Mujer
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SUMARIO: 1. Una nueva actitud hacia la mujer. - 2. Discípulado de iguales. - 3. Seguidoras de Jesús. - 4. Relación de Jesús con las mujeres. - 5. Predicación de Jesús. - 6. Presencia de las mujeres en los Evangelios. - 7. Figuras femeninas individuales en los Evangelios.


Una de las aportaciones de Jesús más innovadoras para su tiempo y ambiente, pero quizás también para otros. Hasta tal punto que actualmente, y no sin fundamento, se habla de la «revolución de las mujeres» que Jesús impulsó y promovió. También podría decirse que Jesús fue feminista convencido.

En este punto, como en muchos otros, lo importante no es la teoría o doctrina que Jesús expusiera, sino, sobre todo, su práctica que es el fundamento del resto. Aunque no puedan tomarse todas las frases de los Evangelios como reflejo exacto y detallado de los acontecimientos, son suficientes para obtener una impresión general bastante correspondiente con la realidad histórica.

1. Una nueva actitud hacia la mujer

A diferencia de las costumbres judías de su época, Jesús aceptó mujeres entre sus seguidores en pie de igualdad con los hombres. Ello hubo de llamar poderosamente la atención en un ambiente en que la mujer no era considerada directamente sujeto religioso; la mujer judía no estaba sometida personalmente a la Torá, sino a través de su padre, marido o hijos respectivamente. Dado que en el judaísmo de tiempos de Jesús, la ley era el medio para relacionarse con Dios, esta exclusión era algo importante. Del mismo modo las mujeres judías no desempeñaban papel alguno en la vida social del pueblo. Lo mismo que en otras culturas, y quizás más acusadamente aún que en el mundo greco-romano, la vida femenina estaba limitada a la familia y el hogar.

2. Discipulado de iguales

Jesús rompe con esta tradición y propone su mensaje igualmente a mujeres y hombres, dirige su actividad por igual a los dos géneros y hasta llega a hacer a las mujeres especiales destinatarias de sus acciones por encontrarse en el grupo de los marginados y pobres a los que privilegia en su vida. Tal proceder general de Jesús es el rasgo más característico de su vida pública, y el más significativo. El ponerse en contacto inmediato con mujeres era algo nuevo y novedoso hasta el punto que extrañaba y aun escandalizaba. Recuérdese en Jn 4,27 la reacción de extrañeza de los discípulos al encontrarlo hablando con la samaritana, lo cual es una muestra de la típica actitud contemporánea respecto a las mujeres, aun en contextos religiosos; o la del fariseo ante la unción de la pecadora (Lc 7,39).

No es, por tanto, improcedente el que se haya dicho que Jesús promovió un discipulado entre iguales, hombres y mujeres al mismo nivel.

No va en contra de esta afirmación el que los discípulos más íntimos de Jesús sean sólo varones, argumento frecuentemente empleado en el debate sobre la ordenación, o no, de mujeres. En primer término, como se verá más abajo, la total y exclusiva masculinidad de los discípulos no parece corresponder del todo a la actividad de Jesús en este terreno. Pero, además, dadas las circunstancias ambientales y las ya profundas dificultades que el mensaje de Jesús suscitaba en aquel mundo, no era prudente romper de modo abierto y provocativo con las tradiciones y costumbres judías. En realidad ya lo hizo en gran medida. No había que exagerar, sino, habiendo puesto suficientemente los principios, era juicioso adaptarse en cierta medida a las convenciones sociales y religiosas del tiempo. Pero es problemático tomar esas actuaciones como total y definitivamente normativas para otros momentos en que las circunstancias humanas y aun religiosas también han evolucionado.

3. Seguidoras de Jesús

De hecho hay muchas mujeres entre sus oyentes. (cfr. Mt 14,21; 15,38 y paralelos hablando de los participantes en las multiplicaciones de los panes y los peces). El hecho de este seguimiento femenino es importante porque no se trata sólo de lo que Jesús personalmente pretendiera y llevara a cabo, sino de que así era percibido por las mujeres de su entorno. El elogio de la madre de Jesús (Lc 11,27) realizado precisamente por una mujer, que en el fondo es un elogio de Él mismo, corrobora la positiva impresión que Jesús y su actividad producía entre las mujeres.

Especial muestra de ello es la unción que una o dos mujeres y en una o dos ocasiones (los textos evangelios son especialmente complejos en este punto). Es una de las escasas narraciones presentes en los cuatro evangelios (Mt 26,6-13; Mc 14,3-9; Lc 7,36-50; Jn 12,1-8). Cada una de las versiones ofrecen enorme cantidad de matices diversos según la redacción de cada. Pero hay varios rasgos comunes: es una mujer y no un hombre la persona que realiza esta acción; es pública y generosa; provoca extrañeza y aun rechazo entre los asistentes que con práctica seguridad son sólo hombres; Jesús se pone decididamente de parte de la protagonista, la defiende y aun hace de ella uno de los elogios más grandes que aparecen en su boca (Mc 14,9; Mt 26,13). El episodio rebasa todo contexto servil para aparecer como muestra de amor y cercanía del todo especiales hacia el Maestro. Que lleva a cabo una mujer. De ningún varón se dice nada semejante. Entre otras muchas cosas muestra cómo era visto Jesús por las mujeres (resulta significativo que sean posibles diversas protagonistas de la unción según las diferentes narraciones de los evangelios) y qué reacciones provocaba.

Precisamente que el relato joánico de la samaritana (Jn 4,4-42) sea simbólico resulta también más significativo, porque difícilmente la comunidad hubiera creado una narración en que una mujer es uno de los dos protagonistas principales, que va tan a contrapelo de la visión más tradicional, si no hubieran percibido que representaba bien la actitud de Jesús.

4. Relación de Jesús con las mujeres

Encontramos mujeres receptoras de la actividad taumatúrgica de Jesús de una manera que llama la atención. En muchas de las narraciones evangélicas se ponen de relieve algunos detalles muy sugerentes que confirman la actitud de Jesús hacia el sexo femenino, además del dato global genérico: la suegra de Simón Pedro (Mc 1,30-31 y par.), a la que toma de la mano, rompiendo tabús ordinarios, como muestra la omisión de ese detalle por Mateo y Lucas; la hemorroisa (Mc 5,25-34 y par.) manifiesta, por una parte la confianza de la protagonista superando la vergüenza causada, entre otras razones, por la impureza que llevaba aparejada su enfermedad. Confianza que, lógicamente, debía de tener como una de sus causas el haber visto cómo procedía Jesús en circunstancias parecidas. Confianza que no se ve defraudada. Jesús, de hecho acepta el hecho, una vez conocido (nótese el vocativo «¡hija!» del. v. 34) y tampoco él se siente intimidado o coartado por cuestiones de impureza, no sólo referentes a la ley judía, sino al normal pudor que enfermedades con connotaciones sexuales suelen y solían provocar. La hija de Jairo (Mc 5,21-43) también es objeto de la atención de Jesús. Del mismo modo que la viuda de Naím (Lc 7, 11-17). La mujer encorvada (Lc 13,10-17), donde se puede notar la superación de la ley del sábado en favor de una mujer que ni siquiera ha demandado nada de Jesús y de la que las palabras en boca de Jesús afirman que también ella es hija de Abraham, lo que sugiere una equiparación con los varones judíos que indudablemente se tenían por descendientes del patriarca. Pero quizás el relato más importante en el contexto feminista sea el de la mujer siro-fenicia o cananea (Mc 7, 24-30; Mt 15,21-28): mujer pagana, espíritu impuro en su hija —¡ambas protagonistas son mujeres!—, inicial rechazo, ¿aparente?, de Jesús, que termina en la curación y, sobre todo, en el elogio a la fe de la mujer (Mt 15,29). La superación por parte de Jesús de los inconvenientes y la relación que aparece en el diálogo tienen pocos paralelos en los Evangelios y menos aún en otras literaturas religiosas.

Esta actitud de Jesús hacia la mujer no pudo por menos de suscitar relaciones concretas con algunas de ellas que resultan muy interesantes. Destaca la amistad con las dos hermanas, Marta y María (Lc 10,38; cfr. Jn 11,1-44), presentada en un ambiente muy cotidiano y familiar. Es importante la mención de seguidoras de Jesús que le acompañaban y ayudaban con sus bienes; son varias, pero algunas se mencionan con sus nombres: Susana, Juanasmujer de un alto funcionario de la corte de Herodes Antipas, y sobre todo María Magdalena. De ella se habla más de diez veces en los evangelios, especialmente en el contexto de la Resurrección. Hay que prescindir un tanto de muchas tradiciones antiguas que han acumulado bajo este nombre los datos relativos quizás a varias figuras femeninas; así se ha hablado de María Magdalena como la pecadora que unge a Jesús en Lc 7,36-50, que es, a su vez, María la hermana de Marta y Lázaro; (los ciertos paralelos en Mt 26,6-13; Mc 14,3-9 y Jn 12,1-8 han sido la base de esta identificación). Además la literatura y el arte en muchos momentos han contribuido poderosamente a esa identificación. Ateniéndonos a lo históricamente más seguro -y apoyándonos en buena parte sobre datos de la historia cristiana posterior, críticamente depurados- María Magdalena fue una destacada seguidora de Jesús, testigo de la Resurrección (véase más abajo) y evangelizadora importante en algunas comunidades primitivas hasta ser llamada «apóstola» de los apóstoles por Hipólito (De cántico, Corpus Christianorum 264,43-49), lo que sería del todo inverosímil sin base real. Téngase en cuenta que ciertas corrientes gnósticas habían sacado conclusiones excesivas acerca de este papel de la Magdalena y el rechazo por parte de la gran iglesia de tales tendencias influía profundamente en la tradición. En resumen. todo el contexto evangélico muestra una relación profunda de esta mujer con Jesús, aunque no haya que caer en las exageraciones legendarias y de otro tipo sobre ella que en tiempos recientes han tenido cierta difusión.

Otras mujeres aparecen en los relatos evangélicos con el denominador común de la cercanía a Jesús y aun confianza en él o con interés por su persona y acción. Desde la borrosa figura de la mujer de Pilatos (Mt 27,29), que le llama justo y pretende la inhibición de su marido en la causa de Jesús, hasta la madre de los Zebedeos quien pone en marcha por su parte algo parecido al «tráfico de influencias» o «recomendaciones» en favor de sus hijos (Mt 20,20-21). Un nuevo dato de la impresión que Jesús producía en el género femenino.

Otras madres aparecen en un segundo plano en la actividad de Jesús. No es descabellado pensar que los niños que presentan a Jesús y a los)quiere tener cerca, en contra de la opinión de sus discípulos (Mc 10,13-16 y par.), eran llevados por sus madres. En efecto, no es probable que todos ellos vinieran solos sino con sus madres, dado que, aparte de la normal unión de los niños pequeños con sus madres, eran éstas quienes se cuidaban especialmente de ellos como misión fundamental de su vida en el ambiente judío del tiempo.

Lugar aparte merece el trato de Jesús con las mujeres pecadoras. El «amigo de publicanos y pecadores» (Mt 11,19; Lc 7,34) no excluye a las prostitutas ni se olvida de ellas. Ellas precederán en el reino de Dios a quienes dicen y no hacen (Mt 21,31 b). Frase que indica el conocimiento que Jesús tenía de ese submundo de la prostitución. Era, por otra parte, imposible, que en su llamada a pecadores no tuviese en cuenta una situación negativa tan típicamente femenina como la de la prostitución. La mujer que le unge, calificada de pecadora en Lc 7,39, no consta que sea prostituta profesional, pero el calificativo sugiere algo en esa línea, así como el contexto del «mucho amor» (Lc 7,47) también nos orienta hacia el campo del desorden sexual. Una mujer de tal ambiente ejerce una acción que manifiesta nuevamente confianza y esperanza por su parte en el no rechazo y aceptación de Jesús.

El episodio de la adúltera (Jn 8,22ss.) es problemático desde la crítica textual, pero entronca muy bien con la aceptación y perdón de Jesús no sólo de otros pecadores, sino de una mujer que, en el contexto judío, como aparece en la narración, corría peor suerte que su pareja. Muestra que Jesús acoge a una mujer pecadora, representante de las demás en esa situación, no para animarla a seguir procediendo de se modo, sino para que cambie de vida. -->amor a los pecadores; arrepentimiento; pecado.

Otra prueba de este conocimiento y sensibilidad de determinadas condiciones femeninas es el elogio de Jesús a la viuda pobre que ofrece en el Templo todo lo que tiene para vivir y el elogio que de ella hace el Maestro (Mc 12,41-44; Lc 21,1-4).

En la misma línea encontramos los dichos y hechos de Jesús que presuponen el mismo trasfondo referido a otras viudas. Este grupo humano, tan mencionado en el Antiguo Testamento como uno de los prototipos de la indefensión y pobreza, no podía por menos de ser destinatario de la actividad y enseñanza de Jesús sobre los marginados. Por ello no extraña que sean mencionadas (Mc 12,40 y par.) en los reproches a los fariseos como objetos de explotación. Lo cual implica el conocimiento de las circunstancias reales de la existencia de estas mujeres y una cierta defensa de sus intereses.

5. Predicación de Jesús

En la predicación de Jesús, de forma especial en las parábolas, encontramos mujeres como protagonistas: la mujer que amasa el pan (Mt 13,23; Lc 13,20-21), la que pierde la dracma (Lc 15,8-10) las diez doncellas (Mt 25,1-13) o la viuda ante el juez perverso (Lc 18,1-8). Jesús conoce y aprecia el mundo femenino de su época y aun las reacciones, psicología y experiencias de las mujeres. Por ello no es tan inverosímil que Jn 16, 21 ponga en boca de Jesús la comparación de los dolores del parto.

Las enseñanzas de Jesús sobre el matrimonio, adulterio y en general la vida familiar ponen de relieve su actitud de defensa de la mujer, parte más débil en esas relaciones. Su postura a favor de la indisolubilidad del matrimonio (Mc 10,2-12; Mt 19,3-12; Lc 16,18) implica, entre otras cosas, esa defensa, al no dejar la relación de la pareja al puro arbitrio o voluntad del hombre, que era, en el judaísmo, el único que podía promover el divorcio. Lo cual perciben perfectamente sus discípulos como evidencia su reacción ante tal doctrina: «si las cosas son así, más vale no casarse». La concepción de la unión entre hombre y mujer, apelando en este contexto a Gn 2,24, indica que Jesús pensaba en una unión personal al mismo nivel entre ambos, con un compromiso también personal profundo, permanente y fiel. Hay que recordar que en la narración de Génesis la mujer aparece como compañera igual al hombre en la que éste se reconoce. Y Jesús asume este planteamiento.

El rechazo del adulterio «mental» en Mt 5,27 también sugiere que Jesús está contra la objetivización de la mujer por parte del hombre, aunque, evidentemente, el sentido principal del dicho tenga más directa relación con el adulterio.

En otros puntos de la doctrina de Jesús, las mujeres, aunque presentes, no tienen el papel preponderante ni es posible extraer conclusiones específicas (así vg. la costumbre del levirato en Mc 12,19ss. y par.).

6. Presencia de las mujeres en los Evangelios

Más bien como grupo que como individuos -aunque con alguna excepción-hay que señalar la presencia de las mujeres en los relatos de la Pasión. Son prácticamente las únicas personas que muestran compasión y dolor por la suerte de Jesús afrontando el posible desprecio o sarcasmo de los espectadores. En una línea semejante encontramos a un grupo de seguidoras de Jesús a los pies de la cruz (Mc 15,40-41; Mt 27,55-56; Lc 23,49; Jn 19,24b-27), de nuevo únicos personajes, a excepción del simbólico Juan, presentes en ese suceso, arrostrando las posibles consecuencias negativas y, en todo caso, participando del destino del Crucificado. Valentía y amor sin duda aparecen en este gesto por encima de cuanto muestran los seguidores varones. Y con independencia de consideraciones personales, el hecho de que tres de los cuatro evangelios -Lucas es la excepción- den sus nombres (María Magdalena, María madre de Santiago y José, la madre de los Zebedeos, Salomé y María la de Cleofás -hay divergencias en algunas designaciones-), parece implicar que las presentan como testigos, pese a su condición de mujeres de ese fundamental acontecimiento. Así como en la sepultura de Jesús, en la que toman parte y no sólo José de Arimatea y Nicodemo (Mc 15,47; Mt 27,61; Lc 23,55-56).

Todavía es más significativo el papel que desempeñan estas mujeres, a las que se añade el nombre de Juan (Lc 24,10), en los relatos de la Resurrección. El indudable papel central y más destacado en ellas corresponde a María Magdalena (Mc 16, 1.9; Mt 28, 1; Lc 24, 10, Jn 20, 1-18), pero lo básico es igual para todas: son las que acuden al sepulcro de Jesús y las primeras destinatarias y receptoras de las apariciones del Resucitado (Mc 16, 9-11; Mt 28, 9-10; Jn 20,1-18) y portadoras del mensaje a los demás discípulos, que, obviamente, no les prestan crédito. Es notable que se haya conservado en los Evangelios esta tradición desde el momento en que, según las costumbre judías, el testimonio de las mujeres no era válido. Por ello el de las mujeres testigos de la Resurrección es confirmado posteriormente por el masculino y el texto paulino que habla de las apariciones (1 Cor 15,4-8) ni siquiera son mencionadas.

7. Figuras femeninas individuales en los Evangelios.

Además de todas las mujeres mencionadas, aparecen en los Evangelios algunas mujeres con papeles excepcionales en general muy simbólicos, especialmente en los relatos de la infancia de Jesús: Isabel (Lc 1, 5 ss) Ana (Lc 2, 36-38) y, como es evidente, en primer lugar, María la madre de Jesús (-->María).

En resumen: las mujeres no son en absoluto invisibles en los Evangelios y en la vida de Jesús. Más bien todo lo contrario. Conviene apreciar este hecho colocándolo en el contexto cultural del tiempo y comparándolo con la evolución posterior en la comunidad cristiana. En las comunidades del cristianismo primitivo parecieron conservar las mujeres este papel fundamental. Así se muestra en las comunidades paulinas. Pero muy pronto, quizás a finales del s. I, tuvo lugar el proceso de patriarcalización que dura hasta nuestros días. Pero en el principio no fue así. ->misericordia; mirada; Lucas.

BIBL. — E. BAUTISTA, La mujer en la iglesia primitiva Estella Verbo Divino 1993; M. NAVARRO, Distintas y distinguidas Madrid PPC 1995; F. QUÉRÉ, Las mujeres del Evangelio Bilbao Mensajero 1997; A. M. TEPEDINO, Las discípulas de jesús Madrid Narcea 1990; S. TuNC, Las mujeres seguían a jesús Santander Sal Terrae.

Federico Pastor