ADORACIÓN
DC

Sumariο: I. En la Sagrada Escritura: 1. En el A.T.; 2. En el N.T.—II. En los Santos Padres.—ΙΙΙ En la liturgia latina.—IV. Actitud religiosa: 1. Fenomenología; 2. Teología.—V. El Misterio trinitario como misterio de adoración.—VI. Gestos de adoración trinitaria.

 

1. En la Sagrada Escritura

La palabra castellana adoración, del latín adoratio (adorare, gesto de acercar lα mano a la boca para enviar el beso), pertenece al lenguaje religioso universal y expresa tanto el culto que se debe a Dios (culto de latreía: adoratio) como los actos, fórmulas o gestos mediante los cuales se realiza (v.gr. proskynésis, postración, traducida igualmente por adoratio).

1. EN EL A.T.: La adoración se denomina histahawah y sagad (proskynésis en los LXX), que aluden a la inclinación corporal "hasta el suelo" (Gén 18,2; 33,3; etc.). Se dirige al Dios verdadero (Gén 22,5; Ex 4,31; Dt 26,10) y a los ángeles del Señor que lo representan (Gn 18,2; 19,1; etc.). Pero a veces también a los ídolos (Ex 20,5: la prohibición del primer mandamiento divino; Dt 4,9; 1 Re 22,54; Is 2,8; etc.) e incluso a los hombres (Gn 23,7.12), reyes (1 Sam 24,9), profetas (2 Re 2,15; 4,37) etc., gesto prohibido más tarde (Est 3,2.5). La adoración va acompañada de sacrificios (Dt 26,10; 1 Sam 1,3), de cantos (2 Par 29,28; Eclo 50,16-18) y exhortaciones (Sal 95, 6ss.). El sentido profundo de la adoración es el reconocimiento de la grandeza de Dios (Sal 99,2.5.9). Al final de los tiempos todos los pueblos se postrarán en su presencia (Is 2,3ss.; Sal 22, 28; 66,4; etc.).

2. EΝ EL N.T.: Los verbos proskynein y píptein (proeídere y adorare, postrarse y adorar), a menudo juntos, forman parte de una colección de más de treinta vocablos que se refieren al culto, como eulábeia (reverentia), curébeia (pietas), latreía (servitus), dóxa (gloria), leitourgía (ministrium), etc. La adoración sólo puede darse a Dios (cf. Mt 4,10; 1 Cor 14,25; Heb 11,21; Ap 4,10; etc.), aunque se otorgue sacrílegamente a los ídolos o a Satán (cf. Mt 4,9; He 7,43; Ap 13,4.8; etc.). Pedro y el ángel del Apocalipsis rechazan la adoración (He 10,26; Ap 19,10; 22,9).

Pero la novedad más importante que ofrece el N.T. respecto de proskynein es la de tener como término de ella a Jesús, el Señor (Flp 2,6-11; cf. Is 45,23-24; Heb 1,6; cf. Sal 97,7; Dt 32,43). La adoración a Jesús da a entender que es el Rey Mesías (Mt 2,2), el Señor (Mt 8,2), el Hijo de Dios (Mt 14,33) a quien se invoca para obtener la salvación (Mt 8,2; 9,18; Mc 5,6-7) y a quien se confiesa como tal Un 9,38), sobre todo desde la manifestación del poder de la resurrección (Mt 28,9.17; Lc 24,52; Jn 20,28; cf. He 2,36; Rom 1,4).

La adoración, pues, es un gesto religioso por el que el hombre demuestra quién es su Dueño y Señor (Αρ 14,7). En sentido absoluto proskynein significa participar en el culto, hacer oración, adorar, y afecta también al lugar donde se manifiesta la presencia de Dios, como Jerusalén (Jn 12,20; He 8,27; 24,11). La cuestión que la samaritana planteó a Jesús se refería al lugar de culto (Jn 4,20), pero la respuesta, en la perspectiva de la novedad de la "hora" de la glorificación de Jesús, habla de la única adoración posible ya, la adoración "en el Espíritu y en la verdad" (Jn 4,23-24), es decir, bajο la acción del Espíritu Santo y en el interior del templo nuevo (Jn 2,19-22; 7,37-39; Ap 21,22), en la verdad que es el mismo Jesús (cf. Jn 14,6; 8,32)'. Esta realidad condiciona para siempre la noción de adoración y se encuentra en la base de la liturgia cristiana.

 

II. En los Santos Padres

Los Apologistas fueron los primeros en reivindicar la adoración sólo a Dios, frente al reproche de los paganos que les acusaban de adorar a un hombre, a Jesús. Las Actas de los Mártires dan testimonio de que los cristianos reservaban la adoración a Dios, negándose en particular a adorar a los emperadores. La adoración debida al Hijo y al Espíritu Santo, como expresión de su divinidad, aparece en imnumerables testimonios.

 

ΙΙΙ. En la liturgia latina

Especialmente en la romana, se aprecia la dependencia de la Sagrada Escritura tanto para referirse a la adoración (adorare) en sí como a su objeto, que es Dios, Jesucristo como Dios y como hombre, el Santísimo Sacramento (Adoro te devote, laten deitas), la cruz (rúbricas del Viernes Santo). La Santísima Trinidad es, obviamente, objeto de la adoración: aeternae gloriae Trinitatis agnoscere et unitatem adorare in potentia maiestatis; et in maiestate adoretur aequalitas. Adorare suele ir acompañado de otros verbos que completan su significado: glorifieare (himno Gloria), laudare (prefacio), venerari (himno Pange lingua), etc. Y se dirige a Dios con términos como maiestas tua, nomen tuum, pietas tua, etc. y con una serie de expresiones de glorificación y alabanza entre las que destacan gloria, honor, laus, etc.

No sólo las salmos del Oficio Divino terminan siempre con la doxología Gloria Patri sino también todos los himnos, en los que la palabra más usada suele ser gloria, Estos contienen numerosas fórmulas de adoración inspiradas en el Ν.Τ., como ipsi (Deo) gloria in saecula (cf. Rom 11,36), pero la mayoría de las veces originales.

 

IV. Actitud religiosa

1. FENOMENOLOGÍA: La adoración es el sentimiento religioso más importante, la actitud religiosa fundamental. Constituye el homenaje de la criatura hacía su Creador, el reconocimiento de la más profunda dependencia. Lα adoración entraña, por una parte, la admiración hacía la insondabilidad del misterio divino por la inteligencia humana y, por otra, el afecto del corazón humano hacía la bondad de Dios que procura el bien de sus criaturas. El amor confiado y filial configura la adoración, de manera que el hombre se abandona totalmente en Aquel que le ha dado el ser y que podría sumergirle de nuevo en la nada.

Ahora bien, este abandono total es un acto positivo para el adorador que, lejos de perder nada, se realiza a sí mismo. Lα adoración descansa sobre tres presupuestos: a) la existencia de un yo totalmente dependiente, contingente, sin valor propi s, limitado y pecador; b) la existencia de un Absoluto generalmente personificado, Dios que es pura bondad; y c) la conexión de la salvación como fin de la existencia humana en la aceptación de los dos primeros presupuestos por parte del hombre.

Para practicar cualquier forma de culto con sentido de adoración, el hombre ha de ser un asceta que reconoce que hay mucho que purificar en lα condición humana, incluso mucho a lo que es preciso renunciar porque no tiene valor en sí mismo e impide al hombre abandonarse en el Creador. Pero el adorador ha de ser también un místico que ha descubierto que sólo Dios es el Ser total, la realidad verdadera, la perfección suma y eterna. El adorador se deja inundar del sentido de Dios no como causa primera o poder supremo, sino como presencia, a la vez inmanente y transcendente, que lo invade todo y lo gobierna todo como providencia atenta. En el fondo lα adoración se identifica con el amor que capacita para celebrar a Dios y darle la gloria y el honor que le son debidos.

La adoración va más allá de la oración, en el sentido de que es la revelación de la fe y su consecuencia. Quien cree, adora, y no sólo reza. La desgracia enseña a orar y a pedir, pero no a adorar. El que adora ha olvidado lα oración y sólo conoce la majestad de Dios. La adoración es el alma del culto de manera que, gracias a ella, coinciden por completo realidad interna y forma externa. Pero las formas externas, que son una mediación exigida por la corporeidad humana, resultan a veces desbordadas por la presencia del misterio. Así el canto comunitario, el hymnus, llega un momento en que se queda sin palabras y se transforma en jubilus, para expresar lo que la palabra no puede decir.

Dios espera del hombre que actúa de este modo, que doblegue ante todo su mente y su corazón mediante la conversión y el arrepentimiento: "doblar las rodillas del corazón.

2. TEOLOGÍA: La teología considera la adoración como el acto propio de lα virtud de la religión y distingue, en razón de la excelencia del acto, entre culto de latría debido de manera absoluta solamente a Dios y a cada una de las personas divinas, y de manera relativa a lα Cruz, a las imágenes de Cristo y a las reliquias de la pasión, y culto de dulía que se da a los siervos de Dios —ángeles y santos— que participan de lα dignidad divina. El culto de lα Virgen María se denomina de hiperdulía, a causa de su vinculación especial al misterio de Cristo.

Las primeras herejías, como el arrianismo, tendían a reservar la adoración únicamente al Padre, pero los primeros concilios ecuménicos (Nicea, a. 325; y Constantinopla I, a. 381) fijan en este punto la fe y lα actitud cultual de la Iglesia. Después se planteó la cuestión de la adoración de la humanidad de Cristo, que se resuelve en base a lα unidad de la persona del Verbo (Efeso, a. 431 y Constantinopla II, a. 553). Más compleja fue la controversia de los iconoclastas, que condenaban la proskynésis ante las imágenes. La controversia se resuelve en el Concilio II de Nicea (a. 787) aceptando lα proskynesis ante las imágenes porque se orienta hacía quien representan, pero distinguiéndola de lα latreía debida únicamente a Dios (cf. DS 601). En Occidente, al margen de las luchas iconoclastas, se establece la doctrina de la distinción entre latría y dulía, por una parte y latría absoluta y latría relativa por otra, como se ha dicho antes". Esta es lα doctrina que hace suya el Concilio de Trento aunque sin aludir a esta última distinción (cf. DS 1821-1825). Trento se refirió también a la adoración a Cristo en la eucaristía con culto de latría incluso externo (cf. DS 1656). La base de esta doctrina es la misma que justifica lα adoración de la humanidad del Verbo encarnado.

La espiritualidad cristiana con diversos matices según las escuelas, hace de la adoración el primer objetivo de la vida en el Espíritu. De manera particular considera la celebración eucarística como el más perfecto e integral ejercicio de adoración, no solamente porque el primero de los fines de la celebración es la alabanza y la acción de gracias, sino también porque en lα acción litúrgica y sobre todo en el sacramento eucarístico se hace presente el Señor resucitado con su humanidad vivificada y vivificante por el Espíritu Santo (cf. PO 5; SC 7; 10; LG 11).


V. El Misterio trinitario como misterio de adoración

Dios adorado en sí mismo y en cada una de sus perfecciones, lo ha deser sobre todo en el misterio de su ser más íntimo: Unum Deum in Trinitate et Trinitatem in unitatem veneremur dice el Símbolo Quicumque (DS 75). El Símbolo Nicenoconstantinopolitano, al confesar la personalidad divina del Espíritu Santo, afirmaba también: qui cum Patre et Filio simul adoratur et conglorificatur (DS 150). Los textos de la Misa de la solemnidad de la Santísima Trinidad citados más arriba ponen de manifiesto también esta misma adoración. De hecho toda la liturgia y de manera particular el Oficio Divino y la celebración eucarística tienen una orientación latréutica y doxológica, expresión del dinamismo bendicional ascendente - bendición a Dios por sus obras - y descendente - invocación del nombre de Dios sobre los hombres- que tiene lα oración bíblica.

La adoración de la Trinidad se pone de manifiesto también en diversas devociones del pueblo cristiano hacía este misterio. Entre estas devociones destacan el recuerdo de la presencia de Dios, la conciencia de la inhabitación trinitaria, la búsqueda de las huellas de Dios en las criaturas, la veneración del bautismo, y la devoción específica al Padre, al Verbo y al Espíritu Santo.

Los maestros de la espiritualidad cristiana, de una manera o de otra, se refieren también a la presencia de la vida trinitaria en los bautizados, a partir de la condición filίαl de éstos y de la inhabitación de las divinas personas en los justos. La unión personal con el Dios trinitario es también objeto de contemplación amorosa y de gratitud gozosa. Conocimiento y amor, bajo la acción del Espíritu que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (cf. Rom 8,15-16), son también las condiciones para adorar la presencia divina en el corazón de los creyentes: "El especial modo de la presencia divina propio del alma racional consiste precisamente en que Dios está en ella como lo conocido está en aquel que lo conoce y lo amado en el amante. Y porque, conociendo y amando, el alma racional aplica su operación al mismo Dios, por eso, según este modo especial, se dice que Dios no sólo es en la criatura racional, sino que habita en ella como en un templo"St Thm

 

VI. Gestos de adoración trinitaria

El acto espiritual de la adoración se traduce necesariamente en unos gestos característicos, como genuflexiones, inclinaciones, postraciones, etc. De suyo estos gestos no son exclusivamente religiosos, ní han estado siempre reservados a la divinidad. Sin embargo, en el ámbito religioso, manifiestan lα actitud profunda del hombre para con Dios, especialmente cuando le da culto o se dedica a la oración: "Los que oran, adoptan la postura corporal que conviene a la oración. Se ponen de rodillas, extienden las manos, se postran en tierra y hacen otros gestos externos del mismo tipo"

Entre los diversos gestos que expresan la actitud religiosa de los creyentes en el Dios revelado por Jesucristo hay algunos de matiz trinitario. El principal de todos es la señal de la cruz invocando las tres divinas personas bien sobre uno mismo, bien sobre el pueblo para bendecirlo o sobre el que recibe un sacramento. La señal de la cruz está atestiguada desde los primeros tiempos de la Iglesia, no sólo como evocación del misterio pascual sino también en sentido trinitario y bautismal (cf. Mt 28,19), El actual Ōrdo Mossae del Misal Romano sitúa al comienzo de la celebración euearίstica la invocación trinitaría. La señal de la cruz con la mención de las divinas personas aparece también en varios sacramentos y sacramentales, aunque la reforma litúrgica del Vaticano II ha reducido el número de estos gestos, multiplicados en la época del influjo franco-germánico sobre la liturgia romana. En el siglo VI, en Oriente, se introdujo la costumbre de hacer la señāl de la cruz con dos (pulgar e Indice) o tres dedos abiertos (pulgar, índice y medio) y los demás cerrados, para expresar las dos naturalezas de Cristo o la Santísima Trinidad, Esta costumbre pasó deχρués a Occidente, siendo posteriormente sustitυida por la mano abierta.



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Julián López Martín