PASTORAL SOCIAL
La Pastoral Social nace la Palabra de Dios, tiene su fuente en la Sagrada
Escritura comenzando por el libro del Génesis y, en particular en el Evangelio
y los escritos apostólicos. Otros elementos fontales, que al mismo tiempo se
alimentan de la Palabra de Dios, son enseñanza de los Santos Padres y grandes
teólogos de la Iglesia y el Magisterio, especialmente de los últimos Papas.
La Sagrada Escritura en el Antiguo Testamento
La Iglesia como camino de la solidaridad
Los agentes de la Pastoral Social
La Sagrada Escritura en el Antiguo Testamento
Persona humana: sujeto social. Una de las primeras enseñanzas que nos hereda la Palabra de Dios, es que la persona humana, varón y mujer, ha sido creada a imagen y semejanza de Dios. Posee una dignidad fundamental y está llamada al encuentro y al diálogo por el amor.
La persona humana como imagen de Dios es un sujeto social, pues está llamada a relacionarse con sus semejantes y debe ser "guardián de su hermano". La persona humana ha sido hecha dueña y señora de la creación (Gen 1, 26-31; 2, 18-24; 4, 1-6; Ex 20,13).
El pecado: El pecado
aparece como la ruptura al proyecto de Dios, ya que rompe la comunión y
solidaridad entre Dios y la persona humana, entre ésta y sus semejantes y con
la creación (Gen 3, 1-7; 4, 1-6; 11, 1-9; Am 2, 6-7; Is. 5,8).
El pecado rompe también el proyecto de Dios que es un proyecto de vida, por
eso el pecado en sus múltiples manifestaciones, destruye la imagen de Dios en
el hombre y acarrea un proyecto de muerte (Gen 9,6)
La alianza: Dios se revela
en la historia como solidario con su pueblo, pobre y oprimido, para formar con
ellos una alianza y librarlos de la esclavitud (Gen 4, 9-10; Ex 3, 7-20; Dt.
10, 17-18).
Dios forma su pueblo en comunión con Él y con los hermanos, santo y consagrado
a Él, al servicio de los demás pueblos, universal en un futuro y el que debe
vivir la comunión y la solidaridad, sobre todo con los más débiles. Las mismas
vocaciones individuales dentro del pueblo ( los profetas o los jueces) son
funcionales y tienen un sentido comunitario y solidario (Gen 12,2; Ex 19, 3-6;
Sal 80,2).
Los profetas: Los profetas bíblicos son duros críticos de la sociedad porque aspiran a construir una sociedad humana y digna del pueblo de Dios, según el plan original del Dios de la Alianza. Para ello anuncian una Nueva Alianza (Jer 31,32; Ez 36, 16-38; Is 55,3; 54, 1-10), al mismo tiempo que denuncian la injusticia de los ricos y sus prácticas cultuales en las que divorcian la fe y la vida. ( Am 5, 21-24; Is 1, 11-17; 58, 3-11; Mi 6, 6-8; Jer 7, 4-7). En ellos, la justicia adquiere una importancia singular, equiparándose a la santidad. Santo es el justo.
En el Señor Jesús. En el Nuevo Testamento aparece Jesucristo, el Hijo eterno del Padre, como modelo de hombre. La encarnación del Verbo eterno de Dios es un hecho histórico, único, irrepetible. "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14), es la imagen de Dios (Col 1, 15-18), el nuevo hombre en el que la humanidad es recreada, el Segundo Adán (I Cor 15,1ss), el primogénito entre muchos hermanos, el que nos revela al Padre común de todos los hombres. (Mt 6,9; Lc 11,2;)
Jesús es también el modelo de la servicialidad y de la solidaridad, pues en su encarnación quiso tomar la condición de siervo (Fil 2, 6-11), en El se cumplen las profecías del profeta Isaías sobre el "Siervo de Yahveh" (Is 42,53ss), su solidaridad se prolonga por toda la vida y culmina con su muerte. Su servicio en la obra redentora lo realiza en orden a la unidad y la reconciliación. (Mt 20,28; Lc 22,27; Fil 2,7).
A Jesús se le descubre precisamente, en la solidaridad con los débiles y marginados: Pasó su vida haciendo el bien y lo criticaban por juntarse con gente de mala vida, condenó la conducta de los fariseos que se creían buenos y eran injustos con los demás ( Lc 19). Para los hombres (desde sus parientes Mc 3,21) y las autoridades del tiempo de Jesús les fue incómodo el mensaje de la Buena Nueva que anunciaba y, esto trajo como consecuencia la muerte en la cruz (Mt 10,42; 25,31-46; Mc 9,37; Lc 10, 25-37; 11, 46; 19,10).
El Reino de Dios. El mensaje de Jesús va más allá de cualquier grupo o partido de su tiempo, predica el Reino de Dios que es un valor absoluto, una victoria sobre el mal, de comienzos humildes (Mt 13, 31) pero que quiere ser universal. Todos estamos llamados a colaborar con Él y abarca toda nuestra vida. En este sentido, el amor a la riqueza aparece en Jesús como un obstáculo para el Reino.
El Reino de Dios se va realizando en nuestra vida cuando cualquier persona o comunidad independientemente de su procedencia (Mt 8, 11-12; 23, 13ss), lucha por la verdad, la justicia la paz y el amor. Sin duda es importante la conversión para acceder al Reino de Dios (Mt 4,17), pero es también importante el elemento fruitivo de la vida cristiana (Mt 7,15-20; Gal 5, 16-26). Estos son los valores del Reino de Dios que predicamos (Mc 12,34) y que exigen de nosotros el estar íntimamente unidos a Cristo (Jn 15, 1-8)
El Reino de Dios se hace presente, imperfecta pero realmente, ya desde aquí, en las realidades económicas, políticas, religiosas, educativas, familiares y recreativas. En el establecimiento definitivo del derecho de los marginados, la realización plena de la fraternidad entre los hombres, la reconciliación armoniosa con toda la creación, y la comunión final con Dios mismo, que será todo en todas las cosas. (Mt 25, 34).
La Iglesia nuevo pueblo de Dios.
El nacimiento de la Iglesia es ubicado por algunos teólogos en el inicio de la predicación del Señor Jesús (Mc 1,15; Mt 4,17) (L.G., 5,1), otros en la profesión de fe de San Pedro y en el legado de las llaves del Reino de parte del Señor Jesús a este apóstol (Mt 16,18), otros más lo ubican en el momento posterior a la resurrección en el que el Señor Jesús encarga al apóstol San Pedro que la apacentara (Jn 21,17), algunos otros en la lanzada en la cruz (Jn 19,34), otros en el mandato misionero (Mt 28, 18-20).
La gran mayoría de los
teólogos la ha ubicado en el advenimiento del Espíritu Santo, colocado por san
Juan en el mismo día de la resurrección (Jn 20, 19-20) y en los Hechos de los
Apóstoles cincuenta días después, durante la fiesta judía de las semanas o de
las cosechas (Hch 2, 1-13; Cfr. Ex 23,14). La Iglesia, nueva creación, no
puede nacer sino del Espíritu, del que tiene nacimiento todo lo que nace de
Dios (Jn 3,5s).
Pentecostés es para los cristianos el momento en donde Cristo santifica
indefinidamente a su Iglesia (L.G. 4,1), es el momento en donde se nace como
pueblo de Dios, el nuevo Israel de Dios, pues Dios ha sellado una nueva
alianza en Jesús para formar un nuevo pueblo. Iglesia y Espíritu son
inseparables: la experiencia del Espíritu se hace en la Iglesia y da acceso al
misterio de la Iglesia. (Cfr. 1 Cor 3,16; 12,7; Ef 2,22).
La Virgen María mujer
sencilla del pueblo y Madre de Dios, pasa a ser la Madre de la Iglesia que
nace, y le acompañará en medio de todas las dificultades, llegando a ser la
Virgen "estrella de la primera y nueva evangelización" (Mt 26,28; Jn 19,
25-27; Gal 6,16;
Rom 9, 6-8).
La Iglesia necesita de una Pastoral Social efectiva, heredera de la misión profética y del Siervo de Dios el Señor Jesús, capaz de hacer presente los valores del Reino de Dios en las diversas estructuras sociales, y en todas las circunstancias históricas de la vida personal y comunitaria. Construir el Reino es, en definitiva la misión de la misma Iglesia.
La Iglesia como camino de la solidaridad
El Papa Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica postsinodal La Iglesia en América, dedica el capítulo quinto a la solidaridad como fruto de la comunión. La conciencia de la comunión con Jesucristo y con los hermanos, que es, a su vez fruto de la conversión, lleva a servir al prójimo en todas sus necesidades, tanto materiales como espirituales, para que en cada hombre resplandezca el rostro de Cristo. Por eso, la solidaridad es fruto de la comunión que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos. Se expresa en el amor del cristiano que busca el bien de los otros, especialmente de los más necesitados.
"En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40. 45)...
"Partiendo del Evangelio se ha de promover una cultura de la solidaridad que incentive oportunas iniciativas de ayuda a los pobres y a los marginados" (Ecclesia in América, 52).
¿Qué es la Pastoral Social?
La pastoral Socia l es definida por el Episcopado Mexicano de la siguiente manera:
"Entendemos la Pastoral social como la acción orgánica de la Iglesia, encaminada a inspirar y a animar las realidades temporales, difundiendo la doctrina y formando la conciencia de los cristianos, promoviéndolos y apoyándolos para que asuman con eficacia su responsabilidad en las realidades temporales (familia, cultura, profesión, economía, política, orden internacional), con objeto de lograr que se establezcan estructuras sociales dignas de seres humanos y propiciadoras de un desarrollo integral"
El Secretariado de Pastoral Social Diocesano está convencido de lo siguiente:
La Pastoral Social es la reflexión-acción de todos los miembros de la Iglesia,
para hacer presentes la verdad, la justicia, la caridad evangélicas, en las
relaciones y estructuras básicas de la sociedad (familia, economía, política,
etc.) para el crecimiento del Reino de Dios.
Las actividades de la Pastoral Social
La Pastoral Social debe dedicarse a la asistencia social, a la promoción humana y a la organización o transformación social. Veamos algunas de sus características:
Asistencia social:
Su objetivo es responder a una necesidad inmediata, concreta y real, su método se basa en: Estudio socioeconómico, diagnóstico, seguimiento o evolución del problema que pretendemos solucionar.
Algunas de sus actividades son: reparto de despensas, bazares, asistencia médica, campañas de higiene, visitas y ayuda a enfermos, visita y ayuda a asilos de ancianos, visitas y ayuda a orfanatos, visitas y ayuda a centros de readaptación social, comedores de pobres, ayuda a indigentes, ayuda a niños de la calle, etc.
Se trata de una parte de la praxis (práctica - acción) cristiana que es realizada por tantos hermanos nuestros que, por amor a Dios, se llegan a quitar un pan de la boca para alimentar al que tiene más necesidad (Cfr. Mt 25, 31-46). No podemos negar que muchos de los cristianos que realizan estas actividades invierten su dinero, su tiempo y su mismo descanso para poder ayudar al que más necesita, sin duda obtendrán su recompensa.
Promoción humana:
Su objetivo es el desarrollo de las personas y los grupos. Su método consiste en: motivar a las personas para un mejor desarrollo, integrar grupos a los que se entregan elementos pedagógicos para su superación, evaluar el avance de las personas y de los grupos en torno al objetivo que desea alcanzar.
Actividades: becas para
estudiantes, alfabetización, clases de primaria, manualidades, corte y
confección, instalación de talleres, cajas de ahorro y préstamos, guarderías,
círculos de lectura, clubes deportivos.
Es significativa la labor que se realiza en este ámbito, de parte de algunas
instituciones con clara inspiración cristiana. Se trata de elevar el nivel de
vida de la persona a través de nuevos valores adquiridos y agregados a la vida
de las personas.
Organización y transformación social:
Su objetivo es promover la participación de los laicos, de todos los niveles, en el cambio social de las estructuras que generan desigualdades, impulsando su participación en grupos civiles de la comunidad; ofrecerles capacitación para reconocer las causas de los problemas estructurales y contribuir a una sociedad más justa y equitativa.
Su método consiste en un análisis de la realidad que parte de las necesidades concretas e históricas de los grupos, aportando programas de concientización, capacitación organización, acción, etc., con una constante evaluación de los programas implementados.
Las actividades que promueve son entre otras: impulsar a los laicos a participar en comités de derechos humanos, grupos ecológicos, juntas de mejoras, asociaciones de padres de familia, redes por la paz y la democracia, organizaciones independientes, movimientos ciudadanos, etc.
La Pastoral Social deberá asumir el anuncio de la Buena Nueva y de los valores del reino, al mismo tiempo que debe denunciar proféticamente las injusticias. Es necesario acompañar a nuestras comunidades en su intento por vivir los valores del Reino. La función profética exige valor y el ser complementada por un gran testimonio personal y comunitario, de quienes deseen ser agentes de la pastoral social.
Los agentes de la Pastoral Social
Es el deber y el derecho de cada cristiano el participar no solamente en la acción social, sino también en la iluminación de todos y cada uno de los niveles de esta acción:
"Incumbe a las comunidades cristianas analizar con objetividad la situación propia de su país, esclarecerla mediante la Palabra inalterable del Evangelio, deducir principios de reflexión, normas de juicio y directrices de acción.... y a estas comunidades cristianas toca discernir....las opciones y los compromisos que convienen asumir para realizar las transformaciones sociales, políticas y económicas que se considera de urgente necesidad a cada caso"
Es la comunidad diocesana la que puede encarnar la Doctrina Social de la Iglesia en su propia comunidad. Le corresponde a toda la comunidad eclesial: obispos, sacerdotes, religiosos y laicos el aplicar en sus circunstancias concretas las consecuencias de su compromiso evangélico.
Dentro de la comunidad cristiana el obispo es el ministro del esplendor de una verdad capaz de iluminar los caminos. Es el obispo el que ejerciendo su magisterio y educando en la fe a las personas y a las comunidades a él confiadas, prepara a los fieles laicos, que, renovados interiormente, transformarán al mundo con soluciones cristianas.
La Iglesia diocesana ofrece una estructura y un Plan Orgánico de Pastoral que busca ser efectivo y evaluable a través de la labor de los secretariados y de los distintos niveles de organización pastoral: zonas, decanatos y parroquias. Todos estos niveles deben buscar la implantación de una efectiva pastoral social. Sin embargo las zonas y los decanatos no lograrán tener una gran incidencia si, desde las mismas parroquias, no se valora esta área de la pastoral delegada en su responsabilidad a los párrocos.
En este campo debe
fomentarse la participación del joven en los quehaceres pastorales, ya que es
notoria la ausencia de aquellos, que por naturaleza su corazón debieran
incubar ilusiones y aspiraciones cristianas de transformación. Para lo
anterior es urgente y necesario el formar en el apostolado ya desde el seno
familiar.
La formación al apostolado debe comenzar desde la primera educación de los
niños, quienes, apenas sea posible, han de iniciarse en este santo ejercicio.
Cuídese con particular empeño la formación apostólica de los adolescentes y
jóvenes, y su participación progresiva en las tareas de apostolado; toda la
familia y la vida común de la misma sea una escuela de apostolado que disponga
a sus miembros para la presencia activa en la comunidad temporal y eclesial