CELAM
(Consejo Episcopal Latinoamericano)
DicEc
 

Auspiciado por la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Río de Janeiro (25 de julio-4 de agosto de 1955), el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) fue aprobado por Pío XII el 2 de noviembre de 1955. Los Estatutos que determinan su naturaleza, composición y finalidad fueron sancionados por Pablo VI el 9 de noviembre de 1974, que lo convierten en la primera organización continental de Obispos de la Iglesia católica.

El CELAM tiene como característica esencial, afirmaba Pablo VI, el «ser señal e instrumento de la >colegialidad episcopal al servicio de las Iglesias locales», concretando su «misión de comunión y servicio» (Mensaje al CELAM en 1972). De ahí surge el espíritu de solidaridad y de comunión intraeclesial como órgano de relación, colaboración y servicio de las Conferencias Episcopales de América Latina, representadas en su seno por los propios Presidentes y por un Delegado de cada una de ellas por elección.

El CELAM tiene la misión de estudiar los problemas de interés común para la Iglesia en América Latina (y en el Caribe, expresión añadida a partir de la Conferencia de Santo Domingo en 1992), buscar soluciones, procurar la coordinación de las actividades católicas, promover y sostener iniciativas de interés común, ocuparse de la preparación de las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano cuando la Santa Sede decida convocarlas y también de otros problemas que se le puedan confiar. Ejerce sus propias funciones mediante el Secretariado General y sus reuniones ordinarias bianuales.

Debe distinguirse de la Pontificia Comisión para la América Latina (CAL), instituida por Pío XII el 21 de abril de 1958 con la función de estudiar de manera unitaria los principales problemas de la vida católica, de la defensa de la fe y del incremento de la religión en América Latina, favoreciendo la estrecha colaboración con los Dicasterios de la Curia Romana y también con la finalidad de ayudar al CELAM. La CAL está incorporada desde julio de 1969 a la Congregación para los Obispos, y fue reestructurada por Juan Pablo II con el motu proprio Decessores Nostri del 18 de junio de 1988, donde se determina su estructura, finalidad, actividad y normas. Tal orientación fue recogida por la Constitución apostólica Pastor bonus, arts. 83ss. del 28 de junio de 1988. Su presidente es el prefecto de la Congregación para los Obispos, ayudado por un obispo vicepresidente.

Las cuatro Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, celebradas en las ciudades de Río de Janeiro (1955), Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992), han marcado profundamente la vida de la Iglesia en América Latina, aunque han sido las tres últimas las que, al realizarse después del Vaticano II, han sido decisivas para la aplicación del evento conciliar en sus tierras. Ahora bien, estas cuatro conferencias generales han heredado el espíritu de colegialidad que se había vivido en los tiempos de la evangelización constituyente del Nuevo Mundo en las llamadas Juntas Eclesiásticas y en los Concilios Provinciales y, más tarde, en el Concilio Plenario de América Latina, celebrado en Roma en 1899. He aquí una presentación de las cuatro conferencias generales del episcopado latinoamericano:

Río de Janeiro (1955): tuvo como deseo manifiesto fortalecer la fe en América Latina a la vez que impulsar una renovada evangelización. Los obispos insistieron no sólo en «la necesidad de salvaguardar el patrimonio de la fe católica en América Latina, sino también de que este gran Continente responda plenamente a su vocación apostólica» (Preámbulo, 3). El «objetivo central» fue «la escasez de sacerdotes» y, a su vez, se trató de la instrucción religiosa, la urgencia de un compromiso más activo en el campo social y de una especial atención a las poblaciones indígenas (Declaración, I-IV).

Medellín (1968): presidida por Pablo VI con este tema: Presencia de la Iglesia en la actual transformación de América Latina, a la luz del concilio Vaticano II. El acento que recorre todo el documento es la necesidad del «desarrollo integral» de la persona, en la línea,de la encíclica de Pablo VI Populorum progressio. Se trata, en efecto, del «paso de condiciones menos humanas a condiciones más humanas» (Documento, 14), puesto que «nosotros, nuevo pueblo de Dios, no podemos dejar de sentir su paso que salva, cuando se da el "verdadero desarrollo, que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida menos humanas, a condiciones más humanas" (Populorum progressio, 20s.)» (Introducción, 6). Este enfoque no sólo es el acento principal tratado en Medellín sino que además permite una lectura más unitaria de todas sus conclusiones (Documento, Introducción y Mensaje a los pueblos). Medellín es considerada el «Pentecostés de América Latina» y la que más ha cambiado la pastoral en América Latina, como «presencia profética de Iglesia». En este sentido significó la acogida definitiva, por parte de los obispos, de las comunidades eclesiales de base, consideradas como «la célula inicial de la estructuración eclesiástica» (Documento, 10) y llamadas a revitalizar a la Iglesia en su quehacer evangelizador. A su vez, la presencia y actividad de los laicos encontró un nuevo y amplio espacio (Documento, 20).

Puebla (1979): presidida por Juan Pablo II con este tema: La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina. Se trató de una profundización amplia y dinámica —no exenta de tensiones— de Medellín. Su acento principal es el binomio comunión y participación como subrayan los mismos Obispos: «creemos en la eficacia del valor evangélico de la comunión y de la participación, para generar la creatividad, promover experiencias y nuevos proyectos pastorales» (Mensaje, 9). Cinco son los temas más significativos: la perspectiva histórica, la fuerte eclesiología de comunión, la aproximación al tema de la cultura, el fundamento antropológico y el desarrollo de la mariología. Se trata de un diagnóstico amplio, matizado y concreto donde aparece la novedad de la profundización en la identidad latinoamericana y el sustrato católico de su cultura, junto con la revitalización de la religiosidad popular. Contrariamente a ciertas expectativas, Puebla no condenó «las teologías» de la liberación, sino que les puso condiciones a partir de un apartado titulado «discernimiento de la Liberación en Cristo» (nn 480-490), donde destacan las críticas a algunos de sus métodos, quizá excesivamente políticos, y se afirma su valor si es realizado bajo el signo de «la fidelidad a la palabra de Dios, a la tradición viva de la Iglesia, a su Magisterio» (n 489).

Santo Domingo (1992): inaugurada por Juan Pablo II en el año del V centenario de la llegada de la fe al continente con este tema: Nueva Evangelización, promoción humana y cultura cristiana. Jesucristo ayer, hoy y siempre (Heb 13,8). El acento principal fue la persona y el mensaje del Señor Jesús, como centro de la confesión de fe, en clara continuidad con el Vaticano II, Medellín y Puebla. Se trata además de una lectura cristológica en clave de reconciliación y solidaridad (cf Mensaje, 46s.; Documento, 77.204.288). A su vez, el tema del compromiso con los pobres desde el Evangelio es ampliamente ratificado con importantes profundizaciones. Además, se explicitan nuevas cuestiones como la evangelización de la ciudad, el problema del consumismo, las sectas, la defensa de la vida, el papel de la mujer o la función de los movimientos eclesiales. Todo con un talante pastoral que expresa la orientación general para una nueva evangelización centrada en el anuncio de Jesucristo que responda a las necesidades de la promoción humana y vaya generando una cultura de la solidaridad y de la reconciliación.

En síntesis, los temas eclesiológicos predominantes de estas tres últimas Conferencias del CELAM son los siguientes: 1) una Iglesia viva: de hecho a partir de Medellín toda la Iglesia en América Latina se identificó con las orientaciones del Vaticano II y esto conllevó el inicio de un creciente entusiasmo eclesial; así surge la necesidad de unir fe y vida, la comprensión de la Iglesia y de su misión, la formación de comunidades eclesiales, la relación entre la celebración de la liturgia y los compromisos de la vida cristiana y el empeño de transformación de una sociedad injusta a la luz de los valores del Evangelio... «Si el Concilio fue la semilla, Medellín fue la lluvia para hacerlo florecer en nuestras tierras»; 2) una Iglesia de comunión y evangelizadora: a partir de la Evangelii nuntiandi (1975), que Puebla asumió con fuerza, el tema de la evangelización unificó como palabra clave la acción pastoral de América Latina; a su vez, la eclesiología de comunión con su exigencia de participación permitió renovar la vida de las comunidades eclesiales en torno a la Iglesia diocesana; a su vez, se profundizó en la opción evangélica por los pobres buscando crear condiciones para su desarrollo y la liberación, renunciando a ideologías no compatibles con el Evangelio; finalmente, se optó también preferencialmente por los jóvenes, lo que posibilitó el desarrollo de una renovada pastoral juvenil; 3) una Iglesia del testimonio, del diálogo, del anuncio y del servicio: así la evangelización incluye la dimensión comunitaria, misionera, catequética, litúrgica, ecuménica y de diálogo interreligioso con la dimensión transformadora de la realidad histórica, estando esta última como promoción humana vinculada a la evangelización; 4) una Iglesia empeñada en una nueva evangelización: expresión empleada por Juan Pablo II en Haití en 1982, que ha penetrado en toda América Latina para significar la particular atención misionera debida a los bautizados que no practican y al nuevo ardor y búsqueda de nuevos métodos y expresiones en la evangelización también «ad gentes» desde América Latina hacia todo el mundo.

Por otro lado, los temas pendientes aparecen así: el tema de la inculturación a todos los niveles (cultura urbana, culturas indígenas y afroamericanas...); el catolicismo popular y los ambientes más secularizados que buscan nuevas expresiones de su fe; la búsqueda del sentido de la vida; ¿cómo desarrollar una teología de la salvación que incluya tanto la mediación necesaria de la Iglesia como las «semillas del Verbo» presentes en tantas otras realidades?... «Pensamos -escribe Mons. L. Mendes concluyendo su estudio antes citado- que la Iglesia en América Latina y el Caribe podría vivir con más coherencia la fraternidad cristiana y comunicarla a las otras regiones y culturas como fruto de la evangelización y señal de la presencia de Cristo entre nosotros».

Del 1992/2000... hacia el tercer milenio... «América Latina, lo sabemos todos de sobra, vive un momento sumamente difícil de su historia... cambiaron los gobiernos, cambiaron los partidos que accedieron al poder, cambiaron los líderes y la situación continúa igual y en tantos casos peor», afirmaba en 1994 el presidente del CELAM, cardenal N. López Rodríguez, añadiendo que «nos alegra por otra parte el esfuerzo que han hecho representantes de la Iglesia junto con otras instituciones en los procesos de pacificación en varios de estos países. Esos esfuerzos responden a la fundamental exigencia cristiana del perdón y la reconciliación predicada y testimoniada por Jesús y de la que también nos habla el documento de Santo Domingo precisamente por la necesidad que experimentan quienes más han sufrido por causa de la violencia y del odio». Finalmente, también para el CELAM, existen dos momentos posteriores importantes: en primer lugar, el Sínodo para América -Norte, Centro y Sur- celebrado en 1997, con la correspondiente exhortación possinodal de Juan Pablo II, Ecclesia in America (1999) y, en segundo lugar, la celebración, junto con toda la Iglesia católica, del gran Jubileo del 2000.