EN EL ANIVERSARIO

Encomendar a los difuntos

Monición de entrada: «Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos». La Iglesia así lo ha creído y practicado siempre. Y vosotros, familiares y amigos de N., habéis querido atender tan cristiana recomendación. Al cumplirse el aniversario de su muerte, mantenéis vivo su recuerdo y reafirmáis la esperanza en la resurrección, orando por él (ella).

La eucaristía es el marco adecuado para ello, porque es memorial del paso de Cristo de la muerte a la vida y es oración eficaz para que los que se nos van den ese mismo paso con el Señor.

Oremos:

Escucha, Señor, la oración de tu Iglesia
y haz que nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
cuyo aniversario conmemoramos,
goce de la claridad de tu luz,
del lugar de la paz
y de la felicidad de tu descanso;
y a nosotros mantennos en tu servicio,
hasta que un día nos encontremos todos en tu reino.
Por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: «Rezar por los difuntos es una idea piadosa y santa», afirma la primera lectura. Desde lo hondo de nuestro corazón, pedimos en el salmo que el Señor escuche nuestras súplicas. Cristo responde, asegurándonos que nada de lo que el Padre le encomendó se perderá, sino que lo resucitará en el último día.

Primera lectura: Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos (2Mac 12,43-46) [RE, Leccionario, 1193].

Salmo responsorial: Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra (Sal 129) [RE, Leccionario, 1213-1214].

Evangelio: El que cree en el Hijo tiene vida eterna (Jn 6,37-40) [RE, Leccionario, 1248].

Homilía: Resulta consolador, queridos familiares y amigos todos, encontrar personas a las que el paso del tiempo no borra las huellas de los seres queridos que se fueron; personas que mantienen su recuerdo vivo y se unen con fe a la Iglesia orante, pidiendo por ellos.

Es un gesto eficaz de la «comunión de los santos»: los que aún peregrinamos entramos en comunión con los que ya partieron hacia la casa del Padre. Nosotros aportamos nuestros pobres méritos y pedimos a Dios que los acepte junto a los méritos infinitos de Cristo, para que ellos, los difuntos, purificados de sus culpas, formen parte de la comunidad triunfante del cielo. A su vez, ellos intercederán ante Dios por nosotros, a fin de que nuestro discurrir por el mundo enderece el rumbo y encuentre el camino que conduce a la patria celeste.

Entendemos, por tanto, a la Escritura que nos dice: «Es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos». Y así mismo, entendemos el por qué la Iglesia ha mantenido siempre la tradición de encomendar a los difuntos.

Encomendar a los difuntos es orar, es recordar y reflexionar, es agradecer y continuar, y es ponerlos en las manos de Dios.

Es orar: es pedir por ellos, para que Dios les conceda el perdón de los fallos que, como seres humanos, cometieron. Reconocemos humildemente la limitación humana. En más de una ocasión nos hemos creído intachables y autosuficientes, incapaces de aceptar nuestros errores ante los demás. A la hora de la verdad, cuando uno se enfrenta a solas con su conciencia y con Dios, no le queda otro remedio que confesar que todos somos pecadores y que sólo Dios es santo. Por eso comenzamos cada eucaristía diciendo: «Antes de celebrar los sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados». Y nos confesamos pecadores. Y por eso también, al pedir por los difuntos, las oraciones de la liturgia se dirigen al «Dios de la misericordia y del perdón» y piden que sean purificados de sus faltas para que puedan entrar a vivir junto al Señor.

Encomendar a los difuntos es recordar y reflexionar. Cuando alguien ora a Cristo, a la Virgen o a algún santo, se acuerda y piensa en ellos, en algún pasaje de su vida, en alguna frase de su mensaje. Cuando uno encomienda a los difuntos, acude a su mente toda una película con multitud de sus gestos, palabras, costumbres, gustos... ¡Multitud! Sobre todo en fechas señaladas: navidad, cumpleaños... o en un día como hoy, el aniversario de su muerte.

Es bueno recordar. Reconforta, y da que pensar. Hace reflexionar en el trabajo y sacrificio que nuestros antecesores realizaron por conseguirnos un modo de vida mejor que el que ellos tuvieron. Somos deudores de ríos de sudor y lágrimas. Y repasamos también todo lo bueno que nos ofrecieron día a día: sonrisas, detalles, caricias... y correcciones. Sí, también sus censuras, porque nos ayudaron a enmendarnos y a mejorar.

Todo eso es de agradecer. Y merece ser continuado. Decíamos que encomendar a los difuntos incluye este aspecto. Es más: la mejor forma de reconocer lo bueno que de ellos recibimos es continuarlo en nosotros mismos, en nuestra relación familiar, con nuestros amigos y vecinos, en la vida diaria.

Encomendar a los difuntos es, final y especialmente, ponerlos en las manos de Dios. Las mejores manos. Las manos del Padre. De él sólo cabe esperar amor infinito y entrañable, y vida plena y eterna. Sobre todo si, como en la eucaristía que celebramos, el mismo Cristo se une a nuestra oración, cumpliendo el anuncio del evangelio: «Esta es la voluntad del Padre que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día».

Que sea así para nuestro hermano (nuestra hermana) N. y para todos los difuntos.

Invitación a la paz: En el espíritu de Cristo resucitado, a quien encomendamos a nuestros seres queridos difuntos, nos damos fraternalmente la paz.

Comunión: La comunión con Jesucristo en la eucaristía nos une a su misterio de salvación y estrecha nuestra vinculación con la comunión de los santos. Este es el Cordero de Dios...

Canto o responsorio: Si encomendamos a nuestros difuntos, es porque creemos en la resurrección. Con la fe puesta en Jesucristo, resucitado de entre los muertos, cantamos.

Oremos:

Tú, Señor,
que has querido aceptar nuestras oraciones
en favor de nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
purifícalo por esta celebración
para que pueda gozar eternamente
de la paz de Cristo.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.

Despedida: Hermanos: que el recuerdo y la oración por nuestros difuntos nos lleven a vivir en cercanía de cariño y amistad con quienes están a nuestro lado.