Pecadores, amor a los
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Toda la actividad de Jesús y su predicación se desarrollan en torno a la realidad del pecado. Para expresar la finalidad de su misión no inventa un lenguaje nuevo; usa las fórmulas del ambiente en que vive; no suprime la división del pueblo entre «pecadores y justos». Jesús acoge como pecadores a quienes la sociedad consideraba como tales, y los ha llamado precisamente como pecadores (Lc 5, 8; 19, 6). El punto de partida de la acción de Jesús es ésta: también los pecadores tienen necesidad de Él, y el cambio hacia Él les está abierto, porque, carentes de cualquier derecho que presentar, están abiertos y disponibles, a diferencia de los «justos» a la gracia y misericordia divinas. Paradigma: la parábola del fariseo y el publicano. El fariseo presenta sus credenciales (observancia escrupulosa de la ley), el publicano se «da golpes de pecho, pidiendo que Dios se apiade de su pecado». El publicano vuelve a casa justificado (Lc 18, 9-14). La palabra «pecador» figuraprincipalmente en los Sinópticos (en Juan únicamente en el capítulo 9 en boca de los fariseos). Figura 18 veces en Lucas, 6 en Marcos y 5 en Mateo.

1) ¿Quién es pecador? En los evangelios encontramos el precepto de amar a Dios, al prójimo, a los enemigos, pero en ningún sitio se nos pide amar a los pecadores, y, sin embargo, todo el evangelio transpira esta actitud del alma hacia aquellos que, por una circunstancia u otra viven en oposición al proyecto divino de salvación, en oposición o fuera de este proyecto. Es, pues, necesario preguntarse: a) ¿Quién es «pecador» en la sociedad de Jesús? b) ¿Cómo se comportó Jesús con los pecadores? c) Su respuesta impulsa la respuesta práctica de sus seguidores.

a) Según la concepción tradicional judía, el pecador es aquel que no se tiene a la ley y a la interpretación que de ella dan los fariseos. Por eso, se le identifica con el denostado recaudador de impuestos (Mc 2, 15s y par.), cuya compañía se evita (Mt 9, 10; Lc 7, 37-39; Mt 11, 19; Lc 19, 7), con el gentil o pagano, (Mc 14, 41; Mt 26, 45; Lc 24, 7) piensan quizás en la entrega de Jesús en manos de los gentiles (=romanos). En una sociedad marcadamente religiosa, como era el judaísmo de entonces, el pecador era un marginado; todos aquellos que entraban en la calificación de impuros eran pecadores. Significativa es la asociación evangélica de «publicanos y pecadores». Los publicanos son considerados impuros. Son equiparados con los paganos, el trato con ellos le hace a uno impuro.

b) La nueva realidad del orden nuevo inaugurado por Cristo se muestra en el comportamiento, en primer lugar con los publicanos, y en segundo lugar, con los que tenían fama de ser pecadores. La conducta de Jesús con los publicanos contradice la opinión general, que la experimenta como un escándalo. Jesús acepta y acoge a los publicanos: se hospeda en casa de Zaqueo, jefe de publicanos (Lc 19, 1-10); se sienta a la mesa con ellos, comportamiento que le vale la insinuación despreciativa: «Ahí le tenéis a un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11, 19). Para los judíos, comer con alguien se relaciona con el honor y el prestigio (Lc 14, 7-14). Acepta el honor que un fariseo le hace invitándole a la mesa (Lc 14, 1-24; 7, 36-50), pero comparte mesa y mantel con los publicanos, a pesar de los morbosos comentarios de sus adversarios: «Este acoge a los pecadores y come con ellos» (Lc 15, 2). Las parábolas de Jesús nos dicen que comer con alguien es la señal, llegada desde antiguo, de una estrecha comunidad con Dios, y la imagen del tiempo de la alegría mesiánica (Mt 8, 11; Mc 2, 16-2P; Lc 16, 24; Mt 22, 1-14). Conviene, sin embargo, advertir que el comportamiento de Jesús y su mensaje no pueden ni deben ser considerados como «subversión de todos los valores» ni como un programa revolucionario a partir de criterios éticos y sociales. La frase clave que orienta y justifica su conducta, como decimos al principio, es ésta: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos a conversión, sino a los pecadores» (Lc 5, 31; Mt 9, 9-13; Mc 2, 13-17). No es extraño que sus adversarios le llamen despectivamente «amigo de publicanos y pecadores» (Mt 19, 11). Con su actitud, «como lo muestran los evangelios, quienes se benefician de la ayuda de Jesús son siempre las personas al margen de la sociedad, los hombres que a causa de su destino, de sus faltas o de los prejuicios corrientes, son seres marcados y rechazados; se trata de enfermos que, según la doctrina contemporánea de la retribución, deben soportar su enfermedad como la expiación de las faltas anteriores; de los endemoniados, de los leprosos a los que la vida social ordinaria les está prohibida (la «lepra es el primogénito de la muerte»), de los paganos que no pueden contar con los privilegios de Israel, de las mujeres y niños que no cuentan para la comunidad, y se trata continuamente de gentes «malas», de los culpables con los que nose trata el hombre piadoso» (G. Bornkamm, 84).

c) La consecuencia es lógica y clara para los seguidores de Jesús: «Vete y haz tú lo mismo». La actitud de Jesús para con los pecadores sigue interpelando la conciencia de los cristianos en cada situación histórica, en cada situación concreta de individuos y pueblos. Son los enfermos, los marginados quienes necesitan ayuda; los «justos», los que se encierran en su prepotente autosuficiencia, se bastan por si solos, pero sin abrirse a la solidaridad, a la compartición, a la comunión de mesa, a la eliminación de barreras y límites discriminatorios.

BIBL. - G. BORNKAMM, jesús de Nazaret, Salamanca, 1975; K. NIEDERWIMMER, «Compasión, misericordia», DENT, Salamanca, 1996, 1310-1326; FUEDLER, P., «Pecado, pecador», DENT, 194-204.

Carlos de Villapadierna