EN CUARESMA


Camino hacia la pascua


Monición de entrada:
Con el dolor de haber perdido a N., miembro querido de vuestra familia, os reunís en la iglesia, acompañados por familiares y amigos, a los que unimos nuestro pésame y condolencia que deseamos expresaros sinceramente. Pero además, vamos a unir nuestra fe a la de los creyentes, para orar, para escuchar la palabra del Señor y para celebrar el misterio de la salvación, actualizado en la eucaristía. Nos encontramos en el tiempo litúrgico de la cuaresma: un camino muy apropiado para unirnos a él con nuestro sufrimiento y con nuestra pena, porque al final del camino nos espera la pascua resucitada.

Oremos:

Oh Dios, siempre dispuesto
a la misericordia y al perdón,
escucha nuestras súplicas por tu hijo (hija) N.,
que acabas de llamar a tu presencia,
y ya que creyó y esperó en ti,
condúcelo (condúcela) ahora a tu reino, su verdadera patria,
para que goce contigo de la alegría eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo...

Introducción a las lecturas: San Pablo nos anima a recobrar a la confianza en el Señor, porque «si creció el pecado, más desbordante fue la gracia». El salmo nos invita a proclamar que «el Señor es compasivo y misericordioso». Jesús nos habla del grano de trigo que se rompe para dar fruto, en alusión clara al amor con que se entrega a la muerte para salvarnos.

Primera lectura: Reconciliados por la muerte del Hijo (Rom 5,5-11) [RE, Leccionario, 1215-1216].

Salmo responsorial: El Señor es compasivo y misericordioso (Sal 102) [RE, Leccionario, 1211].

Evangelio: Como el grano de trigo (Jn 12,23-28) [RE, Leccionario, 1253].

Homilía: Cuaresma, tiempo de gracia y de misericordia. Llamada de Dios al cambio hacia una vida nueva. Encuentro con el amor de Dios que se hace perdón. Camino que sube hasta una cruz en lo alto, pero que aún asciende más arriba, porque culmina en resurrección.

Queridos familiares (esposa, esposo, hijos...) de N.: el Señor os invita a entrar en ese camino hacia la pascua. Con vuestra pena y vuestro dolor. Con el viacrucis particular que estáis padeciendo y que es vuestra cruz: la muerte de vuestro ser querido. Pero con la certeza de que Cristo va junto a nosotros, recorriendo el mismo camino.

La humanidad emprende la andadura de la existencia, en busca de felicidad duradera. Pero el pecado sembró de trampas el recorrido, y el hombre, con un tropiezo aquí y otro allí, ve salpicados por el dolor y el sufrimiento los breves momentos de dicha, conseguidos con esfuerzo. Y lo peor es que esos senderos por los que busca vivir, ve con impotencia que, tarde o temprano, conducen a la muerte.

Dios se acuerda de nosotros, porque «es compasivo y misericordioso, porque siente ternura por sus fieles y se acuerda de que somos barro», según expresaba el salmo que hemos rezado. Y envía a su Hijo como compañero de viaje. De esta forma, «si el delito de uno trajo la condena a todos, la justicia de uno traerá la justificación y la vida... Y así como reinó el pecado, causando la muerte, así también, por Jesucristo, nuestro Señor, reinará la gracia, causando una justificación que conduce a la vida eterna». Era el mensaje de las palabras de san Pablo.

Cristo se pone al frente de nuestra marcha. No quiere librarse de nuestros malos ratos, y se somete a nuestras dificultades y limitaciones. Pero es para enseñarnos, desde nuestra propia situación, a encontrar el modo de asumirlas y superarlas.

Para empezar, nos pide un cambio radical: no vivir desde el egoísmo y la ambición, sino desde el amor y la generosidad. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, pero el que se rompe a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna», ha dicho Jesús en el evangelio. Se trata, por tanto, de ir sembrando amor en el camino, porque es la única manera de sembrar y cosechar vida.

Naturalmente que esta manera de plantearse la existencia rompe nuestros esquemas. Les pasó lo mismo a los apóstoles. Momentos antes de la comparación del grano de trigo, el Señor les había anunciado: «Mirad, subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre será entregado a los gentiles, escarnecido, insultado y escupido. Y, después de azotarlo, lo matarán. Pero, al tercer día, resucitará». El evangelista añade de inmediato: «Ellos no entendieron nada de todo esto, pues eran palabras oscuras para ellos y no descifraron el significado» (Lc 18,31-34). Nos resulta imposible a los hombres encontrar sentido al sufrimiento y a la muerte desde nuestra perspectiva humana. Solamente seremos capaces de hallarlo desde la fe. De hecho, los discípulos tampoco lo comprendieron sino después de la muerte y resurrección, cuando recuperaron la fe en el Cristo resucitado.

Hermanos, justamente allí, a la pascua de resurrección apunta el camino que señala el Señor. Por eso decíamos que la cuaresma, que es caminar con Cristo, es un camino hacia la pascua. El sembró de amor el sendero de la vida, también los tramos de sufrimiento y dolor. Con ese amor, cargó con ellos y subió hasta el calvario para crucificarlos en su muerte. Con ese amor, ofreció a Dios el sacrificio de la redención para que la humanidad fuera justificada y alcanzara la vida. Gracias a ese amor, el final de nuestro caminar no es la muerte, sino la vida.

Al renovar en la eucaristía el sacrificio redentor del Señor y el misterio de su pascua, pedimos que seamos capaces de creerle, para enderezar el rumbo de nuestra vida; y pedimos, en palabras de san Pablo, que nuestro hermano (nuestra hermana) N. «reciba un derroche de gracia y el don de la justificación que conduce a la vida eterna».

Invitación a la paz: No existe mayor paz que la que uno siente cuando ama con generosidad. Que Dios conceda la paz a nuestro hermano (nuestra hermana) N. por haber sabido amar, y a nosotros nos conceda la paz de saber querernos de verdad. Daos como hermanos la paz.

Comunión: Para que nuestra vida sea un camino hacia la pascua, el Señor se une a nosotros en comunión total. Dichosos los que saben encontrarse con él, dichosos los llamados a la cena del Señor.

Canto o responsorio: La vida cristiana es camino hacia la pascua. Allí nos espera la cruz y la resurrección con Cristo. Lo creemos y lo cantamos.

Oremos:

Oh Dios, cuyos días no tienen fin
y cuya misericordia es infinita,
que tu Espíritu nos haga caminar
en santidad y justicia a lo largo de la vida,
para que, unidos a tu Iglesia
y a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que ya ha partido de entre nosotros,
alcancemos la pascua de la resurrección.
Por Jesucristo nuestro Señor.

Agradecimiento de la familia: Muchas gracias a todos por vuestra compañía. En momentos dolorosos como estos, se da cuenta uno de cuánto necesita la cercanía de los amigos. Gracias. Queremos dedicar un recuerdo especial a cuantos habéis participado en esta celebración, en la que hemos podido vislumbrar con la fe ese final que no termina en la muerte, sino en la pascua de resurrección. Es lo que esperamos para nuestro querido (nuestra querida) N.