Carta a Hesiquio
Juan, el solitario
Tú sabes hermano que la separación de un miembro
que sufre ocasiona sufrimiento al resto de los miembros, y aunque no sea
patente el mal que le hace sufrir, debes saber que su dolor se expresa
por la lengua y que su mal se manifiesta por las lágrimas de los ojos.
El sufrimiento sale fuera de su silencio interior mediante la lengua;
ella es la llave del granero del cuerpo, y ella misma cierra y abre la
puerta de las palabras, y de lo íntimo del corazón, tesoro de la
inteligencia, ella abastece a sus amigos con una palabra de sus tesoros.
Porque ella es la boca de la inteligencia, por medio de la cual habla la
mente, y se hace abogado de su silencio íntimo, y como mediadora sirve
a lo que aquella le ordena. Y la lengua comunica a los que la escuchan
lo que el corazón, soberano de la inteligencia, le dice. Por lo tanto
por medio de la lengua, llave de la mente, se abre la puerta del corazón;
mas sin ella, esta puerta no se abre ni se puede oír sonido alguno. No
obstante, sin la voz la inteligencia puede dar a conocer lo que lleva
oculto, a través de una palabra silenciosa en forma de escrito, y así
su silencio se expresa tácitamente; de todas maneras aunque la mente
guarde sus secretos en el silencio, necesita de la lengua para
exponerlos a su oído que escucha todos los sonidos.
Mediante esta imagen puedes darte cuenta del dolor
que causa tu separación de nosotros; pero ya que tu vida se encuentra
en aquel equilibrio que nuestro Señor ha mostrado, encontramos consuelo
para nuestra aflicción, y de este modo no te encuentras lejos de
nosotros, pues el camino de tu vida est enraizado en el amor de
Jesucristo; porque los que est n en el amor son una sola cosa por su
proximidad, y puesto que en ellos el amor no se encuentra dividido, no
hay ningún tipo de discrepancia entre ellos. Los que cumplen la
voluntad del Señor Todopoderoso est n unidos en un solo cuerpo y tienen
una única voluntad.
Por lo tanto, hermano, desde que he oído algo de
tu vida en Cristo, no ceso de hacer memoria de ti en mis pobres
oraciones, e imploro la misericordia de Dios para que te conceda, según
le plazca a su grandeza, consolidarte en tu vida. Y tampoco dudo pedirte
una admonición en forma de discurso.
Debes estar atento, hermano, a todo el curso de tu
vida, y fijar en tu mente la meditación de la pasión del Señor, que
es la fortaleza espiritual de nuestra alma, y el refugio de la justicia,
donde se conserva el trabajo de las buenas obras.
Debes estar atento, hermano, a los lazos ocultos, a
las emboscadas encubiertas y a las trampas escondidas; y que no te dé
fastidio pedir al Señor noche y día que proteja tus pasos para que no
caigan en los astutos lazos de Satanás. Y si perseveras en esta oración,
Dios no rehusará acceder a tu voluntad.
Persevera, hermano, en esta gloria espiritual de la
que te ha hecho digno la pasión de nuestro Señor. Y sé vigilante para
mantener tu pensamiento lejos de las agitaciones; y debes estar atento a
que las cosas gloriosas que tienes en Cristo no se transformen en algún
tipo de soberbia. Porque la soberbia no echará en ti sus raíces, si tu
mente está ocupada en la meditación de la encarnación de Cristo
nuestro Señor, de forma que, por su gracia, puedas hacer fructificar
las buenas obras. De hecho, sin su humillación estaríamos muy por
debajo de la altura de sus dones, de modo que ni siquiera su recuerdo
habría penetrado en nuestra mente. Es por esta razón que él nos ha
dado la gracia, de manera que por propia voluntad nos haga entrar en
comunión con él mismo y nos conduzca al Padre. Nosotros debemos
alabarlo sin cesar; no es que eso sea necesario para (obtener) su
gracia, porque nadie puede alabarlo como es debido, ya que su gracia es
mayor que la alabanza de todos sus siervos; a nosotros nos basta
reconocer que no tenemos la facultad ni para retribuirle ni para
alabarlo como es debido. Y aquél que tiene este conocimiento de la
gracia de Dios, casi puede decirse de él que lo ha saldado con la
gracia.
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