ARRIANISMO
DC
 

SUMARIO: I. Los inicios.—II. Nicea.—III Después de Nicea.


El concepto (areianismós) aparece por vez primera en la Or. 21, 22 de Gregorio de Nacianzo y define la doctrina trinitaria del presbítero alejandrino Arrio y de sus seguidores. La teología de Arrio y la controversia arriana no emerge sin más en el s. IV sino que hay que comprenderla como el desarrollo doctrinal que hunde sus raíces en las exégesis bíblicas iniciadas por los gnósticos y en las atrevidas especulaciones de la tradición alejandrina. El arrianismo es el resultado final de un proceso teológico que hereda el esfuerzo de comprender la persona de Jesús al filo de las propuestas judías y paganas.


I. Los inicios

La explosión de la polémica tiene lugar entre los años 320-325. Alejandro, obispo de Alejandría, en un principio relacionado con los melecianos y probablemente instigado por éstos, se opone al anciano presbítero Arrio —nacido en Libia (260), discípulo de Luciano de Antioquía y otrora partidario de los secuaces de Melecio— por haber exasperado el súbordinacionismo alejandrino hasta el extremo de considerar a Cristo como mera criatura y negar su divinidad. Según Orígenes el mundo era una expresión de la naturaleza inmutable de Dios y si aquel es eterno no se puede afirmar que exista un «tiempo» en el que Dios haya creado porque desde siempre la bondad de Dios ha tenido necesidad de un objeto. Si la creación y el Logos no se pueden distinguir ontológicamente, basta negar la eternidad de la primera para llegar a concebir el Logos como no eterno y criatura. Este es el paso dado por Arrio a partir de los precedentes originarios enriquecidos con los presupuestos de la teología pagana (resp. filosofía griega). Arrio, después del rechazo por parte de Alejandro y de un centenar de obispos —entre los que se contaban Filogeno de Antioquía, Eustazio, Marcelo de Ancira, Macario de Jerusalén—, abandonó Alejandría y encontró refugio y apoyo en Eusebio de Cesarea debido a que la herencia teológica de sesgo origeniano se mantenía más viva en Oriente en contraste con el ambiente monarquiano de origen asiático. A las razones teológicas se sumaron las de orden político, principalmente en el obispo de Cesarea. Al lado de Eusebio de Cesarea aparece Eusebio de Nicomedia como el gran defensor de Arrio —junto, entre otros, con Paulino de Tiro, Narciso de Neroniades, Teódoto de Laodicea, Teognidas de Nicea, Patrófilo de Scitopolis, Marides de Calcedonia, Atanasio de Anazarba, Gregorio de Berito y Aecio de Libda— hasta el punto de que, durante algún tiempo, los arrianos se denominaron eusebianos y en Nicomedia Arrio escribió su magna obra (Thalía = Banquete). La polémica en el seno de las Iglesias de Oriente provocó la intervención de Constantino reclamando la mediación de Osio de Córdoba y madurando la iniciativa de superar el problema con un concilio ecuménico a convocar primero en Ancira y que después llegó a celebrarse en Nicea en mayo del 325.


II. Nicea

En el concilio de Nicea se manifestaron dos posiciones divergentes: la monarquiana y la origeniana. Arrio defendió con fuerza la absoluta transcendencia y unicidad de Dios, proposición gratamente comtemplada, desde antaño, por la teología pagana y cristiana. Mas la diferencia de Arrio con los monarquianos radicaba en el hecho de que el primero subordinaba el Hijo al Padre hasta excluirlo del ámbito de la divinidad. Para Arrio nadie le es consustancial (homoousios) al Padre. El Padre es sin principio (anarchos) mientras que el Hijo tiene su principio en Aquel y, por ende, el Hijo es inferior al Padre. En suma, el Hijo es una criatura (ktisma) aunque se pueda y deba considerar como una criatura especialísima. Los textos bíblicos que indican la unidad sustancial entre el Padre y el Hijo Un 10, 30; 14, 9-10) expresan una unidad en el querer pero no unaunidad sustancial. Arrio no teme asignar a Cristo los títulos que le inserten en la esfera de la divinidad, incluida la prerrogativa de la inmutabilidad, pero dejando bien delimitado que aquellos y ésta dependen únicamente de la voluntad de Dios. Arrio y arrianos argüían con pasos escriturísticos que a primera vista aparentaban apoyar sus tesis: Dt 6, 4; 32, 18; Ex 7, 1; JI 2, 25; Job 38, 28; Sal 81; Is 1, 2; Mc 10, 18; Mt 26, 39; Lc 2, 52; 10, 22; Jn 3, 35; 5, 22; 12, 27; 14, 28; 17, 3; He 2, 36; Col 1, 15; 1 Tim 2, 5; Heb 1, 4: 3, 1-2. Pero el pasaje más invocado y discutido en la controversia arriana —y ya anteriormente— fue Prov 8, 22-25 en el que se quería leer la creaturabilidad del Hijo y en el que se entendía el verbo crear como sinónimo de engendrar. Los arrianos traían a su favor no solo la concepción teológica origeniana sino también el pensamiento helenista que concebía un dios intermedio supeditado al dios supremo con vistas a la creación. Ignoramos, por falta de testimonios explícitos, la interpretación de Alejandro de Prov 8, 22, pero por dos de sus muchas cartas enviadas a Constantino conocemos su posición acerca de la no coeternidad y sobre la creaturabilidad del Hijo. Arrio recriminaba a Alejandro el haber admitido dos engendrados: Padre e Hijo. Acusación no admitida dado que, según Alejandro, siendo el Padre no engendrado y el Hijo engendrado ab aeterno no se sigue que éste no sea Dios tal como se puede deducir de Jn 1, 1.18; Sal 109, 3; 44, 2. A esto hay que añadir que la generación divina no hay que entenderla al modo de la humana (Is 53, 8: ¿Quien podrá describir su generación?). Entre Arrio y Alejandro se situaba Eusebio de Cesarea. La filosofía y la teología cristiana habían concedido un amplio margen al método apofático. El obispo de Cesarea articulaba el monarquianismo según módulos platónicos: el Padre es el primer y sólo verdadero Dios, no engendrado, único principio y absoluto Bien, transcendencia suma, el indecible e incomprensible. El Hijo era un instrumento del que se servía el Dios Sumo para crear el mundo acorde con las ideas de sesgo platónico. El Hijo es participación de Dios y puede denominarse Dios, pero Padre e Hijo no son paragonables. El Hijo es, en cierto modo, un Dios inferior, es un deuteros Theós. La relación Padre/Sabiduría de Prov 8, 22 es entendida por el Cesariense como una relación de generación real. Eusebio, ateniéndose al mismo esquema platónico, llega aún más lejos cuando niega al Espíritu Santo el rango de divinidad. En la facción más antiarriana sobresale Marcelo de Ancira, ferviente patidario del monarquianismo asiático: Dios es la mónada indivisible y el Logos su dynamis en un primer estadio en potencia y en un segundo en acto Un 1, 1), propugnando así la coeternidad (resp. la divinidad) del Padre y del Hijo según se desprende de Ex 3, 14; Dt 6, 4 y Jn 10, 30; 14, 9. Con la distinción del Hijo como dynamis en potencia y acto (al principio/junto a Dios) pretende distanciarse del sabelianismo pero sin caer en la cuenta de que el Hijo queda reducido a una facultad operativa de Dios y privado de una auténtica subsistencia. Una vez, según Marcelo, que la dynamis ha realizado su misión (creación y salvación) la tríada volvería a su estadio primigenio, a su condición de inmanencia, a ser mónada originaria. Eustacio de Antioquía, seguidor de la línea asiática, se significa en la controversia arriana con menos radicalidad que Marcelo. No teme en definir al Hijo como Dios de Dios, engendrado por el Padre e Hijo por naturaleza. Pero para Eustacio la naturaleza es denominada espíritu (pneuma), entendida en forma muy cercana al estoicismo y a tenor de una tradición teológica muy generalizada desde el s. II en exégesis a Jn 4, 24. En el intento de los dos citados antiarrianos se desvela una animadversión a la especificación de las tres hypóstasis como claro eco, según ellos, de un latente triteísmo y como una peligrosa aproximación a las especulaciones paganas, especialmente a las de cuño platónico, además de una crítica patente a las exégesis origenianas. Entre los numerosos personajes que participan en la polémica es obligado mentar a Osio que, a tenor de lo que sabemos, se puede presumir más cercano a los asiáticos que a los alejandrinos.

Como respuesta a la controversia se reúne el concilio de Nicea al que acuden unos 270 obispos, de los cuales sólo 6 representantes del Occidente latino. En él se declara heterodoxa la doctrina arriana. Si se afirma que el Hijo es verdadero Hijo, y no creado, se considera homooúsios (consustancial) con el Padre. Este era el término clave del concilio, de difícil aceptación por parte de los obispos orientales que dejaban entrever que si bien expresaba correctamente la divinidad del Hijo se corría el peligro, por otra parte, de dejar en la penumbra la distinción de personas y podría favorecerse el sabelianismo. Amén del riesgo de pensar que el homoousios conllevaba el significado de participación de la mónada (resp. sustancia) divina, sospecha presente ya en Orígenes que había excluido que el Hijo derivase de la sustancia (ousía) del Padre por miedo a que se entendiese por «generación» una división material (Orig., In Ioh. XX, 18). Esta última proposición, atribuida a Eusebio de Nicomedia, era más que suficiente para que los arrianos rechazasen la expresión conciliar. Nicea intentaba buscar una solución ortodoxa. La búsqueda de un término bíblico no era suficiente ni satisfacía puesto que se prestaba, de antemano, a equívocas interpretaciones. Por otra parte la expresión homooúsios, no escriturística, era inaceptable para los arrianos, a pesar de que contaba con una larga treyectoria histórico-teológica. Los gnósticos habían utilizado el vocablo homoousios para indicar la consustancialidad de cada especie de hombre (pneumático, psíquico y material) con cada sustancia correspondiente (mundo pleromático o divino, demiurgo y diablo) y, como secuela, los alejandrinos (Orígenes) lo siguieron tanto en la vertiente antropológica como en la trinitaria. Finalmente se llegó a un acuerdo con la aceptación del símbolo bautismal —como fórmula de fe— de la iglesia de Cesarea, el cual fue suscrito por todos los asistentes a excepción de Arrio y otros dos obispos. Quien no se avino al acuerdo fue sancionado con el destierro. El Niceno que, entre otras cuestiones, ratificó el símbolo en el que se subraya que Jesucristo, Hijo de Dios, fue engendrado por el Padre, es de la misma esencia (resp. consustancial) del Padre, aun cuando se precisó que el Hijo no erauna parte o división de la ousía divina. La frase nicena ex hetéras hypostáseos é ousías resultaba novedosa por la unión hypóstasis-ousía. Ousía podía significar o bien la esencia individual o colectiva, de un grupo de seres pertenecientes a la misma especie de acuerdo con la distinción aristotélica entre primera y segunda ousía; hypóstasis, en ambio, tenía el solo significado de sustancia individual. De ahí la equivocidad del vocablo homoousios que daba pie a entender que el Hijo era de la misma ousía (= hypóstasis) del Padre.


III. Después de Nicea

A la inicial victoria antiarriana siguió la reacción antinicena. Constantino muda política y rehabilita a Arrio y a los suyos. Es el momento en que se hace notoria la figura de Atanasio — presente en Nicea como diácono— y sucesor de Alejandro. En el concilio de Tiro (335) se condena a Atanasio. Muerto Arrio y Constantino, y exiliado Atanasio, surge de nuevo una cadena de reacciones que indican el grado de politización de la controversia. Es un período de febriles actividades conciliares (Roma [341], Antioquía [341], Sárdica [343], Sirmio [351], Arlés [353], Milán [355]) que coincide con la repartición política del Imperio en manos de los tres hijos de Constantino (Constantino, Constancio y Constante). Retornan del exilio los antiarrianos y, entre ellos, Atanasio que antes de su vuelta a Alejandría (23.11.337) había buscado apoyos para su lucha contra los antinicenos. En torno al 355, después del concilio de Milán, aparece enescena Hilario de Poitiers. Los acontecimientos eclesiales dejaban traslucir las plurales orientaciones teológicas patentes en la continua búsqueda de proposiciones de símbolos en los concilios. En el panorama doctrinal sobresalen los anomeos (de anómoos), arrianos radicales, representados por Aecio y Eunomio y también denominados aecianos y eunomianos. Se adhieren a la fórmula de Sirmio (359). Para Aecio y Eunomio Dios, cuya naturaleza es indivisible e ingenerada (aghennesía) no puede ser al mismo tiempo generada y en él no puede existir un antes y un después (coeternidad). La diferencia ingenerado/generado señala la diferencia de esencia. «Esta sustancia ha sido engendrada dado que no existía antes de su constitución y existe en cuanto ha sido engendrada antes de todas las cosas por deliberación de Dios Padre» (Eunomio, Apol. 12). Eunomio acusa a los nicenos, a la ortodoxia, de caer en contradicción: afirmar la generación del Hijo y al mismo tiempo que es ab aeterno (Apol. 13). Para Eunomio, al igual que para Arrio, Dios no es susceptible de cambio o alteración alguna. La conclusión es obvia: existe diferencia esencial entre el Padre y el Hijo y la diferencia del Hijo con el resto de las criaturas está en que el Hijo es el sólo generado y creado directamente por la voluntad del Padre pero sin dejar de ser criatura (Eunomio, Apol. 17.18). La Trinidad, según los anomeos, está formada por tres hypóstasis diversas en cuanto a su naturaleza y subordinadas en cuanto a la gradación de cada una de ellas. Otra posición es la defendida por los homeousianos que sin incidir en los radicalismos arrianos se vieron obligados a perfilar los equívocos terminológicos que se escondían detrás de las expresiones ousía e hypóstasis. Hypóstasis (= prosopon), para los orientales indicaba la propiedad subsistente de las personas divinas. Entre ellas existe una unidad de divinidad y poder por lo que constituye un solo principio pero no se identifican entre ellas porque no son tres principios. La hypóstasis del Padre se caracteriza por ser el no causado, la del Hijo por ser engendrado por el Padre y la del Espíritu Santo por la subsistencia del Padre por medio del Hijo. En cuanto al término ousía aceptan que no tiene raigambre escriturística pero no ocultan que puede deducirse de determinados versos bíblicos como son Ex 3,14 y Jn 1,1. La identificación del Logos joánico con el subsistente, de ousía con hypostasis, no permitía a los homeousianos —representados por Basilio de Ancira, Jorge de Laodicea y Eustacio de Sebaste— la utilización del homoousion. El más significativo representante de los decididamente nicenos seguía siendo Atanasio que reelabora la tradición alejandrina a la luz del concilio cimentando su teología en la soteriología y aminorando el carácter cosmológico del Hijo, el engendrado con vistas a la creación. Este no es criatura al modo arriano ya que existiría independientemente de la creación y crea con el Padre y está a El unido para llevar a cabo la unión de las criaturas con el mismo Padre. El Hijo ha sido engendrado de la misma sustancia (ousía) del Padre siempre generante. El Hijo es tal por naturaleza y no por participación; las demás criaturas son hijos por gracia no por naturaleza. El ser Hijo por naturaleza no ha lugar a ningún tipo de escisión, división, mutabilidad o necesidad. Atanasio, en contra de los arrianos, distingue en el Hijo el arché ontológico del cronológico; negando éste afirma la coeternidad. Se observa que el impreciso uso atanasiano de homoousios presupone la identidad de ousía y physis. En suma, la teología atanasiana afirma la absoluta igualdad del Hijo con el Padre y la divinidad del Hijo alejándose de los esquemas sabelianos y abriendo nuevos caminos a la teología oriental. Para superar las distancias entre los tres principales frentes, los obispos de Oriente se reunen en Seleucia (359) y los de Occidente en Rimini (359) para después llegar a un común acuerdo. Los primeros se deciden por acoger la fórmula de Luciano de Antioquía y por condenar a los arrianos. Los segundos, en un principio bien intencionados por abrazar la solución nicena, son influenciados por algunos orientales guiados por directrices de Constancio y se apegan a una nueva fórmula que declaraba al Hijo semejante al Padre. Estos recibieron la denominación de horneas o acacianos, grupo que sufriría un duro golpe por parte de Juliano, sucesor de Constancio y alma del concilio de Paris (360) que se distancia de Rímini y legitima el uso del hornoousios entendido de tal forma que excluyese todo peligro de sabelianismo. En 362 el concilio de Alejandría, bajo la presidencia de Atanasio, reitera su apoyo a Nicea. En el 363 el de Antioquía, bajo Melecio, abraza como distintivo de la fe la expresión homoousios. En el 364 en Roma se presta sumisión a Liberio. La política proarriana de Valente y los malentendidos de los orientales con Roma no hace posible una armonía católica hasta la muerte del emperador (378) y el concilio de Antioquía (379). El triunfo de la ortodoxia culminaría con el concilio de Constantinopla (381) gracias al apoyo de Melecio y Gregorio de Nacianzo. No hay que silenciar que la controversia arriana favoreció en Occidente la madurez de logrados esfuerzos teológicos. Por ce ñirnos a la geografía latina merecen ser citados Hilario, en primer lugar, Febadio, Potamio de Lisboa y Gregorio de Elvira. El movimiento arriano encontraría, a lo largo de la antigüedad tardía, un ámbito de desarrollo entre los pueblos bárbaros, merced a la obra de Ulfilas, pero más con un matiz étnico-político que dogmático.

[ -> Atanasio, san y Alejandrinos; Concilios; Creación; Credos trinitarios; Espíritu Santo; Fe; Filosofía; Gnosis y gnosticismo; Helenismo; Hijo; Hilario de Poitiers; Jesucristo; Jesús; Logos; Monarquía; Naturaleza; Orígenes; Ortodoxia; Padre; Persona; Procesiones; Salvación; Teología y economía; Transcendencia; Trinidad.]

Eugenio Romero-Pose