PENITENCIA, EL DIOS DE LA
DC


SUMARIO: I. Escritura: 1. Dios misericordioso; 2. Dios justo; 3. Dios reconciliador; 4. Dios perdonador.—II. Tradición: 1. Dios bueno y piadoso; 2. Dios misericordioso, que hace misericordia; 3. Dios justo, que hace justicia; 4. Dios misericordioso y justo a la vez; 5. Dios, conocedor de los secretos del corazón del hombre; 6. Dios poderoso, que busca la salvación del hombre; 7. Dios redentor, que salva y libera; 8. Dios Trinidad, que recrea y renueva al pecador.—II. Teología: 1. Dios misericordioso al encuentro del pecador; 2. Cristo Salvador, mediación pascual de reconciliación; 3. El Espíritu vivificante, don y fuerza de reconciliación.—IV. Liturgia.


Conversión-reconciliación-perdón son los tres centros de sentido del proceso penitencial, no sólo porque expresan los contenidos nucleares de la penitencia, sino también porque significan la acción principal de los diversos "personajes", que intervienen diferenciadamente en el encuentro sacramental: sujeto penitente (conversión), Iglesia mediadora (reconciliación), Dios misericordioso (perdón). Estos tres elementos, al mismo tiempo que pertenecen a la estructura interna del ser creyente (pues no hay verdadera fe sin voluntad de conversión, reconciliación, perdón), pertenecen también a la estructura interna del cristiano penitente (pues no hay verdadera penitencia sin conversión, reconciliación, perdon). Estos tres aspectos se exigen e implican mutuamente, pues para darse uno de ellos en plenitud, es preciso que se realicen los demás. No obstante, cada uno pone de relieve un aspecto que no se indica con la misma perfección en el otro:

Conversión: está señalando al mismo tiempo transformación interna por la gracia, y voluntad o esfuerzo de conversión por el rechazo del pecado, la ascesis, la renuncia. Y esto es lo que se expresa en la palabra "poenitentia", de donde la conveniencia de hablar de "sacramento de la penitencia".

Reconciliación: indica algo en relación con los otros, con el Otro, y tiene por finalidad unir lo que está separado, relacionar lo dividido. La reconciliación pone el acento en el encuentro, la comunicación, la unidad y la paz. Por lo que cobra una gran importancia la mediación reconciliadora, bien sea en relación con Dios, con la Iglesia, consigo mismo, con los hermanos, con la creación entera. De ahí la conveniencia de hablar de "sacramento de la reconciliación".

Perdón: implica necesariamente la reconciliación, pero no se reduce a ella. La reconciliación es más horizontal, el perdón más vertical; aquella es más exigitiva o imperativa, este más gratuito e indicativo. El perdón es creador y renovador, es gratuito y misericordioso, supera y sobreabunda en relación con la respuesta, no depende de la equivalencia del contra-don...Por eso, también conviene el hablar de "sacramento del perdón'.

Pues bien, de estos tres aspectos esenciales, vamos a estudiar de forma especial el referente al perdón de Dios misericordioso, de manera que podamos mostrar cuál es la imagen que del mismo Dios nos revela el sacramento de la penitencia. Será preciso recorrer, por tanto, las diversas áreas de explicitación (Escritura, Tradición, Teología, Liturgia), y los diversos aspectos de realización de esta intervención de Dios (conversión, confesión, satisfacción, intervención ministerial, absolución), para apreciar la riqueza reveladora del mismo sacramento. Hay que tener en cuenta que las expresiones y explicaciones de Dios en cuanto "perdonador" son múltiples, tanto en la Escritura, como en la tradición, la teología y la liturgia, lo que nos impone una rigurosa selección, dado el caracter de nuestro estudio y el espacio de que disponemos.


I. Escritura

1. DIOS MISERICORDIOSO. El atributo "misericordioso", "misericordia" (éleos), y los sinónimos (piedad, compasión, bondad, benevolencia, benignidad, gracia) es uno de los más frecuentemente aplicados a Dios en la Biblia. El Antiguo Testamento la traduce por "hésed", expresión que abarca el sentido general de fidelidad a la alianza, hasta el de bondad, gracia misericordiosa (Is 63, 7; 16,5; Os 2,21; Zac 7,9; Sal 25,6). La fidelidad de Dios a la alianza, le llevará a mostrarse siempre compasivo y misericordioso con los que la rompen, venciendo siempre en El la misericordia a la ira o el castigo (Ex 34, 6; Num 14,19; Jer 3,12; Sab 11,21-12,2. 11-19).

En el Nuevo Testamento, los Sinópticos emplean la expresión "éleos" sobre todo para indicar la irruptión de la misericordia divina en la realidad de la miseria humana, bien sea curando a los enfermos (Mc 10, 47-48; Mt 9, 27; 15,22; 17,15; Lc 17,13), o liberando a los poseídos por el diablo (Mt 15,22; 17,15), o perdonando a los pecadores (Mt 9,1-8; Mc 2, 1-12;Lc 5,17-26). La misericordia es un atributo de Dios,que se realiza en Cristo, quien manifiesta que la respuesta que Dios quiere a su misericordia, no se encierra en el cumplimiento de la ley ni en la práctica minuciosa de los ritos, sino en la solidaridad real con los pobres y humildes, que tienen hambre (Mt 9,13; 12,7. Cf. 1 Sam 15,22; Os 6,6), o están necesitados y perseguidos (Lc 10,37). Por eso, se alaba con las bienaventuranzas al que es misericordioso y hace misericordia (Mt 18,33; Lc 10,37; 16,24). Pablo resalta cómo es de esta misericordia de Dios de la que procede la salvación de judíos y gentiles (Rom 11,32; Ef 2,4; Tit 3,5), la alegría y la paz (1 Tim 1,2; 2 Tim 1,2), la curación y la reconciliación (Flp 2,27; Rom 5,10 ss.; 2 Cor 5,15-18; Col 1,19-22). Porque Dios es misericordioso con nosotros, los cristianos pueden y deben tener "entrañas de misericordia" (Flp 2,1). Es esta misericordia la que, según Pedro, mantiene en nosotros la esperanza de la resurrección en Cristo (1 Pe 1,3).

Así pues, la reacción del Dios fiel ante la infidelidad del pueblo a la alianza, lejos de ser la ira y el castigo, es la misericordia y el perdón. La reiterada promesa de misericordia llega a su punto culminante en Cristo, y se prolonga en la Iglesia, de modo especial por el sacramento de la penitencia, que es al mismo tiempo indicativo y exigitivo de misericordia.

2. DIOS JUSTO (dikaiosyne);. La justicia de Dios se ensalza en los tiempos primitivos (Jue 5,11), se celebra por la asamblea del pueblo (1 Sam 12,7; Is 45,24; Sal 103,6...), se realiza en su acción salvífica y liberadora (Is 45,21; 51,5 ss.; 56,1; 62,1). La justicia de Dios es considerada en el Antiguo Testamento como un bien en si misma, no como un castigo (Dt 25,1). Después del exilio, los textos hablan de la justicia del hombre piadoso delante de Dios, y de la justicia interhumana, que se mide por la fidelidad a la ley, y que expresa la justicia de Yahvé. Es Dios, en definitiva, el único que puede pronunciar un juicio justo: el ámbito de este juicio es el culto (Sal 7,9; 17,1-5; 18,22-24; 26,1-6). El judaismo rabínico verá en la armonía con la ley la verdadera justicia.

En el Nuevo Testamento, la justicia es uno de los centros de la predicación de Jesús, según Mateo. Ya para Juan Bautista, lo mismo que para Isaías, la conversión y la penitencia exigen la justicia (Mt 21,32). Jesús mismo se sometió al bautismo de Juan para "cumplir toda justicia" (Mt 3,15). Y los únicos que serán justificados son los que tienen hambre y sed de justicia (Mt 5,6). En consecuencia, Jesús se dirige especialmente a los pecadores, que creen necesitar justicia, y no a los que consideran no necesitarla, porque ya se creen justos (Mt 9,13; Mc 2,17). El conflicto de Jesús con escribas y fariseos radica en que estos creen en una justicia de la ley y las obras, de separación entre buenos y malos, entre justos e injustos (Mt 20,13-15; 13,49), mientras Jesús predica una justicia de gratuidad y misericordia, de acogida y cercanía, de conversión del corazón (Mt 23,27 ss.; 21, 32). Por eso dice: "si vuestra fidelidad (justicia) no sobrepasa la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de Dios" (Mt 5,20).

Esta misma es la predicación de Lucas, para quien son los publicanos y pecadores, y no los escribas y fariseos, los que obtienen justicia de Dios, perdón misericordioso. Así se ve en las parábolas del fariseo y el publicano (18,9-14), de la oveja y la dracma perdida (15,1-10), del hijo pródigo (15,11-32). Por eso, "hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión" (v.7).

Para Pablo esta justicia de Dios se manifiesta en que Dios, ante el pecado de la humanidad, no se deja llevar por su ira, sino que, a pesar de la actitud rebelde e infiel del hombre, hace prevalecer su salvación y su soberanía, tal como se manifiesta en Cristo, verdadero Justo que nos justifica (cf. Gál cap. 5-10). Por eso, el hombre sólo puede ser justificado por la fe en la justicia de Cristo, no en la de la ley (Rom 3, 26-28; Gal 2, 16). Toda la vida del cristiano debe ser una fidelidad y un servicio a esta justicia de la que participamos por el bautismo y por la penitencia (Rom 6, 13.22; 2 Cor 3, 9; 11, 15).

3. DIOS RECONCILIADOR'. Los términos bíblicos para designar la reconciliación (katallasso - katallagé) se utilizan con cierta abundancia en Pablo, referidos a la reconciliación con Dios (Rom 5, 10; Col 1, 20.22; Ef 2,16) y con los demás (1 Cor 7.11; 2 Cor 5, 17-20). El verdadero sujeto reconciliador es Dios, pero el verdadero agente de la reconciliación es Cristo (Rom 5, 10 ss.; 2 Cor 5, 19). El es quien, con su encarnación, vida, muerte y resurrección, ha obrado la reconciliación definitiva (Col 1,19-22), que se ofrece permanentemente a los hombres como don ("dejaos reconciliar con Dios": 2 Cor 5, 20), y como servicio ("nos confió el ministerio de la reconciliación": v.18).

Esta continuación del "ministerio de la reconciliación" por la Iglesia tiene los mismos objetivos que la reconciliación obrada por Cristo: poner fin a la enemistad entre Dios y los hombres a causa del pecado (2 Cor 5, 19), llevar a la paz y a la amistad con Dios (Rom 5, 1), ofrecer la salvación dada (Rom 5, 10), conducir a la aceptación de la novedad de vida (2 Cor 5, 17), exhortar y mantener en la mutua reconciliación (1 Cor 7, 11), poner en paz todas las cosas según el ideal de la creación (Col 1, 20). La reconciliación consiste, por tanto, en unir lo separado, en cancelar la deuda, en conducir a la amistad desde la enemistad, en traer a la paz desde la ruptura. La Iglesia entendió desde el principio que esta tarea de reconciliación estaba unida a una obra de conversión y penitencia (Mt 4, 17; Mc 1, 15; Ef 4, 22-24). Más aún, puesto que entre los miembros "santos" había también pecadores (Mt 18), entre el trigo crecía también la cizaña (Mt 13, 36-43), entre quienes permanecían firmes en la fe había quienes naufragaban (1 Tim 1, 19-20; 1 Tes 5, 14...), y la misma comunidad sufría el escándalo de algunos miembros (1 Cor 5, 1 ss.) era preciso aplicar medios adecuados para prevenir y corregir (1 Cor 8, 11-12; Mt 18, 15-16), para atar y desatar (Mt 18, 18), para perdonar y reconciliar (Mt 6, 12-15; 18, 21-22.32-35...)5.

4. DIOS PERDONADOR. Reconciliación y perdón son dos aspectos diferenciados e inseparables, pero no confundibles, de una misma realidad. Los términos bíblicos para indicar el perdón ("afíemi": soltar, remitir, perdonar; "áfesis": perdón; "paresis": remisión o perdón provisional) ponen de manifiesto que el acto de perdonar es un acto de la misericordia de Dios, que pasa de largo, borra los pecados (Am 7; Ex 32, 12.14; Jer 26, 19; Ez 36, 29.33...). En el Nuevo Testamento "afíemi", en su sentido tanto de "soltar al pecador", como de "perdonar" el pecado (afihénai hamartías: Mt 2, 5.7 par.) se entiende también como una obra de Dios frente al obrar del pecador, fundamentada en Cristo, que no solo predica, sino que realiza el perdón (Col 1, 14; Ef 1, 7; Lc 4, 18 ss; 7, 49; Mc 10, 45; Mt 18, 21 ss.). Reconciliación y perdón solo se entienden desde la cruz, desde el amor entregado y la sangre derramada para el perdón de los pecados (Mc 10, 45; Heb 9, 22; Rom 8, 32...)

El perdón es, pues, un acto gratuito y eficaz de Dios, por la cruz de Cristo, que olvida y borra (Rom 4, 7; 11, 27), absuelve y libera (Heb 19, 18), justifica e indulta (Rom 3, 21 ss.; 4, 22-25...). Además de la mediación de Cristo, destacan la iniciativa misericordiosa y el amor paterno (Lc 15, 11-22), la fidelidad y la justicia (1 Jn 1, 9; Rom 3, 5.25), el poder y la magnanimidad (Mc 2, 7; Lc 5, 21; Mt 9, 3) de Dios perdonador. Aunque se habla del perdón al hermano como condición para el perdón de Dios (Mt 18, 35), en realidad no se trata de una "prestación previa" que merezca el perdón de Dios, sino más bien de una consecuencia del perdón gratuito de Dios, que exige no poner condiciones a quienes nos ofenden, ni aunque sean enemigos (Mt 6,12 par.; 5,38-48; Rom 12,19 ss.).


II. Tradición

Estos atributos que se aplican de modo especial y más frecuentemente a Dios en relación con la situación penitencial, los encontramos "ampliados" de distintas formas en los diversos testimonios de la tradición, sobre todo patrísticos y litúrgicos. Dado nuestro objetivo, y la imposibilidad de recoger aquí todas las fuentes, nos fijaremos sólo en un testimonio que nos es bien conocido y querido: el de "las colectas sálmicas del oficio catedralicio de la liturgia hispánica". Toda oración, bien vaya dirigida al Padre o a Cristo, implica una llamada, una invocación a Aquel con quien se quiere entablar diálogo. Dios es el interlocutor principal. Se exprese en los textos de una u otra forma (invocatio, adiuncta, petitio), los atributos divinos son el punto de referencia imprescindible de toda oración, por los que nos viene presentado el "personaje" Dios.

1. DIOS BUENO Y PIADOSO. Con ambas expresiones se pone el acento no solo en la ausencia de toda maldad, de toda perversa intención y actuación de Dios, sino también en su amor maternal y entrañable y fiel, respecto a sus hijos, a quienes gratuitamente desea y concede todo bien. Por eso se pide a Dios que nos enseñe en su bondad ("Bonus es, Domine, et in bonitate tua doce nos": H 157)*. En ella y por ella Dios mismo nos convierte ("converte cor nostrum ad te in bonitate": H 342). Pues, además de que no se deja vencer por la indignación ("nec indignatio bonitatem tuam conmoveat": H 552), tampoco permite que perezca nadie que se convierte ("quia tanta est bonitas tua, ut neminem patiaris perire conversum": H 285). La misma bondad que Dios usa con los humildes, y con la que premia a los justos, se pide que la tenga con los pecadores para perdonarlos ("ut ipsa bonitas qua regir humiles, per ipsam tibi subditos efficias contumaces; ut ea ipsa bonitas, per quam indesinenter iustos coronas, sit iugiter interventrix ut peccatoribus parcas": H 538). En una palabra, la bondad es como la actitud de Dios que lo invade todo: con su bondad instruye a los santos (H 157), no permite que perezcan los pecadores convertidos (H 285), nos da la fuerza para obrar justamente (H 286), nos enriquece, convierte nuestro corazón y nos redime (H 306, 342), gobierna a los humildes, hace sumisos a los soberbios, da el primio a los justos (H 538). No hay nadie que sea tan bueno como Dios (H 550), que es capaz de dominar su ira con su bondad (H 552) y de perdonar nuestros pecados, haciéndonos volver a la alegría de un nuevo encuentro (H 538).
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Citamos las oraciones del texto crítico de J. Pinell, con H ("colección hispánica") y el nº que tiene en dicha edición

Intimamente unidas a la bondad de Dios aparecen su benignidad y su grandeza, por las que se bendice y alaba a Dios: "Te alabamos, Señor, porque eres benigno y grande; cuya magnitud y bondad la atestiguan tus obras y tus maravillas; eres grande porque de la nada has creado cosas tan variadas y estupendas; eres benigno porque redimiste al mundo perdido con la sangre de tu Hijo Jesucristo..." (H 585).

En cuanto a la piedad aparece como ese aspecto de la bondad, que expresa el carácter maternal y entrañable de la misericordia divina ("miserationum"). Unas veces se llama a Dios "pius", otras veces se refiere a la "pietas" de Dios para con los hombres. Los nombres que acompañan a este atributo muestran la riqueza de aspectos en él implicados. Así se le llama "pie scrutator" (H 322), "pius consolator" (H 56), "pius pastor" (H 560), "pius protector" (H 589), "miserator et pius" (H 423)...Y se reconoce que la piedad es la forma acostumbrada de actuar de Dios: "consueta pietate" (H 516), "solita pietate" (H 365, 481, 545), "benignitate solita" (H 462). Con esta piedad Dios escucha nuestra oración, nos convierte, nos da confianza, nos perdona, nos premia (H 25, 178, 416, 553, 554...).

2. DIOS MISERICORDIOSO, QUE HACE MISERICORDIA. La misericordia es la expresión central de la intervención de Dios que perdona. El ejemplo más paradigmático de esta actuación misericordiosa lo encontramos en el salmo 50 y en las oraciones sobre el mismo. Dios ha sido misericordioso a lo largo de toda la historia , y actualiza su misericordia con el pecador ("miserator, Domine, et misericors": H 118, 365, 423, 426...). Dios está lleno de misericordia ("apud te multae sunt miserationes": H 583). Su misericordia es piadosa ("miserator et pius": H 423), va unida a la verdad ("misericordiam veritatis": H 242), es suave y paciente ("quia suavis est misericordia tua": H 277), es un don más grande que la vida ("cuius misericordia melior est super vita": H 379), está llena de benignidad ("quia benigna est misericordia tua": H 534), todo lo inunda con su riqueza ("te miserante omnia replentur ubertate": H 77). A Dios no le cuesta hacer misericordia, al contrario se complace en ello ("opem ferre misericordiae delectaris": H 210). Prefiere escuchar el gemido de los oprimidos al insulto de los inicuos, y se• inclina más por el perdón que por el castigo ("miserator et misericors Domine, qui magis salutem optas peccatorum, quam exspectas interitum": H 426). De tal manera se identifica a Dios con su actuar misericordioso, que parece no comprendérsele de otra manera que haciendo misericordia ("tuum es, Domine, ut cunctis miserearis": H 437, 502).

Por todo ello, los textos piden constantemente que Dios nos proteja, nos gobierne, nos rodee y nos abrace, nos convierta y perdone...con su misericordia. La comunidad canta las misericordias de Dios en el pasado, se alegra de su misericordia en el presente, y espera confiada en el coronamiento de esta misericordia en el futuro: "Adnuntiamus, Domine, misericordiam tuam, quam etiam iam susceptam per fidem, expectamus in nobis peficiendam esse in resurrectione" (H 267).

3. DIOS JUSTO, QUE HACE JUSTICIA. Otro atributo de Dios, muy repetido en relación con la penitencia, es el de la justicia, por la que se suscita un temor sumiso en el corazón de los pecadores. Dios es justo, porque ama la justicia y la igualdad, y odia la iniquidad ("Domine, qui diligis iustitiam et odis iniquitatem": H 10, 356); porque juzga rectamente, sin hacer acepción de personas ("lustitia tua, Deus...quae non personas, sed merita elegit": H 176; "qui inmutabilis es, nec personarum acceptor es": H 421). La justicia y la rectitud son como las armas con las que Dios gobierna su reino, y todo el que pertenece a este reino debe someterse a ellas ("virga aequitatis virga regni tui, Domine...fac nos diligere iustitiam et odire iniquitatem": H 507). Con su justicia y equidad Dios castiga, al mismo tiempo que corrige y somete a su pleno dominio los corazones de sus fieles. La justicia puede ser para perdición si el hombre se rebela, o para salvación si se convierte y acepta la disciplina o ley del Señor (H 507). Por ambas, justicia y disciplina, Dios despierta en nosotros la actitud del temor, y éste nos hace ser más obedientes a su voluntad, suscitando la actitud penitente ("atque eadem correctione ... imbuens disciplinam": H 507; "Principium sapientiae timor tuus est...per quem initiamur in perfectione iustitiae": H 278, 329, 433...). Tanto la justicia como la disciplina despiertan y mantienen el temor de Dios, revelan su gran amor, y suscitan la obediencia, la actitud penitencial. Así pues, Dios es justo y hace justicia, nos infunde el santo temor y nos hace obedientes, nos corrige con su "disciplina" y ejerce su dominio amoroso sobre los que se corrigen.

4. DIOS MISERICORDIOSO Y JUSTO A LA VEZ. Dios es misericordioso, pero también es justo. Si por su misericordia se siente inclinado a perdonar, por su justicia se ve obligado a castigar. Sin embargo, en Dios vence siempre la misericordia sobre la ira, puede más el amor compasivo que la justicia castigadora. Si aplicara con rigor su justicia, nadie podría salvarse por sus propios méritos ("misericors Domine et iuste": H 575; "ne intres in iudicio cum servis tuis, namsi interroges, quis respondet?": H 463).

En Dios misericordia y justicia se complementan ("quia et pietas iustitiam retinet, et iustitia pietatem conservat": H 270). Pero, puesto que busca la salvación del pecador y no su muerte, por eso le agrada la penitencia, de modo que pueda prorrogar su misericordia y no su castigo ("et delectaris in poenitentia, potius ut prorroges misericordiam, quam iudicii inferas poenam": H 426). Y, aunque el pecado es una constante provocación a la ira divina, Dios es tan paciente y perseverante en su misericordia, que prefiere perdonar a condenar ("obpone irae tuae misericordiam, et quoties te provocamus ut ferias, totiens tibi tua pietas interveniat ut ignoscas": H 393). Con su justicia-juicio y su misericordia Dios busca siempre la conversión del corazón y el perdón. Si la misericordia nos da la confianza en el perdón, el juicio nos infunde temor y nos induce a examinar nuestra conciencia rechazando el pecado, a la vez que nos da confianza para no temer el juicio futuro ("misericordiam et iudicium cantantes...quo et misericordiae instinctu intendamus recta et in iudicii metu corrigamus errata": H 115).

5. DIOS CONOCEDOR DE LOS SECRETOS DEL CORAZÓN DEL HOMBRE. En nuestras oraciones se da mucha importancia a la sabiduría de Dios, hasta el punto de ser uno de los atributos más frecuentes cuando se trata del pecado, la conversión o el perdón. Por eso a Dios se le llama "pie scrutator" (H 322), "occultus scrutator" (H 323), ya que sólo El conoce la intimidad y los secretos del corazón del hombre ("et tu, qui solus hominum secreta cognoscis": H 239), nuestros más escondidos pecados ("abscondita peccata": H 335), lo que hacemos y lo que deseamos ("quae agimus...quae desideramus": H 499), lo que confesamos, y lo que no reconocemos ("quae tibi prius sunt cognita quam prodantur admissa": H 390), las obras externas y los pensamientos internos ("non solum exteriora...sed et cordis intima": H 534).

Estas y otras expresiones semejantes se encuentran en la Escritura (Sal 138, 1-5; 50, 8; 18, 13; Ez 28, 3; Rom 2, 16...), y en otras colectas de salmos. No obstante, es de señalar la insistencia que se pone en este aspecto, para suscitar la sinceridad de conversión, la esperanza de perdón.

6. DIOS PODEROSO, QUE BUSCA LA SALVACIÓN DEL HOMBRE. Bajo este epígrafe pueden recogerse todas las expresiones que llaman a Dios "omnipotens Deus", "potentia", "virtus"..., referidas siempre a una intervención para la conversión, el perdón y la salvación del pecador. Las colectas que más se refieren a este aspecto son las dedicadas al salmo 50, que hablan de "omnipotens Deus" (H 61, 240), o bien de "potentia trinitatis" (H 518, 519, 520), pidiendo la intervención del Dios trino para la salvación del pecador.

Si Dios puede hacer cuanto quiere en el cielo y en la tierra ("tu es solus qui omnia quaecumque volueris facis": H 281), también puede perdonar lo que en nosotros le desagrada, una vez reconocido nuestro pecado. Dios actúa con poder y misericordia para corregirnos y convertirnos ("sit quaesumus erga nos tua potentia, ut impertias correctionem, et tribuas indulgentiam": H 426), para liberarnos del pecado y sanarnos ("qui indultor es libertatis": H 230; • "qui sanas contritos corde": H 202), para sacarnos de la esclavitud e iluminar nuestra vida ("qui eripis elisos, et solvis compeditos atque inluminas caecos": H 465)...La mejor prueba de esta intervención poderosa y salvadora de Dios la encontramos en el envío de su Hijo Jesucristo.

7. DIOS REDENTOR QUE SALVA Y LIBERA. En efecto la salvación liberadora la ha realizado Dios por medio de Jesucristo. Los textos comparan la creación con la redención de modo significativo: si maravillosa fue la creación, mucho más lo es la redención ("qui nos fecisti ad imaginem tuam, et refecisti propter ingenitam bonitatem tuam": H 107; cf. 240, 585, 539...). Dios no sólo creó el mundo, creó también al hombre, creó un pueblo y una comunidad ("congregationis tuae, quam ab initio potenter creasti": H 539). Y aunque este pueblo se había perdido por el pecado, ha sido redimido por la misericordia de Dios en Cristo ("qui auctor es nostrae salutis": H 275; "et qui nos meminimus Verbi tui formatos opificio, eius rursum reformemur imperio": H 429).

Para el autor de las colectas, toda la vida de Cristo, desde la encarnación hasta la exaltación a la derecha del Padre, tiene un valor redentor ("et vera humanitatis adsumptio humani generissit manifesta redemptio": H 354; "quia in redemptionis nostrae opere nova fecisti miracula": H 562; "quos trophaeo crucis dignatus es comparare, ac pro quibus fusio sacri sanguinis exstat redemptio": H 548). Pero, sobre todo, resalta el valor redentor de la cruz, de la sangre derramada. Por tanto, Cristo es creador, pero también redentor. La redención supone una nueva creación, cuyo punto culminante se encuentra en la Cruz.

Es justamente por este misterio y esta sangre por los que somos liberados del pecado ayer y hoy. Cristo ha derramado su sangre "por nosotros", "por nuestros pecados" ("qui passionibus tuis nostrorum criminum passiones exstinguis": H 368; "qui pro peccatoribus factus es pretium": H 376). Con ello nos ha redimido del pecado más pequeño y del pecado más grande ("minimum maximumque delictum": H 458), del pecado original que cometimos junto con nuestros primeros padres, y del pecado actual que cometemos con nuestra libertad ("a damnationis origine et actualis peccati contagione tua reduce gratia liberemur": H 121). Cristo es verdaderamente el liberador y el redentor de los pecadores, por lo que se le dice: "qui redemptis liberas, et redemptio factus es libertatis" (H 275).

Más aún, con esta redención liberadora, por su sangre derramada en la cruz, Cristo ha comprado, ha adquirido, ha tomado posesión de su Iglesia ("ad defendendam hereditatem tuam tui sanguinis pretio emptam": H 494; cf. 415, 548, 568...). Las expresiones empleadas (emere, comparare, mercari, adquisitio, adquirere...) indican claramente la idea de que Cristo ha adquirido con su sangre y su pasión ("cuius sanguine", "passione voluntaria"), y también con su triunfo de la cruz-resurrección ("triunpho"), una herencia numerosa. Por eso nosotros somos su "adquisitio", sus adquiridos ("custodi adquisitos tuos": H 571).

Ahora bien, esta redención salvadora, esta reconciliación perdonadora de Cristo, no es sólo un acontecimiento del pasado, es también un acontecimiento del presente, que se actualiza en la celebración litúrgica, para el perdón y la reconciliación de los miembros pecadores de la Iglesia ("pietate solita hereditatem tuam conserva; et calicem passionis, quem potasti pro ea, semper el pro remedio praesta": H 481). Esta actualización "sacramental" de la redención se pide constantemente en nuestros textos ("ut quos peccantes repuleras, convertentes suscipias": H 376), invocando la recuperación de la gracia perdida por el pecado ("et gratiam, quam peccando amissimus, convertendo restitue": H 484), y pidiendo que vuelva a redimir con su indulgencia a quienes un día redimió con su gracia ("retribue quod ante tribuisti, et salva per indulgentiam quos dignatus es salvare per gratiam": H 131)..

8. DIOS TRINIDAD, QUE RECREA Y RENUEVA AL PECADOR. La actualización de la redención supone la recreación y renovación del pecador, por obra de la Trinidad, que nuestros textos desarrollan en relación con el salmo 50. Es admirable cómo se tratan los temas de la unidad en la divinidad y de la distinción de personas, en la igualdad de poder y la diversidad de operaciones, teniendo en cuenta la actuación de cada una de ellas en la historia de la salvación y en la obra de la reconciliación y el perdón. El autor, inspirándose muy probablemente en San Agustín", atribuye la obra del perdón a la intervención del poder de la Trinidad ("sed per ineffabilem potentiam Trinitatis": H 518, 519, 520), interpretando el "Spíritus Sanctus"(= el Espíritu Santo), el "Spiritus rectus"(= el Hijo), y el "Spiritus principalis" (= el Padre) como un anuncio y confesión de la única divinidad en la diversidad de personas.

Teniendo en cuenta la reacción antiarriana presente en nuestros textos, se insistiría en la única divinidad, en la igualdad esencial de las tres divinas personas, a las que atribuye por igual las distintas operaciones que manifiestan la grandeza de la obra recreadora del perdón ("ut radicati in Patre, firmati in Filio, semper fructificemur in Spiritu Sancto": H 520. Compárese con H 518, 519)12. Esta recreación consiste en el don del Espíritu Santo que, habitando en nosotros, renueva y confirma nuestros corazones en la fe, nos justifica en la santidad, nos hace caminar en la rectitud de vida y nos llena de sus consuelos. Se trata de una obra de la Trinidad entera, que renueva en nosotros la fe y la gracia de nuestro bautismo.


III. Teología

Todo lo anteriormente expuesto nos muestra cómo la penitencia es fundamentalmente una obra de la gracia de Dios, que interviene como lo que es: como Padre, como Hijo, como Espíritu Santo. La penitencia tiene también unaestructura trinitaria, tal como lo expresan las oraciones comentadas. Todo, y también la conversión, la reconciliación y el perdón, es una "inseparabilis operatio Trinitatis". En esta síntesis teológico-sistemática del Dios que interviene y se revela en el sacramento de la penitencia, queremos fijarnos progresivamente en cada una de las personas de la Trinidad, ahondando de forma coherente en la riqueza de su misterio perdonador, y teniendo siempre en cuenta que existe una unidad de acción de Dios uno, aún distinguiendo diversidad de funciones en cada una de las personas.

1. DIOS MISERICORDIOSO AL ENCUENTRO DEL HOMBRE PECADOR. Ya hemos descrito la riqueza de atributos que suelen atribuirse a Dios Padre. En todos ellos resalta su iniciativa graciosa, su amor originante, su bondadosa misericordia, su justicia salvadora, su ternura y su piedad, su fidelidad y solicitud...Pero nada tan significativo del "comportamiento de Dios" en relación con el pecador arrepentido como la "parábola del hijo pródigo" (Lc 15, 11-32). Es en esta parábola, que ha merecido tantos comentarios oficiales'', donde más elocuente y tiernamente se nos habla de la grandeza del misterio de la misericordia del Padre.

En efecto, el Padre es aquel que espera paciente, que corre al encuentro del hijo, que le acoge emocionado sin recriminación, que exulta de gozo por el encuentro del que se había perdido, que festeja la vuelta a la vida del que había muerto, que adereza la mesa del banquete y hace fiesta por la reconciliación, que invita a todos a alegrarse con su alegría (Lc 15,1-10). "Lo que más destaca en la parábola es la acogida festiva y amorosa del Padre al hijo que regresa: signo de la misericordia de Dios, siempre dispuesto a perdonar. En una palabra: la reconciliación es principalmente un don del Padre celestial'.

Así pues, en la penitencia es donde Dios manifiesta más su rostro amoroso, su ternura maternal, su benignidad misericordiosa. No perdona porque juzga, sino que su juicio es perdonando. No da la gracia porque perdona, sino que perdona porque da la gracia. Su acción es creadora y recreadora. Y la finalidad no es otra más que la salvación, la participación en su vida divina, la unidad en el amor, ya en su realización terrena, y para la plenitud escatológica.

2. CRISTO SALVADOR, MEDIACIÓN PASCUAL DE RECONCILIACIÓN. Cristo, por su encarnación, su vida, su pasión, muerte y resurrección, es la más cercana y radical historización personal de la misericordia del Padre; es la mediación pascual de la reconciliación, por la que recuperamos la amistad perdida y hacemos nueva alianza con Dios. El Cristo reconciliador de ayer sigue siendo el Cristo reconciliador de hoy, de forma especial por el sacramento de la penitencia, a través del cual continúa proclamando la misericordia y el perdón al pecador arrepentido (Mc 2, 5; Lc 7, 48-50; Jn 8, 11; Lc 23, 43). El sacramento es un verdadero encuentro de reconciliación, cuyo preludio se da en la parábola del hijo pródigo, y cuya realización ejemplar "de una vez para siempre" se da en el sacrificio de Cristo en la cruz, por el que la humanidad es devuelta a la amistad con Dios: "Porque, si siendo enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, reconciliados ya, seremos salvados en su vida. Y no sólo reconciliados, sino que nos gloriamos en Dios nuestro Señor Jesucristo, por quien recibimos ahora la reconciliación" (Rom 5, 10).

Ahora bien, este encuentro sacramental tiene unas características peculiares:

Se trata de un encuentro memorial del pecador arrepentido con el misterio pascual de Cristo, porque en él se actualiza y realiza dicho misterio, a través del signo concreto. Es un signo "rememorativo" (signum rememorativum) del acontecimiento reconciliador de la pascua de Cristo. Es un signo "demostrativo" (signum demonstrativum), en cuanto que este acontecimiento se presencializa y actualiza por el sacramento de la penitencia, con los actos que lo componen: mientras los actos del penitente representan la obediencia y la respuesta fiel a la voluntad de Dios; la intervención del ministro por la palabra, la imposición de manos y la absolución actualiza el amor misericordioso, la aceptación por el Padre del "sacrificio del corazón contrito"(Sal 51,19). Igualmente, es un "signo prognóstico" (signum prognosticum) de la pascua de Cristo, en cuanto es anticipación de la victoria definitiva sobre el pecado, garantía del juicio escatológico de gracia, prenda de la felicidad eterna.

Es un encuentro para la liberación y la santificación del pecador, en el que se rememoran las liberaciones de Dios en la historia de la salvación, sobre todo la realizada en Cristo. La humanidad, todavía en situación de "muerte" espiritual y de esclavitud por el pecado, es liberada por la muerte y la resurrección de Cristo, para la santificación. Esta liberación santificadora se realiza por primera vez en el bautismo, y se renueva o recupera por la penitencia, a la que con razón se le llama "segundo bautismo", "segundo nacimiento".

Es un encuentro que implica un 'proceso existencial pascual", porque la penitencia tiene una estructura pascual, tal como se expresa en el mismo proceso interno y externo de los actos del penitente. La penitencia es esfuerzo, ascesis, "acción laboriosa" para el sujeto, e implica por lo mismo un aspecto "sacrificial, de renuncia y entrega (sacrificium laudis), lo que la asemeja al sacrificio pascual de Cristo. Además, la penitencia supone también un "paso" (peschah) interno y externo, de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de la separación a la comunión..., por lo que debe decirse que realiza de forma especial el misterio de la muerte y resurrección del mismo Cristo, en la experiencia penitencial personal. En tercer lugar, la penitencia es renovación de vida, de alianza y compromiso con Dios y con los demás, de alegría y esperanza..., lo que la asemeja y actualiza de forma especial la renovación de la pascua.

En resumen, como ' afirma la Ex. "Reconciliatio et poenitentia", la actualización del misterio pascual por el sacramento, es la manifestación del "misterio de piedad" (mysterium pietatis) de Dios hacia el hombre, al que responde la piedad del cristiano hacia Dios.

3. EL ESPÍRITU VIVIFICANTE, DON Y FUERZA DE RECONCILIACIÓN. El sacramento de la penitencia, lo mismo que el sacramento de la Iglesia, es inseparable del Espíritu. Ya en la Escritura aparece el Espíritu como la fuerza que impulsa al Siervo de Yahvé a expiar por los pecados y a cumplir su misión reconciliadora (Is 42, 1-6; 61, 1-4). Por el Espíritu se va a renovar la alianza, y un nuevo corazón va a hacer posible su cumplimiento (Jer 31, 31-34; Ez 36, 25-27). El Espíritu hará posible, cada vez que haya infidelidad y pecado, el perdón de Dios y la recreación del corazón para una vida reconciliada (Sal 50, 12-14). Y será en este mismo Espíritu en el que Cristo actúe para curar y perdonar, para vencer al mal y al demonio (Mc 4, 1 ss.). El Espíritu prometido será enviado por el Señor resucitado para que en su fuerza y poder la Iglesia, por el ministerio de los apóstoles y sus sucesores de forma especial, continúe la obra de la reconciliación (Jn 20, 21-23).

En el sacramento de la penitencia puede decirse que el Espíritu es la presencia del poder reconciliador de Cristo glorioso, y el agente principal de la reconciliación sacramental. Es al mismo tiempo ámbito y posibilidad de reconciliación, ya que sólo en él es posible reconciliarse con Dios, y sólo por él la vida puede ser vida reconciliada. Es don gratuito para la reconciliación y a la vez don personal de la reconciliación, ya que liberados del pecado somos "llenados" del Espíritu. Es asimismo renovación de la vida bautismal y recreación de la vida en Cristo. Es principio increado de unidad eclesial, e impulso personal para la unidad en el amor y la fraternidad. Es, en definitiva, el que hace posible que por la reconciliación se renueven nuestras relaciones con Dios, con los demás, con la Iglesia, con la creación entera.


IV. Liturgia

Esta teología del Dios misericordioso, que interviene trinitariamente en la reconciliación, aparece recogida en las fórmulas litúrgicas que hoy se proponen para la celebración del sacramento. Para constatarlo, bástenos comentar la que consideramos más significativa": la fórmula para la absolución general del nuevo Ritual n. 151.En ella se explicita quién es cada persona divina, cómo ha actuado en la historia salutis para la reconciliación, y cómo actualiza hoy su reconciliación y perdón, en la celebración sacramental, respecto a la persona particular y a la comunidad entera.

De Dios Padre se destaca su voluntad salvadora y no condenadora, su iniciativa de amor, hasta el punto de enviar a su Hijo, y su actuación misericordiosa para la paz: "Dios Padre, que no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta y viva; que nos amó primero y mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él, os muestre su misericordia y os conceda su paz".

De Cristo se expresa la reconciliación por el misterio pascual (muerte y resurrección), para el perdón y la justificación de gracia. Y además se acentúa el carácter pneumatológico de la continuación de la obra reconciliadora, a través del ministerio eclesial . Más aún, la reconciliación es liberación ("os libre") por el Espíritu, y don del mismo Espíritu ("os llene de su Espíritu Santo"):

"Nuestro Señor Jesucristo, que fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación, que infundió el Espíritu Santo a sus apóstoles para que recibieran el poder de perdonar los pecados, os libre, por mi ministerio, de todo mal y os llene de su Espíritu Santo".

En cuanto al Espíritu, se pone de relieve su intervención reconciliadora ("para el perdón de los pecados") en doble sentido: purificación y claridad, abandono de la tiniebla y entrada en la luz. Además, se destaca su acción consoladora en el interior del hombre, y por otro lado su impulso para dar testimonio de las grandezas del Señor : "El Espíritu consolador, que se nos dió para el perdón de los pecados, purifique vuestros corazones y os llene de su claridad, para que proclaméis las hazañas del que os llamó a salir de la tiniebla y entrar en su luz maravillosa".

En conclusión, la imagen de Dios que se revela y expresa en el sacramento de la penitencia, es la de un Dios de amor y misericordia infinitos que, más allá de méritos o contrapartidas humanas, acoge y perdona al hombre debil y pecador, mostrando para él, en una permanente actualización, la grandeza del "misterio de piedad".

[ -> Agustín, san; Amor; Atributos; Bautismo; Biblia; Comunidad; Creación; Cruz; Encarnación; Escatología; Esperanza; Espíritu Santo; Fe; Gracia; Hijo; Historia; Iglesia; Inhabitación; Jesucristo; Liberación; Liturgia; Misterio; Padre; Pascua; Salvación; Teología y economía; Trinidad; Vida cristiana.]

Dionisio Borobio