CASEL, Odo
(1886-1948)
DicEc
 

Nació en 1886 en Koblenz-Lützel; durante su época de universitario en Bonn se encontró con Dom Herwegen, futuro abad de Maria-Laach, encuentro que determinaría su ingreso en este monasterio en 1913. En una carta de fecha incierta afirma que tuvo su primera intuición de la doctrina de los misterios (Mysterienlehre) durante la misa mayor, intuición en la que iría profundizando durante sus trabajos de investigación sobre la doctrina eucarística de san >Justino. Enviado posteriormente a Bonn para realizar estudios filosóficos, se encontró en un ambiente en el que el estudio de las religiones, especialmente la grecorromana, influyó en él profundamente, llevándolo a realizar una tesis doctoral sobre El silencio místico de los filósofos griegos (1918).

Su obra fue amplia: más de 100 artículos, varios libros y más de 20.000 cartas; de todo lo cual es necesario entresacar su pensamiento, que nunca presentó de manera sistemática. Constantemente aparecen estudios sobre él. Su visión central acerca del Misterio no sería excepcional en el período posconciliar, pero fue muy importante en la época en que apareció. En primer lugar, el Misterio es la Divinidad misma, es infinito, inaccesible, trinitario, santo. Dios se revela a sus criaturas de manera velada, y estas tienen un sentimiento oscuro de su presencia. En segundo lugar, el Misterio se revela en la encarnación; Cristo es el Misterio en persona, manifestado en la carne humana. Los apóstoles predican este Misterio, de modo que por la fe y los misterios, Cristo vive siempre en la Iglesia. Los dos primeros sentidos se unen pues en un tercer sentido de la palabra «misterio»: la persona del Salvador, su obra redentora y la obra de la gracia nos las apropiamos a través del misterio del culto. El creyente participa realmente en los actos redentores que constituyen el misterio de Cristo. Insiste mucho en Rom 6,1-11, donde ve la muerte de Jesús presente en el acto bautismal.

Casel mantuvo hasta su muerte el interés por las religiones místéricas, viendo paralelos y analogías, aunque no dependencia, entre estas y el cristianismo; más bien eran ambos expresión del mismo espíritu humano, que logra, dentro y fuera, expresar el misterio divino aprehendido por la persona religiosa. En las religiones mistéricas veía la convicción de que su dios se rebajaba hasta la miseria humana y la transformaba con su presencia.

Aunque los estudiosos han encontrado fallos en la interpretación de todas sus fuentes fundamentales, las religiones de los misterios, la Escritura y los Padres, sus intuiciones básicas no han sido refutadas. Sus ideas de hecho han sido afinadas, modificadas, corregidas. Parte de la dificultad está en que evitó el lenguaje y el método escolásticos dominantes, por lo que los que se movían en esta tradición lo malinterpretaron. Sin duda, sigue siendo difícil entender cómo Cristo está presente en sus misterios tal como se celebran en la liturgia, pero el hecho forma ya parte de nuestra herencia litúrgica actual (cf SC 2, 5, 7, 10-13, 41)'.

Es necesaria la profundización en la teología de la anamnésis (memorial) para hacer el pensamiento de Casel más sistemático y abordar la cuestión del cómo, tratada de manera algo distinta por ejemplo por santo Tomás. La contribución de Casel a la liturgia ha sido inmensa; su significación de cara a la eclesiología es también importante. La eclesiología nunca podrá volver a separarse de la liturgia, que es su expresión más alta (SC 10); en cierto sentido la >eucaristía constituye el verdadero corazón de la Iglesia (LG 11); la contemplación y la liturgia forman parte de la vida cristiana; el misticismo pertenece hasta tal punto a la vida de la Iglesia que esta se ve seriamente empobrecida cuando lo místico es ignorado o minusvalorado. Finalmente, su obra no carece de significación ecuménica: para la tradición protestante, su insistencia en un único ofrecimiento de Cristo es importante; por otro lado, el carácter central que tiene para él la eucaristía y su sentido de la epifanía litúrgica podría tocar fibras profundas del alma de los orientales.