SANTO TOMAS DE AQUINO

(I225-I274)

 

VIDA

 

Nacido en el castillo de Roccasecca, cerca de Aquino, en el reino de Sicilia, hijo de Landulfo, funcionario de la Corte del gobierno de Federico ll, y de Teodora, noble dama de origen napolitano, Tomás era el séptimode la familia de doce hijos. Desde la edad de cinco años fue confiado por sus padres a los monjes benedictinos de Monte casino. Allí ocurre un hecho que denota la precoz madurez de este niño que indica ya la orientación de toda su vida. Parecía un día absorto en la contemplación de la naturaleza, y uno de sus maestros le pregunta: “¿En qué piensás, Tomás?” El responde: “Qué es Dios?”

Después de esta primera estapa, Tomás fue a la Universidad de Nápoles, recientemente fundada, a terminar su formación literaria y filosófica, y toma ya entonces un primer contacto con el sistema de Aristóteles. El frecuente trato con los Hermanos Predicadores que profesaban o estudiaban en la misma Universidad contribuyó sin duda al despertar de su propia vocació.

Tenía él l8 años, quizá menos, cuando tomó el hábito de los Hermanos Predicadores. Tal determinación trastornaba los proyector de la familia, que había soñado con hacer de aquel segundón un abad de Monte Casino. Para sustraer al joven religioso de las recliminaciones de los suyos, los Superiores de la Orden lo enviaron primeramente a Roma, y luego a alguna residencia más al norte. Pero su madre Teodora hizo que lo persiguieran sus hermanos que guerreaban al servicio de Federico ll. Llevado por la fuerza a Roccasecca, Tomás fue recluido en una torre del castillo, y allí, desesperando de convencerlo, sus hermanos intentaron corromperlo: introdujeron en su recámara a una cortesana para seducirlo. Armándose entonces con un tizón, el joven fraile arrojó a la tentadora; y luego trazó en la blanca pared una cruz, ante la cual se prosternó. En el curso de la siguiente noche vio él en sueños a dos ángeles que lo ceñian con un misterioso cordón: esto era la recompensa de su victoriosa lucha y la preservación, a partir de ese momento, de toda tentación carnal, privilegio que le valió el sobrenombre de “angélico”. Dos de sus hermanas que su madre le envió para persuadirlo de renunciar a la vida dominicana, no solamente fracasaron sino que se dejaron cambiar, y también ellas abrazaron la vida religiosa.

Aunque la cronología y la topografía carecen de precisión, parece cierto que a partir de l245 Tomás fue enviado a Colonia, luego a París a estudiar, y que fue discípulo de Alberto Magno. Este no tardó en distinguirlo: aludiendo un día al remoquete de “gran buey mudo de Sicilia” que le había valido al joven Tomás su actitud reservada y silenciosa, el Maestro Alberto predijo que los mugidos de aquel buey resonarían en toda la Iglesia hasta el fin de los siglos.

En l252, a instancias de Alberto Magno, Tomás de Aquino fue nombrado bachiller de la facultad de teología del convento de Santiago en París: daba Tomás un curso de exégesis bíblica y comentaba, conforme a la costumbre, las Sentencias de Pedro Lombardo.

Esta era la época en que los seculares, a instigación de Guillermo de Saint-Amour, querían quitarles a los regulares, y especialmente a los mendicantes, todas las cátedras de la Universidad. Al libelo de Guillermo de Saint-Amour -----Los pelogros de los últimos tiempos----- San Buenaventura y Santo Tomás contestaron con el opúsculo titulado Contra los adversarios del culto de Dios. Y tras de muchos debates, el Papa Alejandro lV restituyó a los religiosos el derecho de enseñar. Y a pesar de la persistente obstrucción de otros maestros, el Soberano Pontífice confirió la maestría a Santo Tomás y a San Buenaventura en l256.

A ocupaciones deversas y obserbantes, como lecciones regulare, disputas solemnes, sermones, Tomás de Aquino agregaba todavía la composición de obras: desde el principio de su profesorado emprendió, a petición de San Raymundo de Peñafort, la Suma contra los Gentiles. En l259, en el capítulo General de la Orden dominicana, celebrado en Valenciennes, Tomás de Aquino figura entre los miembros de la comisión de estudios.

Llamado a Italia (l259), a la corte pontificia de Anagni, Tomás fue encargado por el Papa Urbano iV de la composición del Oficio del Santísimo Sacramento. No eceptando la sede arquiepiscopal de Nápoles, para permanecer fiel a su idea de Hermano Predicador y a sus queridos estudios, se puso en relación con los traductores de autores griegos y especialmente de Aristóteles. Encargado por su superiores de la dirección de los estudios en el Convento de Santa Sabina en roma, luego en Viterbo, escribió sus comentarios sobre diversos tratados del Estagirita, y luego comenzó la Suma Teológica.

En l269 estaba de vuelta en Prís para reanudar la lucha contra los detractores de la vida religiosa, y oponerles, aparte de su enseñanza oral, dos tratados: “De la perfección de la vida espiritual” y “De la pestilencia doctrina de quienes apartan a la gente de entrar en religión”. La discusión era viva también entre partidarios y adversarios de Aristóteles; y la cuestión se complicaba poe el hecho de que se habían introducido interpretaciones del gran filósofo griego provenientes de un autor áraba, Averroes. En un opúsculo intitulado “Quince problemas” Tomás de Aquino rechazó trece tesis averroístas y no retuvo más que dos tesis puramente aristotélicas. Resueltamente basaba su sistema filosófico y teológico sobre el realismo de Aristóteles: así creaba el tomismo.

De nuevo en Nápoles (l272), se le encargó la dirección de los estudios de la Privincia. Lo cual nole impedía predicarle al pueblo. Se conservaron los esquemas de sus sermones sobre el Pater, el Credo, el Avemaría, el Decálogo.

Repentinamente, el 6 de diciembre de l273, al celebrar la misa, tuvo el presentimiento de su último fin: ¿acaso fue favorecido con una revelación divina? A partir de este momento cesó de enseñar, de escribir y aun de dictar. A los discípulos que lo apremiaban a que cuando menos terminara se Sema teológica les respondía: “No puedo más. . . Después de lo que he visto, todo lo que he escrito no es sino paja: por mí, yo lo quemaría”.

Llamado como teólogo al Concilio de Lyon, Tomás de Aquino se puso en camino a principios de l274. Dominado por la fiebre, tuvo que detenerse en el monasterio cisterciense de Fossanova. Ya no pudo reanudar la marcha. Por unos días tuvo todavía fuerzas para comentar ante los monjes el Cantar de los Cantares. Luego recibió los últimos Sacramentos, y el 7 de marzo entregó su alma a Dios. Inhumado en la Iglesia del monasterio, su cuerpo fue llevado a Tolosa, donde es venerado en la Eglise Saint-Sernin desde l369.

Desde principio del siglo XiV Santo Tomás es llamado el “Doctor Común”. Fue canonizado por Juan Xxii en l323, y oficialmente proclamado Doctor de la Iglesia por San Pío V en l567; y el sobrenombre de Doctor Angélico prevaleció. A este último el Papa León Xlll agregó en l880 el de Patrono de las escuelas católicas.

 

OBRAS

 

La obra literaria de Santo Tomás de Aquino es inmensa, pasmosa si se tiene en cuenta que fue realizada en veintidés años, pues el Santo Doctor murió de cuarenta y nueve y abarca todas las ramas de la ciencia cristiana, desde la Filosofía hasta la Liturgia.

Sagrada Escritura.- En el antiguo Testamento: Comentario sobre los Salmos, sobre el Libro de Job, sobre el Cantar de los cantares, sobre los Profetas Isaías y Jeremías. En el Nuevo Testamento: La Cadena de oro, glosa sobre los cuatro Evangelios, Comentarios de los Evangelios de San Mateo y San Juan, de las Epístolas de San Pablo.

Filosofia.- Comentarios de las obras de Aristóteles: ocho líbros de la Físicas, cuatro de Meteorológicas, doce de Metafísicas, diez de Eticas, cuatro de Políticas, sin contar los escritos menos importantes del Estagirita.

Teología.- Com,entario de los cuatro libros de las “Sentencias de Pedro Lombardo”, la Suma contra los Gentiles, la Suma Teológica, las Cuestiones disputadas y Cuestiones cuodlibéticas, y más de cuarenta opúsculos sobre diversas materias del dogma o de la moral.

Derecho canónico.- Exposición sobre las Decretales que en esa época constituían la base de la legislación eclesiástica.

Sermones. Sobre el Pater, el Avemaría, el Credo, sobre los Mandamientos, sobre la Caridad, sobre la Penitencia.

Liturgia. Ogicio del Santísimo Sacramento.

“la novedad por excelencia, preparada por algunos de sus antecesores, ante todo por Alberto Magno, pero cuyo cumplimiento le estaba reservado, era la integración de Aristóteles al pensamiento católico” (Maritain).

En esto consiste, en efecto, la originalidad de su genio y el secreto del lugar preponderante que la Iglesia le reconoce en la enseñanza de la doctrina sagrada hasta presentarlo como el “príncipe de los teólogos”.

Lejos de ser un admirador pasivo y un discípulo servil del filósofo griego, Santo Tomás procede más bien como maestro que interroga a un alumno, le hace decir todo lo que sabe, retiene lo que en ello hay de verdadero, de conforme con la sana razón y de compatible con la Verdad revelada, y luego corrige sus errores, colma sus lagunas y le abre horizontes nuevos.

Adopta la Lógica de Aristóteles, lo que concierne a las operaciones del espíritu -----concepción, juicio, razonamiento-----: operaciones que parten de la realidad de las cosas y que jamás deberán separarse de ella, pero sin embargose eleva por encima de las vulgares constataciones sensibles, para constituir el conocimiento propiamente intelectual de que es la idea. De este contacto con lo real depende el valor respectivo de las proposiciones: verdaderas, dudosas, falsas, contrarias, contradictorias. De aquí también la posibilidad de establecer definiciones, que no son válidas si no están basadas en la naturaleza y las propiedades de los seres (Interpretación o Perihermeneias, Ultimos Analíticos).

En Física, o Ciencia de la naturaleza, Santo Tomás se mantiene con Aristóteles entre dos teorías opuestas e igualmente inexactas por excesivas: la de Heráclito, que negaba la realidad de los seres so pretexto de que son fluctuantes y efímeros; y la de Perménides, que no veía sino su fijeza, y negaba la realidad de las mutiaciones. La distinción fundamental entre “el acto y la potencia” concilia todos los aspectos: los seres ecisten realmente, claramente determinados, están en acro; pero evolucionan sin cesar para llegar a ser diferentes, por lo tanto indeterminados, están en potencia. La simiente existe completamente como simiente, es un acto; pero puede dar nacimiento a una planta, es planta en potencia. Este paso de la potencia al acto, o de la nada al ser, laa experiencia más vulgar lo demuestra constantemente, exige la intervención de cuatro causas productivas: una causa eficiente u operante; una causa material, o sea, el objeto sobre el cual obra la causa eficiente; una causa formal, o sea el estado que resultará la acción; una causa final, o sea, el objeto que se propone el agente productor. Así es que en el origen de las cosas hay una Causa primera; y el perpetuo movimiento de ellas comunicando de una a otra denota la acción de un primer Motor que da el impulso a todo el conjunto.

La Psicología, o estudio de las facultades del alma, contra las teorías de Empédocles, de Demócrito y de Platón, enseña que el alma humana es única y que de ella sola provienen todas las formas de la vida: vegetativa, sensible, intelectual, estrechamente ligadas entre sí, aunque claramente distintas y gozando de una cierta autonomía cada una en su dominio propio. La inteligencia, por ejemplo, está en dependencia de los sentidos, que le proporcionan los elementos de conocimiento, pero excede en deguida el estadio de la sensación, puesto que hace abstracción de las características particulares de los seres y se eleva a la noción general, al conocimiento de las cosas espirituales, y puede abrirse, en definitiva, a todo lo conocible. El apetito proporcionado a tal conocimiento es la voluntad, la cual, por su parte, por encima también de todos los bienes limitados y creados, aspira al Bien universal e infinito.

La Metafísica, por definición, transporta al espíritu humano más allá de la Física. Así es que no considera ya la naturaaleza inmediata de los seres, sino sus causas más lejanas y aun su Causa suprema. Los seres corporales poseen un elemento común, la materia; y se diferencian por la forma que los especifica. Y estos seres provienen siempre de seres existentes antes de ellos; o dicho de otra manera, tienen una causa, y una causa que les es necesariamente superior, aunque sin más superioridad que la de su preexistencia. Aun cuando un ser engendra a otro ser, semejante a él, el primero, que es causa, tiene sobre el segundo, que es efecto, la ventaja de estar ya en acto mientras que el otro no está todavía sino en potencia. Principio universalmente verificado que obliga a la razón a suponer, por encima de todas las causas subordinadas que entran en juego en la constitución de los seres corporales, una Causa primera capaz no solamente de realizar sus formas en una variedad innumerable, sino también de producir la materia misma que les es común, de la que ellas toman y labran algunas parcelas.

Es esto lo que prepara la búsqueda de la Causa primera creadora, esto es, la Teodicea o Teología natural, conocimiento de Dios en cuanto es posible por las luces de la razón natural. El comentario de Santo Tomás termina con estas palabras: “El Filósofo concluye que existe un señor único de todo el universo, el primer motor, el primer inteligente y el primer Bien, a quien llamó ya Dios. . . el cual es bendito por los siglos de los siglos. Amén.

En la Etica o regla de las costumbres Santo Tomás encuentra ya en Aristóteles los principios de una moral natural muy noble. El hombre es libre, por lo tanto es dueño de sus actos y responsible de su destino. Por ser él racional, debe conducirse conforme a las indicaciones de la recta razón, trabajan por florescencia de su persona humana, perseguir un objetivo proporcionando a sus aspiraciones espirituales y no solamente las delectaciones sensibles y pasajeras. Practicando la virtud obtendrá la fortaleza reguladora que moderalos instintos y las pasiones, mantiene el equilibrio entre las facultades, tendencia permanente al bien superior, racional que satisface la exigencias del espíritu y del corazón, aunque sea a cambio de restricciones infligidas aa los sentidos. La sabiduría y la prudencia dominan las otras virtudes para indicar al hombre lo que debe hacer y qué debe evitar, tanto la atención a su propia perfección como en sus relaciones con los demás. El ideal para el hombre, creatura inteligente, es la contemplación de la verdad. Y este ejercicio de la más alta de sus facultades le preocupa al mismo tiempo la dicha más intensa. “Así es que no se les debe creer a los que aconsejan al hombre el no pensar sino en las cosas humanas y, so pretexto de que somos mortales, desdeñar las cosas inmortales. Por lo contrario, es necesario que el hombre trate de inmortalizarse en cuanto de él depende, que luche incansablemente por vivir conforme a la parte más excelente de sí mismo: ahora bien, el espíritu es lo que constituye esencialmente al hombre. . . Tanto cuanto el espíritu está por encima del compuesto con el que vive, su acto es superior a todo otro acto. Así como el espíritu es algo divino en el hombre, así la vida del mismo espíritu tiene un carácter divino (Etica, X, 7).

En fin, comentando la Política de Aristóteles, Santo Tomás la ve, como toda su filosofía, basada en el realismo, contrariamente a la República idealista de Platón. La primera en el tiempo y el modelo permanente de las sociedades humanas es la familia, en la que las tareas están armoniosamente repetidas, en la que la autoridad y la libertad se concilian, dulcificadas una y otra por el amor mutuo y el espantáneo entusiasmo. Pueden considerarse diversas formas de gobierno: monarquía, aristocracia, democracia. Indiferentes en sí mismos, cada uno de estos regímenes puede ser excelente si los dirigentes son desinteresados y se inspiran únicamente por el bien común; pero pueden igualmente degenerar si caen en manos indignas, ambiciosas, codiciosas, egoístas, y convertirse, según los casos, en tiranía, oligarquía, demagogia (Del gobierno de los príncipes).

Aristotélico resuelto, pero no fanático, Santo Tomás combatió las tesis del filósofo pagano que no podían concordar con la Fe cristiana fundada en la Revelación; tuvo que luchar también contra en aristotelismo exagerado de algunos de sus contemporáneos, como Sigerio de Brabante, que en pos de los árabes Averroes y Avicena le concedían al Estagirita una autoridad demasiado absoluta. Por lo cual tuvo que refutar el triple error de la eternidad del mundo, del intelecto único para todos los seres espirituales, del determinismo destructor de la libertad. En cambio, tuvo que defender su aristotelismo, un aristolelismo restringido, contra el ostracismo de otros maestros (a la cabeza de los cuales estaba Juan Pecham y San Buenaventura), que invocando a San Agustín englobaban en la misma reprobación a los adversarios de la vida religiosa y a los discípulos de Aristóteles, llamados desdeñosamente los “nuevos teólogos”.----“En todas las cuestiones debatidas, confesaban Juan Pecham, laa doctrina de las dos Ordenes ----dominica y franciscana----- está casi siempre en oposición”. Lo estaban, en efecto, en puntos importantes: el modo de la visión beatífica, la ciencia de Dios, la duración del mundo, la naturaleza de los espíritus y del alma humana, la unidad o la pluralidad de las formas, la iluminación intelectual, la noción de la libertad. En todos estos puntos la posición de Santo Tomás es tan clara como original.

Una consecuencia de tal espiritualidad absoluta de las “formas puras” es que no se puede multiplicar en el seno de una misma especie; porque solamente la cuantidad y los otros accidentes de la materia distinguen a los individuos agrupados en una especia común. Así es que los ángeles son diferentes los unos de los otros, al grado de que cada uno de ellos constituye por sí solo una forma especial, y por lo tanto una especiel y por ser espiritual esa forma, la especie es ni más ni menos un grado de inteligencia. (Cont. Gent., ll, 93; Suma Teol. la. L, 4.-Las creaturas espirituales, art. 8). Otra consecuencia: esas “formas puras”, exentas de materia en su constitución, no podrían estar sometidas a la servidumbre de la localización material. Aunque los espíritus están en un lugar, es solamente por la operación que allí ejercen; dominan el lugar más que estar contenidos en él (Suma Teol., la, L, ll, l).

La cuestión es más compleja en cuanto al alma humana, la cual, aunque espiritual por naturaleza, está hecha sin embargo para estar unida a un cuerpo, y por supuesto cada almaa un cuerpo determinado. Tal unión con el cuerpo es suficiente para hacer la individualización del alma humana, tanto que las individualidades pueden multiplicarse numéricamente sin salir de una sola y misma especie, la especie humana. Cuando el alma se separa del cuerpo,substancia simple y espiritual, por lo consiguiente asimilada a las formas puras, no deja por ello de conservar su aptitud radical para animar a un cuerpo, y un cuerpo que tiene que ser necesariamente individual. Esta relación de una alma con un cuerpo hasta después de la separación basta para destinguirla de todas las demás almas, sin que haya necesidad de recurrir a una diferenciación de la especie (Del alma, 3.----De las creaturas espirituales, 9, ad 3m).

En fin, podría objetarse: “si los seres espirituales son enteramente inmateriales, ¿cómo los demonios y los condenados pueden sufrir el fuego del Infierno?” Las substancias espirituaales, responde Santo Tomás, no sufren el suplicio del fuego por modo de alternación, como los cuerpos que son deteriorados y finalmente destruidos, sino por modo “de encadenamiento”, esto es, que en lugar de gozar de la libertad deacción inherente a su naturaleza, están ligados a una substancia inferior, material, y es esta cautividad lo que constituye su tortura.

Siempre dentro de las escuelas de Aristóteles, Santo Tomás enseña, al contrario, que el conocimiento intelectual en el hombre procede de los sentidos: son ellos quienes proporcionan los materiales del conociemiento ----sensación o imágenes---- a partir de los cuales “el intelecto agente”, por el esfuerzo de abstracción que le es propio, elabora el concepto y la idea, y luego, del conocimiento de lo sensible se eleva a las realidades superiores y aun divinas (De la verdad, X, 6).si las “razones eternas” intervienen en el proceso del conocimiento humano, es en el sentido de que procuran, con la luz intelectual, los primeros principios que fundan el razonamiento; pero esas “razones eternas” no dispensan del contacto con las realidades sensibles, sino que más bien lo esperan y lo piden (Suma teol., l, q. 84, art. 5).

De las dos facultades conexas, la inteligencia y la voluntad, ¿cuál es superior? “La virtud de la caridad excede en dignidad y en duración a la Fe y a la Esperanza”, dice el Apóstol. Ahora bien, la Caridad es la obra de la voluntad; por lo tanto, la voluntad tiene la primacía sobre la inteligencia.

Sin embargo, considerando estas facultades en sí mismas, y no solamente en uno de sus ejercicios últimos, se impone una distinción. Puesto que la inteligencia atrae a sí lo que conoce, mientras que la voluntad se dirige hacia lo que ama, si se trata de cosas inferiores a nosotros, más vale conocerlas que amarlas, porque el conocimiento eleva esas cosas al estado inteligible, más noble que su existencia propia, mientras que el amor rebajaría a la persona humana al nivel de esos seres menos nobles. Por lo contrario, si se trata de cosas superiores a nosotros, preferible es amarlas que conocerlas, porque el amor nos permite alcanzarlas en su realidad misma, mientras que el conocimiento no nos proporcionaría sino una semejanza (lll, Sent. dist. 27, q. l, art. 4).

Por lo demás, absolutamente hablando y hecha abstracción de las relaciones con tal o cual objeto, se ve que la inteligencia es superior a la voluntad porque la primera halla su perfección en sí misma mediante su ejercicio propio, mientras que la segunda tiene que esperar su perfección del bien que aprehenda (De veritate, q. 22. art. ll). En fin, ¿no está subordinada la voluntad a la inteligencia? Si se dirige hacia un bien es porque previamente la inteligencia se lo hizo conocer como tal: “no se desea ningún objeto ignorado” (De las virtudes, q. 2, art. 3, ad l2m). así es que sólo accidentalmente, únicamente en un caso particular, puede la voluntad exceder a la inteligencia: por ejemplo, el amor de Dios que permite poseerlo desde ahora es preferible al conocimiento siempre tan imperfecto que tenemos de El. (Suma teol. I, q. I08, art. 6, ad 3m).

Y tal primado de la inteligencia Santo Tomás no teme considerarlo hasta en la celestial bienaventuranza. La operación que realiza inmediataamente el fin último del hombre, la visión de Dios cara a cara, en una operación de la inteligencia: por ella, consiguientemente, se realiza la “bienaventuranza formal”. La delectación que en ella experimenta la voluntad no es sino el complemento, indispensable y beatificante también él, pero subordinada a la aprehensión de Dios realizada por la inteligencia. (lV, Sent. dist. 49, q. l, art. l). . . así como la belleza es el ornamento de la juventud (Suma teol., l, ll, q. 3, art. 4).

¿Cómo se coordinan los actos de la inteligencia y los de la voluntad en el ejercicio del libre albedrío? ¿Es difícil delimitar el punto en que el uno sigue al otro y el modo de su conenexión? Ciertamente la inteligencia es la que comienza revelando el objeto de la acción, sus circunstancias y su oportunidad, hasta la elección: esta es la razón práctica. Pero tal elección no es sin embargo todavía la determinación decisiva: especifica el acto, pero no lo produce. Es entonces cuando la voluntad entra en ejercicio: no se presenta para ejecutar pasivamente lo que ha sido propuesto y escogido por la inteligencia, sino que todavía puede obrar en contra de la elección y de cierta manera obligar a la inteligencia a hacer una elección contraria; y de aquí el conflicto entre la voluntad y la razón, que termina en el abuso del libre alberdrío (Suma Teol., la llae, q. 9, art. l; q. l7, art. l).

sin embargo, para Santo Tomás la filosofía no es jamás sino una sierva de la teología. y Aristóteles no ha sido adoptado sino porque ofrece un método más claro para exponer la Fe católica y defenderla contra sus enemigos.

“Trátese de física, de fisiología o de los meteoros, Santo Tomás no es más que el alumno de Aritóteles. Pero si se trata de Dios, del génesis de las cosas y de su retorno al creador, Santo Tomás es él solo” (E. Gilson).

El “maestro en teología” explicaba la Sagrada Escritura ayudándose de comentarios autorizados, y tanto en el texto sagrado como en la doctrina de los antiguos Padres hallaba los argumentos para refutar las herejías.

El texto utilizado por Santo Tomás era el de la “Biblia de París”, la Vulgata de San Jerónimo revisada por varios traductores en el siglo Xll y en la primera mitad del Xlll. Y no dudó en reconocer la autoridad de los libros considerados hasta entonces como deuterocanónicos, tales como la Sabiduría, Tobías, y los Macabeos. Aunque sus autores fuesen desconocidos, el hecho de que la Iglesia los aceptara era suficiente para que “el testimonio de ellos fuese verídico” (S. Th. Iª, q. 89 art. 8 ad 2m).---Por el contrario, rechazaba con indignación las falcedades y las puerilidades de los apócrifos, como el “Protoevangelio de Santiago” o la “Leyenda del Bienaventurado Juan” (Suma Teol., lll, q. 35, art. 6. Ad 3m: Sobre San Juan, I, l4, v. 3l).

Los comentarios en los que se abrevaba eran los de la glosa ordinaria y los de la glosa interlineal, en que se acumulaban los textos de los principales Padres latinos -----Agustín, Jerónimo, Ambrosio, Gregorio, Hilario, etc. . . ----- y de los Padres Griegos de los que había conseguido traducciones ----Atanasio, Basilio, Gregorio de Nacianzo, Juan Damaceno, Dionisio, Juan Crisóstomo, Orígenes, Cirilo Eusebio, etc.-----. Aquello era como una patrología abreviada y una especie de enciclopedia, en la que se hallaban diseminados los puntos esenciales de la doctrina católica tales como los habían formulado los autores más eminentes y más seguros. Lo cual explica la facilidad con la que en una materia determinada citaba Santo Tomás las diversas interpretaciones con sus referencias.

Santo Tomás no conocía ni el griego ni el hebreo, cosa que algunos historiadores le han reprochado. Tal laguna tenía el inconveniente cierto de hacerle aceptar interpretaciones que no podía verificar y sobre todo etimologías más o menos imaginarias e inexactas. Pero, teólogo más que exégeta, y de ninguna manera gramático, Santo Tomás se atenía a las ideas más que a las palabras, y no seguía la letra sino para desprender de ella la doctrina. Al menos respecto a la Vulgata, que él considera como el texto inspirado puesto que es el oficialmente aceptado por la Iglesia, practica él una exégesis literal, analizando y pensando todas las palabras, el caso de los sustantivos, el tiempo de los verbos, el lugar de un acento, etc. . . en cuanto tiene importancia para el sentido de la frase. Y en caso de variantes en las glosas que consulta, se adhiere a los Padres cuya autoridad le parece mayor. Y así manifiesta una gran predilección por San Juan Crisóstomo entre los griegos, y por Juan Jerónimo entre los latinos.

Reacionando contra la tendencia general a buscar ante todo sentido alegórico de la Escritura, Santo Tomás escruta primeramente si sentido literal obvio; y si reconoce el valor doctrinal y la oportunidad de ciertas interpretaciones, procura recalcar que se apartan del sentido literal (Sobre San juan, l, lect. 6, v. 6. Xl, 6). Esto sin olvidar sin embargo que en la Biblia no solamente las palabras significan las cosas, sino que las personas y los acontecimientos significan realidades superiores, espirituales (Suma Teolo., l, q. ll2 , art. l). Por lo cual él mismo propone a veces una doble interpretación de un mismo texto, al menos conel carácter de hipótesis aceptable (Sobre San Juan, Vl, lect. 4, v. 40, X, l7; Ep. a los Rom. Lll, lect. 3, v. 25); o bien, por respeto a la tradición, después de haber expuesto el sentido histórico de los acontecimientos, expone el sentido místico descubierto por los Padres (Sobre San Juan, l, 43).

Pero, sobre todo, Santo Tomás estudia la Biblia en función de la teología. Un libro sagrado, evidentemente, no está hecho como una obra de Aristóteles; y no hay que buscar en él la demostración de una tesis. Aparte del genio oriental que distingue esos escritos, se debe recordar que el género literario de un poema o de una carta no es el de un tratado de filosofía o teología. Sin embargo, no carecen de argumentos, que si están esparciados, y aun desordenados desde el punto de vista racional, se trata de discernirlos y luego de ordenarlos para formar con ellos un cuerpo de doctrina. ¿Acaso no le ocurre, por lo damás, descubrir aquí y allá, en San Pablo por ejemplo, un razonamiento cerrado y verdaderos sologismos? (Ep. a los Romanos, Vlll, 5-6).

“Desde la primera palabra, se esfuerza en ligar la cuestión que aborda con lo que ha dicho precedentemente. . . Procede en seguida a las divisiones y subdivisiones, de las cuales una le es muy personal en cuanto a la expresión: ‘Aquí el autor hace dos (o tres) cosas’. ‘En estas divisiones se tiene el principio de una lección’”. (Mandonnet, Chronologie des écrits scriptuaires).

En el prólogo de San Juan, por ejemplo, ve la progresión lógica de una argumentación: “El evangelista afirma primeramente la existencia del Verbo -----al principio era el Verbo-----; luego su naturaleza -----viviía y con vida divina-----; en tercer lugar su acción -----esa vida era la luz de los hombres” (Sobre San Juan, l, lect. I, v. l). Divisiones, análisis, descomposiciones de textos según un método uniforme y con fórmulas estereotipadas que pronto vienen a ser enojosas para una lectura corrida pero que tienen la enorme ventaja de hacer que el estudio tenga el máximo de precisión y de claridad. Más que la explicación de las palabras o los comentarios de los pasajes sucesivos, Santo Tomás ve cada texto en su contexto y en las circunstancias que han provocado el escrito, o al menos influido en su composición; busca la inspiración dominante del autor sagrado, la enseñanza general del libro y así el libro de Job le proporciona el tema de un verdadero tratado dobre el problema de la conciliación entre la Providencia y el mal. En el estudio de los Salmos y de las Lamentaciones de Jeremías considera alternativamente: el autor, la materia, el modo o la forma, y en fin el objeto o la utilidad. En la Epístolas de San Pablo introduce las cuatro caausas clásicas: causa eficiente, el Apóstol Pablo; causa material, los destinatarios de la epístola; causa formal, la materia tratada y el plan del escrito; causa final, el objeto especial o la intención del autor (Ep. a los Efesios). A propósito de tal o cual comentario, Santo Tomás observa: “Podría sostenerse esto; pero no parece conforme con la intención del Apóstol” (Sobre los Gal. IV, lect. 4). Así es que más que una teología bíblica; porque recurre al razonamiento, nunca lo hace sin partir del lado revelado; y el texto escriturario, tomado de su sentido literal descubierto o reconstruido por la exégesis, es lo que constituye la base de la doctrina. (Suma Teol., lla llae, q. 2 art. 5; q. 25, art. 8, 9, 63, art. I). Desde luego no debe entrañarnos ver tal o cual comentario de un versículo de la Escritura formulado casi como un artículo de la Suma Teológica: exposición de las objeciones, “sed contra”, argumentación con apoyo en las razones teológicas con recurso a las autoridades patrísticas y tradicionales, entre la s cuales tiene el cuidado de dar la preferencia a las que mejor concuerdan con el pensamiento general del autor (Sobre la Ep. a los Romanos, lV, lect. I, v. 4; lect. 4, v. l3); y luego a la filosofía (Sobre San Juan, X, l7; Ep. a los Romanos, V, lect. 3, v. l2).

¿Habrá en este procedimiento el peligro de extender con exceso la significación de un texto, de hacerle decir más de lo que contiene y de atribuir arbitrariamente al autor sagrado pensamientos o conclusiones que jamás haya tenido la intención de expresar? La cuestión se resuelve por el doble principio de que la divina revelación se ha hecho progresivamente, aportando verdades nuevas cada generación de autores inspirados; y de que tal revelación se hace por la tradición tanto como por la Escritura, tradición contenida en la doctrina de los Padres, y recogida y ratificada por la Iglesia (Suma teol., lla llae, q. l, art. 7, ad 3m). la famosa “Cadena de Oro”, en la que Santo Tomás comenta los cuatro Evangelios únicamente con citas de los Padres, muestra claramente la importancia que les concedía a sus exégesis.

Además, sobre todo la Biblia misma explica a la Biblia. Un texto oscuro se aclara con los “textos paralelos”, y las aparentes divergencias se resuelven por la confrontación y la reflexión. Santo Tomás estaba familiarizado con la Sagrada Escritura. Dotado de una retentiva prodigiosa, se sabía de memoria páginas enteras; y cuando meditaba un pasaje de ella, otros muchos en tropel se le venían a la mente, de modo que podía él comparar y completar unos con otros, sin contar las “concordancias” muy difundidas en su época y que tenía siempre a la vista.

A la vez Santo Tomás refutaba las herejías, y por el método más directo, siguiendolas en su propio terreno, oponiendo a sus interpretaciones erróneas de la Escritura la interpretación auténtica corroboraba por la multiplicidad de textos y los testimonios de los más venerables exégetas (Cadena de Oro, dedicada al Papa Urbano lV). Por otra parte, con harta frecuencia los heresiarcas son designados por sus nombres: prueba de que el Santo Doctor no se contenta con vagas alusiones a los errores, sino que atiende a puntos de doctrina muy precisos.

Los autores profanos tienen también su lugar en estas exposiciones: Cicerón, Valerio, Platón, y es claro que sobre todo Aristóteles. No es que estos escritores hayan conocido la Biblia, sino que su filosofía, enla medida en que concuerda con la verdad revelada, es una manifestación de las realesclaridades que posee la razón humana. Y en la medida en que ésta se aleja de la dicha verdad se subraya la insuficiencia del espíritu humano y la necesidad que tiene de recurrir a la luz divina (Sobre I Cor. I, lect. 3).

Podría uno estar tentado a tomar a Santo Tomás menos en serio cuando se le ve ceder al prurito, tan extendido entonces, de buscar las etimologías, de torturar las palabras para hallarles una significación arbitraria y casi darles a los nombres, propios o comunes, la misma importancia que a las personas o a las cosas que designan. Se debe recordar que en este terreno Santo Tomás era el heredero de una tradición diez veces secular, de gran boga en la Edad Media desde las obras de San Isidoro de Sevilla. Por lo demás, aun cuando los relacionamientos sean gramaticalmente discutibles, de todas las maneras tienen el mérito de servir de motivo para esclarecimientos doctrinales apreciables (Sobre San Juan, XVl, lect. 4, v. l7; Xll, lect. I, v. I; Sobre Jeremías, XV, l9; XVI, l6). Aunque ignoraba el griego y el hebreo, Santo Tomás no ignora de ninguna manera el genio de estas dos lenguas; discierne y observa la importancia de locuciones llenas de imágenes o hiperbólicas, de los helenismos y los hebraísmos. Tales locuciones son a la vez señales de la condescendencia del Señor, que se digna tomar las más usuales formas del lenguaje para hacerse comprender mejor de su pueblo; que aprovecha los diversos matices que expresen más claramente el pensamiento (Suma teol., Im q. 67, art. 4; q. 68, art. 3; la llae, q. 88, art. 3, ad 2m). Por lo demás, siempre modesto, Santo Tomás no tiene la pretensión de comprenderlo todo; y en particular en el dominio de la Escritura inspirada se cuida muy bien de presentar sus explicaciones como certeza absolutas y exclusivas. Al lado de interpretaciones autorizadas que él ha recogido y de las que él mismo da, hay lugar para otras que también son perfectamente admisibles, con tal que no se opongan a las verdades claramente establecidas y que no contradigan el contexto (Suma teol., lª, q. 68, art. l; q. 74, art. 2).

En cuanto a los sentidos espiritual, alegórico, moral o anagógico, pueden ser múltiples, pero igualmente sujetos a la incertidumbre, y no se les puede invocar como argumentos en teología, al menos mientras la autoridad infalible de la Iglesia no los precise (Quodlibeto Vll, art. l4, ad 5m). La legitimidad de estas significaciones secundarias no es la puerta abierta a todas las fantasías de la interpretación. No sólo no deben desnaturalizar el sentido literal de un texto determinado, sino tampoco oponerse jámás a verdades claramente formuladas en otros textos. De una manera general, por otra parte, lo que se contiene místicamente en un pasaje de la Escritura, se expresa claramente en otro (Quodlibeto Vll, art. l4, ad 3m; Suma teol., la, q. l, art. 9, ad 2m; art. l0, ad Im).

“Nuestra Fe está fundada en la revelación hecha a loa Apóstoles y a los profetas que han escrito los Libros canónicos, y no sobre una revelación, si acaso la hubiere, hecha a otros doctores. . . Por lo cual la sagrada doctrina no utiliza las sentencias de los filósofos sino con el carácter de argumentos extrínsecos que tienen alguna probabilidad; las opiniones de otros doctores de la Iglesia, únicamente como ideas personales suyas, más próximas, sin embargo, de la verdad; la autoridad de la escritura canónica, como argumento auténtico indispensable” (Suma teol., la, q. l, art. 8, ad 2m).

En estas dos frases el gran teólogo resume su método: el origen de sus materiales, su valor respectivo y la utilización que de ellos hará.

Invoca las definiciones de los Concilios ecuménicos con la misma certeza que los textos escriturísticos: tan firme es en Santo Tomás la confianza en el Magisterio de la Iglesia. Y “práctica habitual de la Igleisa regida por el Espíritu Santo”, en la liturgia y en la administración de los Sacramentos la admite también como una regla de Fe. Tal es la doctrina de los Apóstoles (Suma teol., lla llae, q. l, art. l0).

En cuanto a los Padres griegos que él cita abundantemente en sus tratados más importantes, como los de la Trinidad y la Encarnación, Santo Tomás se ve obligado a atender a las traducciones, más o menos alteradas, siempre divergentes según que consulte a París, a Roma o a Nápoles. Directo es su contacto con los Padres latinos, entre los cuales San Agustín ocupa con mucho el primer rango. Pero se ha podido decir que “las obras teológicas de Santo Tomás son inmensos repertorios de Patrología” (A. Gardeil, La Documentation de S. Thomas). Estas “fuentes” de la doctrina católica eran ya un bien común en el cual cada quien se abrevaba a su gusto y utilizaba a su manera, con la libertad que no temía modificar las fórmulas con tal de condensar el pensamiento.

Al corriente de lo que se enseñaba en las diversas escuelas de su tiempo, Santo Tomás hace alusión más de una vez “a maestros famosos, a grandes doctores”, que jamás designa por sus nombres y que es difícil identificar; también a menudo, con una expresión más vaga todavía, se refiere a las opiniones de “quidam”, ciertos autores, ya sea para hallar en ellos una confirmación de sus propias tesis, ya sea para discutirlas. Por otra parte, las citas implícitas son mucho más frecuente que las citas literales: también en estos casos retiene la idea, la enuncia con una fórmula nueva, personal, mejor lograda, sin copiar servilmente la letra. Las exigencias de la propiedad literaria no eran entonces lo que son ahora. La “Glosa”, tan a menudo invocada, ¿no es una manera de designar a uno o a varios autores anónimos? Y en la Suma Teológica los “sed contra” de cada artículo son lo mismo sentencias explícitas de la Escritura o de los Padres que adagios de origen impreciso pero que se han vuelto corrientes en la Escuela.

Por lo contrario, Santo Tomás descarta despiadadamente los textos inauténticos, aun cuando se resguarden con algún gran nombre: “Este no es de Agustín. . . ; por lo tanto carece de autoridad . . . no puede tomarse en cuenta como un argumento. . . , no hay por qué prestarle atención. . . ; hay que despreciarlo con la misma facilidad con que se le pronuncia”. Sin embargo, autores desconocidos, aun falsarios, ¿pueden muy bien enunciar en distintos pasajes algunas migajas de verdad y aun en fórmulas afortunadas que no serían de desdeñar? Pero un sistema teológico no puede edificar sino la pura verdad; y no carece de testimonios sólidos para establecerlo, sin tolerar elementos dudosos que lo debilitarían.

Es evidente que no todos los textos ajenos tienen la misma importancia, ni en sí mismos, ni sobre todo en la mente de quien lo utiliza. Hay unos que son claramente exposiciones de puntos de doctrina, cuyas palabras todas, consiguientemente, tienen valor y que se deben tomar al pie de la letra so pena de error; otras, si no son pruebas propiamente dechas, puesto que los artículos de Fe afirman y no esperan demostración, al menos son argumentos de sobreabundancia que pueden afirmar la concicción (Suma teol., lll, q. 66, art. 5); otros se presentan para confirmar las aserciones, recordar cómo han sido comprendidas por los cristianos más eminentes; y otros, en fin, proporcionan explicaciones que ayudan al espíritu a inclinarse ante el misterio, o se limitan a ilustrar con pensamientos generosos, imágenes escondidas o bellos ejemplos las austeras verdades.

Tributario de pensadores de la antigüedad, cristianos o paganos, y de sus predecedores inmediatos, aun de sus contemporáneos, Santo Tomás de Aquino no aparece como un novador, un genio inventivo que sacaría de sus propios caudales un sistema inédito. Sin embargo, tampoco es un compilador ni un simple erudito que juntara los conocimientos adquiridos y difundidos por los más poderosos espíritus. Primeramente discípulo de maestros tales como Aristóteles y San Agustín, y sidcípulo muy asiduo, no tarda en convertirse en el maestro de todos, el maestro que interroga entonces a sus discípulos, les hace decir cuanto ellos saben, luego les corrige sus errores o sus exageraciones, colma sus lagunas y les abre horizontes nuevos. Su genio propio y su obra personal es la síntesis, el arte de hacer algo nuevo con lo antiguo. Aunque acumuló materiales innumerables y disímiles, no lo sumerge su acumulamiento. Con mano maestra los escoge y los ajusta hasta hacer con ellos un edificio a la vez colosal, origina, armonioso e imperecedero. Su teología es a la vez positiva y especulativa: positiva en el sentido de que se funda en los documentos patrísticos, y especulativa porque es dominada y construida por el razonamiento y la dialéctica. Y sin embargo no sueña en edificar un sistema personal: “El maestro -----dice él mismo----- no puede hacer otra cosa que mostrar a las mentes la verdad. No es para hacer pasar sus ideas a la mente de los demás. Debe enseñarles a ver lo que él ve, y luego borrarse ante la verdad, ante el objeto”.

Modelo de propiedad intelectual, para obtener la verdadera inteligencia de un texto tiene el cuidado de volver a colocarlo no sólo en su contexto inmediato, sino en las circunstancias de tiempo y de lugar en que fue escrito, y de penetrarse él mismo de la mentalidad y de la intención del autor (Suma teol., lla llae, q. 45, art. 2 ad 2m). teniendo en cuenta que más de una vez en la historia, expresiones de autores perfectamente artodoxos han sido aprovechadas por los herejes o porque carecen ellas de precisión o porque adolecían de alguna exageración, le concede una grande importancia a la exactitud de los términos en materias delicadas como la Trinidad, la Cristología, los Sacramentos. En fin, “aunque se debe tener en cuenta lo que ha sido dicho por los santos doctoresque han guardado la Escritura sin tacha” (Suma teol., la, q. l0l, l; De Veritate, q. l8, art. l7), es evidente que en los Padres y Doctores no hay que aceptarlo todo: cuando tratan materias extrañas a la Fe dejan de ser los intérpretes de la Escritura, y en esos diversos dominios han podido equivocaese (Quod. L, Xll). Sin embargo, aun allí tienen ellos una autoridad que sería temerario desdeñar totalmente, sobre todo cuando su opinión concuerda (Cont. Gent. Ll, 34). En caso de duda la Iglesia es la que tiene el derecho de decidir: “La doctrina de los doctotres católicos recibe su autoridad de la Ilesia: por lo tanto debemos atenernos al pensamiento de la Iglesia de preferencia a la opinión de Agustín, de Jerónimo o de cualquier otro doctor” (Suma teol., lla llae. q. l0, art. l2). Y la Iglesia es ante todo el Papa: “La autoridad de la Iglesia reside principalmente en el Soberano Pontífice, contra el cual ni Jerónimo, ni Agustín, no otro alguno podría sostener su opinión” (Suma teol., lla llae, q. ll, art. 2, ad 3m).

Desde anters de formularla, Santo Tomás de Aquino vivió la diversa adoptada por la Orden a la que pertenecía: “Es preferible entregar a los demás los frutos de la contemplación que guardarlos para uno solo” (Suma teol., lla llae, q. l88, art. l).

Contemplar es aplicarse a conocer a Dios, por medio de sus obras primeramente (Suma teol., lla llae, q. l80, art. 4), por el estudio de su Revelación en seguida, que permite un contacto más directo, una penetración de los secretos. Este es el objeto de la virtud de “estudiosidad”, que supone una previa purificación de la mente y del corazón, y luego modera el apetito de vanas curiosidades para aplicar las facultades humanas al conocimiento de las cosas divinas (Suma Teol., lla llae, q. l66-l67). Pero no hay en ello sino un primer grado: el contemplativo debe hacerse “doctor”, o sea, que tiene la misión de enseñar a fin de hacer participar al prójimo de las luces que él mismo ha adquirido (Suma teol., lla llae, q. l83, art. 2). Tal uso de la ciencia es la primera de las obras de misericordia, pues de nada tienen tanta necesidad los hombres como de las claridades de la Fe para encaminarse hacia su destino eterno; y tal misericordia es a su vez mandada por la Caridad, el doble Amor de Dios y del prójimo. Doctor por vocación, por pertenecer a la Orden de Predicadores, Santo Tomás no es un puro especulativo, ni contemplativo que huyera del mundo: no se eleva hacia Dios sino a fin de volver a estar con la humanidad con un alma toda resplandeciente de verdades divinas y capaz de “brillar a los ojos de los hombres”.

Las grandes virtudes en las que se ejercitó a todo lo largo de su vida religiosa, la humildad que le hacía rehusar aun las dignidades religiosas más honrosas, la austeridad de sus costumbress, tendía a mantener su alma más disponible para acoger las luces celestiales y más libre para propagarlas. Poseído por este ideal, continuemente estaba en meditación, hasta abstraerse de lo concreto y tener por despreciables los detalles de la vida práctica: silencioso, parecía absorto en sueños, pero esto no era sino una constante actividad intelectual.

Su piedad estaba orientada en el mismo sentido. Contando mucho más con la Gracia divina que con su propio esfuerzo, oraba antes de estudiar; y en prolongadas adoraciones ante el tabernáculo era donde hallaba la solución a los problemas más difíciles. Su Suma teológica, en particular, es el fruto de su oración más que de su razonamiento.

Intención y método el Santo Doctor los resumió él mismo en sus últimas palabras, al recibir el Sagrado Viático, pocas horas antes de morir: “Os recibo, Señor, a Vos, por cuyo amor he estudiado, velado y trabajado; a Vos, a quien he predicado y he hecho conocer” (Guillermo de Tocco).

Lutero se atrevió a escribir lo siguiente se Santo Tomás: “Jamás comprendió un capítulo del Evangelio ni de Aristóteles”. Evidentemente, fuera del propio Lutero nadie ha comprendido nada: él tiene el monopolio de la Verdad, él es el único intérprete auténtico tanto de la Palabra de Dios como de los pensamientos de los hombres.

Felizmente, en contra de esta arrogancia, fruto, en el heresiarca, de la rabia de no poder aluir la argumentación de Santo Tomás, la historia ha elevado un monumento de alabanzas a la memoria del Santo Doctor. Desde luego su primer biógrafo, Guillermo de Tocco: “Su método de enseñanza era tan nuevo que se cree que fue algo inspirado del Cielo tanto como su ciencia”. Los Papas de manera unánime y con encarecimiento uno tras otro aprueban, recomiendan, imponen la doctrina del Aquinatense: “Más que ninguna otra, ella se caracteriza por la propiedad de los términos, lo afortunado de la expresión, la axactitud de los pensamientos, a tal punto que quien se le adhiera no puede desviarse del camino de la verdad, mientras que quien la combata será sospechoso de error” (Inocencio Vl). “Queremos y ordenamos que se siga la doctrina de Santo Tomás como verídica y católica y que se difunda con todas cuestras fuerzas” (Urbano V). “La Prividencia de Dios Todopoderoso ha hacho que el Doctor Angélico, cuya doctrina había ilustrado a la Iglesia apostólica por la refutación de muchos errores, a partir del día en que tomó lugar entre los ciudadanos de la Patria celestial, pudiese también combatir las herejías que surgirían a continuación. Esto se ve claramente en los decretos del Concilio de Trento” (Pío Vl).—“Piadoso y sabio es el pensamiento de escoger como nuevo patrono de vuestra ciudad a vuestro conciudadano Tomás de Aquino, angélico intérprete de la Voluntad divina, ilustre por su santidad y por sus milagros. Tal honor le corresponde de pleno derecho por razón de sus virtudes, juntas a su admirable doctrina de que dan testimonio sus innumerables obras, escritas en tan pocos años, sobre las más variadas materias, con un orden y una perspicacia maravillosos y sin el menor error” (Clemente Vlll). “Nos regocijamos ardientemente en el Señor de ver aumentar de día en día la gloria y la veneración de que es objeto Santo Tomás de Aquino, el magnífico atleta de la Fe católica, cuyos escritos son el escudo en el que la Iglesia militante ve estrellarse los dardos de los herejes” (Paulo V). Y León Xlll, en el decreto que proclama a Santo Tomás patrono de las escuelas y universidades, resume el método que da al Doctor angélico tanto su originalidad como su envergadura: “Distingue la razón de la Fe, y sin embargo las asocia, respetando los derechos de la primera y de la segunda, y establece la dignidad propia de cada una, de tal suerte que la razón, elevada a la cima sublime en que la pone Santo Tomás, no parece poder subir más arriba, y la Fe no puede a su vez recibir de la razón más numerosos ni más preciosos auxiliares que los que le procura Santo tomás. . . El ás. . . El él, en efecto, se halla todo: la amplitud de la doctrina, su ortodoxia, su armoniosa presentación; el respeto de la Fe y un admirable acuerdo con todas las verdades reveladas, la integridad de la vida con el esplendor de las más eminentes virtudes” (Brevario: Patronato de Santo Tomás, l3 de Noviembre, 2o. Nocturno).

Santo Tomás de Aquino es un genio comparable con los más raros genios filosóficos de los tiempos antiguos y de los modernor. No es inferior a Platón y Malebranche en cuanto a la espiritualidad, ni a Aristóteles y Descartes en cuanto a la claridad y lógica” (Chateaubriand). Este homenaje es demasiado corto, porque no se dirige sino al filósofo. Y el filósofo, por importante que sea, no es jamás, en Santo Tomás, sino el soporte natural de una inteligengia que se cierne en pleno sobrenatural: “Gracias a la sabiduría que procura el saber humano ----confiaba él mismo---- se puede juzgar correctamente de las cosas divinas conforme al perfecto uso de la razón. Pero hay otro medio que viene de arriba y que juzga de las cosas divinas en virtud de una cierta comunidad de naturaleza con ellas. Y el don del Espíritu Santo que perfecciona al hombre en el orden divino, le hace no sólo conocer sino experimentar las cosas divinas”.

En definitiva, de esta experiencia vivía Santo Tomás. ¿Un intelectual? Sí, ciertamente, y de los más grandes, pero sobre todo un Santo: “La santidad de la inteligencia” (J. Maritain).

“Su método capital parece estar en una exacta dosificación de lo místico y de lo positivo, de lo metafísico y lo concreto, de lo espiritual y lo material, en todos los diversos sentidos de estas palabras. El ve al hombre a medio camino entre Dios y la materia, y no cede ni al iluminismo teológico, ni a un empirismo miope y limitado. Además, en él se han reconciliado los místicos con los positivos, los filósofos con los canonistas. El es el hombre de la catolicidad unánime; y esto es claramente lo que significa un título de Doctor Común” (P. Sertillanges).