ANÁLISIS DE LA RUPTURA Y
VIOLENCIA FAMILIAR

                       

 

                        I.- Prólogo.

 

                        "El Hombre es consciente de sí mismo, de los demás, de su pasado y de sus posibilidades futuras. Es consciente de su autodeterminación, de la brevedad de su vida, de que nace sin su consentimiento y perece en contra de su voluntad, consciente de que morirá antes que aquellos que ama, o aquellos que ama morirán antes que él. Es consciente de su carácter separado, de su impotencia ante las fuerzas de la naturaleza y de la sociedad. Todo esto hace de su existencia solitaria una prisión insoportable. El hombre sabe que se volvería loco si no pudiera liberarse de esta prisión y unirse, de alguna forma, a otro ser humano".

                                             (Erich Fromm. "El arte de amar". 1.956).

 

                        La unión con otra persona es la necesidad más profunda que sienten los seres humanos.

                        El amor es un sentimiento primitivo plasmado en los genes humanos, un carácter básico y esencial de la humanidad que se manifiesta de las formas más complejas y sublimes.

                        En realidad, cada historia de amor es única y su final imprevisible. A veces el romance es intenso y duradero, mientras que en la mayoría de los casos la pasión del enamoramiento se transforma en lazos más estables de cariño y amistad. Pero en bastantes ocasiones, la unión de la pareja debilita su intensidad, se apaga y es invadida por el resentimiento y el desamor.

                        Cada era produce su forma única de patología psicosocial. En estos tiempos, el "narcisismo" es la aflicción que más socava nuestra capacidad para superar los retos y conflictos que necesariamente nos plantean las relaciones afectivas. La personalidad narcisista implica sentimientos de prepotencia y de supremacía moral, la convicción de que el ser humano es el centro del universo, dueño total de sus actos y poseedor de la verdad. Los hombres y las mujeres narcisistas están emocionalmente extasiados, ensimismados, no se pueden unir ni identificar con otra persona porque son incapaces de suspender su desconfianza e incredulidad en el prójimo, lo que les permitiría entrar con amor e imaginación en la vida de los demás, vivenciar genuinamente sus circunstancias y respetar su existencia independiente.

                        La accesibilidad a la separación y el divorcio ha coincidido con un verdadero disparo de las cifras de parejas oficialmente rotas, pero este hecho no nos explica qué es realmente lo que hace fracasar tantas uniones, ni tampoco por qué existen tantas parejas desavenidas, que aún contando con un acceso relativamente fácil a la ruptura, continúan viviendo infelices en su relación.

                        La vieja noción de que las parejas desgraciadas deben continuar unidas por el bien de los hijos está dando paso al nuevo concepto de que los matrimonios profundamente infelices y sin esperanza de arreglo deben terminarse precisamente para poder salvar, entre otras cosas, el bienestar de los hijos. Los niños no suelen percibir la separación de sus padres como una segunda oportunidad, pues a menudo sienten que su infancia se ha perdido para siempre, y esto es parte de su sufrimiento. Sin embargo, la ruptura también ofrece a los hijos nuevas posibilidades de vivir en un hogar seguro y apacible. Existe amplia evidencia que demuestra que un matrimonio plagado de conflictos daña a las criaturas y que los pequeños se benefician de su disolución.

                        A pesar de que en la mayoría de los países las leyes permiten la ruptura de mutuo acuerdo, sin necesidad de buscar un culpable, resulta verdaderamente sorprendente la intensidad de la violencia que muchas parejas están dispuestas a infligirse el uno al otro. Al mismo tiempo, la confusión y la soledad que sufren las parejas rotas son tan devastadoras que la construcción de una nueva vida parece inalcanzable. Los estudios más recientes al respecto muestran consistentemente que la gran mayoría supera con éxito este trance y establece relaciones amorosas nuevas, auténticas, dichosas y duraderas.

                        La oportunidad que ofrece la ruptura es poder crear una vida nueva, crecer emocionalmente, restaurar la dignidad y fortalecer la capacidad para establecer relaciones íntimas felices.

                        La existencia es una sucesión de retos que se plantean como reflejo inevitable del continuo progreso de la humanidad. Nunca hemos vivido mejor, y nunca el hombre y la mujer han dispuesto de una mayor variedad de opciones y caminos para buscar su bienestar, su realización y su felicidad. Pero, al mismo tiempo, la vida se torna cada vez más compleja y las encrucijadas ante nosotros cada vez más difíciles. Sin embargo, las decisiones espinosas y angustiantes que abordamos, en definitiva nos enriquecen porque nos fuerzan a conocernos mejor, a elegir entre múltiples alternativas y, sobre todo, a acercarnos y unirnos a los demás.

                        En cuanto al otro tema objeto del presente estudio, la violencia, nos lleva a constatar que la agresión maligna no es instintiva sino que se adquiere, se aprende. Las semillas de la violencia se siembran en los primeros años de la vida, se cultivan y desarrollan durante la infancia y comienzan a dar sus frutos malignos en la adolescencia.

           

                        "La única forma de aprender a amar es siendo amado. La única forma de aprender a odiar es siendo odiado".

                                   

                                                (Ashley Montagu.  "La agresión humana".- 1.976).

 

                        Los seres heredamos rasgos genéticos que influyen en nuestro carácter. Pero nuestros complejos comportamientos, desde el sadismo al altruismo, son el producto de un largo proceso evolutivo condicionado por las fuerzas sociales y la cultura.

                        La violencia constituye una de las tres fuentes principales del poder humano, las otras dos son el conocimiento y el dinero.

                        En la complicada trama de las relaciones amorosas existen dos situaciones que evidencian con una dureza sorprendente cómo el amor y el odio se entrelazan en el corazón humano: nos referimos a los celos y a la ruptura de la pareja.

                        En el fondo un amargo resentimiento acompaña a la metamorfosis del amor en odio. Resulta increíble el grado de crueldad y de destrucción que tantos miembros de parejas rotas están dispuestos a infligirse mutuamente.

                        Las pasiones juegan, efectivamente, un papel determinante en nuestro comportamiento y representan fuerzas más impetuosas y vehementes que los propios instintos. Los hombres torturan y matan por venganza, no por instinto. Las pasiones instigan la envidia y la destrucción, pero también impulsan la autonomía y el amor. Son el combustible de las tragedias humanas, pero también de los ideales. Las pasiones, por lo tanto, pueden transformar a los seres humanos tanto en malvados como en héroes.

                        La experiencia que más nos predispone a recurrir a la fuerza despiadada para aliviar nuestras frustraciones es haber sido objeto o testigo de actos de agresión maligna repetidamente durante la niñez. Con el tiempo optan por el camino de la agresión para solventar conflictos y, una vez alcanzada la madurez, reproducen el ciclo de violencia maltratando a sus propios hijos.

                        Todo lo anterior, nos lleva a que alimentemos una cultura que fomente el crecimiento y el desarrollo saludable de los niños, potenciando una educación en valores humanos, que neutralice las fuerzas sociales desestabilizadoras y que busque construir una convivencia más generosa, más justa, más participativa, y más esperanzadora. Porque el sufrimiento, el desperdicio y el coste humano que ocasiona la violencia son extraordinarios. Así pues, como conclusión del presente trabajo, se apuesta por el apoyo a las familias en dificultades y en crisis mediante la intervención de profesionales expertos en Orientación y Mediación Familiar, mecanismos actuales de intervención que representa un auténtico antídoto ante brotes de violencia familiar.

 

                       

                        II.- Familia, pareja y ecología psicosocial.

 

                        "La familia es la más adaptable de todas las instituciones humanas: evoluciona y se amolda a cada demanda social. La familia no se rompe en un huracán, como le sucede al roble o al pino, sino que se dobla ante el viento como un árbol de bambú en los cuentos orientales, para enderezarse de nuevo".

                                                (Paul Bohannan,  "Todas las familias felices".-1985).

 

                        La familia es la institución paradigmática de la humanidad. El medio singular donde se establecen las relaciones más íntimas, generosas, seguras y duraderas. Los lazos familiares constituyen el compromiso social más firme, el pacto más resistente de apoyo mútuo, de protección y de supervivencia que existe entre un grupo de personas. La organización familiar se establece y perpetúa sobre la base de profundas necesidades emocionales, arraigadas costumbres y poderosas fuerzas socioculturales que se nutren de principios e incentivos económicos, políticos, legales y religiosos.

                        No se conoce otro ambiente social tan pródigo en contrastes, paradojas, conflictos y contradicciones. De hecho, la familia es simultáneamente el refugio donde el individuo se aleja y protege de las agresiones del mundo circundante y el grupo con más alto grado de estrés. El centro insustituible de amor, apoyo, seguridad y comprensión y al mismo tiempo, el escenario donde más vivamente se representan las hostilidades y rivalidades entre los sexos, las tensiones intergeneracionales y las más intensas y violentas pasiones humanas. El hogar es a la vez el foco de la generosidad y la abnegación, y el núcleo de la mezquindad y el interés.

                        En cierto sentido, la institución familiar nos ofrece un punto obligado de referencia, que permite observar y analizar la naturaleza y el comportamiento humanos, la evolución de los procesos psicológicos y sociales más básicos y la lucha de la pareja por una mejor calidad de vida, por su propia realización y supervivencia. Sin embargo, el estudio profundo de la vida familiar es muy dificil. El hogar constituye una de las esferas más íntimas, privadas y ocultas de la existencia humana.

                        A lo largo de la historia, la familia ha evolucionado de acuerdo con los cambios en las costumbres, normas sociales y valores culturales del lugar y de la época. Como institución, ha ido transfiriendo poco a poco sus funciones proverbiales a otros organismos externos especializados que ha creado la sociedad.

                        Hasta hace relativamente poco, el matrimonio era una función necesaria y esencial de la institución familiar. Hoy, sin embargo, se busca antes que nada la relación amorosa. Los demógrafos constatan que en las sociedades occidentales, las parejas contraen matrimonio más tarde que nunca y, cada día, más hombres y mujeres optan por permanecer solteros.

                        La familia extensa tradicional, constituida por padres, hijos, abuelos, tíos, primos y sobrinos en cercana convivencia es cada vez menos frecuente. Como contraste, la familia llamada nuclear, más reducida, autónoma y migratoria, compuesta solamente de padres y pocos hijos, es el caso más común - en España representa el 64% de los hogares -. Entre las nuevas formas de relación familiar en auge se incluyen, además, los matrimonios sin hijos, las parejas que habitan juntas sin casarse, unas con hijos, otras sin ellos; los segundos matrimonios de divorciados que agrupan a niños de orígenes distintos, y los hogares monoparentales de un solo padre, generalmente la madre, bien sea separada, divorciada, viuda o soltera. La rápida proliferación de estos nuevos tipos de familia poco convencionales llama aún más la atención si se tiene en cuenta la lentitud con que la sociedad, sus gobiernos y sus líderes se adaptan a ellos y la escasez de infraestructuras y políticas sociales y económicas que los faciliten.

                        La familia está inmersa en la ecología psicosocial del momento. Su esencia y estructura están impregnadas y moldeadas por los valores culturales de la época. Estos cambios evolutivos dan lugar a que la función y el carácter de la pareja sean constantemente debatidos y escudriñados. Los nuevos modelos de relación de pareja se basan en expectativas de igualdad un tanto idealizadas. Como consecuencia, a la pareja de hoy se le exige no sólo ser mejores amigos, compañeros íntimos y cónyuges sexuales, sino la realización profesional o laboral de ambos fuera del hogar y la mutua participación activa en el cuidado y educación de los hijos.

 

2.1-           La figura de la madre.

 

La imagen emblemática de la madre, esa mujer generosa, omnipresente y resignada, cocinera ideal, ama de casa segura, discreta, sufrida y siempre rebosante de instinto maternal, está siendo vapuleada violentamente en el escenario moral donde hoy se debate la nueva maternidad. Las mujeres occidentales, acosadas por esa figura idealizada de madre, se sienten a disgusto frente a un papel que, aunque quisieran, no pueden desempeñar. Atrapadas entre esa ficción maternal imaginaria, las exigencias de la calidad de vida y las realidades económicas, las mujeres de hoy buscan desesperadamente y a tientas una nueva definición de buena madre.

La condición de mujer ha experimentado una asombrosa evolución en las últimas décadas, impulsada por los cambios en las actitudes y normas sociales y por las nuevas prioridades femeninas. El ímpetu feminista y la disponibilidad de métodos de control de natalidad seguros y efectivos han sido los dos acontecimientos de más peso en esta transformación. Han dado lugar a una mayor igualdad de oportunidades entre los sexos y a la liberación sexual femenina. La valoración de la maternidad no es sólo biológica, sino también cultural. La mayor parte de las mujeres actuales consideran una desventaja tener muchos hijos, una carga emocional y económica y, en definitiva, un obstáculo en su camino hacia la plena realización. De hecho, cada día son más las mujeres conscientes de la estrecha relación que existe entre procreación y supervivencia propia, entre el control de su capacidad reproductiva y el dominio sobre su vida. Hoy día casi todas las mujeres están convencidas de que para participar en igualdad de condiciones en la vida económica, política y social de nuestro tiempo es esencial poder controlar su fecundidad, teniéndose que enfrentar al penoso desafío de compaginar su misión doméstica de madre con sus intereses o actividades profesionales de mujer. Dilema que a menudo se torna amargo e inquietante, y que refleja la complejidad, la confusión y el enorme reto que supone ser madre en los umbrales del nuevo siglo.

Si bien algunas madres de clase acomodada eligen una ocupación fuera de casa para realizarse profesionalmente, muchas lo hacen por imperativos económicos. Con el tiempo, incluso aquellas que se ven obligadas a trabajar por un salario, descubren beneficios inesperados, un nuevo sentido de identidad, una mayor participación en la sociedad, un escape temporal reconfortante de los niños y de las labores domésticas, y sobre todo, el orgullo de su independencia.

Por otro lado, a un nivel racional, las mujeres que trabajan generalmente reconocen que el estar en casa todo el día no les convierte automáticamente en buenas madres.

La situación más penosa y conflictiva se da entre las clases socioeconómicas bajas, en las que con frecuencia la mujer se ve obligada a trabajar para subsistir, en tareas monótonas sin iniciativa ni creatividad, por un sueldo mínimo que ni siquiera le permite asegurar el cuidado de las criaturas que deja en casa durante la jornada. Estas circunstancias plantean a cualquier madre uno de los dilemas más difíciles y abrumadores de su existencia.

Bien por ser madres cabeza de familia, o por no poder contar con el compañero, muchas mujeres tratan de abordar solas el sin fin de problemas, tanto prácticos como existenciales que implica el cuidado de los pequeños y el sacar adelante la familia. Estas mujeres a menudo se encuentran alienadas y desorientadas en un terreno extraño educando a sus hijos en un ambiente totalmente diferente de aquel en el que ellas mismas crecieron. Luchan solas, sin el apoyo de la pareja, sin la ayuda de la sociedad ni de sus instituciones, y sin guía o mentor que las dirija o aconseje.

No obstante, hoy se acepta que las mujeres que viven una relación equilibrada entre la familia y sus ocupaciones, tienen mayores probabilidades de adoptar una disposición constructiva y optimista con sus hijos que aquellas que se sienten atrapadas en su papel de madre o subyugadas en el trabajo.

 

2.2.- La figura del padre.

 

El primer desafío que se plantea un padre es elegir su misión, su papel, la personalidad que va a caracterizar su identidad dentro del ámbito doméstico. Hay padres que escogen el papel del "hombre cazador primitivo" que necesita estar totalmente libre de las responsabilidades de la crianza de los hijos para poder proveer o proteger a la madre y a la prole. Otros representan el personaje del "·rey mago" que, estando casi siempre fuera de casa, nunca retorna al hogar sin traer regalos para todos. Ciertos padres adoptan el modelo del "amigo", del compañero, y no tienen una presencia real hasta que los hijos no son lo suficientemente mayores como para hablar con conocimiento de temas que a él le interesan. Otros desempeñan la misión de "autoridad moral suprema", de gran inquisidor o de juez que dictamina lo que está bien y lo que está mal, carácter que confirma la madre abrumada que, al caer la tarde, advierte a sus hijos traviesos: "cuando llegue vuestro padre os vais a enterar". Aunque estos papeles pueden diversificarse, superponerse o conjugarse en un solo patrón de paternidad, todos coinciden en una característica: el ejercicio de la responsabilidad paterna a distancia.

En la vida cotidiana, el padre es el eslabón débil de la cadena afectiva que enlaza a los miembros del clan familiar. A lo largo de la historia del hogar, los padres han brillado, sobre todo por su ausencia. Cada día hay más niños que son criados solamente por la madre. En Estados Unidos, un 23% de los menores de 18 años viven actualmente solo con la madre, el doble que hace veinte años. En España, en 1991 había 242.000 familias monoparentales configuradas principalmente por mujeres solas con hijos menores de 18 años a su cargo. Por otra parte, estudios recientes indican que incluso en hogares donde el padre está presente, éste no pasa con los hijos por término medio más de 1/3 del tiempo que la madre.

Existen diversas razones de ausencia tangible del padre: la muerte, la deserción del hogar, la paternidad ilegítima, la separación o el divorcio. La desaparición del progenitor es siempre traumática para el hijo. Mientras que la muerte del padre tiene por lo general, un carácter natural o irremediable inflige penosos sentimientos, de duelo, de pérdida y de tristeza, la ausencia paterna por otras causas, incluyendo la ruptura de la pareja, es considerada por los niños un rechazo evitable, y produce confusión, angustia, culpa, rabia y emociones profundas de desprecio o de abandono.

En cualquier caso, lo curioso es que las diferentes y múltiples imágenes paternas tienen mucho en común. No son únicas porque, en el fondo, todos los padres vistos por sus hijos se parecen. Todos son grandes de tamaño. Todos presumen ante los hijos de alguna virtud masculina. Todos imponen una tradición de conducta, de mandamientos, de ritos, y de prioridades. Todos se distinguen por impartir instrucciones; instrucciones a través de órdenes, de lecciones o de anécdotas. Todos se caracterizan por sus conversaciones breves y entrecortadas, diálogos en los que generalmente se dice poco, sobre todo en el caso de los hijos varones, en las charlas "de hombre a hombre". Todos, en fin, son sin saberlo, el objeto de una obsesión silenciada, conflictiva e irresistible en los hijos que a menudo dura toda la vida. Hasta el padre ya muerto mantiene su poder de influir a través de los recuerdos. Su imagen se conserva como una foto congelada que define al hombre, y , en cierto sentido, a la especie humana, para siempre.

Para el niño y la niña resultan vitales las primeras señales de aprobación, de reconocimiento y de afecto que les comunica el padre - unas veces de forma activa y otras meramente con su presencia -, porque constituyen la fuente más importante de seguridad, de autoestima y de identificación sexual. En el caso del hijo, entre estas tempranas escenas idílicas, se entrometen inevitablemente sombras inconscientes e inexplicables de celos, de competitividad, de resentimiento, y de miedo.

La relación entre el padre y el hijo lleva implícita una gran carga de sentimientos opuestos, de cariño, y de rivalidad, de confianza y de temor, de intimidad y de recelo, de amor y de odio.

La relación del padre con la hija, sin embargo, suele tener menos carga de antagonismo, rivalidad y ambivalencia, por lo que tiende a ser más facil, cordial y afectuosa. Con todo, la relación es esencial porque una parte importante del carácter femenino de la niña surge de su atracción por el padre.

Al amanecer de la edad adulta, los hijos buscan la bendición paterna, un gesto de potestad simbólico que confirme su madurez, que apruebe su independencia y que celebre su investidura de las prerrogativas y derechos que implica la llegada al final del camino tortuoso de la adolescencia.

En general, los hijos y las hijas necesitan el modelo paterno para formar su yo, para consolidar su identidad sexual, para desarrollar sus ideales y sus aspiraciones, y en el caso del hijo varón, para modular la intensidad de sus instintos y de sus impulsos agresivos. De hecho, muchos de los males psicosociales que en estos tiempos afligen a tantos jóvenes - la desmoralización, la desidia o la desesperanza hacia el futuro -, tienen frecuentemente un denominador común: la escasez de padre. Esta necesidad no satisfecha provoca en los hombres y mujeres adultos un sentimiento crónico de vacío y de pérdida, una gran dificultad para adaptarse al medio social y para relacionarse de forma grata con figuras paternales o de autoridad. Estado que no se disipa y que a su vez, ellos arrastran en silencio a sus relaciones de pareja, o de familia, y transmiten sin saberlo de una a otra generación.

En cierto sentido, los mitos, y las expectativas de nuestra cultura han colocado al padre ante una trampa insalvable: para que el hombre sea considerado "buen padre" tiene ante todo, que satisfacer su función de proveedor, lo que le obliga a pasar la mayor parte del tiempo fuera de la casa. Pero, al mismo tiempo, su ausencia del hogar tiende a producir en los niños problemas de carencia afectiva, confusión de identidad e inseguridad. Sin embargo, cada día hay más padres que sinceramente optan por un papel más activo y más tangible en la familia y sienten que, si fueran libres de escoger entre su ocupación profesional o dedicarse al hogar, elegirían lo último.

Así pues como conclusión al estudio de la figura materna y paterna podemos afirmar que mientras las madres se liberan de las ataduras culturales esclavizantes del pasado, los padres se deshacen poco a poco de una imagen dura, distante y anticuada, y se convierten en seres más hogareños, expresivos, afectuosos, vulnerables y, en definitiva, más humanos.

 

III.- La alquimia del amor.

 

Todo enamoramiento verdadero implica una transformación personal importante. Del enamoramiento al amor establecido, del maravilloso estado de embriaguez a la realidad diaria hay un largo trecho.

El hombre actual ha alcanzado altos niveles científicos y técnicos; pero en muchos sentidos está perdido sin brújula.

La vida tiene hoy un ritmo trepidante, todo va demasiado deprisa. En el mundo occidental hemos cambiado más en las últimas décadas que en todo un siglo. Las transformaciones en las ideas, las modas, las costumbres y las concepciones sobre la vida se suceden aceleradamente. Por eso, ante estos vaivenes bruscos, súbitos, inesperados, el hombre necesita estar al día, reciclarse, lo cual implica desechar lo que no tiene validez y aceptar lo nuevo, siempre que sea positivo y favorezca el progreso personal y general. Y esta es una operación dificil.

Por medio cruza la vida cotidiana, que sigue siendo la gran cuestión. Lo cotidiano no es nunca banal, ni insignificante, ni puede descuidarse. En ello se encierra buena parte del secreto de la vida. Las cosas pequeñas son las importantes; las que hay que cuidar con esmero. Hay que aprender a descubrir la arqueología de la vida, y el mejor modo es seguir esa dirección.

Así pues, señalaremos como ingredientes del amor conyugal:

a)      Sentimiento.- el amor conyugal es, ante todo, un sentimiento. Pertenece, por tanto, al terreno de la afectividad. Si el amor humano es algo, es entrega, búsqueda del bien y la felicidad del otro, un constante acto de dar y recibir.

"Amar es aprobar, dar por buena a esa persona, celebrar que exista".

(Joseph Pieper).

b)      Tendencia.-  esta surge de la intimidad y consiste en inclinarse hacia el otro de modo persistente. Es la consecuencia de la atracción. La comunicación y el progresivo conocimiento mutuo serán los apoyos o bases de la pareja y la convivencia.

Esta tendencia psicológica tiene una primera instancia sexual. Por eso este amor es distinto de la amistad o de otros tipos de amor. El amor conyugal es sexuado, y en él se van a completar dos psicologías sexualmente distintas. Pero no conviene perder de vista que amor no es lo mismo que sexualidad. De lo contrario, estaríamos ante una relación preindividual y anónima, que no busca el bien ajeno, sino la satisfacción propia. Este asunto está bastante distorsionado en la actualidad, pues la decadencia del mundo occidental ha convertido las relaciones sexuales en una especie de juego trivial, un conjunto de sensaciones sin ningún compromiso. De este modo la sexualidad se degrada, se trivializa y al final se convierte en algo catártico o neurotizante. Hay que recuperar el verdadero sentido antropológico de la sexualidad, que en la vida conyugal revela y esconde a la vez la profundidad y el misterio de la compenetración de dos personas que se quieren.

La tendencia es, por tanto, sexual, psicológica, espiritual y cultural. En cada caso se produce un intercambio de flujos. Si esto no es así, la pareja no se comunicará, será incapaz de establecer puentes de afinidad, conexiones de entendimiento, intereses comunes.

El amor debe apoyarse en los valores. Ese será el mejor baluarte para que el edificio no se derrumbe ante las primeras adversidades serias que, inevitablemente, llegarán en algún momento.

c)Voluntad.- el amor necesita del ejercicio de la voluntad, porque lo refuerza, lo afirma, hace que se consolide mediante una conquista diaria audaz y perseverante. El amor hay que cuidarlo. La confusión, el paso de los días y las dificultades de la vida erosionan el amor humano. Por eso hay que estar atento y aplicar la fuerza de la voluntad, que no es otra cosa que tesón, firmeza que no se doblega, insistencia en los objetivos. Y ello encaminado a mejorar ese amor. ¿Cómo conseguir acrecentar y perseverar en el amor?. Corrigiendo, modificando y perfeccionando esa relación afectiva. En definitiva, enmendando la conducta al compás de la vida en común, saliendo al paso de sus dificultades, poniéndoles remedio.

d)Inteligencia.- en el amor de la pareja también son clave ciertas dosis de inteligencia. Su participación aligera la convivencia y permite que la afectividad de ambos congenie mejor. Inteligencia es conocer al otro y a uno mismo, saber qué resortes se deben poner en juego.

Aparentemente su concurso quita espontaneidad a esa relación, pero no es así. Lo que en realidad hace es darle firmeza, consistencia, solidez arquitectónica.

Cuando el amor es solo sentimiento, puede ocurrir que dependa exclusivamente de las sensaciones, y se concrete en algo inmaduro, adolescente. El amor debe recorrer un trayecto adecuado: comenzar siendo algo puramente emocional y, con el tiempo, ascender a la cabeza, volverse racional, reflexivo, coherente, pero sin perder la frescura y viveza de sus primeros pasos. Así se consigue un amor duradero y maduro: con el corazón y la cabeza.

e) Filosofía o proyecto común.-  el amor necesita una filosofía común de la pareja, una forma similar de entender la existencia, tanto en las creencias como en las actitudes básicas, pasando por una comprensión parecida de la realidad. Así se establecen el juego de alianzas de la compenetración.

La vida en común no se da hecha, hay que realizarla, inventarla, anticiparse a ella. Y si no se parte de unos criterios relativamente iguales, aparecerán más tarde las diferencias de interpretación, los puntos de vista diametralmente opuestos, la dificultad de vivir juntos. Tiene que haber algo dentro que active y haga funcionar el amor.

f) Compromiso.- el amor conyugal es compromiso. La libertad queda recortada en el amor humano.

"Amar es elegir, y elegir es seleccionar y renunciar a otras posibilidades".

(Prof. Enrique Rojas).

El compromiso es una especie de obligación que se contrae con el futuro de otra persona, estableciéndose un acuerdo que es promesa y reserva de vida afectiva. No hay amor conyugal auténtico si no existe un compromiso voluntario y responsable. En consecuencia, se exige la libertad del otro.

g) Fluencia y dinamismo.- toda vida humana es dinámica, y también la conyugal. La pareja ha de saber que, a medida que la vida transcurre, hay fragmentos de ella que giran, se modifican, avanzan, se orientan de otro modo.... Esto trae consigo una movilidad que es normal y buena, y que hace necesarias las sucesivas adaptaciones a las circunstancias personales y de pareja.

Esta es la alquimia del amor conyugal. Un sentimiento y una tendencia que necesitan de la voluntad, la inteligencia, el compromiso, la fidelidad..... Su fondo, ya lo hemos mencionado, entrega y donación a la persona amada.

 

3.1.- Errores sobre el amor.

 

Las expectativas son ideas preconcebidas, esperanzas, ilusiones sobre lo que se entiende a nivel general que debe ser un determinado asunto.

¿Cuáles son hoy los errores más frecuentes en el manejo indiscriminado de la palabra amor?.

a)      Divinizar el amor.

b)      Hacer de la otra persona un absoluto.

c)      Pensar que es suficiente con estar enamorado.

d)      Creer que la vida conyugal no necesita ser aprendida.

e)      Ignorar que existen crisis de pareja.

f)        No conocerse a uno mismo antes que a la pareja.

 

a)      Divinizar el amor.

Elogiar en exceso el amor, absolutizarlo tanto que nos deslumbre y nos haga pensar que las cosas serán siempre así es un error.

Con la divinización del amor entramos en ese mundo mágico y excepcional de la poesía, que nos ofrece sólo una parcela de la realidad sentimental: la mejor, aquella menos compleja, y carente de problemas.

 

"Beber veneno por licor suave,

olvidar el provecho, amar el daño,

creer que un cielo en un infierno cabe,

dar la vida y el alma a un desengaño:

esto es amor. Quien lo probó lo sabe".

 

            (Lópe de Vega.- "Soneto varios efectos del amor").

 

Esto no es divinizar el amor, sino entenderlo en una de sus inevitables facetas. Su caleidoscopio sensorial oscila y se mueve, pero lo importante es que la resultante de esos movimientos sea positiva.

 

b)      Hacer de la otra persona un absoluto.

 

"Nadie debe absolutizar a otra persona. ¿Por qué?. Porque a lo largo del tiempo esa percepción cambiará y producirá una fuerte decepción. La vida es larga y compleja. ¡Qué circunstancias y momentos inesperados y difíciles tendremos que pasar!. Y de esa otra persona, espectadora de primerísima fila, observaremos sus reacciones".

 

(Stendhal.- "Sobre el concepto de cristalización").

 

Sería  como una prolongación del concepto de "cristalización" que describió Stendhal, pero con más fundamento. Aquí se sitúa al otro en una posición excesivamente elevada, en un pedestal ideológico. Pero como la visión que se va a ir teniendo de él es milimétrica, propia de una convivencia codo a codo, existirán miles de ocasiones en que esta imagen caiga y se desplome; no de un día a otro, pero sí de forma gradual.

Puede y debe aspirarse a mantener la admiración por el otro, pero sin llegar al extremo de no ver sus defectos; es decir, hemos de saber aceptarlos como condición sine qua non de lo que es el ser humano.

Hacer de la otra persona un absoluto es concebirla como parte fundamental de la felicidad personal. Si bien la felicidad es una operación compleja, proyectiva, que ha de estar compuesta de amor, trabajo y cultura; de lo contrario no se consigue que sea sólida y coherente. Los tres factores tendrán momentos difíciles y atravesarán baches que los pongan a prueba, cada uno a su nivel. No hay felicidad sin esfuerzos pequeños, grandes y continuados por enderezar el rumbo de los principales argumentos, cuando estos se desvían de las rutas adecuadas.

c)      Pensar que es suficiente con estar enamorado.

 Ese es el principio, el empujón que activa toda la maquinaria psicológica de los sentimientos y que en los comienzos tiene una enorme fuerza y validez. Pero el amor es como un fuego; hay que avivarlo día a día, si no se apaga. Hay que nutrirlo de detalles pequeños, en apariencia poco relevantes, necesarios para la tarea de la vida diaria. Cuando éstos se descuidan, antes o después, la relación se va enfriando y acaba por llevarse las mejores intenciones.

d)      Creer que la vida conyugal no necesita ser aprendida.

Es de gran inmadurez pensar que una vez que dos personas deciden compartir su vida todo irá viento en popa sólo porque existe la voluntad recíproca de que así sea. Es verdad que se necesitan, se compenetran y están enamorados; que hay un consenso sobre lo básico bien consolidado. No obstante, a medio plazo todo ello va a ser poco. La convivencia es un trabajo costoso que exige comprensión y generosidad constantes; un trabajo en el que no se puede bajar la guardia. En la pareja los lenguajes son físicos, sexuales, afectivos, intelectuales, económicos, sociales, culturales, espirituales. La integración de los diversos engranajes, su acoplamiento y el hecho de que las piezas rueden con cierta fluidez es una operación en la que hay que poner los mejores esfuerzos.

 

 

e)      Ignorar que existen crisis de pareja.

Otra equivocación muy reiterada consiste en desconocer que a lo largo de cualquier relación conyugal, por estable y positiva que sea, han de darse algunas crisis psicológicas. Unas serán fisiológicas o normales, es decir, tránsitos necesarios, por donde hay que pasar sin remedio, que forman parte de la misma condición humana, en lo que atañe a la comunicación y la convivencia. Otras relativamente fisiológicas suelen coincidir con el crecimiento de los hijos, el cambio generacional, las alternativas psicológicas, familiares y económicas... Ambas deben ser superadas sin dificultad, salvo que la pareja no encuentre mínimos puntos de apoyo o se produzca la intervención desafortunada de algunos miembros de la familia, cuya labor termina por tener un efecto contraproducente.

Más tarde puede darse otra serie de crisis de diversa significación que necesitarán una lectura acorde con los hechos ocurridos: por infidelidad, por desgaste de la convivencia de una relación monótona, rutinaria y vacía en la que el diálogo y el compartir cosas brillan por su ausencia....

f)       No conocerse a uno mismo antes que a la pareja.

Para que exista una relación estable hay que tener cierto equilibrio psicológico.

Tener una personalidad bien estructurada es una operación laboriosa, lenta, de artesanía, en la que uno va talando y podando lo que no es útil y añadiendo elementos positivos que la irán haciendo más madura. Cuando se ha tenido un modelo de identidad como inspirador todo resulta más fácil

"Lento es enseñar por teorías, pero breve y eficaz por el ejemplo".

                                                (Séneca).

En la forma de ser se reúnen muchos segmentos psicológicos diversos que forman un mosaico; se alojan parcelas diferentes que es menester conciliar para conseguir una personalidad sólida y equilibrada.

 

"En el mapamundi del proyecto de vida, la personalidad es el puente hacia los tres grandes aspectos: amor, trabajo y cultura".

 

(Prof. Enrique Rojas)

 

 Para cambiar y corregir algo propio es necesario ser muy concreto, conocer qué aspecto no está bien estructurado y ponerse manos a la obra. Siendo pués, primordial "conocerse a uno mismo", observando aptitudes por un lado, limitaciones por otro y errores pequeños que es preciso corregir.

 

3.2.- La erosión del amor.

 

A menudo la unión de la pareja se debilita con el paso del tiempo, se vuelve tediosa, se embota, su intensidad se apaga o es sustituida por la indiferencia, la inquietud o el desasosiego. Sentimientos que poco a poco se comen el amor y conducen al resentimiento, a la infidelidad o incluso a la ruptura.

Cuando el amor fracasa sin remedio, se desfigura y se convierte en la imagen inversa del enamoramiento. Es realmente sorprendente la intensa aversión o el asco que muchas parejas rotas sienten el uno por el otro. Quizá el destino más lamentable y tenebroso ocurre cuando los sentimientos amorosos desaparecen.

¿Pero cómo se explica ese salto, esa transición de la pasión, la exuberancia, la reciprocidad, la idealización y de la esperanza que experimentan los nuevos enamorados, a la resignación, el vacío, el aburrimiento, la enemistad, la desesperación o al tormento que abruman a las parejas desencantadas?.

El amor se destruye por diversas circunstancias:

-         Por un cambio en el equilibrio de poder de la pareja.

-         Por las continuas decepciones que dan lugar al desencanto y la frustración.

-         Por la pérdida de armonía o el desgaste de la atracción mútua, con caída de la vida sexual, de la confianza y de la intimidad afectiva.

-         Por el transcurso de los años, y según las vicisitudes del envejecimiento de la pareja:

·       El nacimiento de un hijo.

·       La pérdida de trabajo.

·       El cambio de situación económica.

·       Las enfermedades.

·       Los problemas o exigencias de los padres ancianos.

-         Por la existencia de trastornos psicológicos.

·       Narcisismo.

·       Depresión.

·       Paranoia.

·       Celopatía.

-         Por trastornos físicos que inhiben los sentimientos amorosos.

-         Por la infidelidad.

 

En USA, el Informe Kinsey calcula que el 37% de los hombres casados y el 29% de las mujeres casadas han tenido relaciones sexuales extramaritales en algún momento de su vida matrimonial.

 

(Informe del Instituto Kinsey.  USA).

-         Por las recientes corrientes psico-sociales de individualismo - hedonista, que busca la autorrealización inmediata ("aquí y ahora"), la calidad de vida, su talante laico, relativismo, alta tolerancia y absoluto pragmatismo, que también parece fomentar la impaciencia que sienten tantas parejas de hoy ante los primeros brotes de infelicidad.

Además de lo expuesto, existen otras conductas que hacen muy dificil mantener el amor, como son:

i)                   La soberbia y el orgullo.

 

La soberbia es el origen de casi todos los defectos del hombre. Podemos definirla como la pasión desenfrenada por el valor de uno mismo; un amor desordenado que se acompaña de una hipertrofia del yo, fuente y origen de muchos de los males de la conducta. En definitiva, una actitud que consiste en la propia adoración, en la idolatría personal.

La soberbia puede ser vivida como pasión o como sentimiento. La primera es un afecto excesivo, vehemente, ardoroso, que llega a ser tan intenso que nubla la razón, pudiendo incluso anularla e impidiendo que nos veamos con una mínima objetividad. En el segundo, todo cursa de forma más suave, la fuerza se acompasa y la cabeza aún es capaz de captar la realidad de lo que somos, aunque sólo sea en momentos estelares.

Existe una gradación entre las tres estirpes próximas a este fenómeno: soberbia, orgullo y vanidad. Entre la soberbia y el orgullo hay matices diferenciales, aunque el ritornello o común denominador es el mismo: el apetito desmesurado de la propia excelencia, la tendencia a demostrar superioridad, categoría, preeminencia.

La soberbia es más intelectual y característica de una persona que, objetivamente tiene cierta superioridad, que sobresale en alguna faceta de la vida. No obstante, la deformación de la percepción personal es excesiva y se desliza hacia la magnificencia. Sus manifestaciones son internas, privadas, aunque visibles de forma indirecta a través de sus "máscaras". El soberbio es un ser crecido constantemente. Entre sus rasgos más comunes cabe destacar: altivez, impertinencia, menosprecio que puede llegar al desprecio; desconsideración, frialdad en el trato, tendencia a humillar. Su grado de egocentrismo y engolamiento resulta provocativo.

El orgullo es más emocional, ya que puede incluso referirse a algo valioso que uno ha hecho como un trabajo o un esfuerzo. Este reconocimiento resulta negativo cuando es excesivo. Sus síntomas son más visibles, ya que afectan a la conducta. No es necesario recurrir a una operación psicológica de introspección o análisis. El orgulloso se encuentra en un escalón inferior al soberbio de ahí que sea más soportable.

Tanto la soberbia como el orgullo provocan rechazo. En psiquiatría se habla de un trastorno concreto de la personalidad: "el narcisismo".

 

ii)                  La vanidad.

 

La vanidad es una pompa hueca elaborada sobre valores mínimos, frívolos y triviales que se mueven en el ámbito de lo insignificante. Tiene una nota básica insustancial: la exaltación de uno mismo en cosas futiles y baladíes. Se necesita constantemente la admiración ajena y el elogio de esas menudencias: belleza, elegancia, posesión de algún tipo de bienes... Es una debilidad menor comparada con la soberbia y el orgullo.

Mientras que la soberbia es concéntrica, la vanidad es excéntrica; la primera tiene su centro de gravedad dentro, en los territorios más profundos de la arqueología íntima, la segunda es más periférica, se instala en los aledaños de la personalidad. La soberbia es más grave que la vanidad, ya que consiste en una cierta ceguera psicológica: uno solo es capaz de ver lo bueno que tiene y que ha conseguido con su esfuerzo, pero incapaz de asumir o reconocer los defectos personales en su justa medida. Al mismo tiempo, no se dirige la mirada hacia los otros, para ver lo valioso del prójimo, ya que se permanece encerrado en uno mismo, en el propio mundo.

Respecto de la soberbia podemos encontrar: la soberbia manifiesta, distinguible con claridad absoluta, y la soberbia enmascarada, la más habitual que se da en personas inteligentes o de cierta capacidad racional.

El cuadro sintomatológico de esta soberbia enmascarada puede resumirse de la siguiente forma:

-         Aire de autosuficiencia.- actitud de bastarse a sí mismo y no necesitar a los demás. Engreimiento que hace hierático el gesto y lleva al hábito altanero.

-         Susceptibilidad casi enfermiza.- se desencadena ante cualquier crítica fundada en datos observables. Gran dificultad para pasar desapercibido; tendencia a hablar siempre de uno mismo, pues si no es así decae el interés de la conservación y la participación en el diálogo con los demás; desprecio olímpico de cualquier persona cercana que sobresalga en algún aspecto y de la que se pueda escuchar alguna alabanza.

-         Débil relación amorosa.- cuando alguien tiene un amor desordenado por sí mismo, es dificil que se vuelque en otra persona. Necesita permanentemente el reconocimiento explícito y/o implícito de sus cualidades y logros, por lo que resulta casi imposible la convivencia: la hace insufrible, pues reclama pleitesía, sumisión, acatamiento y hasta servilismo.

-         Falta de limitaciones.- el soberbio no percibe que existen limitaciones, por ello desconoce muchas restricciones y cortapisas que tenemos y que surgen cuando realizamos un análisis, frío y objetivo, de nuestras realidades circundantes: físicas, psicológicas, intelectuales, sociales y culturales.

 

iii)                El descuido permanente y sistemático de lo pequeño.

 

La soberbia, el orgullo, la vanidad se presentan en apariencias de forma diversa, pero en todos existe el mismo común denominador: el descuido de los detalles.

El amor atento es el secreto de muchas vidas sosegadas y estables. El tesoro escondido de la felicidad conyugal se encuentra si se sale a buscar a diario al otro, olvidándose uno de sí mismo y cuidarle discretamente.