Misericordia
DJN
 

SUMARIO: En el AT. -1. Las enseñanzas de Cristo. 1. «Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia». 2. «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso». 3. «Misericordia quiero y no sacrificio». 4. «Lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe». - II. Las Parábolas. 1. La parábola del Hijo pródigo. 2. La parábola del buen Samaritano. 3. La parábola del rico epulón y el pobre Lázaro. 4. La parábola del siervo sin entrañas. 5. El juicio final. - III. Las actitudes de Cristo. 1. Con los pecadores. 2. Con los enfermos y afligidos. 3. Con las mujeres.


Podríamos definirla como un sentimiento interior de compasión y piedad ante las desgracias ajenas que impulsa a socorrer a quienes las padecen. Tiene un sentido y campo de acción muy amplio y la denominamos también: compasión, piedad, perdón, gracia, favor, benevolencia, con sus diversos matices y que tienen su origen y fundamento último en el amor a Dios y al prójimo.

En e/ AT tiene ya un lugar destacado y se expresa, sobre todo, con dos términos: rajamín, plural que significa literalmente «entrañas», sede, en la concepción de los semitas, de los sentimientos íntimos y profundos; amor entrañable, decimos nosotros, responde al griego: oiktirmós y literalmente a splánjna. El segundo es jesed que tiene un sentido más amplio que el anterior: piedad, condescendencia, gracia, lealtad. Proviene más que de un sentimiento espontáneo, de un acto consciente que lleva a un acto favorable de la voluntad. Se traduce ordinariamente por el griego éleos, que nosotros traducimos por misericordia, e implica relación de fidelidad entre dos seres. «Recibe con ello la misericordia una base sólida; no es ya únicamente el eco de un instinto de bondad, que puede equivocarse acerca de su objeto o su naturaleza, sino una bondad consciente, voluntaria; es incluso respuesta a un deber interior, fidelidad consigo mismo» (X. Léon-Dufour).

Las páginas del AT están llenas de afirmaciones y de actitudes de misericordia de Dios, incluso respecto de todas las creaturas. Todas ellas son fruto del amor de Dios, y por tanto de su misericordia (Sal 32,5). Pero tiene su campo peculiar de acción con los grandes personajes del pueblo de Israel y sobre todo con el pueblo mismo. Aparece ya en los orígenes mismos de la humanidad: cometido el pecado original por sus progenitores, Dios no los abandonó a su suerte, sino que les prometió, compasivo, que un día la humanidad podría recobrar la Felicidad que ellos, para sí y para todos, acababan de perder con su pecado. Tuvo misericordia de los israelitas cautivos en Egipto, eligiendo a Moisés para que los liberase de la cautividad y los condujese a la Patria Prometida (Ex 3,7-10). Misericordia que tuvo que ejercitar en el desierto ante las infidelidades del pueblo. En la promulgación del Decálogo, Dios afirma que mientras castiga la iniquidad de los padres hasta la tercera y cuarta generación, tiene misericordia por mil generaciones con los que le aman y guardan sus mandamientos (Ex 20,6). Se lo recuerda Moisés después de la adoración al becerro de oro y de las nuevas tablas de la Ley: «Yahveh, Yahveh, Dios misericordioso y clemente... que mantiene tu amor por mil generaciones... perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado» (Ex 34,6-9). La época de los Jueces se caracteriza por los binomios: pecado-castigo, arrepentimiento-perdón. Humillados los israelitas por los pueblos vecinos a causa de sus pecados, Dios les envía Jueces-salvadores, tan pronto como clamaban misericordia, que los liberaban de modo que pudiesen continuar seguros en la Tierra Prometida.

Los Profetas son testigos de la misericordia continua de Dios con su pueblo. Oseas, el profeta del amor singular de Dios con Israel, a pesar de la infidelidad de éste, que el profeta expresa con la imagen del adulterio, transmite a los israelitas las siguientes palabras de Dios: «Te desposaré conmigo en justicia y derecho, en amor fiel y compasión (jesed y rajamín)» (Os 2,21). Y aunque el pueblo apostata una y otra vez, mereciendo la destrucción, Dios exclama: «Mi corazón se revuelve dentro de mí y al mismo tiempo se conmueven mis entrañas. No daré curso al furor de mi cólera... porque soy Dios, no hombre; el Santo en medio de ti» (Os 11,7-9). Dios manifiesta su santidad con la misericordia. Esta pertenece a la esencia misma divina. Cristo citará el texto de Oseas en que Dios declara que prefiere la misericordia a los sacrificios (Os 6,6; Mt 9,12; 12,7). Isaías recomienda al inicuo que deje su mal camino y Yahveh tendrá compasión de él, porque es grande en perdonar (55,7). Y en Jeremías, Dios, intimando a la conversión exclama: «Vuélvete, Israel... no estará airado mi semblante contra vosotros porque soy piadoso y no guardo rencor para siempre» (3,12). A pesar de la predicación de los Profetas los israelitas repitieron sus infidelidades, por lo que tuvieron que ser arrojados al destierro babilónico. También allí tuvo misericordia de ellos y, por medio de su «ungido» Ciro Os 45,1), los devuelve a su patria de modo que pudieron continuar la historia del pueblo de Dios. Con razón canta el salmista repetidamente a la misericordia de Dios, que proclama eterna, ante las grandes obras de la creación y la providencia misericordiosa de Dios con su pueblo escogido (Sal 135; 99,5). Por ello el pecador puede siempre esperar misericordia de él (Sal 50).

Al final del AT va preparando el universalismo del NT. La misericordia de Dios no se limita al pueblo de Israel. Así lo proclamó Jonás en su libro. Ben Sirac dice que «la misericordia del hombre sólo alcanza a su prójimo, la misericordia de Dios se extiende a todo el mundo» (18,13). Y el autor de Sab dice, dirigiéndose a Dios: «Te compadeces de todos porque todo lo puedes y pasas por alto los pecados de los hombres para que se arrepientan» (11,23).

En el NT la misericordia de Dios en el AT desemboca en el amor más sorprendente y maravilloso: «Amó tanto Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16). «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos por nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo; hemos sido salvados gratuitamente» (Ef 2,4s).

Ya el Evangelio de la Infancia, que presenta la manifestación suprema del amor misericordioso de Dios con los hombres, la Encarnación del hijo del Dios en las entrañas de María, recuerda en el Magnificat y en el Benedictus la prometida misericordia de Dios que se cumple en su plenitud en el Nt. El Magnificat celebra el poder del Dios santo que se manifiesta en su misericordia con los que le temen (temor reverencial, la piedad filial). Y concluye diciendo que Dios acoge a Israel acordándose de la misericordia prometida a los descendientes de Abraham, que tendrá su punto culminante en la intervención salvífica del que va a nacer de María. El Benedictus es un canto a la misericordia de Dios, prometida a los padres, que tendrá su esplendorosa manifestación con la venida del Mesías: «Las entrañas de misericordia de nuestro Dios harán que nos visite una luz de lo alto» (Lc 1,78). El Mesías es el Astro que trae la luz (Núm 24,17; Mal 3,20; ls 60,1). Cuando Israel da a luz al Precursor, sus parientes y vecinos se congratulan porque el Señor «le había hecho gran misericordia» (Lc 1,58).

En su ministerio público, Cristo profiere enseñanzas sobre la misericordia que clarifica por medio de parábolas, y la pone de relieve con numerosas actitudes:

1. LAS ENSEÑANZAS DE CRISTO

Hay en la predicación de Jesús una serie de sentencias, algunas tajantes y lapidarias, con las que instruye y exige la misericordia a sus discípulos.

1. «Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). Bienaventuranza promulgada en el Sermón de la montaña, que juntamente con las otras, presenta el nuevo estilo de vida que trae el Mesías. No los pusilánimes sino los que, compadeciéndose de las necesidades de orden espiritual o corporal, salen activamente a su encuentro. No bastan los meros sentimientos interiores, son precisas actitudes prácticas en orden a solventar la necesidad del prójimo. Proviene de la caridad hacia el prójimo y tiene que tener por objeto todo prójimo, frente a la actitud de los rabinos que establecieron el principio de que quedaba prohibido manifestar misericordia frente al ignorante de la Ley. La enseñanza de Cristo tiene evidentemente valor universal (cf Lc 10,29-37; Mt 25,31-46). Los que así obran alcanzarán misericordia. El futuro pasivo eleethésontai hace alusión a la misericordia final de Dios, no a favores humanos como respuesta a la práctica de la caridad cristiana. El premio es el Reino, común a todas las bienaventuranzas, con un matiz peculiar: la gran misericordia que nos ha traído el Mesías con el perdón de nuestros pecados y la gracia santificante que nos hace hijos de Dios y coherederos con Cristo del Reino.

2. «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Al final de la declaración de los preceptos de la Ley, Cristo concluye: «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48). En el lugar paralelo, Lc dice: «Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso» (6,36). La perfección que en Mt Cristo exige a sus discípulos, consiste según Lc en la práctica de la misericordia a imitación del Padre. La misericordia es exigencia fundamental del amor en el cual radical el vínculo de la perfección (Col 3,4). Las obras de misericordia son la forma más elevada de amor al prójimo, como revela la parábola del samaritano (Lc 10,29-37).

3. «Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 9,13; 12,7). Frente a las críticas de los fariseos porque se muestra misericordioso con los publicanos y pecadores y va a comer con ellos, Cristo, citando a Os 6,6, les declara que la misericordia tiene un valor superior a la práctica rigorista y exterior que ellos defendían. «La frase, predilecta de Jesús en Mateo, canoniza el primado del Amor cristiano contra cualquier ritualismo farisaizante... Teniendo en cuenta la estructura hebraizante de la frase, podría traducirse también por: «Prefiero la Misericordia al Sacrificio». Es decir: por encima del que todos reconocen como supremo valor, Jesús proclama otro máximo: el Amor hecho compasión para quienes la necesitan (cf Mt 25,34ss.). Entre éstos están, en primera línea, los pecadores. Uno de los rasgos característicos de la fisonomía espiritual de Jesús en San Mateo es la «Misericordia» (I.GOMÁ CIvIT, El Evangelio según San Mateo 1, Madrid 1966, 491).

4. «Lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe» (Mt 23,23). Cristo acusa a los escribas y fariseos porque se preocupan de los diezmos hasta de las plantas más insignificantes y descuidan las cosas más importantes de la Ley, que son las que hay que practicar en primer lugar. Cristo no excluye la fidelidad a las cosas pequeñas, pero hay que integrarlas en la escala de valores en las que el amor y la misericordia tienen la primacía.

II. LAS PARÁBOLAS

Procedimiento literario frecuentemente utilizado por Jesús para ilustrar sus enseñanzas. Hay en Mateo un conjunto de parábolas denominadas «Parábolas del Reino», que es tema fundamental de este evangelista. Lucas, en cambio, presenta un conjunto denominado «Parábolas de la misericordia», debido a que es uno de los temas característicos de su evangelio.

1. La parábola del Hijo pródigo (Lc 15). Es la denominación tradicional, pero, habida cuenta de su contenido principal, sería mejor denominarla «la parábola del Padre misericordioso». La actitud del Padre con el hijo pródigo, que simboliza al pecador que abandona la casa del Padre y se entrega a los placeres terrenos, es realmente sorprendente. Apenas lo divisa a lo lejos corre hacia él, no le reprocha su reprobable conducta, le prodiga las más efusivas manifestaciones de cariño, lo reincorpora a la casa paterna y celebra un espléndido banquete por su vuelta a casa. El amor misericordioso del Padre desborda toda imaginación. Todo se debe a la iniciativa del Padre. Así es mi Padre con el pecador, pudo concluir Jesús la parábola. «Padre misericordioso y Dios de toda consolación» (1 Cor 1,3), dirá San Pablo.

2. La parábola del buen Samaritano (Lc 10,29-37). Pone de relieve la misericordia que hay que tener con el prójimo, como exigencia del Reino. Está plasmada en la actitud del samaritano con el herido a la vera del camino. Mientras que el sacerdote y el levita pasan de lejos -no sabemos por qué motivos, tal vez por no contaminarse tocando un cadáver camino del Templo, lo que les impedía el ejercicio del culto; la crítica de Jesús, si la hay, sería contra tales ridículas prescripciones de su religión- el samaritano tiene misericordia con él: lo sube a su cabalgadura y lo lleva a la posada y encarga al posadero que lo cuide, corriendo todos los gastos a su cuenta. A la pregunta del escriba sobre quién tiene que ser objeto del amor («¿A quién tengo que amar como a mi prójimo?»), Jesús le contesta preguntándole por el sujeto del amor: «¿Quién de los tres se comportó como prójimo con el herido?». El escriba no podía tener otra respuesta: «El que tuvo misericordia con él». Ante ella, Jesús le recomienda: «Ve y haz tú lo mismo». Al tratarse de un «samaritano» (aborrecidos por los judíos) la enseñanza de Cristo tiene un valor universalista; prójimo con quien hay que practicar la misericordia es todo hombre, sin distinción de raza o religión, incluso el enemigo.

3. La parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16,19-30). Se trata de un rico entregado al disfrute de sus muchas riquezas y de un pobre que vive en extrema necesidad que se ve sufre con paciencia. Aquél fue a parar al lugar de tormento creado para los pecadores impenitentes y éste al seno de Abraham morada de los justos del AT.; en la literatura judía se habla de la sed de los condenados en el infierno y de una fuente en la morada de los justos (4Esd 8,59). Jesús utiliza la concepción del más allá de los judíos de su tiempo, sin confirmarla ni desmentirla, para hacer asequible la enseñanza de la parábola: la condena del rico Epulón por su entrega completa al disfrute de sus riquezas, sin el más mínimo atisbo de misericordia para con el pobre Lázaro que yace junto a su puerta clamando compasión. Junto a la advertencia del peligro que para la salvación suponen las riquezas y recomendación del desprendimiento de las mismas (tema caro a Lucas), hay en la parábola otra intencionalidad, expresa o al menos derivada de ella: recriminación de la actitud inmisericorde del rico frente al pobre. Y por lo mismo una recomendación de las obras de misericordia para con él.

4. La parábola del siervo sin entrañas (Mt 18,23-35). Ilustra también, sobre un fondo negativo, la necesidad de la misericordia para con el prójimo para poder obtenerla de Dios para sí. Un empleado que debía a su señor una cantidad enorme, casi imposible de pagar, ante la orden de su señor de que fuese vendido él, su mujer y sus hijos, y cuanto tenía, para que la pagase, le pide que tenga paciencia con él y se la pagará. El señor, en un acto de magnanimidad, tiene misericordia con él y le perdona toda la deuda. Pero este siervo se encuentra con un compañero suyo que le debía una cantidad inmensamente inferior a la que le fue a él perdonada, cien denarios (el denario=salario de un día de trabajo en una viña, cf Mt 20,1-16) y amenazando estrangularlo le reclama lo que le debe. Informado el señor de tan ingrata actitud, lo llamó y le hizo la siguiente consideración: ¿No te perdoné yo a ti toda tu deuda, porque me lo suplicaste? ¿No debías tú haberte compadecido de tu compañero como yo me compadecí de ti? Y lo entregó a los verdugos hasta que pagase toda la deuda. La parábola concluye: «Así hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano» (v. 35). El discípulo tiene que estar dispuesto a perdonar a su prójimo, consciente de ser deudor de Dios con una deuda inmensamente mayor como lo es la que supone el pecado cometido contra El.

5. El juicio final (Mt 25,31-46). El relato no es propiamente una parábola, pero contiene elementos parabólicos y, como las precedentes, un díptico en situaciones antitéticas, e incide en la enseñanza de las parábolas referidas. Al final, en la consumación del tiempo, ante el juicio habrá dos clases de personas: los que han sido hallados dignos de la salvación y los que han merecido la reprobación. La causa que ha determinado la diversa situación es la diferente actitud ante las personas necesitadas. Quienes practicaron la misericordia con ellas (enfermos, hambrientos, encarcelados...) recibirán como premio el Reino. Quienes omitieron las obras de misericordia con los necesitados, negándoles el oportuno auxilio, irán al castigo eterno. Es necesario haber practicado la misericordia para obtenerla a su vez por parte de Dios. Como dice Sant «tendrá un juicio sin misericordia quien no tuvo misericordia» (2,13). No se dice de los «malditos» que el fuego eterno haya sido preparado desde el principio, como se dice respecto del Reino que se otorga a «los benditos». No hay predestinación respecto de la condenación. Esta es debida a la falta de amor misericordioso con el prójimo.

III. LAS ACTITUDES DE CRISTO

Aparece con varias clases de personas, que precisaban de una actitud misericordiosa de Jesús, de orden espiritual o de orden humano. Vamos a señalar tres clases de esas personas: los pecadores, los enfermos o afligidos y las mujeres.

1. Con los Pecadores. Son las personas más necesitadas de la misericordia de Jesús. Y pecadores somos todos. El Bautista presenta a Jesús como «el Cordero que quita el pecado del mundo» (Jn 1,29). «Dios ha permitido que todos seamos rebeldes para tener misericordia de todos» (Rom 11,32). Siguiendo esta línea del Bautista, Cristo comienza su predicación del Reino exhortando a la conversión de los pecadores (Mt 4,17). Desde un principio aparece perdonando los pecados: «Tus pecados te son perdonados» dice al paralítico al ver la fe de quienes lo llevaban en una camilla (Mc 2,1-12). Muy pronto llama a formar parte del colegio apostólico a un publicano (Mateo-Levo y asiste al banquete que éste ofrece en el que participa con pecadores y publicanos. A quienes critican tal actitud responde que son éstos los que más precisan de la misericordia y les advierte, con las ya citadas palabras de Os 6,6, que prefiere la misericordia a los sacrificios (Mc 2,17 y lug. par.). Tal actitud le originó la denominación de «Amigo de publicanos y pecadores» (Lc 7,34). Tuvo misericordia con Zaqueo, en cuya casa se hospeda. A quienes se lo critican responde que él ha venido a buscar lo que estaba perdido (Lc 19,1-10). Le disgusta la incredulidad de los habitantes de Corazaín y Betsaida, a pesar de los milagros realizados en ellas, que imposibilitan con ellas su misericordia y su perdón (Mt 11,20-24; Lc 10,13-15).

Y perdona de corazón -una de las actitudes que mejor pone de relieve la bondad y misericordia de Jesús- a la mujer pecadora (Lc 7,36), a Pedro que le niega en la noche de la Pasión (Lc 22,61), a los verdugos que le crucifican (Lc 22,34), al buen ladrón que implora misericordia (Lc 23,42s). Y enseña que hay que perdonar siempre (Mt 18,21s; Lc 17,3b.4). Y Lucas, el evangelista de la bondad y misericordia de Jesús, concluye su evangelio con el envió de Cristo a sus discípulos a predicar «la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones» (24,47).

2. Con los enfermos y afligidos. También éstos fueron objeto de la misericordia de Jesús. Al principio de su ministerio proclama que viene a liberar a los cautivos, dar la vista a los ciegos, liberar a los oprimidos, proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4,18s). Ya desde el principio se dice que realizó numerosas curaciones (Mc 1,32-34 y lug.par.). Y a lo largo del evangelio (Mc 6,55s; Mt 9,55s; 14,34-36; 15,30s; 1c 9,6). Los evangelistas describen un buen número, sin duda por la significación peculiar que entraña cada uno de ellos. Tienen un interés especial los realizados en sábado porque ponen de relieve que la caridad y la misericordia están por encima de las prescripciones judaicas (Mc 3,1-6 y lug. par.; Lc 13,11-17; 14,1-6). Los rabinos de Israel esperaban que el Mesías curaría las enfermedades: «En el mundo a venir (tiempos mesiánicos) cuantos padecen alguna enfermedad serán curados; únicamente la serpiente no lo será, pero los hombres lo serán, como ha dicho Isaías» (Midrash Tanchuna).

Mt 8,17 aplica a Cristo el anuncio de Is 53,4: «El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades». Cita de cumplimiento de 1 Pe 2,24 interpreta de los pecados (sentido espiritual). Mateo, que cita después de un trío de curaciones, la refiere a las enfermedades (sentida material), consecuencias del pecado. Ante la embajada del Bautista a preguntar a Jesús si él era el Mesías, realiza varias curaciones y responde: «Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,4s). Tal manifestación de bondad y misericordia era el cumplimiento de (Is 26,19; 29,18s; 35,5s; 42,7.18; 61,1). En él se cumplen las profecías mesiánicas. Él es el Mesías anunciado en el AT.

Lucas, el evangelista de la bondad y misericordia de Jesús, «scriba mansuetudinis Christi» (DANTE, De monarchia 1,16), es el que pone más de relieve esa bondad y misericordia en relatos exclusivos suyos: la resurrección del hijo de la viuda de Naín (7,11-17), la curación de la mujer encorvada (13,11-17), la curación del hidrópico en sábado (14,1-6) y la curación de diez leprosos (17,11-19). (-->Lucas). Lucas tiene una bienaventuranza para los afligidos (6,21), es decir, para cuantos sufren una aflicción de cualquier género que sea y les promete la alegría que los justos sienten ya en esta vida y que será plena en el Reino. Advirtamos que el amor y la misericordia de Cristo no se queda en la curación material. Las curaciones por él obradas eran signo de la instauración del Reino y anticipo de la liberación plena que tendrá lugar al final de los tiempos.

3. Con las ->Mujeres. Para valorar la actitud de Jesús con las mujeres habría que tener en cuenta el lugar que éstas ocupaban en la antigüedad, tanto griega como judía. Por lo que a los judíos del tiempo de Jesús se refiere, basta recordar  el dicho del Talmud: «Maldito sea el hombre cuya mujer e hijos dan gracias por él», y la acción de gracias de la plegaria cotidiana de los judíos: «Bendito sea Dios porque no me ha creado gentil, porque no me ha creado mujer, porque no me ha creado ignorante». El nacimiento de un varón producía contento, el de una niña tristeza. Pues bien, en los relatos evangélicos no aparece por parte de Jesús tal actitud negativa respecto de la mujer. Más aún, «la consideración de la mujer como persona humana es un componente esencial de la buena nueva de Jesús» (Leonar Swidler). Ante la consideración como mero objeto, reflejada en la actitud de Simón, Cristo acoge a la mujer pecadora, elogia su actitud humana y espiritual, se dirige a ella en público y le asegura el perdón (Lc 7,36-50). Frente al trato despiadado y vejatorio que dan los acusadores a la mujer adultera, deja patente su condición de persona humana por encima de su condición de pecadora y se abstiene de toda condena (Jn 8,2-11). Ante la acción de la hemorroísa, que quiere pasar desapercibida debido a su estado de impureza legal, Cristo hace todo un despliegue publicitario, curando a la mujer, rechazando el tabú de la sangre y reincorporándola a su dignidad humana (Mc 5,25-34). Similar actitud observa con la samaritana; jamás a un rabino se le habría ocurrido hablar así con una mujer y menos samaritana, dada la aversión que los judíos sentían hacia los samaritanos. Jesús habla con ella con toda naturalidad y deja entrever que reconoce su plena dignidad humana, sin discriminación alguna entre hombre y mujer (Jn 4,5-30). Y respecto del matrimonio Cristo rechaza la poligamia y el libelo de repudio, discriminatorios para la mujer (Mc 10,1-12; Mt 19,1-10). Hombres y mujeres tienen los mismos derechos y responsabilidades. Cristo consagra la dignidad de la mujer. Podemos concluir con Leonar Swidler: «Es evidente que Jesús promovió con todas sus fuerzas la dignidad y la igualdad de la mujer en medio de una sociedad dominada por el hombre. Jesús fue un «feminista» y lo fue de manera radical» (Selecciones de Teología, Jesús y la dignidad de la mujer: 11 (1972) 125).

Pero Cristo no sólo reconoció y declaró la dignidad humana de la mujer que le corresponde en justicia, sino que las admitió en su compañía durante su ministerio público (Lc 8,31-3; Mt 27,55). Y ellas le acompañan hasta el sepulcro; para ellas fueron las primeras apariciones del Resucitado y reciben de él el encargo de comunicar a los discípulos que ha resucitado (Mc 16,9s; Mt 28,8-10; Jn 20,8-18).

Lucas fue el evangelista más sensible a la actitud de Cristo con las mujeres. Es el que más relatos refiere a este propósito, a quienes, como Cristo, siempre deja en buen lugar. Sin duda fue esa delicada sensibilidad la que le lleva a omitir relatos de los otros evangelistas en los que no quedaban en buen lugar, como la actuación de la hija de Herodes en el banquete que éste ofreció a sus magnates y ocasionó la muerte del Bautista (Mc 6,17-29; Mt 14,3-12) y el de la madre de los hijos del Zebedeo que pide para sus hijos los primeros puestos en el Reino (Mt 20,20-23). Llega hasta omitir el relato de la curación de la hija de la mujer siro-fenicia, que le hubiera venido muy bien para el universalismo característico de su evangelio, porque, en una actitud pedagógica, Cristo parece en un principio adoptar una actitud despectiva (Mc 7,27).

A los numerosos casos incluidos en la referencia a esas tres clases de personas, añadamos tres significativos: El ciego de Jericó clama repetidamente: «Hijo de David, ten compasión de mí»; y Cristo, que se deja invocar con un título mesiánico, le responde: «Tu fe te ha salvado» (Mc 10,46-52). El mismo siente compasión con las turbas que le siguen porque están como ovejas sin pastor y porque habiéndole seguido durante tres días ya no tenían qué comer y podían desfallecer en el camino de retorno a sus casas. Entonces les imparte su enseñanza (Mc 6,34) y les proporciona alimento multiplicando los panes y los peces (Mc 8,2-9). Significativo es también el que ante el ofrecimiento del curado endemoniado de Gerasa a seguirle, le responde: «Vete a tu casa con los tuyos y refiéreles lo que el Señor ha hecho contigo y que ha tenido compasión de ti» (Mc 5,19).

Podemos concluir: «En realidad, la vida pública de Jesús es todo un despliegue de amor y de misericordia frente a todas las formas de miseria humana, con todos aquellos que física o moralmente tenían necesidad de piedad y compasión, de ayuda y sostén, de comprensión y de perdón, por los que él no sólo acude a su poder taumatúrgico, sino que se enfrenta incluso con la mentalidad estrecha y hostil del ambiente con tal de hacer bien y sanar a todos (He 10,38). Médico de los cuerpos, por consiguiente, pero sobre todo de las almas (Mc 2,17; Lc 5,21), como lo demuestra su actitud llena de indulgencia y de favor con los pecadores, que encuentran en él un «amigo» (Lc 7,34), y con los que no tiene ningún reparo en tratar, a pesar de los recelos de muchos, llegando incluso a sentarse a su mesa (Lc 5,27-32; 7,36-50; 15,1-2; 19,1-10)» (ADALBERTO SISTI, Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ed. Paulinas, 1221s).

Una observación final importante. El ejercicio de la misericordia para con el prójimo es condición indispensable para obtener la misericordia de Dios. Así aparece sobre todo en el Padre Nuestro y en la advertencia tajante que le sigue: «Si vosotros no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas» (Mt 6,15; Mc 11,25). En la recomendación: «Si al presentar tu ofrenda ante el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda» (Mt 5,23s). Y sobre todo en la parábola del siervo sin entrañas (Mt 18,35) y en la presentación catequética del juicio final (Mt 18,35). Santiago lo expresó en la ya citada frase tajante: «Tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia» (Sant 2,13). ->pecadores; mujeres; perdón.

BIBL- DB IV, 1130-1132; XAVIER LÉON-DUFOUR, Vocabulario de Teología Bíblica. Herder, 1965, 475-480; ADALBERTO SISTI en Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, Ed. Paulinas 1990 1216-1224.

Gabriel Pérez