IGNACIO DE LOYOLA, San
(1491-1556)
DicEc
 

Nacido en 1491 en una familia de la nobleza vasca, Iñigo López de Loyola fue primero cortesano y luego soldado. Herido en el sitio de Pamplona en 1521, experimentó su primera conversión durante su larga convalecencia en Loyola, y luego una honda transformación espiritual en Manresa (1522-1523). Estudió en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París. En París se unió a un grupo de compañeros que se ordenaron luego sacerdotes. Aunque les atraía la idea de hacer una peregrinación a Jerusalén, finalmente fueron a Roma a ponerse al servicio del papa. La Compañía de Jesús fue aprobada en 1540. Además de los votos acostumbrados, había un cuarto voto: obedecer sin vacilar cualquier orden procedente del papa «en todas las materias tocantes al culto de Dios y el beneficio de la religión cristiana». Lo que resulta particularmente significativo respecto de este voto, aparte de su novedad, es el hecho de que, desde el tiempo de la conversión de Ignacio hasta el año antes de su muerte, los ocupantes de la sede de Pedro no fueron precisamente unos modelos a imitar, destacándose de hecho por su carácter mundano (Clemente VII, Pablo III, Julio III); el último papa que conoció Ignacio, Pablo IV, le fue hostil.

Sería casi imposible exagerar la importancia de Ignacio y de su orden en la Contrarreforma, en el desarrollo de las misiones, en la educación a todos los niveles y en la historia de la espiritualidad. La contribución de Ignacio a la eclesiología estriba primariamente en la orden que fundó, en su dedicación a los estudios eclesiásticos, en la espiritualidad que expuso y enseñó a sus seguidores. Esta última consistía en el servicio a Cristo en la Iglesia militante. La finalidad apostólica de la Compañía la señaló Julio III en términos amplios: «Trabajar especialmente por la defensa y propagación de la fe y por el progreso de las almas en la vida y la doctrina cristianas, por medio de la predicación pública, la enseñanza y cualquier otro servicio de la palabra de Dios, y también por medio de los Ejercicios espirituales, la educación de los niños y de los iletrados en el cristianismo, y el consuelo espiritual de los fieles de Cristo oyendo confesiones y administrando los demás sacramentos (...) (y) realizando cualesquiera otras obras de caridad».

Parece haber sido Ignacio quien acuñó la expresión «nuestra santa madre la Iglesia jerárquica». A pesar del degenerado estado de la Iglesia, Ignacio en sus Ejercicios espirituales muestra por ella un gran interés. Las decisiones han de redundar «en beneficio positivo para nuestra santa madre la Iglesia jerárquica, o al menos no oponerse a sus intereses» (n 170). En sus «Normas para pensar con la Iglesia» (nn 352-370), propugna la obediencia, el amor, la aprobación y el sometimiento a la Iglesia. Se discute si estas normas van en contra de la Reforma o en contra de Erasmo. No parece que Ignacio hubiera estudiado a Lutero con mucho detalle, y ciertamente le molestaban las críticas de Erasmo a la Iglesia y a su piedad. La mente de Ignacio parece seguir un movimiento dinámico de Dios a la Iglesia, a la obediencia,a la misión. Con ocasión del centenario de Ignacio, Juan Pablo II subrayó especialmente la contribución a la Iglesia de sus Ejercicios espirituales.