ECUMENISMO, IGLESIAS ORTODOXAS
Y OTRAS IGLESIAS ORIENTALES
DicEC
 

Desde la Edad media tardía ha habido una separación geográfica, cultural, teológica y psicológica entre Oriente y Occidente (>Iglesia ortodoxa). Fue especialmente grande el distanciamiento entre la antigua patrística y la nueva escolástica. El ecumenismo prácticamente no existía; G. Florovsky lo sintetiza con claridad: «Para los orientales, la unión se presentaba como la imposición del bizantinismo en Occidente; para los occidentales, como la latinización de Oriente. Cada uno de los mundos eligió seguir su propio camino; Occidente ignorando la tradición patrística griega (...), los griegos desentendiéndose de todo lo que ocurriera en Occidente después de la separación».

El concilio de >Florencia puso de manifiesto que la unión con los jefes de la Iglesia no sería efectiva a menos que la Iglesia entera recibiera (>Recepción) las negociaciones. Pero ya desde entonces hubo individuos tanto en Occidente como en Oriente que anhelaron un concilio auténticamente ecuménico con el fin de restablecer la unión. Hubo, por otro lado, muchos esfuerzos locales e individuales de diálogo y acercamiento, algunos de ellos con la participación de católicos, pero la mayoría por parte de protestantes u ortodoxos que habían estudiado en Europa occidental.

A partir del siglo XVII, algunos anglicanos interesados en la tradición antigua son dignos de mención por su curiosidad y acercamiento franco a Oriente. Cuando en el siglo XIX se iniciaron conversaciones más oficiales, la opinión de los ortodoxos se dividió: algunos consideraban que la Comunión anglicana estaba en situación de cisma y no podía sino «volver» a la verdadera Iglesia, aceptando enteramente sus doctrinas. En la cuestión de la validez de las >órdenes anglicanas, algunos teólogos y obispos sostuvieron que podía aplicarse la >economía; otros insistían en la reordenación.

Las conversaciones con los >viejos católicos empezaron poco después de 1871, pero no llegaron a ninguna conclusión. La cuestión clave en los contactos con los viejos católicos y los anglicanos era la distinción entre fe y culto. Poco a poco los ortodoxos llegaron a la conclusión de que no había suficiente unidad en la fe para justificar la unión con estas Iglesias.

En 1920 el suplente de Constantinopla y once metropolitanos enviaron una carta «a todas las Iglesias de Cristo dondequiera que estén», invitándolas a renunciar al proselitismo y a formar una liga de Iglesias para la asistencia mutua. Esta carta representa el ingreso formal de la ortodoxia en el movimiento ecuménico.

En la constitución de Fe y constitución (1927) y Vida y trabajo (1925) habría representantes ortodoxos ( >Movimiento ecuménico). La mayor aportación de los ortodoxos fue sin duda recordar a los ecumenistas la necesidad de la unidad en la fe como condición para la reunificación. Los desarrollos ecuménicos recibieron un importante apoyo del establecimiento del Instituto ruso de teología ortodoxa, fundado en París en 1925, con ayuda de Iglesias occidentales, principalmente la anglicana. El congreso moscovita de representantes de Iglesias autocéfalas desaconsejó en 1948 la prosecución de la participación de los ortodoxos en el movimiento ecuménico. Las razones parecían ser en parte políticas representando la que entonces era la visión soviética de las iniciativas occidentales. Fueron también en parte teológicas: la iniciativa del Consejo Mundial de las Iglesias (CMI) parecía ser de inspiración claramente protestante y mostraba cierta desorientación eclesiológica. Esto significó que en la inauguración del CMI en Amsterdam aquel mismo año sólo estuvieron presentes unas cuantas Iglesias orientales (Iglesias de lengua griega, la Iglesia ortodoxa de Estados Unidos, el exarcado ruso en Europa occidental: 20 delegados). A finales de la década de 1960 todas las Iglesias ortodoxas, a excepción de la albanesa, se habían convertido en miembros del CMI.

Han destacado en el compromiso ecuménico de las Iglesias orientales el Instituto ecuménico de Bossey (1946), la Fellowship of St. Alban and St. Sergius en Inglaterra (1928) y varios movimientos que han agrupado a jóvenes de Oriente y Occidente.

El pequeño grupo de las >Iglesias ortodoxas orientales empezó a reunirse, al principio de manera informal, en 1948, dando lugar a una Conferencia Mundial de Iglesias Ortodoxas Orientales en Addis-Abeba (1965). A partir de la I Conferencia Panortodoxa (Rodas 1961) se iniciaron las conversaciones entre las Iglesias ortodoxas orientales y las Iglesias ortodoxas. Habiendo empezado con conversaciones no oficiales (1964-1971), pronto resultó evidente que las diferencias doctrinales eran más terminológicas que sustanciales. El diálogo oficial se inició en Addis-Abeba en 1971, prolongándose después. A finales de la década de 1980 poco parecía impedir la unión. En 1990 las Iglesias ortodoxas orientales iniciaron también un diálogo internacional con los anglicanos y con los católicos.

Las relaciones entre las principales Iglesias ortodoxas y Roma empezaron a mejorar en la época de Juan XXIII (1958-1963) y el patriarca Atenágoras (1948-1972). El intercambio de mensajes entre Constantinopla y Roma fue publicado en 1971 con el título tradicional griego de Tomos agapis («Tomo de caridad»). Las Iglesias de Rusia y Georgia fueron las únicas que enviaron observadores a los dos primeros períodos de sesiones del Vaticano II (1962 y 1963), pero al final Constantinopla, Alejandría, Serbia y Bulgaria estaban representadas. Pablo VI y el patriarca Atenágoras levantaron en1965 los anatemas lanzados mutuamente en el siglo XI. El diálogo formal entre Roma y Constantinopla se inició con la constitución en 1979 de la Comisión conjunta católico-ortodoxa, cuya finalidad no sólo era «progresar en el restablecimiento de la plena comunión entre nuestras Iglesias hermanas católica y ortodoxa, sino también contribuir a los diálogos múltiples que se desarrollen en el mundo cristiano a la búsqueda de su unidad». De común acuerdo se decidió no empezar por las cuestiones más difíciles; el tema de apertura fue El misterio de la Iglesia y de la eucaristía a la luz del misterio de la Santísima Trinidad. Las conversaciones continúan tanto en el ámbito internacional como en ámbitos locales, poniendo de manifiesto al mismo tiempo posibles coincidencias y tensiones con hondas raíces históricas".

Hacia 1990 eran muchos los ejemplos de diálogos, locales y nacionales, entre las Iglesias ortodoxas y otras confesiones; de ellos eran internacionales los siguientes: los anglicanos (>Anglicanismo), los >Discípulos de Cristo, los luteranos (>Iglesias luteranas), los metodistas (>Metodismo) y los >viejos católicos.

Ha habido una serie de contactos con los protestantes desde los tiempos de la Reforma, así como varios diálogos locales con los reformados (>Iglesias reformadas) a lo largo del siglo XX. Desde 1988 se mantiene el diálogo internacional con la Alianza Mundial de Iglesias Reformadas, discutiendo la doctrina de la Trinidad sobre la base del credo niceno.

En el siglo XX el compromiso de las Iglesias ortodoxas en el CMI ha demostrado ser de la máxima importancia tanto para ellas como para el organismo mundial (>Ecumenismo y Consejo Mundial de las Iglesias): ha servido para hacer salir a la ortodoxia de su aislamiento; y ha aportado a las Iglesias de Occidente el testimonio de una tradición que se remonta a la Iglesia primitiva, y que se caracteriza tanto por su espiritualidad como por su doctrina. Al mismo tiempo, las diferencias doctrinales entre Constantinopla y Roma no son enormes, pero los factores no doctrinales pueden seguir constituyendo un obstáculo insalvable. Con la nueva libertad religiosa de la Europa del Este desde 1989, el nombramiento de obispos de rito latino en Oriente ha resultado particularmente doloroso e irritante, dando lugar a cierto enfriamiento en las relaciones ecuménicas1''. Por otro lado, la cuestión del papa no parece tener una solución a la vista; la reciente encíclica sobre ecumenismo Ut unum sint muestra una cierta apertura a una nueva visión del ministerio petrino