27
HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXIV
(20-27)

20.

Nexo entre las lecturas

No puede haber otro tema dominante en este día que la realeza de Jesucristo. Esta realeza está prefigurada en el texto del profeta Daniel: "Le dieron poder, honor y reino... su reino no será destruido" (primera lectura). En el evangelio la realeza de Jesús viene afirmada en términos categóricos: "Pilatos le dijo: ¿Luego tú eres rey?. Jesús respondió: Sí, como dices, soy rey". La segunda lectura, tomada del Apocalipsis, confirma y canta la realeza de Jesús: "A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén". Al mismo tiempo los cristianos son hechos partícipes de la realeza de Cristo: "Ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre".


Mensaje doctrinal

1. Dos concepciones del rey. Pilatos y Jesús representan dos concepciones contrapuestas del rey y de la realeza. Pilatos no puede concebir otro rey ni otro reino que un hombre con poder absoluto como el emperador Tiberio o por lo menos con poder limitado a un territorio y a unos súbditos, como el famoso Herodes el Grande. Jesús, sin embargo, habla de un reino que no es de este mundo, es decir, no tiene en el mundo de los hombres su proveniencia, sino en solo Dios. Pilatos piensa en un reino que se funda sobre un poder que se impone por la fuerza del ejército, mientras que Jesús tiene en mente un reino impuesto no por la fuerza militar (en ese caso "mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos"), sino por la fuerza de la verdad y del amor. Pilatos no puede concebir de ninguna manera un rey que es condenado a muerte por sus mismos súbditos sin que oponga resistencia, y Jesús está convencido y seguro de que sobre el madero de la cruz va a instaurar de modo definitivo y perfecto su misterioso reino. Para Pilatos decir que alguien reina después de muerto es un contrasentido y un absurdo, para Jesús, sin embargo, está perfectamente claro que es la más verdadera realidad, porque la muerte no puede destruir el reino del espíritu. Dos reinos diversos, dos concepciones diferentes. Después de dos mil años del histórico encuentro entre Jesús y Pilatos, ¿no es la concepción de Jesucristo la única que ha podido pasar el test de la historia?

2. Características del reino. El reino de Jesús es un reino preanunciado, en el que se cumple lo que los profetas de siglos anteriores habían prometido de parte de Dios. El señorío de Jesús es el del Hijo del hombre, a quien Dios le entrega todo poder y todo reino (primera lectura). En segundo lugar, es un reino que vence todas las potencias del mal, simbolizadas por Daniel en las cuatro bestias; Cristo en, efecto, las vencerá todas en la cruz, que el evangelista Juan ve como un trono, poniendo tales potencias demoníacas como escabel de sus pies. En tercer lugar, el reino de Jesucristo goza de una gran singularidad: no es de este mundo, pero está presente en este mundo, aunque no se vea porque pertenece al reino del espíritu. En cuarto lugar, el rey se define como testimonio de la verdad, y los súbditos como los que son de la verdad y escuchan su voz. Sí, Cristo es rey en cuanto da testimonio de la verdad, es decir, de la Palabra del Padre que él encarna, y que el Espíritu interioriza y hace eficaz en los corazones de los hombres. Los hombres son súbditos de Cristo Rey si son de la verdad, es decir, si viven, piensan y actúan movidos por sintonía y connaturalidad con la Palabra de Jesucristo. En quinto lugar, Jesús no es rey del espacio, sino del tiempo, de todos los tiempos. El es el alfa y la omega, el centro del tiempo y su principio normativo, "Aquél que es, que era y que va a venir". Finalmente, Jesucristo no sólo es rey, sino que hace partícipes de su realeza a los cristianos: Ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. De esta manera, los cristianos participan del reinado de Cristo, con las características ahora descritas.


Sugerencias pastorales

1. Dejar al Rey serlo de verdad. Cuando un rey es despótico, tirano, esquilmador de sus súbditos, entonces es justo y obligado rebelarse contra él. Pero si un rey es justo, bueno, entregado al bienestar de sus súbditos, comprensivo, buen gobernante, es necesario que los súbditos le dejen hacer el rey y serlo de verdad. El absolutismo regio de siglos pasados ha perturbado y desfigurado la figura noble de un rey auténtico. Hay que hacer todo lo posible para recuperarla en la mentalidad común de los hombres, particularmente de los cristianos, porque no podemos renunciar a llamar a Jesucristo, Señor y Rey del universo. Y sería penoso que los cristianos, al menos algunos, entendieran ese reinado de Jesús con las características negativas de un soberano absoluto y despótico. Jesucristo quiere reinar -para eso ha venido a este mundo-; hay que dejar a Cristo ser rey de verdad. Ser rey como él quiere serlo, no conforme a concepciones políticas trasnochadas; ser rey de todos los hombres y de todo el hombre: de sus pensamientos y sentimientos, de su voluntad y afectividad, de su tiempo y de su existencia; de su trabajo y de su descanso; de toda la vida del hombre para infundir en ella una presencia divina, una soberanía que eleva, una realeza espiritual. ¿Cuál es tu concepción de Jesucristo rey? ¿Dejas a Jesucristo ser verdaderamente rey de tu vida? ¿Qué haces, qué puedes hacer para que Cristo reine en el corazón de los hombres y de la historia? ¿Qué vas a prometer a Jesús en su fiesta de Rey del universo?

2. Un reino de sacerdotes. En Jesucristo se unen en el madero de la cruz su sacerdocio y su realeza. Nosotros, los cristianos, somos pueblo de reyes y somos un reino de sacerdotes en virtud de la muerte y resurrección de Jesucristo. Somos un reino de sacerdotes porque amamos y seguimos la doctrina de la verdad, porque todos juntos en la liturgia cantamos las alabanzas y glorias del Señor, porque movidos por la fe dejamos que él guíe nuestros pasos hacia el Padre. Todos. Cada uno en su individualidad, y todos como comunidad de fe y de adoración. Somos además un pueblo de reyes, porque el reinado de Jesucristo no somete ni esclaviza, sino que hace hombres libres, perfectamente libres frente a sí mismo y a las propias pasiones, frente al mundo con sus poderes y sus insidias, frente a Dios que atrae con ternura y con amor. Estoy convencido de que la belleza de la vida cristiana está escondida para la mayoría de los hombres. Porque estoy plenamente seguro de que nos enamoraríamos de ella, el día que la entreviéramos y se nos abrieran los ojos de la inteligencia y del amor. De todos y cada uno de nosotros depende el que la Iglesia sea un pueblo de reyes y un reino de sacerdotes.

P. ANTONIO IZQUIERDO


21. Con dibujos en Word del P. Eduardo Martínes Abad, escolapio.


22. DOMINICOS 2003

Este domingo: 34º del Tiempo Ordinario

Jesucristo Rey del Universo

La fiesta de Jesucristo rey del universo fue introducida por Pío XI en 1925. En sus orígenes estaba relacionada con la devoción del sagrado corazón y con el misterio de Pascua. La fiesta fue introducida por la encíclica Quas Primas. En el texto de la misma recibe un carácter apologético dirigida contra el cuestionamiento de la autoridad de la iglesia por la sociedad liberal. Pero aunque este sea el contexto de la fiesta la encíclica se centra sobre todo en consideraciones teológicas. La realeza de Cristo es fundamentada en el carácter divino de su persona.

Hay quienes argumentan que los títulos de realeza aplicados a Dios no son más que una proyección de la experiencia humana de la monarquía. Pero hay que tener en cuenta que en la experiencia religiosa de Israel la realeza de Dios tiene que ver con haberlo experimentado como el creador que vence sobre las fuerzas del caos y del mal. De modo análogo algunos textos del Nuevo Testamento presenta a Jesús como rey desde la experiencia pascual de la victoria de Jesús sobre la muerte.

Desde el punto de vista teológico, el sentido de la realeza de Cristo es fundamentalmente soteriológico. Es utilizado para remarcar la realidad salvadora de la persona de Cristo. Si es cierto que este título puede suscitar en la sensibilidad contemporánea otros sentidos, la tarea de la predicación es poner en relación el título y la fiesta con el carácter salvador de la persona de Jesús.

Comentario bíblico:

La verdad del Reinado de Dios

        La festividad de Cristo Rey cierra el año litúrgico y se pretende poner en el horizonte de nuestra historia a Aquél que ha hecho presente en este mundo el reinado de Dios, que no es un estado, sino una situación en la que los hombres deben aprender a vivir en solidaridad.

Iª Lectura: Daniel (7,13-14): El reino eterno no es de los hombres

I.1. La primera lectura de hoy, tomada del libro de Daniel, es una visión en la que el autor de este libro apocalíptico contempla a una figura, llamada Hijo de hombre, al que se le confía el destino del mundo. La visión es muy particular: por una parte se habla de “reino” y “poder”. Pero esto lo entrega a Dios a una figura misteriosa, como un Hijo de hombre. Su “reino no será destruido jamás”. No ha habido ni habrá sobre la tierra un imperio que permanezca eternamente, porque los imperios de la tierra no son humanos, aunque pretendan ser divinos. Tienen los pies de barro, de insolidaridad y de injusticia. El sueño, la visión no es otra cosa de lo que deseamos todos, pero ese reino tiene que venir de Dios (el Anciano en la visión), pues de lo contrario no será eterno.

I.2. Sabemos que la tradición cristiana, después de la resurrección, ha visto en esta figura humana a Jesucristo. Es un poder que en aquél tiempo estaba en manos de fieras, que representaban los imperios de este mundo. Ya sabemos que esos imperios han desaparecido, aunque han venido otros. Pero lo importante es saber que un día el poder estará en manos de Aquel, que hecho hombre, ha ganado para siempre un reino de justicia y de hermandad. No usará el poder para esclavizar como han hecho los poderosos de este mundo, sino para liberarnos y hacernos dignos hijos de Dios.

IIª Lectura: Apocalipsis (1,5-8): Jesucristo nos convoca al cielo

II.1. La segunda lectura, el Apocalipsis, se enmarca en la asamblea litúrgica, reunida en nombre del Señor, en la eucaristía, en el domingo, día de la resurrección, en que aparece Jesucristo, el testigo fiel. Este es un texto litúrgico lleno de matices cristológicos, en que se proclama la grandeza del que ha de ser alabado en un himno que encontramos en el v. 7 de la lectura de hoy. El vidente de Patmos, pues, va a escribir a las siete Iglesias de Asia, y las saluda en nombre de Jesucristo, quien con su propia sangre ha abierto un camino nuevo en este mundo en el que el mal parece “reinar” con una cierta soberanía. Pero Jesucristo, el “traspasado”, vive ya para siempre; es el alfa y la omega (las dos letras con las que comienza y termina el alfabeto griego), porque en Jesús ha comenzado una historia nueva y en El se consumará nuestra historia.

II.2. No deberíamos olvidar, a pesar de lo que se cree comúnmente, que las descripciones de Ap descubren algo que debe llegar en el futuro, sino que es algo que se cuenta como ya sucedido, aunque en clave de futuro. Se ha escrito para hablar de Jesucristo el “traspasado” y no de catástrofes; para hablar del triunfo de aquél que ha puesto el amor por encima del poder y la política de la época. Y otra cosa, es el mismo Jesús el que habla de sí mismo y de las cosas de Dios y del cielo. ¿Para qué? Para que sigamos teniendo esperanza en su vuelta, en el triunfo definitivo de Dios. ¿Con que garantías? Pues con la garantía de la “muerte y resurrección” de Jesús. En este libro se habla del cielo, no del infierno. Es el cielo el que se presenta al vidente y el vidente a sus lectores: los cristianos que sufren en este mundo y en esta historia. Estas con las claves de la lectura del Apocalipsis y de este hermoso texto de la liturgia de hoy. Todas las imágenes litúrgicas que se acumulan y los títulos cristológicos como rosario de cuentas de zafiro es para afirmar el triunfo de Dios y de Jesucristo sobre nuestra vida y nuestra muerte.

Evangelio: Juan (18,33-37): La verdad del reinado de Jesús

III.1. El evangelio de hoy forma parte del juicio ante el prefecto romano, Poncio Pilato, que nos ofrece el evangelio de Juan. Es verdad que desde esa clave histórica, el evangelio de Juan tiene casi los mismos personajes de la tradición sinóptica, entre otras cosas, porque arraigó fuerte la pasión de su Señor en el cristianismo primitivo. La resurrección que celebraban los primeros cristianos no se podía evocar sin contar y narrar por qué murió, cuándo murió y a manos de quién murió. La condena a muerte de Jesús fue pronunciada por el único que en Judea podía hacerlo: el prefecto de Roma como representante de la autoridad imperial. En esto no cabe hoy discusión alguna. Pero los hechos van mucho más allá de los datos de la tradición y el evangelio de Juan suele hurgar en cosas que están cargadas para los cristianos de verdadera trascendencia. El juicio de Jesús ante Pilato es para Juan de un efecto mayor que el interrogatorio en casa de Anás y Caifás. En ese interrogatorio a penas se dice nada de la “doctrina” de Jesús. El maestro remite a sus discípulos, pero sus discípulos, como hace Pedro, lo niegan. Y entonces el juicio da un vuelco de muchos grados para llevar a Jesús al “pretorio”, el lugar oficial del juicio, a donde los judíos no quisieron entrar, cuando ellos los llevaron allí con toda intención.

III.2. El juicio ante Pilato, de Juan, es histórico y no es histórico a la vez. Es histórico en lo esencial, como ya hemos dicho. Pero la “escuela joánica” quiere hacer un juicio que va más allá de lo anecdótico. El marco es dramático: los judíos no quieren entrar y sale Pilato, pregunta, les concede lo que no les podía conceder: “tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”. Pero ellos no quieren manchar “su ley” con la sangre de un profeta maldito. Pilato tampoco, aparentemente, quiere manchar el “ius romanum” con la insignificancia de un profeta judío galileo que no había hecho nada contra el Imperio. El drama que está en juego es la verdad y la mentira. Ese drama en el que se debaten tantas cosas de nuestro mundo. Pero los autores del evangelio de Juan van consiguiendo lo que quieren con su teología. Todo apunta a que Jesús, siempre dentro del “pretorio”, es una marioneta. En realidad la marioneta es la mentira de los judíos y del representante de la ley romana. Es la mentira, como sucede muchas veces, de las leyes injustas e inhumanas.

III.3. Al final de toda esta escena, el verdadero juez y señor de la situación es Jesús. Los judíos, aunque no quisieron entrar en el “pretorio” para no contaminarse se tienen que ir con la culpabilidad de la mentira de su ley y de su religión sin corazón. Esa es la mentira de una religión que no lleva al verdadero Dios. Esto ha sido una constante en todo el evangelio joánico. Pilato entra y sale, no como dueño y señor, lo que debería ser o lo que fue históricamente (además de haber sido un prefecto venal y ambicioso). El “pobre” Jesús, el profeta, no tiene otra cosa que su verdad y su palabra de vida. El drama lo provoca la misma presencia de Jesús que, cuando cae bajo el imperio de la ley judía, no la pueden aplicar y cuando está bajo el “ius romanum” no lo puede juzgar porque no hay hechos objetivos, sino verdades existenciales para vivir y vivir de verdad. Es verdad que al final Pilato aplicará el “ius”, pero ciegamente, sin convicción, como muchas veces se ha hecho para condenar a muerte a los hombres. Esa es la mentira del mundo con la que solemos convivir en muchas circunstancias de la vida.

III.4. Jesús aparece como dueño y señor de una situación que se le escapa al juez romano. Es el juicio entre la luz y las tinieblas, entre la verdad de Dios y la mentira del mundo, entre la vida y la muerte. La acusación contra Jesús de que era rey, mesías, la aprovecha Juan teológicamente para un diálogo sobre el sentido de su reinado. Este no es como los reinos de este mundo, ni se asienta sobre la injusticia y la mentira, ni sobre el poder de este mundo. Allí, pues, donde está la verdad, la luz, la justicia, la paz, allí es donde reina Jesús. No se construye por la fuerza, ni se fundamenta políticamente. Es un reino que tiene que aparecer en el corazón de los hombres que es la forma de reconstruir esta historia. Es un reino que está fundamentado en la verdad, de tal manera que Jesús dedica su reinado a dar testimonio de esta verdad; la verdad que procede de Dios, del Padre. Sólo cuando los hombres no quieren escuchar la verdad se explica que Jesús sea juzgado como lo fue y sea condenado a la cruz. Esa es la verdad que en aquél momento no quiso escuchar Pilato, pues cuando le pregunta a Jesús qué es la verdad sale raudo de su presencia para que poder justificar su condena posterior. Juan nos quiere decir que Jesús es condenado porque los poderosos no quieren escuchar la verdad de Dios.

Miguel de Burgos, OP
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

Fr. Ricardo de Luis Carballada, OP
ricardodeluis@dominicos.org


23. CLARETIANOS 2003

El rey "alternativo"

¿Les causó una gran extrañeza a los primeros cristianos el contraste entre el Señor Jesús Resucitado y el Jesús que habían conocido en los caminos de Palestina. Las experiencias de Pascua debieron ser muy fuertes, enormemente intensas y conmovedoras. Aquellas mujeres, aquellos hombres elegidos, recibieron una revelación que excedía todo lo que pudieran imaginar. Les fue revelado -como si de una visión apocalíptica se tratara- quién era Jesús de Nazaret. Les fue concedido contemplarlo detrás del límite de la muerte. Y lo vieron "esplendoroso", revestido de gloria y poder. Descubrieron cómo Dios, el Abbá, lo engendraba para una vida eterna, como Hijo, cómo el Abbá y Dios de todo le concedía todo el poder en el cielo y en la tierra. Les fue dado conocer cómo Jesús había descendido a lo más profundo del infierno y había sido elevado a lo más alto del cielo "para llenarlo todo". El autor de la carta a los Efesios hablaba, por eso, del "pleroma", de la plenitud de todo, que es Jesús.

Desde ese momento, los testigos, las testigos de la fe, comenzaron a llamarlo "Kyrios" (en griego), "Mará" (en arameo), "¡Señor!", "¡Señor Jesús!". Se referían a él con el título supremo que se daba en la tierra al ser humano más encumbrado. El cuarto Evangelio, cuando presenta a Jesús frente a Pilato, pone en boca del Procurador romano esta pregunta: "¿Eres rey, por lo tanto?". Y Jesús le responde con una convicción absoluta: "Tú lo dices: yo soy rey, para esto nací, para esto he venido al mundo". A los creyentes de la época apostólica todo les parecía poco a la hora de descri bir su experiencia pascual de Jesús. Recuperaron las profecías más misteriosas y las refirieron a Él.

Les llamaba enormemente la atención evocar el estilo humilde y pobre de vida, de aquel a quien ahora proclamaban Señor, Mesías, Hijo de Dios. "Siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos a nosotros"... "se anonadó... se hizo uno de tantos... no quiso mantenerse en su categoría de Dios" Desde la luz de la Pascua todo se ilumina. Jesús lo es todo, pero ha sabido vivir como quien no tiene nada y todo lo pierde por amor. Esa es la fascinación de nuestro Dios, nuestro Señor, nuestro Mesías, nuestro Rey. ¡Ha aparecido la Gracia de Dios!

Al concluir el año litúrgico 2003, celebramos esta fiesta-síntesis: el Señor Jesús, rey del Universo. Es un domingo en el que resuena todo el recorrido histórico de nuestro Señor, pero es contemplado -con estupefacción y conmoción- desde la otra orilla, desde el Trono del Cielo.

Ahora se entiende porqué Jesús dice que nació para ser rey y que para eso fue enviado a este mundo. La realiza le fue concedida después de recorrer el camino que le identificó en todo con nosotros, menos en el pecado.

El profeta Daniel tuvo una visión nocturna positiva, esperanzadora, bellísima. Venía detrás de otras visiones horribles, que le causaron enorme pesadilla. Estos malos sueños los describe así: ""los cuatro vientos del cielo agitaron el mar grande, y cuatro bestias enormes, diferentes todas entre sí, salieron del mar. La primera era como un león con alas de águila... le fueron arrancadas las alas, fue levantada de la tierra, se incorporó sobre sus patas como un hombre, y se le dio un corazón de hombre... Otra segunda bestia, semejante a un oso, levantada de un costado, con tres costillas en las fauces, entre los dientes. Y se le decía: «Levántate, devora mucha carne.»... Otra bestia como un leopardo con cuatro alas de ave en su dorso; la bestia tenía cuatro cabezas, y se le dio el dominio... y vi una cuarta bestia, terrible, espantosa, muy fuerte; tenía enormes dientes de hierro; comía, triburaba, y lo sobrante lo pisoteaba con sus patas. Era diferente de las bestias anteriores y tenía diez cuernos" (Dan 7,1-7).

Esta pesadilla del profeta correspondía a la realidad: al sucederse de reinos de injusticia, opresión y muerte, en la tierra. Sigue diciendo el profeta cómo el Gran Anciano hizo justicia: "la bestia fue muerta y su cuerpo destrozado y arrojado a la llama de fuego. A las otras bestias se les quitó el dominio, si bien se les concedió una prolongación de vida durante un tiempo y hora determinados" (Dan 7,11-12).

Es ahora cuando aparece uno "como Hijo de hombre". Se acaba la pesadilla, desaparece la injusticia, y aparece la Gracia. El Hijo del Hombre es presentado ante el Gran Anciano. Y el gran Anciano le da el poder, la gloria, el reino. Inmediatamente llega a todas las naciones de la tierra la Gracia. Todas las naciones, todos los pueblos, todas las lenguas, sirven al Hijo del hombre. Comienza un Reino de Gracia que nunca más acabará. El profeta Daniel no supo quién era Aquel que había vislumbrado en sueños. Él solo pudo soñar. Todavía no había acontecido la realidad.

El autor del Apocalipsis, aquel a quien en la isla de Patmos le fue revelado el misterio de Jesús, no sabe cómo hablar de él. Recurre a diferentes imágenes, a fuertes evocaciones, y aun le parece que se queda muy corto. Define a Jesús resucitado y glorioso con estos apelativos: "Testigo fiel", "primogénito de entre los muertos", "el primero entre los reyes de la tierra", "el que viene sobre las nubes", "el Alfa", "el Omega", "el que es, el que era, el que viene".

En pocas palabras el vidente apocalíptico muestra su entusiasmo apasionado ante su Señor, ante Jesús.

Pero añade algo decisivo para nosotros: Jesús nos ama, nos ha librado de nuestros pecados con su sangre, nos ha constituído en reino de sacerdotes para Dios. No ha querido reservarse su Gloria. No es un ser que vive para sí, narcisísticamente. Al contrario, es lo que es, para librarnos (aspecto negativo) y para constituirnos a nosotros un reino de sacerdotes (aspecto positivo).

Quienes no aceptan a Jesús como su Señor, quienes no acogen la redención y la gracia que de él viene, un día lo verán y sentirán una tremenda pena, por no haberlo reconocido antes: se darán muchos golpes de pecho.

¡Qué interesante el juego de palabras de Jesús con Pilato! Jesús no quiere que Pilato le hable de oidas. Jesús quiere aprovechar la ocasión para que Pilato, juez del imperio, se dé realmente cuenta de quién tiene ante si. Cuando Pilato le pregunta si él es el rey de los judíos, Jesús le remite a su propia experiencia. ¡No actúes por aquello que otros te digan! ¡Descúbrelo tú mismo! Y ¿cómo descubrir si Jesús es rey? Pilato entonces, se siente interesado. Le pregunta a Jesús por todo lo que ha hecho. Es una forma de conocerle. ¿Qué has hecho? Ordinariamente nuestras acciones revelan aquello que nosotros somos. Pilato quiere conocer a Jesús por sus acciones.

Pero la respuesta de Jesús es misteriosa: ¡mi Reino no es de este cosmos!, ¡no es de aquí abajo! Si fuera de aquí abajo los súbditos de Jesús habrían luchado por él, habrían luchado contra los judíos. Por eso, ni su reino es de aquí abajo, ni los judíos son de Jesús. Entonces Pilato deduce una consecuencia. Percibe perfectamente la realidad de Jesús: "¡Por lo tanto, tú eres eres rey!". Ya no dice -como antes- "rey de los judíos". Dice solamente "rey". Jesús confirma su acierto. Pilato ha descubierto por sí mismo quién es Jesús. Y es entonces cuando Jesús le revela lo más profundo de su identidad. Es el rey que ha nacido y ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad. Ante el Juez romano, Jesús afirma que ha venido a dar testimonio de la Verdad. Y le insinúa al juez que quien es de la verdad, escucha su voz. Quiere seducir al juez. Quiero hacerlo "oyente de la verdad". Pilato da un paso más y le pregunta: "¿Qué es la verdad?".

Sin embargo, en ese mismo momento deja de escuchar la voz. Se retira. Renuncia a ser un auténtico juez. Sigue el proceso. Presenta a Jesús ante los judíos como su rey. Obviamente los judíos lo rechazan. Todos intentan "enmudecer" la Voz que da testimonio de la verdad. Y lo entregan a la muerte.

Jesús es el Hijo del hombre. Es el rey que viene del cielo para acabar con el reinado de las Bestias. El representante del imperio romano, que quiso juzgarlo, se hizo servidor de la Bestia. Por eso, lo condenó a muerte. Jesús no quiere llamarse rey de los judíos, tampoco quiere ser reconocido como "hijo de David". Su nombre auténtico es "Hijo del hombre", aquel a quien el Anciano de días le concede todo el poder, para siempre.

El reinado de Jesús es vida, es verdad, es humanidad. ¡Que no vean tan fácilmente los reyes y poderosos de la tierra en Jesús su imagen, su paradigma! ¡No intentemos representar a Jesús con los vestidos de los reyes de la tierra! Ellos han manchado con mucha frecuencia el nombre de "rey" o "reina", poniéndose al servicio de un reino de mentira e injusticia. Jesús concedió a sus seguidores, a su pueblo santo, el título de "sacerdocio real". Ser de Jesús es participar de su realeza. Apreciar la propia dignidad. Y no someterse a nadie, a ningún Pilato.

P. JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES


24. 2003

LECTURAS: DAN 7, 13-14; SAL 92; APOC 1, 5-8; JN 18, 33-37

TÚ LO DICES: SOY REY

Comentando la Palabra de Dios

Dan. 7, 13-14. En la Sagrada Escritura el abismo, o mar, es símbolo del caos, hostil a Dios y hostil al hombre. Muy por encima del abismo está el Espíritu Divino, que domina las aguas abismales y opera la liberación en él, como se nos narra en el Génesis, cuando Dios, por su Palabra, nos da la Luz y un mundo convertido en una digna morada para el hombre; o como se nos narra en el Éxodo, cuando el Viento de Dios sopla sobre el mar para que se divida y deje pasar a sus hijos hacia la libertad. Antes de la Escritura que hoy se nos ha proclamado, se nos habla de cuatro reinos malvados, que han asolado a la humanidad; se les compara a cuatro bestias surgidas del abismo. Pero han sido vencidas y sus reyes han perdido el poder y han sido juzgados por Dios. Y ha llegado un nuevo Reino que no surge como bestia del abismo. Es uno como Hijo de Hombre venido entre las nubes de cabe junto a Dios; y Dios lo ha revestido de su poder. La Iglesia de Cristo es ese como Hijo de Hombre, pues se une a su Señor como los miembros se unen a la Cabeza. La Iglesia, en Pedro, ha recibido el Poder, las llaves del Reino de los Cielos, para atar y desatar con el mismo Poder de Dios. Ese poder no la ha convertido en una bestia más; pues no ha recibido un poder de opresión, de persecución, de explotación; sino un poder que salva por el amor. Ese Reino, inaugurado en el mundo por Cristo, confiado a la Iglesia, es un Reino que jamás será destruido ni por el poder de los hombres, ni por el poder del infierno. Alegrémonos de pertenecer al Reino y Familia de Dios, y procuremos trabajar para que, desde la Iglesia, el Señor siga uniéndonos como hermanos y conduciéndonos al gozo de su Reino eterno.

Sal. 92. El Hijo de Dios, habiéndose revestido de nuestra carne mortal, después de padecer y morir por nosotros crucificado a causa de su debilidad humana, habiendo resucitado de entre los muertos, ahora vive para siempre, revestido de poder y majestad. Él no vino sólo a caminar entre nosotros, sino a darnos la salvación, a mantener el orbe sin que vacile, pues le ha dado al hombre una fe firme, que le mantiene seguro en su camino hacia la salvación eterna. Y aun cuando el Señor está ahora sentado a la diestra del Padre, sin embargo ha dejado a su Iglesia, asentada sobre la Roca firme de Pedro, para dar seguridad al camino de la humanidad hacia su plenitud en Cristo, sin desviarse jamás del amor, pues la fuerza del Maligno no prevalecerá sobre ella. La Iglesia es la Palabra creadora que Dios sigue pronunciando entre nosotros, con lenguaje nuestro, para que surja una vida nueva y fecunda en el amor, no por obra del hombre, sino por obra del Espíritu Santo, río de vida que brota del trono de Dios y del Cordero. Procuremos no hacernos responsables de darle a la Iglesia un rostro equivocado, de maldad, de destrucción o de opresión de los inocentes y desvalidos. Tratemos, más bien, de cumplir con la Misión que el Señor nos ha confiado: hacer que los pecadores retornen al buen camino, que los pobres y necesitados sean socorridos y tratados como hermanos, y que todos conozcan el amor de Dios desde el Evangelio que proclama la Iglesia con sus obras, con sus palabras y con su vida misma.

Apoc. 1, 5-8. Jesucristo, el testigo fiel de cómo es realmente Dios, ha sido constituido Primogénito de los muertos y soberano de los reyes de la tierra. Él nos manifestó quién es Dios; no es ese Dios terrible y justiciero, sino el Dios-Amor que se hace cercano a nosotros para salvarnos. A quienes creemos en Él, Él nos hace partícipes de su Reino y de su Sacerdocio. Por eso somos el Pueblo Santo de Dios, y a nosotros corresponde convertirnos en una continua ofrenda agradable a Dios. Muchos persiguieron al Señor, pero incluso los que lo traspasaron lo verán venir como Rey entre las nubes. Ojalá y nosotros permanezcamos fieles al Señor para que así, al final de los tiempos, gocemos de Él, de su Gloria y Poder por los siglos de los siglos. El Señor es el Principio y el Fin de nuestro camino por la historia. Aprendamos a escuchar su voz y a cumplir su Palabra, de tal forma que la obra que Él inició en nosotros llegue a su término cuando, libres de la corrupción y de la muerte, gocemos de su Reino eterno.

Jn. 18, 33-37. Jesús, el Hijo de Dios hecho uno de nosotros, ha venido a este mundo para hacer posible un nuevo orden de cosas. Él se ha convertido en el Testigo de la Verdad, es decir: del Dios-Amor, del amor que llega hasta el extremo a través de la entrega de la propia vida en favor nuestro, a quienes el Padre Dios ama entrañablemente. Quien crea en Jesús no puede limitar su fe, en Cristo, proclamándolo sólo con los labios y con gritos de júbilo, sino que ha de llegar a la entrega de la propia vida a favor de los demás, revelándoles, así, desde la propia existencia, cuánto los ama Dios; sólo entonces, quien así lo haga, estará manifestando que en verdad pertenece al Reino de Dios y que tiene a Cristo como Rey, el cual nos pide amarnos en la misma medida en que nosotros hemos sido amados por Él. No queramos confundir a Cristo con un rey terreno y mundano. Quienes creemos en Él y le seguimos no estamos para cubrirnos de honores, sino para revestirnos de Cristo y buscar, no el ser servidos sino servir y entregar nuestra vida en rescate por todos.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

Aceptamos a Cristo como Rey nuestro. En esta Eucaristía pediremos a Dios que su Reino llegue a nosotros. Y el Reino ya está en nosotros. El Reino es Cristo unido a su Iglesia. Nosotros pertenecemos a ese Reino y familia de Dios. Unidos celebramos la Eucaristía, Memorial de la Pascua de Cristo mediante el cual el Señor se nos ha manifestado como la máxima revelación del Amor de Dios, de Aquel que es la Verdad que nos salva; pues Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. La Eucaristía nos hace entrar en comunión de Vida con Cristo. Mediante esa comunión aceptamos la Alianza de ser continuadores de la construcción de un mundo nuevo, renovado en Cristo. A través de la historia la Iglesia debe continuar trabajando por la Verdad, descubriendo continuamente el Rostro amoroso y misericordioso de Dios a toda la humanidad. En la Eucaristía, fraternalmente unidos, nos manifestamos a todos como aquellos que, siendo amados por Dios, se aman entre sí como hermanos. En la Eucaristía asumimos el compromiso de dar, incluso, nuestra vida con tal de que todos lleguen a conocer el amor de Dios. Esa es la Verdad que la Iglesia proclama no sólo con los labios, sino que la manifiesta mediante la entrega amorosa incluso de su propia vida a favor de todos, haciendo conocer así, por su unión con Cristo, el Rostro amoroso del Padre Dios con toda claridad a todos los pueblos

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

Quienes celebramos la Eucaristía y continuamos siendo fieles a Cristo, debemos continuar la obra del Señor, dando testimonio de la Verdad en el mundo. Ciertamente, no podemos dejar de interesarnos por los problemas de los hombres de nuestro mundo; no podemos vivir desencajados de nuestra realidad. Sin embargo debemos saber que, en medio de nuestras tareas diarias hemos de vivir como testigos de un mundo nuevo, luchando para que la salvación que Dios nos ofreció en Jesús, su Hijo, llegue a todos. Si el Señor, por manifestarnos no un engaño, ni un invento humano, sino la realidad de lo que es Dios, entregó su vida para hacernos comprender que Dios es Amor, que es Vida, que es Santo, Justo y Paz, nosotros, que somos su Iglesia, tenemos como razón de nuestro existir el continuar siendo, para el hombre de cada tiempo y lugar en la historia, una manifestación de ese Dios que nos ha amado. Si en lugar de manifestar a los hombres el amor de Dios nos dedicamos a utilizar nuestra fe para nuestros propios intereses, oprimiendo a nuestro prójimo, destruyéndole o haciéndole más pesada su vida, hemos de reflexionar si somos testigos de la Verdad, que es Dios; o si sólo somos portadores de palabras inútiles, incapaces de unir a los hombres con Dios y de hacer que su Reino esté ya entre nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de María, nuestra Madre, la gracia no sólo de pedir que su Reino llegue a nosotros, sino de abrir nuestro corazón a su presencia, para que, desde un corazón renovado en Cristo, seamos testigos, con nuestras obras, de que ese Reino ha llegado ya a nosotros. Amén.

www.homiliacatolica.com


25. Autor: Neptalí Díaz Villán CSsR. Fuente: www.scalando.com

El hijo del hombre

Nos volvemos a encontrar hoy, como hace ocho días, con un fragmento del libro de Daniel. Un texto que pertenece a la literatura apocalíptica y que es preciso leer desde esta perspectiva[1]. Recordemos que se trata de un texto opuesto a las pretensiones de divinidad y dominio absolutos, típicos de los dominadores helénicos, que para la época de la elaboración del texto, sometían Palestina. La escuela apocalíptica que escribió el libro de Daniel tenía como objetivo animar a sus fieles a una resistencia contra la ideología dominante, que pretendía suplantar el poder y señorío del Dios en el cual ellos siempre habían creído.

Este fragmento nos presenta como protagonista central al Hijo del Hombre, que recibe el poder y el señorío para siempre. El Hijo del Hombre representa todo lo bueno que hay en la humanidad. Esa humanidad buena que procede de Dios (las nubes significan la morada de Dios) y hace su voluntad, vencerá la maldad que parece dominar.

Aunque los poderosos pretendan eternizarse en el poder y acabar con todo aquel que cuestione su actitud arrogante y su falso sentido de humanidad, la historia nos demuestra que todos los reyes con sus reinados son efímeros. Que sólo es eterno el poder de Dios y su mano salvadora a favor del necesitado.

¿Cristo Rey?

Algunos predicadores dicen que Jesús se proclamó rey, aunque Él no hablaba del reino de este mundo sino de un reino espiritual, más allá de este. La cosa parece muy clara: “No es el mundo el que me ha hecho rey. Si el título de rey me viniera de este mundo, tendría gente a mi servicio que peleara para que yo no cayera en manos de las autoridades judías. Pero mi título de rey no viene de aquí abajo.”

Aquí, como en otros textos de la Biblia, nos encontramos con un problema de traducción. Sucede que Jesús no habló del título de rey, sino del reino. Parece una tontería, pero no lo es. El texto griego dice[2]: “E basileia e emé ouk estin ek ton kósmon tóuton”, lo cual significa literalmente: “El reino mío no es del mundo este”. Rey en griego es: “Basileús”, mientras que reino o reinado es: “Basileia”, tal como está en el texto. De tal manera que Jesús no habló de sí mismo como rey, ni de la supuesta procedencia de su título real, sino del reinado por el cual él siempre había luchado: el Reinado de Dios.

La traducción literal completa del párrafo es esta: “El reino mío no es del mundo este; si del mundo este fuese el reino mío, los servidores míos lucharían para que no fuese entregado a los judíos; pero ahora el reino mío no es de aquí.”

Pilato era quien insistía en preguntar si Jesús era rey[3]: “oukoun basileus ei su” lo que significa: “¿Luego rey eres tú?”. Aquí sí se utiliza el término basileus, o sea rey. Pilato estaba interesado en saber si Jesús de verdad se había declarado rey tal como lo acusaban sus enemigos judíos. Jesús le respondió: “Tú dices que rey soy.” Aquí tampoco podemos decir que Jesús haya aceptado el título de rey. “Tu dices que rey soy” no es una respuesta afirmativa. Podría traducirse también: “Eres tú quien lo dices”. Algunas Biblias traducen: “Sí, como tu lo dices: soy Rey”. Es una traducción totalmente errada. Él nunca habló de sí mismo como rey. Es más, cuando después del signo de la multiplicación de los panes quisieron hacerlo rey, se escapó al monte (Jn 6,15).

Las palabras que siguen: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye de mi la voz”, tampoco significan que Jesús haya venido a este mundo para ser rey. Revelan la verdadera misión de Jesús: dar testimonio de la verdad. Podemos decirlo directamente: Jesús no vino para ser rey de nada, sino para dar testimonio de la verdad.

¿Entonces por qué la causa de condenación fue precisamente por haberse declarado rey, tal como se escribió en la tablilla: “Jesús el nazareno, Rey de los judíos”? (Jn 19,19). Quienes acusaron a Jesús de haberse declarado rey fueron los interesados en deshacerse de él: sumos sacerdotes, escribas, doctores de la ley, saduceos, entre otros. Como en aquella época los dirigentes judíos no tenían la “ius gladi” o facultad para condenar a muerte, entonces acudieron a quien sí la tenía: Pilato. Una razón poderosa, que seguramente conllevaría a la condenación inmediata, era decir que se había declarado rey, porque Pilato lo relacionaría con un desconocimiento del emperador romano y por tanto con una sublevación al imperio.

“Que Jesús sí es rey pero no de este mundo, sino de la otra vida, la vida del cielo, en la cual reina con todos sus ángeles”, dicen otros despistados. Otra afirmación igualmente errada. “El reino mío no es del mundo este”, no significa que Jesús sea rey de otra parte, de un mundo extrasensorial y supraterrenal más allá de la historia humana. Significa que el reinado por el cual luchó Jesús no era como el reinado del mundo romano, o “el orbe romano”, como le llamaban. Un reinado esclavizador, generador de terror, miseria, dolor y muerte. El reinado propuesto por Jesús era el reinado de Dios el cual implicaba un proyecto de justicia y verdad. Para esto vino al mundo: para dar testimonio de la verdad.

Es bueno saber que “mundo”, para los escritos de la tradición de Juan, tiene dos significados que se entienden según el contexto. Por una parte está el mundo como universo, incluido el ser humano: “El pan que yo daré es mi carne, y lo daré para la vida del mundo” (Jn 6,51b), “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para que se salve por medio de él” (Jn 3,17).

Otro significado de mundo es todo aquello que esté contra la voluntad de Dios: la maldad en contra de la bondad, la mentira como contraria a la verdad, el poder que oprime contrario al amor que sirve, las tinieblas como contraposición a la luz, etc.: “Ustedes encontrarán la persecución del mundo. Pero ánimo, yo he vencido al mundo” (Jn 16,33) “No amen al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Pues toda corriente del mundo – la codicia del hombre carnal, los ojos siempre ávidos, y la arrogancia de los ricos – nada viene del Padre, sino del mundo” (1Jn 2,15-16)

Algunas veces los dos conceptos de mundo de mezclan en un párrafo, pero se pueden diferenciar: “Yo les he dado tu mensaje y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los defiendas del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Jn 17,14-15)

Esto es bueno aclararlo porque, si el reinado que anunció Jesús es de otro mundo diferente a este de los mortales, el cristiano no debe meterse en cuestiones temporales. Por eso a muchos no les interesa la situación de los pueblos, la riqueza o la pobreza, la miseria y la injusticia de nuestro mundo. Por eso mismo muchos monjes medievales “dejaron el mundo” y se encerraron en las celdas conventuales para hacerse santos. Pero Jesús no fue un hombre autista desconectado de la realidad, no fue anacoreta, ni un monje conventual. Esa es una visión peligrosa que enceguece al creyente y convierte la religión en un opio adormecedor de las conciencias. Un Jesús que proclama el reinado de un mundo espiritual y extramundo, desencarnado y alejado de todo compromiso de orden temporal con la realidad concreta que vive el ser humano, es un Jesús falseado.

En este evangelio lo vemos compartiendo la tragedia humana, vivida por muchos hombres de las colonias romanas que se atrevían a levantar la cabeza. Éste es el típico juicio de un inocente procesado como si fuera un peligroso criminal. No precisamente por huir del “mundo, el demonio y la carne”, sino como consecuencia de su compromiso con la historia, por su manera como enfrentó y se opuso a todo lo que disminuía la dignidad humana.

Pilato representaba a Tiberio, emperador romano, quien tenía el poder en su mano. Los romanos controlaban todo, absorbían como una aspiradora los bienes del pueblo de Dios y lo dejaban en la miseria. Sin ser los únicos, eran la cara más visible del mundo en cuanto que se oponían a los planes de Dios. Según la religiosidad romana, el emperador era el hijo del altísimo y el absoluto de todo el orbe. Esa era la “verdad”: todo lo que dijera el emperador era palabra de Dios. La voluntad del emperador era la voluntad de Dios y debían hacerla cumplir a la fuerza.

La maquinaria judía, que servía a los romanos y traicionaba a su propio pueblo para defender sus privilegios, le había vendido una idea a la masa de gente: “Jesús es un peligro y debe morir”. Aquí vemos una vez que la voluntad popular no siempre representa la autonomía de un pueblo. Que no siempre la voz del pueblo es la voz de Dios y con mucha frecuencia la voz del pueblo no es más que una soberana gritería, fruto del engaño de las maquinarias corruptas que se alimentan de la desgracia de los inocentes.

Esa era la “verdad” oficial: la persona más importante era el emperador, seguidos por sus ministros y demás ciudadanos romanos. Los demás individuos no contaban. “El bien del pueblo romano era la suprema ley”. Los demás pueblos podían ser colonizados, explotados con cargas tributarias y pisoteados con todo tipo de vejámenes, si ponían resistencia.

Esa era la “verdad” oficial: Jesús era un nativo de una colonia del imperio, un hombre grosero que se había atrevido a cuestionar esa verdad, un peligro que debía ser eliminado. Un pobre reo con quien podían jugar los soldados, pues una vez condenado a muerte quedaban derogados todos sus derechos como ser humano.

Pero esa era una “verdad” impuesta. Una falsa “verdad”, como tantas versiones oficiales de gobiernos totalitarios y de ideologías dominantes.

La verdad – verdad, estaba en la persona de Jesús. En su calidad humana, en su testimonio de vida y en su entrega generosa al reinado de Dios. Él no vino para usurparle el reinado a nadie y tomar su puesto como otro monarca. Vino para ser testimonio de la verdad y para mostrarnos un camino que lleva a la plenitud a todos los seres humanos.

Aunque su vida estaba en manos del poder judío y del poder romano, aunque era un perdedor que no valía, la verdad – verdad, es que nada era tan valioso como su testimonio de amor y su entrega por una humanidad realmente libre y feliz. Su vida, su palabra y su proyecto eran generadores de amor, fraternidad, justicia y verdad.

Los poderosos lo vencieron, pero en el fondo fue él quien venció. El poder judío buscó que Pilato lo condenara a muerte. Pilato lo condenó no sólo para responder a la presión judía sino porque también tenía razones poderosas para quitárselo de encima. Jesús podía renunciar a su proyecto para evitar que lo mataran, pero no lo hizo. Pagó el precio de la cruz como expresión de su fidelidad a Dios y a los demás seres humanos, como manifestación de su solidaridad con todos los crucificados de la historia que, como él, eran víctimas de quienes prefieren excluir y matar en vez de cambiarse a sí mismos y cambiar las relaciones para sean más humanas. Si realmente quería afirmar la fidelidad de Dios con el ser humano, la validez de su proyecto y la supremacía del reinado de Dios sobre los reinados temporales que se erigían para aplastar a los débiles, tenía que morir. Si se retractaba y renunciaba a su causa, salvaba su pellejo y lo dejaban libre, pero todo se habría perdido. Sólo asumiendo las consecuencias de su compromiso, sólo asumiendo la cruz, impediría que la injusticia y la frustración tuvieran la última palabra; sólo así se reafirmaría como el hijo de Dios, el hijo del hombre y el hermano de todos. Y así fue como venció al mundo (Jn 16,33), porque sólo así, la última palabra la tuvieron el amor incondicional y el perdón.

Hoy celebramos la fiesta de Cristo rey. Pero más que proclamar a Jesús como el rey del universo, Dios y hombre, señor y Mesías, a quien deben consagrarse las archicofradías, las parroquias, o los estados, podemos anunciarlo como Buena Noticia, como un camino, un modelo para ser plenamente humanos y un proyecto para construir una vida justa y digna. Buena Noticia que se vive y se anuncia, y utopía que se construye en medio de las duras realidades y de los poderes que se oponen a su realización.

“Para mí, lo más importante que se dijo de Jesús en el Nuevo Testamento no es tanto que él es Dios, Hijo de Dios, Mesías, sino que pasó por el mundo haciendo el bien (Hch 10,38), curando a unos y consolando a otros. Cómo me gustaría que se dijera éso de todos y también de mí”[4]

---------------------------------

[1] Si no se ha leído el texto del domingo pasado (33 del tiempo ordinario ciclo B) sobre la literatura apocalíptica, se puede leer.

[2] LACUEVA Francisco, Nuevo Testamento interlineal Griego-Español, Ed. Clie Barcelona 1990.

[3] Utilizaré aquí también la traducción literal del texto Nuevo Testamento interlineal.

[4] Boff Leonardo, Una espiritualidad liberadora, Estella 1992, 15.


26.

Cerramos este año litúrgico de los cristianos de todo el mundo, con este broche de oro: con la Fiesta de Cristo Rey, porque Jesucristo es el rex, el regidor, el que rige; el mediador de la Creación; y de la Redención; y de la Salvación. Es el Rey del universo, y Rey de la vida.
Así nos lo describe y revela San Pablo: “El es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; por medio de El fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles, e invisibles ... El nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados".

Pero, hoy, el hombre entiende mal la idea de realeza y la rechaza, al entenderla como una dominación de otro hombre sobre él; es, pues, un sometimiento, idea, que se oponen diametralmente a la conciencia que hoy tiene el hombre de sus posibilidades y de su poder para dominar las fuerzas hasta de la misma naturaleza, sintiéndose menos dependiente y esclavo de las leyes del mundo y hasta aspirando a vivir de “forma ilimitada”

-¿Cómo este hombre-moderno puede aceptar un rey, otro hombre en definitiva, que le domine, que le someta, que se ponga por encima, sobre todo en sus pensamientos y en su corazón, que es donde el hombre se siente y quiere ser más libre y más señor?

Verdad es también, que a estos periodos de euforia y de entusiasmo, le siguen otros momentos de impotencia, de abatimiento, de decepción del mismo hombre y del progreso. Esta es una ley constante en la historia de la Humanidad. Hay, pues, como un movimiento pendular, de vaivén, que lleva al hombre, de la pretensión de un poder absoluto y de conquista definitiva, sintiéndose y creyéndose dueño y señor del mundo, matando la idea de Dios de su mente y de su mundo y haciéndose él mismo dios, a una mentalidad de lo relativo, de lo provisional, de lo incierto, de la duda y hasta del miedo, en ocasiones.

Toda esta experiencia que hace también el hombre radica en su propia limitación, que la vive cuando se enfrenta, impotente, a su enfermedad y a su muerte, descubriendo esa misma limitación en las cosas que le rodean.

No nos queda más remedio, que volver de nuevo al evangelio, porque la ciencia nos entretiene con sus soluciones aceptables y prácticas u operativas, pero no nos acaba de llenar, ni de satisfacernos. Lo mismo les ocurre a todas las otras cosas.

El evangelio, pues, nos habla de realeza. Y el profeta Daniel nos ha profetizado, que el dominio de este rey no está sujeto a la temporalidad, no es efímero, no es relativo. Es absoluto. “Su dominio, su señorío, es dominio eterno, que nunca pasará y su reino nunca será destruido".

Las teorías científicas se suceden las unas a las otras. Se autodestruyen, pudiéramos decir. Su valor no es absoluto, sino simplemente operacional, práctico, pero no pasa de ahí.

San Juan en la lectura del Apocalipsis nos ha dicho que “Jesucristo es el testigo fiel, el primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra. A Él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos".

“Yo soy el Alfa y el Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que vendrá, el Señor del Universo". Pero no de este universo material y limitado, sino de un universo universal, absoluto: “Mi reino no es de este mundo, mi reino no es de aquí", porque aquí no hay, en plenitud: ni verdad, ni justicia, ni paz, ni vida.

Ha venido al mundo para dar testimonio de esta verdad, que la proclamará de forma definitiva desde la cátedra de la cruz.
Al hombre no le queda otro camino más que éste, lleno de contradicciones a su vez, para la noción y la vivencia que tiene de la realeza. Porque la manera de ejercer Cristo su realeza desde la cruz, donde está investido y entronizado, es ofreciendo su perdón, incluso a sus enemigos, llegando en este momento al paroxismo al gritar, mirando al cielo: “Padre, perdónales, porque no saben lo que se hacen".

Eso es ser Rey para Cristo. Y uno de los malhechores, crucificado con él, lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. Y el otro malhechor le dijo: Jesús, acuérdate de mi, cuando llegues a tu Reino". Y Jesús le respondió: Te lo aseguro, hoy, estarás conmigo en el paraíso"

La realeza de Cristo es servicio, es comprensión, es magnanimidad, es perdón, hasta disculpar: “no saben lo que se hacen", es amor hasta dejarnos a su propia Madre: “Ahí tienes a tu Madre"

Quien quiera seguir su bandera para el nuevo año litúrgico, que se nos abre de nuevo a partir del próximo domingo, ya sabe cómo hay que entender la realeza e intentar tener ese talante vital para encontrarnos, a pesar de nuestra impotencia e incertidumbres, con la verdad de nuestra vida, con la verdad de Dios.

Esta Eucaristía, que vamos a celebrar se convierte en una necesidad, para decirle, para rezarle y para gritarle: "Ayúdanos, Dios nuestro, para ser buenos vasallos de tan gran Rey y Señor, y que la humanidad esté regida y gobernada por tu verdad, por tu vida, por tu justicia y por tu Paz.                                                 AMEN.

                                                                         Edu, escolapio

 

“NO SÉ SI ES “PEDRO” QUIEN VIENE…

AUN SÉ QUE ES “PEDRO” QUIEN VIENE…

 

- No sé lo que viene, pero ALGO está viniendo y por los ruidos, señales y sabores, olores y sensaciones, sé quién está viniendo.

 

- DEL DIOS “SOSPECHA”, SE PASA AL DIOS “VIVENCIA”

 

- DEL “HOMBRE” QUE LLEGA, SE PASA AL “REX QUE RIGE Y GOBIERNA”

 

- EL FIN DE ESTE MUNDO, QUE CONOCEMOS Y DE ESTA VIDA HUMANA, QUE VIVIMOS SON UNA CATÁSTROFE,

PERO “APARENTE”:

 

- EL FIN DEL MUNDO Y DE LA VIDA DAN PASO

  AL COMIENZO DE OTRO MUNDO Y OTRA VIDA.

-         PERO PARA ELLO TODA LA ESTRUCTURA DE LO PRIMERO TIENE QUE DESAPARECER PARA DAR LUGAR Y CABIDA AL “NUEVO MUNDO” Y A LA “NUEVA VIDA” QUE VIENEN.

-         “como el grano de trigo, que cae en tierra, si muere da mucho fruto…”

     *   Ideas para entender un poco mejor “EL FIN DE UN AÑO”


27. Jesucristo, Rey del Universo

Fuente: Catholic.net
Autor: P. Antonio Rivero, L.C.


OBJETIVO

Renovar nuestra decisión de luchar por Cristo en la Iglesia católica que tiene como fin establecer el Reino de Cristo en la sociedad, por todos los medios lícitos, buenos y evangélicos, y así todos los hombres reconozcan la soberanía de Cristo sobre sus vidas y le tengan como Supremo Jefe.


PETICIÓN

Señor Jesús, Rey Supremo de nuestra Iglesia, ayúdanos a batallar incansablemente por llevar tu mensaje de salvación a todos los hombres, nuestros hermanos; que no nos quedemos tranquilos hasta ver que tú reinas en todos los rincones de este mundo, en cada familia y en cada corazón humano. Permítenos ser soldados de primera fila y nunca permitas que traicionemos o ensuciemos tu bandera con nuestro comportamiento, con nuestras palabras y nuestras acciones.


I.¿CÓMO ES CRISTO, NUESTRO REY?

1. Es un Rey pobre y rico al mismo tiempo: pobre, materialmente. ¿Cómo nació? Pobre, envuelto en pañales en un pesebre de animales. ¿Cómo vivió? Pobre, entre los pobres de Nazaret, con lo esencial y necesario. ¿Cómo salió al apostolado? Pobre, con lo puesto, con una túnica; no tenía dónde reclinar su cabeza; se hospedaba en casa de amigos. ¿A quién elige? A pobres pescadores. ¿Qué predicaba? La pobreza de espíritu, es decir, el desprendimiento de las cosas materiales. ¿Cómo muere? Paupérrimo, sin nada, desnudo. Pero, al mismo tiempo, es rico espiritualmente: estaba revestido de toda la santidad divina, de todo el amor del Padre, de toda bondad, misericordia, mansedumbre y pureza.

2. Es un Rey entregado a la Causa encomendada por el Padre: la causa de la salvación eterna de todos los hombres. Desde la mañana a la noche predicaba, curaba, iluminaba, animaba, consolaba. De ciudad en ciudad. De pueblo en pueblo. ¿Cuándo dormía? ¿Cuándo comía? ¿Cuándo se quejaba? “Yo tengo otra comida...para esto he venido...hay otros pueblos que me esperan...”. ¡Qué Rey tan sacrificado, tan abnegado, tan olvidado de sí mismo! La Causa del Reino era su obsesión, su pesadilla, su ilusión, su tarea. Totalmente entregado las 24 horas. Y todo con inmenso amor de entrega.

3. Es un Rey humilde: Viene en el silencio de una noche, sin gritos, sin campanillas. Vive escondido treinta años en el anonimato de un pueblo oculto, Nazaret. Los milagros que realizaba los ofrecía a su Padre: Él era las manos y el corazón del Padre. Se agachó a lavarnos los pies. Soportó las insolencias y desprecios de los jefes religiosos y políticos de su tiempo que le humillaron, le maltrataron, le desvistieron, le golpearon, le escupieron, le abofetearon, le coronaron de espinas, le clavaron en una cruz y le mataron. Y Él no abría la boca. Como oveja muda era llevado al matadero. Humilde y sin resistencia tiende sus brazos al madero y lleva la cruz y se deja clavar. Todo por mí, para salvarme.

4. Consciente de su Realeza: “Yo soy Rey; Yo para eso he venido” dijo a Pilatos. Pero es distinto a los reyes de aquí abajo. Nuestro Rey sirve, sale de palacio para caminar por nuestros caminos polvorientos y ver las necesidades de cada uno de sus súbditos y así poner soluciones. Nuestro Rey sufre nuestras miserias y dolores y las comparte. Es un Rey especial, porque tiene como trono, la cruz; como cetro, la verdad; como ley, el amor y el perdón; como vestidura, la humildad y la pureza; como corona, una de espinas labrada con todos los pecados nuestros. Su Reinado son las naciones, las familias y cada corazón, donde Él quiere reinar. No quiere que nadie quede fuera de su imperio de amor y paz.


II. ¿QUÉ CLASES DE SÚBDITOS TIENE CRISTO NUESTRO REY?

1. Los fieles: felices de enarbolar la bandera de Cristo, de servirle, de transmitir su ley y su mensaje. No cambian a Cristo ni por el rey de copas (placer) ni por el rey de oros (dinero) ni por el rey de bastos o de espada (violencia). Dicen “Viva Cristo Rey” con los labios y con la vida.

2. Los infieles: dejaron a Cristo por querer seguir una vida de comodidad, de placeres, sin compromisos. Tienen otros reyes en sus vidas.

3. Los cobardes y mediocres: viven en el ejército de Cristo, pero no luchan, no trabajan, no se esfuerzan. Siguen la ley del mínimo esfuerzo, de la queja continua, del sabotaje y de la mentira.


III. REFLEXIÓN PERSONAL

1. ¿A qué te compromete esta fiesta de Cristo Rey?

2. ¿Estás contento de luchar en el ejército de Cristo, con todo lo que eso supone: disponibilidad, generosidad, valentía, decisión, trabajo constante, renuncias? ¿O preferirías un ejército de Cristo más fácil y placentero, menos exigente?

3. ¿Qué rasgos te impresionan más de la fisonomía de Rey Cristo? ¿Por qué?

4. ¿Realmente te apena y te entristece de que en muchos lugares, en muchas escuelas, en muchas familias y en muchos corazones, todavía Cristo no reina? ¿Qué haces para solucionar este problema?

5.¿Reina ya Cristo en tu inteligencia, es decir, vives con una fe firme, sin dudas, sin vacilaciones y capaz de iluminar tu vida como una antorcha, como una luz?

6. ¿Reina ya Cristo en tu corazón, por el amor y la caridad verdadera hacia todos los hombres, que es mucho más que la mera filantropía y sentimentalismo horizontal?

7. ¿Reina ya Cristo en tu familia, por la armonía, la ayuda mutua, el rezo en familia, el respeto?

8. Pon una oración dirigida a Cristo Rey y salida de tu corazón.