JERUSALÉN / SIÓN
DicEc
 

En un golpe maestro de política, el rey David eligió una antigua ciudad jebusea neutral como lugar para su residencia real cuando el año 1000 a.C. fue elegido rey conjuntamente de Israel y de Judá. Jerusalén se encontraba justo al sur del límite entre las dos regiones. Por medio del traslado a ella del arca de la alianza, la ciudad adquirió una significación religiosa que ya nunca perdería. La construcción del primer templo por obra de Salomón acrecentó este simbolismo: era el lugar donde Dios moraba y donde se le daba culto (>Templo). Sión pudo haber sido originariamente un campamento de refugiados al norte del templo, mirando hacia Asiria.

Sión y la «Hija de Sión» asociada a ella pronto se convirtieron en nombres sagrados de Jerusalén, a menudo mencionados en su lugar. «Sión» se prefirió también a «Jerusalén» en los contextos mesiánicos (Is 60,14). Destacan cuatro temas que aparecen ya de forma germinal en el Salmo 68: la montaña divina (15-16), la conquista del caos (21-23), la derrota de las naciones (11-14) y la peregrinación de las naciones (30-32).

En la época del Nuevo Testamento la concepción de Sión como madre de muchas naciones se había asentado ya firmemente (ver Is 54,1, citado en Gál 4,26). Lucas refiere las expectativas mesiánicas de Simeón y de Ana como el «consuelo de Israel» y la «redención de Jerusalén» (2,25-38).

Aunque el ministerio público de Jesús se desenvolvió en su mayoría en Galilea, su verdadero centro estuvo en Jerusalén. El evangelio de Lucas consiste en una gran «inclusión» de Jerusalén: su templo aparece al principio y al final (1,8-24,53). Describe una misión preliminar en Galilea seguida de un viaje a Jerusalén (9,51), cuidadosamente salpicado de referencias a la ciudad (9,53; 10,1...).

Los apóstoles tienen que permanecer en Jerusalén tras la partida de Jesús (Le 24,49; He 1,4), desde donde comenzará su misión (Le 24,47; He 1,8) una vez que hayan recibido el bautismo del Espíritu Santo (He 1,5). Durante varias décadas Jerusalén mantuvo su importancia como Iglesia madre, al menos hasta el estadio representado por He 15 (ca. 49). Pablo, que visitó Jerusalén buscando una especie de autentificación de su ministerio (Gál 2,1-2.6-9), consideraba su predicación como procedente de Jerusalén (apo lerousalém, Rom 15,19).

Ya en la temprana Carta a los gálatas aparece una Jerusalén espiritual/celestial de libertad, por contraste con la Jerusalén material marcada por la esclavitud (4,21-31). En Hebreos el monte Sión, la Jerusalén celestial, no es sólo la meta del pueblo peregrinante (13,14), sino también algo en cierto modo ya alcanzado (12,22-24). En el Apocalipsis la nueva Jerusalén se presenta como una esperanza escatológica (3,12; 21,2.10; 22,1-5).

Aparte de una referencia ocasional en la Carta de Bernabé, en la que se da a Sión un sentido cristológico (6,2), y de otra en la Primera carta de Clemente, en un contexto parenético (41,2), tenemos que esperar hasta >Orígenes para encontrar un desarrollo importante del tema de Jerusalén/Sión. La verdadera Jerusalén es ahora la Iglesia, edificada con piedras vivas. En san Ambrosio será un tema capital. Agustín interpreta Jerusalén unas veces como terrena, otras veces como celeste y otras veces, en fin, como ambas cosas a la vez". Con el tiempo fueron surgiendo diversas interpretaciones alegóricas, unas eclesiológicas, otras espirituales. En la liturgia actual la futura perfección de la Iglesia se describe como «la ciudad celeste de Jerusalén».

El tema de Jerusalén aparece varias veces en el Vaticano II, sin ninguna relevancia significativa: el ejemplo de la Iglesia primitiva de Jerusalén (PO 21); no conoció el tiempo de su visita (NA; ver Lc 19,44); la liturgia anticipa la celebración de la ciudad santa de Jerusalén, hacia la cual la Iglesia marcha en peregrinación (SC 8); la ciudad celeste (LG 51).

En la época medieval las cruzadas tenían como objetivo especial la liberación de Jerusalén. En la época moderna sigue siendo una ciudad con una significación religiosa particular para judíos, cristianos y musulmanes.