XIII CONFERENCIA
SE DEBEN SOPORTAR LAS TENTACIONES SIN TURBACIÓN Y CON ACCIÓN DE GRACIAS
138. Como ha dicho muy bien abba Poimén, el verdadero monje se da a conocer en las tentaciones. Como dice la Sabiduría, el monje que se compromete a servir a Dios debe prepararse para las tentaciones (Ecle 2, 1), a fin de que no se sorprenda ni perturbe por lo que pueda acontecerle, creyendo firmemente que todo aquello que le sucede responde a la Providencia de Dios. Y donde se encuentra la Providencia de Dios, todo lo que llega es necesariamente bueno y de provecho para el alma. Todo lo que Dios hace con nosotros lo hace para nuestro crecimiento, con amor y bondad para con nosotros. De esta manera, como dice el Apóstol: En todas las cosas debemos dar gracias (1 Ts 5, 18) por su bondad, y no descorazonarnos nunca ni desfallecer por lo que nos suceda, sino recibir sin perturbarnos todos los acontecimientos, con humildad y confianza en Dios, seguros, tal como he dicho, de que todo lo que Dios permite lo hace para nuestro bien, por amor a nosotros, y sea lo que fuere está bien hecho. Y las cosas nunca están bien hechas sino cuando Dios en su misericordia dispone de ellas.
139. Si una persona tiene un amigo y sabe que lo estima, seguramente si sufre algo de parte de él, aunque sea algo muy penoso, estar seguro de que lo hace porque lo quiere y no llegar a pensar nunca que se lo hace para dañarlo. ¡Cuánto más debemos considerar que todo lo que hace Dios, nuestro Creador, que nos sacó de la nada para darnos el ser, que se hizo hombre y murió por nosotros, lo hace por amor y para nuestro bien! Porque en lo que se refiere a un amigo, si bien puedo pensar que actúa con la intención de hacerme un bien, no necesariamente ha de tener suficiente inteligencia para ocuparse de mis intereses y de ese modo, aun sin quererlo, puede hacerme daño. Pero de Dios no podemos decir lo mismo, ya que él es la fuente de la sabiduría. El sabe todo lo que nos es provechoso, y en vista de eso regula todos nuestros acontecimientos, hasta el más mínimo. Respecto de un amigo, también podemos decir: me ama y quiere mi bien; es bien inteligente como para ocuparse de mis intereses, pero no tiene la fuerza necesaria para ayudarme en lo que él cree que puede. Pero eso tampoco podríamos decirlo de Dios, ya que todo le es posible y para él no hay nada imposible.
De este modo, sabemos que Dios ama a su creatura y quiere para ella lo que es bueno; El es también la fuente de la sabiduría y sabe cómo arreglar nuestras actividades; nada le es imposible porque todas las cosas están sometidas a su voluntad. Sabiendo entonces que todo lo que hace lo hace para nuestro provecho, debemos recibirlo como he dicho, con acción de gracias, como proveniente de un Maestro generoso y bueno, aunque sea algo penoso. Todo proviene de su justo juicio y Dios, que es tan misericordioso, no mira con indiferencia las penas que nos puedan sobrevenir.
140. Frecuentemente nos hacemos la siguiente pregunta: si en las adversidades el sufrimiento nos conduce a pecar, ¿cómo podremos decir que son para nuestro bien? Pues pecamos, en ese caso, cuando nos falta resignación y no queremos soportar lo más mínimo ni sufrir nada que nos contraríe. Porque en efecto, Dios no permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas, tal como dice el Apóstol: Dios es fiel y no permitir que seáis tentados más allá de lo que podáis soportar (1 Co 10, 13). Somos nosotros los que no tenemos paciencia, y no queremos sufrir un poco ni soportar lo que se nos manda con humildad. De esta manera las tentaciones nos quebrantar y cuanto más nos esforzamos por escapar de ellas, más nos abaten nos descorazonan, sin por eso poder librarnos de las mismas.
Los que nadan en el mar y conocen el arte de la natación, se sumergen cuando les llega la ola, y la pasan por debajo, hasta que se aleja. Después siguen nadando sin dificultad. Si quisieran enfrentar la ola, los chocaría y los llevaría a buena distancia. Al volver a nadar les viene otra ola y si se resisten nuevamente, otra vez serán llevados lejos y sólo lograrán fatigarse sin avanzar. En cambio si se sumergen bajo la ola, si se agachan por debajo de ella, la ola pasar sin arrastrarlos; podrán seguir nadando cuanto quieran y lograr la meta que quieren alcanzar. Lo mismo sucede con las tentaciones. Soportadas con humildad y paciencia, pasan sin hacer daño. Pero si insistimos en afligirnos, en alterarnos, en acusar a todo el mundo, sufrimos nosotros mismos, la tentación se transforma en insoportable, y finalmente no sólo no nos resulta de provecho, sino que nos hace daño.
141. Las tentaciones son muy provechosas para quien las soporta sin atormentarse. Incluso si es una pasión la que nos aflige, no debemos perturbarnos por ello. Si nos perturbamos se debe a nuestra ignorancia y a nuestro orgullo, lo cual es debido al desconocimiento del estado de nuestra alma, y al querer huir del sufrimiento. Como dicen los Padres: "Si no progresamos, se debe a que ignoramos nuestros límites, a que no tenemos constancia en las obras que comenzamos y a que queremos alcanzar la virtud sin ningún esfuerzo". ¿A qué se debe que el que está preso de una pasión se asombre de ser atormentado por ella? ¿Por qué se atormenta por un lado, mientras que por el otro la pone en práctica? ¿La tienes y te escandalizas? La tienes dentro y te dices: "¿Por qué me atormenta?". Mejor sopórtala, cómbatela e invoca a Dios. Es imposible no sufrir los efectos de una pasión cuando se ha llegado a ponerla en práctica. Abba Sisoes decía: "Los instrumentos de las pasiones están dentro tuyo. Devuélveles lo que les pertenece y se irán". Por "instrumentos" entendía sus causas. En tanto que las amamos y nos valemos de ellas es imposible que no seamos víctimas de pensamientos apasionados, que llegan incluso a violentar nuestra voluntad para poner en práctica la pasión, puesto que voluntariamente nos hemos entregado en sus manos.
142. Esto es lo que dice el Profeta acerca de Efraín, quien ha maltratado a su adversario, es decir a su conciencia, y ha pisoteado el juicio (Os 5, 11). Buscó a Egipto, dice, y ha sido llevado a la fuerza por los asirios (cf Os 7, 11). Por Egipto los Padres entienden el deseo carnal, que nos inclina a complacer al cuerpo y vuelve sensual al espíritu; y por asirios, los pensamientos apasionados, que ensucian y entenebrecen el espíritu, lo llenan de imágenes impuras y lo fuerzan contra su voluntad a cometer el pecado. Cuando uno se entrega deliberadamente a los placeres del cuerpo, ser necesariamente llevado a la fuerza por los asirios, aunque él no lo quiera, para servir a Nabucodonosor. Sabiendo eso, el Profeta desfallecía y decía: No vayáis a Egipto (Jr 42, 19). ¿Qué es lo que hacen, desdichados? ¡Humíllense un poco, doblen la cerviz, trabajen por el rey de Babilonia y permanezcan en la tierra de sus padres! Después los alentaba diciendo: No temáis al rey de Babilonia porque Dios está con nosotros para librarnos de sus manos (Jr 42, 11). Luego les anunciaba el mal que les llegaría si no obedecían a Dios: Si vais a Egipto será un callejón sin salida, seréis reducidos a esclavitud y objeto de maldiciones y ultrajes (cf. Jr 42,15-18). Pero ellos le respondieron: No nos quedaremos en este país. Iremos a Egipto, donde no habrá guerra, no oiremos más el sonido de la trompeta y no pasaremos más hambre (cf. Jr 42,13-14). Se fueron entonces a servir voluntariamente al Faraón, pero en seguida fueron llevado por la fuerza hacia Asiria, y pasaron a ser, a pesar suyo, sus esclavos.
143. Presten atención a estas palabras. Aquel que no ha puesto en práctica una pasión, aunque los pensamientos le hagan la guerra, se encuentra todavía en su propia ciudad, es libre y tiene a Dios para que lo ayude. Si se humilla ante Él y sobrelleva con acción de gracia el peso de la gravosa tentación, luchando un poco, el auxilio de Dios lo salvará. Pero si por el contrario rehuye la pena y se deja llevar por el placer del cuerpo, ser llevado necesariamente por la fuerza al país de los asirios para servirlos, muy a pesar suyo.
Pero el Profeta dice también a los israelitas: Orad por la vida de Nabucodonosor, pues de su vida depende vuestra salvación (Ba 1,11-22). Nabucodonosor simboliza el no desfallecer ante la prueba de la tentación que sobreviene, ni rebelarse contra ella, sino soportarla humildemente sobrellevarla como una cosa merecida, creer que no se es digno de ser liberado de ese fardo, sino más bien de que la tentación se prolongue y se haga más fuerte, con la certeza de que si bien se desconoce la causa por el momento, nada desubicado ni injusto puede provenir de Dios. Así pensaba el hermano que se afligía y lloraba porque Dios le había quitado la tentación: "Señor, decía, ¿acaso no soy digno de sufrir un poco?". También se relata que el discípulo de un gran anciano fue tentado un día de fornicar. El anciano al verlo apenado le dijo: "¿Quieres que le pida a Dios que te alivie de este combate?". Pero el discípulo le respondió: "Si tengo que sufrir una pena, Padre, veo el fruto de ella en mí. Pídele más bien a Dios que me dé paciencia".
144. ¡Estos son los que realmente desean ser salvados! Y esto es llevar con humildad el yugo y orar por la vida de Nabucodonosor. El Profeta dice: Porque de su vida depende vuestra salvación. Quien dice como ese hermano: "Veo en mí el fruto de mi pena", equivale a decir: De su vida depende mi salvación. Esto se lo muestra el anciano cuando le responde al hermano: "Hoy sé que estás en el camino del crecimiento y que me superas".
Porque verdaderamente, si uno combate por no cometer pecado y se pone a luchar contra los mismos pensamientos apasionados que le vienen al alma, y es humillado y quebrantado por la lucha, poco a poco, el sufrimiento de los combates lo va purificando y lo lleva al estado natural. Tal como hemos dicho, perturbarse cuando se combate una pasión es fruto de la ignorancia y del orgullo. Más bien debemos reconocer nuestros limites humildemente, y esperar en la oración que Dios tenga misericordia. Porque el que no es tentado y desconoce el tormento de las pasiones, no lucha y no puede ser purificado. Respecto de ello dice el Salmo: Cuando los pecadores crecen como la hierba, y se revelan todos los que hacen el mal, es para ser aniquilados para siempre (Sal 91, 8). Los pecadores que brotan como la hierba son los pensamientos apasionados, pues la hierba es frágil y sin fuerza. Cuando los pensamientos apasionados brotan en el alma, entonces se revelan todos los que hacen el mal, es decir, se descubren las pasiones, para ser aniquiladas para siempre. Sólo cuando las pasiones manifiestan a los que combaten, es cuando las pueden aniquilar.
145. Vean de qué forma se encadenan estas palabras: primero nacen los pensamientos apasionados, se manifiestan las pasiones y es entonces cuando son aniquiladas. Todo esto se refiere a los que luchan, pero nosotros, que cometemos pecados y jugueteamos con las pasiones, no podemos saber cuándo nacen esos pensamientos apasionados, ni cuándo aparecen las pasiones para poder combatir contra ellas. Todavía estamos abajo, en Egipto, miserablemente ocupados en hacer ladrillos para el Faraón. ¿Quién al menos nos dar la posibilidad de tomar conciencia de nuestra amarga servidumbre, a fin de humillarnos y esforzarnos por obtener misericordia?
Cuando los hijos de Israel estaban en Egipto al servicio del Faraón, se dedicaban a hacer ladrillos, y los que hacen ladrillos están continuamente encorvados, con la mirada fija en la tierra. Del mismo modo, si el alma es presa del diablo y peca, el diablo echa por tierra su espíritu, le prohibe todo pensamiento espiritual, y le obliga a pensar y hacer continuamente cosas terrenas. Con los ladrillos que fabricaron los hijos de Israel construyeron tres ciudades fortificadas para el Faraón: Pitón, Ramsés y On, que es Eliópolis (Ex 1,11): que son el amor al placer, el amor al dinero y el amor a la gloria, las tres fuentes de todos los pecados.
146. Al enviar Dios a Moisés para librarlos de la servidumbre del Faraón y hacerlos salir de Egipto, el Faraón les hizo más duros todavía los trabajos y les dijo: ¡Vosotros sois unos perezosos!, por eso andáis diciendo queremos ofrecer sacrificios al Señor nuestro Dios (Ex 5, 17). Del mismo modo, cuando el diablo ve que Dios se ha fijado en un alma para tenerle misericordia, aliviándola de sus pasiones, sea por una palabra sea por alguno de sus servidores, entonces la fustiga cada vez más intensamente con el peso de las pasiones y la ataca con más virulencia. Sabiendo esto los Padres fortalecían al hombre con sus enseñanzas y no dejaban que se amedrentase. Uno de ellos dijo: "¿Has caído? ¡Levántate! ¿Caes de nuevo? Levántate nuevamente!". Otro dice: "La fuerza de los que quieren adquirir las virtudes consiste el no descorazonarse cuando caen, sino retomar sus propósitos". Cada uno a su manera, de una forma u otra, tienden la mano a los que son combatidos y atormentados por el enemigo. Al hacer esto los Padres se inspiraban en las Palabras de la Divina Escritura: El que cae ¿no se vuelve a levantar?. Y el que se aleja ¿no vuelve?. Volved, hijos, a mí y yo curaré vuestras heridas, dice el Señor (Jr 8, 4 y 3, 22). Y otros textos semejantes.
147. Cuando el peso de la mano de Dios cayó sobre el Faraón y los suyos, y consintió en dejar partir a los hijos de Israel, dijo a Moisés: Id a sacrificar al Señor vuestro Dios, pero dejad vuestros rebaños y vuestros bueyes (Ex 10, 24), figura de los pensamientos del alma, de los cuales el Faraón quería seguir siendo el dueño, con la esperanza de hacer volver por ellos a los hijos de Israel. Pero Moisés le respondió: No, debes darnos algo para ofrecer sacrificios y holocaustos al Señor, nuestro Dios. Llevaremos nuestros rebaños con nosotros. No quedará ni uno (Ex 10, 25-26). Cuando los hijos de Israel, bajo la conducción de Moisés, abandonaron Egipto y pasaron el mar Rojo. Dios, queriendo conducirlos a las setenta palmeras y a las doce fuentes de agua, los llevó primero al mar , y el pueblo se desesperó al no encontrar agua para beber, porque el agua era amarga. Pero después del mar , Dios los condujo al lugar de las setenta palmeras y las doce fuentes de agua (cf. Ex 15).
148. Del mismo modo el alma que ha dejado de cometer pecados y atraviesa el mar espiritual, debe en primer lugar sufrir en la lucha y en las aflicciones, porque es así, por las pruebas, como entrar en el santo reposo. Porque debemos pasar por muchas tribulaciones para entrar en el reino de los cielos (Hch 14, 22). Las tribulaciones mueven la misericordia de Dios hacia el alma , así como los vientos desatan la lluvia. Y así como las excesivas lluvias pudren el brote tierno y destruyen su fruto, mientras que el viento los va secando poco a poco, dándoles vigor, lo mismo sucede con el alma: el relajamiento, la despreocupación, la debilitan y la disipan; las tentaciones, por el contrario, traen el recogimiento y la unión con Dios. Señor, dice el Profeta, en la tribulación nos hemos acordado de ti (Is 26, 16). No debemos por tanto, como he dicho, perturbarnos o descorazonarnos en las tentaciones, sino tener paciencia, dar gracias y pedir a Dios sin cesar, con humildad, que tenga piedad de nuestra debilidad y nos proteja contra toda tentación para gloria suya. Amén.