Milagro
DJN
 

Milagro es un acto debido a la intervención inmediata de Dios y realizado al margen, contra o sobre las leyes naturales.

Para los hebreos el supremo dominio de Dios sobre todas las cosas es incuestionable. Dios rige inexorablemente el curso del mundo y de la historia. Todos los acontecimientos se deben a la intervención inmediata de Dios; por tanto, los hebreos no hacen la distinción entre la naturaleza y, sobre todo, al margen o contra la naturaleza. Ahora bien: todo lo que no es ordinario, lo prodigioso, lo maravilloso, lo misterioso, lo admirable, lo sorprendente y lo espantoso, es un acto especial de Dios, prueba de su inmenso poder.

En cuanto a los milagros de Jesús, narrados en los evangelios, hemos de decir lo siguiente: son fuerzas (gr. dynameis) y signos (semeia) manifestativos del poder y de la gloria, es decir, de la divinidad de Jesús. El milagro por excelencia es el de su resurrección. Jesús hace los milagros movido por un sentimiento de compasión (Mt 9,36; 14,14) y por la fe que manifiesta la actitud suplicante de los que solicitan el milagro (Mc 2, 20; 5,19), hasta el punto de que, a veces, al no encontrar fe, no podía hacer el milagro (Mt 13,58; Mc 6,5). La narración pura y exclusivamente histórica del hecho milagroso en sí mismo no interesaba a los evangelistas, sino el hecho en cuanto es obra de Dios y exige, consiguientemente, un poder divino; el hecho en cuanto tiene una significación ulterior, la de anunciar la llegada del reino, el cumplimiento de cuanto importaba, en la expectación judía, el futuro reino mesiánico.

Bajo este pensamiento, podemos y debemos establecer las diversas categorías de milagros: unos tratan de remediar la deficiencia humana (v. gr., la multiplicación de los panes: Mt 4,13ss; Jn 6,1ss; la conversión del agua en vino: Jn 2,1ss), que, según Isaías 35,5-10, quedaría perfectamente subsanada y satisfecha con la instauración del reino mesiánico; otros tratan de remover codo temor (v. gr., la tempestad calmada: Mt 8,18.23-27; Mc 4,35-41; Lc 8,22-25; el caminar sobre las aguas: Mt 14,22-23; Mc 6,45-52), lo que significa que los miembros del reino no deben tener miedo de nada, que nada debe turbarles ni inquietarles; el miedo fue efecto del pecado (Gén 3,23), y Dios había prometido una era de paz, que debía coincidir con la era mesiánica (Is 11,6-9); otros refieren la expulsión de los demonios (Mt 8,28-34; 15,21-28; Mc 1,21-28; 5,1-20; 7,24-30; Lc 4,31-37; 8,26-39), lo que significa que Jesucristo ha vencido a Satanás, príncipe de este mundo (Jn 12,31), y que el reino de Dios se acerca (Mc 3,23; Lc 10,18); otros relatan curaciones de enfermedades, v. gr., de fiebre (Mt 8,14), de lepra (Mt 8,1-4), de parálisis (Mt 8,5-13), de sordera (Mt 9,32-34), de ceguera (Mt 9,27-31), etc. La enfermedad es consecuencia del pecado, que debe ser remediada también en el reino mesiánico (Is 35,10). Otros, por fin, nos hablan de resurrecciones (Mt 9,18-26; Lc 7,11-17; Jn 11), lo que significa el triunfo de Jesús sobre el dominio de la muerte.

Los evangelistas, como antes decíamos, más que la narración histórica del hecho, intentan presentar el sentido teológico del mismo. Podrá ser, y así será de hecho, que las ciencias modernas comprueben que algunos de los hechos de Jesús presentados por los evangelistas como milagros sean hechos prodigiosos que no exceden las fuerzas naturales y que, por tanto, no sean milagros en el sentido estricto; esto no minimiza en absoluto la dimensión y el sentido teológico de los hechos, principal finalidad que los evangelistas se propusieron al narrarlos y que, en síntesis, hemos expuesto. -->signos; enfermedad/curación.

E. M. N.