espiritual, es necesario. en nuestra opinión, referirse a este acto de la conversión. Hay que examinar la conversión de la Iglesia a su Señor, considerada sobre todo en la persona de las primeras generaciones de fieles. Sólo así podremos comprender la seriedad de este problema, aquella seriedad que.., impresiona tanto, por ejemplo, en un Orígenes y que podría correr el riesgo de quedar oculta por la exuberancia, la frondosidad o la sutileza de los análisis. Se ve toda la Escritura bajo una luz nueva cuando el alma se abre al Evangelio y se une a Cristo. Toda la Escritura queda transfigurada por Cristo. 'Acredite ad eum et illuminamini' ('Acercaos a él y seréis iluminados'). Se trata, evidentemente, de un acto único y, consiguientemente, de una interpretación global, que sigue estando indeterminada en muchos puntos, lo mismo que puede también resultar oscura en muchos individuos (cada uno de nosotros no es toda la Iglesia, y sólo como miembros del cuerpo entero participamos de su fe y de su inteligencia, así como de su esperanza de la gloria). Se trata de un único movimiento a partir de la incredulidad inicial, que se va elevando a través de la fe hasta la cima de una vida espiritual, cuyo término no está en este mundo. Su desarrollo es coextensivo con el don del Espíritu o el progreso de la caridad. Toda la experiencia cristiana con sus diversas fases está, por tanto, comprendida en principio dentro de este movimiento. La novedad de la inteligencia es correlativa con la `novedad de la vida'. Así pues. pasar a la inteligencia espiritual significa pasar al 'hombre nuevo', que no cesa de renovarse de claritate in claritatem.

[>'Experiencia espiritual en la Biblia; >Salmos].

B. Calati

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