INSTITUTOS SECULARES
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SUMARIO: I. Sus orígenes - II. Consagración secular. Secularidad consagrada - III. Vida evangélica. Consejos evangélicos - IV. Comunidad espiritual - V. Dificultades y remedios. La prueba de los hechos.


1. Sus orígenes

La historia de la consagración especial de laicos que viven y actúan en pleno mundo se remonta a los tiempos del cristianismo primitivo, en los que se tiene clara noticia de vírgenes totalmente dedicadas al reino de Dios. Debido a la extrema simplicidad de las estructuras eclesiales y a las frecuentes persecuciones, tales presencias quedaron aisladas y limitadas en su número.

Las vicisitudes de los siglos sucesivos y la consolidación de la vida religiosa [>Vida consagrada] hicieron cada vez más marginal y limitado el fenómeno, hasta que, a comienzos de la crisis eclesial que siguió a la reforma protestante, santa Angela Merici fundó hacia 1530 una compañía de vírgenes seculares, las cuales —respondiendo personalmente a las exigencias objetivas que poco a poco se iban manifestando— se dedicaba, permaneciendo en el seno de su familia y en su propio ambiente, a los pobres y sobre todo a la juventud abandonada.

La idea volvió a surgir 260 años más tarde, en el clima candente de la Revolución francesa, con el padre De la Cloriviére. Tras la supresión de las órdenes religiosas decretadas por los Estados Generales (1790), fundó dos sociedades, una sacerdotal y otra femenina (los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús y las hijas del Corazón de María), las dos con votos y reglas, aunque sin vida común, sin hábito y sin observancia claustral.

Finalmente, cuando en la segunda mitad del s. xlx se puso de manifiesto el grave proceso de descristianización de los países europeos, este ideal cobró nueva vida en varios países de Europa.

En 1938 estos organismos (llamados entonces "asociaciones") eran unos veinte, distribuidos por ocho países. Sus fundadores o responsables participaron aquel año en una reunión organizada en San Galo (Suiza) por el padre Agostino Gemelli OFM, con el consentimiento de Pío XI. Al final firmaron una petición al Santo Padre para que concediese a sus asociaciones el reconocimiento jurídico. La cosa resultaba muy difícil, ya que el Código de Derecho Canónico no preveía una plena consagración de laicos, sino que más bien situaba a los que profesaban los consejo' evangélicos (llamados entonces indiscriminadamente "religiosos") en una posición intermedia entre los clérigos y, los laicos (c. 107); así pues, parecía lógico que los dos términos "laicidad" "consagración" tenían que excluirse, mutuamente.

En 1939 el padre Gemelli redactó. —con la colaboración de Giuseppe Dossetti— una "memoria" histórico-jurídico-canónica sobre las "asociaciones de laicos consagrados a Dios en el, mundo". Mas por disposición del Santo Oficio tuvo que retirarla; los tiempos no estaban maduros.

Sin embargo, ocho años más tarde, o sea en 1947, era promulgada la constitución apostólica Provida Mater Eeclesia, con la que Pío XII daba vida finalmente a los "institutos seculares" (= IS), reconocidos por la Iglesia como "sociedades, clericales o laicales, cuyos miembros, permaneciendo en el mundo, profesan los consejos evangélicos para adquirir la perfección cristiana y para ejercitar plenamente el apostolado"; y esto en dos grandes direcciones: "renovar cristianamente las familias, las profesiones y la sociedad civil, con el contacto íntimo y cotidiano de una vida consagrada estable y totalmente a la perfección" y "desempeñar ministerios en lugares, tiempos y circunstancias en los que los sacerdotes y religiosos no podrían ejercitarlos o sólo de manera muy difícil".

El año siguiente Pío XII, con el motu proprio Primo feliciter, recomendaba que "al dar un ordenamiento a estos institutos" se asegurase de que "siempre y en todo se ponga de manifiesto lo que constituye el carácter propio y específico de estos institutos, o sea, la secularidad, en la que reside toda su razón de ser". Precisaba, además, que "toda la vida... tiene que convertirse en apostolado", de tal manera que "manifieste el espíritu interior que lo informa y al mismo tiempo lo alimente y lo renueve continuamente". Este apostolado —entendido como dimensión global de la vida en los IS— tenía que ejercerse "veluti ex saeculo", o sea, desde dentro del mundo. [>Vida consagrada, III, 5].

II. Consagración secular. Secularidad consagrada

El ideal estaba ya claramente definido y reconocido oficialmente. Se presentaba ahora el problema de traducirlo en una experiencia colectiva coherente. en una doctrina orgánica y adecuadamente fundada. La empresa resultó difícil, sobre todo por causa de algunos teólogos y canonistas que se sentían inclinados instintivamente a situar de una manera o de otra esta gran novedad dentro de los esquemas del pasado.

Sólo en septiembre de 1970, con ocasión del l Congreso mundial de los IS en Roma, quedaron definitivamente resueltas las cuestiones de principio. El prefecto de la congregación de religiosos y de IS, el cardenal Ildebrando Antoniutti, afirmó en el discurso inaugural: "Para algunos —que no pertenecen ciertamente a institutos seculares— la secularidad seria una pequeñez, un aspecto puramente fenoménico que escondería una realidad muy distinta; pero esto no es verdad, ni mucho menos hay que entender la secularidad en su aspecto o contenido lógico, que es el más sencillo, el más normal, el más completo, el que más comúnmente se entiende. Lo mismo que el bautismo, la confirmación y el orden dejan intacta la secularidad específica del fiel, así la consagración de los IS deja intacta la secularidad de sus miembros".

Y el papa Pablo VI, después de hablar largamente a los congresistas de su especial consagración en plena profesión de los consejos evangélicos, afirmó claramente por dos veces: "Sois laicos", concretando: "En la forma común a todos"; "vuestra opción no os separa del mundo, de esa profanidad de vida en la que los valores preferidos son los temporales".

El 2 de febrero de 1972 Pablo VI volvió sobre el tema al recordar el 25 aniversario de la Provida Mater: "El alma de todo instituto secular ha sido el ansia profunda de una síntesis; ha sido el anhelo de la afirmación simultánea de dos características: 1) la consagración plena de la vida según los consejos evangélicos y 2) la responsabilidad plena de una presencia y de una acción transformadora desde dentro del mundo para plasmarlo, perfeccionarlo y santificarlo".

Aquel mismo año, hablando a los responsables generales de los IS reunidos en su I asamblea mundial, insistió en el tema, precisándolo más: "Os encontráis en una misteriosa confluencia de dos poderosas corrientes de la vida cristiana, recogiendo riquezas de la una y de la otra. Sois laicos, consagrados como tales por los sacramentos del bautismo y de la confirmación; pero habéis escogido acentuar vuestra consagración a Dios con la profesión de los consejos evangélicos, asumidos con obligaciones y con un vínculo estable y reconocido. Seguís siendo laicos, empeñados en los valores seculares propios y peculiares del laicado; pero la vuestra es una 'secularidad consagrada"'.

De este modo, añadía Pablo VI en el discurso a la II Asamblea del Consejo Mundial de IS (25 agosto 1976), "si permanecen fieles a la vocación propia, los institutos seculares, serán algo así como el laboratorio experimental en el que la iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo".

III. Vida evangélica. Consejos evangélicos

El decreto Perfectae caritatis 2, a, del Vat. II, afirma que, "como quiera que la última norma de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo tal como se propone en el Evangelio, ésa ha de tenerse por todos los institutos como regla suprema".

Es un principio importante para la Iglesia de hoy que al comienzo de una nueva época histórica vive una de las aventuras más arduas y decisivas de su historia. Inspirarse, de forma genuina y total, en la enseñanza de Cristo, recogida y transmitida por quienes la escucharon directamente y vivieron con él la experiencia irrepetible de la primera comunidad, es la condición absoluta para enfrentarse con los problemas de una sociedad acuciada por una profunda crisis espiritual, como es precisamente la nuestra. Releer y revivir a fondo el evangelio sine glossa (san Francisco de Asís), evitando elecciones —siempre arbitrarias— en el conjunto de los temas tan ricos y al mismo tiempo estrechamente unitarios que expresa el evangelio, rechazando tanto los cómodos reductivismos como los rígidos literalismos, y abriéndose, por el contrario, con lealtad, sencillez y prontitud al significado de las enseñanzas de Cristo captado en la lectura comunitaria de la Iglesia bajo la guía auténtica del magisterio, poniéndolo en contacto directo con nuestra vida entera en sus dimensiones personales y sociales, espirituales y materiales, sagradas y profanas: ésta, y solamente ésta, es la gran regla de todos los consagrados y, de manera especialísima, de los miembros de los institutos seculares. Solamente esto "garantiza que la intensa relación directa con el mundo no se convierta en mundanidad o naturalismo, sino que sea expresión del amor y de la misión de Cristo" (Pablo VI, discurso del 2 de febrero 1972).

En esta línea —continúa Pablo VI—"los consejos evangélicos —aunque comunes a otras formas de vida consagrada— adquieren un significado nuevo, de especial actualidad en el tiempo presente". De esta actualización ofrece el Papa dos versiones: la primera, en el discurso que acabamos de recordar; la segunda, en el que pronunció, unos meses más tarde, en la 1 Asamblea del Consejo mundial de IS (20 sept. 1972). Ofrecemos a continuación una síntesis.

La castidad es amor desinteresado e inagotable sacado del corazón mismo de Dios; entrega gozosa a todos sin ligarse a ninguno; esfuerzo constante para conseguir el dominio real de uno mismo, y vida en el espíritu proyectado hacia las realidades celestiales [>Celibato y virginidad]; la pobreza es recto uso de los bienes creados; signo de solidaridad con los hermanos probados; uso de los medios de la civilización y del progreso sin hacerse esclavo de ellos [>Pobre]; la obediencia es humilde aceptación de la mediación de la Iglesia y, más en general, de la sabiduría de Dios, que gobierna el mundo a través de las causas segundas; renuncia a toda opción personal cómoda en plena disponibilidad a la voluntad de Dios, cual se manifiesta en la vida cotidiana, en los signos de los tiempos, en las exigencias de salvación del mundo de hoy [>Obediencia].

El orden adoptado pone en primer lugar la castidad. En efecto, como se afirma en un documento de la Congregación de religiosos y de institutos seculares (Les personaes mariées et les instituts séculiers, en Informationes 1976, 1), el elemento esencial y constitutivo de la consagración a Dios en un instituto de perfección es la castidad perfecta en el celibato. En ella está el centro de la vocación específica que caracteriza esencialmente a un instituto secular y a sus miembros en sentido estricto.

Esta alusión no carece de significado. Efectivamente, aunque la Provida Mater disponía en la lex peculiaris (art. 3,2) que los miembros "en sentido estricto" de los IS tenían que profesar el celibato y, en consecuencia, la instrucción Cum Sanctissimus (19 marzo 1948) preveía (n. VII, a) que las personas casadas sólo podían ser miembros de los IS en "sentido amplio", en los años que siguieron al Vat. II se fue difundiendo la idea de que el realce dado por el mismo (GS 49) al "valor sagrado del estado matrimonial" suponía la posibilidad de una integración completa de las personas casadas en los IS. La Congregación de religiosos, con el documento citado, reafirmó sin vacilaciones las normas de la Provida Mater y de la Cum Sanctissimus, pensando en la posibilidad de asociaciones capaces de ayudar a aquellas personas casadas que quisieran comprometerse comunitariamente en el seguimiento de Cristo dentro del espíritu de las bienaventuranzas y de los consejos evangélicos.

IV. Comunidad espiritual

La vida de cada uno de los miembros de los IS se desarrolla en una doble dirección: centrífuga (inserción de un sector del mundo, elegido por vocación o circunstancias naturales) y centrípeta (confluencia en la comunidad del instituto secular, en la que se encuentra con los demás miembros procedentes de las situaciones más diversas, a veces humanamente opuestas).

La primera dirección vital (centrífuga) afirma que la salvación que nos ha traído Cristo, y que vive de modo especial el que se entrega a él por entero, puede obtenerse directa e inmediatamente en todas las realidades temporales, en contacto con aquellas estructuras y situaciones (trabajo dependiente, sindicato, política, cultura, conflictos sociales) que fueron, sin embargo, el lugar en que se consumó la separación del mundo moderno de su matriz cristiana; y, asimismo, que es posible vivir la plenitud de la entrega a Dios en el servicio a los hombres inmersos en el mundo descristianizado de hoy; rezar —en la medida que lo exige la consagración especial— en medio de los compromisos agobiantes, pero que obligan en conciencia al que ejerce con dedicación completa una profesión profana o es militante de una formación social; mantener el equilibrio espiritual y psíquico en el vértigo de los acontecimientos que sacuden la sociedad actual, sin el apoyo de un convento y sin el sos tén y el estímulo de una familia.

La segunda dirección vital (centrípeta) estimula incesantemente a buscar el sentido unitario, globalizante, de cada una de las presencias en el mundo; a animarlas a todas con un espíritu común; a hacerlas expresión de aquella comunión universal dentro del respeto a las legítimas diferencias que caracteriza el ideal cristiano. Es el unum sint extendidp desde la Iglesia a todo el mundo.

El instituto secular es el primer campo de experimentación de esta unidad tan difícil, pero indispensable. En él aprende el obrero a vivir en una misma comunidad espiritual con el industrial, el hombre de cultura con el político, el joven con el anciano; no en la contraposición dialéctica o en el compromiso acomodaticio, sino en profundidad; en ese nivel moral y religioso en donde se logra la unidad a propósito de los valores y de las actitudes supremas.

El instituto secular revela a cada uno, a través de un contacto simple y vital, la existencia concreta de los otros, sus problemas, sus derechos; invita a comprenderse sin falsos irenismos, a respetarse sin fingimientos, a ayudarse sin reserva alguna, como hombres y como cristianos.

Al salir de sus encuentros dentro del instituto secular, el individuo vuelve a su lugar de presencia en el mundo con un espíritu renovado, más universal, animado por la voluntad de trabajar más activamente por la paz. No de una forma ingenua o abstracta o adulterada. Los conflictos siguen en pie, independientemente de las buenas intenciones, y hay que tomarlos en serio por lo que encierran de realidad, aun en sus manifestaciones más dolorosas. Pero el miembro del instituto secular aprende a vivirlos orientándolos hacia su superación, aunque sea lejana, dentro de un cuadro de conjunto, en el que los grupos y las personas vayan encontrando progresivamente su verdadero lugar; en el reconocimiento de los mutuos derechos y deberes, con honestidad y generosidad, con sacrificio y entrega, con la inquebrantable confianza en la victoria del amor que desciende del Padre de todos los hombres y se manifiesta en la salvación universal realizada por Jesucristo.

V. Dificultades y remedios. La prueba de los hechos

1. Las resistencias opuestas durante tanto tiempo al reconocimiento canónico de la consagración en pleno mundo no eran injustificadas del todo. La experiencia de dos mil años había enseñado lo arduo que es realizar en el mundo la plenitud de entrega que lleva consigo la consagración especial. Parecía imposible presentar a una multitud de personas unos ideales tan comprometedores "sin la protección exterior del hábito religioso o de la vida común, sin la vigilancia de los superiores, que muchas veces estaban lejanos" (Provida Mater 10).

En su primer discurso a los institutos seculares (26 sept. 1970), Pablo VI volvió sobre este tema, indicando que en la forma de vida de sus miembros "la norma moral se ve expuesta a continuas y formidables tentaciones. Por eso vuestra disciplina moral tendrá que estar siempre en estado de vigilancia y de iniciativa personal y habrá de sacar en cada momento, del sentido de vuestra consagración, la rectitud de vuestros actos". "Camináis sobre un plano inclinado que brinda la tentación del abandono fácil y que aumenta la fatiga de la ascensión. Es un camino difícil, de alpinistas del espíritu".

¿Cómo asegurarse de que esto no se quede solamente en su etapa ideal, sino que se concrete cada día más en la vida de cada miembro del instituto secular? Con una intensa y constante "formación en las cosas divinas y humanas", afirma el decreto Perfectae caritatis 11, señalando en la acción formativa el centro y el significado esencial de los institutos seculares. Con la "fidelidad a la oración, que es el fundamento de la solidez y de la fecundidad", añade Pablo VI en el discurso a la II asamblea del Consejo mundial de Institutos seculares: "Saber imponerse tiempos de reposo"; "escuchando la Sagrada Escritura..., para buscar en ella, así como en la enseñanza del magisterio de la Iglesia, una interpretación exacta de la experiencia cotidiana vivida en el mundo"; con "una participación cada vez más íntima en la sagrada liturgia"; con una oración que —en sus diversas formas expresivas— "llegue a ser consciente en el contexto mismo de las actividades seculares".

2. ¿Han realizado los institutos seculares el ideal que había promovido el Espíritu Santo y que la Iglesia ha reconocido y reglamentado? Su forma de vida, humilde y escondida, raramente deja asomar los frutos de santidad y de fecundidad apostólica que está llamada a producir. Valgan entonces, como reveladores, dos órdenes de hechos: las palabras de los papas y las "causas de beatificación" en proceso.

Pío XII: "Los más antiguos de estos institutos ya se han acreditado, y con los hechos y las obras han comprobado que... se puede conseguir con certeza una consagración íntima y eficaz de sí mismo al Señor, no sólo interna, sino también externa.., y que se tiene de este modo un medio muy adecuado de penetración y apostolado" (Provida Mater 9). "En nuestro siglo se han multiplicado silenciosamente los institutos seculares" (Provida Mater 12). "Tenemos ante la vista la multitud de tantas almas escondidas con Cristo en Dios, que en el mundo aspiran a la santidad y, con gran corazón y ánimo valeroso, consagran toda su vida a Dios" (Primo feliciter, prólogo).

Pablo VI: "Veinticinco años son un tiempo relativamente breve; sin embargo, han sido años de especial intensidad, comparables con los de la juventud. Ha sido un florecimiento magnífico" (Discurso en el 25 aniversario de la Provida Mater).

Causas de beatificación. Ya han sido proclamados beatos Contardo Ferrini y Giuseppe Moscati; Armida Barelli es sierva de Dios. Sólo esta última era miembro de un instituto secular; los otros dos murieron antes de que naciera esta forma de consagración especial, pero participaron sin duda en el gran movimiento espiritual que le dio origen, y con su experiencia demostraron la real posibilidad de llevar hasta el extremo, en una síntesis unitaria, la totalidad de entrega a Dios en el servicio a los hombres vivida plenamente en el mundo

G. C. Brasca

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