EN UNA MUERTE TRAS LARGA Y PENOSA ENFERMEDAD


Monición de entrada:
Hermanos, nos saludamos con la señal de la cruz: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Nos preside la cruz: un signo elocuente de dolor y de esperanza; el más apropiado para acompañar el tránsito de nuestro hermano (nuestra hermana) N. La cruz del dolor y del sufrimiento ha presidido sus días de larga enfermedad. Pero esa cruz extiende hoy sus brazos de esperanza, porque el dolor y la muerte han sido vencidos en la cruz de Cristo, y se abre el camino a la dicha y a la vida feliz. Es el misterio que hemos venido a celebrar en esta eucaristía por nuestro hermano querido (nuestra hermana querida).

Oremos:

Oh Dios, que quisiste
que nuestro hermano (nuestra hermana) N.
te sirviera en la prueba de su larga enfermedad,
te pedimos que quien fue paciente,
a ejemplo de tu Hijo,
alcance el premio de su misma gloria.
Por el mismo Señor nuestro Jesucristo...

Introducción a las lecturas: Las infinitas preguntas que nos avasallan ante el sufrimiento y la muerte no obtienen respuesta humana. Pero, aunque sigue siendo un misterio, la fe nos aporta la luz de la palabra de Dios con su dimensión esperanzadora. «Es bueno esperar en silencio la salvación de Dios», nos dice la primera lectura. «Dios es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?», responderemos con el salmo. «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu», escucharemos al Señor en el evangelio, después de su lamento, «¿Por qué me has abandonado?». La respuesta de Dios va más allá de las palabras: llega con la resurrección.

Primera lectura: Es bueno esperar en silencio la salvación de Dios (Lam 3,17-26) [RE, Leccionario, 1200].

Salmo responsorial: El Señor es mi luz y mi salvación (Sal 26) [RE, Leccionario, 1208-1209].

Evangelio: Muerte y resurrección del Señor (Mc 15,33-39; 16,1-6) [RE, Leccionario, 1237-1238].

Homilía: Queridos familiares y amigos todos: Estoy seguro de que, en este largo tiempo de enfermedad y sufrimiento de N., os habéis preguntado en más de una ocasión: ¿para qué tanto sufrimiento?, ¿qué sentido tiene una enfermedad tan prolongada y penosa?... Y no habéis hallado respuesta, porque se trata de un misterio de la condición humana, limitada y deficiente; y ante el misterio no se encuentran respuestas externas; ante el misterio sólo cabe la respuesta que cada uno ha de adoptar con su propia actitud: o se asume y se integra como parte de nuestra existencia —aun partiendo en este caso de una rebeldía radical contra el dolor y el mal— o queda uno roto y anonadado por él.

Sí, la primera actitud humana de respuesta ante el sufrimiento y el mal es, debe ser, rebelarse y luchar lo indecible contra ellos. Una actitud que nos lleva, como os ha llevado a vuestra familia, a buscar remedio en la ciencia. Es la actitud que mueve a tantas personas a poner lo mejor de sí mismas —investigación, conocimientos, medios, vocación y entrega— en aras de subsanar, o al menos paliar en lo posible, los estragos de la enfermedad y del dolor.

Pero no siempre se consigue. A pesar de los avances innegables de la medicina, hay casos como el vuestro para los que no se encuentra remedio. No queda entonces otra aportación humana más que la de acompañar al enfermo, estar cerca de él y hacer más llevadero su amargo trance con la atención exquisita y con el cariño entrañable. Así lo han llevado a cabo, junto a la cruz de Jesús, María su madre, el discípulo Juan y aquellas buenas mujeres. Como también lo habéis hecho vosotros, familiares de N., que habéis estado con él hasta el final.

Precisamente esa referencia a la cruz del Señor nos abre el camino en busca de la única respuesta capaz de aportar un poco de luz y capaz de dar sentido al misterio del dolor y de la muerte; una respuesta que, según decíamos, también ha de surgir como actitud interior, y que en este caso es la fe.

El creyente constata que esa actitud de rebeldía que él siente coincide con la que el Señor sintió ante la pasión y la muerte: «Pase de mí este cáliz», «¿por qué me has abandonado?».

El creyente comprueba que esa actitud de Cristo no fue un simple gesto de impotencia ante lo inevitable, sino la respuesta consecuente de una persona que ha luchado contra la enfermedad y las limitaciónes humanas, tanto físicas como morales; que ha devuelto la salud a los enfermos, la esperanza a los marginados, el consuelo a los tristes. Jesús, que se ha rebelado contra el mal y «ha pasado por la vida haciendo el bien», se rebela ahora contra el sufrimiento y la muerte. Pero su protesta no se queda en palabras. Cree por la fe que en su pasión y muerte se juega la batalla contra la pasión y la muerte de la humanidad. Y acepta el trance: «No se haga mi voluntad, sino la tuya». Y a pesar de las tinieblas, confía: «A tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu».

A partir de la actitud de Cristo, el creyente «cree». Es decir, a pesar de la oscuridad y de no entender su calvario, pone en las manos de Dios el dolor, el sufrimiento y la misma muerte, porque cree que fueron asumidos por Cristo en la cruz y que fueron clavados en ella definitivamente. Y cree que la muerte quedó crucificada y «muerta» en la de Cristo definitivamente. Y cree que su dolor y sufrimiento, unidos al Señor, son redención para la vida del mundo, y que, con Cristo, son «paso», son «pascua» a la resurrección.

Amigos, ¿qué sentido tiene tanto sufrir y penar?, nos preguntábamos. Ojalá desde la fe encontremos un poco de luz para este misterio. Las personas que sufren «completan —como dice san Pablo— lo que falta a la pasión de Cristo». Las camas, o las sillas de ruedas a las que han estado cosidas largo tiempo, han sido cruz salvadora, y su dolor, pasión redentora.

Ojalá desde esa misma fe seamos capaces de luchar con todas nuestras fuerzas en favor de la vida y del bien, en contra del dolor y del sufrimiento.

Ojalá. nos esforcemos en no ser una cruz para los que nos rodean, sino en hacerles la vida agradable. Ojalá que seamos consuelo y ánimo de los que padecen, y que sepamos agradecer y valorar como don precioso la ofrenda en cruz de quienes sufren.

Ahora mismo, aquí en la eucaristía, se actualiza el misterio de la pasión y muerte del Señor. Todo cuanto nuestro hermano (nuestra hermana) N. ha sufrido queda incorporado a la cruz de Cristo, y su muerte, a la muerte del Señor. Pero recordad que el evangelio no concluía con la muerte, sino con la victoria portentosa de la resurrección. Es el triunfo que también conmemora la eucaristía. Creemos y esperamos que N. es conducido (conducida) a participar con Cristo de la paz y de la dicha de su vida resucitada.

Invitación a la paz: Nuestro saludo de paz sea condolencia solidaria con esta familia que sufre, y sea también deseo de convivir en concordia con cuantos comparten nuestra existencia.

Comunión: Cada vez que comemos este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos la muerte y resurrección del Señor: unimos nuestro sufrir y morir al de Cristo, para que seamos también partícipes de su resucitar glorioso. Este es el cordero de Dios...

Canto o responsorio: La cruz es símbolo de sufrimiento, pero, a partir de la resurrección de Cristo, es también signo de victoria. Cantamos nuestra fe en el triunfo del Señor.

Oremos:

Señor, Jesucristo,
redentor del género humano,
te pedimos que des entrada en tu paraíso a nuestro hermano (nuestra hermana) N.,
que, tras larga enfermedad y sufrimiento,
acaba de cerrar sus ojos a la luz de este mundo
y los ha abierto para contemplarte a ti,
luz verdadera;
líbralo (líbrala), Señor, de la oscuridad de la muerte
y haz que contigo goce en el festín de las bodas eternas;
que se alegre en tu reino, su verdadera patria,
donde no hay tristeza ni muerte,
donde todo es vida y alegría sin fin,
y contemple tu rostro glorioso por los siglos de los siglos.

Agradecimiento de la familia: Muchos habéis sido los que, durante la difícil enfermedad de N., os habéis interesado por su situación y habéis estado cerca de él (de ella) y de la familia. Os lo agradecemos sinceramente. Extendemos nuestra gratitud a cuantos os habéis unido a esta celebración; y damos gracias de modo especial a Dios, que nos ha enviado su mensaje de consuelo y esperanza en esta eucaristía. Tanto sufrimiento de N. y tanta preocupación de la familia no han sido estériles, porque han fructificado en vida resucitada y feliz.