X CONFERENCIA
ACERCA DEL FIN PRECISO Y DE LA VIGILANCIA CON LA QUE DEBEMOS MARCHAR EN EL CAMINO DE DIOS
104. Hermanos, cuidemos de nosotros mismos, seamos vigilantes. ¿Quién nos devolver el tiempo si nosotros lo perdemos? Podremos buscar los días perdidos, pero no encontrarlos. Abba Arsenio se decía sin cesar: "Arsenio, ¿para qué saliste del mundo?". En cambio nosotros somos tan negligentes que ni sabemos por qué hemos salido, ni sabemos qué es lo que buscamos. Y por eso no progresamos, y caemos siempre en la aflicción. Ello se debe a que nuestro corazón no está atento. Porque si combatiésemos un poco, no sufriríamos ni penaríamos por mucho tiempo, ya que si bien en los comienzos hay que esforzarse combatiendo poco a poco, vamos avanzando y terminamos por trabajar en paz, pues Dios ve que nos hacemos violencia y nos da su socorro.
Hagámonos violencia, pongamos manos a la obra y tengamos al menos la voluntad de hacer el bien. Aunque no hayamos alcanzado todavía la perfección, el solo hecho de desearlo es ya el comienzo de nuestra salvación. Porque del deseo pasaremos con la ayuda de Dios a la lucha, y en la lucha encontraremos el auxilio de Dios para adquirir las virtudes Es lo que hacía decir a uno de los Padres: "Da tu sangre y recibe el espíritu", es decir, lucha y entra en posesión de la virtud.
105. Cuando estudiaba las ciencias profanas sufría mucho, pues cuando me disponía a tomar un libro, era como si fuese a meter la mano en una bestia salvaje. Pero como me esforcé con perseverancia, Dios me ayudó, y alcancé el hábito de trabajar a tal punto que el entusiasmo por los estudios me hacía olvidar el reposo, el comer y el beber Nunca iba a comer con mis amigos; tampoco iba a conversar con ellos durante el tiempo de estudio, a pesar de que me gustaba la sociedad y de que amaba a mis compañeros. Cuando el profesor nos mandaba, iba a darme un baño, ya que tenía necesidad de hacerlo todos los días a causa de la sequedad producida por el exceso de trabajo. Después me retiraba solo, sin saber qué era lo que comería. Era incapaz de dejarme distraer ni por la elección de mis alimentos. Además siempre había alguien que me preparaba lo que el quería. Tomaba lo que él me preparaba, pero sobre mi cama, donde tenia mi libro a cuya lectura me entregaba de tanto en tanto. Mientras descansaba lo guardaba cerca de mí, sobre mi escritorio, y después de haber dormido un poco, volvía a la lectura. También por la tarde después del oficio de Vísperas, encendía la lámpara y leía hasta medianoche. No tenía otro placer que el de los estudios. Cuando vine al monasterio me dije: "Si por la ciencia profana experimenté tanta sed y ardor en aplicarme al estudio y adquirir la costumbre, ¿cuánto más por la virtud?". Y de este pensamiento sacaba gran proveo.
Si alguien quiere adquirir la virtud, no debe distraerse ni disiparse. Así como el que desea aprender carpintería no se dedica a otra cosa, del mismo modo sucede con los que quieren adquirir el arte espiritual: no deben ocuparse de otra cosa, sino que deben dedicarse día y noche a la forma de llegar a ser maestros. Los que no hacen eso no sólo no progresan, sino que al no tener un objetivo, se fatigan se pierden, por el hecho de que sin vigilancia y combate se cae fácilmente fuera de la virtud.
106. Las virtudes son un punto medio; es el camino real del que habla un santo Anciano: "Seguid el camino real, y contad las millas" . Las virtudes son el medio entre el exceso y la falta. Est escrito: No te desvíes ni a derecha ni a izquierda (Pr 4, 27), sino sigue el canino real (cf: Num 20, 17). San Basilio dice "Es recto de corazón aquel cuyo pensamiento no se inclina ni al exceso ni a la falta, sino que se dirige hacia ese medio que es la virtud". Lo que quiero decir es esto: el mal en sí mismo no es nada, porque no tiene ser ni sustancia. Dios no lo permita. Es el alma la que lo produce al separarse de la virtud y ser llenada por las pasiones. Y, precisamente por ese mal ella es atormentada, no encontrando su reposo natural. Es, por ejemplo como la madera: no tiene ningún gusano, pero si se pudre un poco de esa podredumbre nace el gusano que la roe. El hierro también produce la herrumbre, y él mismo es corroído por la herrumbre; o también el vestido que hace nacer las polillas, por las cuales luego es devorado. Del mismo modo el alma misma produce el mal que antes no tenia ni ser ni sustancia, y es devorada a su vez por ese mismo mal. Es lo que ha dicho también San Gregorio: "El fuego producido por la madera consume la madera, como el mal a los perversos". Y esto es también visible en los enfermos. Si vivimos de manera desordenada sin cuidar la salud, se produce un exceso o carencia de humores, y de allí se sigue un desequilibrio. De ese modo, la enfermedad antes no estaba en ninguna parte, incluso no existía. Y al recobrar nuevamente el cuerpo su salud, la enfermedad no se encuentra en ninguna parte. De forma similar el mal es la enfermedad del alma privada de su salud natural, es decir de la virtud. Por eso decimos que la virtud es un punto medio. Por ejemplo, el coraje es el medio entre la cobardía y la audacia: la humildad, entre el orgullo y el servilismo; el respeto, entre la vergüenza y la insolencia; y así respectivamente todas las otras virtudes. El hombre que se encuentra revestido de todas esas virtudes es precioso a los ojos de Dios; y aunque parezca que come, bebe y duerme como el resto de los hombres, sus virtudes lo hacen precioso. Al contrario, si carece de vigilancia y no cuida de sí, fácilmente se aparta del camino, sea a la derecha sea a la izquierda, es decir hacia el exceso o la falta, y provoca esa enfermedad que es el mal.
107. Ese es el camino real que han seguido todos los santos. Las "millas" son las diferentes etapas que debemos medir para darnos cuenta de dónde estamos, a qué distancia hemos llegado, en qué estado nos encontramos. Me explico: todos somos como viajeros que tienen por meta la ciudad santa. Partiendo de una misma ciudad, unos han recorrido cinco millas, y después se detuvieron; otros han recorrido diez; algunos han llegado hasta la mitad del camino; otros no han dado un paso: al salir de la ciudad se quedaron a las puertas, en su atmósfera nauseabunda. Puede suceder que otros recorran dos millas, pero después se pierden y vuelven sobre sus pasos, o habiendo hecho dos millas vuelven cinco para atrás. Otros han llegado hasta la misma ciudad, pero se quedaron fuera y no penetraron en su interior.
Eso es lo que nosotros somos. Seguramente hay entre nosotros quienes, habiendo dejado el mundo para entrar en el monasterio, tenían por meta la adquisición de las virtudes. De ellos unos han progresado un poco, pero después se detuvieron; otros han avanzado algo más; otros llegaron hasta la mitad del camino, pero se quedaron allí. También Están los que no han hecho nada: dieron la impresión de abandonar el mundo, pero de hecho se quedaron en las cosas de mundo, en sus pasiones y en su podredumbre. Algunos llegaron a realizar algo bueno, pero después lo destruyeron, o incluso destruyeron mucho más de lo que habían hecho. Otros llegaron a adquirir virtudes, pero se enorgullecieron y despreciaron al prójimo: son los que permanecieron fuera de la ciudad sin entrar. Estos tampoco llegaron a la meta, pues aunque hayan llegado a las puertas de la ciudad permanecieron fuera, por lo cual tampoco cumplieron su cometido. Que cada uno de nosotros tome conciencia de dónde se encuentra. Al salir de la ciudad ¿se ha quedado afuera, cerca de la puerta, a la vista de la ciudad? ¿Ha avanzado poco o mucho? ¿Ha recorrido la mitad del camino? ¿No habrá avanzado, y después retrocedido dos millas? ¿O habrá retrocedido cinco millas después de haber avanzado dos? ¿Ha llegado hasta la ciudad? ¿Ha entrado en Jerusalén? ¿O ha llegado a la ciudad sin poder penetrar? Que cada uno descubra en qué estado y dónde se encuentra.
108. Hay tres estados para el hombre: el que pone por obra sus pasiones, el que las controla, y el que las arranca de raíz. Practicar una pasión es realizar sus actos y entretenerse en ella. Controlarla no es ni practicarla ni arrancarla, sino razonando sobrepasarla, aunque la conserve en el corazón. Arrancarla de raíz es luchar y realizar actos contrarios a ella.
Estos tres estados tienen un largo proceso. Tomemos un ejemplo. Díganme qué pasión quieren que examinemos. ¿Quieren que hablemos del orgullo, de la fornicación? ¿O prefieren más bien que tratemos de la vanagloria, porque es la que con más frecuencia nos derrota? Es por vanagloria por lo que uno no puede soportar una palabra de su hermano. Llega a oír una sola, y ya queda turbado, y le responde cinco o diez. Discute, siembra la discordia, y cuando termina la querella, sigue pensando mal de su hermano porque le ha dicho esa palabra. Le guarda rencor y se aflige por no haberle dicho más cosas de las que le dijo. Prepara palabras peores todavía para decírsela. No deja de pensar: "¿Por qué no le habré dicho esto? Todavía puedo decirle esto otro". Y no logra salir de su furor. Este es el primer estado, es el mal convertido en estado habitual. ¡Dios nos libre de él! Tal disposición con toda seguridad está condenada al castigo. Todo pecado cometido es merecedor del infierno. Aunque se quiera convertir, aquel que se encuentra en tal estado no tendrá fuerza para llegar por sí solo a terminar con esa pasión, a menos que lo auxilien los santos, tal como dicen los Padres. Por lo tanto no ceso de repetirles: apresúrense a arrancar las pasiones antes que se transformen en hábitos.
Puede suceder que algún otro, turbado por una palabra que oyó, responda por su parte cinco o diez por una, luego se aflige por no haber dicho otras, tres veces peores, siente tristeza y guarda rencor. Pero después de unos días se arrepiente. Otro deja pasar una semana antes de arrepentirse: otro un solo día. Otro se irrita, pelea, se turba y perturba al otro, pero se arrepiente enseguida. Fíjense qué variados son esos estados, pero todos merecen el infierno ya que ponen por obra la pasión.
109. Hablemos ahora de los que controlan la pasión. Fíjense en un hermano que oye una palabra y se aflige interiormente, pero se entristece no por el ultraje recibido sino por no haber podido soportarlo. Ese es el estado de los que luchan, de los que controlan la pasión. Otro hermano lucha con esfuerzo, pero termina por sucumbir bajo el peso de la pasión. Otro no quiere contestar mal, pero se ve llevado por el hábito. Otro todavía lucha para evitar cualquier palabra desagradable, pero se entristece de haber sido maltratado, aunque condena su propia tristeza y hace penitencia. Tal otro, en fin, no se aflige por haber sido maltratado, pero tampoco se alegra de ello. Todos estos, fíjense bien, contienen la pasión. Pero hay dos que se distinguen de los otros, a saber, aquel que es vencido en el combate y aquel que es llevado por la costumbre, porque los dos corren el peligro de aquellos que ejecutan la pasión. Los he puesto entre los que la contienen porque esa es su intención. No quieren poner por obra la pasión, pero experimentan tristeza y luchan. Los Padres han dicho que todo lo que el alma rechaza, es de poca duración. Esos hermanos deben examinarse para saber si lo que retienen, no es la pasión misma, sino una de las causas de la pasión, y si no es por eso por lo que son vencidos y arrastrados.
Algunos luchan, por así decir, por contener la pasión, pero es bajo la instigación de otra. Tal hermano, por ejemplo, guarda silencio por vanagloria; tal otro, por respeto humano, o por alguna otra pasión. Es curar el mal con el mal. Abba Poimén dice que de ninguna manera la iniquidad destruye la iniquidad. Por ello esos hermanos son de los que ejercitan la pasión, aunque no lo crean.
110. Ahora debemos hablar de aquellos que arrancan la pasión. Fíjense en un hermano que se alegra de haber sido maltratado, pero a causa de la recompensa que recibir . Es de los que arrancan la pasión, pero no con sabiduría. Otro también se alegra de haber sido ultrajado, y está convencido de que el ultraje le era merecido, porque él mismo había dado motivo. Este arranca la pasión con ciencia, ya que ser maltratado y atribuirse la culpa, tomar por propia cuenta los ultrajes recibidos, es obra de la sabiduría. Porque aquel que dice a Dios en su oración: "Señor, concédeme la humildad", debe saber que está pidiendo a Dios que le envíe alguien para maltratarlo. Y cuando es maltratado, debe maltratarse a sí mismo y despreciarse en su corazón, a fin de humillarse por dentro mientras lo humillan por fuera.
Están finalmente también los que no sólo se regocijan por el ultraje y se consideran responsables, sino que también se afligen por la turbación de aquel que los ultraja. ¡Qué Dios nos lleve a tal estado!.
111. Fíjense en la naturaleza de estos tres estados. Que cada uno de nosotros, lo vuelvo a repetir, vea cuál es su estado. ¿Es con total conformidad como ejercita la pasión y la entretiene? ¿O bien, sin obrar voluntariamente, la pone en práctica vencido o arrastrado por el hábito? Y después, ¿se aflige por ello? ¿Hace penitencia? ¿Lucha por contener la pasión con sabiduría, o bajo la instigación de otra pasión? Porque hemos dicho que se puede guardar silencio tal vez por vanagloria, por respeto humano, en síntesis, por una consideración humana. ¿Ha comenzado a arrancar sus pasiones? ¿Lo hace con ciencia, realizando actos contrarios a la pasión? Que cada uno se fije dónde se encuentra, a qué distancia se halla.
Además de nuestro examen cotidiano, debemos examinamos cada año, cada mes y cada semana, preguntándonos: "¿Dónde me encuentro ahora respecto de aquella pasión que me abatía la semana pasada?". Igualmente cada año: "El año pasado he sido vencido por tal pasión, ¿cómo me encuentro ahora?". De esta manera debemos interrogarnos cada vez para ver si hemos hecho algún progreso, si hemos permanecido estancados, o si nos hemos vuelto peores.
112. ¡Que Dios nos dé la fuerza, si no para arrancar la pasión, al menos para no ponerla por obra, para contenerla! Porque es algo realmente grave ejercitar la pasión y no contenerla. Les voy a decir a quién se parece el que ejercita la pasión y la entretiene: se parece a un hombre que toma en sus propias manos los golpes que recibe del enemigo y se los aplica a sí mismo en su corazón. En cuanto al que contiene la pasión, es como un hombre atacado por su enemigo, pero que, revestido con una coraza, no es alcanzado por ningún golpe. Finalmente el que arranca la pasión es como uno que rechaza los golpes que recibe o los devuelve al corazón de su enemigo, tal como dice el salmo: que su espada entre en su corazón y que sus arcos se rompan (Sal 36, 15). Intentemos también nosotros, hermanos, si no podemos devolverle la espada en su corazón, no tomar sus golpes para aplicárnoslos a nosotros mismos en el corazón, y revistámonos también con una coraza, para no ser lastimados por ellos. ¡Que Dios en su bondad nos proteja, nos haga vigilantes y nos guíe en su camino !