Educar
naiÓEvco [paideúó] educar, formar; naideía. [paideía] educación, formación, disciplina;
TtondEüzrít; [paideutes] educador, maestro; naidaywyóc, [paidagógós] pedagogo, ayo
I Todos estos vocablos derivan de jraíg (país) = niño, muchacho. Paideúó significa, pues, literalmente:
encontrarse, estar con un niño (el sufijo verbal -cuco [-euó] indica estado); además, tiene el significado de educar,
formar, instruir, entrenar. De aquí deriva el sustantivo paideía, que ya en el s. VI a. C. (Pittakos) se usaba con el
significado deformación, que designa el proceso de la educación, el desarrollo de la formación, y que en el s. V fue
empleado por los sofistas para explicar el objetivo fundamental de su labor. Más tarde, el concepto se aplica
también a la formación de los adultos y, de un modo muy general, al desarrollo científico. También derivan de país,
paidagógós, pedagogo, ayo, educador (la mayoría de las veces eran esclavos) y paideutes, el maestro, el educador:
Homero no emplea aún la palabra paideúó, a pesar de que en él están presentes la educación y los ideales de la
misma, que se entienden como una especie de iniciación de la generación siguiente en la tradición de las
costumbres y leyes mediante el ejemplo y la imitación. En Homero, el fin de la educación es la incorporación en la
aristocracia que vive de la rivalidad en la lucha (II. 11, 784: aspirar siempre a distinguirse y a superar a los demás).
Esparta y Atenas representan dos polos opuestos. Esparta exige, por encima de la idea de emulación, la ordenación
total del ciudadano al estado, mientras que los atenienses ven el fin de la educación en una instrucción corporal y
espiritual del ciudadano a través de la emulación que lo conduzca a una maduración de la personalidad en el
sentido del ideal del KOCÁÓQ Kayx9óQ [kalós kagathós], de la belleza y bondad, ideal que luego redundará en
beneficio del estado.
Los sofistas fueron los primeros que subrayaron de un modo consecuente la igualdad de todos los hombres y,
partiendo de aquí, su capacidad para recibir formación y educación. Daban lecciones a las que podía asistir todo
aquel que satisfacía una cuota. A esta orientación formalista de los sofistas Sócrates opuso una orientación
objetiva basada en el áyoeSóv [agathón], lo bueno, que sólo podía descubrirse a través de la actividad cognoscitiva
del individuo (en este sentido, con los mismos métodos que los empleados por los sofistas). El principio didáctico es
el no-saber, el método es el diálogo que guía al espíritu y despierta el conocimiento, y puede conducir al hombre a
la sabiduría y, de ese modo, a una conducta recta. En Platón, la educación es la única posibilidad de crear un
verdadero estado (= un estado basado en la justicia) superando la situación presente de injusticia. Para este fin son
fundamentales la educación gimnástica y la musical (Resp. 376e ss). Ello debe tener la máxima importancia entre
los deberes escolares, ya que los niños pertenecen más al estado que a sus padres (Leg. 804d). A esto se añade, en la
élite destinada a la dirección del estado, una iniciación progresiva en el pensamiento filosófico (Resp. 521c-534),
para lo cual hay que despertar en el hombre la reminiscencia de las ideas, los arquetipos de la realidad, que él ha
contemplado antes de su existencia terrestre (Men. 81c ss; Resp. 514 ss). Aristóteles considera como fin de la
educación la formación estética y ética de los ciudadanos. La dirección y el ejercicio deben formar al hombre
mesurado que sea capaz de llevar adelante sus propios asuntos y la vida de la comunidad. En Aristóteles las
ciencias ya no pertenecen, como para la élite directiva del estado de Platón, a la esfera de la educación. En el
helenismo de la época neotestamentaria juega un papel decisivo en la educación el ideal estoico del jefe que está
por encima del pueblo y es responsable de sí mismo y de su razón.
A modo de recapitulación, podemos decir lo siguiente: en todas aquellas partes en donde se ha impuesto la idea
de educación, se sitúa en el centro el hombre, que en el fondo puede ser educado porque es un ser racional. El
objetivo de la educación es el hombre «plenamente desarrollado», es decir, el que puede disponer juiciosamente de
su cualidad específica (áperrj [arete]). La falta de consideración, como programa, no ha sido defendida más que
por la sofistica. El principio de la educación nunca ha sido entendido por los griegos de un modo perfeccionista —a
excepción de la teoría de Platón sobre el estado. En esto influyeron mucho sobre el pensamiento griego ideas como
el destino, la divinidad y —más tarde— el azar y la libertad personal.
II Paideúó (84 veces en los LXX, 52 de las cuales tienen su vocablo equivalente en hebreo) aparece 41 veces
como traducción del hebreo yásar (la mayoría de veces en pi.), castigar, disciplinar, corregir. El sustantivo paideía
(103 veces en los LXX, de las cuales 47 corresponden a términos hebreos equivalentes) aparece 37 veces
traduciendo a müsár, castigo, disciplina; «pero puede tomar también una acepción más intelectualista y entonces se
refiere a la instrucción entendida en el sentido de sabiduría, conocimiento y juicio» (Bertram, ThWb V, 604).
Estos conceptos aparecen sobre todo en Prov (el verbo: 12 veces; el sustantivo: 29), en Sal (el verbo: 13 veces; el
sustantivo: 5) y Eclo (15 veces el verbo, 35 el sustantivo), en cambio se encuentran raras veces fuera de la literatura
profética y sapiencial.
El AT atestigua cómo Dios se revela a Israel e interviene en su vida. El espera que, en contrapartida a su amor y
solicitud por el pueblo escogido, éste responda con confianza y obediencia. El pueblo sacerdotal debe ser
modelado por el ser de Dios e imitarle en su santidad. La solicitud de Dios para con su pueblo le obliga a tomar
con él severas medidas disciplinarias, a castigarlo (yasár y müsár). Pero, al educar a su pueblo, no apunta hacia un
ideal, sino que vela por la fidelidad de su pueblo, que debe dimanar de la confianza (esfera interhumana) y de un
dejarse-interpelar constante y de una actitud auténtica de escucha, que proceden de la obediencia (alocuciones
proféticas). Mientras que originariamente se insiste más bien en considerar a Israel en cuanto pueblo, en cuanto
totalidad, bajo la disciplina de Dios (Dt 4, 36; 8, 5; Os 7, 12; 10, 10), más tarde, en la literatura sapiencial, se habla
sobre todo de la educación del individuo por Dios (Prov 3, 11; 15, 33; Eclo 18,14 [13]). De esta educación de Dios,
de la que Israel intenta evadirse continuamente, a pesar de que está orientada a su salvación, participan de la
misma manera todos los miembros del pueblo. No existe ninguna educación «religiosa» especial para la juventud.
Dios educa, y la crianza de los niños acontece ya en la esfera del Dios que educa en el amor y que castiga a los suyos
a causa de su rebeldía.
Los términos hebreos designan en primer lugar el castigo que el padre ha de aplicar al hijo (Dt 21,18; Prov 13,
24; 19,18; 23,13; 29,17), y el castigo que Dios ha consentido que caiga sobre su siervo por la salvación de su pueblo
(Is 53, 5). Así, en Dt 11, 2 la expresión müsár Yahvéh significa la acción directiva de Dios, su acción educadora para
con Israel en la historia. El castiga a causa del pecado (Lv 26, 18.28), pero «con medida» (Jer 10, 24; 46, 28). El
hombre puede aceptar o menospreciar esta educación, apreciarla u odiarla (Jer 5, 3; Prov 12, 1; Sal 50, 17). En la
literatura sapiencial el castigo se transforma progresivamente en su resultado, la disciplina, que hay que aprender
(Prov 1, 2), interiorizar y custodiar (Prov 23, 23). Pero el centro y el contenido es siempre Dios, no el niño ni un
ideal. El fin de la educación que Dios lleva a cabo es conducir a su pueblo al conocimiento de que su existencia se
funda únicamente en la voluntad salvífica de Yahvé y, por consiguiente, debe obediencia a su divino educador (Dt
8, 1-6).
Pero, ¿cómo se realiza la educación de la juventud en Israel? Dios ordena honrar a los padres, pues ellos le
representan a él. En la casa, el padre asume el papel de sacerdote; transmite la tradición a la familia; además,
contesta a las preguntas de los hijos (Ex 12, 26 ss); su respuesta es un reconocimiento de la acción salvífica de Dios
para con Israel. Los niños reciben este testimonio no sólo de un modo verbal, sino también mediante signos
sensibles como, por ejemplo, las piedras del Jordán (Jos 4,6 ss.21 ss). El cumplimiento de lo ordenado por la ley (Dt
21, 21) y su enseñanza sirven de ocasión para la educación. No existe ninguna idea de la educación ni ninguna
institución educativa propiamente dicha, sino que, más bien, la juventud se habitúa a la vida del pueblo, que vive
bajo la disciplina amorosa de Dios. La imitación de la figura del padre es lo que hace madurar a los hijos. Pues el
que escucha con atención se mostrará obediente.
Es sólo en la literatura sapiencial donde aparece una cierta moralización y humanización: el fin de la educación
es la sabiduría (Prov 1, 7; 8, 33), que reconoce el orden que reina en las cosas y al que debe subordinarse el sabio. Al
mensaje del AT se le da en parte una orientación pedagógica y en cambio se da un contenido teológico a la
doctrina griega de la educación; fe y razón van estrechamente unidas. Por otra parte, en la versión de los LXX el
verbo paideúo tiene un sentido que se aproxima al «castigar» veterotestamentario, en cambio el sustantivo paideía
tiende más bien hacia el concepto helenístico de «instrucción, enseñanza». Pero incluso cuando en Israel surge, en
cierto modo, un ideal a propósito de la instrucción, el punto de partida de «esta formación del hombre es también...
el conocimiento de Dios, su revelación, sus mandamientos» (GvRad, Teología del AT I, 1978*, 525). En Dt 11, 2
aparece la expresión noaSeía Kvpíov [paideía kyríou], la enseñanza del Señor, que tanta importancia adquiere en el
texto de Ef 6, 4.
La educación en el judaismo tardío de Palestina está todavía en una conexión muy estrecha con el AT: el fin de
toda educación es el hombre que vive en la obediencia a la voluntad de Dios. Sin embargo, se puede ver un
profundo cambio en el hecho de que se considera a la -> ley como la norma de la voluntad de Dios. Ahora bien,
tras el exilio, ésta se había convertido cada vez más en una realidad absoluta, que se presentaba ante Israel como
una exigencia atemporal y ahistórica y servía de fundamento a la relación con Dios. Esta idea de la educación
propia del judaismo tardío ha hallado su expresión clásica en las escuelas rabínicas, en las que se enseñaba y
aprendía la Tora juntamente con su interpretación casuística. En cambio en el judaismo helenístico la educación
experimentó más fuertemente el influjo griego. Un ejemplo típico de esto es el movimiento educativo que aparece
en Alejandría (Filón).
III En el NT, este grupo de palabras aparece un total de 23 veces. De éstas, 8
pertenecen a Heb 12, otras 5 se encuentran en Pablo, 5 en las cartas pastorales, 4 en Le y
una en Ap. Predomina la concepción veterotestamentaria. Pero cuando se habla del
paidagogós, el pedagogo, no es posible establecer una dependencia clara.
1. a) El verbo se utiliza 2 veces en el sentido deformar, instruir: Moisés es iniciado
en la sabiduría de los egipcios (Hech 7,22), Gamaliel fue el maestro de Pablo (Hech 22,3).
b) Paideúó hay que traducirlo 2 veces por castigar o simplemente azotar (Le 23,
16.22). No se puede decidir la cuestión de si aquí y en otros muchos pasajes del relato de
la pasión resuena una profecía veterotestamentaria (Is 53, 5), o si paideúó ha sido tomado
simplemente del griego popular en el sentido de apalear (Bertram).
2. Dios educa: en el judaismo esta idea ha sido desarrollada ulteriormente de un
modo decisivo, de tal manera que en el sufrimiento se experimenta la acción amorosa de
Dios que nos educa (Jdt 8, 18-22; 2 Mac 6, 12-17; Sal 3, 4; 13, 9 y passim). Los supuestos
de esta idea se encuentran ya en el AT (Dt 8, 5; 11,2; 2 Sam 7,14 s y passim). Esta idea del
castigo, entendido como una acción a través de la cual Dios preserva amorosamente a su
pueblo del juicio último, ha sido incorporada a algunos pasajes importantes del NT (cf. el
detallado excursus de Michel, 297).
En Heb 12, 5 s se cita el texto de Prov 3,11 ss. El castigo del Señor es una señal de su
amor y, por consiguiente, no es motivo de desaliento. A este testimonio escriturístico se
añade lo que se dice en los vv. 7-11. Dios es el educador de su pueblo. El modo como Dios
educa se clarifica a partir de la educación que realiza el hombre, que es una débil imagen
de la de Dios. Dios es el Padre y castiga por amor, para preservar a los hombres en su
condición de hijos de Dios, para que se conviertan y vuelvan al hogar. El hombre se
resiste a esta corrección, se obstina y duda del amor paterno (v. 5), a pesar de que, con su
conducta, sabe que desprecia la filiación divina; en el castigo experimenta el hombre la
intervención paternal de Dios. Y si, ya en la educación que se lleva a cabo en la familia, la
condición de buen hijo se reconoce en el hecho de que el padre le educa, le «castiga»,
mucho más claramente aparece esto en el caso de Dios. Los padres según la carne
castigan sin pensar en una razón última y están expuestos a equivocarse, pero el Señor
tiene siempre el propósito último de hacer a los hombres partícipes de su santidad (v. 10).
El fin de esta corrección es la paz con Dios (v. 11), que es también el punto de partida de
la corrección divina, es decir, el hecho de ser hijos de Dios. Por más que un estoico podría
hablar de un modo semejante, su concepto de la educación está, no obstante, orientado al
autoperfeccionamiento del hombre.
Esta idea de que en el castigo de Dios se patentiza precisamente su amor se encuentra
también en Pablo en el contexto de sus avisos sobre el modo de celebrar la eucaristía (1
Cor 11, 32): los cristianos no están dispensados de la enfermedad y de la muerte, que son
la secuela del pecado. En esto les alcanza el juicio de Dios. Pero, en la medida en que este
juicio tiene un carácter de castigo, los creyentes quedan sustraídos misericordiosamente
al juicio definitivo de Dios sobre el mundo y, por tanto, a la condenación (v. 32b; cf.
también Ap 3, 19). A partir de la experiencia que ha adquirido a través de su ministerio
apostólico (2 Cor 6, 9), es Pablo consciente también de que el ser castigado no está en
contradicción con el hecho de ser amado por Dios, sino que más bien ha de ser
comprendido como una consecuencia de este amor.
61 (HOLISEÚCO) Educar
La concepción neotestamentaria de la educación por medio del castigo no sólo se
distingue de la idea griega de la educación (es decir, la educación basada en un ideal), sino
también de aquellas doctrinas rabínicas en las que el sufrimiento que produce el castigo
tiene una función expiatoria. En cambio, de acuerdo con la comprensión neotestamentaria,
la corrección de Dios es, de algún modo, necesaria, para que los creyentes conozcan
que son verdaderamente hijos suyos.
Un tipo de educación diferente es el que se realiza a través de la palabra de Dios en el
AT (2 Tim 3, 16). Dado que aquí es también el mismo Dios el que habla, la comunidad
neotestamentaria conoce la voluntad de Dios a partir de los escritos del AT y, de este
modo, recibe instrucción para llevar una vida conforme a esta voluntad. Más claramente
habla Tit 2,11-13 de la gracia que educa: todo confluye en el mensaje de la cruz (v. 13,14).
La educación es también aquí una consecuencia de la gracia; en ambos pasajes 2 Tim 3,
16 y Tit 2, 11-13 se emplea un lenguaje helenístico, pero la idea fundamental es
veterotestamentaria. Las palabras «sobria, justa y piadosamente» (NB: «con equilibrio,
rectitud y piedad») representan el ideal del mundo griego. Pero, en este contexto, se parte
del supuesto de que Dios justifica al hombre y le conduce hacia la santificación.
Finalmente, Pablo habla de la misión educadora de la ley (Gal 3, 24 ss). La ley es el
paidagdgos, el ayo (NB: «niñera») que nos conduce a Cristo: ésta es probablemente la
tradución adecuada. No se puede determinar con seguridad si Pablo piensa aquí en los
esclavos a quienes se confiaban los muchachos y tenían la misión de castigarlos, o si se
hacía de esto una idea más positiva. En todo caso, lo que quiere decir es que él —el
paidagdgos— mete a los jóvenes en pretina. La misión de la ley (en sí buena y santa: Rom
7, 12) era mantener el orden divino y poner de manifiesto la desobediencia humana
(«desenmascarar el pecado»). Esta misión ha tocado a su fin con Cristo, que inaugura y
trae consigo el nuevo eón (Gal 3, 25). Por la fe en Cristo el hombre inmaduro llega a ser
un verdadero hijo de Dios (Gal 4, 1). El apóstol habla aquí desde el punto de vista de la
historia de la salvación. La ley dada por Dios no puede frenar al hombre que vive en el
pecado; pero si él reconoce la validez del precepto y, por tanto, su culpa, le impulsa hacia
Cristo. Ahora bien, el que está en Cristo queda liberado de la ley, ya que está bajo la ley
del amor de Cristo (Rom 13, 10b).
3. En Tim 1, 20 se habla de los hombres que han sido entregados a Satán para ser
castigados por él. Aquí se trata de un castigo por parte de la iglesia (probablemente una
excomunión) y Satán personifica la ira de Dios, que castiga con la enfermedad y la muerte
a quienes destruyen la iglesia de Dios. Pero este «castigo» tampoco tiene como finalidad
la destrucción definitiva del pecador, sino, más bien, su arrepentimiento (v. 20b).
4. El hombre educa: a la exhortación de Pablo a los hijos a honrar a sus padres,
sigue en Ef 6, 4 el consejo a los padres de formar a sus hijos (éicrpécpEiv [ektréphein]) en
disciplina (paideía) y en la corrección del Señor (kyríou). ¿Cómo ha de entenderse el
genitivo kyríoul El sentido de «educación para el Señor» (L) está casi excluido. Es posible
que este genitivo signifique «del Señor», entendiendo esta expresión en el sentido de que
Dios está detrás de las enseñanzas del hombre. También puede admitirse la opinión de
WJentsch, según la cual se trata de una educación que se refiere al kyrios (gen.
cualitativo). En todo caso, el cristiano, que confiesa con Pablo (1 Cor 12, 3) que «Jesús es
el Señor», rechaza con ello cualquier otra exigencia total de soberanía. Para los creyentes,
la esfera de la educación está también bajo la soberanía de Jesús. Esta fe que vence al
mundo (1 Jn 5, 4 s) incluye para la comunidad la preocupación por el verdadero fin de la
educación.
D. Fürst