BARTH, Karl (1886-1968)
DicEC

El calvinista suizo Karl Barth, uno de los teólogos más influyentes del siglo XX, nació en Basilea en 1886. Después de realizar estudios de teología en varias universidades, fue pastor durante bastante tiempo (1909-1921). Se convirtió en profesor de Gotinga en 1921, enseñando más tarde en Münster y Bonn. Con la llegada del nazismo, pasó a ser uno de los líderes de la Iglesia confesante y uno de los autores principales de la gran ->Confesión de Barmen (1934). Se vio forzado a abandonar Alemania y enseñó en Basilea hasta su jubilación en 1962.

Aunque Barth había estudiado con Adolf ven Harnack, siendo pastor empezó a reaccionar contra el liberalismo protestante. Volvió a una teología de la palabra de Dios, con un nuevo descubrimiento de la Biblia. Fruto de sus primeras intuiciones fue su comentario a la Carta a los romanos (1919, revisado en 1922; BAC, Madrid 1998). La bibliografía de sus obras, y de los estudios acerca de él, es muy amplia.

Estuvo comprometido en la Iglesia de muchos modos: como creyente, como pastor, como defensor de la pureza de la revelación divina, especialmente en contra del nazismo, como teólogo, como ecumenista, con una importante contribución a la Primera Asamblea General del Consejo Mundial de las Iglesias (->Ecumenismo y Consejo Mundial de las Iglesias) celebrada en Amsterdam en 1948, como crítico amistoso, pero firme, del Vaticano II. Su pensamiento eclesiológico no está expresado de manera orgánica o de forma completa, pero puede encontrarse a lo largo de su amplia obra, especialmente en su monumental Dogmática eclesial y en diversos ensayos publicados entre 1932 y 1957. Se basa en sus posiciones fundamentales acerca de la trascendencia de Dios, la naturaleza de la revelación, la creación, la reconciliación y la expiación, y acerca de que sólo es posible la autonomía bajo la palabra de Dios, que es sujeto activo antes que objeto de la teología. Partiendo de su postura en estas cuestiones centrales, concluye la imposibilidad de la teología natural, la irrelevancia última de las obras meramente humanas, la dependencia total de la gracia y la radical imposibilidad de la humanidad y de la Iglesia de cooperar de ningún modo con la acción divina sin la gracia. La única revelación de Dios es la que tiene lugar en Jesucristo, y la palabra de Dios es su único medio de comunicación con los hombres. Barth rechaza por tanto cualquier tipo de mediación de la Iglesia, salvo aquella que se limita a la transmisión de la palabra de Dios. La comunidad eclesial es congregada por la palabra de Dios y edificada por el Espíritu Santo: «Una congregación es la reunión de los que pertenecen a Jesucristo por medio del Espíritu Santo».

La eclesiología de Barth en ocasiones concuerda bien con los desarrollos del Vaticano II, y otras veces está en marcado contraste con las posiciones católicas. En ningún caso puede ser ignorada. Su exposición de las cuatro -> notas de la Iglesia, que de manera significativa se encuentra en la parte dedicada a la reconciliación, revela importantes puntos de divergencia, así como temas clave de la teología de Barth. El contexto inmediato es la Iglesia considerada como acontecimiento, reunida en comunidad por el Espíritu Santo, por lo que decir que la Iglesia tiene lugar sería más exacto que decir que existe. Es una comunidad visible dedicada al culto, la enseñanza, la predicación, la instrucción, la teología y la confesión. Esta comunidad es el cuerpo de Cristo por medio del Espíritu.

La Iglesia es una: la Iglesia visible y la invisible son una; la Iglesia terrena (ecciesia militans) y la Iglesia celeste (ecclesia triumphans) son una; el pueblo de Israel antes de Cristo y después de él son una comunidad inseparable; las distintas Iglesias que existen en diferentes lugares son una. Cualquier otra pluralidad, como la de los cristianos que no reconocen a las otras Iglesias, es un escándalo y está en contradicción con Ef 4. Por el contrario, confesar «una única Iglesia» significa colocar a Jesús en el centro y dejar que él cuestione nuestras divisiones.

La Iglesia es santa: porque Dios la ha segregado. Su santidad es un reflejo de la de su cabeza, es un don gratuito. Aunque la Iglesia está necesitada siempre de reforma (semper reformanda), la esposa de Cristo nunca puede dejar de ser santa; por eso es siempre algo grave y peligroso criticar a la Iglesia, aunque a veces puede ser necesario. Los verdaderos miembros de la Iglesia, los santos, sólo son conocidos por el Señor; la obediencia es consecuencia y expresión necesaria de la santidad de la Iglesia.

La Iglesia es católica: esto significa que la Iglesia tiene un carácter en virtud del cual es siempre y en todo lugar la misma; la catolicidad es implícitamente el contraste entre la verdadera Iglesia y la falsa, que es herética, cismática o apóstata. La nota de la "catolicidad" no ha de cederse exclusivamente a la Iglesia romana, porque una Iglesia, o es católica, o no es la Iglesia. La catolicidad o variedad de la Iglesia es geográfica, consecuencia de estar presente en diferentes sociedades, en diferentes épocas, dando cabida a miembros a los que no se debe excluir de la comunidad. No cabe suponer que una mayoría o una minoría represente en la Iglesia necesariamente la catholica. Al igual que el resto de las notas de la Iglesia, la catolicidad, como calificación espiritual, sólo puede ser creída. 

La Iglesia es apostólica: la «apostolicidad» no se añade a los tres predicados anteriores, sino que constituye un criterio espiritual objeto de fe para identificar a la Iglesia una, santa y católica. La apostolicidad implica el discipulado en la escuela de los apóstoles, el sometimiento a su autoridad normativa, a su instrucción y dirección, la escucha y la aceptación de su mensaje. La apostolicidad no significa sucesión visible de ministros, lo que sería un criterio jurídico más que espiritual; la autoridad apostólica no puede transmitirse de este modo porque el Espíritu o la fuerza del Espíritu no puede controlarse por medio de la unción de una persona determinada. La autoridad de la apostolicidad es la del servicio; las formas de la estructura eclesiástica son siempre secundarias, pero han de ser elásticas para que no se conviertan en estorbo de la acción soberana de Jesús. La apostolicidad se hace presente cuando la Iglesia sigue la dirección de la Escritura en su predicación y teología, haciéndose cristocéntrica, y cuando la Iglesia es fiel a su misión de heraldo por medio de la oración, los sacramentos, el seguimiento interior y la teología.

La Iglesia no es un fin en sí misma, sino que existe para el mundo, en el que ha de ser embajadora al servicio de la proclamación y el kerigma. El fin de la Iglesia es el Reino: «Si realmente esperamos en el reino de Dios, podremos soportar la mezquindad de la Iglesia».

En general Barth censura a la Iglesia católica el ir más allá de la sola fe y el preocuparse demasiado de cuestiones jurídicas y meramente humanas. No obstante, algunos de sus críticos más perspicaces y comprensivos han sido católicos.

Desde la década de 1920, Karl Barth ha venido siendo calificado como «neo-ortodoxo». En el mundo de habla inglesa esta expresión se ha entendido a veces como sinónimo de «tradicional». En realidad significa también que Barth fue profundamente moderno.