IGNACIO DE ANTIOQUÍA
DicEc
 

Las Cartas de Ignacio son un testimonio importantísimo del desarrollo de las instituciones y de la vida de la Iglesia durante la época inmediatamente posapostólica. Son además documentos espirituales de calidad. Pero no dejan de ser motivo de controversias y problemas. Se encuentran en tres recensiones: una larga, que incluye trece cartas y muchas interpolaciones; un texto mediano, consistente en las siete cartas conocidas por Eusebio, y un texto más corto. La investigación sobre Ignacio es un campo muy vasto, en el que pueden encontrarse muchos puntos de vista divergentes. Dos estudios recientes han tratado de probar que las cartas son una falsificación de mediados del siglo II, y que el corpus genuinamente ignaciano sólo consta de cuatro cartas. Pero la mayoría de los investigadores siguen manteniendo la autenticidad de la recensión media, establecida por J. B. Lightfoot en el siglo pasado, y consideran el texto más largo como una obra del siglo IV, y el texto sirio más corto como una abreviación del texto medio realizada hacia el año 500, aunque no han faltado también los intentos de mostrar que la recensión larga es la más auténtica.

Suele decirse que Ignacio fue el tercer obispo de Antioquía, después de Pedro y Evodio. En su carta a >Policarpo afirma que la paz ha llegado a Antioquía, afirmación difícil de comprender con los datos de que se dispone: quizá se trataba de una Iglesia en la que se habían superado las divisiones; quizá había acabado allí la persecución. Ignacio ha sido enviado a Roma para ser martirizado. Por el camino visita varias comunidades cristianas de Asia Menor, y escribe antes o después del encuentro a dichas comunidades o a sus jefes; escribe también a la Iglesia romana. Seis de estas cartas se consideran por lo general auténticas, así como la carta destinada a >Policarpo, obispo de Esmirna. Sufrió el martirio en Roma bajo el reinado del emperador Trajano (98-117), quizá hacia el 107.

Ignacio se muestra muy preocupado por dos errores: las tendencias judaizantes, de las que se ocupa especialmente en las cartas a los magnesios y a los filadelfios, y el docetismo, del que se ocupa ampliamente en las cartas a los trallianos y a los esmirniotas. Se opone a las prácticas y doctrinas judías: «Absurda cosa es llevar a Jesucristo en la boca y vivir judaicamente»". Los docetas (del griego dokein = aparecer) negaban que el Hijo se hubiera hecho realmente hombre; mantenían que sólo aparentemente tenía un cuerpo humano. Contra ellos Ignacio insiste en la plena realidad de la encarnación: «Jesucristo, que desciende del linaje de David y es hijo de María; que nació verdaderamente y comió y bebió; fue verdaderamente perseguido bajo Poncio Pilato, fue verdaderamente crucificado y murió a la vista de los moradores del cielo, de la tierra y del infierno. El cual, además, resucitó verdaderamente de entre los muertos, resucitándole su propio Padre».

En el ámbito de la eclesiología hay tres temas ignacianos primordiales: la unidad, la eucaristía y el obispo con sus presbíteros y diáconos. La unidad se menciona explícitamente dieciséis veces en las cartas. Sin embargo, a la Iglesia romana no la exhorta a la unidad, lo que indica por lo menos cierta deferencia hacia sus orígenes apostólicos. A sus lectores de las otras Iglesias los exhorta diciendo: «Amad la unión; huid de las escisiones», «renunciad a las facciones», «huid de toda escisión y toda doctrina perversa», «absteneos de toda hierba ajena, que es la herejía». La unidad es especialmente importante en el culto: «Reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad, en la alegría sin tacha, que es Jesucristo, mejor que el cual nada existe. Corred todos a una como a un solo templo de Dios, como a un solo altar, a un solo Jesucristo, que procede de un solo Padre, para uno solo es y a uno solo ha vuelto».

El segundo tema es la eucaristía, que es central en la eclesiología de Ignacio; y además, a última hora, está relacionado con su interés por la unidad y su teoría de la organización de la Iglesia en torno al obispo. Así: «Poned, pues, todo ahínco en usar de una sola eucaristía; porque una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar, así como no hay más que un solo obispo, juntamente con el colegio de ancianos y con los diáconos, consiervos míos»". Y también: «Sólo aquella eucaristía ha de tenerse por válida que se celebre por el obispo o por quien de él tenga autorización». En la teología eucarística de Ignacio hay cinco ideas marcadamente católicas: usa términos sacrificiales; el término «eucaristía» se aplica a los elementos; se insiste en el poder de la eucaristía; sólo es válida la eucaristía del obispo o de un delegado debidamente autorizado; la celebración de carácter colectivo es una celebración litúrgica.

El tercer tema capital de su eclesiología es el del obispo con sus presbíteros y diáconos, [ya que Ignacio es el primer testimonio de un ministerio en estos tres grados diferenciado del pueblo fiel]. Aunque es común hablar del «episcopado monárquico» refiriéndose a Ignacio, el calificativo es demasiado ambiguo: ciertamente hay sólo un obispo en las Iglesias a las que escribe sobre el obispo, pero este no gobierna como un monarca absoluto, sino en comunión con sus presbíteros. El obispo tiene primariamente funciones litúrgicas: la eucaristía sobre todo; el >agapé y el bautismo requieren su presencia; la celebración del matrimonio requiere su consentimiento. El obispo es el que preside, pero Jesucristo es «nuestro único maestro». Dado que ha recibido el poder de Dios, «debemos mirar al obispo como al mismo Señor». El obispo refleja la voluntad de Jesucristo; hay por tanto que amarlo, respetarlo y obedecerlo.

Hay una extraña referencia al silencio de los obispos: «Cuanto más reservado parece un obispo, más respetado debe ser», observación de la que pueden hacerse diversas interpretaciones. He aquí algunas. Una razón sencilla puede ser el apoyo a un obispo silencioso, o que no es elocuente en el trato con la herejía; no debe pensarse mal de él a causa de su disposición. Pero puede darse una explicación más profunda. Ignacio se refiere en varias ocasiones al silencio divino: «La Palabra (de Dios) procede del silencio»; el silencio de Cristo. Puede pensarse que el obispo refleja de manera particularmente poderosa el silencio divino.

Los presbíteros rodean al obispo y forman como un consejo: «(...) presidiendo el obispo, que ocupa el lugar de Dios, y los ancianos, que representan el colegio de los apóstoles, y teniendo los diáconos, para mí dulcísimos, encomendado el ministerio de Jesucristo». Reserva para los diáconos un lugar especial en su corazón y habla de ellos con cariño. Dice de los obispos, presbíteros y diáconos que «su nombramiento (...) es aprobado por Jesucristo», pero, a diferencia de >Clemente Romano, no hace ninguna mención en ninguna parte del tema de la sucesión (>Sucesión apostólica).

Hay en Ignacio una profunda teología del martirio (>Mártir), teología que ha sido malinterpretada por algunos que consideran morboso su deseo de morir. Pero no han reparado en el tema del amor, de la unión con Cristo, de su imitación, que impregna todas las cartas. A través del martirio, Ignacio espera convertirse en «un auténtico discípulo»: «Mi espíritu es ahora todo humilde devoción a la cruz». La intención general de la carta a la Iglesia de Roma es manifestar su deseo de que se abstengan de hacer nada que pueda privarlo del martirio: «Permitidme que sea libación ofrecida a Dios». Encontramos en él un anhelo extático: hay en él «sólo un murmullo de agua viva que susurra dentro de mí: "Ve al Padre"»; «por más que ansío el martirio, no estoy enteramente seguro de ser digno de él»; «sólo en nombre de Jesucristo, y por compartir sus sufrimientos, puedo afrontar todo esto».

Gran parte de los estudios realizados en torno a Ignacio se centran en su visión de la Iglesia de Roma. La carta dirigida a esta Iglesia es de carácter muy diferente a las otras: el encabezamiento a la Iglesia «que preside en el distrito de los romanos (prokathétai en topó chóriou Rómaión)» es más espléndido: se dice también que está «puesta a la cabeza en la caridad», o que «preside en el amor» (prokathémené tés agapés): [expresión que ha dado origen a dos interpretaciones fundamentales: a) la Iglesia de Roma está por encima de las otras Iglesias por su caridad (cf J. B. Lightfoot); b) la Iglesia de Roma preside la asamblea del amor que es la Iglesia (cf T. Camelot). Esta referencia de Ignacio, sea al ejercicio de la caridad o sea al amor como Iglesia, conlleva] que se ha purificado de todo lo ajeno; y por esto no pretende dar consejos prácticos a esta Iglesia. Aunque es claro que le reconoce cierta preeminencia a esta Iglesia, no está tan claro a qué se debe: probablemente a su origen petrino y paulino. A lo sumo se trata de un testimonio indirecto de la emergencia del >primado romano, el cual aún tardará varios siglos en desarrollarse plenamente.

En las cartas de Ignacio encontramos datos importantes sobre la Iglesia de comienzos del siglo II, pero hay también cuestiones que el texto de estas cartas no puede responder.