LAICO (seglar)
DicEs
 

SUMARIO: I. La experiencia cristiana del laico en la vida del mundo actual y de la Iglesia: 1. Como ciudadanos del mundo; 2. Como miembros de la Iglesia - II. La identidad del laico: 1. En la Sagrada Escritura: 2. En la Iglesia primitiva: 3. En la Edad Media; 4. Desde la Reforma hasta los tiempos modernos - III. Espiritualidad y misión del laico en el Vat. II: 1. El principio de la totalidad de la Iglesia: 2. Definición de "laico"; 3. La secularidad del laico; 4. Enviado por Cristo; 5. Animado por el Espíritu; 6. Presente en el mundo como Iglesia - IV. Los ministerios laicales en la Iglesia de hoy: 1. Los "ministerios laicales" en la historia; 2. Teología de los ministerios; 3. La pastoral desde la situación socio-religiosa actual - V. Unidad eclesial: 1. Colaboración entre clero y laicos; 2. Asociaciones de laicos.


I. La experiencia cristiana del laico en la vida del mundo actual y
de la Iglesia

La espiritualidad del laico no es una realidad abstracta. Por una parte, el laico es simplemente un cristiano; por otra, una espiritualidad se configura en ese camino concreto en que Dios llama a cada uno a vivir el cristianismo. Esta observación preliminar, que incluso podría parecer que cuestiona la existencia de una "espiritualidad del laico", abre, por el contrario, la posibilidad de su consistencia, precisamente porque la condición laica tiene ciertas características concretas que la diferencian de otras, por ejemplo, del estado religioso [>Vida consagrada] o del ministerio ordenado [—' Ministerio pastoral]. Por tanto, la espiritualidad del laico se con-figura dentro de la convergencia de varias instancias: la vocación salvífica que le viene de Dios, en Cristo, en la Iglesia, y su relación con los demás, con la sociedad, con el mundo. El laico está lla-mado a encarnar su vida cristiana en esa existencia cotidiana que lo sitúa en el centro de las esperanzas y de las tensiones de la vida de los hombres y de las estructuras de la sociedad. Se trata de una sequela Christi [>Seguimiento] vivida en la realidad cotidiana del hombre, de su trabajo, del compromiso de transformación y de mejora de la condición de vida, que implica la dimensión social, cultural, política, etc. Se trata de una continua confrontación e integración progresiva entre Dios, que habla en la historia de los hombres, las expresiones que brotan de la fe y de la vida eclesial y las siempre nuevas esperanzas de la sociedad. El problema de fondo de la espiritualidad de los laicos es cómo descubrir y encontrar lo absoluto de Dios en Cristo en una interioridad que integre todos los valores humanos y todos los aspectos del compromiso terreno. En efecto, los cristianos laicos son con todos los derechos ciudadanos del mundo y miembros de la Iglesia. Por tanto, están llamados a ser fieles a los hombres de su tiempo y obedientes al Cristo de siempre. Desde el momento en que Dios habla al hombre, incluso dentro de la diversidad de culturas, de situaciones y de experiencias humanas, la fidelidad a los valores y a los dinamismos de la humanidad ha de vivirse siempre a la luz de la fe y en la comunión eclesial.

1. COMO CIUDADANOS DEI, MUNDO - LOS laicos —observa K. Rahner— son aquellos cuyo ser cristiano y cuyas responsabilidades están determinadas por su inserción, en virtud del nacimiento, en la vida y en la trama del mundo. El laico nace al mundo antes de nacer al cristianismo. Su carácter original "mundano" no cambia y es asumido por el bautismo de tal manera que el mundo es el lugar en donde tiene que ser cristiano. Los laicos, en cuanto cristianos, tornan sobre sí mismos, por un nuevo título, las responsabilidades de la vida de los hombres de su tiempo y de las estructuras de la sociedad. Viven la experiencia de las rápidas y profundas transformaciones de la vida social (GS 4ss), de sus esperanzas y de sus angustias, de su progreso y de sus desequilibrios y de la repercusión que todo esto tiene en la fe y en la vida eclesial. Como cristianos, participan por la fe de todas las esperanzas de los hombres de hoy. Hablando de estas esperanzas en la alocución inaugural de la "consulta mundial" organizada por el Consilium de laicis en octubre de 1975, el cardenal Roy subrayaba algunos de sus aspectos centrales: "El hombre busca su propia identidad, busca la justicia, busca a Dios. Y en cuanto a nosotros, como cristianos, nos interpela a todos los niveles. Nuestra ascesis, nuestra espiritualidad, nuestra visión del mundo, nuestra pastoral, nuestra acción apostólica, los nuevos modos de orientar. corno cristianos, la secularidad hacia Doos: todo esto presenta una serie de problemas nuevos"

La fe de los cristianos, comprometidos en el proceso evolutivo del mundo. no puede eludir su confrontación sobre todo con el desafío que le viene de las diversas formas de ateísmo teórico y práctico [>Ateo]; de ciertas esperanzas que no dejan ningún espacio para los valores espirituales; de la atmósfera de secularismo; de esa actitud científica o técnica que no cree más que en lo que puede experimentarse y constatarse; del sufrimiento humano y de la injusticia que excluyen la existencia de un Dios-amor; del consumismo, que hace difícil el anuncio del Dios-misterio, que no puede ser objeto de consumo tal como nuestra sociedad lo entiende, etc. Estas formas de reto a la fe, por una parte, ponen en crisis los valores espirituales; mas, por otra, estimulan a los cristianos a una renovación de su forma de pensar y de obrar, y a penetrar en el drama del hombre para intentar, en la apertura y el diálogo, ayudarle a tomar conciencia de su necesidad reprimida de absoluto, de su espera en un Dios que le libere y le salve del abismo de la existencia.

2. COMO MIEMBROS DE LA IGLESIA - LOS laicos, sobre todo después del Vat. II, sienten que no están al margen de la Iglesia, sino que son parte activa y determinante de ella para ser mediación de lo absoluto de Dios y del evangelio en un mundo que se construye de formas siempre nuevas, y en el que es preciso desenmascarar ciertas ambigüedades para poner de manifiesto las expresiones humanas más genuinas, que abren al hombre a lo absoluto. Tales son los valores de la autenticidad, de la fraternidad, de la solidaridad humana, de la justicia. del amor, de la comunión. de la paz, etc. Cristo asumió esos valores, salvándolos de sus límites: la Iglesia prosigue esta obra en el tiempo. La espiritualidad de los laicos, en cuanto espiritualidad eclesial, se construye a la luz de una imagen de Iglesia no estática, sino dinámica; de una Iglesia en camino con los hombres, viviendo en el mundo y para el mundo, desarrollando una misión que es al mismo tiempo de evangelización y de animación de todas las realidades temporales. Todo lo que el Vat. II dijo sobre la fisonomía de la Iglesia, y en ella de los laicos, en la LG y en la GS, tiene que ser profundizado todavía en la doctrina y en la praxis para que el creyente laico pueda asumir su responsabilidad de ser Iglesia en el mundo, en el respeto a la mutua autonomía de la Iglesia y del mundo. No se trata ciertamente de oponer una espiritualidad de los laicos a una espiritualidad del clero. El Vat. II definió a la Iglesia, por encima de todo clericalismo, partiendo de su dimensión más universal, la de ser pueblo de Dios. Se trata más bien de volver a encontrar, dentro de esa imagen global y dinámica de Iglesia, los contornos de una identidad espiritual de los laicos que califique su ser y su función, teniendo en cuenta la experiencia concreta que ellos realizan en la vivencia de su fe en medio de los desafíos y las esperanzas del mundo moderno [>Iglesia II, 2-3].

II. Identidad del laico

¿Qué es el laico? ¿Cuál es su puesto en la Iglesia? ¿Qué sentido tiene su aportación a la construcción del mundo y a la edificación del reino de Dios? Se trata de interrogantes a los que no había respondido la Iglesia de forma explícita y oficial hasta el Vat. II. Sin embargo, las formulaciones del concilio estuvieron precedidas por treinta años al menos de experiencias y de estudios', que habían aclarado bastante la imagen del laico cristiano en el contexto de una eclesiología renovada. Ya no se define al laico negativamente como aquel que no es ni clérigo ni fraile. Su identidad no se establece por referencia a la del clero, como hacía en 1891 Wetzer, quien en el Kirchenlexikon, en el art. "Laico", escribía simplemente: Laie. Siehe Clerus (laico: véase clero). El laico ha adquirido consistencia propia, que ha ido aflorando progresivamente en la conciencia de la Iglesia, antes aún que con el estudio, a través de los grandes movimientos de espiritualidad y de apostolado que se iniciaron en los últimos decenios del siglo pasado y que alcanzaron su mejor florecimiento con la Acción católica en sus diversas expresiones.

Mas para poder comprender los valores que surgieron en el Vat. II y los que siguen aflorando en la conciencia de la Iglesia de hoy, hemos de repasar brevemente la evolución histórica del concepto laico y de su posición en la comunidad eclesial.

1. EN LA SAGRADA ESCRITURA - Interrogar a la Sagrada Escritura sobre la identidad del laico supone captar en ella el significado global de Iglesia y de creyentes. En efecto, limitándonos a los datos del NT, encontramos allí, más que una espiritualidad propia de los "laicos", la instancia a vivir simplemente la vida en Cristo y en el Espíritu dentro de la situación concreta en que se encuentra cada uno. El NT concibe la Iglesia como unidad de salvación que tiene su origen en Dios mediante Jesucristo y que es enviada al mundo. Los miembros de esta comunidad, designados como kletói (llamados), hagiói (santos), mathetói (discípulos), adelfói (hermanos), son constituidos como tales mediante una llamada de Dios en Cristo, que hace de ellos un pueblo escogido (1 Pe 1, 10), separado del mundo, pero para ser en él signo, testimonio de Dios y fermento de santificación. Todos juntos forman una unidad, un pueblo, el edificio de Dios (1 Pe 2,5-10; 1 Cor 3,16-17; Ef 2,19-22; Heb 10,21-25). En virtud de la llamada de Dios y del bautismo todos quedan consagrados para formar un reino sacerdotal, un sacerdocio santo, un templo espiritual (1 Pe 2,9-10; 1 Cor 3,16-17) para rendir a Dios un culto espiritual, esto es, animado por el Espíritu, y "anunciar las grandezas" de Dios (1 Pe 2,9). Hay una distinción entre todos y alguno, entre el rebaño y los pastores, entre el campo y quienes lo cultivan, entre el edificio y sus constructores; pero sobre todo, en el interior del pueblo único, cada uno de los miembros se diferencia de los demás según los carismas, los ministerios, las diversas funciones en el servicio de la edificación de la comunidad (1 Cor 12; Rom 12). En este sentido existe en el ámbito de la Iglesia una distinción entre laicos y clero, pero que no tiene por qué oscurecer la unidad de la comunidad cristiana, elegida por Dios y consagrada por entero a él. El Nuevo Testamento —indica Congar— "no insiste en la distinción entre laicos y sacerdotes dentro de la Iglesia, sino en la distinción u oposición o tensión entre una Iglesia consagrada toda ella y el mundo, entre el pueblo y el no-pueblo (laós y ou laós: 1 Pe 1,10), los hermanos y los otros (adelfói y oi loipoi) (1 Cor 6,1)". La investigación bíblica se ha interesado por un aspecto fundamental de la identidad de los laicos, a saber, su participación en el poder sacerdotal, profético y real de Cristo', y por lo que supone esta configuración para su misión ante el mundo. Para la elaboración de una espiritualidad de los laicos tiene también un valor especial el concepto neotestamentario de sacrificio espiritual, tal como se enuncia sobre todo en la 1 Pe. En efecto, todo cristiano es sacerdote insustituible de sí mismo; y todo cuanto es y cuanto hace, vivificado por el Espíritu, se convierte en materia del sacrificio espiritual ofrecido a Dios. Hay, por tanto, una correspondencia entre sacrificio y sacerdocio, puesto que el sacerdocio es simplemente la cualidad que permite presentarse ante Dios para obtener su gracia y su comunión mediante el ofrecimiento de un sacrificio agradable a él'.

2. EN LA IGLESIA PRIMITIVA - "La experiencia de la Iglesia primitiva como 'pequeña grey' e igualmente de las persecuciones cristianas y del martirio de algunos miembros, intensifica en la conciencia cristiana los factores de separación y de solidaridad mutua". En el plano de la vida, la Iglesia de los tres primeros siglos atestigua la vivacidad y el dinamismo del compromiso cristiano de los laicos, desde el primer grupo de discípulos de Cristo hasta la obra de los apologistas, el testimonio de los ascetas y de las vírgenes y el ejemplo de los mártires 8. En el período apostólico fue notable la actividad de los laicos en obras de asistencia y de hospitalidad. En los ss. I y II con la constitución de las "iglesias domésticas" y con el fervor apologético, constituían un vínculo indispensable entre la Iglesia y la sociedad civil'. En este período se estructura dentro de la comunidad única la diferenciación jerárquica. Clemente Romano habla de la triada sacerdotes-levitas-laicos, y Clemente de Alejandría de sacerdotes-diáconos-laicos. En la carta de Clemente —hacia el año 95— aparece por primera vez el término laikós. I. de la Potterie, en un estudio de carácter etimológico y semántico bien basado en textos paganos, hebreos y cristianos, ha demostrado que el adjetivo laikós se refiere al sustantivo laós (pueblo), pero considerado no como un grupo étnico en oposición a otro, sino como una categoría contrapuesta a otras dentro del mismo pueblo, o sea, la masa del pueblo respecto a sus jefes. Por tanto, con el término laico se indicaba al simple creyente en contraposición a aquel que era depositario de un cargo. En este sentido, dice también Tertuliano que el término laicos designa a un cristiano que no es ni obispo ni sacerdote ni diácono, en una palabra, que no pertenece al clero.

3. EN LA EDAD MEDIA - Congar, al estudiar la historia del laicado cristiano", distingue tres períodos distintos no sólo en el aspecto cronológico, sino sobre todo en el aspecto cualitativo, según las diversas situaciones en que vino a encontrarse la Iglesia en relación con el mundo: período de persecuciones, período de cristiandad, período de distinción del mundo, en el que la Iglesia. aunque en minoría, puede representar un papel más propio de ella.

En el primer período, el agudo sentido escatológico, como término de referencia constante de la vida cristiana, no sólo distingue a la Iglesia, sino que la pone en oposición con el mundo. El acento recae en la tensión Iglesia-mundo más bien que en la distinción clero-fieles. En la época de cristiandad o constantiniana las cosas cambian. La Iglesia, como sociedad pública de derecho divino, adquiere un lugar privilegiado en el derecho público del imperio. De aquí algunas consecuencias que influyen en el modo de ser y de obrar de los laicos en la Iglesia: el imperio y la Iglesia se incorporan mutuamente y la tensión se desplaza de la misión de la Iglesia ante el mundo al interior de la misma Iglesia entre sacerdote y monjes, por una parte (los "hombres espirituales"), y laicos, por otra; el clero y losmonjes reciben de Constantino inmunidades y privilegios, mientras que la dificultad de entender el latín hace que la cultura se convierta en privilegio de los príncipes y del clero, por lo que litteratus, el que sabe latín, equivale a clérigo; a los hombres "espirituales", los monjes, se contraponen los laicos, los "carnales", los que se ocupan de este mundo; por tanto, se considera que la espiritualidad por excelencia es la que se vive en la separación del mundo; los que ocupan cargos eclesiásticos se rigen por las formas de vida monástica (por ejemplo, el celibato) y por una dimensión sociológica propia (por ejemplo, la tonsura, los hábitos propios). El contraste espiritual-mundano acentúa ese dualismo que atribuye al clero una función activa de guía y de formación respecto a los laicos, y a éstos una función pasiva, o sea, la de aquellos a los que toca escuchar y obedecer. De esta forma los laicos vienen a situarse en cierto estado de inferioridad espiritual. Sin embargo, no faltan en este período momentos de aprecio y de promoción de los laicos y, por parte de estos laicos, la asunción de ciertas responsabilidades, como, por ejemplo, la reacción (que por desgracia desembocó a veces en movimientos heréticos) contra sacerdotes corrompidos, la lenta formación del convencimiento de que lo que cuenta no es tanto el "orden" o el "estado" como la rectitud y la santidad personal, la reforma gregoriana contra el clero simoníaco y nicolaíta, que mientras acentúa el contraste entre clero y laicos señala también los límites del dominio del clero y de los laicos, reconociéndoles a éstos su justa autonomía 13.

4. DESDE LA REFORMA HASTA LOS TIEMPOS MODERNOS - El mundo moderno —continúa el análisis histórico de Congar—, con sus grandes descubrimientos, con el humanismo y la Reforma, se crea una nueva conciencia de sí mismo frente a la Iglesia: "Hay una característica que marca profundamente el nacimiento de este mundo: la toma de conciencia de la consistencia, de la seriedad intrínseca y, por tanto, de la autonomía del mundo humano y terreno'. La emancipación de la sociedad civil respecto de la eclesiástica y la afirmación de los valores terrenos, fuera de todo condicionamiento religioso, hace que la Iglesia se encuentre frente a un mundo plenamente "mundo". Ante esta confrontación, la Iglesia reacciona intentando reconstruir unos cuadros que sustituyan a las viejas estructuras de la cristiandad con organizaciones católicas que desembocarán más tarde en los grandes movimientos de Acción católica, con nuevas experiencias pastorales y con una vida más profunda de fe y de apostolado. De este modo la tensión se sitúa de nuevo entre la Iglesia entera y el mundo y los laicos, que toman una nueva conciencia de la importancia de su función dentro de la Iglesia y frente a la sociedad. Se desarrolla entonces toda una espiritualidad con un fuerte dinamismo evangélico y misionero y un impulso de servicio a los hermanos en todos los campos de la actividad humana. Gradualmente los laicos asumen una presencia activa en las nuevas estructuras sociales y políticas, especialmente en Italia. como consecuencia de la "cuestión romana".

III. Espiritualidad y misión del laico en el Vat. II

Para una espiritualidad de los laicos, tal como se ha dibujado en la Iglesia de nuestros días, relacionada con sus aspectos dogmáticos y pastorales, el Vat. II ha supuesto al mismo tiempo un punto de llegada y un punto de partida. Un punto de llegada de toda la elaboración teológica que, partiendo de las nuevas experiencias del sentido eclesial realizadas por los mismos laicos, ha desembocado en las formulaciones doctrinales y en las orientaciones operativas del Vat. II. Un punto de partida, ya que el Vat. II ha propiciado una reflexión teológica más profunda, que no se ha limitado a comentar los textos conciliares, sino que ha continuado el camino intentando colmar lagunas y precisar mejor los contornos de la fisonomía del laico en la Iglesia y de su compromiso con el mundo. Los documentos básicos del concilio sobre los laicos son, a nivel dogmático, el c. IV de la LG; a nivel de misión apostólica específica, el decreto AA; a nivel de encuentro y confrontación con el mundo, la constitución pastoral GS.

1. EL PRINCIPIO DE LA TOTALIDAD DE I.A IGLESIA - Para trazar los contornos de la espiritualidad del laico y de su misión es importante establecer el punto de partida o, si se quiere, el contexto en que se coloca. Este punto de partida es la Iglesia entendida en su globalidad,como "pueblo de Dios", tal como lo ha subrayado sobre todo la LG (c. 11). Los laicos no están al margen de una Iglesia concebida en una visión casi exclusivamente jerárquica. Son Iglesia y, por tanto, llevan toda la vitalidad y responsabilidad apostólica de la Iglesia en virtud de una misión recibida inicialmente con el bautismo. Están ya lejos los tiempos en que, en la Edad Media, Graciano hablaba de duo genera christianorum: por una parte, los clérigos y los monjes; por otra, los laicos, que "están autorizados a casarse, a cultivar la tierra, a dirimir las disputas en un juicio, a defender la propia causa, a depositar las ofrendas sobre el altar, a pagar los diezmos..." También está lejos cierta mentalidad, que duró hasta comienzos de nuestro siglo, según la cual a los laicos no les correspondía ninguna función activa en la Iglesia, y que autorizaba a monseñor Talbot a escribir a Manning: "¿Cuál es el ámbito de los laicos? ¡Cazar, disparar, divertirse...! Esas son sus competencias; pero no tienen el más mínimo derecho a mezclarse en los asuntos de la Iglesia" ". Hoy se da por descontado que la espiritualidad de los laicos tiene su consistencia dentro del cuadro de la espiritualidad de todos los cristianos, que forman el único "pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). No se la contempla ya como una reducción de la espiritualidad del clero, que a su vez era considerada como una reducción de la de los monjes. Los laicos cristianos han sido constituidos tales en virtud de una llamada de Dios en Cristo, en la Iglesia, por la cual son "linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo peculiar, para anunciar las grandezas del que os ha llamado de las tinieblas a su maravillosa luz" (1 Pe 2,9). Los caracteres específicos de su espiritualidad no los separan del resto de la Iglesia, sino que definen lo que tienen en común con el cuerpo eclesial entero. En efecto, la Iglesia forma una unidad compacta, una comunión de salvación, un misterio, esto es, "un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1); por tanto, la diversidad de los miembros se establece sólo sobre la base de lo que es común y redunda en beneficio de la unidad (LG 30). El mismo hecho de que la LG trate del pueblo de Dios (c. II) antes que de la jerarquía (c. 111) y de los laicos (c. IV) subraya que la diferenciación de los oficios y de los carismas se inserta en la unidad de la Iglesia: "El pueblo elegido de Dios es uno" (LG 32); hay una "acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo" (LG 32); los laicos están "congregados en el Pueblo de Dios e integrados en el único Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza" (LG 33) y su tarea es "la misión de todo el pueblo cristiano" (LG 31).

El concepto central y unificador de la eclesiología del Vat. II, sobre cuyas bases es posible construir una laicología, es el de pueblo de Dios (LG c. 11). un pueblo constituido por la acción salvífica de Dios en un itinerario histórico dirigido al cumplimiento escatológico. La característica peregrinante de este pueblo no significa, sin embargo, evasión de lo concreto histórico, temporal, social y político. El "lugar" de la Iglesia es lo terreno tal como va evolucionando en el tiempo. El carácter "mundano" afecta a todo el pueblo de Dios. Toda la Iglesia —los laicos de manera específica— está llamada a una misión de servicio del mundo, de fermento, de testimonio, de signo, de promoción humana. La relación Iglesia-mundo fue considerada de un modo nuevo por el Vat. II en la GS. "En la visión de la Iglesia como pueblo de Dios —señala Congar— es verdad que los principios constitutivos de esta Iglesia no vienen del mundo, pero esta Iglesia está en el mundo, participa de su movimiento (ésta es la Iglesia de la GS): los fieles, más que `enviados' al mundo, se encuentran en él y forman parte de él. Se les pide únicamente que sean cristianos en todo lo que ellos son" .

2. DEFINICIÓN DE "LAICO" - Los diversos intentos de los teólogos de dar una definición exacta del laico no han tenido mucho éxito, aun cuando han señalado algunos de sus rasgos fundamentales. El Vat. II, aunque intentó laboriosamente definir al laico, no se comprometió a una estricta definición teológica, sino que prefirió una descripción tipológica, fenomenológica o ad hoc. Esta descripción tiene en cuenta la globalidad de la Iglesia, como se señala en el párrafo introductorio del c. IV de la LG (30): "Todo lo que se ha dicho sobre el pueblo de Dios se dirige por igual a laicos, religiosos y clérigos; sin embargo, a los laicos les atañen ciertas cosas".

La descripción tipológica conciliar (LG 31) abarca tres elementos fundamentales: 1) Los laicos se distinguen de los clérigos y de los religiosos. Este aspecto, que parece recalcar la definición negativa del Código de derecho canónico, realmente, en el contexto conciliar, se sitúa en una perspectiva positiva. Los laicos son pueblo de Dios y como tales, aunque no tienen tareas clericales ni están llamados a buscar la perfección cristiana dejando las tareas mundanas, son también sujetos,de tareas activas en el interior de la Iglesia y deben buscar la perfección evangélica propia de todos los cristianos, viviendo en el interior de las realidades terrenas. 2) Los laicos son miembros del pueblo de Dios. Este elemento tiene un carácter positivo y teológico: "Los fieles que, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos corresponde (LG 31). Así pues, hay un doble nivel que cualifica a los laicos: uno común a todo el pueblo de Dios, y otro propio. En el primero, que es propiedad de todos los bautizados, ellos son como los demás, a saber, "constituidos en pueblo de Dios" y comprometidos en "la misión de todo el pueblo cristiano". En el segundo, se caracterizan por una especial ("a su manera") participación del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo y por un modo propio ("la parte que a ellos corresponde") de desarrollar la misión cristiana en la Iglesia y en el mundo. La diferencia específica procede esencialmente de la relación que los laicos tienen con el mundo y con las realidades terrenas. De ahí el tercer elemento. 3) Los laicos están llamados a santificar los aspectos seculares de la vida. Lo que hace a un fiel (elemento genérico de todos los cristianos) laico es la relación que tiene con el mundo en medio del mundo, esto es, su secularidad.

3. LA SECULARIDAD DEL LAICO - La LG, por consiguiente, indica la secularidad como la diferencia específica, lo que caracteriza la vocación y la misión de los laicos: "El carácter secular es propio y peculiar de los laicos" (LG 31). Su vocación es "tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios" (ib); "de manera singular a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que están estrechamente vinculados, de tal modo que sin cesar se realicen y progresen conforme a Cristo y sean para la gloria del Creador y del Redentor" (ib). Con esto el concilio no ha intentado describir a los laicos al filo del dualismo sagrado-profano, sino más bien poner de relieve el aspecto de encarnación junto con el soteriológico-escatológico. En efecto, no es posible describir a los laicos sin tener en cuenta, como punto de partida, la situación existencial en que se encuentran y que está constituida por las coordenadas normales de la vida familiar, social, cultural, política, etc. En esa situación viven su ser cristiano y eclesial. El bautismo que los hace cristianos, confiriéndoles una participación real en las funciones de Jesucristo, no sólo no los libera de sus tareas terrenas, sino que se las hace asumir con una nueva motivación derivada de la vida sobrenatural y de la misión cristiana de que son investidos. Así, mediante los laicos, la secularidad queda integrada en la vida eclesial dentro de la unidad del proyecto salvífico de Cristo. Las realidades temporales tienen su autonomía, que los laicos han de respetar; pero ellos están llamados a animarlas desde dentro con el espíritu del evangelio, realizando así su tarea específica, o sea, la "instauración cristiana del orden temporal", que les viene fundamentalmente de la instancia bautismal. Por tanto, su ser-en-el-mundo y su obrar-en-el-mundo caracterizan, en último análisis, la personalidad y el tipo de presencia eclesial que los laicos están llamados a vivir.

4. ENVIADO POR CRISTO - La espiritualidad del laico se basa sustancialmente en el acontecimiento con que Cristo lo hace suyo, lo anima con su Espíritu, lo abre a la fe, a la esperanza y a la caridad, y lo envía al mundo como presencia de la Iglesia en las realidades de los hombres. La existencia y la misión del laico está dirigida por la unidad bipolar del bautismo y de la secularidad. El bautismo consagra una situación secular. Con su carácter de consagración al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, el bautismo hace del hombre un cristiano, un ungido del Señor, para que pueda vivir plenamente en la Iglesia de Cristo y llevar a Cristo y a la Iglesia al corazón de la realidad humana y temporal. El Vat. II ha tratado ampliamente de la participación de los laicos, mediante el bautismo, del mismo Cristo y de su triple oficio sacerdotal, profético y real.

a) El sacerdocio común de los fieles. Es participación de Cristo sumo sacerdote (LG 10; 34), que se realiza en una sucesión orgánica: Cristo es el sacerdote; toda la Iglesia es sacerdotal; todo bautizado es sacerdote; algunos bautizados son ordenados sacerdotes ministros. La participación en el sacerdocio de Cristo da un carácter particular a la espiritualidad de los laicos, a saber, el de vivir todos los aspectos de su existencia como "culto espiritual"", mediante el cual toda su vida, su trabajo, su oración, su lucha por la justicia, etc., se convierten en "ofrenda espiritual" agradable a Dios mediante Jesucristo (1 Pe 2,5). Este culto espiritual alcanza su cumbre cuando los laicos unen la ofrenda de su vida a la de Cristo, mediante el ministerio de los sacerdotes ordenados, en la eucaristía. Otro aspecto del sacerdocio común de los fieles es la obra de mediación entre Cristo salvador, los hombres y el mundo, particularmente con la proclamación de las obras maravillosas de Dios, que llama de las tinieblas a su luz (1 Pe 2,9).

b) La participación del poder profético de Cristo hace de los laicos testigos, anunciadores de la Palabra en medio del mundo "para que la virtud del evangelio brille en la vida diaria, familiar y social" (LG 35; AA 6; 11). En la Iglesia todos son evangelizadores; la secularidad, que cualifica a los laicos, caracteriza también a la evangelización, en cuanto que ésta "adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del mundo" (LG 35).

c) La participación en el oficio real de Cristo es ante todo el don de la libertad espiritual y de la victoria sobre el propio egoísmo. Cristo libera a la libertad humana, de forma que pueda escuchar su voz, responder a sus invitaciones, obedecer a su misión, para que Cristo sea todo en todos. La LG ve la participación en la realeza de Cristo sobre todo como capacidad de cooperar con Cristo, que quiere someter a sí todas las cosas creadas para que queden libres "de la servidumbre de la corrupción para participar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (LG 36). Esto supone un compromiso espiritual que mueva a llevar la salvación a donde, efectivamente, se necesite, o sea, que una salvación y liberación, y que esto se viva como un servicio al mundo, a su progreso, a su redención del mal y de la injusticia, iluminando los auténticos valores humanos con la luz de Cristo y de su evangelio. Supone también un gran respeto por la autonomía de la esfera temporal, a la que hay que hacer una humilde aportación para que alcance aquella dimensión plena e integral que corresponde al proyecto de Dios creador.

5. ANIMADO POR EL ESPÍRITU - Como cualquier otro miembro de la Iglesia, el laico realiza la experiencia del Espíritu Santo, incesantemente enviado por el Padre y por el Hijo a todos los creyentes. El Espíritu obra en él configurándolo cada vez más con Cristo y dándole el coraje de anunciarlo al mundo. En la economía actual de la salvación el Espíritu Santo, como afirma P. Evdokimov", es el hecho interior: "El día de Pentecostés baja al mundo in Persona, hipostáticamente, y se hace operante desde dentro de la naturaleza humana, se pone como hecho interior de la naturaleza humana. Actúa, pues, en el interior de nosotros, nos mueve, nos hace dinámicos y, santificándonos, nos transmite algo de su propia naturaleza. Sin confusión, el Espíritu se identifica con nosotros, se hace el cosujeto de nuestra vida en Cristo, más íntimo a nosotros que nosotros mismos". Recibido inicialmente en el bautismo y en la confirmación, el Espíritu es acogido en una continua apertura a su gracia y a sus mociones, capacita al laico para construir el reino y para hacer una sociedad cada vez más humana. "Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter toda la tierra a este fin" (GS 38). Para cumplir sus funciones de cristianos en el mundo, los laicos reciben del Espíritu Santo aquellos dones particulares que el Nuevo Testamento llama carismas, "tanto los extraordinarios como los más comunes y difundidos..., que son muy adecuados y útiles a las necesidades de la Iglesia" (LG 12). Estos dones dan a los laicos la experiencia de pertenecer al gran pueblo carismático, en el cual la variedad de los carismas se deriva de un único Espíritu y lleva a una única misión, aunque diferenciada en sus diversos aspectos complementarios. De este modo el Espíritu Santo da "hoy a los laicos una conciencia cada día más clara de su responsabilidad" (AA 1), llamándolos a un apostolado que es "participación en la misma misión salvífica de la Iglesia" (LG 33). "Cada uno tiene de Dios su propia gracia", dice san Pablo (1 Cor 7,7); y en la Iglesia la diversidad de los carismas en la unidad (1 Cor 12) da a cada uno la posibilidad de dedicar lo mejor de si mismo al servicio de los hermanos. Por tanto, los laicos, precisamente por estar animados del Espíritu Santo y dotados de carismas, no necesitan esperar ningún otro mandato para desarrollar su misión cristiana en la Iglesia y en el mundo, sino solamente procurar que sus dones espirituales se inserten en el contexto de los carismas y los ministerios de la comunidad y en la caridad eclesial, aunque aceptando el discernimiento definitivo de los carismas. que corresponde a los obispos (LG 12).

8. PRESENTE EN EL MUNDO COMO IGLESIA - En los laicos vive el misterio salvífico de la Iglesia, "pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). De la Iglesia obtienen la santidad, precisamente porque están insertos en la "Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y caridad en la tierra como un todo visible... por la cual se comunica la verdad y la gracia a todos" (LG 8). Al ser Iglesia, los laicos participan directamente de la misión de salvación. Si la Iglesia entera "es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1), también los laicos están llamados a ser signo e instrumento de salvación para sus hermanos. El suyo es un testimonio eclesial por ser expresión de la Iglesia. Salvados por Cristo en la Iglesia, los laicos son a su vez portadores de salvación: "El Señor desea dilatar su reino también por mediación de los fieles laicos..." (LG 36); "así pues, incumbe a todos los laicos la preclara empresa de colaborar para que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y en todas las partes de la tierra" (LG 33).

La consagración está ordenada a la misión. El bautismo y la confirmación consagran y envían. El laico, como cristiano, es un enviado, un apóstol. El apostolado brota de la misma existencia cristiana recibida en los sacramentos y vivida en la fe, en la caridad, en la esperanza, en el ejercicio de los dones del Espíritu. Y como la existencia cristiana es existencia eclesial, "el apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia" (LG 33). El apostolado no nace de una iniciativa personal, sino de una misión que se recibe de la Iglesia, la cual a su vez la recibe de Cristo. El ámbito de la misión de la Iglesia es muy amplio: "Propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre y hacer a todos los hombres partícipes de la redención salvadora, y por su medio ordenar realmente todo el universo hacia Cristo" (AA 2). Entendido en sentido tan amplio, el apostolado es participado también por los laicos en toda su integridad, pero con acentos especiales que se derivan de su condición de vida; en realidad ellos "ejercen el apostolado con su trabajo para evangelizar y santificar a los hombres y para perfeccionar y saturar de espíritu evangélico el orden temporal..." (AA 2). Por tanto, no sólo la evangelización y la santificación, sino también la "restauración de todo el orden temporal" (AA 5) forma parte de la obra redentora de Cristo, actualizada por la Iglesia y promovida por los laicos como tarea específica suya. Los laicos, como se decía anteriormente, son miembros de pleno derecho de la Iglesia y ciudadanos del mundo; viven la misión santificadora de la Iglesia y tienen la responsabilidad de construir un mundo más humano. Estos dos aspectos de su apostolado, lejos de crear dualismos y escisiones, los remiten a la única fe en Cristo y a la única misión de la Iglesia, en la que "hay variedad de ministerios, pero unidad de misión" (AA 2). La dimensión horizontal de la vida espiritual tiene que integrarse continuamente con la vertical. La relación de fe con Dios, en Cristo, en el Espíritu, lleva a reconocer a Dios no sólo en sí mismo, sino en la soberanía que tiene sobre la creación y sobre las actividades libres del hombre.

Pero hay que admitir que, después del tiempo transcurrido desde el Vat. II, todavía queda mucho por profundizar acerca de la presencia de los cristianos en el mundo y de la forma con que ellos han de hacer viva y operante la misión de la Iglesia en el actual contexto social.

En efecto, la Iglesia se encuentra en medio de una sociedad en rápida transformación, que le exige una continua toma de conciencia de nuevas realidades a las que debe dar su aportación. "Diez años después del concilio —se decía en la consulta mundial del Consejo de laicos en 1975— queda por aclarar qué es el diálogo Iglesia-mundo y su mutua autonomía, poniéndose a nivel del creyente ordinario y de las comunidades cristianas que trabajan en el mundo. Ya no basta la clarificación teológica y clerical". La Iglesia y el mundo no están al lado uno de la otra, sino que se compenetran íntimamente; en consecuencia, el testimonio cristiano y la instauración del orden temporal no son dos tareas separadas, sino que se integran en el compromiso concreto del hombre.

Sólo en este contexto unitario resulta útil distinguir la tarea que corresponde a los laicos de evangelizar, de animar cristianamente las realidades temporales y de promover los valores humanos.

a) La evangelización —como ha subrayado Pablo VI— "es la gracia y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda". Nace de Cristo y de los apóstoles; pasa a la Iglesia, la cual se evangeliza a sí misma y a aquellos a los que ha sido mandada, y envía a los evangelizadores 26. Los laicos están llamados a ejercer su función profética anunciando a Cristo y su mensaje con el testimonio de su vida, de sus obras, de su palabra (AA 6). Pero dado que viven en medio del mundo, "tienen que ejercitar por eso mismo una forma singular de evangelización", esto es, llevando la fuerza renovadora del Espíritu al corazón de los acontecimientos y de todas las realidades terrenas.

b) La animación cristiana de las realidades temporales es tarea específica de los laicos. Ellos infunden un alma cristiana y evangélica a todos los valores humanos sometidos a la distorsión del pecado. Su tarea "primaria e inmediata" es, por tanto, "la actuación de todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero ya presentes y operantes en las realidades del mundo", a saber, de la política, de la vida social y económica, de la cultura, de los medios de comunicación social, del trabajo, de la familia, del amor, etc.

c) La promoción humana es otro aspecto complementario de la misión de la Iglesia, de la que los laicos son responsables por un titulo propio y peculiar. La Iglesia se interesa por el hombre, por su desarrollo integral a todos los niveles, individual y social. Promover al hombre y sus valores significa liberarlo de toda forma de esclavitud y de condicionamiento sociológico, económico, cultural. Pero la obra de los cristianos no se limita a esto. Ellos realizan una aportación original a los proyectos humanos de promoción. Presentan una visión del hombre y de la historia coherente con la fe, que libera a los hombres desde dentro, haciéndose de este modo artífices generosos e infatigables del bien integral de los hermanos. La fe, dentro del respeto a la autonomía de las realidades terrenas, sabe reconocer todo lo que hay de positivo, de válido y de noble en los proyectos de promoción humana. Reconoce que todos los esfuerzos que se realizan por promover y liberar al hombre tienen también un valor para el reino de Dios. El esfuerzo de los cristianos, en unión con todos los hombres de buena voluntad, por construir una sociedad más justa, más humana, más atenta a devolver a los pobres y a los marginados el lugar y la dignidad que les corresponde, es un trabajo evangélico. Los cristianos, aunque tengan que situar en el primer puesto su fe en Dios en todas sus dimensiones, no se santifican sólo con actos explícitamente religiosos, sino también cuando, inmersos en las estructuras de la sociedad, trabajan por la justicia. "Se trata de un servicio cristiano —subraya Congar— a través de los caminos, siguiendo las huellas y a imitación del Siervo que se ofreció a sí mismo". Por eso semejante empeño por la justicia sólo puede brotar de una profunda vida teologal y de la comprensión del papel que la cruz representa en la historia de la salvación de los hombres y del mundo. De esta manera los laicos pueden hacer que surja Cristo en la conciencia de aquellos entre los cuales promueven los valores humanos más auténticos. Un campo que los laicos están particularmente llamados a evangelizar es el de la . familia (AA 11). Ellos poseen el carisma o "don" del matrimonio, que se concreta en la gracia del sacramento, en el ejercicio del amor conyugal y del amor a los hijos. En efecto, los padres son los primeros evangelizadores de los hijos; "la familia, lo mismo que la Iglesia, tiene que ser un espacio en el que se transmita el evangelio y desde el que el evangelio irradie"
[>Mundo VI-VIII].

A. Barruffo

IV. Los ministerios laicales en la Iglesia de hoy

La eclesiología renovada del Vat. II. en la que el pueblo de Dios, lo laical, adquiere una sugestiva relevancia, la naturaleza evangelizadora y misionera de la Iglesia y las actuales necesidades pastorales han urgido a los teólogos a plantear en profundidad el tema de los ministerios laicales. Es evidente que un desarrollo global del problema requiere tener presentes todas las perspectivas que ofrece: la histórica, la teológica y la pastoral. La historia nos acerca al pasado, a los elementos evolutivos de los ministerios; la teología, a los principios eclesiológicos sobre los que se funda e ilumina desde la Revelación y la Tradición; y la pastoral mira al presente y al futuro, tiempos que urgen el desarrollo de formas nuevas de ministerios acomodadas a las circunstancias.

1. LOS "MINISTERIOS LAICALES" EN LA HISTORIA - Las comunidades apostólicas, además de los miembros supereminentes de los apóstoles y evangelistas, poseen una jerarquía sacral compuesta de obispos, presbíteros y diáconos. En la época postapostólica se configura mejor la comunidad desde lo clerical, completándose la lista de ministerios que durante siglos constituirían las "órdenes menores": subdiáconos, lectores, acólitos, exorcistas, ostiarios, oficios reservados a los varones. Los tres últimos fueron cayendo en el olvido durante los ss. vii y viii.

¿Qué función ministerial tenían en la comunidad cristiana los "no ordenados"? En los primitivos tiempos apostólicos tienen mucha importancia los profetas y doctores, los intérpretes de los carismas, los curanderos, y otras funciones carismáticas de las que habla Pablo. Importancia capital tenía el catequista laico. La historia nos ha conservado los nombres de algunos verdaderamente eminentes: Tertuliano, Clemente de Alejandría, Justino, Orígenes y otros [>Catecumenado II, 2 y 3]. Las mujeres podían ser diaconisas —diaconado de dudosa significación sacramental, al menos en Oriente, en el que se iniciaban con la imposición de las manos—, y el viduato. Ambos desaparecieron entre los ss. VI y vll. Durante la Edad Media sirven los laicos en oficios curiales burocráticos de la política religiosa de papas, obispos, emperadores y reyes: ecónomos, notarios, apocrisiarios, missi dominici. Pero lo "eclesial" de esos oficios quedaba muy oscurecido.

2. TEOLOGÍA DE LOS MINISTERIOS - LOS ministerios expresan y realizan la misión salvadora y sacramental de la Iglesia; por eso el número, su cualificación clerical o laical están en estricta dependencia de la noción misma de la Iglesia. Teniendo en cuenta las corrientes eclesiológicas de nuestro tiempo, se pueden resumir los siguientes principios teológicos que explican la naturaleza de los ministerios "laicales".

a) La Iglesia no es sólo una sociedad perfecta y visible, sino una comunidad de hombres unida por la fe y el amor y convocada por Dios en Cristo para la propia salvación y la evangelización del mundo con la ayuda del Espíritu. Lo cristológico y pneumático, la jerarquía y el pueblo, los ministros ordenados (clérigos) y los no ordenados (laicos), son elementos integradores no opuestos del gran misterio sacramental. La evangelización ad intra y ad extra, como misión preferencial, la realiza mediante los ministerios.

b) Algunos ministerios tienen su origen en el sacramento del Orden, como son el episcopado, el presbiterado y el diaconado, y expresan la realidad sacramental, vital, y también jurídica, de la Iglesia. Constituyen la "jerarquía", la Iglesia docente y santificadora mediante la celebración de la Palabra y la Eucaristía.

c) Además, existen otros ministerios laicales, no clericales, necesarios para que la Iglesia complete su función evangelizadora y salvadora. Tienen su origen en los sacramentos del bautismo y la confirmación, que configuran al cristiano como miembro de Cristo y de su Iglesia, por los que participan del carácter sacerdotal, profético y regio de Cristo. Mediante ellos, los laicos ejercen su función de corresponsabilidad dentro de la comunidad. Algunos de estos ministerios están institucionalizados por la Iglesia y los recibe el laico mediante un rito litúrgico.

d) La diferencia entre clérigos y laicos por motivos sacramentales no debe generar un dualismo de funciones irreconciliables entre los distintos miembros de la Iglesia, sino un binomio coordinado de ministerios al servicio de la comunidad. El centro de interés, que antes recaía sobre la distinción entre el clero y el laicado, se desplaza ahora a la comunidad, dentro de la cual cada uno de los miembros del binomio realiza una función diferente, pero necesaria. Se mantiene el principio jerárquico de la Iglesia, pero resalta mejor la función de cada uno de los miembros; la Iglesia se hace ministerial, se evita la pasividad.

e) Los ministerios son esenciales y necesarios a la Iglesia para que cumpla su misión evangelizadora y salvadora; mediante ellos es signo sacramental en un sentido teológico, en cuanto no sólo significa, sino que realiza la salvación; cumple la misión que Cristo le encomendó. La pluralidad de ministerios surge de los distintos servicios que la Iglesia ofrece a los hombres, que se interrogan sobre su razón de ser, y corresponden a la diversidad de carismas con que Dios la ha enriquecido: predicación de la Palabra, celebración del culto, servicio de comunión y de caridad, de paz y reconciliación, testimonio de fe hasta el martirio, si fuese necesario; salvaguarda de la cultura y la moral en épocas de oscurecimiento, etc.

f) La naturaleza y finalidad de la Iglesia, compuesta por hombres, su carácter mundano y temporalista, su historicidad hacen que los ministerios estén sometidos a evolución, a renovación, a crecimiento y muerte, dependiendo de las coordenadas sociales, culturales y religiosas de los distintos tiempos Y geografías en que vive la Iglesia. La Iglesia, como sacramento de salvación universal para los hombres, debe estar abierta a los cambios, a lo que llamó el Vat. II los "signos de los tiempos". El teólogo, como auxiliar de la jerarquía, cumple su ministerio eclesial dando respuestas a los interrogantes que ofrece la historia. Teniendo en cuenta que la Iglesia es esencialmente ministerial, debe justificar la existencia de aquellos ministerios laicales necesarios para una pastoral eficaz y evangelizadora, siem pre que no contradigan la naturaleza de la misma.

3. LA PASTORAL DESDE LA SITUACIÓN SOCIO-RELIGIOSA ACTUAL - La historia y la teología nos presentan lo evolutivo y lo constitutivo de los ministerios laicales en la Iglesia. La teología pastoral tiene que ofrecer soluciones para que sea de verdad realidad salvadora en las necesidades actuales. Historia, teología, sociología y pastoral colaboran para construir la Iglesia del futuro.

El análisis sociológico del hecho religioso católico ofrece una panorámica, si no angustiante, sí preocupante por lo que se refiere a los ministerios clericales en la Iglesia. En los años del postconcilio hemos asistido a una crisis que, aunque compleja en sus causas, se ha manifestado en la disminución alarmante de las vocaciones sacerdotales y en abandonos y secularizaciones muy abundantes. Los porcentajes y estadísticas pueden ser engañosas si no se hacen con rigor y tienen en cuenta sólo lo cuantitativo y no lo cualitativo. La situación real se agrava por muchos conceptos: decrecimiento numérico de los sacerdotes, envejecimiento progresivo del estamento clerical, sobrecarga de trabajo para los que quedan, excesiva a veces para la edad y las posibilidades de rendimiento. En consecuencia, muchas comunidades cristianas quedan sin pastor o son atendidas sólo en lo imprescindible: lo cultual, lo ritual, lo sacramental, con poca o ninguna evangelización. A veces ni siquiera pueden celebrar la Eucaristía dominical.

Ante esta situación, la Iglesia tiene que arbitrar medidas para que su misión de evangelizar y santificar no se agote. ¿Qué ha hecho la Iglesia jerárquica para solucionar el problema? Por supuesto, no ha retocado la figura sacral del sacerdote y su ministerio. Quiere que sea célibe, bien formado en teología y en ciencias humanas y eclesiásticas, que aprende en un curso largo de formación, en unos ambientes más o menos cerrados. No ha readmitido a los sacerdotes que abandonaron y están casados a ejercer el ministerio. Ni siquiera admite la posibilidad de ordenar de sacerdotes a laicos casados. Sólo se ha abierto esta posibilidad en algunas circunstancias a los diáconos. La mujer queda excluida de lo ministerial clerical y jerárquico.

Es verdad que ya en el Vat. II la Iglesia "oficial" fue consciente de la novedad de los problemas y resaltó la función eclesial del laico, su responsabilidad en la Iglesia traducida a derechos ydeberes. Pablo VI publicó el 15 de agosto de 1972 el motu proprio Ministeria quaedam, en el que el lectorado y el acolitado adquieren el carácter laical que tuvieron en su origen y que habían perdido al convertirse en órdenes menores y escalones para acceder al sacerdocio. Expresamente los reservó a los "varones" (n. 7). Posteriormente, el 29 de enero de 1973, publicó un documento la Congregación para la doctrina de los sacramentos, Inmensae caritatis, que instituye el oficio (no lo llama ministerio) de dar la comunión en casos extraordinarios, en el que no es excluida la mujer. Finalmente, en enero de 1977, la Congregación para la doctrina de la fe hizo pública una declaración, Inter insigniores, en la que se niega el acceso de la mujer al sacerdocio. Pablo VI en la Exhortación apost. Evangelii nuntiandi, del 8 de diciembre de 1974, admite la posibilidad de los ministerios laicales "sin orden sagrado", diferentes de otros "con orden sagrado". Entre ellos recuerda: "los catequistas, animadores de la oración y del canto, cristianos consagrados al servicio de la Palabra de Dios o a la asistencia de los hermanos necesitados, jefes de pequeñas comunidades, responsables de movimientos apostólicos u otros responsables". Todos ellos —decía el Papa—"son necesarios para la implantación, la vida y el crecimiento de la Iglesia" (n. 73). Mucho más rica es la experiencia ministerial en muchas partes del mundo promovida a veces por las mismas Conferencias Episcopales.

De hecho, en las iglesias locales se están ejerciendo, además de los tres ya indicados, "instituidos" por la Iglesia, otros ministerios laicales como catequistas, predicadores, delegados para recibir el consentimiento matrimonial, responsables de las comunidades, presidentes de la celebración de la Palabra, ministros extraordinarios del bautismo, preparadores para el matrimonio, responsables de la pastoral, monitores en las misas, encargados de las múltiples obras de caridad, etc.

Vistas las necesidades de la Iglesia, la nueva concepción de su naturaleza y su misión, mirando al futuro próximo y lejano, los teólogos y los pastoralistas optan por una institucionalización de los ministerios que los laicos están, de hecho, ejerciendo en ciertos lugares, y no sólo los del área litúrgica, lo cual daría a esos servicios una mayor estabilidad y nueva valoración por parte de la comunidad en que son ejercidos, y al mismo tiempo exigiría una mayor responsabilidad y compromiso en el sujeto que los ejerce.

Además, pensando en una revalorización de lo "laical" en la Iglesia, alimentando un sentido de mayor responsabilidad, de adaptación a los tiempos, en la línea del Vat. II, la institución de los ministerios no debe estar condicionada a algo coyuntural sociológico, como es la falta de sacerdotes, sino que debería brotar de la misma naturaleza de la Iglesia, como un derecho y un deber del laico en ella, nunca como un privilegio que le concede la Iglesia clerical.

D. De Pablo Maroto

V. Unidad eclesial

Una Iglesia misionera, al servicio del hombre y en busca de un continuo diálogo con la sociedad que se afirma en proyectos siempre nuevos, requiere una comunión profunda entre todos los miembros que la componen, para que se pueda presentar al mundo como signo de unidad de todo el género humano. A la Iglesia se le ofrece siempre la gracia de la oración de Jesús: "Que todos sean una sola cosa. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn 17,21). Esta koinonía, ofrecida por Cristo y actualizada y buscada siempre en la Iglesia, lleva a subrayar algunos aspectos que afectan a la espiritualidad de los laicos.

1. COLABORACIÓN ENTRE CLERO Y LAICOS - El Vat. II, con la imagen tan poco clerical de una Iglesia en la que se afirma ante todo la comunidad de vida y de dignidad en el orden de la existencia cristiana (recordemos la famosa expresión de san Agustín: "Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano"), ha abierto nuevos horizontes a las relaciones entre el clero y los laicos, que todavía han de producir todos sus frutos.

En la Iglesia todos son corresponsables de la única misión salvífica. Por una parte, los laicos "tienen el derecho de recibir con abundancia de los sagrados pastores los auxilios de los bienes espirituales de la Iglesia, en particular la palabra de Dios y los sacramentos" (LG 37). Por otra parte, los pastores tienen que promover la dignidad y la responsabilidad de los laicos, concediéndoles la justa libertad y reconociendo sus carismas. Los laicos, "conforme a la ciencia, la competencia y el prestigio que poseen, tienen la facultad, más aún, a veces el deber, de exponer su parecer acerca de los asuntos concernientes al bien de la Iglesia" (LG 37). La misma obediencia a los pastores, abrazada "con prontitud", no debe separarse de un acto de amor hacia ellos, que se abra en oración a Dios por sus responsabilidades. En este cuadro debe situarse en primer plano la unidad del pueblo de Dios, la primacía de Cristo presente activamente mediante su Espíritu en todos los fieles, la preferencia de lo sacramental y de lo carismático sobre lo jurídico, la ordenación recíproca de las dos formas de participación en el sacerdocio de Cristo, la de los ministros ordenados y la común a todos los fieles (LG 10).

Las aplicaciones de estos principios en la vida de la comunidad eclesial son múltiples. Su expresión más elevada se alcanza en la oración de la Iglesia, esto es, en la liturgia, que manifiesta la genuina naturaleza de la Iglesia, que tiene la característica de "ser a la vez humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina" (SC 2). La liturgia es manifestación de la unidad de la familia cristiana, que celebra el recuerdo del Señor. A esta unidad, que viene del mismo Cristo, concurre cada uno con su propio ministerio y sus propios carismas, poniendo a su servicio el coraje de su testimonio cristiano y del compromiso en todos los niveles. Existe un vínculo muy estrecho entre liturgia, espiritualidad y promoción humana, como se ha puesto de relieve en el congreso eclesial italiano sobre el tema "evangelización y promoción humana'. La liturgia tiene "virtualidades promocionales" que comprometen al clero y a los laicos, según sus recíprocas prerrogativas, a asumir la existencia concreta del hombre, sus aspiraciones, sus afanes, sus dramas, mediante una oración que es a veces de intercesión y a veces de alabanza, pero que impulsa siempre a trabajar como constructores de la paz y promotores de la justicia, tal como lo hizo Cristo. La palabra de Dios interpela y lanza un reto a las llamadas de los hombres en busca de una identidad más humana. "La liturgia —afirma M. Magrassi— abarca todas las dimensiones históricas de la salvación: pasado, presente y futuro. Las `maravillas' del pasado y las perspectivas abiertas hacia el futuro de Dios alimentan la esperanza y estimulan el compromiso en la historia de hoy'. Si esto no se verifica habrá que preguntarse qué es lo que les falta a nuestras liturgias para que sean realmente promocionales. Y aquí es donde se necesita una abierta y confiada colaboración entre el clero y los laicos para integrar no solamente los ministerios, sino la experiencia de la vida concreta de tal manera que se establezca un circulo entre la plegaria y la existencia. De esta forma es como la liturgia podría salir de ese clima aséptico e irreal o de la apatía y la pasividad con que a veces es soportada por los fieles y podría encontrar su conexión con la vida, su clima de fiesta, que permita integrar en el impulso vital el aspecto contemplativo-laudativo con el operativo.

Otras aplicaciones de los principios que establecen la colaboración entre el clero y los laicos son la ayuda recíproca para la maduración doctrinal bíblica y teológica, actualizada en el tiempo; las estructuras eclesiales de participación para una pastoral viva e incisiva, como los consejos pastorales a nivel nacional, diocesano y parroquial; los organismos de consulta; la administración de los bienes eclesiásticos; los nombramientos de obispos y de párrocos, etc.

El espíritu que debe regir esta relación clero-laicos dentro de la Iglesia es un espíritu de fraternidad, de estima y confianza mutua, de colaboración y de ayuda ". En particular tiene que llevar a un diálogo continuo e indispensable para buscar y realizar el bien común de la Iglesia. El diálogo de la Iglesia católica con las otras confesiones cristianas L-Ecumenismo espiritual], con las otras religiones y hasta con los ateos I Ateo] debe tener su trasfondo en la misma Iglesia, con un diálogo en el interior de la Iglesia". De esto habló ya Pablo VI en su primera encíclica Ecclesiam suam (1964), mostrando sus deseos de que el "diálogo doméstico" fuera "intenso y familiar..., sensible a todas las verdades, a todas las virtudes, a todas las realidades de nuestro patrimonio doctrinal y espiritual..., sincero y afectuoso en su genuina espiritualidad..., dispuesto a recoger las múltiples voces del mundo contemporáneo..., capaz de hacer a los católicos hombres verdaderamente buenos, hombres prudentes, hombres libres, hombres serenos y fuertes" (n. 116). El diálogo es necesario para que la Iglesia sea y se manifieste como una auténtica comunidad, y no como un simple agregado de personas. Por otra parte, el diálogo es indispensable en períodos de cambio, cuando la Iglesia tiene que volver a comprenderse a sí misma y su función en la sociedad frente a los desafíos y las llamadas del mundo. La multiplicidad de las voces, al escuchar la palabra perenne de Dios, llevan a una convergencia real y operativa. Pero a condición de que el diálogo sea sincero y no ficticio, respetuoso de las tareas y de las prerrogativas de cada uno en la Iglesia, pero abierto a todo enriquecimiento. A propósito de ello, el III Congreso mundial para el apostolado de los laicos, celebrado en Roma en 1967, se preguntaba sobre la naturaleza del diálogo: "El diálogo —se dijo— no es solamente la constatación educada de la existencia de puntos de vista diversos, ni tampoco una válvula de seguridad para permitir a la autoridad asegurarse anticipadamente el consenso en las decisiones que ya ha decidido tomar, sino más bien un medio positivo, dinámico, creativo, esencial para el bienestar de la Iglesia en una situación de cambio... El diálogo es la condición previa para la solución de los problemas. Sin diálogo no sólo no tendrán solución los problemas, sino que se irán agudizando".

Para la edificación de la Iglesia, se comprende fácilmente el valor que tiene el diálogo entre los pastores y los simples fieles: "Los pastores son padres que ejercen con caridad la autoridad que han recibido de Dios como aquellos que sirven (Lc 22,26-27); son el signo de la unidad eclesial y tienen la misión de reunir en torno a ellos al rebaño para que todos vivan y actúen en la caridad... Los otros miembros del pueblo de Dios contribuyen por su parte al ejercicio del ministerio de los pastores... Las decisiones de los pastores en los diferentes niveles tienen que tener la finalidad de confirmar la unidad en la verdad y orientar las fuerzas con vistas a las tareas comunes (en particular, con vistas a la misión en el mundo)".

2. ASOCIACIONES DE LAICOS - El Vat. II, al relacionar el apostolado con la vida y la misión del cristiano en cuanto tal, ha situado acertadamente en el primer plano el apostolado individual. En efecto, el apostolado individual "es el principio y condición de todo apostolado seglar, incluso del asociado, y nada puede sustituirle"; es "fecundo siempre y en todas partes, yen determinadas circunstancias el único apto y posible" (AA 18). Forma parte integrante de la vida espiritual de los laicos; es la irradiación de la salvación que en ellos ha llevado a cabo Jesucristo y que ellos tienen que llevar a los hermanos. Mas no por ello el Vat. II ha infravalorado en lo más mínimo el apostolado asociado. Encontrarse con los demás para una comunión efectiva de vida cristiana y para buscar nuevas posibilidades de irradiación del espíritu del evangelio es una necesidad de la comunidad eclesial. Este apostolado responde a la exigencia humana fundamental de asociación y es un signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia: "Los cristianos... no olviden que el hombre es social por naturaleza y que Dios ha querido unir a los creyentes en Cristo en el pueblo de Dios (cf 1 Pe 2,5-10) y en un solo cuerpo (cf 1 Cor 12,12). Por consiguiente, el apostolado asociado responde muy bien a las exigencias humanas y cristianas de los fieles y es al mismo tiempo signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo" (AA 18).

En un tiempo de socialización como el nuestro, en el que los hombres se organizan para promover proyectos de mejora del hombre y de la sociedad, adquiere un valor especial la asociación de cristianos que quieren estar presentes de una forma activa y consciente en las realidades colectivas de nuestra sociedad. Su testimonio de fe se hace así más creíble y la relación entre fe y proyecto humano resulta más incisiva. Los movimientos de laicos cristianos son no solamente un sostén para la fe de cada uno, sino también un signo colectivo del evangelio. Y cuanto más larga es su irradiación tanto mayor repercusión pueden tener en la transformación del mundo. La Iglesia favorece y apoya la acción de los cristianos, en coherencia con su fe, en todos los niveles nacionales e internacionales". La Iglesia concede especial importancia a la Acción católica, que con su opción religiosa actúa como fermento evangélico de toda la sociedad. Los obispos franceses, al subrayar el valor actual de la Acción católica, decían: "La vida y el porvenir de los hombres se deciden en el seno de las realidades colectivas. Los cristianos tienen que estar presentes en ellas y su testimonio evangélico asume un valor nuevo si es colectivo; es para los hombres un signo revelador de la salvación de Cristo".

A. Barruffo

 

BIBL.—AA. VV., Los laicos y la vida cristiana perfecta, Herder. Barcelona 1965.—Auer, A, Cristiano de cara al mundo. Estudio sobre los principios y la historia de la piedad seglar, Verbo Divino, Estella 1963.—Cardijn, J, Laicos en primera línea, Nova Terra, Barcelona 1965.—Congar, Y. M.-J, Jalones para una teología del laicado, Estela, Barcelona 1961.—Congar, Y. M.-J, Si sois mis testigos, Estela, Barcelona 1965.—Evely, L, Espiritualidad de los laicos, Ariel, Barcelona 1969.—Guerry, E, El laicado obrero, su misión apostólica, Nova Terra, Barcelona 1964.—Haring, B, Cristiano en un mundo nuevo, Herder, Barcelona 1964.—Haring, B, El cristiano en el mundo, Paulinas, Madrid 1970.—Heer, F. El cristiano y la problemática actual, Fontanella, Barcelona 1968.—Hervada Xiberta, J. Tres estudios sobre el uso del término laico, Eunsa, Pamplona 1973.—Huber, M. Th. ¿Laicos y santos? a la luz del Val. II, Aldecoa, Burgos 1968.—Huerga, A, La espiritualidad seglar, Herder, Barcelona 1964.—Lill Alvarez, En tierra extraña, Taurus, Madrid 1956.—Sabater March, J, Derechos y deberes de los seglares en la Iglesia, Herder, Barcelona 1954.—Suavet, Th, Espiritualidad del compromiso temporal, Columba Madrid 1963.