Las desigualdades escandalosas y la doctrina social de la Iglesia
Según el profesor de teología en Taiwán Louis Aldrich

TAIPEI, sábado, 17 abril 2004 (
ZENIT.org).- Publicamos la intervención del profesor de teología de Taiwán, Louis Aldrich, «Desigualdades escandalosas» en una de las videoconferencias mundiales organizadas por la Congregación vaticana para el Clero dedicada a la doctrina social de la Iglesia.

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Las encíclicas siempre se escriben dentro de un contexto. Esto se pone en evidencia en el caso de las que se llaman «encíclicas sociales», que contienen análisis de acontecimientos actuales y tendencias de la sociedad. Pero esto no nos permite concluir que estas cartas se hacen obsoletas con el paso del tiempo. Por el contrario, descubrimos junto con el flujo de acontecimientos históricos, o dentro de ellos, algunas tendencias permanentes o aspiraciones. No pretendemos con esto analizar las implicaciones filosóficas y teológicas de la relación entre la historia y la Revelación. Sin embargo, vemos que se da esta interrelación cuando leemos por ejemplo el número 9 de «Populorum Progressio». Y cito: «los campesinos han llegado —ellos también— a adquirir la conciencia de su \'inmerecida miseria\'».

Las dos últimas palabras provienen de «Rerum Novarum», la famosa encíclica de León XIII escrita en 1891. dos renglones más abajo tenemos una extensa cita extraída de «Gaudium et Spes» publicada en 1965; «Populorum Progressio» fue publicada en 1967. Podemos hablar de la situación de los campesinos en la economía general de la sociedad actual, pero no vemos que muchas de estas personas no existan en situación de «inmerecida miseria». No obstante, si seguimos leyendo y tenemos en cuenta este caso, el texto dice: «A eso se añade el escándalo de las irritantes disparidades no sólo en el goce de los
bienes, sino, aún más, en el ejercicio del poder\".

¿Podemos discernir de las líneas anteriores algo permanente? Primero, que algunas miserias son inmerecidas. ¿Por qué? Si hemos de hacer un análisis preciso de cada situación concreta --lo cual es imposible en tres minutos-- podemos decir al menos que no podemos dividir la sociedad en dos grupos de seres humanes: los «inferiores» y los «superiores». Hemos de investigar la causa de tales divisiones en las decisiones no éticas de las personas y también en las estructuras de pecado, como ha sido explicado en las encíclicas más recientes del Papa.

Si decimos que las estructuras son pecaminosas, podemos concluir que las decisiones de las personas no son relevantes, y por lo tanto no entra en juego la responsabilidad moral. Pero el texto no permite esta conclusión. Además, hemos subrayado ya que el ejercicio de poder es, cuanto menos, tan relevante como la posesión de bienes materiales. Esto se explica con una cita de Gaudium et Spes: el pobre es a quien \"se priva de casi toda posibilidad de iniciativa personal y de responsabilidad\"

Y así entendemos mejor la palabra \"inmerecido\": nadie puede ser privado de su dignidad, lo que se traduce en la sociedad como derecho y obligación de participación responsable. Y es aquí donde encontramos un \" principio permanente \": se da prioridad siempre y en todo lugar a la dignidad humana. Debemos agregar inmediatamente que corresponde a los miembros de la sociedad encontrar la expresión concreta de esta dignidad.

Es más fácil demostrar este principio permanente negativamente que positivamente. Digamos que un método práctico para mantener a los pobres fuera de toda participación significativa en la sociedad es cargándolos con mucho trabajo, angustia por la supervivencia y falta de esperanza en una educación. Los Papas en sus encíclicas suelen poner de manifiesto la relación entre la miseria económica y la exclusión política. Muchos expertos en economía y ciencias sociales han desarrollado este tema más aún. ¿Pero cómo se puede expresar este principio de manera positiva? Lo primero que surge es que la gran libertad concedida al hombre para crear, con una participación responsable, el mundo en el que quiere vivir. Ha de ser siempre un mundo en el que las personas sean capaces de estar lado a lado solidariamente. Esto no elimina todas las tensiones, problemas de distribución de los bienes, y el debate sobre las estructuras políticas. Pero sí previene la violencia cruel y el odio hacia los otros.

Como solemos repetir, la economía no funciona si la ética. La búsqueda ética de un desarrollo humano completo nos recuerda que nadie puede ser un ser humano por sí mismo si niega a otro las condiciones concretas para ser también en ser humano. Y entre estas condiciones está la posibilidad de participar en la construcción de la sociedad. Para concluir permítanme decir que en 1987 Juan Pablo II escribió la encíclica «Sollicitudo Rei Socialis», para celebrar el vigésimo aniversario de «Populorum Progressio»; en esa carta encíclica subraya la misma verdad de la dignidad humana como base para la lucha en contra de la pobreza en un nuevo contexto. En ella vemos la misma convocatoria a respetar a todos y cada uno de los seres humanos y a encontrar medios concretos para realizarlo, y conseguir de esta forma el Bien Común de la comunidad y de cada persona de la misma.