Psicología de Jesús
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SUMARIO: 1. Un poco de historia sobre el tema. 1.1. De la fe en Jesucristo a la psicología de Jesús. 1.2. Las cuatro proposiciones de la Comisión Teológica Internacional (CTI) de 1986. 1.3. Desde los prejuicios y el reduccionismo psicológico: psicoanális de Freud. 1.4. Algunos estudios psicológicos recientes sobre Jesús. - 2. Cuestiones epistemológicas y metodológicas. 2.1. El Jesús de la historia y un estudio psicológico de Jesús. 2.2. Sentido de nuestras reflexiones psicológicas. - 3. Aspectos psicológicos de la figura de Jesús. 3.1. Jesús de Nazaret: personalidad religiosa singular. 3.2. Nuestra utilización de la paradoja para caracterizar la figura de Jesús. 3.3. Las imágenes de Dios en Jesús y en su mensaje de Evangelio. 3.4. ¿Hasta que punto Jesús fue consciente de su misión mesiánica? - 4. A modo de conclusión.


A un psicólogo cristiano, no le resulta nada fácil escribir algo que quiera ser psicológico sobre Jesús de Nazaret simplemente por el hecho de su propia fe, que le vincula en una estrecha e íntima relación, en la cual su realidad humana participa, en misteriosa unidad, con su realidad divina de Hijo de Dios, según el dogma trinitario. Ahora bien, el discurso psicológico ha de ser asequible a creyentes y no creyentes, por la neutralidad que le confiere el conocido principio de exclusión de la transcendencia (Flournoy, Th, 1902), derivado del hecho de la falta de competencia de los métodos científicos para afirmar o negar el contenido de las afirmaciones transcendentes de la fe religiosa, especialmente cristiana. Los no creyentes, por su parte, corren el riesgo de no respetar la neutralidad a causa de sus prejuicios, con mucha frecuencia antirreligiosos. Nosotros intentaremos ser fieles a dicho principio, poniendo entre paréntesis, en cuanto psicólogo, la fe en la divinidad de Jesús, dejando hablar sin más a los datos de que dispongamos, asequibles a cualquier investigador. No se confunda esto, sin embargo, con no tener en cuenta el dato de dicha fe, en su dimensión psicológica de vivencias afectivas, representaciones cognitivas y demás componentes que influyen dinámicamente en la conducta del creyente e incluso en los que no creen: nosotros sí contaremos con ello, pero trataremos de evitar emitir juicio alguno sobre la objetividad o ilusión de sus contenidos.

1. Un poco de historia sobre el tema

Echaremos un vistazo retrospectivo a algunos de los intentos de tratar el problema de la psicología de Jesús, comenzando por los que pretendieron resolverlo partiendo de la fe y utilizándola como elemento explicativo, contraviniendo así el principio de exclusión de la transcendencia.

1.1. De la fe en Jesucristo a la psicología de Jesús

Que, por ejemplo, Huarte de San Juan, en su Examen de Ingenios para las ciencias, afirme que Jesús tuvo un temperamento completamente "templado" del que provenía la máxima perfección natural, "pues el Espíritu Santo lo compuso y organizó" (Huarte, 1976, 305), lo disculpamos, por estar esto escrito en 1575. Más difícilmente comprendemos hoy, siguiendo dentro del ámbito español, que un psicólogo de nuestros días utilice un lenguaje bastante parecido, en un largo capítulo de su Introducción a la ascética diferencial, titulado: "Jesucristo, clave de la ascética diferencial. Un `hiperhagionormo'. A pesar de decirnos que su trabajo tiene un carácter "científico-positivo" y "en gran parte de sabor caracterológico", de hecho se está remitiendo al factor dogmático, sólo constatable por la fe, de la unión con el Verbo divino como factor dinámico-diferencial de su psicología (cf. Roldan, A., 1960, 294 s.). En ese contexto, presenta las diferencias de la humanidad de Cristo no respecto a otros individuos, sino al propio horno sapiens como especie, situándose plenamente en el dogma: "la unión hipostática es la raíz de todas las notables diferencias" ontológicas, de las que se siguen otras psicológicas y morales" (Idem, 398-399).

En esta polémica, que recuerda viejas discusiones de escuela en las Universidades de la Iglesia, aparecen dos autores con la defensa de sus respectivas tesis sobre la unidad psicológica de Cristo y su autoconsciencia: el jesuita francés Paul Galtier, y el sacerdote italiano Parente. Partiendo ambos de la premisa de fe de que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre, Galtier se sitúa más en la humanidad de Cristo, siguiendo un poco a su hermano Suárez, mientras Parente se muestra más tomista poniendo de relieve la divinidad (cf. Galtier, 1939; Parente, 1951).

1.2. Las cuatro proposiciones de la Comisión Teológica Internacional (CTI) de 1986

Dentro de esta problemática más bien eclesial y predominantemente pastoral, más que propiamente psicológica, pero teniendo en cuenta numerosos estudios sobre el Cristo histórico y el Cristo de la Fe, en los últimos tiempos, entre los años 1983 y 1985 la Comisión Teológica Internacional se propuso estudiar este tipo de cuestiones, elaborando por fin un Documento redactado y aprobado en la sesión plenaria del 2-7 de octubre de 1985, y publicado en Roma el 31 de mayo de 1986, titulado: De Jesu autoconscienctia quam scilicet ipse de se ipso et de sua missione habuit. Quatuor propositiones explanantur. He aquí su traducción:

la La vida de Jesús testifica la conciencia de la propia relación filial al Padre. Su comportamiento y sus palabras que son las del 'siervo' perfecto implican una autoridad que supera la de los antiguos profetas y que pertenece a Dios solamente. Jesús alcanzaba una tal incomparable autoridad por su singular relación con Dios, a quien llamaba 'Padre mío'. El tenía conciencia de ser el Hijo único de Dios y, en este sentido, de ser él Dios.

2a Jesús conocía la finalidad de su misión: anunciar el Reino de Dios y hacerlo presente en su persona, en acciones y palabras suyas, a fin de que el mundo sea reconciliado con Dios y renovado. Aceptó libremente la voluntad del Padre: entregar su vida para la salvación de todos los hombres; sabía que él había sido enviado por el Padre para servir y dar la vida 'por muchos' (Mc 14, 24).

3a Para realizar esta misión salvífica, Jesús ha querido reunir a los hombres en vistas al Reino y convocarlos junto a sí. Para este fin, Jesús ha llevado a cabo actos concretos, cuya única posible interpretación, tomados en su conjunto, es la preparación de la Iglesia que llegará a constituirse definitivamente en la época de los acontecimientos de la Pascua y de Pentecostés. Es, por tanto, necesario afirmar que Jesús quiso fundar la Iglesia.

4a La consciencia que Cristo tiene de ser enviado por el Padre para la salvación del mundo y para todos los hombres que serán convocados como pueblo de Dios implica, de misterioso modo, el amor a todos los hombres hasta el punto que todos podemos decir: el Hijo de Dios 'me amó y se entregó él mismo por mí' (Gal 2, 20).

Estas cuatro proposiciones son apoyadas, sobre todo, por multitud de citas de textos evangélicos (CTI, 1986). También aquí se podría hablar de una especie de "psicología" racional implícita de corte teológico dirigida a creyentes cristianos.

1.3. Desde los prejuicios y el reduccionismo psicológico: psicoanálisis de Freud

A la inversa del apartado anterior, abundan y sobre todo abundaron en el siglos XIX y XX sociólogos, psiquiatras y psicólogos agnósticos o claramente ateos, incapaces de desprenderse de sus prejuicios antireligiosos y/o anticristianos al pretender estudiar no tanto la personalidad de Jesús directamente, sino más bien aspectos de la religión establecida por él. No haremos más que ocuparnos, a modo de ejemplo paradigmático, del fundador del psicoanálisis, por la influencia que ha tenido en variados campos de las ciencias humanas.

A primera vista extraña que siendo tan genialmente sutil en el estudio de otros personajes, comenzando por el propio Moisés, cuya realidad histórica queda tan separada de los textos que hablan de él, despache Freud a Jesús de Nazaret en Moisés y la religión monoteísta (1939)-con la calificación de "un cierto agitador político-religioso", que le habría servido a Pablo de Tarso de pretexto para fundar el cristianismo, separándolo de la religión judía. En el fondo psicoanalíticamente mirado, sustituye implícitamente al Jesús histórico por ese llamado "mito científico" del asesinato del Padre de la horda primitiva, que Freud habría expuesto en Totem y Tabú, y que por retorno de ese crimen "reprimido", se habría originado la "religión del Padre", y ahora, a través de Pablo, el Crucificado, por ese primordial parricidio, se convierte en el Hijo divinizado, sustituyendo al Padre, y quedando de este modo el cristianismo como "la religión del Hijo", en una evidente regresión edípico-narcisista (Freud, 1981, III, 3293 s). Todo queda, pues, en la nebulosa mítica, no siendo tampoco la comunión cristiana otra cosa, en el fondo, que la rememoración ritualizada de la primera comida totémica, sustitución a su vez de la primordial orgía en la que los hermanos devoraron al padre asesinado para apoderarse de sus poderes mágicos.

Si hasta nuestros días, una serie de psicoanalistas continuaron en esta línea trazada por Freud, no faltaron tampoco críticos, comenzando por el pastor protestante Pfister, amigo personal suyo, que mostraron la incapacidad del psicoanálisis para dictaminar el valor objetivo de los contenidos de fe sobre la religión cristiana y, en particular, sobre Jesús. Más todavía, algunas investigaciones muy rigurosas han probado la cantidad de prejuicios anticristianos que actuaban en la propia mente de Freud, en parte de modo inconsciente (cf. Cabezas, R., 1989, caps. 11-111; Zahrnt, 1974, 98).

Una gran parte de trabajos psicoanalíticos lo hacen, con mucha frecuencia, de forma reductiva y tan subjetiva que refleja mucho más las fantasías del analista que la subjevidad real del analizado, sin ofrecernos apenas información alguna sobre la personalidad de Jesús (Caballero, A., 1994, 232 s).

Otros psicólogos profundos, como Jung, si bien valoran positivamente la figura de Cristo, tienden a verlo más bien en el sentido simbólico-mítico desde las producciones arquetípicas, sobre todo viendo a Cristo como símbolo del Sí-mis-mo (Selst), según aparece en el centro de los mandalas cristianos; así como estudiando la religión en su "funcionalidad" terapéutico-pastoral (cf. Jung, C. G., 1957, 371s; 1986, 49-81; Vázquez, A., 1998). En esta última línea, hay actuales jungianos que estudian a Jesús como "terapeuta", o bien lo ven como la perfecta armonía de las dos figuras del "alma", Anima- Animus, como H. Wolf y otros que citamos a continuación.

1.4. Algunos estudios psicológicos recientes sobre Jesús

Hasta cierto punto sigue cierta, diez años después, la constatación de Vergote sobre la carencia de un estudio serio de la personalidad de Jesús de Nazaret, desde la psicología de la religión, y la escasa atención prestada asimismo por los teólogos a este tipo de análisis (Vergote, 1990, 7). De todos modos, la figura de Jesús, presentada por el Evangelio, provoca actualmente ciertas investigaciones psicológicas, casi siempre colaterales, desde perspectivas diversas, y con un valor científico muy desigual. De las que ofrecemos una pequeña muestra, en reducida síntesis.

"Los arquetipos de Jung y la personalidad de Jesús en los sinópticos": Se trataba de ver cómo los símbolos arquetípicos del anima y animus se mostraban en las parábolas y otras narraciones evangélicas, según el método de correlaciones (Stah l ke, R -E. 1990).

"Jung y la Cristología": El autor parece esperar que ciertos elementos del pensamiento jungiano sean una buena ayuda para revitalizar la Cristología para muchos creyentes de hoy, en cuanto que, para él, Jesús aparece como una especie de encarnación del arquetipo central o Sí-mismo (Selbst). Jung destacó, sin embargo, que Jesús representa sólo la parte luminosa del arquetipo: sólo el la futura encarnación del Espíritu en el hombre creatural podrá llevarse a cabo la auténtica cristificación, en un verdadero proceso de individuación cristiano. Finalmente, si bien Jung ofrece valiosos recursos a la Cristología, la teología deberá hacerle serias objeciones críticas a su particular exégesis, demasiado inmanentista y con cierto sabor "gnóstico" (Chapman, G. C., 1997).

"La ley del amor de Jesús y las fases de razonamiento moral de Kohlberg": La conclusión de este trabajo es que la Ley de Amor de Jesús combina lo convencional y lo postconvencional, subsumiendo la letra de la ley en el espíritu de la ley; y esto se realizaría no sólo en las enseñanzas de Jesús sino también en su propia personalidad (Clouse, B. 1990).

"De Jericó a Jerusalem. El buen samaritano de una dirección diferente": Después de analizar los autores detenidamente las dimensiones de esta conocida parábola de Jesús, partiendo de estudios sobre la conducta de ayuda, concluyen que se muestra aquí el profundo conocimiento de Cristo sobre íntimos aspectos de la conducta humana (Hoyer, ST, y Mc-Daniel, P. 1990).

"La auto-realización como un título cristológico contemporáneo":¿Se podría tomar la self-actualization de Maslow como un posible modelo cristológico, después de una lectura de las narraciones evangélicas, desde esta clave? Así parece defenderlo el autor, basándose en que la figura de Jesús, allí diseñada, se acomoda bastante al resultado del cuidadoso análisis de las 14 características de dicha "actualización de Sí-mismo": aceptación, espontaneidad, simplicidad, naturalidad, centramiento de los problemas, necesidad de intimidad, autonomía, frescura continuada de aprecio, experiencias-cumbre, espíritu de solidaridad, relaciones interpersonales, estructura democrática de carácter, discriminación entre medios y fines, filosófico y nada hostil sentimiento del humor, creatividad y transcendencia (Galbreath, R 1991).

"Las parábolas de Jesús: Una aproximación psicosocial": Se analizan -según el Frame Analysys de E. Goffman- varias parábolas, tales como Invitados a la Boda, Obreros a la Viña y el Hijo Pródigo, tomándolas como documentos psicosociales, y describiendo las reacciones de los individuos a las correspondientes situaciones sociales que narran las parábolas, de carácter un tanto conflictivo, donde los sujetos se ven obligados a elegir una función determinada (King, J. R. 1991).

"Marta y María": En este tema clásico en la tradición eclesial de María y Marta como signos de contemplación y acción, la novedad de este trabajo está en relacionarlo con la tipología jungiana de introversión -extroversión, uniendo el primer tipo al tema del silencio como característica de la comunicación femenina, y haciendo, finalmente, ver cómo Jesús tomó partido por la contemplativo-introvertida María sobre Marta, la extravertida. (Dorella, A, 1998).

"Correlaciones de una imagen de la personalidad de Jesús: análisis historiográfico, utilizando el Modelo de 5 Factores de personalidad": En esta investigación, una muestra de ambos sexos, desde grandes adolescentes hasta ancianos, evaluaron a Jesús, utilizando una técnica de carácter comprensivo de personalidad. Su perfil historiográfico resultante fue, en resumen: la figura de Jesús les resultaba tandemente simpático y aparecía siempre ayudando a los demás, sobre todo a los más necesitados. Por otra parte, destacaron también que se le veía como manteniendo una especie de autonomía. (Piedmont, R. L., Williams, J. E. G. y Ciarrochi, J. W., 1997).

"La búsqueda del Jesús psicológico: influencias de la personalidad sobre las imágenes mentales de Jesús": A tres muestras diferentes, bastante amplias, de escolares y adultos practicantes, se le aplicó el Cuestionario de Personalidad Revisado de Eysenck, para obtener el perfil de personalidad de cada uno; y a la vez una forma modificada de dicho cuestionario para lograr el perfil de la imagen de Jesús, presente en ellos. Los resultados demuestran correlaciones significativas entre el perfil de la propia imagen y de su imagen de Jesús (Francis, L. J. y Astley, J., 1997).

"Quién piensa él que es: Anotaciones a la psicología de Jesús": El autor es un psicoanalista que rechaza el que se le califique de síndrome de Jesucristo a una personalidad narcisista preocupada por salvar a otros. Defiende, en cambio, algo que a muchos puede parecer chocante, pero que tal vez pudo ser provocado por la reacción del propio Freud a la muerte de su padre. Se trata de interpretar el paso de Jesús de su vida oculta en Nazaret a su vida pública, como una especie de intento por resolver problemas edípicos, al morir su padre José. Y en torno a ese trauma de duelo paterno giraría su "depresiva" creencia en la inminencia del fin del mundo, así como su deseo de reencuentro con el padre muerto, en el trasmundo (Chessick, R. D., 1995).

Identidad social, envidia de status y el Abba de Jesús": Se pretende derivar de un llamado problema de orfandad paterna de Jesús conclusiones sobre su identidad social, su defensa de la mujer en situaciones de peligro, su amor a los niños y esa peculiaridad del trato dado a Dios de Abba, expresión cariñosa y familiar dirigida al padre (von Aarde, A., 1997).

La relación de la sabiduría con el liderazgo transformador: ilustrada por el Jesús histórico: Es ésta una curiosa disertación, en la que se toma la sabiduría de Jesús, tomando como criterio aquellas parábolas que los estudios histórico-críticos han dado como atribuibles a él, para ver como funciona, con eficacia, en situaciones de crisis o caos de carácter psicosocial, comparándola con la sabiduría simplemente psicológica de los líderes capaces de producir transformaciones sociales más o menos profundas. La conclusión es que Jesús sale muy bien parado en dicha comparación, en la que sobresale la superioridad de su sabiduría, que ilumina, transforma y da seguridad (Morse, M. K., 1996).

"Los refranes galileos y el sentido del `Yo": Defiende Erikson que los refranes y parábolas que Jesús utilizaba en sus predicaciones intervienen en la formación del Yo y del Nosotros, esto es, en el proceso de Identidad, en el sentido de una mayor concientización del Yo individual y de una mayor universalidad a la vez del Nosotros. Jesús habría contribuido así, en ese momento histórico, a la emergencia de una nueva conciencia personal y colectiva. (Erikson, E. H., 1996).

La psicología de la Resurrección: Una comprensión de la personalidad humana basada en la vida y enseñanzas de Jesús: Del análisis de diez temas principales, extraídos de los relatos evangélicos, y, aplicándolos a los sujetos actuales, el autor se propone demostrar cómo enseñanzas de Jesús podrían ser capaces de transformar teorías psicológicas contemporáneas. Y es que, para él, psicología y biblia pueden enriquecerse mutuamente, integrándose, de algún modo, sin tener en cuenta —según nuestro parecer— el abismo de niveles que las separa, en cuanto saberes, que se rigen por criterios epistemológicos y metodologías muy diversas (Alter, M. G., 1994).

2. Cuestiones epistemológicas y metodológicas

Dentro de las dificultades que se nos presentan para un estudio psicológico de la personalidad humana de Jesús, comenzamos por valorar el gran esfuerzo hecho por los cristólogos modernos, con la utilización de métodos científicos, sea de crítica literaria, sea de crítica histórica de los textos bíblicos y los pocos extrabíblicos que nos hablan de Jesús de Nazaret: no podemos prescindir de ellos. Expondremos, a continuación el sentido de nuestras anotaciones psicológicas.

2.1. El Jesús de la historia y un estudio psicológico de Jesús

Ya en algunos de los trabajos anteriormente citados, se pueden percibir dificultades y limitaciones con las que se encuentran los psicólogos cuando intentan abordar algún aspecto de la personalidad de Jesús, teniendo que buscar estrategias metodológicas que les permitan, siempre indirectamente, acercarse a él y captar alguna de sus manifestaciones como una especie de reflejo especular. Pero, lo que nos parece inevitable es contar previamente con el trabajo de investigación que la crítica histórica y literaria ha llevado a cabo y sigue haciendo, como una ayuda imprescindible para no confundir al Jesús de la historia con el Jesucristo de la fe, por muy inseparables que aparezcan en los textos que nos van a servir de material de análisis.

Tenerlos en cuenta no significa, para nosotros, necesariamente ceñirnos de un modo estricto al modelo hermenéutico de este o aquel autor de moda, sino, de forma seria pero flexible, tomar aquello que parece tener el mayor consenso entre los investigadores. Además los criterios para ciertos aspectos psicológicos de la figura de Jesús no tienen por qué coincidir siempre con los que utiliza el método histórico-crítico, preocupado especialmente por "hechos externos"; mientras a la psicología le interesan las "vivencias y experiencias internas" y la "significación subjetiva" de los hechos y acontecimientos. Tomaré, en concreto, como guías a tres autores: Fitzmyer, Pikaza y Peláez, autores sucesivamente: de un Catecismo cristológico (Fitzmyer, J. A., 1997), de un actualísimo Manual de Cristología (Pikaza, X., 1997) y una reciente síntesis del ya recorrido largo viaje hacia el Jesús de la historia (Peláez, J., 1999).

Fitzmyer nos recuerda que existen tres clases de material-fuente, digamos, en los textos bíblicos sobre Jesús, que corresponden a tres fases de tradición evangélico-eclesial: la 1 correspondería al tiempo en que vivió y actúo Jesús hasta alrededor el año 33, tomando como objeto lo que él hizo y dijo; la II comenzaría después de la muerte de Jesús, la fe en su resurrección y la predicación o kerigma, durante la cual los recuerdos anteriores se habrían fundido con la nueva imagen de la fe en cuanto Señor y Cristo resucitado de tal modo que más que la precisión sobreacciones y palabras les importaba a los predicadores transmitir su fe en él, adaptándolas a sus oyentes; finalmente, la III, se desarrollaría a partir de los escritos de los evangelistas, entre aproximadamente los años 65 (Marcos) a 90 (Juan), pasando por el 80 (Mateo, Lucas), si bien ya en la fase II habría ciertos escritos, como es el caso admitido de la llamada fuente Q en griego, anterior al menos a Mateo y Lucas, que la habrían utilizado. Por tanto, podremos concluir, según esta línea de investigación, que serían un error confundir la fase III con la I, tomando ingenuamente la literalidad de los textos evangélicos como directamente expresivos de acciones y palabras del propio Jesús, cuando, en realidad, "son testimonio de cómo se predicaba a Jesús, durante los años 30, 40 y 50». Se nos impone, pues, un esfuerzo de deconstrucción para aproximarnos, por sucesivas reducciones, desde las narraciones evangélicas hasta la fase primera de los acontecimientos.

¿No podremos entonces valernos de los relatos evangélicos para saber algo del Jesús histórico? Sí, nos responde el autor, siempre que tengamos en cuenta que "lo que los evangelios nos presentan de la fase 1 ha sido filtrado a través de la tradición de la fase II y el proceso selectivo, editorial y explicativo de la fase III"; ahora bien, aunque nos ofrezcan más bien el modo en que se presentaba al Jesús de la fe, en los comienzos del cristianismo, lo que narran sobre lo que hizo y dijo Jesús "puede estar basado en algo que él había dicho [e hizo], pero ese `algo' hay que descubrirlo en cada caso, con métodos de crítica formal y redaccional" (Fitzmyer, J. A., 1997, 28-31). Nosotros, sin pasarnos de optimistas, pensamos que podemos quizás extraer de ese algo ya descubierto otro algo psicológico, allí "implícito", sin pretensiones estrictamente científicas.

Por lo que toca a Jesús Peláez, en las "reflexiones finales" de su largo viaje de síntesis, a través de las tres etapas, hacia el Jesús de la historia, entendido como el conocimiento que tenemos de él, gracias a la historiografía y otras ciencias humanas, y después de abogar por unión convergente y complementaria de las líneas vectoriales de investigación, analítico-literaria e histórico-sintética, afirma que hoy parecen superadas tanto la primera ingenua y precrítica aceptación de los evangelios como documentos históricos, como el rechazo total, en una especie de reacción, ideológicamente prejuiciada e hipercrítica, por la llamada ley del péndulo; y "en los últimos tiempos, los evangelios han recuperado cierto grado de credibilidad histórica y se consideran una plataforma válida para acceder al Jesús de la historia, aunque no lo suficientemente amplia como para poder escribir su biografía". Se trataría, si somos capaces de situar bien el texto del relato de las acciones y palabras de Jesús en su verdadero contexto, podríamos reconstruir las coordenadas que nos permitiese "dibujar al menos las grandes actitudes que caracterizaron su persona", y, suministrándonos "sólidos indicios de lo que fue su estilo de vida, sus actitudes, gestos y palabras..., ayudarnos así a penetrar algo en su conciencia. Paradójicamente -añade-, la contribución más clara a la cristología de Jesús mismo proviene menos de las declaraciones formales de éste que de sus comportamientos".

El autor se muestra muy optimista sobre la posibilidad de lograr lo que el llama las grandes actitudes de Jesús, que vendrán implícitas -si no le entiendo mal-, en la propia exposición kerigmática, que reflejan los evangelios, de las primeros predicadores cristianos, que "anunciaban al Jesús muerto y resucitado, y transmitían fielmente al menos el contorno de su figura, resaltando... los rasgos principales de su personalidad". Este núcleo comprendería cuatro rasgos distintivos: "su libertad suprema, su proclamación de la igualdad entre los seres humanos, su apertura universal a todos, especialmente a los excluídos de la sociedad, y su amor solidario, como resultado de sentirse poseído por el Espíritu de Dios-amor a quien llama `Padre"' (Peláez, J., 1999, 119-121).

De Xabier Pikaza, en fin, comenzaría aquí por tomarle en préstito su original decálogo biográfico, esto es, los diez rasgos o componentes básicos de la historia del Jesús histórico, si se me perdona esta expresión, que constituirían una totalidad gestáltica, denominada por él biografía fundante: profeta escatológico, mensajero de Dios; sabio en el mundo, experto en humanidad; poderoso en obras, sanador y/o carismático; servidor de la mesa común, pan compartido; creador de familia, discipulado y comunión; testigo de Dios, el Padre de Jesús; superador de la ley, el desafío de la gracia; mártir en Jerusalén, muerte de Jesús; Dios le ha resucitado, Pascua cristiana; Dios con nosotros, el Cristo de la Iglesia. Sólo por su formulación, se puede percatar el lector de la riqueza de su contenido. "No todos [estos rasgos] se encuentran igualmente atestiguados, pero forman un conjunto coherente, siendo evocados por gran parte de los investigadores de esta tercera búsqueda del Jesús histórico. Están relacionados entre sí... y han de entenderse de un modo conjunto, pasando del primero (profeta hasta los últimos (muerte, pascua, iglesia), conforme a los criterios de continuidad (Jesús sigue siendo judío), ruptura (ha suscitado un movimiento mesiánico distinto) y coherencia (los diversos momentos se implican y escalonan, formando un conjunto)".

El segundo punto de la historia de Jesús que nos interesa mucho, como psicólogo, es el titulado identidad y conciencia, temas clásicos, retomados ahora desde nuevos y modernos planteamientos, mucho más antropológicos y fronterizos con la psicología. El autor nos expone primero la textura conceptual de su pensamiento. Para definir la identidad de Jesús a nivel de conciencia, comienza con la expresión: hierofanía personal, en sentido de "revelación humana de Dios". Desde aquí parten los trazos que van a perfilar la configuración definitoria de la conciencia de Jesús, en su doble modalidad: reflexiva o autoconocimiento, y activa o autorrealización; y es precisamente, desde este trasfondo, desde donde define la persona de Jesús como "relación fundante, en apertura a Dios y hacia los otros". Intenta además, según su propia confesión, "vincular de algún modo los caminos de Hegel y Sleiermacher", atendiendo a la vez, a la dimensión teogénica del autoconocimiento de Jesús desde Dios, y a la egogénica o de autoconociento por interiorización personal desde el propio yo de Jesús. Pero advirtiéndonos que "la conciencia de Dios y de sí mismo resulta en Jesús inseparable de la forma de entender a los demás) o de entenderse y realizarse a partir de ellos)". Pues bien, es desde este fondo, desde donde Pikaza destaca tres formas de conciencia de Jesús, que corresponden a tres modos de encuentro consigo mismo como sujeto personal: teoconciencia o de profundidad, desde Dios; antropoconciencia o de reciprocidad, desde/ para los humanos; autoconciencia, de sí mismo en cuanto se ve "desde el don de Dios y en apertura hacia los otros" (cf. Pikaza, X., 1997, 31-63).

Algunos psicólogos actuales han ido a buscar inspiración en la obra jungiana; tal es el caso de H. Childs (1998), en cuyo estudio pone de relieve, cómo no existen acontecimientos neutros que no estén, de algún modo condicionados por los "mitos" y creencias arquetípicas de cada época, incluida la presente. Sin seguir esta línea jungiana, y queriendo enriquecer y matizar los métodos histórico-críticos, Klaus Berger insiste, en su Psicología histórica del Nuevo Testamento (Berger, K., 1991), en que es preciso estudiar muy detenidamente las representaciones mentales, imaginarias, simbólicas y conceptuales, esto es, el modo de pensar el mundo, el hombre y Dios, sus relaciones mutuas, etc. de las personas del tiempo y lugares en que vivió Jesús y en que se escribieron los textos que hablan de él, para poder hoy captar su significado, en una necesaria confrontación con los componentes diferenciales de nuestro modo de pensar y de actuar hoy.

En el caso de Jesús de Nazaret se da además otra circunstancia que viene a complicar todavía esta problemática: es la fe en la resurrección y glorificación de Jesús por Dios, su Padre, y que vino a modificar profundamente, de manera retrospectiva y retroactiva, la imagen del Maestro, las representaciones mentales de sus discípulos, familiares y mujeres que lo acompañaron, visto ahora como el Señor, el Kyrios. La personalidad de Jesús queda como envuelta y traspasada por esta nueva luz que transfigura sus acciones y palabras, confiriéndoles un nuevo e insospechado sentido, seleccionando recuerdos y rememoraciones que se van muy pronto elaborando en las primeras comunidades cristianas. Psicológicamente, habrá que tener en cuenta también un efecto positivo: los evangelistas y demás testigos cuidarán, a la vez, de respetar su memoria, sin distorsionar, su figura y la significación de sus actitudes, aunque hayan acomodado y dramatizado sus acciones y palabras, cuyo recuerdo continuaba vivo en las comunidades, deseando seguir siendo testigos del Jesús auténtico sin falsear su testimonio. Nos parece que esto no ha sido suficientemente valorado. La propia comunidad cristiana, si, por una parte, idealizó los aspectos más humanos de Jesús, desde la fe en su divinidad y exaltación celeste; por otra, se preocupó de discernir lo que expresaba realmente el modo y estilo de ser y de actuar de Jesús, de las mixtificaciones "apócrifas", que terminaron por no ser recibidas como auténticas ni de su persona ni de su mensaje.

2.2. Sentido de nuestras reflexiones psicológicas

No pretendemos, pues, en las reflexiones que siguen hacer una psicología de la personalidad humana de Jesús de corte empírico, cuantitativo, estadístico o experimental, ni tampoco clínico, por la imposibilidad de recoger datos, sea a través de sus respuestas a un test proyectivo o a un inventario de personalidad, o dentro de una entrevista; o sea contando con un diario íntimo suyo; pero ni siquiera valiéndonos de testimonios directos de padres, familiares o amigos que hayan vivido con él y aporten material directamente relacionado con sus rasgos de personalidad, temperamento y carácter. Ignoramos incluso cómo era su manera de andar o de mirar, ni de qué color tenía los ojos y el cabello, porque todo ello no era objeto de interés para quienes nos dejaron, en cambio, un increíble perfil espiritual de cómo experimentaban su presencia viva los que creyeron en él y celebraban su memoria.

Centraremos, por consiguiente, nuestra exposición en la figura de Jesús vivida por las primeras comunidades cristianas, tal como aparece en los textos evangélicos, en los que se refleja su personalidad humana como uno de los polos, distinguible pero inseparable, del otro polo de misterio divino que confiesa la certeza de su fe en la resurrección, para quienes creen en él.

Fieles al principio de exclusión de transcendencia, pondremos entre paréntesis el contenido de esta fe, pero nos será imposible hacerlo con su dimensión psicológica incidiendo efectiva y dinámicamente en la configuración de la propia figura humana de Jesús, de sus hechos y dichos en los evangelios narrados. Intentaremos simplemente, a través de una hermenéutica inspirada en la psicología de la religión y psicolingüística aplicada a la narrativa evangélica, entresacar una madeja de hilos de información que nos permitan entretejer un esbozo de perfil o retrato robot de lo que pudo ser, en los breves años de su vida pública, su psicohistoria. Nuestro presupuesto básico es que, en dichas narraciones existe, en un estado como de realidad virtual, un esbozo de psicología implícita de Jesús.

La malla de este bordado o textura de fondo es un modelo antropológico y antropogenético de carácter dinámico-constructivo e interactivo, dentro de una comunidad humana, según el cual la personalidad se va constituyendo y edificando, en una psicohistoria, cuyos componentes son: acontecimientos (físicos, psíquicos osociales), vivencias y narraciones. Entre estas últimas ocupa un lugar destacado, en la creación de sentido, el se dice, esto es, todos los mitos y creencias, fruto en general, por una parte, de una larga tradición acumulada, y, por otra, de novedades actuales y de esperanzas inmediatas, que confieren sentido profundo, a la existencia de un grupo en un lugar y tiempo determinado y de lo que apenas se tiene conciencia. En el caso de Jesús, la inmensa riqueza del pasado de Israel y la irrupción de un irresistible anhelo de liberación mesiánica, largo tiempo esperada y exacerbada por la dominación extranjera de los romanos, en un pueblo en gran parte empobrecido y subyugado.

Pero, sobre todo, lo que se dijo de él: ¡Dios lo ha resucitado! Actúa retroactivamente reconfigurando todo su pasado: acciones y palabras de Jesús cobran una significación divina que sin anular el sentido anterior humano, lo eleva y transforma, pasando de un Jesús, "Evangelio hecho persona" a un Jesucristo cuyas acciones y palabras son de "Dios en persona", es decir, "teofanía escatológica, plenitud de Dios", según felices expresiones de Xabier Pikaza. (Pikaza, X., 1997, 74, 101). Refiriéndose a los investigadores en cristología, que gravitan entre una teología ascendente y otra descendente, les advierte Vergote: "Interpretar el Jesús de Nazaret histórico como un hombre ante Dios nos parece desconocer tanto la forma y el contenido de sus palabras como entender sus palabras cual si fuesen pronunciadas por una persona divina" (Vergote, A., 1990, 33).

Pero todo lo anterior ocurrió después de su muerte. Mientras vivió Jesús, se dijo de él cosas muy diversas y contradictorias, quizás ya desde su propio nacimiento o incluso antes, como parece quedar indicios de ello en los textos que llegaron a nosotros. En todo caso, desde que comenzó su vida pública es evidente que la gente decía cosas de él: unas grandemente elogiosas y otras terriblemente negativas, como que ha perdido el juicio o que tiene ocultas connivencias con Satanás. En cuanto a los decires sobre la propia identidad de Jesús —"unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías..."—, nos recuerda Berger que para la comprensión psicológica de estos textos es necesario olvidarnos de nuestros conceptos actuales y sustituirlos por el modo de pensar de los judíos en los tiempos de Jesús: para ellos pongamos por caso, la identidad teológica de un sujeto puede venir dada de múltiples modos, sabiendo que el "espíritu" o "la sustancia de una persona puede retornar" a otra totalmente o en parte (Berger, K., 1991, cap. 2).

Finalmente, para nuestro propósito nos importa saber lo que dijo él verdaderamente; pero esto sólo nos es posible saberlo a través de lo que otros dijeron que dijo, sin preocuparse la mayor parte de las veces, de la literalidad de sus dichos, sino de su significacion dentro de un contexto, que puede variar de un narrador a otro. Con todas estas carencias de informaciones sobre la psicología de Jesús, contamos con unos relatos, extremadamente interesante y únicos en su género. "Los evangelios, en efecto, lo hacen revivir en múltiples perfiles, y nosotros lo vemos y entendemos en el contacto de todo lo que compone lo esencial de la existencia: los gozos y los dolores de los hombres, el mal y la bajeza de la traición o de la locura, la amistad y el trabajo, la soledad y la muerte... Se le sigue en la confrontación con los ricos y los pobres, los marginados y poderosos, revolucionarios y autoridades de la religión establecida. Cada uno de estos episodios solicita nuestro espíritu interrogativo" (Vergote, A., 1990, 6-7).

Daremos, pues, un voto de confianza a la narrativa evangélica, con todas las anotaciones que los detenidos estudios de crítica histórica y literaria le han hecho, para llevar a cabo una sencilla lectura psicológica de aquello que dicha crítica, en general, suele admitir como propio y peculiar de Jesús; pero sin limitarnos a ello. Pensamos, en efecto, que, a nivel psicológico podría, tal vez, ser válido también uncriterio que podríamos formular así: cuando existe un rasgo de personalidad implícito en un hecho o dicho atribuido a Jesús por un evangelista, que es similar o muy coherente con otro que aparece como propio del Jesús histórico puede ser considerado como fiable, aunque el hecho o dicho narrado no lo sea, desde el punto de vista de los criterios utilizados para la fisicidad de una conducta histórica. Su justificación epistemológica sería, a nuestro parecer, que una cosa es la determinación de la realidad histórica de un acontecimiento y otra muy distinta los rasgos psicológicos y contenidos mentales de un sujeto; y por consiguiente los criterios para determinar los unos y los otros han de ser también diferentes. Por tanto, a pesar de que los criterios de la crítica-histórica no consideren fiable un pasaje afirmado por un sólo evangelista cuando le falta el control de otra cita independiente, ¿no podemos suponer, con mucha probabilidad de que, aunque hechos y dichos sean compuestos o recompuestos por el evangelista y su contexto comunitario, pensando en los destinatarios, él haya cuidadosamente respetado la imagen y estilo del ser, actuar y hablar de Jesús, en sus rasgos y actitudes más típicamente suyas, provenientes de la primera fase de la tradición y fielmente transmitidas? En todo caso, la nuestra quiere ser una psicología mucho más comprensiva que explicativa, y como en retazos, con todas las limitaciones antedichas.

3. Aspectos psicológicos de la figura de Jesús

Como puede verse, en lo que sigue, vamos principalmente a referirnos a la dimensión religioso-psicológica de Jesús, por ser la característica más central de su personalidad, que afecta a la totalidad de su pensar, sentir, hablar y actuar; y porque la casi totalidad de las fuentes de donde extraemos nuestra información sobre Jesús, los evangelios, son también de naturaleza religiosa. Y haremos nuestra lectura interpretativa, por lo tanto, más bien desde /a psicología de la religión, sobre aquellas grandes líneas vectoriales que ponen de relieve los cristólogos actuales como más típicas y peculiares de Jesús, siendo inevitable, como contraste, un cierto todo comparativo, siempre implícito en el estudio de una personalidad individual cuanto más creativa y diferenciada sea. De hecho, el campo de nuestras reflexiones es bastante reducido por las razones ya expuestas. También Vergote -en Jesús de Nazaret, desde la psicología religiosa-analiza solamente estos cuatro temas mayores de la personalidad de Jesús: su realismo humano y religioso; su tipo de misticismo; su ausencia de culpabilidad, y su autoridad, al proclamar su mensaje. Su obra nos vale de referencia, pues la juzgamos, en general muy sólida, dada además su autoridad reconocida en psicología de la religión.

3.1. Jesús de Nazaret: personalidad religiosa singular

Lo primero que comunica la lectura de los evangelios, con una irresistible fuerza de evidencia, es, en primer lugar, la personalidad religiosa de Jesús. No es un sabio filósofo, a pesar de la sabiduría que irradian sus palabras, y que anda rodeado de discípulos que le llaman Maestro; ni un político revolucionario, a pesar de la fuerza transformadora de sus doctrinas para la sociedad y la polis, ni un curandero, chaman o brujo con poderes mágicos, a pesar de que enfermos y lisiados acuden confiadamente a él; ni siquiera un exorcista de oficio, aunque es diestro en expulsar demonios, a la vez que cura los cuerpos y proclama perdonados los pecados... No, Jesús es un testigo de Dios, y se mueve en el ámbito de la verdad de testimonio, con su propio valor y epistemología peculiar, según la cual no depende tanto del método cuanto de la calidad de la persona en ella implicada y que necesita, en fin, alguien que /e crea, para que pueda ser transmitida: lo cual conlleva libertad de asentimiento. Incluso más, al leer varios pasajes evangélicos tenemos la impresión de que Jesús, se alegra y se sorprende, aveces, de la fe que muestra un sujeto determinado, pero sufre porque no le creen, como si tuviese la convicción de que tenía derecho a que le creyesen, por lo que hacía y decía y cómo lo decía y hacía.

Jesús muestra poseer una actitud personal religiosa: piensa, siente, habla y actúa religiosamente, con esa naturalidad o espontaneidad segunda que la psicología demuestra ser fruto de un proceso de madurez y el mejor signo de verdadera autenticidad. Pero, como insistiremos en ello, al no tener datos sobre dicho proceso, encontramos en él manifestaciones que desconciertan al psicólogo porque parecen desbordar las propias leyes psicológicas, haciendo de su personalidad religiosa un caso único, estrictamente singular. Se puede afirmar, desde luego, que cumple, en forma eminente, ideal y desbordante el tipo religioso de Spranger, como forma de vida (Spranger, 1961, 239 s). En lenguaje de Maslow sus experiencias-cumbre serian eminentemente religiosas, y, sin embargo, no se le puede llamar propiamente un "místico", pues aparecería como un místico sin deseo místico (cf. Vergote, A., 1990, Ni es tampoco un "profesional" de la religión, oficialmente reconocido, como el sacerdote y levita, viviendo al servicio del templo, si bien puede aparecer como profeta, pero muy singular y paradójico (cf. Pikaza, X., 1997, 33-35).

3.2. Nuestra utilización de la paradoja para caracterizar la figura de Jesús

En realidad, la religiosidad de Jesús tiene un estilo peculiar, único y, en cierto modo, desconcertante, para dar cuenta de la cual sólo esa figura retórica, llamada paradoja, utilizada a múltiples niveles, es capaz de balbucear. Estoy de acuerdo con la afirmación de Carlos Gustavo Jung: "Por modo extraño, la paradoja es uno de los supremos bienes espirituales; el carácter unívoco, empero, es un signo de debilidad. Por eso, una religión se empobrece interiormente cuando pierde o disminuye sus paradojas; el aumento de las cuales, en cambio, la enriquece; pues sólo la paradoja es capaz de abrazar aproximadamente la plenitud de la vida, en tanto que lo unívoco y lo falto de contradicción son cosas unilaterales y, por tanto, inadecuadas para expresar lo inasible" (Jung, 1957, 26). Y más actualmente Edgar Morin, en unap línea epistemológica semejante, que 6I llama "pensamiento complejo", preconiza un cambio de paradigma cognoscitivo en las ciencias que venga a superar las alternativas clásicas, no solucionadas ni solucionables con un pensamiento cuantitativo linearmente monista, sino haciendo que "los términos alternativos se vuelvan términos antagonistas, contradictorios y, al mismo tiempo, complementarios". Dicho de una forma mucho más poética: "Efectivamente, de la parte a la vez grávida y pesada, etérea y onírica de la realidad humana -y tal vez de la realidad del mundo- se ha hecho cargo lo irracional, parte maldita y bendita donde la poesía se atiborra y se descarga de sus esencias, las cuales, filtradas y destiladas, podrían y deberían un día llamarse ciencia" (Morin, 1996, 81-83).

Vamos, pues, a utilizar la paradoja para presentar los trazos más gruesos de este esbozado dibujo psicológico de la figura de Jesús. He aquí algunos de esos polos aparentemente contrarios en cuyo entre salta el rayo de luz que nos hace entrever algo así como un destello de su personalidad, a la vez que nos permite, asomarnos a la hondura abismal de sus más sencillas palabras o acciones. Entre los cristólogos actuales, pensamos que es el Prof. Pikaza quien mejor ha puesto de relieve esta carácter paradójico de la figura del propio Jesús histórico poniendo con los diez rasgos de su biografía fundante, ya expuestos, las bases fenomenológicas y psicohistóricas para unas reflexiones psicológicas sobre su personalidad. No es posible hacerlas aquí, siguiendo uno a uno los rasgos de este decálogo; sólo podemos permitirnos hacer algunas alusiones al exponer estas paradojas del estilo personal de Jesús y de su religiosidad.

Increíblemente cercano - misteriosamente lejano. En el polo de la cercanía humana de Jesús, con niños, enfermos, pecadores, marginados de todo tipo y con sus propios discípulos y discípulas que le acompañaban, sobreabundan los textos. Pero, aquí y allá, afloran otros que nos muestran el polo contrario de una lejanía, entre enigmática y misteriosa, que hace pasar a sus oyentes desde una franca "simpatía" hacia su persona a un estado de "extrañeza" o "perplejidad", en el mejor de los casos, como si de repente se abriese una abismal distancia entre la imagen perceptiva de Jesús y de sus palabras y la presencia-en-la ausencia de otra enigmática o misteriosa "realidad" de carácter inconmensurable, que atraía-aterrorizaba, produciendo en ciertos sujetos una extraña reacción de defensa, que podía ir desde el asombro, a la huida o incluso al ataque, más o menos agresivo. En este último caso, se trataba siempre de situaciones en que alguien intentaba utilizar a Dios o al propio Jesús, mensajero de su Reino. Recuérdese el episodio en que Jesús increpa a Pedro (cf Mc 8, 33; Mt 16, 22-23). Paradigmático nos parece el relato de Lucas de cuando Jesús, encontrándose entre los suyos de Nazaret, primero "se maravillan de sus palabras llenas de gracia", para pasar luego a intentar "despeñarlo" (Lc 4, 14-30). A pesar de que esta reacción así de violenta, no aparece, es cierto, en los otros dos sinópticos, si bien hay indicios de decepción y conflicto por parte de sus paisanos, y es muy compatible, creemos, con que Lucas quiera anticipar, con su relato, como una especie de síntesis de lo que va a ser el destino de Jesús en la relación con su pueblo, simbolizado por Nazaret; algo así como la presentación del Jesús-Logos, en la alta teología joánica: "vino a su casa y los suyos no lo recibieron" (Jn 1, 11).

Pensamos que este es un rasgo propio de la personalidad y estilo religioso de Jesús, que de tal manera lo habría percibido Lucas, en las fuentes que haya utilizado, que nos lo dejó retrospectivamente en forma de oráculo prefigurador del destino de Jesús, en boca del viejo Simeón, como signo de contradicción, ante el cual se pondrían de manifiesto las ocultas intenciones del corazón (Lc 2, 34-35), que sólo Dios conoce. Rasgo todavía presente, en la figura de Jesús, que perdura a través de dos mil años, lo cual no ocurre con Buda, ni con Moisés, ni con otras personalidades religiosas de la humanidad. ¿No se muestra en el propio Padrenuestro, "nacido de la oración de Jesús, norma de toda oración, y que posee una plenitud admirable", la vivencia de esta cercanía-lejanía, en cuanto "nos invita a saludar a Dios como a nuestro Padre, reconociendo al mismo tiempo su transcendencia: el más próximo y el más lejano", tal como aparece en la formulación de Lucas? Y es que, hay aquí una significativa paradoja o "exquisita antítesis: 'Padre' evoca la proximidad, la confianza, la ternura, el `papá-abba' que Jesús nos ha enseñado, y por otro lado, 'del cielo' expresa la transcendencia, el misterio inaccesible: Dios está fuera de nuestro alcance" (George, A., 2000, 50, 52), no pertenece a la cadena causal-fenoménica del mundo.

Posiblemente esta paradoja exprese mejor que ninguna este secreto, enigma... misterio de la personalidad de Jesús. En el polo de cercanía, aparece, en efecto, enormemente atrayente para quienes le "escuchan" y "se abren" a su mensaje "creyéndole" como a un auténtico testigo de Dios que tiene, por sí mismo, "derecho a ser creído" (cf. Zahrn, H., 1971, 88s) y amado. Esto último nos extrañó encontrarlo ya en el testimonio extra-evangélico de Flavio Josefo: "los que le habían dado su afecto al principio no dejaron de amarlo" (Cf Peláez, J., 1999, 63). Y Pablo dice lo que nunca hemos leído en ningún lugar de la literatura religiosa de todos los tiempos, refiriéndose a Jesús: "Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2, 20).

¿En donde podríamos psicológicamente situar el lugar de esa que llamo lejanía de Jesús, incluso para los que creemos en él como enviado e Hijo de Dios? En un conjunto de manifestaciones, expresadas en su conducta, tal como su noticia ha llegado a nosotros, que sencillamente ¡no se encuentran en ningún otro hombre!, y que seguramente ya asoman en ciertas expresiones de la gente que lo veía y escuchaba: hace cosas que nadie otro ha hechos, dice cosas que nadie ha dicho... sintetizado, en esta expresión: "¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!" (Mc 1, 27). Quienes se quedan en la doctrina "separada" de Jesús, que se identifica con ella, se enredan en el imposible intento de "someterla" al reduccionismo de unos esquemas mentales incapaces de soportarla, en lugar de darle a él un pleno voto de confianza. Es decir, en lugar de vaciarse de su autosuficiencia racional y acoger la lejanía-misterio de Jesús, convirtiéndola en una paradójica lejanía cercana, son lanzados a una especie de agujero negro del espíritu que irremediablemente los ciega y engulle. A esto parece referirse Juan, cuando, en medio de esa teológica composición del discurso eucarístico en Cafarnaún sobre el pan de vida, introduce el "escándalo de los propios discípulos" ante aquellas palabras de "comer su carne y beber su sangre", hasta llegar a abandonarlo muchos (cf. Jn 6, 60-66). Y es que ese discurso "presenta, como en una especie de resumen, todas las piedras de tropiezo en la persona de Jesús" (Jaubert, A., 2000, 50).

Todo ello hace exclamar a un conocido psicólogo de la religión que, en el caso de Jesús, se encuentra uno con un enigma que la psicología es incapaz de resolver: "Habiéndonos acercado a Jesús de Nazaret con ayuda de la psicología religiosa -dice-, hemos debido trazar, por honestidad, una diferencia esencial entre él y el hombre religioso. No se trata solamente de una diferencia de grado, sino de una ruptura con el orden humano. " (Vergote, A. 1990, 30). Estando básicamente de acuerdo, más que hablar de ruptura nosotros preferimos ver esta impresión de lejanía, por exceso o desbordamiento de lo "ordinariamente" humano, en el contexto de bipolaridad tensional, expresada por la paradoja, explícitamente reconocida, juntamente con el otro polo de estrecha cercanía. De esta forma, se respeta más la identidad-en-la-distinción.

Tradicional - innovador. Jesús de Nazaret aparece perfectamente identificado con su pueblo de Israel, sus antepasados y sus tradicciones; pero a la vez se manifiesta como un radical innovador en sus acciones y en sus palabras, que le hacen entrar en conflicto con quienes confundían la fidelidad religiosa a Dios con la observancia y defensa de tradiciones humanas más bien vacías de significado actual. "Jesús habría sido dependiente del Bautista. Pero después se ha independizado, iniciando un camino profético distinto que definirá su vida y obra dentro del contexto israelita. A partir de aquí han de entenderse los signos proféticos de Jesús, aquellos que definen su figura y lo distinguen de los restantes personajes religiosos y sociales de su tiempo: como mesías y/o Hijo de Dios ha seguido siendo un profeta especial y paradójico" (Pikaza, X., 1997, 34). Los estudios sobre Jesús llevados a cabo por investigadores judíos como el bien conocido Geza Vermes, muestran que "es correcto afirmar que Jesús nació, vivió y murió como judío" (Garzón, B., 1999, 147). Pero también se podría afirmar, probablemente sin mentir, todo lo contrario: fue un judío tan original y creativo que las autoridades religiosas, representantes del judaísmo ortodoxo lo consideraron como un heterodoxo innovador.

En las propias enseñanzas de Jesús, se admiten como principales temas representativos, que indican psicológicamente una gran originalidad y creatividad: el ofrecimiento divino de una salvación universal que abre las fronteras del pueblo de Israel a todos los que estén dispuestos a creety aceptar las exigencias del Reino de Dios; una nueva imagen de Dios como Padre, que articula perfectamente la misteriosa lejanía de su transcendencia con la providente y paternal/maternal cercanía de su inmanencia en todos los detalles de la vida y existencia humana; y dos temas másíntimamente entrelazados y que traspasan a los anteriores: la propia implicación de Jesús, al menos implícitamente, como agente del Padre en la nueva forma de salvación divina; y la insistencia en la vinculación del amor al prójimo con el amor a Dios, de hecho, se originó con Jesús un nuevo tipo de amor-agape, que tomó en las comunidades cristianas como referente el modo de amar de Jesús (cf. Fitzmyer, J. A., 1997, 46-49).

Pacífico - revolucionario. Nada más alejado del pensamiento, palabra y acción de Jesús que la violencia, el echar mano de la fuerza o el dominio; irradia, por el contrario, paz, ternura, misericordia, perdón, respeto y amor a los más pobres y necesitados; y, sin embargo, su doctrina y muchas de sus acciones van cargadas de una fuerza explosiva capaz de revolucionar, en forma más o menos "retardada", no sólo la sociedad de su tiempo, sino también a actuar dinámicamente en cualquier lugar y momento de la historia de la humanidad, poniendo en crisis los deseos y proyectos del hombre tanto a nivel personal como colectivo y sociocultural, cuando este hombre o mujer, pequeño grupo o comunidad de naciones está dispuesto a darle un voto de confianza y ponerse seriamente a escuchar su mensaje. "Ciertamente fue innovador, pero siguiendo la tradición judía: los judíos reunían discípulos, los celotas soldados de liberación, los profetas seguidores escatológicos... todos ellos perseguidos por los procuradores de Roma o sus reyes vasallos a causa del riesgo social que suponían esos grupos... Pero Jesús tuvo algo personal e intransferible, y por eso lo mataron a él sólo (como a Juan), en vez de perseguir y aniquilar a todo el grupo y movimiento. Es como si los demás dependieran de él, por eso le mataron como a líder de grupo, creador, al menos potencial, de un movimiento subversivo" (Pikaza, X., 44-45).

El que una de las bienaventuranzas se refiera a "los que trabajan por la paz" (Mt 5, 9) puede ser un indicador de una básica actitud de la personalidad de Jesús. Marcos no nos ofrece las bienaventuranzas, pero en cambio, es el único que en el contexto de que los seguidores de Jesús han de ser sal de la tierra, nos transmite este dicho: "Tened sal en vosotros y tened paz unos con otros" (Mc 9, 50). Ahora bien, para los exégetas actuales estos artífices de la paz, en Mateo, hay que entenderlos como aquellos hombres y mujeres que ejercen una gran obra de misericordia, la cual según los doctores judíos sería "el mejor servicio que se puede prestar al prójimo: ayudar a reconciliarse con los demás, buscar la paz con todos". Más todavía: "intentar situar estas dos bienaventuranzas -ser misericordioso y reconciliador-, tomadas juntamente en el evangelio de Mateo, equivale a estudiar el amor al prójimo en este evangelio" (Dupont, J., 1999, 50). Es el mismo Mateo, en efecto, quien pone en boca de Jesús una sentencia, según la cual reconciliarse con el hermano es condición imprescindible para que una ofrenda a Dios sea aceptable (Mt 5, 23-24).). Por otra parte, en la extensa narración de la parábola del hijo pródigo, se muestra lo que cuesta, a veces en la comunidad cristiana, reconciliarse el hermano que se cree "bueno" con el hermano "pecador" ya arrepentido, en contraste con la gratuidad del amor misericordioso del padre, que goza perdonando, acogiendo y regalando al hijo que derrochó su herencia (cf Lc 15, 11-32).

Esta paz que irradia la personalidad de Jesús quiere que sea también más que un simple saludo, en sus discípulos-apóstoles cuando se hospeden en una casa, algo así como la sustancia de su vida compartida en comunión de espíritu, así, al menos lo interpretó uno de los evangelistas (cf Mt 10, 12-13). Pero justamente otro evangelista parece desconcertarnos poniendo en labios de Jesús estas palabras: "¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división" (Lc 12, 51); y Mateo, en lugar de división pone espada, siguiendo también la cita de Miqueas: "Sí he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre; a la nuera con su suegra... " (Mt10, 14-15). Desde una exégesis bíblica puede decirse que esta paz mesiánica de Jesús lleva como contrapunto una especie de guerra escatológica, puesto que el texto evangélico aparece tomado de Miq 7, 6. Pero desde una perspectiva psicológica, opinamos que al rasgo del Jesús hacedor de la paz-reconciliación, está el otro polo contrapuesto del Jesús de las exigencias del Reino que él proclama y personaliza: no se trata de "represiones defensivas", sino de renuncias personales libres por amoral Reino.

Quizás lo más exigente de estas renuncias personales sea la auto-renuncia, que par implicar una muerte simbólica seguida un renacimiento, proceso capaz de transformar tan profundamente la personalidad que ya los bienes temporales pierden su valor alienante -se vende todo lo que se tiene, se lo da a los pobres y entonces aparece el único "tesoro" (cf Mc 10, 21)-; y es en ese total despojo de los deseos pulsionales, cuando el sujeto está psicológicamente preparado para poder comprender y vivir, a nivel de la fe, la paradoja evangélica, que tiene todas las garantías de pertenecer al propio discurso de Jesús, puesto que aparece en los cuatro evangelistas: quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará (Mc 8, 35; cf Mt 10, 39; 16, 25; Lc 14, 27; 17, 33; Jn 12, 25).

Máxima sencillez - máxima autoridad. Ha quedado en la tradición multisecular, el calificativo de sencillez evangélica como prototipo del mensaje de Jesús; no se conocía que él mismo hubiese estudiado con algún famoso rabino, sino que más bien lo que expresaba, en sus predicaciones itinerantes, parecía que brotaba de un enigmático fondo interior que le confería una grandiosa autoridad a lo que decía y hacía; de lo cual se maravillaban los que le escuchaban, y así lo reflejan claramente los textos evangélicos. ¡Y es que Jesús se situaba, a veces, incluso sobre Moisés: a vosotros se os dijo... pero yo os digo! Y la profunda sabiduría de la maravillosa sencillez de sus parábolas, queda convertida, en realidad en paradoja viva, que se abre simbólicamente a la universalidad de lo arquetípicamente humano, más allá del tiempo y el espacio, desde la aparente concreción literal de lo anecdótico. Si como han dicho ciertos exégetas, Jesús aparece como un sabio "diestro en paradojas y experiencias contraculturales", y a semejanza de Sócrates o Buda, puede aparecer, en efecto, "como representante de la sabiduría universal, más allá de las normas que imponía el judaísmo. Pero en la raíz de su mensaje está latiendo el aliento poderoso de la profecía de Israel y la búsqueda mesiánica del reino" (Pikaza, X. 1997, 37).

Esta sencillez como rasgo característico de la personalidad de Jesús estaría, tal vez, muy relacionada con lo que hemos llamado la "cercanía", y expresada en una serie de gestos, conductas, lenguaje y, en general, en todo su estilo de ser y de relacionarse con la gente y con los discípulos. No aparece como un sujeto "complicado", oscuro o interiormente atormentado de dudas filosófico-científicas o incluso religiosas. Por el contrario, nos aparece de una transparente nitidez de espíritu, perfectamente coherente consigo mismo, Jesús aparece ofreciendo su mensaje, su amor, sus servicios y hace sus invitaciones a seguirle, pero sin pedir nada en cambio y sin obligar, sino que se dirige al corazón de las personas, respetando su libertad de opción para la escucha y la respuesta personal. Lo hace, pues, con la máxima sencillez, no empañada por trastienda alguna de intereses egoístas, no confesados. Se dirige, en primer lugar a las gentes sencillas del pueblo y se rodea de discípulos que forman parte de ese mismo pueblo llano. De ahí que puede dirigir al Padre este impresionante himno de júbilo, que Lucas dice explícitamente que lo hizo "lleno de gozo en el Espíritu Santo": Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las revelado a pequeños (Mt 11, 25; Lc 10, 21). Dice, con acierto Simon Legasse, que conlos sabios y prudentes, Jesús designa un grupo que sería el opuesto al de los sencillos: "los sencillos, mejor que los 'pequeños'; esta última versión no vale en este lugar, ya que la noción opuesta no es la del adulto, sino la del sabio. La palabra griega (nepios) significa en primer lugar `niño', pero acepta también el sentido figurado de hombre poco inteligente, y experimentado. Así es como la entienden los Setenta cuando traducen por nepios la palabra hebrea peti, `simple', `sencillo"' (Poittevin - Charpentier, 1999, 42). Mientras el contexto de Lucas es la alegría de los setenta y dos discípulos, que había enviado Jesús, por el éxito de su misión; en Mateo aparece más claro el contraste entre la incredulidad de los que se creen sabios y la fe de los sencillos que se abren a la sabiduría del Reino que proclama Jesús, como si este himno-oración fuera un desahogo a causa de su tristeza por la falta de conversión de los más evangelizados. ¿No se hace Pablo eco de esto, en cierto modo, cuando recuerde a los corintios que no hay muchos sabios según la carne en la comunidad de los creyentes (cf 1 Cor 1, 17-31).

Finalmente, el propio comportamiento de Jesús con los niños formaría parte también de este aspecto que calificamos de sencillez, corrigiendo incluso a los discípulos que intentaban impidir a las madres que se los traían para que los bendijese y acariciase; poniéndolos él, al mismo tiempo, como modelos de disposición interior para recibir el Reino (Mc 10, 13-16; Mat 19, 13-15; Lc 18, 15-17). Este ser como niño nos parece un rasgo típico de la personalidad de Jesús, en el polo de sencillez, que es lo más alejado de un infantilismo psicológicamente, y, por el contrario el fruto y mejor signo de una auténtica madurez personal, cuando alguien se ha encontrado con el arquetipo del Espíritu en su "proceso de individuación" o de encuentro consigo mismo integrador (Jung), y establece su existencia a nivel de los valores espirituales, en gratuidad, que algunos autores han calificado de infancia espiritual (cf. Vázquez, A. 1981, 299-308).

¿No se veía una dimensión básica de la personalidad de Jesús reflejada en los niños; tal vez esa su inocencia transparente que contrastaba tanto con el turbio mundo de intrigas de poder, legalismos externistas e hipócritas -representados, en ocasiones, por los letrados, escribas y fariseos-, que ocultaban injusticias y marginaciones a los pobres y desheredados, enfermos y posesos que venían a él en busca de consuelo?

Ahora bien, esto supuesto debemos ir en busca del otro polo de la sencillez. ¿No les dijo el propio Jesús a los doce que además de ser sencillos como palomas, fuesen también prudentes como serpientes (Cf Mt 10)? Nosotros hemos elegido como polo contrapuesto, tomado sólo en su significación psicológica, la autoridad con que hablaba y actuaba Jesús. Según dos tipos de personas que reciben dicha impresión de autoridad, se dan dos reacciones de signo contrario, a pesar de que en ambos grupos, se expresa una admiración y desconcierto, que provoca interrogantes; pero mientras entre los sencillos, estos sentimientos tienen un carácter positivo que refuerzan la fe en él y el asentimiento a su mensaje; en los autosuficientes, se convierten en un obstáculo; interrogando agresivamente a Jesús con qué autoridad hace lo que hace y dice lo que dice (cf. Mc 11, 27-33; Mt 9, 32-34; 12, 22-24; 21, 23-27; Lc 20, 1-8),).

Psicológicamente esta autoridad que muestra Jesús cuando expulsa a los mercaderes del templo o cuando habla del Reino de Dios, en primera persona es también, como lo fue para los que vivieron en su tiempo, un gran enigma sin posible solución desde la limitada competencia de la psicología como ciencia positiva: Jesús actúa y habla con autoridad divina y, sin embargo, se comporta con la sencillez de un hombre de lo más equilibrado, pleno de ternura y con una gran capacidad de acogida a enfermos, afligidos y marginados, sin mostrar en su conducta patología alguna de tipo paranoico, ni siquiera obsesivo, histórico o infantil.

Entre impuros y pecadores - sin rastro de pecado. Muchos hombres religiosos, incluso fundadores de religiones han pasado por una época de "pecado" pasando luego por una conversión generalmente seguida de una fase penitencial, alejada del trato con los pecadores, "huyendo" de la tentación. Jesús, en cambio, aparece con frecuencia rodeado de "impuros" y, dejándose invitar de publicanos y pecadores, sin importarle siquiera las críticas a que esto daba lugar; pero, por otro lado, no aparecen jamás atisbos de que haya tenido nunca la más mínima experiencia de sentimiento ni de conciencia de culpa que le llevase a pedir perdón a Dios. He aquí un caso único diferencial entre los grandes hombres religiosos de la humanidad, lo cual parece demostrar que Jesús no era un hombre simplemente religioso, sino que su estilo de ser religioso tenía un carácter "nuevo" e inédito lo mismo que su mensaje. "Que Jesús se presente como un hombre que no experimenta la conciencia de pecado constituye un misterio psicológico" (Vergote, A., 1900, 20).

No faltaron quienes intentaron hacer de Jesús un poseso de las fuerzas del Mal. Jesús no sólo se defendió de lo absurdo que sería expulsar los demonios en nombre de Belzebú (Mt 12, 25s; Mc 3, 23s; Lc 11, 17s), sino que además dirige a sus calumniadores un reto definitivo: ¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador? (Jn 8, 46). Podemos afirmar que la difícil paradoja que Juan pone en boca de Jesús en la cena de despedida antes de su pasión, dirigida a sus amigos: Estáis en el mundo, pero no sois del mundo, expresaría la actitud existencial de Jesús en su trato con los impuros y pecadores y, en general, con los poderes de dominio o violencia mundanos. En una perspectiva de tradición apocalíptica, como quiere Kee, "la actividad pública de Jesús se inaugura -al cabo de cuarenta días de combate con Satán (Mc 1, 12-13)- con el anuncio de la inminencia del reinado de Dios. Que ello implica la derrota de los poderes del mal queda claro con la pregunta retórica que formulan los demonios con ocasión del primer milagro de Jesús (Mc 1, 23-26): `¿quién te mete a ti en esto, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos?' Eso precisamente viene a realizar" en su función de exorcista "con el dedo de Dios" (Lc 11, 20; Mt 12, 28)" (Kee, H. C., 1992, 110-111).

Como psicólogo de la religión, una vez más estamos de acuerdo con Vergote cuando afirma que "frente al mal, la actitud de Jesús es la más opuesta a la paranoica", luchando justamente contra la hipocresía religiosa, esa sí "análoga a la estructura paranoica", —en cuanto transfiere proyectivamente a los otros, el mal propio no reconocido, diríamos nosotros—. Por el contrario, "lo más asombroso, desde el punto de vista psicológico, es que, sin que él mismo se reconozca pecador, Jesús adopta a la perfección, la misma actitud que él exige del hombre: no disculpa, reconoce el mal, pero lo excusa, lo perdona y pide a su Padre que lo perdone". Y ¿cuál es la motivación-que origina dinámicamente esta actitud personal de Jesús, sino la perfecta identificación con el Padre, el cual si, por un lado, revela su pecado al hombre, por otro le invita al perdón? En resumen, concluye Vergote: "De ningún modo he dilucidado el misterio de la personalidad de Jesús. Puedo afirmar solamente que manifiesta actitudes que se contradicen según las leyes de la psicología humana. El sentido moral y religioso más cabal coexiste, en él, con la ausencia de la conciencia de pecado. Y la ausencia de culpabilidad no se convierte en acusación. Adopta naturalmente la disposición de Dios sin ninguna idea de grandeza y sin jamás dejar una huella de autodivinización" (Vegote, 1990, 21-22).

Junto a la autoridad dicha que Jesús muestra, en todo lo que se refiere a su mensaje, esta característica única, en la historia de las religiones, de un hombre de exquisita sensibilidad religiosa, pero sin sombra de conciencia de pecado, debe convertirse necesariamente en un factor dinámico en la personalidad de Jesús, capaz de reflejarse, de algún modo, en susvivencias, actitudes y conducta. El estar psicológicamente libre Jesús de toda proyección inconsciente del mal, tuvo que facilitarle el conocimiento objetivo de este mal en los otros sin dejarse engañar por las apariencias externas. Multitud de textos evangélicos muestran este especial conocimiento de Jesús como una característica suya, y casi siempre se trata en relación con el pecado: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? (Mt 9, 4). Y es que Jesús conocía los pensamientos de sus enemigos (Cf. Mt 12, 25; Lc 5, 22; 11, 17) o como dice Marcos: conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior (Mc 2, 8), podía poner al descubierto la maldad de su corazón, invitándolos así a una sincera conversión, que implicaba la misericordia y el perdón respecto a los demás, como aparece muy claro en el episodio de la mujer adúltera: aquel de vosotros que esté sin pecado que le arroje la primera piedra (Jn 8, 7), dijo Jesús, provocando a los acusadores, con 110 una estrategia como la utilizada hoy por ciertos psicoterapeutas, sin preocuparnos ahora si se trata o no de un hecho rigurosamente histórico, pero que guarda indudablemente una verdad psicológica en referencia a la personalidad de Jesús y su estilo de actuar en situaciones semejantes. En perfecta coherencia con esto, estarían otros episodios evangélicos. Es el caso de la mujer pecadora que viene a ungirle los pies a Jesús, invitado por un fariseo, según nos narra Lucas (Lc 7, 36-50). El anfitrión pensaba para sí que Jesús no podía ser un verdadero profeta, de lo contrario, sabría que aquella mujer era un pecadora pública y no le hubiera permitido que le ungiese con el perfume y le enjugase luego los pies con sus cabellos. Pero justamente Jesús no sólo sabía eso sino que conocía también lo que estaba pensando el fariseo, y se lo manifestó mediante una bella parábola que él mismo aplicó a la mujer, después de recabar hábilmente el asentimiento de aquél al principio desprendido de la parábola: a quien más se le ha perdonado debe amar más; la mujer, por tanto, ya no es una pecadora, sino una perdonada o convertida: su gesto no puede ser sino la expresión de un humilde gran amor, fruto de un gran perdón divino, del que Jesús da fe, con su acostumbrada fórmula, plena de sencilla autoridad: tus pecados quedan perdonados (cf. George, A., 2000, 59-61).

Tanto en la narración del caso de la adúltera, como en el de la pecadora, asoma otra característica de la personalidad de Jesús•Ja defensa de la mujer, con una actitud de exquisito respeto a su persona. Para un profundo y fino análisis de otras dos narraciones evangélicas sobre la unción de Jesús, protagonizadas por mujeres, criticadas por hombres del entorno de Jesús y defendidas por éste (Mc 14, 3-9; Jn 12, 1-8), remitimos al lector a la reciente obra Ungido para la vida (Navarro, M., 1999).

Finalmente, en este apartado no podemos olvidar las narraciones evangélicas sobre el tema de las tentaciones de Jesús (Mc 1, 12-13; Mt 4, 1-10; Lc 4, 1-12), cuyo significado de prueba aparece también en Heb 2, 18; 4, 15). Los estudios críticos parecen dar como sentado que se trata más bien de relatos parabólicos, originados en el mismo Jesús, como dramatización de las resistencias que ha encontrado en sus contemporáneos al rechazar su mensaje. (Fitzmyer, J. A., 1997, 46). Psicológicamente la simple posibilidad de ser tentado nos ofrece, según nuestra opinión, un componente esencial de la capacidad más típicamente humana: su libertad. Jesús tuvo, como nosotros, que tomar, en ocasiones de capital importancia, una libre opción, que él siempre lo hacía con lo que veía como voluntad del Padre. En este sentido, podríamos, quizás, afirmar que sus mayores tentaciones-pruebas hay que situarlas, la primera en la oración del huerto, ante el horror de las torturas y muerte que le esperan, pero que la venció decididamente: ¡Abbá!, Padre... no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú (Mc 14, 36; cf. Mt 26, 39; Lc 22, 42); la segunda, ante las burlas de sus enemigos y el silencio del Padre, por la experiencia de desamparo en la cruz, a la que reaccionó, echándose confiadamente en sus brazos, en un último "grito" que Lucas explicitó, acudiendo al Salmo 31, repitiendo después esta técnica narrativa a¡1 dar cuenta de la muerte de Esteban, el primer discípulo mártir: Padre, en tus manos pongo mi espíritu (Lc 23, 46; cf. Hech 7, 59)

Podíamos preguntarnos, ¿pasó Jesús por un proceso de maduración de los juicios éticos en el sentido de Piaget y Kolberg? Realmente no poseemos datos como tampoco de otros aspectos psicológicos, durante su infancia y adolescencia. Lo que sí podemos afirmar es que los datos fiables que nos han llegado de su conducta ético-religiosa de adulto muestra un grado máximo de madurez: actúa por principios universales, regidos por el amor, el humilde servicio, con preferencia a los más necesitados, en el respeto al otro por un verdadero encuentro interpersonal, y la donación hasta la entrega de la propia vida. Este tipo de "encuentro" pasaría a la tradición cristiana con el nombre de comunión-ellEspíritu de Jesús, una íntima unión no fusional, sino unidad-en-la-diferenciación, vida interpersonal libremente compartida por amor a Jesús, que se cree presente en medio de los reunidos en su nombre y en cada uno de ellos.

Plenitud de la Ley - gratuidad del Amor. Jesús afirma que no ha venido a abolir la Ley y los profetas, sino a darle cumplimiento (Mt 5, 17), pero, a la vez, su afinamiento de los viejos preceptos —se os dijo... pero yo os digo— va sustituyendo la ley del deber por la ley del amor, hasta terminar su vida dando a los suyos un sólo mandato: amaos como yo os he amado (Jn 15, 12). Psicológicamente constituye esto una gran novedad en la historia de las religiones: obligó a los cristianos a inventar una palabra, en su utilización semántica, agape, para expresar este nuevo tipo de amor "que tiende a la ofrenda de sí mismo al servicio del amado y no a la captación y al goce, presidiendo las relaciones cristianas con Dios y las de los cristianos entre sí, según el mandamiento de Cristo"; empleada también, como signo de comunión fraterna, "para las comidas en comunidad", según aparece ya en 2P 2, 13; Jud 12. (Gerard, A. M., 1995, 47). Jesús habría ofrecido el amor misericordioso de Dios en toda gratuidad incluso a los impuros y pecadores según la ley, tal como los judíos la entendían. "Esta es la paradoja, la novedad mesiánica de Jesús que la iglesia posterior ha logrado mantener a duras penas... Esta es la novedad cristiana, aquella que sitúa la gracia de Dios (la nueva humanidad) por encima de una ley de pacto y juicio, propia del buen judaísmo 'misericordioso' de aquel tiempo. Cf. Mt 7, 1-2» (Pikaza, X., 1997, 53).

Con Poittevin y Charpentier, que citan a su vez a otros autores, podríamos, en una perspectiva más psicológica, afirmar que el discurso de Jesús no sólo interioriza la ley, haciéndola pasar de un cumplimiento más bien externista que no configura propiamente el deseo pulsional, ni transforma interiormente al hombre en las raíces profundas y motivacionales de su pensar y de su obrar, al centro mismo del sujeto, simbolizado por el corazón, como fuente viva de intencionalidad religiosa, de amor y de lo absoluto (Léon-Dufour); sino que, además la personaliza, al "invitarnos a vivir bajo la mirada del Padre porque él mismo es el Hijo. De esta forma, ser discípulo es entrar en esa relación que Jesús conoce con Dios. " (Poi$ttevin - Charpentier, 1999, 34). Ya hemos visto que este libre sometimiento del deseo de Jesús, como Hijo obediente a la voluntad del Padre, tuvo un momento extremadamente doloroso de aprenizaje -a pesar de ser hijo aprendió, sufriendo, a obedecer, (Cf Heb 4, 8-9)-, en la agonía de Getsemaní antes de su pasión.

Lo que más impresiona de esta personalidad religiosa de Jesús es, sin duda, esa íntima y serena relación personal de plena confianza filial establecida con Dios, a quien llama Abba. De ella parece proceder su relación asimismo singular con los demás. ¿No les enseña a decir también, cuando oren: Padre nuestro...? Todo ellole hace exclamar al psicólogo de la religión, Antoine Vergote: "Si uno retorna al Jesús histórico, tal que lo presentan los miles de trabajos sobre los textos evangélicos, después de decenios, uno concluye que hay un misterio en su personalidad. Para el racionalismo era un enigma que pensaban poder esclarecer racionalmente. Cuando yo concluyo que existe un misterio en la personalidad de Jesús es porque, siendo radicalmente humano, él no es, con evidencia, simplemente humano, como tampoco es simplemente humano lo que él anuncia" (Vergote, 1999, 179).

3.3. Las imágenes de Dios en Jesús y en su mensaje de Evangelio

Precisamente en el Instituto de Psicología de la Religión de la Universidad de Lovaina se ha estudiado, con mucho rigor científico, la importancia de las imágenes de Dios relacionadas con la imagen-recuerdo y la imagen-símbolo de los padres, llegando a la conclusión de que las imágenes de Dios se van diferenciando y autonomizando -esto es, superando el egocentrismo y narcisismo- de acuerdo con el proceso de madurez de los sujetos que no presentan dependencias parentales de carácter infantil.

En este sentido, la forma de hablar y de actuar de Jesús indican en él una actitud religiosa personal madura e implican, a la vez, unas imágenes de Dios, de tal manera contrapuestas a los deseos infantiles respecto a los padres, que se invierte plenamente la relación, pero sin perder nada de su primera ternura filial, expresada por la palabra cariñosa y familiar de Abba: no es, para Jesús, un papá del que se espera infantilmente un cumplimiento de deseos, sino que se sitúa ante El, para cumplir su voluntad, la misión que se le ha confiado, aunque ésta incluya entregar su vida. Poner su libertad y acción en total disposición a la voluntad del Padre y cumplir su obra encomendada viene a ser, según Juan tan vitalmente importante como el alimento (Jn 4, 34). Y antes Marcos, narrándonos el angustioso momento anterior a su prendimiento, nos comunica cómo Jesús, después de exponer a Dios -según la acostumbrada eclamación. ¡Abba, Padre! que el narrador significativamente incluye- su petición ante el horror de la muerte que le esperaba, añade: pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú. Posiblemente, el episodio del Jesús adolescente que se queda en Jerusalén sin previo aviso a sus padres, que nos narra Lucas (Lc 2, 41-45), alude a este momento del proceso psicológico de Jesús, que según el mismo narrador acaba de decir, como toda criatura humana, el niño crecía y se iba fortaleciendo, llenándose de sabiduría (Lc 2, 40).

A cualquier psicólogo de la religión -sea creyente o no- que se acerque sin prejuicios, a los textos que hablan de Jesús, con los mejores instrumentos de análisis y hermenéutica, aún teniendo en cuenta, la "desmitificación" llevada a cabo por la crítica histórica, no puede menos de quedar impresionado por la pureza y madurez religiosa que expresan palabras y acciones de Jesús, sin "mezcla" alguna de magia, ni de elementos narcisistas y egocéntricos. Su preocupación central y última es comunicar a los hombres la inminencia del Reino de Dios, ofrecido a todos los que estén dispuestos a creerle y se dispongan a las exigencias para participar en él, sin exclusión, en principio de nadie, pues todos son hijos de Dios y amados de él, con preferencia para los pobres, enfermos y marginados. Sólo se requiera que los hombres se abran voluntariamente, por la fe en Jesús, a su mensaje, descubriendo al Padre no en vanos esfuerzos especulativos, sino en una oración que sea relación dialógica con él, según enseñó a sus discípulos a pedirlo el propio Jesús: Padre... venga tu Reino (Mt 6, 9-10; Lc 11, 2). "Indudablemente, para él, el Reino de Dios consiste en la presencia personal del Dios invisible. Lo que es más desconcertante es que, según sus palabras, por él ha llegado ya el tiempo de la venida de Dios... Las acciones prodigiosas que Jesús realiza -curar, liberar de demonios- simbolizan y actualizan el Reinode Dios que él proclama y que actualiza por su mensaje, para los que creen... Todo viene a ser como una parábola de lo que es el Reino de Dios en la intimidad de la persona... y de lo que será después de la historia del mundo". En fin, "Jesús no habla más que de Dios y del mundo para el cual Dios es luz, gozo, vida" (Vergote, 1999, 175).

Pero ¿qué piensa Jesús del Reino, cuáles son sus imágenes mentales, presentes picológicamente de ese Reino que él proclama, con tanta fuerza como si creyera que había nacido, especialmente, para cumplir esta misión? Comenzaríamos contestando con Luis A. Gallo, cuyo discurso es psicopedagógico: "A través del actuar de Jesús, en la confrontación sea con los individuos, sea con la sociedad, se puede inducir lo que piensa del reino de Dios; y que para él no es una realidad que se refiera sólo a Dios... sino también y muy estrechamente a los hombres y mujeres concretas con los cuales entra en relación, y sobre todo los que son más pobres, marginados, oprimidos, excluidos y utilizados por otros. Se podría decir: es el reino 'de' Dios 'en favor' de los hombres". Por tanto, traduciendo a nuestro lenguaje actual sus imágenes y representaciones subyacentes en la mente de Jesús, ese Reino consistiría: "en una convivencia enté las personas y grupos que no provoquen injusticias y marginaciones; que no reduzca las personas a objetos, que no sea, en definitiva, fuente de infelicidad y de muerte, sino que, por el contrario, ofrezca la posibilidad de compartir fraternalmente con los demás, de ser verdaderamente respetados en la propia dignidad, de ser sujetos de la propia decisión" (Gallo, L. A., 1991, 45-46).

Para el psicólogo, esta nueva imagen de Dios que trae Jesús sólo se comprendería por una experiencia religiosa muy profunda y un proceso de elaboración personal, por el que asume y "apropia" (Allport) dicha imagen divina; pero ignorando, por falta de datos, cómo pudo esto psicológicamente llevarse a cabo, en él.

Nada impide, sin embargo, que escuchemos el iluminador discurso fenomenológico-crítico y reflexivo del cristólogo, una vez más: "Jesús es un creyente que vive desde, con y para el Padre/Madre Dios. Esta experiencia fundante define su manera de entender a los demás y de actuar como profeta. Siendo un israelita, fiel a la memoria de su pueblo, Jesús vive en diálogo de fidelidad amorosa con un Dios a quien conoce por su propia experiencia... Por eso, cuando ofrece su palabra y anuncia su mensaje, Jesús habla desde la verdad radical de lo divino (...) Ese Dios Padre/Madre que acoge y vivifica a los humanos es el Dios de la conciencia de Jesús, el que le permite realizarse como Hijo. Y desde esa conciencia... que le llama a la vida en amor, dándole fuerza para amar a los demás, se entienden sus notas: gracia, acción creadora, experiencia de encuentro" (Pikaza, X., 1977, 67-68).

Y de nuevo nos encontramos con la imagen paradójica del Dios de Jesús, como no podía ser menos: es un Padre que está en el cielo, esto es, en la verticalidad transcendente al mundo, al situacional escenario de la horizontalidad donde se llevan a cabo los proyectos humanos libres y autónomos; pero, a la vez, presente y amorosamente atento a los menores detalles de nuestra vida, para que podamos buscar el Reino sin preocupaciones que lo impidan (cf Mt 6, 25s; Lc 12, 22s), respetando siempre, eso sí, nuestra libertad de decisión responsable, como aparece en la parábola de los talentos.

3.4. ¿Hasta que punto Jesús fue consciente de su misión mesiánica?

Retomamos el tema de la conciencia que tuvo Jesús de sí mismo y de su misión, tema moderno y objeto todavía de la crítica actual, superando viejos planteamientos más filosófico-teológicos de carácter metafísico. Nos interesa en cuanto directamente relacionado con la dimensión psicológica más positiva, que nos ocupa, limitándonos naturalmente a su personalidad humana, siguiendo la metodología y principios epistemológicos antes expuestos.

Comenzamos haciendo nuestra la advertencia de Vergote: hemos de evitar, por un lado toda reducción racionalística de la figura de Jesús, pero también todo teologismo proyectivo posterior que dificulta ver al hombre-Jesús. "Viene efectivamente de Dios, pero es completamente humano, una persona que desciende de sus ancestros humanos. Es un hijo de Israel y viene a anunciar la actualidad de la salvación anunciada a Israel que esperan los más creyentes de este pueblo. Inserto así en la historia de su pueblo, Jesús participa con ellos de sus convicciones culturales, en cuanto no contradigan el Reino de Dios tal que, por la misión divina recibida, él debe anunciar. Como las gentes de su cultura, él cree que los demonios pueden infestar y poseer a los hombres, causando enfermedades del cuerpo y del espíritu, Cree probablemente que el fin de los tiempos está próximo. Y no duda de la historicidad de la leyenda construida en torno al ancestro llamado Abraham. Al principio de su misión, él no se espera probablemente la muerte que sufrirá" (Vergote, A., 1999, 178).

Pikaza ha reflexionado mucho sobre los diversos tipos de conciencia de Jesús y ha sabido, a la vez, ofrecernos una síntesis de las distintas posturas respecto a su autoconciencia, que implican sugerencias psicológicas abundantes para una relectura psicológica de los textos bíblicos. Después de leer críticamente a Hegel y a Schleiermacher, nos ofrece, en una primera aproximación de tipo general, `las tres formas de conciencia de Jesús: se ha encontrado consigo mismo, como individuo personal, desde Dios (teoconciencia) y desde/para los humanos (antropoconciencia). Sólo partiendo de esos dos momentos, puede hablarse de la conciencia que Jesús tenía de sí mismo (autoconciencia) (Pikaza, X., 1997, 62-63).

¿Qué pensaba Jesús de los demás y conocía incluso sus pensamientos? Que conocía bien el corazón humano lo muestran sus hechos y sus dichos. Los evangelistas afirman además que Jesús conocía también los pensamientos de quienes le rodeaban ¿se trataba de un conocimiento normal por indicios, o es que poseía percepciones extrasensoriales, en ciertas circunstancias, como algunos sujetos excepcionales? Y, en cuanto a la autoconciencia, esto es, a la conciencia que Jesús tenía de sí mismo, de su propia identidad y de su misión, los textos evangélicos hablan profusamente de temas estrechamente relacionados con esto; pues no sólo personajes como Juan Bautista y Herodes, Pilatos, Autoridades religiosas, fariseos y personas del pueblo se preguntan o le preguntan quién es él; pero incluso Jesús hace una pequeña encuesta entre sus seguidores: Quien dice la gente que soy yo? Y vosotros ¿quién decís que soy? Todo lo cual parece indicar que esta problemática estaba viva en el entorno de Jesús, durante los años de su vida pública.

Hoy, en psicología se hablaría de su autoimagen, autoconcepto, autoestima y sentimiento de identidad, como también de su capacidad para elaborar un proyecto existencial y realizarlo responsablemente desde su libertad y autonomía personal, con y para los demás, de forma creativa y compartida. Lo que parece un hecho, aunque no sepamos psicológicamente explicarlo, es que Jesús se conocía desde el Padre, siempre presente en su vida, y 'para los hombres, a los que debía exponer su mensaje. En todo lo demás, no parece poseer especiales conocimientos.

4. A modo de conclusión

El perfil psicológico de la personalidad de Jesús, tal como emerge de la lectura del Evangelio, con las precauciones metodológicas apuntadas, aparece extremadamente rico y original, y con una total coherencia entre sus acciones y sus palabras, su doctrina y su conducta.

Su evidente teocentrismo no solamente no le aparta de su interés por los humanos, sino que le empuja a predicar el Reino de Dios a todos los que quieren escucharle, pero ofreciéndoselo con preferencia a los pobres, enfermos y marginados, devolviéndoles la dignidad humana y abriendo un espacio de amor y de esperanza. De aquí la raíz más profunda, también a nivel psicológico, de su universalismo sin fronteras raciales ni etnológicas, a pesar de haber nacido, vivido y actuado en un pequeño pueblo y una reducida porción geográfica, e incluso dentro de ella, no haber sido un personaje oficialmente importante, sino más bien considerado marginal.

Para el psicólogo que se acerca reflexivamente a la figura de Jesús hoy, la primera reacción de asombro consiste en constatar el enorme potencial de vida, de que era portador y que dió y sigue dando que pensar, pero sobre todo que amar y actuar en su nombre, creyendo en él, como el auténtico Gran Testigo de Dios, su Padre, que sigue teniendo derecho a ser escuchado y creído.

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Antonio Vázquez Fernández