Sobre
los ocho vicios malvados
Evagrio Póntico
(¿345?-399).
Es posible que mucho hayan tenido en sus manos en alguna oportunidad este documento sobre los pecados capitales, y si le llega por primera vez, le causara un cierto asombro.
Fueron escritos por Evagrio Póntico, el nació hacia el año 345 en la ciudad de Ibora, en el Ponto. Amasía del Ponto (Antigua ciudad cercana a la actual Sinope, en Turquía)
Desde su juventud estuvo relacionado con los Padres Capadocios; acompañó a Gregorio Nacianceno al concilio de Constantinopla, donde se quedó posteriormente con Nectario, patriarca de aquella ciudad. Pero disgustado por el ambiente de la urbe, se trasladó a Jerusalén, donde maduró su vocación a la vida retirada.
En torno al 383 tomó el hábito monástico y se trasladó a Egipto. Vivió en las montañas de Nitria, pasando después al desierto de la Kellia, donde permaneció hasta su muerte, acaecida hacia el 399.
Evagrio es una personalidad sobresaliente en la espiritualidad cristiana. Sus obras han sido siempre leídas, y han ejercido una influencia decisiva a través de los siglos.
Quastem lo presenta como "el fundador del misticismo monástico y el autor espiritual más fecundo e interesante del desierto egipcio. Los monjes de oriente y occidente estudiaron sus escritos como documentos clásicos y como manuales de valor incalculable".
La doctrina de los siete pecados capitales, tan conocidos en la ascética tradicional de occidente, tiene su origen en la explicación evagriana de los "ocho (malos) pensamientos". Evagrio fue el primero que los sistemarizó, como compendio y germen de todos los demás.
Por otra parte, su aguda observación de la psicología del monje le convierte en un auténtico precursor del moderno psicoanálisis.
La
Gula[i]
Capítulo
I
El origen del fruto es la flor y
el origen de la vida activa[ii]
es la templanza[iii]; quien domina el propio
estómago hace disminuir las pasiones, al contrario, quien es subyugado por la
comida incrementa los placeres.
Como Amalec es el origen de los
pueblos, así la gula lo es de las pasiones. Como la leña es alimento del fuego
así la comida es alimento del estómago. La mucha leña alienta una gran llama
y la abundancia de comida nutre la concupiscencia. La llama se extingue cuando
hay menos leña y la penuria en la comida apaga la concupiscencia.
Aquel que tiene dominio sobre la
mandíbula desbarata a los extranjeros y disuelve fácilmente las ataduras de
sus manos. De la mandíbula arrojada fuera brota una fuente de agua y la
liberación de la gula genera la práctica de la contemplación.
El palo de la tienda,
irrumpiendo, mató la mandíbula enemiga y la sabiduría de la templanza mata la
pasión[iv].
El deseo de comida engendra
desobediencia y una deleitosa degustación arroja del paraíso. Sacian la
garganta las comidas fastuosas y nutren el gusano de la intemperancia que nunca
duerme.
Un vientre indigente prepara para
una oración vigilante, al contrario un vientre bien lleno invita a un sueño
largo.
Una mente sobria se alcanza con
una dieta muy magra, mientras que una vida llena de delicadezas arroja la mente
al abismo.
La oración del ayunante es como
el pollito que vuela más alto que un águila mientras que la del glotón está
envuelta en las tinieblas. La nube esconde los rayos del sol y la digestión
pesada de los alimentos ofusca la mente.
Capítulo
II
Un espejo sucio no refleja
claramente la forma que se le pone al frente y el intelecto, obtuso por la
saciedad, no acoge el conocimiento de Dios.
Una tierra sin cultivar genera
espinas y de una mente corrompida por la gula germinan pensamientos malignos.
Como el fango no puede emanar
fragancia tampoco en el goloso sentimos el suave perfume de la contemplación.
El ojo del goloso escruta con
curiosidad los banquetes, mientras que la mirada del temperante observa las
enseñanzas de los sabios.
El alma del goloso enumera los
recuerdos de los mártires, mientras que la del temperante imita su ejemplo.
El soldado bellaco retiembla al
son de la trompeta que preanuncia la batalla, igualmente tiembla el goloso a los
llamados de la templanza.
El monje goloso, sometido a las
exigencias de su vientre, exige su tributo cotidiano. El caminante que camina
con ahínco alcanzará pronto la ciudad y el monje glotón no llegará a la casa
de la paz interior[v].
El húmedo vapor del sahumerio
perfuma el aire, como la oración del temperante deleita el olfato divino.
Si te abandonas al deseo de la
comida ya nada te bastará para satisfacer tu placer: el deseo de la comida, en
efecto, es como el fuego que siempre envuelve y siempre se inflama. Una medida
suficiente llena el vaso, mientras un vientre desfondado jamás dirá
¡basta!". La extensión de las manos puso en fuga a Amalec y una vida
activa elevada somete las pasiones carnales.
Capítulo
III
Extermina todo lo que sea
inspirado por los vicios y mortifica fuertemente tu carne. Que de cualquier
manera, en efecto, sea matado el enemigo, éste no te producirá más miedo,
así un cuerpo mortificado no perturbará al alma. Un cadáver no nota el dolor
del fuego y menos aún el temperante siente el placer del deseo extinguido.
Si matas a un egipcio[vi],
escóndelo bajo la arena, y no engordes el cuerpo por una pasión vencida: así
como en la tierra engordada germina lo que está escondido, así en el cuerpo
gordo revive la pasión.
La llama que languidece se
reenciende si se le agrega leña seca y el placer que se va atenuando revive con
la saciedad de la comida; no compadezcas el cuerpo que se lamenta por la
carestía y no lo halagues con comidas suntuosas: si en efecto lo refuerzas se
te volverá en contra llevándote a una guerra sin tregua, hasta que esclavice
tu alma y te haga siervo de la lujuria.
El cuerpo indigente es como una
caballo dócil que jamás desensillará al caballero: éste, en efecto, dominado
por el freno, se somete y obedece a la mano de quien sujeta las riendas,
mientras el cuerpo, domado por el hambre y las vigilias, no reacciona por un
pensamiento malo que lo cabalga, ni relincha excitado por el ímpetu de las
pasiones.
La Lujuria
Capítulo IV
La temperancia genera
la mesura, mientras la gula es la madre del desenfreno; el aceite alimenta la
luz de la lámpara y el frecuentar mujeres atiza la llamarada del placer.
La violencia del
oleaje se desencadena contra el mercader mal anclado como el pensamiento de la
lujuria sobre la mente intemperante. La lujuria acogerá como aliada a la
saciedad, le dará licencia, se juntará a los adversarios y combatirá
finalmente del lado de los enemigos.
Permanece
invulnerable a las flechas enemigas aquel que ama la tranquilidad[vii],
quien en cambio se mezcla con la multitud recibe golpes continuamente.
Mirar a una mujer es
como un dardo venenoso, hiere el alma, nos inocula el veneno y cuanto más
perdura, tanto más arraiga la infección. El que busca defenderse de estas
flechas se mantiene lejos de las multitudinarias reuniones públicas y no divaga
con la boca abierta en los días de fiesta; es mucho mejor quedarse en casa
pasando el tiempo orando en vez de hacer la obra del enemigo creyendo que se
honra las fiestas.
Evita la intimidad
con las mujeres si deseas ser sabio y no les des la libertad de hablarte ni
confianza. En efecto, al inicio tienen o simulan una cierta cautela, pero
seguidamente osan hacerlo todo descaradamente: en el primer acercamiento tienen
la mirada baja, pían dulcemente, lloran conmovidas, el trato es serio, suspiran
con amargura, plantean preguntas sobre la castidad y escuchan atentamente; las
ves una segunda vez y levanta un poco más la cabeza; la tercera vez se acercan
sin mucho pudor; tú has sonreído y ellas se han puesto a reír
desaforadamente; seguidamente se embellecen y se te muestran con ostentación,
su mirada cambia anunciando el ardor, levantan las cejas y rotan los ojos,
desnudan el cuello y abandonan todo el cuerpo a la languidez, pronuncian frases
ablandadas por la pasión y te dirigen una voz fascinante al oído hasta que se
apoderan completamente el alma.
Sucede que estas
trampas te encaminan a la muerte y estas redes entretejidas te arrastran a la
perdición; por tanto no te dejes ni siquiera engañar de aquellas que se sirven
de discursos discretos: en éstas, en efecto, se oculta el maligno veneno de las
serpientes.
Capítulo V
Acércate al fuego
ardiente antes que a una mujer joven, sobre todo si tú también eres joven: en
efecto, cuando te acercas a la llama y sientes una buena quemazón, te alejas
rápidamente, mientras que cuando eres seducido por las charlas femeninas,
difícilmente logras darte a la fuga.
La hierba crece
cuando está cerca al agua, como germina la intemperancia frecuentando a las
mujeres.
Aquel que repleta el
vientre y hace profesión de sabiduría se parece a quien afirma que frena la
fuerza del fuego con paja. Como efectivamente es imposible apagar el mutable
agitarse del fuego con la paja, así es imposible colmar en la saciedad el
ímpetu inflamado de la intemperancia.
Una columna se apoya
en una base y la pasión de la lujuria tiene sus cimientos en la saciedad.
La nave presa de las
tempestades se apresura en llegar al puerto y el alma del sabio busca la
soledad: una huye de las amenazadoras olas del mar, la otra de las formas
femeninas que traen dolor y ruina.
Un semblante
embellecido de mujer hunde más que un oleaje marino: aún así, éste te da la
posibilidad de nadar si quieres salvar la vida, mientras que la belleza
femenina, tras el engaño, te persuade de despreciar incluso la vida misma.
La zarza solitaria se
sustrae intacta a la llama y el sabio que sabe mantenerse alejado de las mujeres
no se enciende en la intemperancia: como el recuerdo del fuego no quema la
mente, así ni siquiera la pasión tiene vigor si falta la materia.
Capítulo VI
Si tienes piedad para
con el enemigo éste será siempre tu enemigo, y si concedes a la pasión ésta
se te revelará.
La vista de las
mujeres excita al intemperante, mientras empuja al sabio a glorificar a Dios;
pero si en medio de las mujeres la pasión está tranquila no le des crédito a
quien te anuncia que has alcanzado la paz interior[viii].
El perro justamente
menea la cola cuando se lo deja en medio de la multitud, pero cuando se aleja,
muestra su maldad. Sólo cuando el recuerdo de la mujer surja en ti privado de
pasión, entonces considérate cerca de los confines de la sabiduría. Cuando en
cambio su imagen te empuja a verla y sus dardos cercan tu alma, entonces
considérate fuera de la virtud.
Pero no debes
mantenerte así en esos pensamientos ni tu mente debe familiarizarse mucho con
las formas femeninas, la pasión es en efecto reincidente y tiene al peligro
junto a sí.
Como sucede
efectivamente que una apropiada fundición purifica la plata pero si se prolonga
la destruye fácilmente, así una insistente fantasía de mujeres destruye la
sabiduría adquirida: no tengas, por tanto, familiaridad prolongada con un
rostro imaginado para que no se te adhieran las llamas del placer y no queme la
aureola que circunda tu alma: así como la chispa, si permanece en medio de la
paja, desencadena las llamas, así el recuerdo de la mujer, persistiendo,
enciende el deseo.
La Avaricia[ix]
Capítulo VII
La avaricia es la
raíz de todos los males y nutre como malignos arbustos a las demás pasiones y
no permite que se sequen aquellas que florecen de ésta.
Quien desea hacer
retroceder a las pasiones, que extirpe la raíz; si efectivamente podas para el
bien las ramas pero la avaricia permanece, no te servirá de nada, porque
éstas, a pesar de que se hayan reducido, rápidamente florecen.
El monje rico es como
una nave demasiado cargada que es hundida por el ímpetu de una tempestad: tal
como una nave que deja entrar el agua es puesta a prueba por cada ola, así el
rico se ve sumergido por las preocupaciones.
El monje que no posee
nada es en cambio un viajero ágil que encuentra refugio en todos lados. Es como
el águila que vuela por lo alto y que baja a buscar su alimento cuando lo
necesita. Está por encima de cualquier prueba, se ríe del presente y se eleva
a las alturas alejándose de las cosas terrenas y juntándose a las celestes:
tiene efectivamente alas ligeras, jamás apesadumbradas por las preocupaciones.
Sobrepasa la opresión y deja el lugar sin dolor; la muerte llega y se va con
ánimo sereno: el alma, en efecto, no ha estado amarrada por ningún tipo de
atadura.
Quien en cambio mucho
posee se somete a las preocupaciones y, como el perro, está amarrado a la
cadena, y, si es obligado a irse, se lleva consigo, como un grave peso y una
inútil aflicción, los recuerdos de sus riquezas, es vencido por la tristeza y,
cuando lo piensa, sufre mucho, ha perdido las riquezas y se atormenta en el
desaliento.
Y si llega la muerte
abandona miserablemente sus tenencias, entrega el alma, mientras el ojo no
abandona los negocios; de mala gana es arrastrado como un esclavo fugitivo, se
separa del cuerpo y no se separa de sus intereses: porque la pasión lo aferra
más que lo que lo arrastra.
Capítulo VIII
El mar jamás se
llena del todo a pesar de recibir la gran masa de agua de los ríos, de la misma
manera el deseo de riquezas del avaro jamás se sacia, él las duplica e
inmediatamente desea cuadruplicarlas y no cesa jamás esta multiplicación,
hasta que la muerte no pone fin a tal interminable premura.
El monje juicioso
tendrá cuidado de las necesidades del cuerpo y proveerá con pan y agua el
estómago indigente, no adulará a los ricos por el placer del vientre, ni
someterá su mente libre a muchos amos: en efecto, las manos son siempre
suficientes para satisfacer las necesidades naturales.
El monje que no posee
nada es un púgil que no puede ser golpeado de lleno y un atleta veloz que
alcanza rápidamente el premio de la invitación celeste.
El monje rico se
regocija en las muchas rentas, mientras que el que no tiene nada se goza con los
premios que le vienen de las cosas bien obtenidas.
El monje avaro
trabaja duramente mientras que el que no posee nada usa el tiempo para la
oración y la lectura.
El monje avaro llena
de oro los agujeros, mientras que el que nada posee atesora en el cielo.
Sea maldito aquel que
forja el ídolo y lo esconde, al igual que aquel que es afecto a la avaricia: el
primero en efecto se postra frente a lo falso e inútil, el otro lleva en sí la
imagen[x]
de la riqueza, como un simulacro.
La Ira
Capítulo IX
La ira es una pasión
furiosa que con frecuencia hacer perder el juicio a quienes tienen el
conocimiento, embrutece el alma y degrada todo el conjunto humano.
Un viento impetuoso
no quebrará una torre y la animosidad no arrastra al alma mansa.
El agua se mueve por
la violencia de los vientos y el iracundo se agita por los pensamientos
alocados. El monje iracundo ve a uno y rechina los dientes.
La difusión de la
neblina condensa el aire y el movimiento de la ira nubla la mente del iracundo.
La nube que avanza
ofusca el sol y así el pensamiento rencoroso embota la mente.
El león en la jaula
sacude continuamente la puerta como el violento en su celda cuando es asaltado
por el pensamiento de la ira.
Es deliciosa la vista
de un mar tranquilo, pero ciertamente no es más agradable que un estado de paz:
en efecto, los delfines nadan en el mar en estado de bonanza, y los pensamientos
vueltos a Dios emergen en un estado de serenidad.
El monje magnánimo
es una fuente tranquila, una bebida agradable ofrecida a todos, mientras la
mente del iracundo se ve continuamente agitada y no dará agua al sediento y, si
se la da, será turbia y nociva; los ojos del animoso están descompuestos e
inyectados de sangre y anuncian un corazón en conflicto. El rostro del
magnánimo muestra cordura y los ojos benignos están vueltos hacia abajo.
Capítulo X
La mansedumbre del
hombre es recordada por Dios y el alma apacible se convierte en templo del
Espíritu Santo.
Cristo recuesta su
cabeza en los espíritus mansos y sólo la mente pacífica se convierte en
morada de la Santa Trinidad.
Los zorros hacen
guarida en el alma rencorosa y las fieras se agazapan en el corazón rebelde.
El hombre honesto
huye de las casas de mal vivir y Dios de un corazón rencoroso.
Una piedra que cae en
el agua la agita, como un discurso malvado el corazón del hombre.
Aleja de tu alma los
pensamientos de la ira y no alientes la animosidad en el recinto de tu corazón
y no lo turbes en el momento de la oración: efectivamente, como el humo de la
paja ofusca la vista así la mente se ve turbada por el rencor durante la
oración.
Los pensamientos del
iracundo son descendencia de víboras y devoran el corazón que los ha
engendrado. Su oración es un incienso abominable y su salmodia emite un sonido
desagradable.
El regalo del
rencoroso es como una ofrenda que bulle de hormigas y ciertamente no tendrá
lugar en los altares asperjados de agua bendita.
El animoso tendrá
sueños turbados y el iracundo se imaginará asaltos de fieras. El hombre
magnánimo que no guarda rencor se ejercita con discursos espirituales y en la
noche recibe la solución de los misterios.
La Tristeza
Capítulo XI
El monje afectado por la tristeza no conoce el placer
espiritual: la tristeza es un abatimiento del alma y se forma de los
pensamientos de la ira.
El deseo de venganza, en efecto, es propio de la ira,
el fracaso de la venganza genera la tristeza; la tristeza es la boca del león y
fácilmente devora a aquel que se entristece.
La tristeza es un gusano del corazón y se come a la
madre que lo ha generado.
Sufre la madre cuando da a luz al hijo, pero, una vez
alumbrado se ve libre del dolor; la tristeza, en cambio, mientras es generada,
provoca largos dolores y sobreviviendo, después del esfuerzo, no trae
sufrimientos menores.
El monje triste no conoce la alegría espiritual, como
aquel que tiene una fuerte fiebre no reconoce el sabor de la miel.
El monje triste no sabrá cómo mover la mente hacia
la contemplación ni brota de él una oración pura: la tristeza es un
impedimento para todo bien.
Tener los pies amarrados es un impedimento para la
carrera, así la tristeza es un obstáculo para la contemplación.
El prisionero de los bárbaros está atado con cadenas
y la tristeza ata a aquel que es prisionero[xi]
de las pasiones.
En ausencia de otras pasiones la tristeza no tiene
fuerza como no la tiene una atadura si falta quien ate.
Aquel que está atado por la tristeza es vencido por
las pasiones y como prueba de su derrota viene añadida la atadura.
Efectivamente la tristeza deriva de la falta de éxito
del deseo carnal porque el deseo es connatural a todas las pasiones. Quien vence
el deseo vencerá las pasiones y el vencedor de las pasiones no será sometido
por la tristeza.
El temperante no se entristece por la falta de
alimentos, ni el sabio cuando lo ataca una disolución desquiciada, ni el manso
que renuncia a la venganza, ni el humilde si se ve privado del honor de los
hombres, ni el generoso cuando incurre en un pérdida financiera: ellos evitaron
con fuerza, en efecto, el deseo de estas cosas: como efectivamente aquel que
está bien acorazado rechaza los golpes, así el hombre carente de pasiones no
es herido por la tristeza.
Capítulo XII
El escudo es la seguridad del soldado y los muros lo
son de la ciudad: más segura que ambos es para el monje la paz interior[xii].
De hecho, frecuentemente un flecha lanzada por un
brazo fuerte traspasa el escudo y la multitud de enemigos abate los muros,
mientras que la tristeza no puede prevalecer sobre la paz interior.
Aquel que domina las pasiones se enseñoreará sobre
la tristeza, mientras que quien es vencido por el placer no fugará de sus
ataduras.
Aquel que se entristece fácilmente y simula una
ausencia de pasiones es como el enfermo que finge estar sano; como la enfermedad
se revela por la rojez, la presencia de una pasión se demuestra por la
tristeza.
Aquel que ama el mundo se verá muy afligido mientras
que aquellos que desprecian lo que hay en él serán alegrados por siempre.
El avaro, al recibir un daño, se verá atrozmente
entristecido, mientras que aquel que desprecia las riquezas estará siempre
libre de la tristeza.
Quien busca la gloria, al llegar el deshonor, se verá
adolorido, mientras el humilde lo acogerá como a un compañero.
El horno purifica la plata de baja ley y la tristeza
frente a Dios libra el corazón del error; la continua fusión empobrece el
plomo y la tristeza por las cosas del mundo disminuye el intelecto.
La niebla diminuye la fuerza de los ojos y la tristeza
embrutece la mente dedicada a la contemplación; la luz del sol no llega a los
abismos marinos y la visión de la luz no alumbra el corazón entristecido;
dulce es para todos los hombres la salida del sol, pero incluso de esto se
desagrada el alma triste; la picazón elimina el sentido del gusto como la
tristeza sustrae al alma la capacidad de percibir. Pero aquel que desprecia los
placeres del mundo no se verá turbado por los malos pensamientos de la
tristeza.
La
acedia es la debilidad del alma que irrumpe cuando no se vive según la
naturaleza ni se enfrenta noblemente la tentación. En efecto, la tentación es
para un alma noble lo que el alimento es para un cuerpo vigoroso.
El
viento del norte nutre los brotes y las tentaciones consolidan la firmeza del
alma.
La
nube pobre de agua es alejada por el viento como la mente que no tiene
perseverancia del espíritu de la acedia.
El
rocío primaveral incrementa el fruto del campo y la palabra espiritual exalta
la firmeza del alma.
El
flujo de la acedia arroja al monje de su morada, mientras que aquel que es
perseverante está siempre tranquilo.
El
acedioso aduce como pretexto la visita a los enfermos[xiii],
cosa que garantiza su propio objetivo.
El
monje acedioso es rápido en terminar su oficio y considera un precepto su
propia satisfacción; la planta débil es doblada por una leve brisa e imaginar
la salida distrae al acedioso.
Un
árbol bien plantado no es sacudido por la violencia de los vientos y la acedia
no doblega al alma bien apuntalada.
El
monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco tranquilo, y sin
quererlo, es suspendido acá y allá cada cierto tiempo.
Un
árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto de virtud.
El enfermo no se satisface con un solo alimento y el monje acedioso no lo es de
una sola ocupación.
No
basta una sola mujer para satisfacer al voluptuoso y no basta una sola celda
para el acedioso.
El
ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente imagina que
llegan visitas: la puerta gira y éste salta fuera, escucha una voz y se asoma
por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se entumece.
Cuando
lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se
refriega los ojos, se estira y, quitando la mirada del libro, la fija en la
pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se
fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, desprecia las
letras y los ornamentos y finalmente, cerrando el libro, lo pone debajo de la
cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego, poco después, el hambre le
despierta el alma con sus preocupaciones.
El
monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás pronunciará las
palabras de la oración; como efectivamente el enfermo jamás llega a cargar un
peso excesivo así también el acedioso seguramente no se ocupará con
diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta, efectivamente, la fuerza
física, el otro extraña el vigor del alma.
La
paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios curan la acedia.
Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas antes de haberla concluido, y reza prudentemente y con fuerza y el espíritu de la acedia huirá de ti.
La Vanagloria[xiv]
Capítulo XV
La vanagloria es una pasión irracional que
fácilmente se enreda con todas las obras virtuosas.
Un dibujo trazado en el agua se desvanece, como la
fatiga de la virtud en el alma vanagloriosa.
La mano escondida en el seno se vuelve inocente y la
acción que permanece oculta resplandece con una luz más resplandeciente.
La hiedra se adhiere al árbol y, cuando llega a lo
más alto, seca la raíz, así la vanagloria se origina en las virtudes y no se
aleja hasta que no les haya consumido su fuerza.
El racimo de uva arrojado por tierra se marchita
fácilmente y la virtud , si se apoya en la vanagloria, perece.
El monje vanaglorioso es un trabajador sin salario: se
esfuerza en el trabajo pero no recibe ninguna paga; el bolso agujereado no
custodia lo que se guarda en él y la vanagloria destruye la recompensa de las
virtudes.
La continencia del vanaglorioso es como el humo del
camino, ambos se difuminarán en el aire.
El viento borra la huella del hombre como la limosna
del vanaglorioso. La piedra lanzada arriba no llega al cielo y la oración de
quien desea complacer a los hombres no llegará hasta Dios.
Capítulo XVI
La vanagloria es un escollo sumergido: si chocas con
ella corres el riesgo de perder la carga.
El hombre prudente esconde su tesoro tanto como el
monje sabio las fatigas de su virtud.
La vanagloria aconseja rezar en las plazas, mientras
que el que la combate reza en su pequeña habitación.
El hombre poco prudente hace evidente su riqueza y
empuja a muchos a tenderle insidias. Tu en cambio esconde tus cosas: durante el
camino te cruzarás con asaltantes mientras no llegues a la ciudad de la paz y
puedas usar tus bienes tranquilamente.
La virtud del vanaglorioso es un sacrificio agotado
que no se ofrece en el altar de Dios.
La acedia consume el vigor del alma, mientras la
vanagloria fortalece la mente del que se olvida de Dios, hace robusto al
asténico y hace al viejo más fuerte que el joven, solamente mientras sean
muchos los testigos que asisten a esto: entonces serán inútiles el ayuno, la
vigilia o la oración, porque es la aprobación pública la que excita el celo.
No pongas en venta tus fatigas a cambio de la fama, ni
renuncies a la gloria futura por ser aclamado. En efecto, la gloria humana
habita en la tierra y en la tierra se extingue su fama, mientras que la gloria
de las virtudes permanecen para siempre.
La Soberbia[xv]
Capítulo XVII
La soberbia es un tumor del alma lleno de pus. Si
madura, explotará, emanando un horrible hedor
El resplandor del relámpago anuncia el fragor del
trueno y la presencia de la vanagloria anuncia la soberbia.
El alma del soberbio alcanza grandes alturas y desde
allí cae al abismo.
Se enferma de soberbia el apóstata de Dios cuando
adjudica a sus propias capacidades las cosas bien logradas.
Como aquel que trepa en una telaraña se precipita,
así cae aquel que se apoya en sus propias capacidades.
Una abundancia de frutos doblega las ramas del árbol
y una abundancia de virtudes humilla la mente del hombre.
El fruto marchito es inútil para el labrador y la
virtud del soberbia no es acepta a Dios.
El palo sostiene el ramo cargado de frutos y el temor
de Dios el alma virtuosa. Como el peso de los frutos parte el ramo, así la
soberbia abate al alma virtuosa.
No entregues tu alma a la soberbia y no tendrás
fantasías terribles. El alma del soberbio es abandonada por Dios y se convierte
en objeto de maligna alegría de los demonios. De noche se imagina manadas de
bestias que lo asaltan y de día se ve alterado por pensamientos de vileza.
Cuando duerme, fácilmente se sobresalta y cuando vela los asusta la sombra de
un pájaro. El susurrar de las copas de los árboles aterroriza al soberbio y el
sonido del agua destroza su alma. Aquel que efectivamente se ha opuesto a Dios
rechazando su ayuda, se ve después asustado por vulgares fantasmas.
Capítulo XVIII
La soberbia precipitó al arcángel del cielo y como
un rayo los hizo estrellarse sobre la tierra.
La humildad en cambio conduce al hombre hacia el cielo
y lo prepara para formar parte del coro de los ángeles.
¿De qué te enorgulleces oh hombre, cuando por
naturaleza eres barro y podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes?
Contempla tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y
dentro de poco volverás al polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano.
¿Para qué elevas la cabeza que dentro de poco se
marchitará?
Grande es el hombre socorrido por Dios; una vez
abandonado reconoció la debilidad de la naturaleza. No posees nada que no hayas
recibido de Dios, no desprecies, por tanto, al Creador.
Dios te socorre, no rechaces al benefactor. Haz
llegado a la cumbre de tu condición, pero él te ha guiado; haz actuado
rectamente según la virtud y él te ha conducido. Glorifica a quien te ha
elevado para permanecer seguro en las alturas; reconoce a aquel que tiene tus
mismos orígenes porque la sustancia es la misma y no rechaces por jactancia
esta parentela.
Capítulo XIX
Humilde y moderado es aquel que reconoce esta
parentela; pero el creador[xvi]
lo creó tanto a él como al soberbio.
No desprecies al humilde: efectivamente él está más
al seguro que tú: camina sobre la tierra y no se precipita; pero aquel que se
eleva más alto, si cae, se destrozará.
El monje soberbio es como un árbol sin raíces y no
soporta el ímpetu del viento.
Una mente sin jactancia es como una ciudadela bien
fortificada y quien la habita será incapturable.
Un soplo revuelve la pelusa y el insulto lleva al
soberbio a la locura.
Una burbuja reventada desaparece y la memoria del
soberbio perece.
La palabra del humilde endulza el alma, mientras que
la del soberbio está llena de jactancia.
Dios se dobla ante la oración del humilde, en cambio
se exaspera con la súplica del soberbio.
La humildad es la corona de la casa y mantiene seguro
al que entra.
Cuando te eleves a la cumbre de la virtud tendrás
necesidad de mucha seguridad. Aquel que efectivamente cae al pavimento
rápidamente se reincorpora, pero quien se precipita de grandes alturas, corre
riesgo de muerte.
La piedra preciosa se luce en el brazalete de oro y la humildad humana resplandece de muchas virtudes.
[i]Lo
que hoy llamamos gula, Evagrio llamaba gastrimargía, literalmente
"locura del vientre".
[ii]
"Vida activa" es la traducción más cercana a "praktiké",
la disciplina espiritual que según Evagrio se encuentra al principio del
proceso de conformación con el Señor Jesús y que tiene como fin purificar
las pasiones del alma humana. A esto dedica Evagrio su "Tratado
Práctico".
[iii]
Enkráteia, es un concepto mucho más rico que el término
"templanza" si por éste se entiende solamente la virtud contraria
a la gula. Por la raíz krat, que significa "fuerza" o
"poder", esta virtud implica "dominio de sí" o
"señorío de sí".
[iv]
Se trata de una comparación oscura, pero el mensaje es claro.
[v]
El término que usa Evagrio es Apátheia, que en su espiritualidad
equivale al estado de plenitud espiritual, alcanzado mediante el dominio de
las pasiones y el silenciamiento del interior.
[vi]
El "egipcio" es el nombre que los padres del desierto daban a un
demonio especialmente feroz en la tentación.
[vii]
Se refiere a la paz interior, la tranquilidad del recogimiento o la soledad,
en el caso del monje.
[viii]
Otra vez se trata del término Apátheia. Ver nota 5.
[ix]
Philargyria, o amor al oro, al dinero. Evagrio le da especial
importancia a este vicio, y presenta su demonio como particularmente astuto,
pues presenta al monje una serie de razonamientos que hacen aparecer la
acumulación de bienes como un acto de sensatez y prudencia.
[x]
Para Evagrio, el apasionado posee en el corazón la imagen del objeto que lo
domina.
[xi]Evagrio
utiliza el término Aikhmálotos, que significa "prisionero de
guerra", pero al mismo tiempo hace referencia a la aikhmálosia,
que en su teoría espiritual es el estadio final de esclavitud del alma a
los demonios, que llega como consecuencia de dejarse vencer
sistemáticamente por ellos.
[xii]
Otra vez , la Apátheia.
[xiii]
En la tradición de los monjes del desierto, el abandonar la celda era una
de las principales tentaciones de la acedia. Visitar enfermos era, por
tanto, la manera de encubrir bajo el manto de la caridad el deseo de huir de
la soledad.
[xiv]
El término Kenodoxía deriva de kenós "vacío,
vano" y dóxa, "opinión": una imagen de sí que se
proyecta a los demás en base a valores inexistentes o insignificantes por
su trivialidad.
[xv]
El término Hyperephanía proviene del superlativo hypér y phaíno,
"lo que aparece": aquello que aparece como más de lo que es,
arrogancia, altanería.
[xvi] Evagrio utiliza el término Demioyrgós, que en la tradición griega equivalía al trabajador manual o a la divinidad que creaba el mundo a partir de una materia preexistente. Parece ser que acá lo quiere utilizar en el sentido de Dios creador, aunque esta acepción no queda totalmente clara.
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