INICIACIÓN CRISTIANA
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SUMARIO: I. Fundamento de la espiritualidad cristiana: 1. Sacramentos iniciales e "iniciáticos": 2. Una espiritualidad tradicional y moderna; 3. Unidad y riqueza de la espiritualidad cristiana - II. Teología bíblica de la iniciación cristiana: 1. El bautismo de Cristo en el Espíritu: Sinópticos y Juan; 2. El bautismo en la comunidad eclesial; 3. El bautismo en Pablo: experiencia, teología, parénesis; 4. Perspectivas complementarias - III. Teología mistagógica de la iniciación cristiana: 1. Los caminos de la mistagogia patrística; 2. Los contenidos de la liturgia actual: a) El bautismo cristiano, b) La confirmación - IV. Problemas teológicos y pastorales: 1. Problemas teológicos: a) El bautismo de los niños, b) La relación entre bautismo y confirmación; 2. Dimensiones pastorales - V. Perspectivas de espiritualidad: 1. Totalidad y dinamismo; 2. Ascética y mística en perspectiva sacramental.


I. Fundamento de la espiritualidad cristiana

El término "iniciación" pertenece al vocabulario de la primitiva tradición cristiana y designa la "introducción" catequética y sacramental a los misterios cristianos como conocimiento y experiencia; si se habla de una iniciación "cristiana" es para distinguir claramente los contenidos y modos de esta introducción a los misterios, pues en otras religiones, y aun en otras expresiones culturales, hay también formas de iniciación. Esta antigua terminología, emparentada con la palabra "múeo"-"múesis" con sus derivados "misterio", "mística", se encuentra ya en las Constituciones Apostólicas y ha sido con frecuencia usada por los Padres de la Iglesia'. Recientemente ha sido plenamente recuperada por la liturgia posconciliar para designar el proceso de la experiencia sacramental cristiana que va desde el bautismo —precedido por el catecumenado y sus fases— a la eucaristía, y encuentra su plena aplicación allá donde se realiza de una manera global este proceso de experiencia, es decir, en lo que oficialmente se llama "Rito de la iniciación cristiana de los adultos". En nuestro caso, la aplicamos en concreto al bautismo y a la confirmación, asumidos globalmente como dos sacramentos distintos pero íntimamente unidos entre sí, como demuestra toda la teología bíblica y la primitiva tradición patrística y litúrgica. Supone, pues, una referencia implícita al catecumenado v a la eucaristía.

1. SACRAMENTOS INICIALES E "INICIÁTICOS" - Bautismo y confirmación están en la base de lo que podríamos llamar la "historia de salvación" de cada cristiano. Con ellos acaece en el hombre la salvación cristiana y se empieza un largo proceso de vivencia del misterio de Cristo y de su Espíritu, destinado a germinar plenamente en la gloria a la que hacen alusión tanto el bautismo —con la tensión escatológica de todos sus elementos, como se verá más adelante—como la confirmación, "sello" de Cristo y del Espíritu, donación de la "prenda" de la gloria futura en el Espíritu Santo. Puestos, pues, al principio de la vida cristiana, la contienen en germen y la condicionan en su totalidad; recibidos una vez para siempre, marcan profundamente el itinerario cristiano; todo discípulo de Cristo será siempre fundamentalmente un bautizado y un confirmado; la eucaristía llevará a plenitud y renovará constantemente la gracia del bautismo y de la ,unción del Espíritu; como ha escrito un teólogo ortodoxo, bautizado a los treinta años de edad: "Tendremos necesidad de toda una vida y de toda una muerte para ser conscientes de la gracia bautismal, para morir y renacer en Cristo" (O. Clément). Toda la existencia cristiana está bajo el signo sacramental del principio de la salvación; en cualquier momento de su vida, en cualquier situación de su vivencia, el cristiano hunde sus raíces vitales en las aguas del bautismo, en la unción del Espíritu; el carácter sacramental lo configura para siempre, lo mantiene en una vivencia a la que no puede renunciar definitivamente, aunque por hipótesis ignore su situación o reniegue de lo que ha recibido; en sentido positivo, el cristiano está llamado a llevar a plena madurez la gracia de la iniciación cristiana, como un compromiso de vida, una colaboración con Dios, un "pacto" inacabada en sus cláusulas hasta que no sea coronado con la gloria.

Hablamos también de unos sacramentos "iniciáticos", en el sentido que esta palabra tiene en la historia y en la psicología de las religiones. El cristiano está llamado a recibir una "iniciación" a los misterios mediante la escucha del kerigma y de la catequesis; ya esta introducción doctrinal tiene carácter misterioso, "iniciático", requiere la fe; bautismo y confirmación presuponen esta iniciación doctrinal, sin la cual los ritos sacramentales correrían el riesgo de un objetivismo mágico. Pero no basta; al discípulo de Cristo se le exige, para entrar en el misterio que se le anuncia, la "experiencia sacramental" —semejante a otro tipo de iniciaciones mistéricas anteriores, contemporáneas o posteriores—, el paso por una serie de ritos que evocan, significan, comunican el misterio a través de una prolija serie de simbolismos; la iniciación cristiana es así una "mistagogia", introducción y experiencia de los misterios en los cuales se sumerge, por decirlo así, no sólo aceptando mentalmente lo que ellos quieren expresar, sino también dejándose impregnar exteriormente en su sensibilidad e interiormente en su psicología, hasta quedar incluso impactado en su "psique"; en su conjunto, la iniciación cristiana es una celebración simbólica plenamente objetiva, que implica la conciencia y la responsabilidad del cristiano más allá incluso de lo que por el momento es capaz de entender, asumir, experimentar`. Todo queda inscrito decisivamente, con la seriedad y la eficacia de una obra divina; todo está pidiendo un desarrollo en plenitud. Este carácter iniciático de los sacramentos primordiales está plasmado por el uso de elementos, signos, gestos que evocan los "arquetipos" de la vida y de la muerte, de la esclavitud y de la libertad. Baste pensar en el uso del agua —de amplio significado evocador como simbolismo primordial de la muerte y de la vida—, o en el simbolismo de la luz y de las tinieblas. El discípulo de Cristo queda alcanzado totalmente a través del sacramentalismo cristiano, para que en el bautismo y en la confirmación, con la plenitud de realidades salvíficas que se comunican, se sienta implicado hasta en lo más profundo de su ser, hasta en lo más misterioso de su espíritu, en el pleno sentido que tiene su existencia. El bautismo y la confirmación son sacramentos "portadores de sentido"; vehiculan el auténtico peso existencial que, en Cristo y en el Espíritu, adquieren todas las experiencias humanas: el dolor y el gozo, la vida y la muerte, la historia y el trabajo. Toda la vida del cristiano está inicial e iniciáticamente marcada por los sacramentos de la iniciación cristiana. Por eso está pidiendo a gritos —con los gemidos del Espíritu— que el cristiano viva "en fuerza del bautismo" todas las virtualidades germinalmente presentes desde el principio de su historia de salvación.

2. UNA ESPIRITUALIDAD TRADICIONAL Y MODERNA - LOS Padres de la Iglesia no conocen otra espiritualidad; no hay para ellos otra ascética u otra mística sino la vivencia del bautismo; el testimonio del martirio o las exigencias de la comunión de bienes, el sentido eclesial o el ímpetu de la oración, la opción por la virginidad o el seguimiento de Cristo en el monaquismo, brotan de la gracia bautismal. Ya Pablo había hecho del imperativo moral del cristiano una especie de "memorial" de la iniciación primitiva: "Cristiano, sé lo que eres", "reconoce tu dignidad", dirá san León Magno. Para los Padres de la Iglesia no hay más moral ni más espiritualidad que la que se desprende obviamente del bautismo cristiano con todos sus compromisos de renuncia a Satanás y adhesión a Cristo en los que se concentra la profesión de fe bautismal. Las catequesis patrísticas, como las de Cirilo de Jerusalén, Juan Crisóstomo, Teodoro de Mopsuestia, presentarán el sentido comprometedor en la línea de moral y de espiritualidad que tiene cada gesto, cada palabra. Así, por ejemplo, Cirilo exhorta a mantener el "memorial" de la nueva vida bautismal: "Instruidos suficientemente en estas cosas, os pido que las recordéis siempre... Dios, que de los muertos os ha llamado a la vida, os concede vivir una vida nueva"; y a propósito de la unción: "Conservad sin mancha la unción que os amaestrará en todo si permanece en vosotros... Es santa y espiritual salvaguardia del cuerpo y salvación del alma... Ungidos con este sagrado crisma, conservadlo puro e irreprensible en vosotros, progresando en las buenas obras y siendo aceptables al autor de nuestra salvación: Cristo Jesús"'. Una atenta evaluación de la espiritualidad patrística nos permite afirmar que el bautismo está en el centro de la vida cristiana; los elogios de los Padres al bautismo cristiano son suficientemente elocuentes para ponderar la estima que cada fiel debe tener de su condición de bautizado. Lejos de insistir en el aspecto negativo, en las obligaciones del cristiano, los Padres llaman la atención sobre el esplendor de esta condición con un entusiasmo capaz de enardecer los ánimos en una auténtica "mística" del bautismo; se ha observado que el centro de la espiritualidad patrística no es explícitamente la eucaristía, sino el bautismo. Un ejemplo elocuente vale más que muchas palabras: Gregorio Nacianceno, en su célebre homilía sobre el bautismo, canta con énfasis sus nombres y sus efectos y ofrece esta hermosa síntesis, en la que se encuentra la esencia de la iniciación cristiana: "El bautismo es el más bello y más sublime de los dones de Dios... Como Cristo, que es el dador de este regalo, tiene muchos y variados nombres; y esto ocurre por una gozosa experiencia de esta realidad, como cuando amamos una cosa nos gusta repetir sus nombres, y también porque la multiplicidad de sus beneficios hace que broten en nuestros labios sus diversos nombres. Lo llamamos don, gracia, bautismo, unción, iluminación, vestido de incorruptibilidad, baño de regeneración, sello y todo lo que hay de más precioso. Don, porque se confiere a aquellos que nada aportan; gracia, porque se da incluso a los culpables; bautismo, porque el pecado es sepultado en el agua; unción, porque es sagrada y real, como los que eran ungidos; iluminación, porque engendra luz y claridad; vestido, porque cubre nuestra vergüenza; baño, porque lava; sello porque nos guarda y es señal de nuestra dedicación a Dios. Los cielos se congratulan con él; los ángeles lo celebran porque es como ellos luminoso; es imagen de la fidelidad celestial; quisiéramos cantarlo con nuestros himnos, pero no podemos hacerlo como merece su dignidad. Esta espiritualidad de la iniciación cristiana, que mantuvo alta la tensión cristocéntrica y eclesial de los primeros siglos, fue decayendo con el correr de los siglos. En la Península Ibérica tuvo en Paciano de Barcelona un representante y en Ildefonso de Toledo un testigo de la doctrina de los Padres en su obra De cognitione baptismi. En Oriente perdura la tradición de esta espiritualidad en el libro de Nicolás Cabasilas (s. xiv) La vida en Cristo. Con otro corte espiritual se recupera el valor decisivo de este sacramento en algunos representantes de la escuela francesa, especialmente en san Juan Eudes.

La plena recuperación de la iniciación cristiana como matriz y modelo de la espiritualidad coincide con la renovación bíblica y litúrgica. Pero no depende sólo de una vuelta a las fuentes; factores socioculturales y movimientos de vitalidad dentro de la Iglesia redescubren en los sacramentos iniciales las esencias de la vida en Cristo y en el Espíritu. Así, por ejemplo, la situación de descristianización ya hizo intuir a Dom Cabrol, a principios de este siglo, la necesidad de una "iglesia confesante", Impregnada de su conciencia bautismal en su testimonio y militancia; la situación precaria de los creyentes en el régimen hitleriano extenderá esta conciencia a todas las iglesias cristianas, como pudo expresarlo D. Bonhoeffer. Este descubrimiento provoca problemas nuevos que nacen de un deseo de valorar al máximo la conciencia de los sacramentos iniciales recibidos no como una obligación o como una garantía que favorece la pereza mental y existencial, no como un don del que tranquilamente se puede uno desentender cínicamente —como confesaba J. P. Sartre—, sino como una opción lúcida y responsable. Las discusiones sobre el problema pastoral del bautismo de los niños, las tentativas de revitalizar la conciencia del don de la confirmación —no obstante la pobreza teológica de que este sacramento adolecía en ciertas proposiciones de pastoral que parecía avanzada— tienen una raíz de espiritualidad: tomar plena conciencia, como en la antigüedad, del valor y compromiso de la iniciación cristiana. Junto al apremio de la situación eclesial que intenta un cambio del cristianismo convencional a una espiritualidad militante, de una iglesia sociológica a una comunidad consciente de sus opciones bautismales, hay una serie de fermentos positivos que favorecen el descubrimiento vital del valor del santo bautismo y la confirmación. Baste pensar en la espiritualidad laical que como experiencia cristiana busca un fundamento mistérico, objetivo, rico y lo encuentra en el bautismo; o en los movimientos apostólicos seglares, entre ellos la Acción Católica, que revalorizan la confirmación como una especie de sacramento del apostolado cristiano; esta última visión es claramente reductiva, pues el fundamento apostólico de los seglares es a la vez el bautismo y la confirmación y privatizar para la Acción Católica la fuerza testimonial del don del Espíritu es empobrecer en profundidad y en extensión un sacramento cristiano. Anotamos el hecho como un factor de esta providencial evolución que fructifica en la espiritualidad contemporánea.

Es interesante notar cómo un testigo tan sensible y lúcido de la situación eclesial de nuestro tiempo, Pablo VI, haya dedicado un párrafo luminoso a la importancia de la iniciación bautismal para toda la Iglesia, en su encíclica programática Ecclesiam suam, al hablar de la conciencia de la Iglesia y de su renovación interior. Vale la pena transcribir este autorizado texto magisterial, que lanza un puente entre la espiritualidad de hoy y la de ayer, entre la Iglesia del s. xx y la de los primeros siglos, con una página digna de un Padre de la Iglesia: "Es necesario devolver al hecho de haber recibido el santo bautismo, es decir, de haber sido injertados mediante tal sacramento en el Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia, toda su importancia, especialmente en la valoración consciente que el bautizado debe tener de su elevación, más aún, de su regeneración a la felicísima realidad de hijo adoptivo de Dios, a la dignidad de hermano de Cristo, a la dicha, esto es, a la gracia y al gozo de la inhabitación del Espíritu Santo, a la vocación de una vida nueva, que nada ha perdido de humano, salvo la herencia desgraciada del pecado original, y que está capacitada para dar, de cuanto es humano, las mejores expresiones y experimentar los más ricos y puros frutos. El ser cristiano, el haber recibido el santo bautismo, no debe ser considerado como cosa indiferente u olvidable, sino que debe marcar profunda y gozosamente la conciencia de todo bautizado. Debe ser, pues, considerado por éste como lo fue por los cristianos antiguos, una 'iluminación', que, haciendo caer sobre él el rayo vivificante de la verdad divina, le abre el cielo, le esclarece la vida eterna, lo capacita para caminar como hijo de la luz hacia la visión de Dios, fuente de eterna bienaventuranza. Es fácil ver qué programa práctico pone ante nosotros y ante nuestro ministerio esta consideración. Nos gozamos observando que tal programa se encuentra ya en vías de ejecución en toda la Iglesia y se ve promovido con celo iluminado y ardiente" (nn. 34-35).

Toda esta riqueza ha sido acogida, como veremos en seguida, en el ancho mar del Vat. II, con consecuencias decisivas para una nueva valoración de la espiritualidad cristiana. Notemos, sin embargo, la continuidad y la creatividad que esta conciencia recuperada de la iniciación cristiana ha tenido y tiene todavía con proyección de futuro en los movimientos de espiritualidad, en los grupos eclesiales. Ya desde su fundación, los Cursillos de Cristiandad insistieron en la renovación de la conciencia del propio bautismo. Todos los diversos itinerarios catecumenales de hoy, entre ellos de una manera especial las comunidades neocatecumenales, fundadas por Kiko Argüello, han hecho una opción "totalizante" de este programa de la iglesia antigua. El movimiento carismático, de renovación en el Espíritu, acentúa junto con el bautismo la conciencia del don pneumático de la iniciación que ahora parece fructificar plenamente —desde una pneumatología liberada y liberante— en los dones, los frutos, los compromisos de este "Pentecostés" del cristiano que es esencialmente el sacramento de la confirmación. Con diversas acentuaciones, la conciencia de la iniciación cristiana ha pasado al primeil puesto de la espiritualidad cristiana; aunque no haya desarrollado todavía, toda su fuerza pastoral y testimonial, ele, otros grupos de espiritualidad y aposto4 lado y en la misma pastoral diocesanas de conjunto.

3. UNIDAD Y RIQUEZA DE LA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA - El Vat. II ha consagrada decisivamente esta recuperación de laí iniciación cristiana como elemento unía tario esencial de la vida cristiana, de la diversidad de las vocaciones, de los posibles aspectos que pudieran determinar lo que llamamos "las espiritualidades". El tono solemne, doctrinal, de la Lumen gentium ofrece estas bases. Et bautismo nos introduce en el misterios sacramento de la Iglesia, Cuerpo Mistico de Cristo (LG 7); bautismo y unción del Espíritu son el fundamento de la agregación al Pueblo de Dios, con la plena participación en la gracia y en la misión de Cristo y de la Iglesia (LG 9) y "por la regeneración y la unción del Espíritu" participan del sacerdocio real' de Cristo en su dimensión litúrgica y existencial (LG 10). En un texto rico y sintético se expresa así la esencia de la iniciación: "Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y a defender la fe como verdaderos testigos de Cristo, con la palabra y con las obras" (LG 11). Aquí radica el fundamento, el modelo y la unidad de esa vocación a la santidad, que es universal para todos los cristianos, abierta a una plenitud que se consigue por los diversos caminos que existen en la Iglesia (LG 39-41). La acentuación de la unidad y el dinamismo tiene su cima en un hermoso texto conciliar que coloca el bautismo en el centro del ecumenismo: "Por el sacramento del bautismo, debidamente administrado según la institución del Señor y recibido con la requerida disposición del alma, el hombre se incorpora realmente a Cristo crucificado y glorioso, y se regenera para el consorcio de la vida eterna según las palabras del apóstol (cf Col 2,12)... El bautismo, por tanto, constituye un vinculo sacramental de unidad, vigente entre todos los que por él han sido regenerados. Sin embargo, el bautismo, por sí mismo, es sólo un principio y un comienzo, porque todo él tiende a conseguir la plenitud de la vida en Cristo. Así pues, el bautismo se ordena a la profesión íntegra de la fe, a la plena incorporación a la economía de la salvación tal como Cristo en persona la estableció y, finalmente, a la íntegra incorporación en la comunión eucarística" (UR 22). Sólo a través de los innumerables textos conciliares se puede recomponer el mosaico rico de detalles de la espiritualidad bautismal, de la que hemos querido subrayar ahora su unidad y su fuerza sacramental, con referencia a Cristo y a su Espíritu, a la Iglesia.

Es sintomático que sean siempre los sacramentos de la iniciación cristiana, y no cualquier otro fundamento superficial. los que determinan el sentido de la espiritualidad y del apostolado de los seglares en la Iglesia con proyección a la renovación de la sociedad en la que viven inmersos (cf LG 31-33 y AA 3); asumiendo las esencias sacramentales de la iniciación, el Vat. II ha desarrollado de una manera peculiar la proyección de los seglares en el mundo mediante la participación del triple oficio sacerdotal, real y profético de Cristo (cf I,G 34-36). La misma vida religiosa está puesta bajo el signo de la iniciación cristiana como terreno único y fecundo en el que pueden desarrollarse los votos y pueden florecer los variados carismas (LG 44).

La orientación del concilio resulta de una gran importancia para la espiritualidad cristiana. Ante todo, ofrece un fundamento objetivo, sacramental, amplio como la riqueza misma de la iniciación, único como única es la fundamental historia de la salvación y la vocación cristiana. De esta riqueza y universalidad, de esta unidad fundamental, brotan las demás espiritualidades, que tienen un ulterior fundamento sacramental —sacerdocio, matrimonio— en conexión y continuidad con el bautismo, o una opción peculiar —la vida religiosa— o una situación global de vida —la espiritualidad laical—. A esta fuente sacramental hay que reducir finalmente cualquier otra espiritualidad resultante de la acentuación de un aspecto ya esencialmente contenido en la riqueza genérica del bautismo cristiano; no hay espiritualidad específica que no seasimplemente el cultivo, la síntesis de alguno o algunos aspectos de la riqueza "genérica" que existe en la iniciación cristiana; esto vale tanto para las espiritualidades "históricas" de diversa denominación (carmelitana, franciscana, ignaciana) como para las que resaltan algún aspecto (oración, acción, trabajo) o alguna categoría de personas (jóvenes, ancianos). Cuando se pone el acento sobre lo específico sin reducirlo a lo genérico cristiano, se vuelca la pirámide de los valores con peligro de destruir el equilibrio, acentuar el integralismo de algunas opciones, favorecer una conciencia de "élite", que está contra la unidad y la universalidad de la vida cristiana bautismal, descuidando quizá lo que enriquece y preserva al cristiano de cualquier tendencia sectaria en la espiritualidad eclesial. Nunca un hilillo de agua podrá competir con la riqueza del río: sin embargo, todos los afluentes de la espiritualidad podrán enriquecer la espiritualidad de la Iglesia, contenida esencialmente en la iniciación cristiana y por ello, como vida de la Iglesia, capaz de enriquecerse con la experiencia progresiva del Espíritu en las personas y en la historia. La vuelta a los orígenes es siempre garantía de salud objetiva en la espiritualidad de la Iglesia.

En la iniciación cristiana, finalmente, se recupera la unidad de la experiencia cristiana, desgarrada por las diversas divisiones doctrinales que el movimiento ecuménico trata de recomponer. En el bautismo —por no hablar de la confirmación, que permanece un problema ecuménico por parte de los protestantes— las confesiones cristianas encuentran constantemente la amplitud de la espiritualidad cristiana y el estímulo para uno de sus objetivos y tareas fundamentales: vivir la unidad en Cristo y dar testimonio de ella ante el mundo. Hemos recogido el texto ecuménico sobre el bautismo del Vat. II (UR 22); no podemos olvidar el recurso constante a este fundamento común, hecho por todos los documentos de diálogo; el último de ellos el documento de "Fe y Constitución" sobre Bautismo, Eucaristía y Ministerio (Lima 1982), que subraya fa unidad y la riqueza del sacramento de la fe y de la regeneración en estas líneas fundamentales: participación en la muerte y resurrección de Cristo; conversión, perdón y purificación; don del Espíritu Santo; incorporación al Cuerpo de Cristo; sello del reino".

II. Teología bíblica de la iniciación cristiana

La necesaria premisa sobre la actualidad del tema nos lleva ahora a recoger en breve síntesis los datos de la revelación, manantial seguro e inagotable de la espiritualidad del bautismo y de la unción del Espíritu. La riqueza de textos y de temas nos obligan a una opción metodológica y a una simple referencia a los contenidos sustanciales; en realidad, bautismo y confirmación como participación del misterio de Cristo y del Espíritu en la Iglesia tienen una conexión con toda la doctrina del NT y engarzan, por las tipologías y las grandes "maravillas de Dios" de la historia de la salvación, con todo el AT.

1. EL BAUTISMO DE CRISTO EN EL ESPÍRITU: SINÓPTICOS Y JUAN - El hecho constitutivo del bautismo cristiano se encuentra en el mandato explícito de Cristo: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28,20); "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea se condenará" (Mc 16,16). En ambos mandatos la unión de la misión, de la predicación y de la iniciación, mediante el bautismo; en Mt la referencia a la economía trinitaria, en una fórmula tardía; en Mc la necesidad de la fe como premisa del rito del bautismo. Desde este mandato, la teología de los sinópticos se remonta al significado específico de un rito, ya conocido por los judíos y prosélitos, practicado por Juan, asumido por Jesús en un momento en que se descubre todo su poder mesiánico y su naturaleza de Hijo de Dios (cf Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Jn 1,29-34); un hecho fundamental que proyecta luz sobre el rito al que se someterán los cristianos, como imitación del gesto y participación en el misterio bautismal de Cristo; tanto más que desde este hecho Jesús proyecta proféticamente sobre sus discípulos la realidad misma en la que él ha sido bautizado: el Espíritu (Lc 3,16); una promesa repetida momentos antes de la Ascensión a los cielos (He 1,5). Por otra parte, el bautismo de Jesús, que prefigura el cumplimiento de su misión como Siervo de Yahvé, hace una referencia explícita al momento de la Pasión a través de dos textos enigmáticos de Lc 12,50 y Mc 10,38-39, en los que aparece la muerte como una inmersión bautismal: "Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla!".

Juan, el evangelista, completa la revelación sinóptica con una mayor insistencia en el bautismo del Espíritu, cae una acentuación del elemento simbólica polivalente del agua; "nacer del Espíritu", "nacer de lo alto", "nacer de nuevo", como se expresa Jesús en el coloquio con Nicodemo (cf Jn 3,1-21), indica primitivamente, más que el rito, la nécesidad de una adhesión en la fe y una novedad que es fruto permanente del Espíritu en todo su dinamismo; la lectura "del agua y del Espíritu" (Jn 3,5), probablemente tardía, expresa la ritualización de ese nuevo nacimiento. Pero el don del Espíritu —agua en abundancia— es promesa constante de Jesús (Jn 7,37-39), de cuyo seno manarán torrentes de agua viva (según la moderna lectura del texto); promesa realizada simbólica e inicialmente en el Calvario cuando del costado de Cristo brota sangre y agua (Jn 19,34). Juan alcanza aquí la teología de los sinópticos en las dos acentuaciones bautismales: la fe como condición de adhesión, el Espíritu como autor y don del bautismo cristiano. En las cartas de Juan se hablará más bien de los efectos del bautismo en el Espíritu: un nuevo nacimiento, una nueva vida de una semilla divina (cf 1 Jn 2,29; 3,9; 4,7 y passim) con consecuencias en el comportamiento moral del cristiano. Y, además, se hará alusión a la unción interior del Espíritu, como capacidad sobrenatural de la fe, que penetra como una nueva sabiduría, fruto de la Alianza nueva (cf 1 Jn 2,20-27).

Con la lógica aceptación de la fe y el bautismo, el discípulo de Jesús entra, pues, en el misterio de su Evangelio anunciado y en la vida nueva del Reino prometido.

2. EL BAUTISMO EN LA COMUNIDAD ECLESIAL - El mandato de Cristo de bautizar se inaugura solemnemente el día de Pentecostés; la secuencia de momentos claves contenidos en el texto narrativo corresponde con precisión a una primitiva ritualización de la iniciación cristiana: tras el anuncio del kerigma de Jesús, muerto y resucitado, que provoca la compunción del corazón de los oyentes, una pregunta y una respuesta: "¿Qué hemos de hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo..." (He 2,37-38); precede el anuncio; siguen la llamada a la conversión, adhesión de fe a Cristo salvador, el bautismo en el nombre de Jesús con los efectos de la remisión de los pecados y el don del Espíritu. La vida de la comunidad primitiva tanto en Judea como en la diáspora, como entre los gentiles, documenta ampliamente la misma secuencia de hechos en diversos bautismos personales y colectivos (He 8,12 y ss.; 8,38; 10,48; 16,15 y 33;1 8,8; 9,1-6). La fórmula primitiva "en el nombre de Jesús" indica el sentido específico y mistérico de una adhesión a Cristo como Señor y Salvador. Se realiza en el seno de la comunidad eclesial, por mandato de los apóstoles o por sus enviados. Todo se cumple en virtud del Espíritu, que tal vez precede (He 10,44...), tal vez sigue a distancia la ablución bautismal. En dos lugares el don del Espíritu se atribuye explícitamente al gesto de la imposición de las manos; en He 8,15-17, probablemente como gesto de plena comunión eclesial; en He 19,6 como signo, al parecer normal, de una ritualización de la iniciación que completa el bautismo con una imposición de las manos, gesto conocido y practicado por los judíos. En los Hechos se da más relieve a los acontecimientos en este caso que a los contenidos del bautismo cristiano, aunque no faltan los elementos principales.

3. EL BAUTISMO EN PABLO: EXPERIENCIA, TEOLOGÍA. PARÉNESIS - San Pablo habla de la iniciación cristiana en todo el cuerpo de sus cartas de manera global. En él prevalece la experiencia personal y singular de su conversión y de su bautismo, con los efectos de renovación, iluminación, plenitud del Espíritu (cf He 9,17-19; 22,12-16; 26,16-18). Es la experiencia creciente de la nueva vida que lo habilita para exponer doctrinalmente el misterio inefable del bautismo cristiano; no satisface curiosidades a propósito de la ritualización, pero abre perspectivas inmensas acerca de lo que es el misterio del bautismo en Cristo, en el Espíritu y en la Iglesia. Desde el punto de vista más cristocéntrico, hay que aludir al texto fundamental en Rom 6,1-11 con su pasaje central: "¿O es que Ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados con el bautismo de la muerte, a fin de que al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (vv. 3-4); el bautismo es una comunión, inmersión, en el misterio de la muerte y de la resurrección de Cristo, con efectos idénticos a los prefigurados y adquiridos por el misterio de la muerte-resurrección de Cristo: muerte del hombre viejo y del pecado. vida y resurrección en Cristo. De este planteamiento fundamental se desprenden todas las conclusiones que Pablo propone en innumerables textos en sintonía: vida en Cristo, en su muerte y en su nueva vida en el Espíritu (cf Gál 2,19-21; 5,24-25; Col 3,1-4; Ef 2,4-8). De aquí surge la exhortación a vivir según la "iniciación" recibida, tanto en sentido negativo —lucha contra el pecado (Rom 6,12-14)— como en el sentido positivo —revestirse de Cristo Jesús, de sus obras y sentimientos (Ef 4,17-32)—. En otros textos Pablo pone claramente el bautismo en conexión con la acción y el don del Espíritu, en quien somos bautizados (1 Cor 12,13); objetiva su actuación con palabras simbólicas: unción que consagra, sello que marca, prenda que se nos entrega (2 Cor 1,21-22 y Ef 1,13-14; 4,30); o llama al bautismo baño de regeneración y de renovación en el Espíritu Santo (Tit 3,5-7). Está claro que las alusiones implícitas a la iniciación se hallan allí donde se habla de los maravillosos efectos de la vida cristiana como filiación divina y don del Espíritu (cf Gál 4,6; Rom 8,14-17; Ef 2,4-8...). Finalmente, la perspectiva eclesial del bautismo en las dos metáforas características de Pablo —el cuerpo y la esposa— está bien clara en 1 Cor 12,13 y Ef 4,4-5 (un solo cuerpo y un solo bautismo) y tiene una hermosa dimensión mística en Ef 5,25-27 cuando se refiere al baño nupcial de la esposa (cf 1 Cor 6,11).

4. PERSPECTIVAS COMPLEMENTARIAS - En otros escritos apostólicos tardíos encontramos puntos de referencia que, si no enriquecen cuanto Pablo y los evangelistas nos han propuesto, en parte lo confirman. Así, la primera carta de Pedro —de evidente sabor bautismal, sin llegar a afirmar que describa una primitiva liturgia de iniciación o una homilía bautismal— engarza con los temas tradicionales de la vida nueva, del pueblo nuevo, con una invitación a una conducta digna del nombre cristiano (cf 1 Pe 1-2; 3,18-22; 4,1-19). El autor de la Carta a los Hebreos recuerda la doctrina del bautismo y de la imposición de las manos en un texto que podría aludir a los tres sacramentos de la iniciación cristiana: "iluminación" bautismal, alimento de la palabra y de la eucaristía, participación del don del Espíritu (He 6,2-4); el bautismo se presenta como purificación interior e iluminación (Heb 10,22.32).

Esta simple enumeración de las alusiones más explícitas al bautismo cristiano nos permite afirmar que constituye como la infraestructura mistérica de toda la revelación del NT. Se afirma claramente la inmersión del cristiano en toda la economía o misterio de Cristo y de su Espíritu, en la Iglesia, con proyección de conducta moral y exigencias de vida comunitaria; todo desemboca en una vida en Cristo o una existencia según el Espíritu, como forma concreta de vivir la iniciación cristiana. Parece prematuro pedir a los textos neotestamentarios, al menos como hoy los ven la mayoría de los exegetas, una neta distinción ritual entre el bautismo y la confirmación.

III. Teología mistagógica de la iniciación cristiana

No se puede evocar la iniciación cristiana sin aludir a la opulenta teología que los primeros siglos han acumulado sobre ella, con un maximalismo bíblico, litúrgico y teológico que está muy lejos de las reducciones posteriores a un problema de materia y de forma, de efectos y de obligaciones morales. Se trata de una teología mistagógica no sólo porque se dedica a iniciar en los misterios o explicarlos después de haberlos experimentado —como en el caso de las catequesis jerosolimitanas de Cirilo—, sino porque constituye una atenta, minuciosa, a veces compleja, explicación de cada palabra y gesto; la Biblia con sus textos y alusiones, la liturgia con el simbolismo de sus ritos ofrecen innumerables pistas para esta teología mistagógica. En parte se puede decir que la liturgia postconciliar, tanto en el bautismo de niños y en la confirmación como en el rito continuo de la iniciación cristiana de los adultos, ha conservado lo esencial de la liturgia primitiva, con ritos y palabras que todavía hoy merecerían una adecuada "mistagogia" q desvele los contenidos que se comutda; can y los compromisos que se ad; quieren.

1. LOS CAMINOS DE LA MISTAGOGIA PATRÍSTICA - Desde los primitivos bautismos judeo-cristianos, evocados por los trabajos de J. Daniélou, confirmados por las investigaciones arqueológicas de B. Bagatti, cantados en fragmentos por las Odas de Salomón, hasta la prolija ordenación de los ritos bautismaleei del Ordo Romanus XI, la iniciación cristiana constituye un auténtico microcosmos de lugares teológicos que desarrollan en abundancia tipologías biblicas, contenidos doctrinales, exigencias morales, experiencias espirituales, hasta una auténtica "mística mistérica" del bautismo y de la unción. Aquí sólo podemos referirnos a los caminos de la mistagogia tal como la encontramos expresada en los comentarios de los Padres: catequesis, homilías, tratados.

Ocupa el primer lugar la vía bíblica: con un análisis exhaustivo de los textos, explícitos alusivos a la iniciación y a sus, efectos; pero se remonta, con el método tipológico de los Padres, inspirado por la misma tradición neotestamentaria, a una búsqueda de todas las tipologías y símbolos del Antiguo y del NT. Así, por ejemplo, se teje la tipología del agua al través de los libros sagrados (como todavía hoy se hace en la oración de la bendición de la fuente bautismal): la creación primordial y el diluvio, el paso del mar Rojo y la peregrinación por el desierto, las aguas de Mará y la fuente de la roca viva, el paso del Jordán, el ciclo milagroso de Elías y Eliseo en este río, donde se baña y se cura Naamán el sirio. Se juega con el tema del árbol de la vida y del retorno al paraíso. Se cumplen en el bautizado los suspiros por el agua viva, o las prefiguraciones sacramentales del Salmo 22, o de las aguas limpias y purificadoras, prometidas por los profetas. Todo el evangelio de Juan, con su carácter "acuático", es evocador de las realidades bautismales: de Caná de Galilea al Cenáculo, donde Jesús lava los pies, del paralítico de Betsaida al ciego de nacimiento, de la Samaritana a la promesa de los ríos de agua viva, de la efusión de sangre y agua en la cruz a la pesca milagrosa en el lago de Tiberíades.

Otra vía preferida es la explicación simbólica, a veces hasta el exceso, de cada uno de los gestos de la liturgia de la iniciación —en la que se han acumulado ritos de diversa procedencia—. Así,  por ejemplo: la entrada en el baptisterio se interpreta como un retorno al paraíso; la renuncia a Satanás, vuelto hacia Occidente, y la adhesión a Cristo, mirando a Oriente, como un paso del reino de las tinieblas al de la luz; la deposición del vestido como el despojarse del viejo Adán y sus obras; la unción prebautismal como el fortalecimiento del atleta de Cristo, que tiene que luchar en la piscina bautismal contra el dragón; la inmersión en el agua como la sepultura y la resurrección, la introducción en una tumba sepulcral, que es a la vez seno materno; bajar las gradas del baptisterio y volverlas a subir como una kénosis y una ascensión, semejantes al vaciamiento de Cristo y a su bajada hasta el lugar de los muertos para resucitar victorioso; la unción postbautismal como el perfume que sigue al baño, con la unción del Espíritu; la signación con la cruz como la marca de posesión; la vestidura blanca y, como en algunos ritos orientales se hace, la corona que se impone, significan el revestirse de Cristo, el sentido nupcial y real del bautismo cristiano; la imposición de las manos como transmisión del Espíritu; el beso de paz como acogida gozosa en la comunidad de la Iglesia, igual que se hace en familia con un recién nacido; la primera celebración eucarística con el ofrecimiento de los dones canta la nueva vida de los bautizados entronizados en el pueblo sacerdotal; la comunión eucarística a la que se añade un cáliz con leche y miel, como la entrada definitiva en la tierra prometida. Todo ello no tiene simplemente el sentido de una experiencia gratificante que se agota en la celebración misma; proyecta en la "parénesis" de los Padres precisos compromisos de vida.

Otro camino recorrido por los catequistas antiguos es la explicación exhaustiva de los diversos nombres del bautismo, tanto en su origen bíblico como en su derivación litúrgica, como hemos podido apreciar en el texto citado de Gregorio Nacianceno, y como hacía todavía Nicolás Cabasilas en el s. xiv ". Se profundiza en el sentido de las palabras bíblicas: bautismo (inmersión), purificación, regeneración, renovación, "catarsis", iluminación, unción, sello, prenda o arras... De aquí se pasa al amplio comentario de los efectos que produce y de los compromisos que se asumen. Los Padres establecen una lógica continuidad entre esencia y existencia, entre ser cristiano y vivir como cristiano. La literatura patrística ofrece jugosas catequesis mistagógicas tanto en Oriente como en Occidente, donde los excesos, si los hay, no son fruto de un nominalismo o de hojarasca barroca, sino de una profunda fe, de una lectura sapiencial de la Escritura, de una emocionada y vibrante experiencia cristiana llevada, sin romanticismo, hasta el martirio si es necesario.

2. Los CONTENIDOS DE LA LITURGIA ACTUAL - Una síntesis doctrinal de la iniciación cristiana la ofrece la liturgia renovada tanto en las premisas a los ritos como en las palabras y los gestos litúrgicos. La Iglesia ha recuperado en los textos actuales la quintaesencia de la tradición de los primeros siglos. A esta liturgia nos acercamos para obtener una apretada síntesis doctrinal.

a) El bautismo cristiano. Toda la teología del bautismo se puede resumir en una serie de nombres consagrados por la tradición cristiana.

Sacramento de la fe. En el centro de la celebración bautismal tenemos la profesión de fe, requisito esencial según el precepto del Señor (Mc 16,16); en este misterio se subraya que la fe es un don de Dios y un compromiso permanente, una conversión para entrar definitivamente en una historia de salvación, que supone la escucha constante de la palabra, una opción definitiva para llevar la fe a una profesión y a una dilatación con las palabras y las obras. En el bautismo de los niños el sacramento de la fe tiene una primera referencia a la fe de la Iglesia entera, representada por la comunidad eclesial y por los padres y padrinos del bautizado, con el consiguiente compromiso de educación del bautizado en la fe en el momento oportuno. En el bautismo de los adultos la profesión bautismal es la cima de ese camino de fe recorrido a través del catecumenado. En cualquier hipótesis, el bautismo inaugura un camino de fe en la Iglesia en el sentido positivo que le daban los Padres y todavía hoy le da la Iglesia oriental a la profesión de fe —contrapuesta a la renuncia a Satanás—; es decir, como una adhesión vital a Cristo.

Iluminación. Es el aspecto positivo de la fe, subrayado por la tradición antigua y hoy presente con el rito del cirio encendido que se entrega al bautizado o a sus padrinos. La fe es conocimiento del misterio, capacidad de penetración en la intimidad de Dios; es luz para la mente y purificación para el corazón. Pablo escribe citando un antiguo himno cristiano: "Despierta, tú que duermes; y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo" (Ef 5,14); Clemente Alejandrino nos ha conservado la continuación de esta pieza: "Porque el Señor es la luz de la resurrección, engendrado antes del lucero de la mañana, con sus rayos nos otorga la vida'''. El cristiano es un "iluminado", un "iniciado" en los misterios, cuyo conocimiento puede penetrar cada vez más en esta vida por la contemplación y la experiencia espiritual, hasta la luz sin ocaso de la gloria.

Nuevo nacimiento. El simbolismo de las aguas bautismales, la gracia de la nueva vida en Cristo, el don filial del Espíritu, que habilita para decir "Abbá. Padre", resaltan el don de la regeneración, una nueva vida de la muerte del pecado, afirmada con claridad en los exorcismos; pero vida en abundancia, de la semilla de Dios, del agua y del Espíritu con la plenitud del ser hijos de Dios. Vida plena pero en germen, destinada a crecer indefinidamente, a madurar con la experiencia, hasta la vida eterna, de la que el bautismo es semilla y prenda.

Participación en el misterio pascual. La regeneración bautismal es fruto y evocación del misterio de la muerte y de la resurrección de Jesús; una inmersión en este misterio marca definitivamente al bautizado como un discípulo que acepta en la fe y en la vida repetir con el bautismo un gesto de adhesión vital a Cristo Crucificado y Resucitado como Señor de su destino; y a la vez empieza una historia, marcada por el "destino" de la cruz gloriosa, por el misterio pascual como "iniciación fundamental" de su existencia, que se desarrollará siempre como una "pascua", un "morir y resucitar" constantemente y conscientemente, hasta la última pascua —morir para vivir definitivamente—en la muerte corporal.

Incorporación a la Iglesia. El bautismo en la fe de la Iglesia tiene múltiples referencias al misterio del Cuerpo del Señor. La Iglesia es la madre fecunda; la fuente bautismal su seno materno, fecundado por el Espíritu. La unción posbautismal con el crisma pone de relieve la incorporación del neófito al Cuerpo de Cristo como participación ensu triple oficio real, profético y sacerdotal. El cristiano entra a formar parte de una familia, acogido por el beso de paz de los cristianos, y está llamado a vivir consciente y activamente su inserción en la vida e historia del Pueblo de Dios.

b) La confirmación. La unción posbautismal del bautismo de los adultos que confiere la confirmación y el rito mismo de la confirmación con sus premisas doctrinales, ofrecen una clara teología de este segundo sacramento de la iniciación.

Don del Espíritu Santo. Con toda claridad se afirma que el bautismo en el Espíritu Santo tiene en la confirmación la ritualización del don pentecostal de este mismo Espíritu. Lo indica la nueva fórmula sacramental, inspirada en la oriental: "Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo". Y lo subraya, desde siempre, el gesto de la imposición de las manos en Occidente y la unción con el crisma en Oriente. Hoy el gesto de la imposición de las manos ha sido integrado en la unción con el crisma, que conserva como símbolo sacramental toda la polivalente evocación de significados: crisma-unción, crisma-perfume, crisma-sello; por lo tanto, consagración interior, a imitación de Cristo, marca de posesión indeleble para la vida eterna, perfume de las buenas obras en el testimonio.

Para la edificación de la Iglesia. El sentido pleno de la unción del Espíritu es la participación plena en todo el misterio y ministerio del Espíritu, con la doble perspectiva del bautismo de Jesús, momento de su consagración mesiánica para la misión evangelizadora, y la evocación sacramental del día de Pentecostés, como aparece en algunos textos del rito actual. Confirmación como "pentecostés del bautizado"; plenitud del misterio pascual en su efusión y manifestación para la consagración del Cuerpo de Cristo y para la continuación de su misión en la historia de la humanidad. Por este sacramento el bautizado entra en la misión del Espíritu, recibe sus dones y en él, que es el Don por excelencia, queda habilitado para los servicios, carismas y misiones que se le pueden asignar en la Iglesia; inserción consciente, vinculación más estrecha, colaboración más generosa para defender y difundir el mensaje, para experimentarlo en la profundidad del Espíritu y testimoniarlo con su audacia.

IV. Problemas teológicos y pastorales

La iniciación cristiana no está exenta de problemas teológicos y pastorales, que aquí no podemos menos de recordar. sin caer en evidente omisión, aunque sólo sea de manera sintética.

1. PROBLEMAS TEOLÓGICOS - Son dos los temas salientes de una cierta problemática teológica en torno a la iniciación cristiana: el bautismo de los niños y la clara distinción entre el sacramento del bautismo y de la confirmación. En realidad. no son problemas de orden dogmático, pues para la Iglesia católica no existe duda alguna al respecto y tanto la legitimidad del bautismo de los niños como la clara distinción del bautismo y de la confirmación pertenecen al dogma.

a) El bautismo de los niños. Desde la antigüedad, por una tradición apostólica. como afirma Orígenes, la Iglesia ha bautizado a los niños desde la más tierna edad y lo ha hecho no por el simple motivo de la remisión del pecado original, sino por el deseo de ofrecerle la plenitud de la salvación en Cristo. San Agustín, en la carta a Bonifacio, ha dado un fundamento decisivo a esta praxis de la Iglesia al afirmar que los niños, aunque no puedan hacer un acto de fe, son bautizados en la fe de la Iglesia y asumirán en el momento oportuno todas las responsabilidades de esta fe profesada. Lutero, a pesar del planteamiento de la sacramentalidad en términos de fe fiducial, no negó la legitimidad de este bautismo, como no lo hicieron los otros reformadores; sólo la voz discordante de Tomás Müntzer con los anabaptistas se levantó contra esta práctica de la Iglesia, llevando en realidad hasta las últimas consecuencias las tesis de Lutero. A la posesión pacífica de esta doctrina puso una grave hipoteca K. Barth con sus tesis sobre la inutilidad del bautismo de los niños por la impotencia para proferir un acto de fe, único verdadero elemento de la justificación que Dios ofrece y el hombre acepta cuando a él se entrega. Desde 1942, cuando Barth lanzó su tesis, sus posiciones han influenciado las iglesias cristianas, incluida la católica; no han faltado reacciones negativas dentro del área protestante que han reafirmado a nivel bíblico, patrístico y teológico la posición tradicional; baste pensar en las opiniones de O. Cullmann y J. Jeremias. La "sospecha" barthiana ha abierto brechas en la pastoral con excesivas simpatías hacia el bautismo de adultos y criticas excesivas hacia el bautismo de los niños. Tras varios lustros de incertidumbre pastoral en algunos sectores de la Iglesia católica, un documento de la Santa Sede, la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la fe sobre el bautismo de los niños (1980)", da cumplida respuesta a temores y objeciones. La opción de la Iglesia quiere salvaguardar el principio tradicional del bautismo de los niños y la garantía de su educación religiosa para dar al bautismo la plenitud sacramental que exige la fe personal. En todo caso, la Iglesia opta por un maximalismo, favoreciendo, con una buena garantía inicial, el hecho de bautizar a los niños, incluso en el caso de que sus padres no sean creyentes, ya que en el caso de familias cristianas se da por descontado el deseo de instruir a los niños en la fe bautismal. Para los católicos no debiera existir en este caso un problema teológico, aunque queden abiertos graves problemas pastorales para responsabilizar a padres y padrinos y garantizar la armoniosa educación en la fe.

b) La relación entre bautismo y confirmación. Sobre el sacramento de la confirmación ha pesado desde el s. xvi su negación como "sacramento inútil" por parte de los protestantes; una reciente polémica en campo anglicano ha hecho recrudecer el problema, suscitando de rechazo un inmenso interés por este sacramento desde el punto de vista bíblico, litúrgico, teológico y pastoral. El dilema propuesto por el anglicano G. Dix hoy nos parece excesivamente reductivo: o el bautismo confiere el Espíritu Santo y entonces la confirmación está de sobra, o da sólo la remisión de los pecados y la confirmación confiere el don del Espíritu. La Iglesia católica, con el nuevo rito de la confirmación, ha hecho opciones precisas respecto a múltiples aspectos del sacramento, al menos por cuanto se refiere al futuro, dejando a la historia compleja del sacramento un saldo de cuestiones oscuras. De hecho ha optado por una nueva fórmula sacramental que pone de relieve el don del Espíritu; ha elegido la unción con la imposición de las manos en un único gesto como materia del sacramento, no obstante la ambigüedad litúrgica de tal imposición de manos; ha vuelto a la afirmación del obispo como ministro originario del sacramento, como consagrador del crisma, aunque pueda delegar su administración a quienes no son obispos, de manera normal en la iniciación cristiana de los adultos. Ha señalado la edad de la confirmación, según la regla tradicional de los últimos siglos, en torno al uso de razón, dejando a las Conferencias Episcopales la decisión sobre la oportunidad de postergarla. Sin entrar de lleno en una discusión teológica sobre el sentido específico de la gracia de la confirmación, relacionada con el bautismo, ha afirmado claramente su vinculación al hecho de Pentecostés y a la economía del Espíritu Santo para el crecimiento de la Iglesia. No puede quedar encerrada en un dilema la acción del Espíritu, que en la historia de la salvación, en Cristo y en la Iglesia es progresiva, reiterativa, novedosa. Si el bautismo es obra del Espíritu, la confirmación supone una ulterior característica efusión del Paráclito. Entre los dos sacramentos se puede establecer una cierta analogía a nivel cristológico: la encarnación por obra del Espíritu Santo, el bautismo en el Jordán con la consagración mesiánica por medio del Espíritu; y un parecido a nivel eclesiológico entre el nacimiento de la Iglesia en el Calvario y su manifestación plena en Pentecostés. Bautismo y confirmación confieren el misterio pascual en plenitud, manifestado en el don pentecostal del Espíritu. En la iniciación cristiana de los adultos la sucesión de los ritos sigue el orden unitario de la antigüedad cristiana, conservado todavía hoy en las iglesias orientales en el bautismo de los niños. La separación ritual de la confirmación —surgida en Occidente al reservar a los obispos la imposición de las manos para el don del Espíritu— retrasa en el tiempo el acontecimiento pentecostal. En este hecho hay un cierto inconveniente teológico por una excesiva separación temporal de los dos sacramentos, y con frecuencia por una ilógica anticipación de la eucaristía antes de que se haya recibido la confirmación, con una evidente ruptura del nexo tradicional de los tres sacramentos: bautismo, confirmación, eucaristía. A la ambigüedad teológica hace de contrapeso la oportunidad pastoral de retrasar la confirmación a un momento oportuno de la evolución en la que se pueda tomar mayor conciencia —mediante una adecuada preparación catequética y espiritual— del don bautismal recibido y de la gracia del Espíritu que confiere la confirmación como pentecostés del cristiano. La opción de la Iglesia ha discurrido por estos cauces, dejando abiertas las puertas a una mayor profundización teológica y a una mejor disposición pastoral.

2. DIMENSIONES PASTORALES - Como se ha podido apreciar, los dos problemas teológicos fundamentales de la iniciación cristiana han sido remitidos a una pastoral eclesial, en la que juega un papel decisivo una palabra de la espiritualidad.

En vez de hacer pesar sobre inocentes la problemática de los adultos, como tal vez han parecido ser las objeciones contra el bautismo de los niños, conviene que toda la responsabilidad recaiga sobre la comunidad eclesial. Una adecuada pastoral del bautismo de los niños requiere en primer lugar la formación de comunidades cristianas responsables y maduras, conscientes de la gracia y responsabilidad de su bautismo, gozosas en la transmisión de la misma vida divina, preparadas para acoger en un clima de fe a los niños, que en el momento oportuno empezarán a participar plenamente en la vida de la Iglesia. Allí donde las comunidades cristianas han logrado este camino de madurez en la fe, no hay objeciones de principio sobre la oportunidad del bautismo de los niños, asumido con lucidez y con orgullo. Baste pensar en las comunidades neocatecumenales o carismáticas, que desde su misma experiencia, típicamente bautismal, y con motivaciones ciertamente no sospechosas de cristianismo sociológico, celebran con renovada belleza el bautismo de los niños y más tarde los integran activamente en la participación litúrgica y en la catequesis. Si citamos este caso es porque se trata con frecuencia de personas que han encontrado el sentido de la fe en la edad madura. No podemos compartir la opinión, en este caso extremista, de J. J. von Allmenn, que preconiza una interrupción del bautismo de niños por parte de todas las iglesias como un signo de salud para el Pueblo de Dios. Si horroriza la hipótesis de un mundo sin niños, debiera asustar la fria opción de una iglesia "sólo para adultos". Mejor sería gastar las energías pastorales en la promoción pastoral de comunidades maduras sin cargar sobre los niños las culpas eventuales de los mayores. Y ésta es una tarea pastoral que encuentra en los movimientos eclesiales una respuesta convencida. Allí donde se preparan grupos cristianos que profundizan comunitariamente en la experiencia de la fe, se están preparando los ambientes de esa educación cristiana que hoy ya no garantizan automáticamente ni la sociedad, ni la escuela, ni tal vez la familia; pero a la que no puede renunciar la comunidad cristiana, que en su tiempo asumió la tarea de hacer fructificar la gracia bautismal.

Análogas consideraciones caben en torno al sacramento de la confirmación. El problema central es el de la preparación adecuada; desde diversas perspectivas, H. Küng y recientemente Y. Congar prefieren mantener el orden lógico de la iniciación cristiana, de manera que la confirmación preceda a la primera comunión en los primeros años de la infancia, cuando se despierta el uso de razón y el niño es capaz de fuertes experiencias religiosas que lo marquen (FI. Küng); pero Congar observa que el ambiente apropiado será el de una comunidad que vive la experiencia del Espíritu y favorece así una plena conciencia del don recibido. Dada la opción flexible de la Iglesia, no conviene hipotecar con prejuicios teológicos una praxis que continuará siendo pluralista en cuanto a la edad. Sin embargo, es acertada la anotación de Congar; una adecuada catequesis para la confirmación no puede reducirse a una transmisión de nociones sobre el Espíritu, sino que requiere una educación a esta sensible docilidad al don de Pentecostés, como se da hoy en algunas comunidades que han descubierto esta dimensión de la vida cristiana.

Los problemas pastorales del bautismo y de la confirmación se remiten de esta forma a una orientación de espiritualidad, a una madurez comunitaria de la Iglesia, que prepara lugares de experiencia y de mistagogia para valorizar en el momento oportuno la preparación a la iniciación cristiana o a recuperar plenamente su dinamismo santificante.

V. Perspectivas de espiritualidad

Podemos completar algunas consideraciones hechas al principio con una serie de anotaciones generales que conciernen directamente a la espiritualidad.

1. TOTALIDAD Y DINAMISMO - Podemos sintetizar en dos consignas la espiritualidad de la iniciación cristiana: "Vivir las virtualidades del bautismo", "vivir en virtud del bautismo". La primera consigna acentúa la totalidad de la vida cristiana; la segunda, su dinamismo hacia la perfección.

Los fundafnentos bíblicos y la teología mistagógica de la iniciación han evidenciado la riqueza sacramental del principio de la vida cristiana. Basta definir la iniciación como una inserción en el misterio de Cristo y del Espíritu para ponderar su fecundidad. En efecto, no hay realidad de la vida cristiana que no tenga su raíz en la iniciación, su fundamento objetivo en estos sacramentos pascuales: la oración, el trabajo, el testimonio, la fraternidad, el sentido pascual del dolor y de la alegría, el martirio, la contemplación, las virtudes teologales, el cristocentrismo, todo está contenido radicalmente en el bautismo y la confirmación. Todo pertenece a una economía de gracia que deposita como en germen la multiforme riqueza de Cristo para ser llevada al pleno desarrollo humano y sobrenatural, en una madurez espiritual y en un esplendor de santidad testimonial.

"Vivir en virtud del bautismo" recuerda el dinamismo creciente de la existencia cristiana. No hay que recordar la iniciación como un acontecimiento que quedó perdido en los recuerdos del pasado; la doctrina del carácter sacramental actualiza providencialmente la conciencia de una realidad siempre presente, de un estado permanente; con la iniciación cristiana coinciden en el cristiano el manantial y el arroyo, la inserción actualizada en Cristo y en el Espíritu. Pero también resultaría reductiva la visión de la iniciación cristiana como la causa, el manantial de donde brota una vida; es el modelo, la causa ejemplar, por decirlo en terminología escolástica, de la vida cristiana. Bautismo y confirmación como "mimesis", imitación consciente y objetiva del misterio pascual y de la gracia de Pentecostés, constituyen un modo de vivir, un modelo de existencia, un arquetipo sobrenatural de la experiencia del cristiano en dimensión personal y comunitaria. En cada momento de la vida, una actuación de una dimensión cristiana recibida en la iniciación; en cada situación decisiva del crecimiento espiritual, una opción que recuerda la fidelidad a las promesas bautismales, una acogida del don sacramental del Espíritu y con él una actualización personal del misterio pascual.

La riqueza espiritual de la iniciación no tiene sólo una dimensión "ad intra" —la experiencia sobrenatural del cristiano—; revierte necesariamente en una expansión que concuerda con la obra de Cristo y del Espíritu. El trabajo y el testimonio, la renovación de la sociedad, el influjo liberador de las estructuras mundanas, son dimensiones de la iniciación, proyecciones de la pascua de Cristo y de la acción renovadora del Espíritu. Desde la Iglesia, espacio vital de la iniciación, el cristiano proyecta hacia la humanidad las energías renovadoras del Resucitado, la fuerza del Espíritu que hace nuevas todas las cosas. La plena transformación del cristiano en un hombre nuevo y la comunidad cristiana en una sociedad nueva atestiguan la fuerza de la iniciación y son gemido y profecía de la renovación cósmica que en el bautismo se anticipa para todos los cristianos. Hay en la perspectiva de la iniciación la lenta gestación de una "pascua universal", de un "pentecostés sobre el cosmos", que cada cristiano anticipa y en los que colabora hasta que se cumpla el designio de Dios.

2. ASCÉTICA Y MÍSTICA EN PERSPECTIVA SACRAMENTAL - Las etapas clásicas de la vida espiritual —vía purificativa, iluminativa, unitiva— evocan su matriz sacramental con el recuerdo explícito de la iniciación cristiana. Hay que volver a plantear con precisión el influjo del bautismo en la raíz misma de la teología espiritual y de sus itinerarios, hasta la ascética y la mística. Con frecuencia se ha hecho teología espiritual sin contar con la iniciación cristiana, que es su base mistérica, objetiva, total, dinámica. Todo el desarrollo de la vida cristiana hasta las cimas de su perfección, todos los itinerarios espirituales reciben del contexto de la iniciación claridad y equilibrio, ya sea que se proponga la cumbre de la santidad como martirio, contemplación o experiencia mística, perfección de la caridad o heroicidad de las virtudes. Todo está contenido en la gracia sacramental como un árbol frondoso en su diminuta semilla. Los Padres lo han dicho; los grandes autores espirituales no lo han ignorado —como veremos más adelante—; la renovación litúrgica ha pedido justamente a la espiritualidad una mayor atención a los datos sacramentales.

La ascesis cristiana recobra todo su sentido positivo, liberador, pascual cuando se mide con la gracia de la conformación con Cristo en su misterio pascual y en docilidad al Espíritu para que lleve hasta lo más profundo del cristiano la renovación que purifica e ilumina. Journet ha escrito que las purificaciones de la noche oscura están ya inscritas en la gracia bautismal; habría que añadir que tienen su "fuego vivo" en el don del Espíritu de la confirmación..

La mística cristiana es esencialmente mística bautismal. Lo han afirmado los Padres —entre ellos san Juan Crisóstomo— cuando han hablado del bautismo como de la alianza nupcial de Dios con el cristiano; esta afirmación llega hasta la mística de san Juan de la Cruz; el santo de Fontiveros establece una unidad sustancial entre el desposorio de Cristo con la Iglesia en la Cruz, en el bautismo con cada cristiano, en el matrimonio espiritual como culminación de esa "misma gracia" que se va desarrollando al paso del hombre. Santa Teresa dejó escrito que todas las almas están desposadas con Dios por medio del bautismo. La experiencia mística sobrenatural no es más que la conciencia de un desarrollo de los gérmenes de la gracia bautismal como vida en Cristo y en su Espíritu, plenitud del amor de Dios y del prójimo, esplendor de la fe y de la esperanza, inhabitación trinitaria y configuración con Cristo hasta la unión transformante. Las descripciones más audaces de los místicos cobran credibilidad cuando se las acerca al fundamento objetivo de la gracia bautismal, que a través de la ascesis y de las purificaciones ha llegado a dar los mejores frutos.

Hoy, sin embargo, habría que poner de relieve —y pocos lo hacen— la relación especial entre la experiencia mística y el don sacramental del Espíritu recibido en la confirmación. Si la teología mística más iluminada ha atribuido las sublimes experiencias de Dios al Espíritu Santo y a sus dones, si una nueva fenomenología sobrenatural —todavía necesitada de discernimiento— parece renovar hoy los prodigios de Pentecostés en la "renovación carismática", el estudio de la mística no puede olvidar la fuente de este Espíritu. En la experiencia mística, como vivencia y testimonio, como plenitud de carismas y servicios en favor de la Iglesia, se puede reconocer el don pentecostal del Espíritu. La misma fenomenología mística tiene connotaciones evidentes con esas "maravillas de Dios" que son obras de su Espíritu.

Desde los principios de la vida cristiana hasta sus cimas más altas todo está marcado por la gracia de la iniciación. Bautismo y confirmación culminan a nivel cristológico, pneumatológico y eclesial en la celebración de la eucaristía. En ella se renueva, crece y madura la comunión con Cristo y la vinculación con el misterio y misión del Espíritu Santo.

J. Castellano Cervera

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