PARA EL 2 DE NOVIEMBRE


Conmemoración
de todos los fieles difuntos


Monición de entrada:
Unidos a la Iglesia, celebramos la conmemoración de todos los fieles difuntos. Siguiendo la recomendación bíblica de que «es una idea piadosa y santa rezar por los difuntos» (2Mac 12,46), se nos propone este día de oración por cuantos nos han precedido en el camino de la vida. Nuestra comunidad parroquial ha querido solemnizar de modo especial esta eucaristía para que, unidos en asamblea, celebremos su recuerdo con fe y esperanza en la resurrección. Es una emotiva comunión entre la Iglesia peregrina y la Iglesia que ya ha traspasado este mundo en busca del cielo nuevo y la tierra nueva. Ofrecemos esta celebración por todos nuestros difuntos, con una mención especial para quienes partieron de entre nosotros durante el último año.

Oremos:

Oh Dios, que resucitaste a tu Hijo
para que, venciendo la muerte,
entrara en tu reino,
concede a todos los fieles difuntos,
a quienes recordamos en este día,
que, superada su condición mortal,
puedan contemplarte para siempre
como su Creador y Salvador,
con tus santos, en el cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: San Pablo nos recomienda que el recuerdo a los difuntos debemos apoyarlo en la esperanza de la resurrección de Cristo. Esa es la actitud que proclamamos con el salmo: «Mi alma espera en el Señor»; y es la actitud que nos pide el Señor en el evangelio al afirmar: «Yo soy la resurrección y la vida».

Primera lectura: Estaremos siempre con el Señor (1Tes 4,13-14.17b-18) [RE, Leccionario, 1227].

Salmo responsorial: Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra (Sal 129) [RE, Leccionario, 1213-1214].

Evangelio: Yo soy la resurrección y la vida (Jn 11,21-27) [RE, Leccionario, 1251].

Homilía: Es hermoso comprobar que el recuerdo a quienes partieron de entre nosotros no se ha desvanecido con el paso del tiempo. Nuestra mente los mantiene vivos en la memoria y nuestro corazón los sigue venerando con amor.

Pero sería una pena que todo se redujera a la visita al cementerio y al homenaje de unas flores. Está muy bien, pero para un creyente y para un cristiano no es suficiente. Un creyente confía en la vida tras la muerte y desea y ora para que esa vida sea en paz y en felicidad. Un cristiano cree en la resurrección futura, espera en la vida gloriosa y celebra que esa resurrección y esa gloria ya han sido conquistadas por Cristo para él y para toda la humanidad.

Por eso, como creyentes cristianos, hemos venido a participar de esta eucaristía, porque en ella celebramos el triunfo de Cristo, porque en ella ofrecemos el sacrificio redentor de Cristo y unimos nuestra oración a sus infinitos méritos, y porque en ella proclamamos nuestra fe en la resurrección del Señor. Como en toda eucaristía, recordamos que «este es el misterio de nuestra fe». Como en toda eucaristía confesamos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. iVen, Señor Jesús!».

De eso se trata. Es el resumen de la fe y el resumen de la vida cristiana. Es la garantía de que, tras la muerte, Dios rescatará esa vida y le dará con Cristo la resurrección y la gloria. San Pablo lo recordaba con su mensaje de ánimo: «No queremos que ignoréis la suerte de los difuntos, para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él».

Proclamar la muerte y resurrección de Cristo: resumen de la fe y resumen de la vida cristiana, insistimos. Desde el nacimiento a la vida de Dios por el bautismo, hasta su muerte, la existencia de un cristiano transcurre a la sombra de la cruz. Tan es así, que decimos con el catecismo que «la señal del cristiano es la santa cruz». Una cruz que es signo del morir cada día al pecado y del luchar cada día por liberar al mundo de los efectos del pecado: el mal y el sufrimiento en todas sus dimensiones de hambre, de enfermedad, de marginación, de violencia, etc. Pero una cruz que es, a la vez, signo de vida nueva y resurrección: del hombre nuevo que va renaciendo a imagen de Cristo, y del mundo nuevo que se va consiguiendo desde el amor, la paz y la justicia.

Los seres queridos a quienes hoy recordamos ¡cuánto trabajaron por dejarnos un mundo mejor que el que ellos recibieron! ¡Cuánto debemos a sufe y a su vida cristiana! ¡Cuántos valores nos transmitieron que deben constituir la mejor herencia: honradez, espíritu de sacrificio, respeto y convivencia, fe, esperanza y amor cristianos...! ¡Cuántas lágrimas enjugaron, cuántas necesidades atendieron, cuánta esperanza despertaron, cuánto amor sembraron! Con sus vidas de fe anunciaron la muerte y proclamaron la resurrección del Señor.

Nuestro recuerdo es oración por ellos, con la confianza puesta en el Dios misericordioso, que perdona sus culpas y deficiencias humanas, y con la fe apoyada en el portentoso anuncio que el Señor ha manifestado en el evangelio: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre».

Nuestro recuerdo es compromiso con el legado que nos dejaron y con los valores que nos enseñaron. Ahora nos corresponde a nosotros cumplir con la tarea cristiana de llevar hacia adelante este mundo que ellos pusieron en nuestras manos.

Y nuestro recuerdo es, además, celebración de la eucaristía. Acción de gracias a Dios por el regalo de sus vidas y por la obra realizada a través de su existencia. Y memorial de la muerte y resurrección del Señor. Con fe y con esperanza en la vida eterna que nos aguarda tras la muerte, reconocemos la salvación de Dios, realizada en Cristo: «Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor».

Memento de difuntos: (Si, como ya es costumbre generalizada, en esta misa se recuerda de modo especial a los fallecidos durante el último año, se citan sus nombres).

Invitación a la paz: «Descansen en paz» es la oración repetida ante el recuerdo a los difuntos. Deseamos, sí, que descansen en paz. Y deseamos para nosotros vivir en paz. Nos damos fraternalmente la paz.

Comunión: Este es Cristo, la resurrección y la vida, el que nos asegura también que «el que coma este pan vivirá para siempre». Dichosos los llamados a la mesa del Señor.

Canto o responsorio: En toda celebración por los difuntos entonamos en estos momentos una canción de fe y esperanza en la resurrección. En este día, en el que tenernos presentes a todos cuantos partieron de entre nosotros, lo hacemos con una fuerza especial.

Oremos:

Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno,
humildemente te suplicamos
que te dignes llevar a tus fieles difuntos
al lugar del consuelo, de la luz y de la paz,
y que, franqueadas victoriosamente
las puertas de la muerte,
habiten con tus santos en el cielo,
en la luz que prometiste a Abrahán
y a su descendencia por siempre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

Despedida: La comunidad parroquial se siente dichosa de contar con este grupo (tan numeroso) de fieles que recuerdan a sus difuntos con fe y esperanza. Es un consuelo para todos el celebrar la eucaristía en comunión entre vivos y muertos, confesando la resurrección del Señor. Confiamos en que las familias que han perdido a algún ser querido durante el último año hayan encontrado el alivio de nuestra presencia y de nuestra oración. Os transmito un mensaje agradecido de su parte.