INVESTIDURAS (Lucha de las)
DicEc
 

A finales del siglo XI y en el siglo XII hubo una controversia en torno al papel del emperador y de los príncipes en la creación de los abades y los obispos. El abad y el obispo electo recibían del emperador y el príncipe el anillo y el báculo, y estos rendían homenaje al señor secular antes de ser consagrados abad y obispo respectivamente. El núcleo del problema era el papel de la autoridad secular en el nombramiento de los dignatarios eclesiásticos. El primero en condenar las investiduras seculares fue Nicolás II (1058-1061) en 1059, condena a la que siguieron otras de numerosos papas. En varios países se lograron diferentes compromisos hasta que la cuestión se arregló finalmente en el concordato de Worms (1122), en un encuentro de Calixto II (1119-1124) y el emperador Enrique V. Lo que estaba en juego ya lo habían puesto de manifiesto Guido de Ferrara (1086) y más aún Yves de Chartres: los asuntos espirituales (spiritualia) eran dominio de la Iglesia; los asuntos materiales (temporalia) caían bajo el poder secular, pero ambos estaban implicados en el oficio del obispo o el abad. El emperador renunció al derecho a la investidura del anillo y el báculo (símbolos del oficio eclesiástico) y concedió la elección canónica y la libre consagración. El papa, por su parte, concedió al emperador el derecho a estar presente en las elecciones alemanas y a entregar el cetro (símbolo del poder o potestad secular que había de ejercer el obispo) antes de la consagración.

La lucha de las investiduras seglares supuso un paso adelante en el desenmarañamiento progresivo de las relaciones entre la Iglesia (obispos, clérigos y monjes) y el Estado (príncipes y seglares) en la Edad media, proceso que necesitaría aún varios siglos para culminarse.