Espíritu Santo (el)
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SUMARIO: I. Visión global de los tres bloques: a) Mateo y Marcos; b) Lucas y Hechos; c) El cuarto evangelio. - II. El misterio de Jesús visto desde el Espíritu Santo. 1. El Espíritu Paráclito en cuanto "otro" Jesús: a) El Paráclito es dado por el Padre; b) Permanencia del Paráclito con los discípulos; c) Incomprensión del Paráclito por el mundo; d) La experiencia del Espíritu Paráclito; e) El contexto del proverbio. 2. El Espíritu Paráclito como "Maestro": a) Visión retrospectiva y futura; b) Dos épocas; c) Las dos épocas se fusionan en una; d) La "enseñanza" y el "recuerdo"; e) El "recuerdo" del Paráclito como realidad viva y vivificadora; f) El Paráclito enviado "en mi nombre". 3. El Paráclito en cuanto "testigo": a) El Espíritu Paráclito enviado por Jesús; b) El doble proceso; c) El Paráclito procede del Padre; d) El testimonio de los discípulos. 4. El Espíritu Paráclito como "juez": a) Retorno de Jesús al Padre; b) La palabra y su interpretación; c) El Paráclito demostrará los errores del mundo. 5. El Espíritu Paráclito como Revelador: a) Jesús es el Revelador; b) Distintos niveles de la revelación; c) La perspectiva del futuro; d) La verdad completa; e) La tarea específica del Paráclito; f) Realidad divina y percepción humana. 6. Síntesis final.


Para la primitiva comunidad cristiana, el Espíritu Santo fue antes una realidad viva, un dato de experiencia, que un objeto de exposición doctrinal. Y, en principio, el N. T. se mantiene fiel a la concepción fundamental del Antiguo: el Espíritu Santo es la realidad divina presente y operante. Indica la acción de Dios en el hombre. Esta acción de Dios no queda enmarcada dentro de la acción general de Dios en el mundo o en la historia. Se refiere, más bien, a una acción extraordinaria que irrumpe en la historia. Y esta acción extraordinaria indica que ha comenzado el tiempo escatológico. Durante este tiempo escatológico, el último, el tiempo en el que nosotros vivimos, cada uno de los autores o bloques del N. T. indican con rasgos distintos la acción del Espíritu.

1. VISIÓN GLOBAL DE LOS TRES BLOQUES

a) Mateo y Marcos. - El punto de partida en Mateo y Marcos, en orden a poder comprender su actitud y manifestaciones sobre el Espíritu Santo, es el siguiente: La acción escatológica de Dios se hizo presente en Jesucristo. Por tanto, las afirmaciones de estos dos evangelistas sobre el Espíritu tienen carácter funcional, es decir, no tratan de afirmar o definir algo sobre el Espíritu Santo, sino sobre Cristo; tienen una función, por tanto cristológica. Pretenden afirmar que Jesús de Nazaret es el fin, el último estadio o fase, la meta última de los caminos de Dios; que el ésjaton, lo último, se ha hecho ya realidad en él.

Siguiendo la pauta del judaísmo, según la cual el Espíritu se había apagado desde la muerte de los grandes profetas, el Espíritu volvería a aparecer en los tiempos últimos. Y apareció en él, en Jesucristo. En esta afirmación todo el N. T. es unánime. Jesucristo es el poder de Dios, el que únicamente es capaz de dar al hombre el poder actuar por encima de las potencialidades humanas. Precisamente por eso:

Comete un pecado imperdonable aquel que no reconoce al Espíritu de Dios en Jesús, en las expulsiones que hacía de los demonios y, por el contrario, las atribuye al poder del diablo (Mc 3, 28-30). En cambio, la señal definitiva de que ya ha llegado el reino de Dios es la acción del Espíritu en Jesús. Afirmación que se hace también a propósito de la expulsión de los demonios por Jesús (Mt 12, 28).

La donación del Espíritu distingue a Jesús del Bautista (Mc 1, 8-9). Este administra un bautismo de penitencia, símbolo de la conversión moral. Es la preparación de los tiempos mesiánicos que inaugura Jesús con su Espíritu. Su bautismo es el bautismo del Espíritu.

La venida del Espíritu marca a Jesús como el salvador escatológico (Mc 1, 10-11), al descender el Espíritu sobre él con ocasión del bautismo. Recuérdese que el A. T. había anunciado que el Mesías sería el portador del Espíritu. Un dato tanto más importante cuanto que se había generalizado la convicción de que el Espíritu Santo había dejado de manifestarse. La presencia actual del Espíritu indicaba, por tanto, el comienzo de un tiempo nuevo.

Jesús es llevado por el Espíritu al desierto, donde, como un segundo Adán (1 Cor 15, 45-47), supera la tentación a la que sucumbió el primer Adán (Mc 1, 12).

Jesús enviará el Espíritu a los discípulos perseguidos (Mc 13, 11 y par.). Este es un dato muy importante. De él se deduce que el Espíritu no es considerado como una realidad perteneciente al pasado. El Espíritu Santo es el poder de Dios presente y actuante. Es el don que Jesús concede y gracias al cual la ayuda divina se hace presente y asiste al creyente en los momentos difíciles y en los últimos, iniciados con la aparición de Jesús en nuestra historia.

Resumiendo, diríamos que en Mateo y Marcos, de forma general, el Espíritu Santo está en la misma línea del A. T.: el Espíritu Santo es el poder extraordinario de Yahvé puesto en acción. Es el mismo Espíritu aplicado y actuando en la persona y en la obra de Jesús.

Pensemos, a modo de ejemplo, en el relato de la concepción virginal (Mt 1, 18-20), se niega una paternidad humana para afirmar que su venida al mundo es la obra del poder salvífico de Dios, frecuentemente mencionado en el A. T. Dios actúa en Jesús y por Jesús. Más aún: Jesús es la presencia y actuación misma de Dios. Así, la concepción virginal de Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo expresa la acción creadora de Dios, de ese Dios que es el autor de la vida y que es quien crea la vida de ese niño excepcional.

En relación con el Espíritu Santo tiene Mateo un texto extraordinariamente importante: "Id, pues, y haced discípulos a todos los hombres, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (Mt 28, 19).

Fuera de este texto, difícilmente podría hablarse del Espíritu Santo como un ser "personal" en estos dos primeros evangelios. Sin duda alguna que, al mencionar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo bajo el denominador común de "el nombre", se intenta destacar la personalidad propia de cada uno. El Espíritu Santo sería una persona distinta frente al Padre y al Hijo. Pero nótese que este texto de Mateo representa -como frecuentemente ocurre en este evangelista- una fórmula ya evolucionada de la fe cristiana. Aquí nos encontramos con una fórmula bautismal.

Concluiríamos este primer apartado diciendo que ni Mateo ni Marcos son especialistas en este artículo de fe. Transmiten, simplemente, la herencia recibida y, naturalmente, escriben sus evangelios desde la convicción de la presencia del Espíritu en Jesús y en la Iglesia.

b) Lucas y Hechos. — El verdadero campeón del Espíritu Santo en los evangelios sinópticos es Lucas, sobre todo en el libro de los Hechos (precisamente por eso nos hemos decidido a utilizarlo aquí). La segunda obra de Lucas ha sido justamente llamada "el libro del Espíritu". Para proceder con la lógica debida distinguiremos las dos obras de Lucas, el evangelio y el libro de los Hechos:

1º) Ya en su evangelio aparecen rasgos característicos que suponen un avance importante frente a Marcos y Mateo. No se limita a considerar al Espíritu como una fuerza divina que cae sobre el hombre. Jesús no es sólo un "objeto" en el que actúa el Espíritu de Dios. Nacido del Espiritu, Jesús es al mismo tiempo el posesor del Espíritu.

El nacimiento de Jesús fue cuidadosamente preparado por el Espíritu. Así nos lo dice la anticipación que se hace de su precursor. El Espíritu está ya en acción en él. Y los cantos-himnos que celebran su nacimiento son inspirados por el Espíritu Santo.

En su bautismo aparece la declaración solemne de su filiación divina: "tú eres mi Hijo". Pero con la peculiaridad de que se está citando a Isaías en un texto en el que se dice "sobre él he puesto mi Espíritu" (Is 42, 1).

El discurso programático de Jesús en la sinagoga de Nazaret gira en torno a esta expresión: El Espíritu del Señor está sobre mí. Y, sin repetirlo más veces, Lucas afirma claramente que el Espíritu acompañó a Jesús toda su vida, como lo recuerda el libro de los Hechos: "Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10, 38).

Este Espíritu de Dios llega, a través de Jesús, a la comunidad cristiana. Y llega a ella no sólo como un poder autónomo que actúa de forma pasajera y cae sobre ella, sino como un principio dinámico que impregna toda la existencia cristiana, que está dentro de ella y, por otra parte, tan por encima de ella como lo está Dios del hombre.

El Espíritu Santo actúa como un poder o fuerza de Dios para hacer capaz al hombre de dar testimonio, el testimonio adecuado, sobre Jesús (Lc 12, 10-12). Lucas relaciona así al Espíritu Santo con el Espíritu de profecía.

Lucas considera al Espíritu Santo como el don de Dios por excelencia (Lc 11, 33, que debe compararse con el texto paralelo de Mt 7, 11: donde el texto de Mateo habla de que Dios dará "cosas buenas" a los que acuden a él, Lucas sustituye las cosas buenas por "el Espíritu Santo").

2°) En el libro de los Hechos se destaca lo siguiente:

El Espíritu Santo es comunicado a cada cristiano en el bautismo, cumpliéndose así las profecías antiguas que prometían el Espíritu al pueblo del tiempo último (Hch 19, 2; 2, 38-39...).

El Espíritu Santo es dado como preparación o disposición en orden a cumplir una misión concreta en un momento determinado.

En los momentos importantes de la vida de la Iglesia y de su expansión evangelizadora interviene el Espíritu Santo con indicaciones precisas sobre lo que debe hacerse.

La Iglesia surge de la acción del Espíritu y congrega gentes de todo el mundo (Hch 2, 7-11); lo que ocurrió en Jesús, cuya vida, ya desde el principio, estuvo determinada por el Espíritu (Lc 4, 1), ocurre también en la comunidad cristiana.

En medio de las dificultades y persecuciones, la Iglesia es ayudada y sostenida por el Espíritu; el secreto de su poder, lo mismo que ocurrió en Jesús, es la posesión e impulso del Espíritu.

En la Iglesia, gracias a la acción del Espíritu, tenemos la garantía de la auténtica tradición de Jesús, de la adecuada transmisión de su doctrina y de la imagen verdadera de su persona y obra.

Se establece el principio de la gran libertad del Espíritu, que no se ata a nada ni a nadie (aunque tenga cauces "normales" de actuación, como veremos más adelante).

c) El cuarto evangelio. En este tema el que llega a la cumbre es Juan. Los escritos joánicos, el evangelio y la primera carta, son verdaderos especialistas en nuestra cuestión. Las consideraciones más importantes sobre el Espíritu Santo son las siguientes:

El Espíritu indica el mundo de lo divino, de lo de arriba, en oposición al mundo terreno (Jn 3, 6; 6, 63).

La presencia del Espíritu es la confirmación de que ha tenido lugar el nuevo comienzo, los tiempos nuevos, la nueva realidad. No olvidemos que la característica más acusada de los tiempos nuevos sería precisamente la presencia del Espíritu. Pues bien, en el momento de la muerte de Jesús, el cuarto evangelio nos dice que "entregó el Espíritu". Se nos habla de "entregar" en el sentido de comunicar. No dice, como hacen los sinópticos, que Jesús "expiró". En el momento de la muerte Jesús entrega o comunica el Espíritu. Dicho de otro modo: es la muerte de Jesús la que comunica el Espíritu (Jn 7, 39). Al morir, Jesús comunica su Espíritu a los suyos, a la Iglesia, como hiciera Elías.

La aparición del nuevo comienzo, de la nueva realidad, únicamente puede ser descubierta gracias a la acción del Espíritu. Solamente bajo la acción e inspiración del Espíritu es posible penetrar en el misterio de Jesús. El Espíritu es el auténtico principio del conocimiento en relación con el misterio de Jesús: "Conocemos que permanece en él y él en nosotros en que nos dio su Espíritu" (1Jn 3, 24; 4, 13).

El Espíritu recibido y experimentado en la comunidad joánica es el Espíritu de Jesús. Es como "otro" Jesús, otro Paráclito (Jn 14, 16), el representante de la realidad verdadera en oposición a cualquier clase de apariencia. En el Paráclito es Jesús mismo quien viene a los suyos. Se identifica con él y se distingue de él. Gracias a la acción del Espíritu, los discípulos pueden comprender quién es realmente Jesús (Jn 14, 26; 16, 13).

Los escritos joánicos consideran al Espíritu como el principio vital, como "ser engendrados de Dios" o "nacer de arriba". De esta forma se dice que, gracias a la acción del Espíritu, el mundo de Dios ha dejado de ser inaccesible al hombre.

El Espíritu nos hace hijos de Dios. Abre, profundiza, asegura y mantiene limpia la revelación de Cristo (Jn 16, 12). Nos lleva a descubrir en el Jesús histórico al Hijo de Dios. El Espíritu da testimonio a favor de los creyentes y en contra del mundo, en relación con la figura de Jesús y la actitud que el hombre mantiene ante ella.

II. EL MISTERIO DE JESÚS VISTO DESDE EL ESPÍRITU SANTO

El desarrollo que haremos a continuación presupone lo afirmado en el artículo sobre El Espíritu de Jesús, en el que hemos adelantado algunos aspectos importantes del Espíritu Santo. Por eso, aquí, limitaremos nuestra exposición a los cinco proverbios o sentencias sobre el Espíritu Santo o el Espíritu Paráclito en su actuación en los creyentes y en la comunidad cristiana.

1. El Espíritu Paráclito en cuanto "otro" Jesús:

"Y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Paráclito, que os ayude y está siempre con vosotros; es el Espíritu de la verdad que no pueden recibir los que son del mundo, porque ni lo ven ni lo conocen. Vosotros, en cambio, le conocéis, porque vive en vosotros y estará con vosotros" (Jn 14, 16-17).

a) El Paráclito es dado por el Padre. Se hace del Paráclito la misma afirmación con la que se define la misión de Jesús. Jesús fue dado, entregado, enviado por el Padre (Jn 3, 16). Esto nos introduce en el terreno exacto en el que debe moverse la misión del Espíritu: tiene su centro de interés en el campo de las relaciones entre Dios y el hombre. Se trata, por tanto, de ahondar en la nueva relación entre Dios y el hombre, iniciada con la presencia de Jesús en nuestro mundo. Gracias a la acción del Espíritu, el hombre -el discipulado cristiano, por supuesto- tomará conciencia del nuevo modo de presencia de Dios en él. Dios ha quedado al alcance del hombre.

La presencia actuante del Paráclito presupone la presencia reveladora de Jesús y se desarrolla a partir de ella y sobre ella. Por supuesto, dentro de una esencial inseparabilidad, ya que el Paráclito sigue haciendo presente a Jesús. Es como el Jesús glorificado que actúa en la comunidad cristiana, ya que el contenido fundamental y permanente de la instrucción del Paráclito es el propio Jesús y su palabra. El Espíritu Santo es "otro" Paráclito. El anterior había sido Jesús.

b) Permanencia del Paráclito con los discípulos. - El Paráclito es enviado para que esté con vosotros para siempre, para que la obra de Jesús, limitada por el tiempo y por la geografía, trascienda todos los momentos y lugares. La vida y obra de Jesús, en cuanto que es la gran revelación, la comunicación y la presencia de Dios estará siempre con nosotros gracias a la presencia del Paráclito.

Según las esperanzas judías, Dios derramaría su Espíritu en los corazones cuando llegase la alianza definitiva que desde siempre quiso sellar con los hombres. Hasta ese momento, el Espíritu había sido concedido temporalmente a determinadas personas: reyes, jueces, profetas... Ahora será dado a todos los miembros del pueblo y los animará desde dentro. El texto de Juan anuncia que, a diferencia de la presencia terrena de Jesús, el Paráclito estará con los discípulos y "en" ellos para siempre.

Aunque a veces llamamos al Espíritu Paráclito "sucesor" de Jesús, en realidad no lo es. Precisamente es el evangelio de Juan el que más insiste en el papel del Hijo, que continúa presente y operante en los suyos después de su partida. El dolor de la partida se halla ampliamente compensado por la alegría del retorno (Jn 16, 22).

c) Incomprensión del Paráclito por el mundo. - El mundo está definido en nuestro texto por un no ver ni conocer al Paráclito. Esta falta de visión y de conocimiento significa el rechazo de la revelación: no hay peor ciego que el que no quiere ver. El Espíritu Paráclito no es algo que primero se conoce y después se posee o que primero se posee y después se conoce. Ver, recibir y conocer son simultáneos e intercambiables. El Paráclito caracteriza la existencia cristiana, que es una existencia en el Espíritu; lo mismo que su rechazo y no aceptación es la característica del mundo. Porque el Espíritu es asequible únicamente a la fe. (Para la comprensión de la expresión "Espíritu de la verdad" remitimos a la voz "El Espíritu de Jesús").

d) La experiencia del Espíritu Paráclito. - La tarea y quehacer del Espíritu Paráclito fue descubierto desde la experiencia profunda de su acción en el creyente individual y en la comunidad cristiana como tal. Y dicha experiencia fue canalizada y expresada a través de los profetas y teólogos cristianos que se abrieron de manera plena a la acción de dicho Espíritu. Fue la acción y presencia del Espíritu la que hizo descubrir el misterio salvador de Dios revelado en Cristo y, como consecuencia, de llegar a la "alta" cristología reflejada en este cuarto evangelio. Nadie hubiese podido profundizar tanto en el misterio cristiano, ni formularlo con tanta novedad, claridad, profundidad y cercanía sin haber tenido una experiencia personal íntima y profunda de la que podía participar el grupo que constituía las comunidades joánicas.

e) El contexto del proverbio. - Este primer proverbio se halla como determinado por el contexto inmediatamente anterior. En él se establece, como criterio del amor a Jesús, la observancia de los mandamientos. En realidad se trata de algo más profundo. Es la misma orientación de la vida desde las enseñanzas o desde las palabras de Jesús, lo que está en juego. La frase que mejor traduce el pensamiento que intentamos exponer es la canonizada por el apóstol Pablo cuando habló de la obediencia de la fe. Sólo desde ella es posible o se hará posible la realidad nueva.

Y esto significa que dicha realidad nueva será posible gracias a la presencia permanente del Espíritu. Así lo confirman las palabras de Jesús que siguen inmediatamente a la formulación del proverbio: No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros (Jn 14, 18). Jesús se refiere a su vuelta en la Pascua y en el Espíritu Paráclito, a la parusía joánica. La presencia ininterrumpida de Jesús por medio del Espíritu Paráclito sustituye a la representación tradicional-apocalíptica de la vuelta-parusía de Cristo al fin de los tiempos.

2. El Espíritu Paráclito como "Maestro"

"Os he dicho todo esto durante el tiempo de mi permanencia entre vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis todo lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo" (Jn 14, 25-26).

a) Visión retrospectiva y futura. - Mientras vivió Jesús los discípulos no tuvieron problemas. Entre otras razones porque todavía no eran discípulos. El discipulado cristiano, en sentido estricto, no existe sin la fe en la resurrección. Antes de la resurrección de Cristo, los discípulos de Jesús eran sus "acompañantes, admiradores, aprendices, aspirantes, novicios, alumnos..."; hombres atraídos por la doctrina, por la bondad y por la personalidad extraordinaria de aquel gigante del espíritu. Pero la resurrección de Jesús cambió radicalmente las cosas. La acentuación garantizada de la resurrección de Jesús le constituía en Señor y Cristo, en Hijo poderoso de Dios según el Espíritu santificador (Hch 2, 36; Rom 1, 3). Esto significaba que el acompañamiento de aquellos hombres se convirtió en seguimiento incondicional; la admiración por un hombre extraordinario en aceptación de su señorío único; el aprendizaje ilusionado en discipulado maduro, estable y definitivo; el noviciado en profesión perpetua; el alumnado en dependencia permanente.

b) Dos épocas. - El Paráclito es presentado como maestro. En la historia de la salvación, en su fase última, existen dos épocas: la de Jesús y la de la Iglesia. Entre ellas hay una diferencia clara, que se manifiesta en nuestro texto mediante la partícula adversativa, pero, que tiene la finalidad de introducir una distinción entre lo anterior y lo posterior. Se apunta, por tanto, hacia una novedad en el campo de las palabras o de la enseñanza. Esto sugiere que la revelación no ha terminado, que espera y camina hacia su cumplimiento que será suministrado por el Paráclito.

El problema no se resuelve, sin embargo, hablando sólo de "novedad". Sencillamente porque la novedad aludida no consistirá en decir cosas nuevas. La novedad consistirá en enseñar y recordar lo que Jesús había dicho. Novedad no cuantitativa, sino cualitativa: discontinuidad sobre la base de la continuidad; novedad sobre la base de lo ocurrido en el pasado; proclamación actual fundamentada en lo transmitido; actualización sobre la base de la tradición; actuación del Espíritu sobre la base de lo dicho y hecho por Jesús. Las dos épocas se diferencian cronológicamente, con todo lo que la cronología significa en este campo, y se unifican teológicamente.

c) Las dos épocas se fusionan en una. - Gracias a la acción del Paráclito, las dos épocas de la historia de la salvación en su fase última, se fusionan en una, de tal manera que la segunda completa la primera y la primera es el verdadero fundamento de la segunda. Así como Jesús fue el hermeneuta o exégeta de Dios (Jn 1, 18), así el Paráclito es el hermeneuta o exégeta de Jesús. El Paráclito es a Jesús lo que Jesús es al Padre. La palabra de Dios, o Dios mismo en cuanto palabra, llegó a nosotros en Jesús. Las "cosas que Jesús ha dicho", la frase, en cuanto tal, recoge y resume toda la obra reveladora del Padre mediante y a través de Jesús. Sus múltiples palabras son la expresión y el ensayo para hacer comprensible la Palabra única. Pero esto no era posible en la época primera. Era imprescindible la segunda, en la que el Paráclito os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho.

Considerar al Paráclito como el verdadero maestro de toda la Iglesia, si se toma en serio, supera el esquema de las dos clases en que se divide la Iglesia: la docente y la discente (como antes se decía y como, en la práctica, se sigue todavía entendiendo a menudo, como si de un dogma intangible se tratara). Dentro de la comunidad, enseñar y aprender son conceptos mutuamente subordinados que sólo unidos representan todo el proceso doctrinal. La enseñanza incluye el aprendizaje, y éste debe capacitar para la labor docente, por cuanto libera en la fe para la autonomía cristiana. En una comunidad cristiana todos son a la vez maestros y discípulos. En definitiva, también a eso debe contribuir el recuerdo de Jesús (J. Blank).

d) La "enseñanza" y el "recuerdo". - Cuando se habla de la enseñanza de Jesús se hace referencia a la revelación definitiva de los tiempos escatológicos. Pues bien, el Paráclito hará presente y patente la revelación de Jesús. Y esto lo llevará a cabo mediante un proceso de interiorización de la enseñanza de Jesús. En la terminología actual esto podría traducirse así: el Paráclito tendrá la finalidad de descubrir la más alta cristología, pero partiendo de la jesusología (manifestando, dando a conocer, desvelando, todo lo que Jesús fue e hizo). El Paráclito es la persona del recuerdo. Nos traerá a la memoria lo enseñado por Jesús.

Notemos, sin embargo, que el recuerdo bíblico no se limita a traer algo a la memoria o a evocar cosas pasadas. El recuerdo se centra en la actualización de dicho pasado; pretende afirmar que lo ocurrido en el pasado se convierte en acontecimiento ocurrente, en algo que sigue ocurriendo y que ahora es comprendido desde una luz o perspectiva nueva; el recuerdo se refiere al proceso vivo de aplicación y de nueva apertura de la historia de Jesús a las circunstancias cambiantes que van surgiendo. Y esto debe hacerse no mediante una mera repetición, sino a la luz de la Pascua y de la presencia operante del Espíritu Paráclito; se trata de un recuerdo creador y creativo, no de un recuerdo meramente repetitivo ni añorante de los mejores tiempos ya pasados. El Espíritu Paráclito no es poste repetidor, sino central generadora de energía, de luz y de vida.

La presencia del Espíritu Paráclito, con su acción de "maestro", que enseña, recuerda, actualiza y critica, se extiende a toda la comunidad y en modo alguno debe ser acaparado por un círculo privilegiado de portadores oficiales del Espíritu Paráclito. La arrogancia injustificada y "petulante" de la posesión del Espíritu Santo en exclusiva va directamente en contra del evangelio.

e) El "recuerdo" del Paráclito como realidad viva y vivificadora. - Lo problemático -entonces lo mismo que ahora y que siempre- es lograr la armonia necesaria entre lo nuevo y lo viejo; entre los necesarios conceptos y representaciones nuevas para ofrecer la verdadera imagen actual de Jesús y de su doctrina con la más genuina tradición que descansa en Jesús mismo. El problema de esta difícil armonía es el que se halla presente y latente en nuestro texto. Se trata de conjurar dos elementos igualmente peligrosos: un historicismo a ultranza, al estilo de las antiguas vidas de Jesús, con un pneumatismo desenraizado de todo lo terreno. Sólo el Espíritu Paráclito es capaz de proporcionar la visión de lo trascendente y sobrehumano existente en la vida terrena de Jesús. Pero sin la consideración y acentuación de dicha historia terrena de Jesús, las experiencias del Espíritu Santo podrán conducir a puros y peligrosos desvaríos subjetivos.

f) El Paráclito enviado "en mi nombre". - La primera sentencia sobre el Paráclito nos dice que éste será enviado por el Padre sobre la base de la petición que haga Jesús. En este segundo proverbio aparece un cambio: el Paráclito será enviado por el Padre, no a petición de Jesús, sino en su nombre: que el Padre enviará en mi nombre. Las dos fórmulas son prácticamente paralelas y vienen a decir lo mismo. Lo peculiar de la segunda es que subraya más la idea de su unión con Jesús. Cuando se dice que el Paráclito actúa en nombre de Jesús se pone de relieve que su acción procede de la unión del Padre y del Hijo.

El Paráclito es enviado para revelar a Cristo, para dar a conocer toda su dignidad, para manifestar su condición de Hijo, para suscitar la fe en Jesús en cuanto Hijo de Dios y revelador del Padre. Así el Espíritu Paráclito lleva a su plenitud y perfección la obra reveladora de Jesús.

En todo caso, esta segunda fórmula, "en mi nombre", tiene subyacente toda la teología tan importante sobre "el nombre". El nombre indica toda la realidad de la persona. Cuando se habla del nombre de Jesús, la referencia no se limita al nombre propio en cuanto tal. El "nombre" de Jesús connota toda su categoría y dignidad e incluye, por tanto, todos los demás nombres o títulos utilizados para expresarlas.

3. El Paráclito en cuanto "testigo"

"Cuando venga el Paráclito, el Espíritu de la verdad, que yo os enviaré y que procede del Padre, él dará testimonio favorable sobre mí. Vosotros mismos seréis mis testigos, porque habéis estado conmigo desde el principio" (Jn 15, 26-27).

a) El Espíritu Paráclito enviado por Jesús. - Jesús mismo envía al Espíritu Paráclito directamente a los discípulos. Debe notarse la eliminación de los "intermediarios" y la acentuación de su origen "de junto al Padre" y de su misma naturaleza: "proviene" (el Paráclito) del Padre. De este modo se hace patente que quien está hablando es el Resucitado. La misión confiada al Espíritu de la verdad es dar testimonio sobre Jesús. El verbo griego utilizado, martireo, que nosotros traducimos por "dar testimonio, atestiguar", es muy frecuente en el evangelio de Juan (aparece en él 33 veces). Sin embargo, es significativo que no lo hubiese hecho hasta este momento en los discursos de despedida. Si lo hace aquí es porque quiere afirmar la función pareja del Paráclito y de los discípulos.

b) El doble proceso. - El Paráclito es presentado como testigo de Jesús. Cuando hablamos de testigos suponemos un proceso. Aplicado al Paráclito, dicho proceso se desarrolla en dos frentes: en el proceso interno, que es el de la iluminación de los discípulos en orden a la comprensión del misterio de Jesús. El Espíritu Paráclito es enviado a los discípulos para afianzarlos en la fe. Y en el proceso externo, al que ha sido y es sometida la comunidad cristiana por parte de los dirigentes judíos (Jn 9, 22; 12, 42; 16, 2). El Espíritu Paráclito actuará como testigo de la causa de Jesús, de la autenticidad, legitimidad y derecho de la fe de la Iglesia a través de los discípulos. Desde el primer momento este testimonio se hizo claro en las persecuciones sufridas por los discípulos a causa de su fe. Y a lo largo de la historia de la Iglesia el "testimonio" en este proceso externo" ha sido incesante.

c) El Paráclito procede del Padre. - Cuando se afirma que el Paráclito "procede del Padre" se quiere decir que es enviado por él. Bastaría para demostrarlo subrayar las dos frases siguientes, que son paralelas: que yo os enviaré de parte del Padre (Jn 15, 26). El sentido del envío o de la misión del Paráclito por el Padre no admite duda alguna. La segunda frase, paralela y yuxtapuesta a la anterior, afirma que el Espíritu procede del Padre. Las dos frases subrayadas expresan la misma realidad. Decir que el Espíritu procede del Padre es sinónimo de afirmar que el Espíritu es enviado por el Padre. Esto significa que esta "procesión" no puede aplicarse ni explicarse como su "procesión eterna", con la cual hicieron filigranas tan primorosas las especulaciones teológicas del pasado.

Si el Paráclito debe dar testimonio de Jesús es porque lo conoce bien. Lo mismo que si Jesús puede hablarnos de Dios es porque lo conoce bien, por razón de su unión con el Padre, porque está en el seno del Padre (Jn 1, 18). La posibilidad y competencia en relación con el testimonio que el Paráclito puede dar sobre Jesús sitúa al Espíritu en el mundo de lo divino. Desde este mundo es enviado para revelar a Aquel que vino desde él.

d) El testimonio de los discípulos. - Junto al testimonio del Paráclito es destacado también el que deben dar los discípulos. La razón del mismo es también el conocimiento y la unión: porque desde el principio estáis conmigo. La frase nos introduce de lleno en la paradoja de la fe. Por un lado, esta fe es únicamente posible desde la Pascua y bajo la acción del Espíritu Santo. Pero, por otro, la fe cristiana se halla inseparablemente unida a Jesús de Nazaret, y a su vida y enseñanzas mientras vivió en nuestro mundo. Queremos destacar cuanto sea posible este aspecto, entre otras razones porque así lo ha hecho también el evangelista.

Frente a posibles desenraizamientos históricos y concretos de la revelación cristiana -representados en tiempos del evangelista por las corrientes gnósticas, que consideraban como irrelevante la persona de Jesús, o a lo sumo la valoraban como un "medium" utilizado por el Cristo celeste para comunicar su conocimiento-gnosis salvadora a los hombres- se acentúa la unión de la revelación con la historia, con lo histórico, con lo concreto y tangible. Es la única manera de evitar que el cristianismo se convierta en una ideología. Por eso la primitiva comunidad cristiana dio una importancia excepcional a los testigos oculares, a lo que habéis oído desde el principio, a los que estuvieron con él desde los mismos comienzos de su ministerio terreno. Esta es la única condición que se exige cuando se trata de completar el número doce para sustituir a Judas (Hch 1, 16ss).

4. El Espíritu Paráclito como "juez"

Sin embargo, es más conveniente para vosotros que yo me vaya. Os digo la verdad. Porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré. Cuando él venga, pondrá de manifiesto el error del mundo en estos tres puntos: en relación con el pecado, con la justicia y con el juicio. En primer lugar en relación con el pecado, porque demostrará que hicieron mal al no creer en mí. En segundo lugar, en relación con la justicia, porque demostrará que me voy al Padre, cuando haya desaparecido de entre vosotros. Finalmente, en relación con el juicio, porque demostrará que el príncipe de este mundo ha sido condenado" (Jn 16, 7-11).

Al calificar al Paráclito como "juez" deberíamos prescindir de las connotaciones que esta palabra tiene para nosotros. Es necesario advertir que, en todo proceso judicial, que investiga la culpa o inocencia de un procesado, debe haber un juez. También en el proceso de la fe. Y como en este cuarto proverbio sobre el Paráclito se trata del proceso de la fe, hemos elegido el vocablo en cuestión con la esperanza que su significado se aclarará en el comentario que haremos a continuación. Creemos conveniente, ya desde ahora, remitir a lo que dijimos a propósito de la tercera sentencia sobre el Paráclito, en la que era presentado como "testigo". Su aspecto o función de testigo puede proyectar alguna luz sobre su calidad de juez.

a) Retorno de Jesús al Padre. - Jesús nos habla de la "conveniencia" de su partida: Es más conveniente para vosotros el que yo me vaya. El Jesús histórico tenía que irse para que su verdadera dimensión, la de ser Revelador, pudiera ser comprendida en toda su densidad y significado. El es el Revelador si continúa siéndolo, y continuará siéndolo si envía al Espíritu Paráclito. Pero sólo enviará el Espíritu cuando se haya ido. Lo afirma él mismo como razón o argumento para convencernos de la "conveniencia" de irse: Porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros, pero si me voy, os lo enviaré (Jn 16, 7). Teniendo en cuenta que la venida del Paráclito está condicionada por la partida de Jesús, nosotros no hablaríamos de la conveniencia, sino de la necesidad de que Jesús se vaya. Sólo cuando se haya ido podremos conocerlo a fondo, gracias a la acción del Paráclito.

b) La palabra y su interpretación. - Sólo el Espíritu hace comprensible el acontecimiento de la revelación. Jesús puso el hecho. El Paráclito pone la palabra que lo interpreta. Hecho y palabra simultáneamente, no separadamente, constituyen el acontecimiento revelador en cuanto tal. El hecho de Jesús en su sentido más estricto, en todo su alcance y contenido, implicaba su partida. Sólo desde ella y bajo la iluminación del Espíritu se haría posible la fe verdadera. Por eso, para aquellos primeros discípulos, era necesaria la partida de Jesús, y los creyentes posteriores no se encontrarán en desventaja frente a ellos por no haber visto a Jesús con los ojos de la cara. En consecuencia, Jesús debía irse para que pueda venir el Espíritu Paráclito. Pero, a pesar de su aparente separación, el Espíritu sigue ligado por entero a la obra de Jesús, de modo que hay que hablar del retorno de Jesús en el Espíritu Paráclito a su comunidad. Jesús vuelve en su Espíritu. En vez de la presencia histórica de Jesús entra ahora la presencia espiritual en la comunidad y en todos aquellos que lo aceptan como el Revelador.

c) El Paráclito demostrará los errores del mundo. - En su función de "juez" el Paráclito convencerá al mundo de sus errores. El verbo griego que traducimos por "convencer" (= elégjo), tiene aquí el sentido de demostrar que alguien está equivocado con las siguientes matizaciones que también puede incluir "sacar a la luz una intención engañosa, acusar, avergonzar, refutar". El Paráclito da a conocer la situación del mundo ante su creador, lo mismo que Jesús dio a conocer la situación del mundo, que en su tiempo eran los judíos, ante Dios.

La tarea del Paráclito consistirá en demostrar que el mundo se equivocó en relación con Jesús. Al mantener la misma actitud en relación con la fe en Jesús, por parte de sus discípulos o en relación con ellos, sigue en el mismo error perjudicial para él.

El mundo será acusado y "convencido" de pecado: hicieron mal al no creer en él. En eso consiste fundamentalmente el pecado en el evangelio de Juan, en no aceptar a Jesús como el Revelador y el enviado del Padre (Jn 8, 21-34); en rechazar la oferta de la luz por creerse con suficiente visión, convirtiéndose, por esta actitud, en verdaderos ciegos (Jn 9, 40-41); en considerar equivocados, pecadores, a otros, precisamente por reconocer y aceptar a Jesús como lo que era. Los demás son pecado en la medida de su participación en el rechazo de Jesús. De este modo, el concepto de pecado adquiere una trascendencia total; es aplicable al hombre de cada momento, cuando se gloría y presume de su total autonomía, rechazando la oferta divina de la salud-salvación.

El mundo estuvo y está equivocado en relación con la justicia. El concepto de justicia, en nuestro caso, debe entenderse desde la ida de Jesús al Padre: porque me voy al Padre. Como se trata de un proceso, la justicia equivale a la inocencia, en el sentido de tener razón. Jesús tenía la razón, como lo demuestra el hecho de su retorno al Padre. La pretensión de Jesús de ser el enviado de Dios, de ser uno con el Padre, fue considerada por los judíos como insensata y blasfema. El Padre ha certificado que las pretensiones de Jesús eran correctas. Resucitando a Jesús de entre los muertos, Dios rubricó toda la obra de Jesús, sus hechos, dichos, enseñanzas, pretensiones.

El mundo estuvo equivocado también en relación con el juicio. Esto quiere decir que el mundo, al condenar a Jesús, se autocondenó, porque Aquel al que condenó a muerte es el vencedor de la muerte. De este modo el proceso sigue abierto. La victoria de Dios significa la derrota de Satanás, su oponente, el príncipe de este mundo, que es presentado como la personificación del mal y de la incredulidad. Este juicio se convirtió también en un acontecimiento que trasciende el tiempo, puesto que sigue realizándose mientras sea posible la confrontación de la revelación cristiana con el mundo. Y esto será posible mientras exista la comunidad cristiana.

5. El Espíritu Paráclito como Revelador

"Tendría que deciros muchas cosas más, pero no podríais entenderlas ahora. Pero cuando venga Aquel, el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis entender la verdad completa. El no hablará por su propia autoridad, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y os anunciará las cosas venideras. El me honrará a mí, porque todo lo que os dé a conocer lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el Padre es mío también; por eso os he dicho que "todo lo que el Espíritu os dé a conocer, lo recibirá de mí" (Jn 16, 12-15).

a) Jesús es el Revelador. - Jesús es el Revelador, porque ha manifestado el Nombre, la realidad divina, su revelación, a los hombres. La tarea del Paráclito, ¿añadirá algo a lo revelado por Jesús? La aportación del Espíritu no es cuantitativa, sino cualitativa. Su acción consistirá en que, bajo el impulso de su presencia y de su iluminación, quedará desvelado el misterio de Jesús y de su revelación. Por tanto, la aportación del Espíritu está en la línea de la verdad y del conocimiento de la palabra de Jesús. La verdad completa o plena se refiere a la revelación de Cristo entendida como una totalidad, como una magnitud única de sentido que ya ha sido dada y que es universal y trascendente.

b) Distintos niveles de la revelación. - La densidad y concentración de lo expresado en el párrafo anterior nos obliga a volver sobre lo dicho en un intento de mayor explicación. No perdamos de vista el texto concreto sobre el que estamos reflexionando: Cuando venga Aquel, el Espíritu de la verdad, os iluminará para que podáis llegar hasta la verdad completa (Jn 16, 13). ¿Qué es la verdad completa? ¿Es distinta de la verdad enseñada por Jesús? ¿Existe otro nivel para ascender al cual se requiere la intervención del Paráclito? ¿Qué significa el "plus" que tiene que añadir el Paráclito a la revelación de Jesús? Ciertamente no debe entenderse en el sentido de que a Jesús no le dio el tiempo suficiente para explicar todo el programa y, por tanto, que le quedaron algunos temas sin explicar. Y si alguien podía terminar su tarea ése no podía ser más que el Paráclito.

c) La perspectiva del futuro. - El "plus" del Paráclito o lo que éste debe añadir a lo dicho y hecho por Jesús debe verse desde la perspectiva de la continuidad y pervivencia de la revelación en el futuro. Se trata, ni más ni menos, que de la existencia cristiana en el mundo. El futuro de la existencia cristiana estará condicionado por la palabra de Jesús captada desde la fe. Ahora bien, ¿cómo sería esto posible sin la acción del Paráclito? Sólo desde la presencia operante del Espíritu Paráclito los discípulos de Jesús serán guiados hasta la verdad completa. Sin el Espíritu no hay otra cosa que una suma de "muchas cosas" que resultan absolutamente incomprensibles y, por lo tanto, inaceptables.

Y estas "muchas cosas" no se entenderán de modo global, sino como una pluralidad de principios y dogmas particulares inconexos entre sí. Sin embargo, las "muchas cosas" se reducen a una: la revelación y la fe, diversificada en el conjunto de artículos que la esclarecen y especifican. Los textos sobre el Paráclito están en la línea de la afirmación de la primera carta de Juan: Todos son instruidos por Dios... no tenéis necesidad de que nadie os enseñe (1Jn 2, 20. 27). Serán todos enseñados por Dios (Jn 6, 45; Is 54, 13; Jer 31, 31-34).

d) La verdad completa. - La verdad completa, considerada desde Dios, es camino, peregrinación, aprendizaje. Nunca meta definitivamente alcanzada. Si consideramos la verdad completa desde la percepción humana, la incomprensión sigue haciendo patente el misterio. En este caso, el misterio del hombre. Su vida se construye en la decisión por la fe o la incredulidad. Pero, ¿qué significa esta alternativa? Por supuesto, la opción por la salvación y la vida, que es lo que significa la decisión a favor de la fe. Pero las consecuencias extremas y supremas de la decisión de la fe hoy son difícilmente aceptables, sobre todo cuando son presentadas como derivación de la fe "dogmática".

El lenguaje de los dogmas eclesiásticos y de la predicación tradicional le resulta tan extraño al hombre de hoy que ha dejado de ser el adecuado para dirigirnos a él con la oferta de la fe. ¿Cómo se le puede pedir la decisión a favor de algo tan increíble e incluso tan inverosímil como resultan las formulaciones dogmáticas tradicionales? El punto de vista cultural se convierte de nuevo en una muralla infranqueable para la aceptación de las "muchas cosas" que se le dicen pertenecer al terreno irrenunciable de la fe. ¿Cómo puede vincularse el sentido de la vida, descubierto por la decisión de la fe, a opciones, propuestas o alternativas tan poco significativas si muchas de las palabras y fórmulas no son siquiera medianamente comprensibles? Para que la fe pueda ser presentada como el principio determinante del sentido de la vida tiene que estar más vinculada al misterio de la vida tal como fue anunciado y vivido por Jesús de Nazaret y tal como tiene que ser redescubierto por la presencia actuante de Paráclito. La aceptación de los distintos niveles únicamente puede ser posibilitada mediante la acción del Espíritu en nuestro espíritu. Sólo entonces nuestro espíritu podrá ensayar el camino hacia las alturas del Espíritu.

La verdad nunca es completa aisladamente. La verdad "completa" se completa en la interrelación de los dos misterios, el de Dios y el del hombre.

e) La tarea específica del Paráclito. - Llevar a la verdad completa es una de las expresiones que mejor sintetizan el quehacer del Espíritu Paráclito presente y actuante en la comunidad cristiana. Consiste en:

Asegurar la conexión o vinculación con el pasado. La fe cristiana está centrada en el hecho de Jesús; en lo hecho por él: su enseñanza y conducta en plena coherencia, y lo hecho sobre Jesús, por los hombres que lo mataron y por Dios que le resucitó.

La maduración en la fe, liberándola de las adherencias culturales que "se pegan" a toda creencia transmitida a lo largo de los siglos.

La "verdad completa" obliga al creyente, a la comunidad cristiana, a distinguir claramente entre la adaptación y la acomodación. La adaptación es una nueva interpretación que respeta la verdad y tiene delante a aquellos que deben captarla y vivirla. Esto significa que el momento presente, las circunstancias actuales, deben constituir una referencia esencial en la reflexión teológico-cristiana. Sólo así se producirá una verdadera inculturación.

La adaptación está exigida por los destinatarios del mensaje cristiano y en ellos tiene también sus limitaciones. Es lo que llamamos acomodación. Es difícil distinguirla de la adaptación. Pero creemos que las diferencias son decisivas. La acomodación no parte del mensaje sino de aquellos a los que se dirige; eleva a éstos a la categoría de principios normativos; los constituye en la medida de la verdad; el mensaje cristiano queda difuminado entre los criterios mundanos; no se lleva a cabo la adaptación del mensaje del evangelio a sus destinatarios, sino que es el evangelio el que debe ser adaptado a los criterios de los destinatarios del mismo.

f) Realidad divina y percepción humana. - La verdad "completa" nunca puede ser completa. Porque la realidad completa es la realidad divina que sale al paso del hombre. La verdad completa, historificada y personalizada en Jesús de Nazaret, es la misma verdad de Dios. Algo inasible e inalcanzable, incomprensible para el hombre, según las mismas palabras de Jesús: "es lo mucho que él tiene que decirnos y que nosotros no podemos comprender". Es el Espíritu Paráclito el que progresivamente, siguiendo el ritmo del devenir histórico-cultural, irá proyectando la luz necesaria para la comprensión posible por parte del hombre. Por eso la tarea del Espíritu Paráclito no es "llevar" (como "es llevada" en brazos una persona o una cosa sin que ella se esfuerce lo más mínimo en la marcha y manteniendo una actitud de total pasividad), sino "guiar" a la verdad completa, "recordando" lo enseñado por Jesús.

6. Síntesis final

Al terminar nuestra exposición, repetimos una vez más, que la mejor forma de entender al Espíritu Paráclito es verlo como la fuerza personal dinámica y eficaz para la actuación de Jesús, haciendo operante la presencia renovada de Jesús en la historia, con la que va inseparablemente unido el acontecimiento de la fe en Jesús y el de su continuidad dentro de la diversidad. La presentación del Espíritu Paráclito en esta definición descriptiva es correcta. Puede resultar, sin embargo, algo teorizante, un tanto aérea, carente del aterrizaje necesario para una comprensión adecuada de todo el contenido implicado en ella. Tal vez sea conveniente, en aras de una mayor claridad, desglosarla y concretar aquí lo que se halla disperso a lo largo de la "voz".

El Espíritu Paráclito es:

BIBL. - E. SCHWEIZER, Pneuma y sus derivados en TWzNT, donde se nos ofrece una información casi exhaustiva; O. SEMMELROTH, Espíritu Santo, en "Conceptos fundamentales de la Teologia" II, Cristiandad, 1966; JOHN L. MCKENZIE, Spirito, en "Dizionario Biblico", traducción de "Dictionary of the Biblie; M. MIGUENS, El Paráclito (In 14-16), Jerusalén, 1963; R. KocH, Espíritu, en J. B. BAUER, "Diccionario de Teología Bíblica", Herder, 1967.

Felipe F. Ramos