Regla de San Pacomio
·
Prefacio de San Jerónimo
Prescripciones
de nuestro Padre Pacomio. Hombre de Dios que Fundó la Vida Cenobítica en
sus orígenes por Orden de Dios
Prescripciones
e Instituciones de nuestro Padre Pacomio, Hombre de Dios, que Funda desde
sus orígenes la Santa Comunidad de Vida, según el Mandato de Dios
Prescripciones
y Sentencias también de nuestro Padre Pacomio
Prescripciones
y Leyes de nuestro Padre Pacomio concernientes a las seis Oraciones de la
tarde y a la Sinaxis de seis Oraciones que se celebra en cada casa
Prefacio
de San Jeronimo
Por
afilada y centelleante que sea una espada, terminará por cubrirse de herrumbre
y perder el esplendor de su belleza si permanece durante mucho tiempo en la
vaina. Es por esto que, cuando me encontraba afligido por la muerte de la santa
y venerable Paula (en esto no obraba yo en contraposición con el precepto del
Apóstol, antes bien, aspiraba ardientemente que fuera consolado el gran número
de aquellos a quienes su muerte había privado de sostén), acepté recibir los
libros que me enviaba el hombre de Dios, el sacerdote Silvano. El mismo los
había recibido de Alejandría con el fin de dármelos para traducir. Ya que,
según me dijo, en los monasterios de la Tebaida y en el monasterio de Métanoia
(este es el monasterio de Canope, cuyo nombre ha sido felizmente reemplazado por
un término que significa "conversión"), viven muchos latinos que
ignoran el copto y el griego, lenguas en las que han sido escritas las Reglas de
Pacomio, Teodoro y Orsisio. Estos hombres son los que pusieron los cimientos de
los "Coenobia" en la Tebaida y en Egipto, según la orden de Dios y de
un ángel enviado por El con este designio.
Después
de haber guardado un largo silencio durante el cual tascaba mi dolor, fui urgido
a ponerme a trabajar por el sacerdote Leoncio y otros hermanos enviados a mí
para eso. Así, después de hacer venir a un secretario, dicté en nuestra
lengua las reglas que habían sido traducidas del copto al griego. Hice esto por
obedecer no diré a las súplicas sino a las órdenes de estos grandes hombres,
como también para romper mi prolongado silencio bajo auspicios favorables; como
decían ellos: yo volvía a mis antiguos trabajos y también procuraba una
satisfacción al alma de esta santa mujer que no había cesado de arder en el
amor por la vida monástica y de meditar sobre la tierra lo que debía
contemplar en el cielo; además, la venerable virgen de Cristo, su hija
Eustoquia, tendría de dónde suministrar reglas de conducta a sus hermanas, y
nuestros hermanos seguirían los ejemplos de los monjes egipcios, quiero decir
de Tabennesis .
Estos
monjes tienen en cada monasterio padres, ecónomos, hebdomadarios, oficiales
subalternos y jefes de familia, que son los prepósitos. Cada casa reúne
alrededor de cuarenta hermanos que deben obedecer a su prepósito. Según el
número de hermanos, un monasterio cuenta con treinta o cuarenta casas que
están unidas en tribus o grupos de tres o cuatro. Los que viven en estos grupos
van juntos al trabajo y se suceden por rotación en el servicio semanal.
El
que entró primero al monasterio, ocupa también el primer lugar al sentarse,
caminar, salmodiar, comer y recibir la comunión en la iglesia. No es la edad de
los hermanos la que se tiene en cuenta sino la fecha de su profesión.
En
sus celdas no tienen más que una estera y los objetos siguientes: dos túnicas
(especie de vestido egipcio sin mangas) y una tercera ya usada que usan para
dormir o trabajar, un manto de lino, una piel de cabra a la que llaman melota,
dos cogullas, un pequeño cinto de lino, calzado y un bastón como compañero de
viaje.
Los
enfermos son restablecidos gracias a cuidados admirables y comidas copiosas. Los
que se hallan en buena salud se benefician de una abstinencia más severa;
ayunan dos veces por semana, los miércoles y viernes, salvo durante el tiempo
que va de Pascua a Pentecostés. Los demás días, los que lo desean comen
después de la hora sexta y a la tarde se vuelve a poner la mesa a causa de los
que trabajan, de los ancianos, de los niños y del intensísimo calor. Algunos
comen poco la segunda vez, otros se contentan con una sola comida: el almuerzo o
la cena. Algunos toman sólo un poco de pan y salen del refectorio. Todos comen
al mismo tiempo. Cuando alguno no quiere ir a la mesa, recibe en su celda
solamente pan, agua y sal, todos los días o día por medio según lo desee.
Los
hermanos que practican un mismo arte son congregados en una casa bajo la
autoridad de un prepósito. Por ejemplo: los que tejen el lino son reunidos en
un grupo, los que hacen las esteras constituyen una sola familia. Lo mismo pasa
con los sastres, los que fabrican las carretas, los obreros, los zapateros;
estos grupos están gobernados cada uno por su prepósito, y cada semana dan
cuenta de sus trabajos al padre del monasterio .
Los
padres de todos los monasterios tienen un solo jefe que habita en el monasterio
de Pbow .En pascua, todos, excepto aquellos cuya presencia es indispensable en
sus monasterios, se reúnen en torno a él, de modo que casi cincuenta mil
hombres celebran juntos la fiesta de la Pasión del Señor.
En
el mes de Mesorí , es decir, en agosto, a ejemplo de la remisión del año
jubilar (Lev 25) hay días en que a todos les son perdonados los pecados y en
los que se reconcilian los que han tenido cualquier altercado. Luego se designan
los jefes, los ecónomos, los prepósitos, los oficiales subalternos de los
diferentes monasterios según sus necesidades.
Los
de la Tebaida dicen todavía que Pacomio, Cornelio y Syro (este último vive
aún y según cuentan tiene más de 110 años), aprendieron de boca de un ángel
un lenguaje misterioso que les permite escribirse y comunicarse con la ayuda de
un alfabeto espiritual, insinuando bajo ciertos signos y símbolos, sentidos
escondidos. Hemos traducido a nuestra lengua estas cartas, que también han sido
leídas entre los monjes coptos y griegos, y cuando encontramos esos mismos
signos (del alfabeto místico) los hemos copiado.
Hemos
imitado la simplicidad de la lengua copta movidos por el cuidado de dar una
interpretación fiel, no fuera que una traducción pedante hiciera concebir una
idea falsa de esos hombres apostólicos, completamente impregnados de la gracia
del Espíritu. En cuanto a las otras cosas que están contenidas en sus
tratados, no he querido exponerlas para que aquellos a los que deleite el amor
de la santa "Koinonía" las aprendan en sus autores y beban en la
fuente misma en lugar de hacerlo en los arroyos que de ella nacen.
Prescripciones
de nuestro Padre Pacomio. Hombre de Dios que Fundó la Vida Cenobítica en sus
origenes por Orden de Dios
Aquí
comienzan los preceptos
El
que viene por primera vez a la sinaxis de los santos, será introducido por el
portero como se acostumbra, el cual lo acompañará desde la puerta del
monasterio y lo hará tomar asiento en la asamblea de los hermanos; no le será
permitido cambiar de lugar, ni modificar su rango; esperará que el oikiakos, es
decir: el prepósito de la casa, lo instale en el puesto que le conviene ocupar.
Se
sentará con todo decoro y modestia, poniendo debajo suyo la parte inferior de
su piel de cabra que se ata sobre el hombro, y cerrando cuidadosamente su
vestido, es decir la túnica de lino sin mangas, de manera que tenga las
rodillas cubiertas.
Cuando
se oiga la voz de la trompeta que llama a la sinaxis, en el mismo momento
saldrán de la celda, meditando un pasaje de las Escrituras hasta llegar a la
puerta del lugar de la sinaxis.
Cuando
vayan a la iglesia para tomar el lugar en el que deben estar sentados o de pie,
tendrán cuidado de no aplastar los juncos remojados y preparados para el tejido
de las cuerdas, no sea que la negligencia de uno ocasione algún daño, aunque
fuera mínimo, al monasterio.
A
la noche, cuando se haga oír la señal, no te demores junto al fuego que se
enciende habitualmente para calentar el cuerpo y defenderse del frío.
No
permanezcas sentado sin hacer nada durante la sinaxis, por el contrario: prepara
con mano vigilante los juncos que servirán para trenzar las cuerdas de las
esteras. Sin embargo, evita que llegue al agotamiento el que tiene un cuerpo
débil, a ese tal se le otorgará el permiso de interrumpir de tiempo en tiempo
su tarea.
Cuando
aquel que ocupa el primer lugar haya golpeado las manos, recitando de memoria
algún pasaje de las Escrituras, para dar la señal del fin de la oración,
ninguno tardará en levantarse, por el contrario: todos se levantarán al mismo
tiempo.
Nadie
observe a otro hermano que estuviere trenzando una cuerda o rezando; que sus
ojos estén atentamente puestos sobre su propio trabajo.
He
aquí los preceptos de vida que los ancianos nos han transmitido. Si ocurre que
durante la salmodia, las oraciones o las lecturas, alguno habla o se ríe,
desatará al instante su faja e irá a ponerse delante del altar con la cabeza
inclinada y los brazos caídos. Después que el padre del monasterio lo haya
reprendido allí, repetirá esta misma penitencia en el refectorio, cuando
estén reunidos todos los hermanos.
Cuando
durante el día haya resonado la trompeta para la sinaxis, el que llegase
después de la primera oración será corregido por el superior con una
reprimenda y permanecerá de pie en el refectorio.
Pero,
durante la noche, ya que (a esas horas) se concede más a la debilidad del
cuerpo, el que llegase después de las tres primeras oraciones, será corregido
de la misma manera en la iglesia y en el refectorio.
Cuando
los hermanos estén orando durante la sinaxis, nadie saldrá sin orden de los
ancianos, o sin haber pedido y obtenido el permiso de salir para las necesidades
naturales.
Nadie
distribuirá los juncos que sirven para trenzar las cuerdas, a no ser el que
está de servicio durante la semana. Si estuviera impedido de hacerlo por causa
de un trabajo justificado, se esperará las órdenes del superior.
Para
el servicio de la semana en cada casa, no se escogerá a los que tienen los
primeros lugares y recitan pasajes de la Escritura en la asamblea de todos los
hermanos. Se elegirá por orden a los hermanos que están sentados y se ponen de
pie, los que fueren capaces de repetir de memoria lo que se les haya
encomendado.
Si
un hebdomadario se olvida o vacila al recitar algo, recibirá la corrección que
merecen la negligencia y el olvido.
Ningún
hebdomadario estará ausente el domingo, y cuando se hace la oblación, porque
debe ocupar el lugar del cantor para responder al que salmodia. Esto concierne
al menos a los que pertenecen a la casa que está de servicio de gran semana .
Porque hay en cada casa un servicio de pequeña semana asegurado por un número
menor de hermanos. Si este número debiera aumentarse, el jefe de la casa de
gran semana llamará a otros hermanos del mismo grupo al que pertenece su casa.
Pero sin orden suya nadie que pertenezca a otra casa del mismo grupo
salmodiará. Y le está absolutamente vedado a un hermano de una casa el
participar en el servicio de otra casa, a menos que pertenezca al mismo grupo, o
tribu, que la suya. Se llama tribu al grupo de tres o cuatro casas (este número
varía) según el número de hermanos y la importancia del monasterio, lo que
podríamos llamar familias o clanes de una misma nación.
Ninguno
recibirá el permiso de salmodiar los domingos o durante la sinaxis en que debe
ofrecerse la oblación, excepto el jefe de la casa y los ancianos del monasterio
a quienes por alguna causa les competa esta función.
Si
un anciano se equivoca cuando salmodia, es decir: cuando lee el salterio, se
someterá al punto, delante del altar, al rito de la penitencia y de la
reprimenda.
El
que sin permiso del superior abandonara la sinaxis u ofreciera la oblación,
será reprendido al instante.
Por
la mañana, en cada casa, después de concluida la oración, no volverán los
hermanos inmediatamente a sus celdas. Primero tendrán un coloquio sobre lo que
les fue expuesto por los prepósitos en las conferencias y luego retornarán a
sus habitaciones.
Los
que gobiernan las casas darán tres conferencias por semana; en estas
conferencias los hermanos al sentarse o pararse, ocuparán sus respectivos
lugares, según el orden de las casas y de los individuos.
Si
alguno que está sentado se duerme en el transcurso de la conferencia del
prepósito de la casa o del padre del monasterio, se le obligará a levantarse
inmediatamente y permanecerá de pie hasta que haya recibido la orden de volver
a tomar asiento.
Cuando
haya sonado la señal de reunirse para escuchar los preceptos de los ancianos,
nadie permanecerá (donde se hallaba) y no atizarán más el fuego, hasta el fin
de la conferencia. El que omitiera uno de estos preceptos será sometido a la
corrección ya mencionada.
El
que está de servicio durante la semana no podrá dar a nadie las cuerdas o
cualquier otro objeto sin que medie la orden del padre del monasterio. Sin ella
ni siquiera podrá dar la señal de reunirse para la sinaxis del mediodía o la
de las seis oraciones de la tarde.
Después
de la oración de la mañana, el oficial de semana a quien se le ha confiado el
trabajo, preguntará al padre del monasterio sobre todas las cosas que juzgue
necesario y sobre el momento en que los hermanos deberán ir a trabajar a los
campos; y, según la orden que haya recibido, recorrerá cada casa y enseñará
a cada uno lo que debe hacer.
Si
alguien pide un libro para leer, lo recibirá. Pero a fin de semana lo
devolverá a su lugar por causa de los hermanos que se suceden en el servicio.
Si
trenzan esteras, el hebdomadario preguntará a la tarde a los jefes de cada casa
cuál es la cantidad de juncos necesarios en su casa; según la respuesta
remojará la cantidad de juncos necesaria, para distribuirlos a la mañana
siguiente a cada uno por su orden. Si en el transcurso de la mañana se da
cuenta que van a necesitar más, los remojará y los llevará a cada casa, hasta
que suene la señal de la comida.
El
jefe de la casa que termina la semana y el que lo releva, como también el padre
del monasterio, tendrán cuidado de fijarse en lo que se haya omitido o
descuidado del trabajo. También harán sacudir las esteras que se extienden de
ordinario sobre el piso de la iglesia y contarán las cuerdas que cada semana se
trencen. Escribirán el resultado sobre tablillas que conservarán hasta el
momento de la reunión anual, en el curso de la cual hay rendición de cuentas y
donde se da la absolución general de las faltas.
Al
volver de la sinaxis, los hermanos, que van saliendo de a uno, para ir a sus
celdas o al refectorio, meditarán cualquier pasaje de las Escrituras y nadie
tendrá la cabeza cubierta cuando medite.
Y
cuando hayan llegado al refectorio, se sentarán por orden en los lugares que
les han sido fijados y se cubrirán la cabeza.
Cuando
un anciano te mande cambiarte de mesa, no le resistirás en lo más mínimo. No
tendrás la osadía de servirte antes que tu jefe de casa. No observarás a los
que comen.
Cada
uno de los prepósitos enseñará a los miembros de su casa cómo deben tomar
sus alimentos, con disciplina y modestia. Si alguno habla o se ríe durante las
comidas, hará penitencia y será reprendido al instante en su mismo lugar. Se
pondrá de pie y permanecerá parado hasta que se levante alguno de los otros
hermanos que están comiendo.
Si
alguien llegara tarde a la mesa, fuera del caso en que una orden del superior
hubiera motivado tal retraso, hará la misma penitencia o volverá a su casa sin
probar bocado.
Si
en la mesa se tiene necesidad de alguna cosa, nadie tendrá el atrevimiento de
hablar; antes bien, mediante un sonido hará señal a los que sirven.
Si
te levantas de la mesa, no hablarás al regresar, hasta que hayas vuelto a tu
lugar .
Los
que sirven no comerán ninguna otra cosa que lo que haya sido preparado para
todos los hermanos en general y no se permitirá que se aderecen platos
diferentes.
El
que toca para llamar a los hermanos al refectorio, meditará mientras lo hace.
Aquel
que, a las puertas del refectorio, distribuye el postre a los hermanos que salen
de la mesa, meditará cualquier pasaje de la Escritura mientras cumple su
oficio.
El
que recibe el postre que se da, no lo pondrá en su cogulla sino en su piel (de
cabra) y no lo comerá antes de haber llegado a su casa. El que distribuye el
postre a los hermanos recibirá su porción de manos de su prepósito, lo que
harán también los otros servidores, quienes lo recibirán de otro sin nada
arrogarse por propia voluntad. Lo que hayan recibido deberá bastarle para tres
días. Si al cabo de estos tres días les sobrara algún alimento, lo llevarán
de vuelta al jefe de la casa que lo reintegrará a la despensa, donde quedará
hasta que, mezclado con otros, sea distribuido a todos los hermanos.
Nadie
dará a uno más que a otro.
Si
se trata de los débiles, el prepósito irá a ver a los servidores de los
enfermos y recibirá de ellos lo que les sea necesario.
Si
el enfermo es uno de los servidores de mesa, no tendrá permiso para entrar en
la cocina o en la despensa con el fin de retirar cualquier cosa. Serán los
otros servidores los que le darán lo que vean que necesita. No le estará
permitido el cocinar para sí lo que desee, sino que los prepósitos recibirán
de los otros sirvientes lo que ellos juzguen que le es necesario.
Nadie
entrará a la enfermería sin estar enfermo. El que cayere enfermo será
conducido por el prepósito de su casa a la enfermería. Si necesita un manto o
una túnica u otras cosas como vestidos o comida, será el prepósito quien las
recibirá de manos de los servidores y las dará de inmediato al enfermo.
Un
enfermo no podrá entrar en el lugar de los que comen, ni consumir lo que desee,
sin haber sido conducido allí para comer por el servidor encargado de este
oficio. No le estará permitido llevar a su celda nada de lo que haya recibido
en la enfermería, ni siquiera una fruta.
Los
que cocinan servirán cada uno por turno a los que están a la mesa.
Ninguno
recibirá vino o caldo fuera de la enfermería.
Si
alguno de los que son enviados de viaje cae enfermo en el camino o sobre un
barco y tiene necesidad o desea tomar caldo de pescado u otras cosas que se
comen habitualmente en el monasterio, no comerá con los otros hermanos sino
aparte, y los que sirven le darán con abundancia, para que ese hermano enfermo
no sea contristado en nada.
Nadie
osará visitar a un enfermo sin permiso del superior. Ni aún alguno de sus
parientes o de sus hermanos podrá servirlo sin orden del prepósito.
Si
alguno trasgrede o descuida alguna de estas prescripciones, será corregido con
la reprimenda habitual.
Si
alguno se presenta a la puerta del monasterio con la voluntad de renunciar al
mundo y ser contado entre los hermanos, no tendrá la libertad de entrar. Se
comenzará por informar al padre del monasterio. El candidato permanecerá
algunos días en el exterior, delante de la puerta. Se le enseñará el
Padrenuestro y los salmos que pueda aprender. El suministrará cuidadosamente
las pruebas de lo que motiva su voluntad (de ingresar). No sea que haya cometido
alguna mala acción y que, turbado por el miedo, haya huido sin demora hacia el
monasterio; o que sea esclavo de alguien. Esto permitirá discernir si será
capaz de renunciar a sus parientes y menospreciar las riquezas. Si da
satisfacción a todas estas exigencias, se le enseñará entonces todas las
otras disciplinas del monasterio, lo que deberá cumplir y aquello que deberá
aceptar, ya sea en la sinaxis que reúne a todos los hermanos, en la casa o
dónde fuera enviado o en el refectorio. Así instruido y consumado en toda obra
buena, podrá estar con los hermanos. Entonces será despojado de sus vestidos
del siglo y revestido con el hábito de los monjes. Después será confiado al
portero que, en el momento de la oración, lo llevará a la presencia de todos
los hermanos y lo hará tomar asiento en el lugar que se le haya asignado. Los
vestidos que trajo consigo serán recibidos por los encargados de este oficio,
guardados en la ropería y a disposición del padre del monasterio.
Nadie
que viva en el monasterio podrá recibir a alguien en el refectorio; pero le
enviará al portero de la hospedería para que sea recibido por los que están
encargados de ese oficio.
Cuando
lleguen personas a la puerta del monasterio, si se trata de clérigos o de
monjes, serán recibidos con muestras del más grande honor. Se les lavará los
pies, según el precepto evangélico (Jn 13) y se los conducirá a la
hospedería donde se les suministrará todo lo que conviene al uso de monjes.
Si, en el momento de la oración o de la sinaxis, desearan participar en la
reunión de los hermanos, si pertenecen a la misma fe, el portero o el servidor
de la hospedería lo advertirá al padre del monasterio; seguidamente podrán
ser conducidos a la oración.
Si
son seglares, enfermos o personas más frágiles (1 P 3,17), nos referimos a las
mujeres, los que se presentan a la puerta, se los recibirá en lugares
diferentes, según su sexo y las directivas del prepósito. Sobre todo las
mujeres serán tratadas con mayor respeto, atención y temor de Dios. Se les
dará alojamiento totalmente separado de los hombres, a fin de no suscitar malos
propósitos. Y aún si llegaran por la tarde, estaría mal el despedirlas. En
este caso se las recibirá en el alojamiento separado y cerrado de que hemos
hablado, con toda la disciplina y todas las precauciones requeridas para que la
multitud de los hermanos se puedan ocupar libremente en sus trabajos y no se dé
motivo para que nadie sea denigrado.
Si
alguno se presenta a la puerta del monasterio, pidiendo ver a su hermano o a un
pariente, el portero avisará al padre del monasterio, éste llamará al jefe de
la casa y le preguntará si el hermano pertenece a ella, y, con su permiso, el
hermano recibirá para esta circunstancia un compañero seguro y lo enviará a
ver a su hermano o pariente. Si por casualidad éste le ha llevado algunos
alimentos de los que está permitido comer en el monasterio, no podrá
recibirlos directamente sino que llamará al portero que recibirá el regalo. Si
se trata de cosas para comer con pan, no se darán a aquel a quien son
ofrecidas, sino que serán para la enfermería. Pero si se tratara de golosinas
o frutas, se las dará el portero para que pueda comerlas y el resto lo llevará
a la enfermería. El portero no podrá comer nada de lo que se ha recibido.
Retribuirá al donante con coles, panes o un poco de legumbres.
Aquel
a quien hayan regalado los alimentos de que hemos hablado, los que son traídos
por parientes o allegados y que se comen con pan, será llevado por su
prepósito a la enfermería y allí comerá de ellos una sola vez. Lo que quede
estará a disposición del servidor de los enfermos, pero no para sus
necesidades personales.
Cuando
avisen que está enfermo uno de los parientes o allegados de los hermanos que
allí viven, el portero avisará primero al padre del monasterio. Este llamará
al prepósito de la casa a que pertenece el hermano, lo interrogará, y juntos
pensarán en un hombre de confianza y observancia a toda prueba y lo enviarán
con el hermano a visitar al enfermo. (Para el viaje) llevarán la cantidad de
víveres que haya dispuesto el jefe de la casa. Si la necesidad los obliga a
permanecer más tiempo (de lo previsto) fuera del monasterio y a comer con sus
padres y parientes, no consentirán en ello, antes bien, irán a una iglesia o
monasterio de la misma fe. Si los parientes o conocidos les preparan u ofrecen
alimentos, no los aceptarán o comerán a menos que sean los mismos que se comen
habitualmente en el monasterio. No probarán salmuera, ni vino, ni otra cosa
fuera de las que están habituados a comer en el monasterio. Cuando hayan
aceptado alguna cosa de sus parientes, comerán sólo lo suficiente para el
viaje, el resto lo darán a su jefe de casa que lo llevará a la enfermería.
Si
muere el padre o el hermano de alguno, este no podrá asistir a las exequias a
menos que el padre del monasterio se lo permita.
Nadie
será enviado solo para tratar un asunto fuera del monasterio, sino que se le
dará un compañero.
Y
al regresar al monasterio, si encuentran delante de la puerta a alguno que pide
ver a alguien del monasterio conocido suyo, no se permitirán ir en su busca,
comunicárselo o llamarlo. Y no podrán contar nada en el monasterio de lo que
hayan hecho o visto en el exterior.
Cuando
se dé la señal de salir a trabajar, el jefe de la casa marchará delante de
los hermanos y ninguno se quedará en el monasterio sin que el padre del
monasterio se lo haya prescripto. Los que salen para el trabajo no preguntarán
a dónde van.
Cuando
se reúnan todas las casas, el jefe de la primera marchará delante de todos y
los demás según el orden de las casas y de los individuos. No hablarán, sino
que cada uno meditará luego algún pasaje de la Escritura. Si ocurre que
alguien, al encontrarse con los hermanos desea hablar a uno, se adelantará el
portero del monasterio que está encargado de ese oficio y le responderá. De
él se servirán como intermediario. Si no estuviera allí el portero, el jefe
de la casa o algún otro que haya recibido orden para ello, responderá a los
que se encuentren con los hermanos.
Durante
el trabajo los hermanos no proferirán ninguna palabra mundana; meditarán en
las cosas santas o, al menos, guardarán silencio.
Que
nadie tome consigo su manto de lino para ir al trabajo, a menos que el superior
se lo haya permitido. En principio, nadie vestirá su manto cuando anda por el
monasterio después de la sinaxis.
Nadie
se sentará durante el trabajo sin orden del superior.
Si
los que guían a los hermanos por el camino tienen necesidad de enviar a alguien
para un negocio cualquiera, no lo podrán hacer sin orden del prepósito. Y si
el mismo que conduce a los hermanos se ve constreñido a ir a algún sitio,
confiará sus obligaciones al que, según el orden viene después de él.
Si
los hermanos enviados a trabajar en el exterior del monasterio deben comer fuera
de él, un semanero los acompañará para darles los alimentos que no necesitan
cocción y para distribuirles el agua, como se hace en el monasterio.
Nadie
podrá levantarse para sacar y beber agua.
Al
volver al monasterio (de sus trabajos) lo harán en el orden que les corresponde
a cada uno por su rango. Y al retornar a sus casas, los hermanos devolverán los
útiles, y su calzado al segundo después del jefe de la casa. Por la tarde
éste los llevará a una celda separada donde los guardará.
Al
terminar la semana, todos los útiles serán llevados y ordenados en una sola
casa para que los que toman su turno de semana sepan lo que suministrarán a
cada casa.
Ningún
monje lavará las túnicas y todo lo que compone su ajuar en otro día que no
sea el domingo, excepto los marinos y los panaderos.
No
se irá a lavar la ropa si no ha sido dada la orden para todos; seguirán a su
prepósito; el lavado se realizará en silencio y ordenadamente.
Al
lavar la ropa, nadie remangará sus vestidos más de lo permitido. Terminado el
lavado todos regresarán al mismo tiempo. Si alguno está ausente o en el
monasterio, dará aviso a su prepósito que enviará con él a otro hermano; una
vez que haya lavado sus vestidos, volverá a su casa.
Los
hermanos recogerán las túnicas a la tarde cuando ya estén secas, y las darán
al segundo (es decir, al que sigue en orden al prepósito), quien las remitirá
a la ropería. Pero si no están secas, se las tenderá al sol al día siguiente
hasta que lo estén. No se las dejará expuestas al rayo del sol más tarde de
la tercera hora. Después de haberlas recogido se las ablandará ligeramente. No
serán guardadas por los hermanos en sus celdas, las entregarán para que estén
ordenadas en la ropería hasta el sábado.
Nadie
tomará legumbres del jardín; las recibirán de manos del jardinero.
Nadie
recogerá por propia iniciativa las hojas de palmera que sirven para trenzar las
cestas; salvo el encargado de las palmeras.
Que
nadie coma uvas o espigas que no estén todavía maduras, esto por el cuidado de
conservar el buen orden en todas las cosas. Y en general, que nadie coma en
privado lo que encuentra en los campos o en los huertos, antes de que los
productos sean presentados a todos los hermanos juntos.
El
que cocina no comerá antes que los hermanos.
El
que tiene a su cuidado las palmeras, no comerá de sus frutos antes que los
hayan gustado los hermanos.
Los
que hayan recibido la orden de cosechar los frutos de las palmeras, recibirán,
cada uno de su prepósito, en el lugar mismo del trabajo, algunos frutos para
comer, y cuando hayan vuelto al monasterio, recibirán su parte como los demás.
Si
encuentran frutos caídos de los árboles no tendrán el descaro de comerlos, y
los que encuentren en el camino los colocarán al pie de los árboles. El que
distribuye los frutos a los trabajadores no podrá comer de ellos. Los llevará
al ecónomo que le dará su parte en el momento de la distribución a los demás
hermanos.
Nadie
almacenará comida en su celda, salvo lo que haya recibido del ecónomo.
Con
respecto a los panecillos que los jefes de casa reciben para darlos a los que no
quieren comer en el refectorio común con los hermanos, porque se entregan a una
abstinencia más austera, cuidarán los prepósitos de dárselos sin hacer
acepción de personas, ni aún con los que parten de viaje. No los colocarán en
un lugar común porque entonces cada uno podría servirse cuanto quisiere. Los
darán a cada hermano en su celda, respetando el orden y la periodicidad con que
quieren comer. Con estos panes, los hermanos no comerán otra cosa que sal.
Los
alimentos se cocinarán solamente en el monasterio y en la cocina. Si los
hermanos salen al exterior, es decir, si van a trabajar en los campos,
recibirán legumbres sazonadas con sal y vinagre. En verano estas legumbres
serán preparadas en cantidad abundante para que sea suficiente (alimento) en
los prolongados trabajos.
Nadie
tendrá en su casa o en su celda otra cosa que lo que prescribe en general la
regla del monasterio. Por lo tanto, los hermanos no tendrán ni túnica de lana,
ni manto, ni una piel más suave - la del cordero que todavía no haya sido
esquilado -, ni dinero, ni almohadas de pluma para la cabeza, ni otros efectos.
No tendrán sino lo que el padre del monasterio distribuye a los jefes de casa,
es decir, dos túnicas, más otra gastada por el uso, un manto suficientemente
amplio como para envolver el cuello y la espalda, una piel de cabra que se
prenda al costado, calzado, dos cogullas, y un bastón. Todo lo que encuentren
además de esto lo suprimirán sin protestar.
Nadie
tendrá a su uso particular una pincita para quitar de sus pies las espinas que
se clave al caminar. Ella está reservada a los jefes de casa y a sus segundos;
se la enganchará en la ventana sobre la que se colocan los libros.
Si
alguno pasa de una casa a otra, no podrá llevar consigo sino lo que más arriba
dijimos.
Nadie
podrá ir a los campos, circular por el monasterio o pasearse fuera de su
recinto sin haber pedido y obtenido el permiso del jefe de la casa.
Es
necesario cuidar que nadie lleve y traiga cuentos de una casa a otra, o de un
monasterio a otro, o del monasterio a los campos, o de los campos al monasterio.
Si
un hermano está de viaje, por tierra o por barco, o trabaja en el exterior, no
contará en el monasterio lo que haya visto hacer fuera de él.
Dormirán
siempre sobre la banqueta recibida para el caso, ya sea en la celda, sobre las
terrazas (donde se reposa de noche para evitar los grandes calores), o en los
campos.
Cuando
se hayan instalado para dormir no hablarán con nadie. Si después de estar
acostados se despiertan durante la noche y tienen sed, si es día de ayuno no se
permitirá beber.
Fuera
de la estera no se extenderá absolutamente nada sobre la banqueta.
Está
prohibido entrar en la celda del vecino sin haber golpeado primero a la puerta.
No
irán a comer sin haber sido convocados por la señal general. No se circulará
por el monasterio antes de que se haya dado la señal.
Que
nadie camine por el monasterio para ir a la sinaxis o al refectorio, sin su
cogulla y su piel de cabra.
No
se podrá ir a la tarde a untarse y suavizarse las manos después del trabajo
sin la compañía de un hermano. Nadie ungirá su cuerpo enteramente, salvo en
caso de enfermedad; ni se bañará o lavará completamente con agua sin estar
manifiestamente enfermo.
Nadie
podrá bañar o ungir a un hermano sin haber recibido orden para ello.
Que
nadie hable a su hermano en la oscuridad.
Que
nadie duerma con otro hermano sobre la misma estera.
Que
nadie retenga la mano de otro.
Cuando
los hermanos estén de pie, caminando, o sentados, habrá siempre entre ellos la
distancia de un codo.
Nadie
se permitirá sacar una espina del pie a otro, excepto el jefe de la casa, su
segundo, o aquel que haya recibido tal orden.
Nadie
se cortará el cabello sin orden del superior.
No
estará permitido intercambiarse las cosas que recibieron del prepósito. Que no
se acepte algo mejor a cambio de algo menos bueno. E inversamente, que no se dé
algo mejor a cambio de algo menos bueno. En lo que concierne a los vestidos y
los hábitos, no se procurarán nada que sea más nuevo que lo que poseen los
otros hermanos, por motivo de elegancia.
Todas
las pieles serán ajustadas y se prenderán en la espalda. Todas las cogullas de
los hermanos llevarán la marca del monasterio y la de su casa.
Que
nadie deje su libro abierto al ir a la iglesia o al refectorio.
Los
libros que a la tarde se vuelven a colocar bajo la ventana, es decir, en el
hueco del muro, estarán bajo la responsabilidad del segundo, que los contará y
guardará según la costumbre.
Nadie
irá a la sinaxis o al refectorio calzado o cubierto con su manto de lino, ya
sea en el monasterio o en los campos.
El
que dejare su ropa expuesta al sol más allá de la hora sexta en que los
hermanos son llamados al refectorio, será reprendido por su negligencia. Y si
alguno quebranta por desprecio una de las reglas mencionadas, será corregido
con un castigo proporcional.
Nadie
se permitirá ungir su calzado u ocuparse de cualquier objeto, a no ser el jefe
de la casa y el que haya recibido la carga de esta tarea.
Si
un hermano se ha hecho daño o se ha herido, pero no tiene necesidad de guardar
cama, si camina con dificultad y necesita algo - una prenda, un manto, u otra
cosa que le pueda ser útil -, su jefe de casa irá a los encargados de la
ropería y tomará lo necesario.
Cuando
el hermano se haya curado devolverá sin demora lo recibido.
Nadie
recibirá nada de otro hermano sin orden del prepósito.
Nadie
dormirá en una celda cerrada con llave, ni tendrá una celda en la que pueda
encerrarse con cerrojo, a menos que el padre del monasterio haya dado ese
permiso a un hermano en razón de su edad o de sus enfermedades.
Que
nadie vaya a la granja sin haber sido enviado, salvo los pastores, los boyeros o
los cultivadores.
Que
dos hermanos no monten juntos a un asno en pelo, ni se sienten sobre el pértigo
de un carro.
Si
alguien monta un asno sin estar enfermo, se apeará de él delante de la puerta
del monasterio, luego marchará delante de su asno teniendo las riendas en la
mano.
Sólo
los prepósitos irán a los diferentes talleres para recibir allí lo que les es
necesario. No podrán ir después de la hora sexta, en que los hermanos son
llamados al refectorio, a menos que haya necesidad urgente; en este caso, se
enviará un semanero al padre del monasterio para advertírselo y darle a
conocer lo que urge.
En
general, sin orden del superior, nadie se permitirá entrar en la celda de otro
hermano.
Nadie
reciba nada en préstamo, ni aún de su hermano según la carne.
Que
nadie coma cosa alguna dentro de su celda, ni siquiera una fruta habitual u
otros alimentos del mismo género, sin el permiso de su prepósito.
Si
el jefe de una casa está de viaje, otro prepósito, perteneciente a la misma
nación y a la misma tribu, llevará la carga del que se va. Usará de sus
poderes y se ocupará de todo con solicitud. En cuanto a la catequesis de los
dos días de ayuno, dará una en su casa, y la otra en la casa de aquel a quien
reemplaza.
Hablemos
ahora de los panaderos. Cuando viertan el agua en la harina y cuando amasen la
pasta, nadie hablará a su vecino. Por la mañana, cuando transporten los panes
sobre las planchas al horno y a los fogones, guardarán el mismo silencio y
cantarán salmos o pasajes de la Escritura hasta que hayan acabado su trabajo.
Si tienen necesidad de alguna cosa, no hablar n, sino que harán una señal a
los que pueden suministrarles aquello de que tienen necesidad.
Cuando
se dé a los hermanos la señal de amasar la pasta, nadie permanecerá en el
lugar donde se cocinan los panes. Fuera de aquellos que bastan para la cocción
y que han recibido orden de hacerla, nadie permanecerá en el lugar donde se
hornea.
En
lo que concierne a los barcos, la norma a seguir es la misma.
Sin
orden del padre del monasterio nadie soltará una embarcación de la orilla, ni
tan sólo un botecito. Que nadie duerma en la sentina ni en cualquier otro lugar
dentro de la barca; los hermanos reposarán sobre el puente. Y nadie tolerará
que los seglares duerman con los hermanos en la embarcación.
No
navegarán con ellos las mujeres, a menos que el padre del monasterio lo haya
permitido.
Nadie
se permitirá encender fuego en su casa sin que puedan hacerlo todos.
Tanto
el que llegare tarde, después de la primera de las seis oraciones de la tarde,
como el que hubiere cuchicheado con su vecino o reído a escondidas, hará
penitencia según la forma establecida, durante el resto de las oraciones.
Cuando
los hermanos estén sentados en sus casas, no les estará permitido decir
palabras mundanas. Y si el prepósito enseña alguna palabra de la Escritura, la
repetirán entre ellos cada uno a su turno, y se aprovecharán de lo que cada
uno haya aprendido y retenido de memoria.
Cuando
estén aprendiendo cualquier cosa de memoria, nadie trabajar , ni sacará agua,
ni trenzará cuerdas, hasta que el prepósito haya dado orden para ello.
Nadie
tomará por sí mismo los juncos puestos a remojar por los trabajadores, si el
servidor de semana no se los da.
El
que rompiera un vaso de arcilla o hubiera remojado tres veces los juncos, hará
penitencia durante las seis oraciones de la tarde.
Después
de las seis oraciones, cuando todos se separan para ir a dormir, nadie podrá
salir de su celda, salvo en caso de necesidad.
Cuando
un hermano se haya dormido en el Señor, la comunidad de los hermanos lo
acompañará. Nadie permanecerá en el monasterio sin orden del superior. Nadie
salmodiará si no se lo han mandado. Nadie agregará otro salmo al que acabó de
recitar, sin el consentimiento del superior.
En
caso de duelo, no se salmodiará de a dos; no se llevará el manto de lino.
Que
nunca se abstenga un hermano de responder al que salmodia, sino que todos los
hermanos estarán concordes en una misma postura y en una sola voz.
El
que se encuentre enfermo durante un entierro, será sostenido por un servidor.
En
general, a cualquier lado que los hermanos sean enviados, irán con ellos uno de
los servidores de semana para asistir a los enfermos, en el caso de que el mal
los sorprenda de viaje o en los campos.
Que
nadie marche delante del prepósito y del conductor de los hermanos.
Que
nadie se aparte de su fila. Si alguno pierde alguna cosa será castigado
públicamente delante del altar; si lo que perdió formaba parte de su ajuar,
estará tres semanas sin recibir lo que extravió, pero a la cuarta semana,
después de haber hecho penitencia, recibirá un efecto semejante al que
perdió.
El
que encuentre cualquier objeto, lo suspenderá durante tres días delante del
lugar donde los hermanos celebran la sinaxis, para que el que lo reconozca como
de su uso pueda tomarlo.
Los
jefes de las casas bastarán para reprender y exhortar sobre las materias que
hemos indicado y establecido. Pero si se encontraren delante de una falta que no
hubiéramos previsto, la referirán al padre del monasterio.
El
padre del monasterio es el único que podrá juzgar del asunto; y será su
decisión la que regirá todos los casos nuevos. (Traducción conjetural.)
Todo
castigo se cumplirá así: los que sufran una corrección estarán sin cinto y
permanecerán de pie durante la gran sinaxis y en el refectorio.
El
que haya abandonado la comunidad de los hermanos y luego haya regresado, no
volverá a su lugar, después de haber hecho penitencia, sin orden del superior.
Lo
mismo establecemos para el jefe de la casa y el ecónomo: si una noche salen a
dormir fuera, lejos de los hermanos, pero se arrepienten y vuelven a la asamblea
de ellos, no les estará permitido ni entrar en sus casas, ni ocupar sus lugares
sin que medie orden del superior.
Que
los hermanos sean seriamente constreñidos a repasar entre ellos todas las
enseñanzas que hayan escuchado en la reunión común, sobre todo en los días
de ayuno en que sus prepósitos dan la catequesis.
Al
recién llegado al monasterio se le enseñará primeramente lo que debe
observar; luego, cuando después de esta primera instrucción haya aceptado
todo, se le indicará que aprenda veinte salmos, o dos espístolas del Apóstol,
o una parte de otro libro de la Escritura.
Si
es analfabeto, irá, a la primera, a la tercera y a la sexta hora, a encontrarse
con aquel que puede enseñarle y que fue designado para ello. Se mantendrá de
pie delante de él y aprenderá con la más grande atención y gratitud.
Seguidamente se le escribirá las letras y las sílabas, los verbos y los
sustantivos, y se le forzará a leer aunque rehúse hacerlo.
En
general, nadie en el monasterio quedará sin aprender a leer y sin retener en su
memoria algo de las Escrituras, como mínimo el Nuevo Testamento y el Salterio.
Que
nadie encuentre pretextos para no ir a la sinaxis, a la salmodia o a la
oración.
No
dejarán pasar el tiempo de la oración y de la salmodia cuando, por cualquier
asunto, se hallen nevegando o en el monasterio, en los campos o de camino.
Hablemos
finalmente del monasterio de vírgenes.
Que
nadie vaya a visitarlas, a menos que tenga allí a su madre, a una hermana, a
una hija, parientes o primas o a la madre de sus hijos.
Si
es necesario que aquellos que no han renunciado al mundo ni ingresado al
monasterio vean a las vírgenes, necesidad ésta causada por la muerte del padre
(a cuya herencia ellas tienen derecho), o bien por otro motivo incontestable, se
enviará con los visitantes a un hombre de edad y de virtud probada. Juntos las
verán y regresarán.
Por
tanto, que nadie vaya a ver a las vírgenes, excepto aquellos de que hemos
hablado más arriba. Y cuando vayan a visitarlas, lo harán saber primeramente
al padre del monasterio, éste los enviará a los ancianos que han recibido el
ministerio de las vírgenes. Los ancianos irán con ellos a visitar a las
vírgenes que tienen necesidad de ver, con toda la disciplina que exige el temor
de Dios. Cuando las vean no hablarán de cosas seculares.
Cualquiera
que quebrante una de estas disposiciones, hará penitencia pública sin demora
alguna, en razón de su negligencia y menosprecio, para poder entrar en
posesión del reino de los cielos.
Fin
de la primera parte
Prescripciones
e Instituciones de nuestro Padre Pacomio, Hombre de Dios, que Funda desde sus
origenes la Santa Comunidad de Vida, según el Mandato de Dios
Cómo
se debe celebrar la sinaxis y reunir a los hermanos para escuchar la palabra de
Dios, según los preceptos de los ancianos y la doctrina de las Sagradas
Escrituras.
Los
hermanos deben ser liberados de los errores de sus almas y glorificar a Dios en
la luz de los vivientes (sal 55). Es necesario que sepan cómo deben vivir en la
casa de Dios, sin caídas ni escándalos. No debe embriagarlos ninguna pasión,
por el contrario, han de permanecer en las normas de la verdad, fieles a las
tradiciones de los apóstoles y de los profetas. Observen las reglas de las
solemnidades, tomando por modelo de la casa de Dios la sociedad de los
apóstoles y de los profetas, celebrando los ayunos y las oraciones habituales.
En efecto, los que desempeñan bien el servicio siguen la regla de la
Escrituras.
He
aquí el servicio que deben prestar los ministros de la Iglesia.
Congreguen
a los hermanos a la hora de la oración, y hagan todo lo que las reglas prevén.
De este modo, no darán ninguna ocasión de recriminación y no permitirán a
nadie que se comporte de manera contraria al ceremonial.
Si
se les pide un libro, lo darán.
Si,
a la tarde, alguno llega de afuera y no se presenta para recibir el trabajo que
deberá hacer al día siguiente, que se lo asignen por la mañana.
Cuando
se termine la tarea asignada se advertirá al superior y seguidamente se hará
lo que determine.
Cuide
el ecónomo de que no se pierda ningún objeto en el monasterio, en ninguno de
los oficios que ejercen los hermanos. Si se pierde o se destruye algo por
negligencia, el padre del monasterio reprenderá al responsable de ese servicio,
quien a su vez, reprenderá a aquel que perdió el objeto en cuestión, pero
esto solamente por voluntad y determinación del superior, porque sin su orden,
nadie tendrá la potestad de reprender a un hermano.
Si
se encuentra un vestido expuesto al sol durante tres días, el que tiene a su
uso esa prenda será reprendido, hará penitencia pública en la sinaxis y
permanecerá de pie en el refectorio.
(...)
Si alguien pierde una piel de cabra, o calzado, o un cinto, u otro efecto, será
reprendido.
Si
alguno tomó un objeto que no está a su uso, se lo pondrán sobre la espalda,
hará penitencia públicamente en la sinaxis y permanecerá de pie en el
refectorio.
Si
se encuentra a alguno que está haciendo cualquier cosa con murmuración o se
opone a la orden del superior, será reprendido según la medida de su pecado.
Si
se constata que un hermano miente u odia a alguien, o se comprueba que es
desobediente, que se entrega a las chanzas más de lo conveniente, que es
perezoso, que tiene palabras duras o el hábito de murmurar de sus hermanos o de
los extraños - cosas todas absolutamente contrarias a la regla de las
Escrituras y a la disciplina monástica -, el padre del monasterio lo juzgará y
castigará según la gravedad y la índole del pecado que ha cometido.
Cuando
se haya perdido un objeto en el camino, en los campos o en el monasterio, el
jefe de la casa será responsable de la falta y sometido a reprimenda si durante
tres días no lo advirtió al padre del monasterio. Hará pública penitencia
según la forma establecida.
Si
un hermano huye y su prepósito no avisa al padre del monasterio sino después
de tres horas, se considerará al prepósito como culpable de su pérdida, a
menos que lo encuentre. Este será el castigo que sufrirá el que haya perdido a
uno de los hermanos de su casa: durante tres días hará penitencia
públicamente. Pero si previno al padre del monasterio en cuanto se fugó el
hermano, no será responsable de ello.
Si
un prepósito, habiendo constatado una falta en su casa, no amonestó al
culpable y no se lo advirtió al padre del monasterio, será sometido él mismo
a la reprimenda prevista.
Por
la tarde, en cada casa se rezarán las seis oraciones y los seis salmos, según
el rito de la gran sinaxis que todos los hermanos celebran en común.
Los
prepósitos darán dos conferencias cada semana.
Que
nadie en la casa haga cosa alguna sin orden del prepósito.
Si
todos los hermanos de una misma casa constatan que su prepósito es muy
negligente, que reprende a los hermanos con dureza, excediendo la medida
observada en el monasterio, lo dirán al padre del monasterio que lo
reprenderá.
En
principio, el prepósito no hará sino lo que el padre del monasterio ha
ordenado, sobre todo en el dominio de las innovaciones, porque, para los asuntos
habituales, se atendrá a las reglas del monasterio.
Que
el prepósito no se embriague (Ef 5,18).
Que
no se siente en los lugares más humildes, cerca de donde se ponen los útiles
del monasterio.
Que
no rompa los vínculos que Dios creó en el cielo para que sean respetados sobre
la tierra.
Que
no esté lúgubre en la fiesta del Señor que salva.
Que
domine su carne según la norma de los santos (Rom 8,13).
Que
no se lo encuentre en los asientos más honorables, como es habitual entre los
gentiles (Lc 14,8).
Que
su fe sea sin doblez.
Que
no siga los pensamientos de su corazón sino la ley de Dios.
Que
no se oponga a las autoridades superiores con espíritu orgulloso (Rom 13,2).
No
se encolerice ni se impaciente con los que son más débiles.
Que
no traspase los límites (Det 27,17).
Que
no alimente en su espíritu pensamientos dolosos.
Que
no descuide el pecado de su alma.
Que
no se deje vencer por la lujuria de la carne (Gal 5,19).
Que
no camine en la desidia.
Que
no se apresure a pronunciar palabras ociosas (Mt 12,36).
Que
no ponga lazos a los pies del ciego (Lev 19,14).
Que
no enseñe a su alma la voluptuosidad.
Que
no se deje disipar por la risa de los tontos o por las chanzas.
Que
no deje que se adueñen de su corazón los que profieren palabras lisonjeras y
almibaradas.
Que
no se deje ganar por regalos (ex 23,8).
Que
no se deje seducir por la palabra de los niños.
Que
no se aflija en la prueba (2 Cor 4,8).
Que
no tema la muerte, sino a Dios (Mt 10,28).
Que
el temor de un peligro inminente no le haga pecar.
Que
no abandone la verdadera luz por un poco de comida.
Que
no sea vacilante ni indeciso en sus acciones.
Que
no sea versátil en su lenguaje; que sus decisiones sean firmes y fundadas; que
sea justo, circunspecto, que juzgue según la verdad sin buscar su gloria, que
se muestre delante de Dios y de los hombres tal como es, alejado de todo fraude.
Que
no ignore la conducta de los santos y no sea como ciego ante la ciencia de
ellos.
Que
a nadie dañe por orgullo.
Que
no se deje arrastrar por la concupiscencia de los ojos.
Que
no lo domine el ardor de los vicios.
Que
nunca siga de largo ante la verdad.
Que
odie la injusticia.
Que
no haga acepción de personas en sus juicios, por causa de los regalos que le
pudieren dar.
Que
no condene por orgullo a un inocente.
Que
no se divierta con los niños.
Que
no abandone la verdad bajo el imperio del temor.
Que
no coma el pan que haya obtenido por engaño.
Que
no codicie la tierra ajena.
Que
no ejerza presión sobre un alma para despojar a otras.
Que
no mire por encima del hombro al que tiene necesidad de misericordia.
Que
no dé falso testimonio, seducido por la ganancia (Ex 20,16).
Que
no mienta por orgullo.
Que
no sostenga nada que sea contrario a la verdad por exaltación de su corazón.
Que
no abandone la justicia por cansancio, que no pierda su alma por respeto humano.
Que
no fije su atención en los manjares de una mesa suntuosa (Eclo 40,29).
Que
no desee hermosos vestidos.
Que
no descuide el consultar a los ancianos para poder discernir siempre sus
pensamientos.
Que
no se embriague con vino, que junte la humildad con la verdad.
Que
cuando juzgue siga los preceptos de los ancianos y la ley de Dios, predicada en
el mundo entero.
Si
el jefe de casa viola uno de estos preceptos, se usará con él la medida que
él usó (Mt 7,2) y será retribuido según sus obras, porque cometió adulterio
con el leño y con la piedra (Jn 3,9), porque el fulgor del oro y el brillo de
la plata lo hicieron abandonar su deber de administrar justicia, y el deseo de
una ganancia temporal lo hizo caer en la trampa de los impíos.
Que
a tal hombre le alcance el castigo de Helí y de su descendencia (Samuel 4,8),
la maldición que Doeg (Sal 51) imploró contra David; que lleve el signo con el
que fue marcado Caín (Gén 4,15), que tenga por sepultura lo que es digna de un
asno, como dice Jeremías (22,19), que por perdición merezca la de los
pecadores a los que, abriéndose, tragó la tierra; que se quiebre como cántaro
en la fuente de aguas (Ecle 12,6), que sea golpeado como las arenas de la costa
batidas por la olas salobres, que se parta como el cetro dominador del que habla
Isaías (14,5) y que quede ciego, obligado a tantear las paredes con la mano (Is
59,10).
Que
todas estas calamidades le sobrevengan si no observa la verdad en sus juicios y
obra con iniquidad en todo aquello que constituye la carga que recibió.
Fin
de la segunda parte
Prescripciones
y Sentencias también de nuestro Padre Pacomio
La
plenitud de la ley es la caridad; para nosotros que sabemos en qué tiempos
vivimos, es la hora de arrancarnos del sueño; la salud está mucho más cerca
de nosotros que cuando comenzamos a creer. La noche está avanzada, el día,
próximo, despojémonos de las obras de las tinieblas (Rom 13,10-20) que son las
discusiones, las murmuraciones, los odios y la soberbia que infla el corazón (Gal
5,20).
Si
un hermano, rápido para difamar y decir lo que no es verdad es sorprendido en
flagrante delito, se lo advertirá dos veces. Si rehúsa con menosprecio
escuchar las observaciones, será separado de la comunidad de los hermanos
durante siete días y no tendrá más comida que pan y agua hasta que se
comprometa formalmente a abandonar su vicio y lo pruebe (por su conducta),
entonces se lo perdonará.
Si
un hermano colérico y violento se enoja a menudo sin motivo y por cosas sin
importancia alguna, será reprendido seis veces. A la séptima se le mandará
levantarse del lugar en que se sienta y se lo instalará entre los últimos.
Así aprenderá a purificarse de este desorden del alma. Cuando pueda presentar
tres testigos seguros que prometan en su nombre que no volverá a hacer nada
parecido, recobrará su puesto. Pero si persevera en el vicio, que permanezca
entre los últimos. Entonces habrá perdido su rango anterior.
Aquel
que desee imputar algo falso a otro para oprimir a un inocente, recibirá tres
advertencias, después será considerado culpable de pecado, ya esté entre los
más encumbrados o entre los más humildes.
El
que tenga el detestable vicio de engañar a sus hermanos con la palabra y de
pervertir a las almas simples, será advertido tres veces; si da pruebas de
menosprecio, obstinándose y perseverando en la dureza de su corazón, se lo
pondrá aparte fuera del monasterio y se lo vapuleará con varas delante de la
puerta. Después se le llevará por comida, tan sólo pan y agua, hasta que se
purifique de sus manchas.
Si
un hermano tiene el hábito de murmurar o de lamentarse, con el pretexto de que
está agobiado bajo el peso de una pesada carga, se le mostrará hasta cinco
veces que murmura sin razón y se le hará ver claramente la realidad. Si
después de esto desobedece, y si se trata de un adulto, se lo considerará
enfermo y se lo instalará en la enfermería, allí comerá como un desocupado
hasta que vuelva a la realidad.
Pero
si sus lamentos son justificados y ha sido oprimido con maldad por un superior,
éste, que lo ha inducido a pecar, será sometido al mismo castigo.
Si
alguno es desobediente, porfiado, contradictor o mentiroso, si es un adulto,
será advertido diez veces que se deshaga de sus vicios. Si no quiere escuchar,
será reprendido según las reglas del monasterio. Pero si cae en sus pecados
por la falta de otro y si esto es debidamente comprobado, el culpable será el
que fue causa del pecado de su hermano.
Si
un hermano está aficionado a reír o a jugar libremente con los niños; si
mantiene amistad con los más jóvenes, será advertido tres veces que debe
romper esos lazos y recordar el decoro y el temor de Dios. Si no abandona tal
comportamiento, se lo corregirá como merece, con el más severo castigo.
Los
que menosprecian los preceptos de los ancianos y las reglas del monasterio (que
han sido establecidas por orden de Dios), y los que hacen poco caso de los
avisos de los ancianos, serán castigados según la forma establecida hasta que
se corrijan.
Si
el que juzga respecto de todos los pecados, abandona la verdad con perversidad
de espíritu o por negligencia, veinte, diez o aún cinco hombres santos y
temerosos de Dios, acreditados por el testimonio de todos los hermanos, se
sentarán para juzgarlo y lo degradarán; le asignarán el último lugar hasta
que se enmiende.
El
que inquieta el corazón de los hermanos y tiene palabra pronta para sembrar
discordias y querellas, será advertido diez veces, si no se enmienda será
castigado según la regla del monasterio hasta que se corrija.
Si
un superior o un prepósito, viendo a uno de sus hermanos en la prueba, rehúsa
buscar la causa y lo menosprecia, los jueces susodichos pondrán en claro el
asunto entre el hermano y el prepósito. Si descubren que el hermano ha sido
oprimido por la negligencia o la soberbia del prepósito y que éste toma sus
decisiones no según la verdad sino según las personas, lo degradarán de su
rango por no haber tenido en cuenta la verdad sino las personas y por haberse
hecho esclavo de la vileza de su corazón antes que del juicio de Dios.
Si
alguien prometió guardar las reglas del monasterio, comenzó a practicarlas y
después las abandonó para volver enseguida a ellas, arrepentido, pretextando
que la debilidad de su cuerpo le impidió cumplir lo que había prometido, se lo
colocará entre los hermanos enfermos, hasta que cumpla lo que prometió,
después de haber hecho penitencia.
Si,
en la casa, los niños se entregan a los juegos y a la ociosidad sin que los
castigos puedan corregirlos, el prepósito mismo deberá amonestarlos y
castigarlos durante treinta días. Si constata que perseveran en sus malas
disposiciones y descubre en ellos algún pecado pero no previene al padre del
monasterio, él mismo, en su lugar, será sometido a un castigo proporcional al
pecado que descubrió.
El
que juzga injustamente será castigado por los otros a causa de su injusticia.
Si
uno, dos o tres hermanos han sido escandalizados por alguna cosa y dejan su casa
pero vuelven después en seguida, se indagará qué los ha escandalizado y
cuando se haya descubierto al culpable se lo corregirá según las reglas del
monasterio.
El
que se hace cómplice de los que pecan y defiende a un hermano que ha cometido
cualquier falta, será maldecido por Dios y por los hombres y castigado con una
corrección severísima. Si se ha dejado sorprender por ignorancia sin pensar
que obraba de veras de ese modo, será perdonado.
En
principio, todos los que pecan por ignorancia obtendrán fácilmente el perdón,
pero el que peca con conocimiento de causa será sometido a un castigo
proporcional a su acción.
Fin
de la tercera parte
Prescripciones
y Leyes de nuestro Padre Pacomio concernientes a las seis Oraciones de la tarde
y a la Sinaxis de seis Oraciones que se celebra en cada casa
El
jefe de la casa y su segundo deberán tejer veinticinco brazadas de hojas de
palmera para que todos los demás ajusten sus trabajos sobre sus ejemplos. Si
ellos están ausentes en ese momento, el que los reemplace se aplicará a
cumplir esta medida de trabajo.
Que
los hermanos vayan a la sinaxis después de haber sido convocados; antes de la
señal, nadie saldrá de su celda. Si alguno trasgrede estas prescripciones
recibirá la reprimenda habitual.
Que
no se fuerce a los hermanos a trabajar más; que una tarea justamente medida
estimule a todos en el trabajo; y la paz y la concordia reine entre ellos; que
se sometan de buen grado a los superiores ya estén sentados, caminando o de pie
en sus lugares y, juntos, rivalicen en la humildad.
En
presencia de cualquier pecado los padres de los monasterios podrán y deberán
reprenderlo y fijar la corrección que merezca.
El
jefe de la casa y su segundo solamente tendrán el derecho de obligar a los
hermanos a someterse a la penitencia (por los pecados particulares), en la
sinaxis de la casa, y en la gran sinaxis, es decir la que celebran todos los
hermanos.
Si
un prepósito ha partido de viaje, su segundo ocupará su lugar para recibir las
penitencias de los hermanos como para todo lo que es necesario en la casa.
Si
en ausencia del prepósito y de su segundo alguno va a otra casa, a lo de un
hermano de otra casa, para pedir que se le preste un libro o cualquier otro
objeto, y si tal cosa se prueba, será reprendido según la regla del
monasterio.
El
que quiera vivir sin tacha y sin menosprecio en la casa que se le ha asignado,
deberá observar delante de Dios todo lo prescrito.
Cuando
el jefe de la casa esté ocupado, el segundo proveerá a todo lo que es
necesario en el monasterio y en los campos.
La
alegría suprema es celebrar las seis oraciones de la tarde sobre el modelo de
la gran sinaxis que reúne a todos los hermanos al mismo tiempo; se la celebra
con tanta facilidad que los hermanos no encuentran en ello nada penoso ni
experimentan ningún disgusto.
Si
alguno ha soportado el calor y llega del exterior en el momento en que los otros
hermanos celebran las oraciones, no será obligado a asistir si su estado no se
lo permite.
Cuando
los jefes de casa instruyan a los hermanos sobre la manera de llevar la santa
vida (en la comunidad), nadie se abstendrá de asistir sin tener una razón muy
grave.
Los
ancianos que son mandados al exterior con los hermanos tendrán, durante el
tiempo que pasen fuera, los poderes de los prepósitos y determinarán todas las
cosas por propia iniciativa. Darán la catequesis a los hermanos todos los días
fijados, y si sucede que nace alguna rivalidad entre ellos, les competirá a los
ancianos escuchar y juzgar sobre el asunto; reprenderán al culpable de la falta
y al recibir sus órdenes los hermanos se darán al punto la paz, de todo
corazón.
Si
uno de los hermanos experimenta rencor contra su jefe de casa, o el mismo
prepósito tiene alguna queja contra un hermano, aquellos hermanos de
observancia y fe sólidas deberán escucharlos y juzgar sobre sus asuntos; si el
padre del monasterio está ausente y si ha salido por poco tiempo, lo esperar n,
pero si ven que su ausencia se prolonga por más tiempo, entonces oirán al
prepósito y al hermano, por temor de que una larga espera del fallo sea causa
de un más profundo rencor. Que el prepósito y el hermano, como quienes los
escuchan, obren en todo según el temor de Dios y no den ocasión a la
discordia.
A
propósito de los vestidos. Si alguno tiene más ropa de lo que la regla
autoriza, la remitirá al que la guarda en la ropería sin esperar la
advertencia del superior y no podrá entrar para pedirla porque esas prendas
estarán a disposición del prepósito y de su segundo.
Fin
de la cuarta y última parte.
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