32 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO XXXIII
(12-21)

12. 

LOS ÚLTIMOS DÍAS

-Los elegidos, reunidos de los cuatro extremos del mundo (Mc 13, 24-32) No cabe duda de que un pasaje del evangelio como este desconcierta a los oyentes de hoy. Se encuentra en efecto, tan alejado de nuestra manera de escribir y de pensar, y sus imágenes son a la vez tan alucinantes y tan ingenuas, que nos resulta difícil no escuchar esta proclamación como un poema o una visión anticipada de un cataclismo mundial propia de un genio del teatro. La enseñanza de hoy, tanto lo que se refiere a la visión de Daniel como a la descripción del evangelio, tienen el peligro de quedar sin consecuencia especial.

A esto podrían añadirse las discusiones de los exegetas especializados acerca de la autenticidad de este pasaje, más exactamente acerca de la intervención más o menos importante de los evangelistas, de san Marcos especialmente, en una enseñanza que Jesús habría dado de forma mucho menos metafórica y quizá más breve y mejor argumentada. No queremos entrar en la relación de las diferentes hipótesis propuestas sobre el tema; ninguna, de hecho, puede dar cuenta con satisfacción de lo que se trata. No obstante, hay que admitir que aquí, lo mismo que en otros casos, los evangelistas habrán utilizado la enseñanza de Jesús poniéndola al alcance de sus iglesias, sin inventarla, pero colocándola dentro de un marco más amplio, lo cual no cambia para nada su sustancia. De todas formas, es bastante difícil -si no ilusorio- creer poder llegar a descubrir cuál es la parte exacta de las frases y expresiones que corresponden al mismo Jesús. Este problema no debe en modo alguno inquietarnos. Sabemos que los evangelistas estaban inspirados, y eso no significa que escribieran su evangelio de manera autómata, sino que el Espíritu les inspiró la forma en que debían enseñar a las generaciones de parte de Jesús. No tiene, pues, ningún interés, a no ser el literario, entrar en los detalles de la descripción.

Lo que sí cabe es detenerse brevemente en ciertas expresiones. "Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad". La descripción está tomada del libro de Daniel (7, 13ss.). ¿Cómo interpreta y utiliza el texto evangélico la cita tomada de Daniel?

HIJO-DEL-HOMBRE: En la visión de Daniel aparecen las Bestias que se oponen al Hijo de hombre, el cual pertenece al mundo trascendente, al mundo divino, sin que sea posible ir más lejos en la identificación. Se trata de los diferentes imperios del mundo que deben derrumbarse para hacer sitio al Reino de Dios. Después del libro de Daniel se volvió a tomar el símbolo del Hijo de hombre y se amplió todavía más su trascendencia. Llegamos poco a poco a la utilización de esta expresión, pero transformada en "Hijo del hombre" en los evangelios. Sabemos que Jesús se designa a sí mismo como tal (Mt 5, 11; 16, 13-21; Mc 8, 27-31; Lc 6, 22). En los Hechos de los Apóstoles, san Esteban ve a Jesús como el Hijo del hombre (Hech 7, 55), y también en el Apocalipsis aparece el Hijo del hombre (Apoc 1, 12-16; 14, 14ss.).

Para Jesús, el Hijo del hombre es, evidentemente, una persona, él mismo, que da su vida como rescate por muchos (Mc 10, 45). "Para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos". En el judaísmo se trata de la reunión de todos los judíos en su país. En el evangelio se trata de todos los bautizados que constituyen el nuevo Reino. La imagen será recogida, por ejemplo, en un escrito judeo-cristiano, la Didajé o Enseñanza de los Apóstoles. "Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla".

Habrá signos precursores. La higuera es un ejemplo en forma de parábola: "Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca". Lo mismo es para la parusía. Desde el momento en que aparezcan los signos anunciados, querrá decirse que el Hijo del hombre está cerca. "... antes que todo se cumpla". Ese "todo" no es evidente. Se puede pensar en los fenómenos descritos más arriba, como en la destrucción del Templo.

"Esta generación" designa, de suyo, a la generación contemporánea del evangelista. Sin embargo, esto queda vago. Para los primeros cristianos, esta generación era el judaísmo que se hundiría junto con el Templo mismo, destrucción que era signo del juicio y del castigo de Dios. La parusía total, sin embargo, sigue siendo esperada por los cristianos e indeterminada en su fecha. Por otra parte, el propio Jesús lo afirma: nadie conoce el día ni la hora, ni siquiera el Hijo, sino solamente el Padre. Aquí el significado del texto no resulta sencillo. ¿Cómo puede ignorar el Hijo lo que el Padre sabe, siendo así que Jesús mismo dice que nadie conoce plenamente al Padre sino el Hijo? (Mt 11, 27). Los exegetas resuelven esta dificultad viendo en Jesús al Hijo que tomó carne y se humilló como una criatura, y en este sentido, en cuanto encarnado, no conoce el día ni la hora. Nos encontramos aquí ante una tentativa del evangelista para explicar a su comunidad la parusía, y para estimular en ella el sentido y el comportamiento debido a la espera.

-Entonces se salvará tu pueblo (Dn 12, 1-3)

El primer versículo describe una situación catastrófica. Sin embargo, es el momento en que vendrá la salvación del pueblo. Y Daniel lo explica como una resurrección y un juicio. Los muertos despertarán, unos para vida perpetua, otros para ignominia y desgracia perpetuas. Por otra parte, los sabios brillarán como el fulgor del firmamento junto con los que enseñan la justicia. Vemos, pues, aquí la afirmación de una resurrección individual y de una retribución. Es una teología nueva para el judaísmo; será acogida y retomada en el Nuevo Testamento.

No me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Tal es la respuesta tomada del salmo 15. Y tal es, en efecto, la lección de este domingo. Más que detenernos en los detalles catastróficos y espantosos de estas descripciones, es la alegría del último día lo que debe animarnos en la esperanza. Indudablemente, nuestra mentalidad cristiana de hoy día no nos centra suficientemente en la parusía; estamos más exclusivamente preocupados con nuestra muerte y nuestra comparecencia ante Dios. Es la falta de comprensión de nuestro pertenecer a un Reino que ha de llegar a su estadio definitivo. No es que hayamos de desinteresarnos de nuestra salvación personal e individual, pero tendríamos que incluirla en este paso definitivo del mundo al más-allá, en el momento del juicio, que es tanto una construcción como un juicio, con frecuencia demasiado unido al miedo al castigo, y no lo bastante a la certidumbre de una construcción nueva.

Ahora bien, toda la espera cristiana del éxito de la redención debería consistir en la viva y gozosa esperanza de esta realización. La celebración eucarística es, a la vez, prenda de la certeza que esperamos y eficacia que engendra la madurez del mundo y apresura el fin de los tiempos. Cada vez que celebramos la eucaristía, nos hallamos "a la espera de su venida", y contribuimos a que pase el tiempo de los signos sacramentales para llegar al cara a cara. Espiritualidad olvidada con demasiada frecuencia, hasta el punto de que con dificultad podemos entender los textos de la Escritura, hasta el punto también de permanecer aislados en medio de una espera a veces perezosa de nuestro destino, sin que pensemos en enlazarla con la de toda la Iglesia que camina al encuentro de su Señor.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITÚRGICO: CELEBRAR A JC 7
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 103 ss.


13.

1. La humanidad clama por el Hijo del Hombre Hoy es el penúltimo domingo del año litúrgico, que se cierra el próximo domingo con la festividad de Cristo Rey.

El año litúrgico no solamente representa un tiempo que ya ha concluido, sino que es símbolo de toda la historia, de la de cada uno y de la historia universal.

Es el tiempo de un estilo de vida, de una visión nueva de las cosas. Por este motivo la liturgia de este domingo pretende mostrarnos -con un lenguaje muy especial- cómo Jesús transforma el mundo y la realidad de nuestra vida, porque él es lo Nuevo que irrumpe en nombre de Dios en la historia humana.

El evangelio de hoy se refiere al fin del mundo, pero no al fin del mundo tal como lo entendemos comúnmente -a una cierta tragedia universal y cósmica-, sino al fin «de este mundo», o sea, de este estilo y forma de vida que se produce cuando el hombre se encuentra con el Hijo del Hombre, que viene en nombre de Dios. El evangelio de hoy no pretende aterrorizar ni atemorizar a nadie, ni es el anuncio de quién sabe qué cataclismo que prepare la segunda venida de Jesús al mundo.

No; es un evangelio de esperanza, alegría y responsabilidad. Nos dice que Jesús llega para transformar nuestra vida tan radicalmente que en nuestro interior ha de producirse como un cataclismo. Ha de morir el hombre viejo para que renazca el nuevo. Cristo llega en la vida de cada hombre, llega inexorablemente y para todos. Estemos alerta para que sepamos descubrirlo cuando venga a hablarnos...

Abierto así un poco el panorama de este evangelio, hagamos ahora nuestra reflexión tratando de recibir la luz que nos proyectan las lecturas bíblicas.

a) Todos los pueblos tienen en su historia momentos dramáticos y cruciales, sea por luchas internas, corrupción, etc., sea por guerras, persecuciones o grandes calamidades públicas.

Y cuando la historia «toca fondo» -como decimos comúnmente-, entonces todos los ojos del pueblo se dirigen hacia alguien que los pueda sacar del duro trance. De la desesperación surge la esperanza, de la derrota victoria, de la destrucción la construcción.

Parece que lo nuevo y glorioso en un pueblo necesita, por contrapartida, la destrucción del orden anterior, a fin de que lo nuevo resalte con mayor nitidez. Pues bien: el pueblo hebreo tocó fondo en varias oportunidades, como cuando estuvo prisionero en Egipto o exiliado en Babilonia. Y por la fe supo descubrir que de ese cataclismo podía surgir Dios como salvador y liberador.

El libro de Daniel -primera lectura- presenta otro momento dramático de la historia judía: un siglo y medio antes de Cristo, Antíoco Epifanes, amo de Siria, persigue encarnizadamente a los hebreos, prohibiéndoles la adoración de Yavé. Surgen entonces los macabeos que, después de cruenta lucha, logran la victoria de su pueblo. Entretanto, los hombres de Dios alientan al pueblo: no hay que tener miedo; el Señor viene como Salvador.

El no se olvida de su pueblo.

Tal es el sentido del libro de Daniel: traer la esperanza al pueblo abatido. A partir del libro de Daniel -como la paz y la felicidad soñadas no llegaban a cumplirse nunca totalmente-, comenzaron a surgir otros escritos anunciando cada vez con mayor insistencia la llegada de un enviado de Dios, «el Hijo del Hombre». Unos suponen que este celeste salvador es el mismo Mesías; otros, que es distinto. El hecho es que en tiempos de Jesús todo el pueblo estaba a la expectativa de algún acontecimiento especial que concluyera con un tiempo de la historia y abriera el nuevo tiempo de Dios.

b) ¿Y qué pensaba Jesús de todo esto? En líneas generales, Jesús participaba de la misma mentalidad que los demás judíos de su época, y es posible que tanto él como los apóstoles y los primeros cristianos pensaran que realmente se acercaba ese momento dramático de la historia humana que pondría punto final a este mundo. Que no nos extrañe, por lo tanto, si en los escritos del Nuevo Testamento aparecen ciertos pasajes llamados «apocalípticos», con claras alusiones al problema que estamos comentando.

Precisamente el texto evangélico de hoy nos habla de la llegada del Hijo del Hombre, que viene a su pueblo trayendo la salvación de Dios. Mas la llegada del Salvador coincide con la destrucción de este mundo que se le opone, tanto la ciudad de Jerusalén que se niega a creer -Jerusalén destruida el año 70 por los romanos, poco antes de la redacción del Evangelio de Marcos-, como el mundo del pecado a un nivel más universal.

En el capítulo once, Marcos nos ha narrado cómo Jesús hizo su entrada triunfal en Jerusalén, montado sobre un asno como rey de la paz. Pero no tuvo éxito. Fue rechazado por los jefes y por todo el pueblo, que prefirieron seguir tras algunos mesías políticos que llevaron a la nación a la guerra contra Roma y al desastre del año 70.

El texto evangélico de hoy es una interpretación de lo que ya había sucedido con la ciudad santa y con el mundo judío. Marcos, que ya conocía el final de la historia, escribe su relato en forma de profecía, mas ésta ha de entenderse no como el pronóstico de un futuro acontecimiento, sino como la interpretación de fe de algo que había sucedido, conmocionando por igual a judíos y cristianos. Por su parte, el gran cataclismo es también símbolo del pequeño cataclismo que sucede en cada hombre cuando le llega su hora.

En efecto: Cristo es lo Nuevo de Dios, que irrumpe en la vida de cada uno de nosotros; es el Hijo del Hombre, el hombre nuevo que viene desde el cielo para que cada hombre de la tierra pueda renovarse y renacer, realizando el antiguo sueño del viejo Adán: unir lo humano con lo divino. Según esta perspectiva, tratemos ahora de mirar el texto evangélico.

2. Los signos de la llegada del Hijo del Hombre

No caben dudas de que el centro del mensaje evangélico de hoy es el Hijo del Hombre, que llega sobre las nubes, lleno de gloria y poder. En qué consisten este poder y esta gloria, lo vamos a reflexionar el próximo domingo, fiesta de Cristo Rey. Ahora concentraremos nuestro pensamiento en esta llegada del Hijo del Hombre. Estemos preparados -nos dice Jesús-, pues así como cuando reverdece la higuera es porque el verano está próximo, así ahora ya existen signos de que está a punto de irrumpir el Hijo del Hombre, el Cristo de Dios.

¿Y cuál es el signo de esta inminencia? El signo es la destrucción del antiguo mundo. Marcos lo relata con un lenguaje apocalíptico, común en aquella época y un tanto absurdo para nosotros: "El sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas se caerán y los astros se conmoverán".

Digámoslo ahora con un lenguaje más nuestro: el cambio que viene a traer Cristo es total y absoluto, como si se hiciera un mundo nuevo, con soles y estrellas nuevas. Así debe cambiar nuestra comunidad, la sociedad, la historia de los hombres, nuestra vida concreta.

Jesús vino a destruir un orden: el orden establecido por el pecado y el egoísmo. Vino a destruir un estilo de vida, una concepción sobre la existencia, sobre el trabajo y la política, sobre la autoridad y el amor. No podemos verle a Jesús como «Hijo del Hombre» sino desde la destrucción de una manera de pensar, sentir y obrar. La conversión no puede dejar piedra sobre piedra de nuestra vida anterior, la Jerusalén de nuestro corazón.

En Marcos, Jerusalén es el símbolo del descreimiento y de la dureza del corazón. Cada uno de nosotros es una Jerusalén bien amurallada, orgullosa de sus cosas y de sus gestas; rebelde y agresiva; pertinaz y obstinada en el pecado. Es la ciudad que mata a Cristo para morir después en manos de la ira de Dios.

Y hoy se nos invita a dirigir los ojos hacia arriba, porque llega el Sol que nos alumbrará para siempre con su vida nueva. Jesús llega en un momento de gran calamidad. Esto no significa que estemos a las puertas de alguna catástrofe. No; simplemente significa que la vida humana sin una apertura hacia lo divino y trascendente, es una calamidad.

Los hombres desprovistos de los grandes valores evangélicos generan una sociedad cuyos frutos son el hambre de los pobres, la guerra con sus millones de víctimas inocentes, los odios y la desigualdad de clases, la perversión y la degeneración moral, etc.

Basta abrir los periódicos de cada día para comprobar que hacemos del mundo una calamidad cada vez que nos encerramos en la muralla de nuestro egoísmo. Y aquí está lo interesante de la fe: esos mismos hechos calamitosos, en lugar de sumergirnos en la desesperación y en la angustia, son un signo o una llamada de Dios para que no nos aferremos a un mundo que se cae y se descompone por la fuerza interna de su pecado; en cambio, aferrémonos a Cristo, el Hombre Nuevo, que nos urge a construir un mundo nuevo en el que sean posibles el amor, la paz y la justicia. Jesús, caído bajo el poder corrompido de políticos y religiosos, es la garantía de que nuestra esperanza no es ilusoria ni utópica, sino que apunta hacia algo posible y real. En Cristo, ya existe un hombre que logró levantarse por encima de la calamidad del pecado humano para enseñorearse con el poder de Dios, con el poder del amor que es más fuerte que la muerte.

Al concluir el año litúrgico -símbolo del camino del hombre-, la Iglesia nos invita a mirar nuestra vida desde su final. Es cierto que aún estamos pasando duros trances y que sólo lentamente se va produciendo el cambio anhelado; pero es bueno y esperanzador que, aunque sea así, imaginemos y vislumbremos ese mundo nuevo que se edifica sobre las ruinas del mundo del egoísmo y del pecado. Por eso Jesús, con la comparación de la higuera, hoy nos recuerda: "Así también, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que el fin está a las puertas".

Al descubrir esta tremenda lucha interior que supone la aceptación del Evangelio, al ver cómo cae esa manera de pensar o cómo nos cuesta seguir la palabra de Cristo, al sentir en carne propia la lucha dramática entre lo viejo y lo nuevo, sepamos que el fin está cerca, a las puertas.

Y por esto el mismo Jesús nos aclara que esto Nuevo sucederá en nuestra propia generación, en la vida de cada uno. Pero no caigamos en el angelismo ingenuo de preguntar el día y la hora. El encuentro con el Cristo de la fe es la obra del Padre. No sucede en tal día y a tal hora, pues es el momento en que la libertad del hombre se cruza con la voluntad de Dios. Es el tiempo del espíritu, un tiempo imperceptible, aunque reconocible por sus frutos... de la misma forma que por las hojas nuevas de la higuera sabemos que llega el verano. De tanto en tanto la gente se conmueve ante supuestas visiones o profecías sobre el fin del mundo o quién sabe qué tremenda calamidad. Entendamos que el Evangelio no tiene nada que ver con estas enfermizas maneras de pensar. La Iglesia no es una secta que huye de las responsabilidades de la historia presagiando negras horas para la humanidad. Los cristianos no somos los profetas de las desgracias ni los augures de las catástrofes.

Tampoco podemos ser tan ingenuos e ignorantes como para calcular el fin del mundo basándonos en citas bíblicas. Pero sí debemos abrir bien los ojos como para no ilusionarnos con un mundo y un estilo de vida, que si bien es deslumbrante en muchos aspectos, está también él viciado y degradado. El cristiano aprende a valorar todo lo que debe ser valorado; pero también a llamar caduco a lo caduco, viejo a lo viejo, intrascendente a lo intrascendente, relativo a lo relativo.

No despreciamos esta vida ni huimos de ella; pero sí procuramos descubrir qué es auténtico y qué es falso. No despreciamos ni renunciamos al amor y a la sexualidad, pero sí a sus caricaturas; ni a la libertad, pero sí a sus falsificaciones; ni a la autoridad, pero sí a sus abusos; ni a las riquezas, pero sí a su alienación.

Hoy Cristo nos incita a estar atentos y vigilantes... Abrir bien los ojos. Un error en la mirada puede ser fatal. Estamos jugando la única carta de la vida. No hay otra para rehacer y remediar los errores de hoy.

Ya llega Cristo con su palabra transformadora, y no podemos permanecer dormidos, ciegos, sordos o mudos. Asumamos la vida con responsabilidad. Este es el tiempo en que los cristianos tenemos la oportunidad de restaurar un mundo que se deshace. Es el tiempo de reconstruir nuestra historia con una visión evangélica. El nuestro es un tiempo corto. Pero es lo suficientemente largo como para vivir aquí y ahora los nuevos tiempos del Hijo del Hombre.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B, 3º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 382 ss.


14.

En el discurso escatológico está latente el recuerdo de las dificultades que encuentra la Iglesia alrededor del año 65: los cristianos de Roma acaban de padecer la persecución de Nerón, en la que han sido asesinados Pedro y Pablo; Palestina se halla agitada violentamente por los levantamientos que han conducido a la guerra y a la toma de Jerusalén por Tito. El discurso es una llamada a la fe; a una fe capaz de seguir creyendo que las promesas hechas por Dios, a través de Jesús, se cumplirán a pesar de todo. Nos muestra el término de la historia del hombre sobre la tierra: el triunfo final del Hijo del hombre y la felicidad para siempre de sus amigos, "sus elegidos de los cuatro vientos".

En el presente texto podemos distinguir tres partes: la gran tribulación, la venida del Hijo del hombre y la parábola de la higuera.

1. El poder de las tinieblas

"Cuando veáis al ídolo del opresor instalado en el lugar donde no debe estar", escribe Marcos. Mateo se refiere a lo mismo con palabras muy semejantes: "Cuando veáis instalado en el templo al ídolo del invasor". Lucas no habla del "ídolo"; pone en su lugar: "Cuando veáis a Jerusalén rodeada por ejércitos". ¿A qué se refiere? Es difícil saberlo con exactitud.

La expresión de los dos primeros es de Daniel (Dan 9,27), e indica el hecho sacrílego del que fue protagonista Antíoco IV Epífanes. En el año 168 a.C., este rey había osado erigir dentro del templo un altar en honor de Zeus (Júpiter) Olímpico (2 Mac 6.2).

También puede ser una referencia a Calígula, obstinado en colocar en el templo su propia estatua (año 40 a.C.). O una alusión a la destrucción de Jerusalén, cuando los soldados romanos alzaron dentro del templo los estandartes de su emperador. Finalmente, alguno ve la figura del anticristo.

El libro del Apocalipsis puede darnos también una pista con el símbolo de las dos bestias (Ap 13). La primera bestia es un poder político que blasfema de Dios, se hace adorar y persigue a los verdaderos creyentes. La segunda es una realidad religiosa que lucha contra el Cordero -Cristo-, y realiza milagros capciosos y seduce a los hombres para que adoren a la primera bestia.

El poder político de siempre acepta al creyente en la medida en que éste está de acuerdo con él y colabora. De lo contrario, lo perseguirá. La historia es testigo de esta afirmación. Lo más grave es cuando el poder religioso se alía con el poder político. ¿No será eso "instalar en el templo el ídolo del invasor"? Si la religión se vuelve contra sí misma, ¿quién presentará su verdadero rostro?

La lucha de las dos bestias contra el Cordero narra, con palabras veladas, la situación en que se hallaba la Iglesia de Juan, perseguida por el imperio romano y por el sanedrín. Y es la lucha de la Iglesia de todos los tiempos y de ahora: en unos lugares, para purificarse de sus continuas tentaciones de alianzas con toda clase de poderes: en otros, para seguir ejerciendo la misión encomendada por Jesús.

En el centro de las preocupaciones de los evangelistas no parece estar la profanación del templo, sino la dramática situación que vivirán los más débiles.

La gran tribulación nos hace pensar en terrores históricos y cósmicos, como ya fueron indicados en las guerras, terremotos y hambres. La magnitud del desastre que va a abatirse sobre Jerusalén se muestra en que sólo queda la posibilidad de la huida. Nadie debe volver atrás. La huida siempre ha sido un trance y una prueba especiales; incluso en la actualidad, en la que constantemente se tienen que desplazar, huir de sus países millones de personas. El hombre quiere ser caminante y no fugitivo. El caminante conoce el término de su camino y lo busca con ilusión; el fugitivo se dirige hacia lo incierto y vive con temor. En cualquier huida puede percibirse algo de la tribulación del tiempo final, como en cualquier guerra, terremoto y hambre.

Lo que normalmente es recibido con alegría, crea ahora grandes dificultades. Las madres que estén embarazadas o criando experimentarán una mayor aflicción y desamparo por las atrocidades que los soldados romanos cometían frecuentemente con ellas y con los niños pequeños.

Pide a los suyos que rueguen para que estos hechos no sucedan en invierno ni en sábado: en invierno, a causa de las especiales incomodidades que provoca esta estación, en la que, entre otras cosas, Ios ríos llevan el máximo caudal y dificultan la huida; en sábado, por los escrúpulos que podían tener muchos judíos piadosos a caminar más de lo permitido ese día.

Será la calamidad más grande que ha conocido y conocerá la historia de la humanidad. Su magnitud no depende solamente del dolor que causa, sino también del valor de lo que se destruye. El pueblo judío va a desaparecer como nación: el pueblo que había sido llamado por Dios para ser su testigo entre las naciones. Todos los testimonios del amor de Dios van a ser arrasados.

Aunque nuestra situación histórica sea distinta de la que tenía la comunidad cristiana de entonces, es totalmente actual la existencia de fuerzas maléficas y que la humanidad está amenazada por ellas. Y es también actual que la fe debe hacerles frente.

No podemos tomar literalmente la invitación a la huida, porque equivaldría a invalidar la llamada anterior a la perseverancia. Con la imagen de la huida se nos quiere decir algo distinto: vigilancia y prontitud para actuar ante el mal.

Los discípulos deben saber que nunca serán probados por encima de sus posibilidades. Si los poderes del mal fueran desencadenados sin ningún freno y pudieran desfogarse, nadie se salvaría. Pero siempre hay un límite, porque Dios sostiene en la mano las riendas de la historia. No dejará destruir su plan sobre la creación. Por ello abreviará los días y la fuerza del mal.

"Aparecerán falsos cristos y falsos profetas..." Los falsos profetas ya fueron anunciados (Mt 7,15). Son una verdadera plaga. ¿No vivimos continuamente asediados por falsos profetas? Pero todavía es peor que se presenten los que afirman que son el Mesías. Y tampoco es raro que suceda. Han sido bastantes a lo largo de la historia los que se han presentado con la pretensión de ser la respuesta definitiva a los anhelos del hombre. ¿No lo son, de algún modo, la sociedad consumista que padecemos y las ideologías que prometen al hombre la felicidad plena para el "más acá"? Ante estos falsos cristos y falsos profetas, de gran éxito en nuestro mundo, ¿cuántas veces nos hemos preguntado si no es una equivocación creer? ¿Para qué vivir contra corriente si hasta la misma Iglesia jerárquica parece haberse acomodado, abandonando las exigencias evangélicas? ¿Pasa el evangelio de ser un bello sueño irrealizable? ¿Por qué les va tan mal a los que tratan de serle fieles, incluso ante los que más tenían que apoyar?...

Es posible que detrás de esta advertencia se encuentren ciertos sucesos históricos del tiempo de los evangelistas. La expresión "Cristo está aquí o allá" puede indicar cristianos exaltados, que daban la llegada de la parusía -segunda venida de Cristo- como inminente. Mateo habla de "desierto" y de "lugar retirado" como sitios posibles de donde se creía que vendría el "Cristo". El desierto era el lugar tradicional para reunir fuerzas y organizar un levantamiento. En lugares retirados -sótanos o habitaciones más escondidas de las casas- se tramaban las conspiraciones contra los poderes opresores. De ninguno de ellos vendría el Mesías. Su mesianismo no era el político y triunfalista que muchos esperaban y en el que muchos viven. Su venida "será como el relámpago", tan evidente que será vista por todos; de la misma manera -sigue Mateo- que el cadáver de un animal queda al descubierto en el desierto y es inevitable que, por su instinto, lo vean los buitres y las águilas y caigan sobre él.

Para la gran masa del pueblo, Jesús permanece desconocido. Su mesianidad está oculta, antes y ahora. Solamente tenemos el camino de la fe. Y, a causa de su oscuridad, es posible cambiarla, engañándonos a nosotros mismos.

El poder de seducción de estos falsos cristos y falsos profetas puede ser tan grande que lleguen a obrar señales y prodigios que causen asombro en los hombres. Son un constante peligro para los que intentan ser fieles, que podrían ser víctimas de ellos si Dios lo permitiese. Cuando son más peligrosos es cuando se presentan como el nuevo dios y la nueva religión. Todas las "renovaciones" hechas con poder y apoyadas por el dinero pueden tener este signo. Los efectos grandiosos que producen, recibidos como "señales y prodigios", no son signo del espíritu del bien. Incluso las curaciones y los milagros, que no pueden clasificarse entre las leyes de la naturaleza que conocemos, por sí solos no demuestran que son obrados por la virtud de Dios. Tampoco obras que son realizadas en nombre de la religión. Es necesario examinar la vida de estos hombres, porque ahí está la verdadera clave de interpretación.

En todas partes está al acecho el peligro de desorientación para el pueblo, de confundir al verdadero Mesías, que sólo busca la gloria del Padre, con los falsos mesías, que se buscan a sí mismos; de confundir a los verdaderos profetas con los falsos.

Reflexionemos seriamente sobre qué buscamos en la vida: si es el reino de Dios y su justicia (Mt 6,33), nuestro Mesías es Jesús de Nazaret; pero si pensamos que vivir el evangelio hoy -ser pobre, perseguido...- es imposible porque los tiempos han cambiado, es evidente que no lo es.

2. El retorno de Jesús al final de los tiempos

La venida del Hijo del hombre es el núcleo central en torno al cual gira todo el complejo discurso de Jesús. Las imágenes o metáforas empleadas para señalar la venida son las características de la tradición profética, en donde la intervención de Dios es siempre precedida por acontecimientos cósmicos excepcionales.

"El sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán". Son unas imágenes fuertes para indicarnos que Dios entra en escena.

Todos los acontecimientos aquí descritos tenemos que imaginárnoslos yuxtapuestos: destrucciones y guerras, confusión en la Iglesia, aparición de seductores. Ahora se añaden fenómenos en el universo, se anuncia el tiempo final con grandes señales en el espacio. Lo que aquí se describe no es la destrucción de un mundo, sino una escena de dimensiones cósmicas que nos prepara para presentarnos el gran acontecimiento: el retorno de Jesús.

Todo a base de elementos apocalípticos, que nos obliga a interpretar todo su contenido y enseñanza en función de este género literario. Se verán sacudidos los tres ámbitos de la creación, conforme a la idea de la época, que concebía el mundo dividido en tres pisos. En el firmamento, el sol, la luna y las estrellas dejarán de prestar sus servicios. En la tierra se verán las gentes presa de angustia y de desconcierto. El mar quedará abandonado a sus impulsos caóticos.

"Entonces verán al Hijo del hombre..." Es el término de la historia humana, el momento en que se acabará el tiempo. A pesar de la importancia que los evangelistas conceden al presente -un presente en el que cada uno debe asumir sus responsabilidades-, no se olvidan de dirigir la mirada de los cristianos hacia el futuro pleno y definitivo, en el que el reino de Dios quedará establecido. Lección imprescindible, ya que pensar la vida en cristiano es conceder al presente y al futuro la importancia que merecen, es saber que la vida humana es mucho más que el ahora y aquí; que el presente no recibe su plena significación más que en función del futuro, del esperado retorno de Cristo. ¿No es imprescindible que el hombre descubra que el sinsentido de la vida actual se transforma en sentido pleno y definitivo desde el futuro de Dios?

Es fundamental para el cristiano la esperanza que brota de la venida de Jesús al final de los tiempos. Por las opciones hechas hoy, gracias a la vigilancia vivida día a día, a través de la oración y del trabajo por la justicia..., nos vamos preparando para el misterioso encuentro, turbador y tranquilizante a la vez, con Jesús, en el que se resume el futuro del cristiano. En la agonía de los hombres que fracasan sin consuelo, en la falta de sentido de una sociedad que machaca a los mejores de sus hijos..., está llegando Cristo.

No importa que los astros hayan terminado su servicio. Los hombres tendrán posibilidad de "ver" gracias a la luz que emana directamente del Hijo del hombre. No habrá posibilidad de engaño; la mentira no tendrá ya lugar. Esta es una luz que ilumina cualquier zona de oscuridad, cualquier posibilidad de duda. ¿Exige la parusía la manifestación sensible y corporal de Cristo? Parece que no, si tenemos en cuenta el género literario en que está descrita y al que tenemos que acudir para valorarla. Lo mismo que no es necesario que el final del tiempo sea precedido de la destrucción del cosmos.

Con la aparición del Hijo del hombre cesarán los peligros y las persecuciones, se verá cumplida la esperanza, antes ridiculizada y escarnecida, de una fraternidad universal.

Aparecerá con gloria el reino que el discípulo siempre conoció por la fe. Reunirá "a sus elegidos de los cuatro vientos". No se alude al juicio de los malvados, como se hace en otros lugares. El único objetivo de la venida del Hijo del hombre es reunir a los suyos. Con esta imagen se describe la salvación de los que perseveren hasta el final.

Los que han dado la vida por el evangelio, se han desvivido por los demás, sin dejarse descorazonar por la maldad o la persecución, llegarán al reino definitivo.

En lugar de la reunión de los elegidos que nos narran Marcos y Mateo, Lucas escribe: "Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación". Y es que la tragedia y el dolor que trae consigo cada avance revolucionario de la historia nos acercan a la auténtica y total libertad de la vida.

Este anuncio de nuestra plena liberación tiene que suscitar en nosotros un poderoso sentimiento de esperanza. Esa llama frágil que cualquier soplo puede apagar. Una esperanza brutalmente desmentida tantas veces por la historia. ¿Cómo esperar entre tantas guerras, injusticias y crueldades...? ¿Cómo esperar cuando los que tienen el coraje de testimoniar a Jesús con su vida son perseguidos, acusados, condenados? De improviso, los papeles se cambian: precisamente el Hijo del hombre -derrotado, humillado y asesinado por los que más tenían que haberlo apoyado- aparece vencedor para pronunciar el juicio inapelable sobre la historia y sus llamados protagonistas... ¿Cómo no esperar ante semejante anuncio?

3. Parábola de la higuera

Lo mismo que los brotes de los árboles indican la cercanía del verano, los acontecimientos antes narrados señalan hacia el final del tiempo. Cuando la higuera retoña, cualquiera conoce que se acerca el buen tiempo. Lo mismo que el campesino está ejercitado en sacar sus conclusiones hasta de las pequeñas señales de la naturaleza, los cristianos debemos vivir atentos en el mundo y prestar atención a todo lo que en él ocurre.

La fe vivida con compromiso nos irá ofreciendo la debida interpretación. Sólo una señal nos puede anunciar el final de un mundo: la aparición del Hijo del hombre. Todas las demás señales pueden admitir varias interpretaciones. Tenemos que estar en vela, dándole a cada momento de la existencia la importancia que tiene; comprender que cada situación que vivimos es como una llamada de Dios a ser fieles al evangelio, a estar atentos a las personas que nos rodean, para decidir qué es lo que debemos hacer según el Espíritu de Jesús.

Cada momento es el último. No volverá. No habrá un futuro que repita el pasado y nos permita corregirlo. Del pasado podemos arrepentirnos, pero nunca cambiarlo. "No pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán". Las palabras de Jesús no dejarán de cumplirse: no son meras palabras de consuelo. Se hace duro perseverar con paciencia cuando la espera no tiene fin y cuando tantas y tantas cosas no tienen solución, al menos aparentemente. Marcos y Mateo concluyen: "El día y la hora nadie lo sabe.... sólo el Padre". Cualquier interpretación que fije una fecha exacta para el final del mundo queda eliminada. El día y la hora están reservados exclusivamente al conocimiento del Padre. Jesús debía comunicar a los hombres un mensaje determinado, con sus límites y sus fronteras. Y en este mensaje no entraba satisfacer la curiosidad de los hombres con respecto al final de la historia.

Tenemos que caminar tratando de ser fieles al evangelio, sin pretender conocer días ni horas. La plenitud llegará, pero cuando el Padre quiera. Ciertamente, habrá un fin: individual primero, universal después. Pero no será el acabamiento de todo, sino un cambio. Será el final de una etapa para iniciar otra: la definitiva. No se trata de indagar cuándo sucederán todas estas cosas, sino de saber cómo debemos comportarnos en la espera.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4
PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 100-107


15. ANTE EL ULTIMO ATARDECER

Cada mañana, puntualmente, el sol consigue abrirse paso desde el otro lado de los montes; y el mundo se da cuenta de que, una vez más, la noche ha sido vencida. Cada otoño la vida se adormece, sí; pero para despertar más adelante, pasado ya el invierno, en ese ciclo nuevo que nos trae la primavera.

Es el empuje de la vida. Es el milagro diario del día que renace, de la hierba que brota, del hombre que pone pie en tierra firme -cada mañana- a la otra orilla del sueño.

Lo malo es que nos hemos llegado a acostumbrar. La rutina nos ha hecho perder la capacidad del asombro. Y, para volver a descubrir -y agradecer- tantas maravillas, hay que pararse, pensar.

Y a pensar nos invita hoy la Palabra, al decirnos que llegará un día en que no habrá más leña que echar en la hoguera del tiempo. 'El sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo'. Será el último atardecer. No habrá ya más amanecer, ni más cosechas, ni más reverdecer de primaveras. Todo habrá acabado. ¿Todo? Eso parecía. Pero, de entre tanta destrucción y tanta muerte, como brotando de la entraña misma de tanto dolor, emerge una figura para muchos inesperada 'Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad'. No eran, pues, dolores de muerte, sino de parto. Esa noche, que seguirá al último atardecer, no quedará instalada para siempre como señora universal de la historia; muy a pesar suyo, tendrá que dar paso a un nuevo Día, diferente y definitivo. (Ya algunos lo veían venir: los que supieron de aquella noche en que, vencida la muerte, Jesús inauguró la mañana nueva de su resurrección).

Este telón de fondo nos hace ver la vida, y sus avatares, bajo una luz nueva. Y preguntamos. ¿Qué cosas - de todo lo que vemos, de todo lo que existe- permanecerán ese último día, y cuáles serán, por el contrario, arrastradas por el tiempo en su caída? ¿Qué habrá sido, ese día, de los poderosos que crucificaron a Jesús? ¿Dónde estará, esa tarde, el poder del dinero que hoy parece llevar las riendas del mundo? ¿Dónde el ejército de los violentos que hoy dominan, imponen, esclavizan? No quedará de ellos -dice el Señor- ni rama, ni raíz'. En cambio, aquel Hijo del hombre que no tenía dónde reclinar la cabeza, indefenso ante quienes lo mataron, partidario a ultranza del amor y del perdón... 'está sentado a la derecha de Dios'.

Y esta luz nueva va dando a las cosas, a la gente, a la vida un sentido diferente; lo va colocando todo en su sitio: ese sitio que ocuparon un día en el proyecto limpio de Dios creador. Y es bueno que nos dejemos bañar por esa luz. Es importante que nos paremos a pensar dónde estamos amarrando nuestra esperanza, en qué punto de apoyo estamos haciendo descansar nuestro corazón. Es importante que pesemos en esa balanza los esfuerzos que hacemos, las preocupaciones que nos asaltan, la amargura que, tantas veces, nos frena en seco. Sería triste que, el día menos pensado -ése que sabe 'sólo el Padre'-, nos encontráramos con que hemos vivido aferrados a cosas que se van a ir también, corriente abajo, en ese último atardecer. 'El cielo y la tierra pasarán; mis palabras no pasarán'. Quien avisa, amigo es.

JORGE GUILLÉN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 178 s.


16. TRES ACTITUDES ANTE EL FINAL

Marcos, el evangelista, quiere preparar a su comunidad para el final que se avecina. Si remontamos este capítulo hasta su comienzo, vemos que se anuncia un final rodeado de grandes pruebas para los creyentes: dudas y desconcierto, falsos profetas, triunfo descarado de los opresores, persecución y odios por causa de la fe. Parecerá que todo, hasta lo más sagrado, va a tambalearse y caer como el propio sol que nos alumbra. Y Marcos, con palabras de Jesús, dice a sus cristianos: 'Estad preparados'.

Entonces, para alentar su confianza, les anuncia que, junto a esos datos de muerte y de desgracia, habrá otros que harán ver -a los que tengan ojos para ello- que Dios sigue estando ahí, al lado, dentro de los suyos. Todo ello, enmarcado en el gran anuncio de la manifestación gloriosa de Cristo, que vendrá a poner las cosas en su sitio.

Hoy, cuando el año litúrgico está para finalizar, ahí tenemos también nosotros el toque de atención. Para que, mirando al fin que llegará -que puede estar cerca, ya que nadie conoce su hora-, vayamos tomando posiciones. ¿Dónde situarnos?

Hay quienes prefieren 'pasar' de todo este asunto. ¿A qué plantearse problemas, cuando la vida está ahí, llamándonos? Es la actitud de los que sólo entienden de lo concreto y palpable, de lo que aquí y ahora podemos poseer y disfrutar. Saben, sí, que todo esto se nos escapa de las manos inevitablemente; pero, por eso mismo, prefieren no amargarse este momento presente del disfrute con el pensamiento de su caducidad. Y viene ese afán de poseer sin medida, de mandar, de pasarlo bien; y el consumismo, y el 'pasotismo'...

¿Qué es todo esto, sino huidas, 'alienaciones', por más sello de modernidad que traigan? Otros, ante tanto mal que se avecina, toman el triste, estéril camino del catastrofismo. Convertidos en profetas de calamidades, van por la vida subrayando tanto sus aspectos de muerte, que no dejan resquicio alguno a la esperanza. El mundo se ha vuelto definitivamente loco -dicen-, y el humo de Satanás lo está invadiendo todo, ahogándolo todo y a todos. No se dan cuenta esos profetas de que, con su modo de ver las cosas, le están prestando a Dios un flaco servicio: están poniendo en duda su mismísimo señorío; están convirtiendo la creación, incluso la Redención, en un inmenso fracaso.

Queda el otro camino: el de la fe. Y la fe nos da ojos para descubrir, ya desde aquí, que Dios no se ha desinteresado del mundo, ni mucho menos se ha dado por vencido. Que sigue presente en la historia del hombre. Que, incluso en los momentos en los que parece que las fuerzas del mal se han adueñado de la escena humana, hay indicios suficientes -para el que sabe mirar- de que es Él quien sigue llevando los hilos de la historia; de que hay inmensas reservas de bondad en el corazón de los hombres; de que el poderío de los opresores lleva ya el sello de su propia destrucción; de que el Espíritu sigue alentando, por toda la tierra, el nacimiento de pequeños, casi ignorados grupos de cristianos que, metidos en medio de la masa, un día acabarán consiguiendo que todo esto fermente y se renueve.

¡Qué va a estar todo perdido! Ahí está la fuerza imparable del amor redentor del Padre, que creó y sigue creando, que salvó y sigue salvando al mundo por su Hijo, en el Espíritu. Hoy, todavía, necesitamos para verlo los ojos de la fe. Llegará un día en que todos, absolutamente todos, lo verán; hasta los que hoy se declaran sus enemigos.

JORGE GUILLÉN GARCÍA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas
de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993.Pág. 179 s.


17.

-Cada generación concreta participa de la Salvación

Dice Jesús: "Cuando las ramas de la higuera se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis suceder esto, sabed que Dios está a la puerta». Es decir, en cada labor que traemos entre manos, en cada servicio que realizamos gratuitamente a los demás, tenemos que descubrir la presencia viva de Dios, porque su llegada (que un día será definitiva) ya se ha estrenado en la pequeñez de nuestra vida cotidiana. Precisamente porque entre "la vida presente" y "el más allá de la muerte" hay mucha continuidad.

Jesús aún añade: "Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla". Porque cada generación tiene el tiempo suficiente para vivir su gozo, su tribulación, su crisis definitiva y su fin. Y la Palabra de Jesús es capaz de iluminar a todas las generaciones: "El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras son la verdad definitiva", dice el mismo Jesús.

-¡lremos a parar a Dios mismo!

Y el evangelio termina afirmando que, a pesar de la comunión de vida que Jesús tiene con el Padre, no puede saber cuando llegará esa salvación definitiva al mundo. Pero esto no menoscaba la convicción fundamental de que Dios salva al mundo. Por tanto, ya podemos responder una pregunta que nos tiene preocupados: ¿dónde iremos a parar? ¡Iremos a parar a Dios mismo!

Que el evangelio de hoy fortalezca, pues, nuestra confianza en Dios que siempre se manifiesta Salvador, a pesar de las crisis tan fuertes que, a menudo, nos toca vivir. Y que su lectura nos ayude a descubrir al Señor que ya está presente entre nosotros cuando servimos a los hermanos; aunque, un día, su presencia será definitiva.

JAUME GRANE
MISA DOMINICAL 1994, 15


18.

1. «El día y la hora nadie lo sabe».

El evangelio del fin del mundo es extrañamente complejo y heterogéneo. No se trata de un reportaje sobre los acontecimientos venideros, sino de un texto que reúne diversos aspectos que nosotros no acertamos a conciliar. Primero se anuncia la angustia del fin de los tiempos con imágenes de catástrofes cósmicas, y después la venida del Hijo del Hombre para el juicio, con motivo del cual los ángeles reúnen a los elegidos (extrañamente sólo a ellos). A continuación se habla de los signos precursores, por los que se debe reconocer que el fin está cerca, y luego de su inminencia; pero inmediatamente después se dice que nadie conoce el día y la hora: ni los ángeles, ni siquiera el Hijo, sino sólo el Padre.

Y sin embargo las palabras de Jesús sobrevivirán a la destrucción del cielo y de la tierra. Deberíamos dejar a cada afirmación su significación propia, y no querer englobar todo esto en un sistema unitario. Ante todo la perenne inminencia del fin, válida para cualquier generación. Estas palabras son más imperecederas que nosotros y que todas las generaciones. Y también la posibilidad de discernir los signos precursores: no amenazas o catástrofes históricas, sino un estado del mundo como tal que anuncia su fin. Nosotros no podemos calcular nada, pues ni siquiera el Hijo «sabe el día y la hora».

2. «Muchos despertarán». Daniel (en la primera lectura) es el primer apocalíptico que conocemos, el modelo, en varios aspectos, de los apocalípticos posteriores. También en él las líneas se entrecruzan: extrema angustia y al mismo tiempo protección del pueblo de Dios, operándose también aquí una separación: los elegidos y los que no lo son; los primeros resucitarán para la vida eterna y los segundos para perpetua ignominia. Tampoco aquí se ofrece un reportaje, sino una llamada de atención a las conciencias sobre una última decisión del hombre por Dios y de Dios por el hombre.

3. «Un solo sacrificio».

Más allá de toda la incertidumbre en la que se ha de dejar necesariamente al hombre si éste ha de permanecer realmente en vela, aparece (en la segunda lectura) la única certeza de que Jesús ha ofrecido el sacrificio único, irrepetible y perpetuo por los pecados del mundo, una certeza que, sin embargo, nosotros no podemos manipular. La acción sacrificial de Cristo es hasta tal punto única e irrepetible que se puede hablar de su «espera... hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies». Y sin embargo se nos priva de nuevo de todo acomodo, de toda seguridad adormecedora, pues se dice que este sacrificio que basta para siempre es ofrecido por «los que van siendo consagrados»: se puede decir también por los que dejan realizarse en ellos esta consagración por la acción amorosa de Dios y no se resisten a ella. De este modo se nos concede una auténtica esperanza cristiana (en caso de que reconozcamos la acción sacrificial de Dios) pero no una certeza, pues ésta no es conveniente para el hombre peregrino en la tierra.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 205 s.


19. «AGUAR LA FIESTA»

No sé qué decirte, Señor. El texto evangélico de hoy y todo su contexto, me impresionan. Me parecen un terrible jarro de agua fría.

Recordemos la escena. «Salías Tú del templo con tus discípulos, y uno de ellos -admirado, sin duda-, te dijo: Maestro, mira qué sillares y qué edificios. Y tú, admirando también, le repusiste: Esos magníficos edificios los derribarán, hasta que no quede piedra sobre piedra». Te pusiste, a continuación, a disertar sobre el final de los seres y las cosas: la destrucción de Jerusalén, la fugacidad de la vida humana y el juicio final como implantación definitiva del Reino. Y Marcos nos lo contó, poniendo en tus labios un tono catastrofista y tremendo, eso que los entendidos llaman lenguaje apocalíptico». Sí, fue un terrible jarro de agua fría.

Pero no creo. Señor, que tu intención fuera la de asustar. La ternura con que cobijabas a los tuyos -«como una gallina a sus polluelos»- no me permite pensar en un Jesús «amenazador» sino, más bien, en un hermano mayor tratando de ayudar a sus hermanos pequeños a encontrar el verdadero sentido de la vida humana; y, como consecuencia, a valorar las cosas en su justa medida, a mirar lo pasajero como pasajero y lo eterno como fundamental, a no «construir», en una palabra, «una morada fija en la tierra, ya que andamos buscando la del futuro».

Porque ése es el tema fundamental que subyace en nuestra conciencia. «¿Qué sentido tiene la vida, y los pasos que doy, y mis anhelos y preocupaciones, y ese tío vivo de mis ajetreos?». Tú, Señor, en la primera parte del texto de hoy, pareces pintar, en efecto, un horizonte muy negro: «De todo esto no quedará piedra sobre piedra». Ante esa perspectiva, nuestro pobre corazón se encoge y se pone a rumiar los viejos versos de J. Manrique:

«Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte...».

Pero, escuchándote hasta el final, veo que ése no era tu objetivo. Al contrario. Tú te pusiste a hablar de la «primavera» y de las «yemas de los árboles». «Aprended lo que os enseña la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas, sabéis que la primavera se acerca. Cuando veáis vosotros que estas cosas suceden, sabed que El está cerca: a la puerta».

No se trata, pues, de un «fin», definitivo, sino de un definitivo «principio». Ya, en otra ocasión, dijiste: «Si el grano de trigo muere, entonces da mucho fruto». De eso se trata. La vida del hombre tiene sentido, profundo sentido, trascendental sentido. Porque, si el hombre ha ido construyendo la ciudad de la tierra sabiendo que estaba poniendo los pilares de la eternidad, lo que hacía era preparar la definitiva implantaci6n del Reino. Por eso, las parábolas que contaste a continuación no invitaban a la desesperación y al fatalismo, sino a la activa esperanza: a «llenar nuevas lámparas de aceite», a «esperar, como criados diligentes, la llegada del amo», a «hacer fructificar nuestros talentos».

Tu discurso escatológico, por tanto, no pretendía «aguarnos la fiesta» sino, más bien, «prepararnos para la gran Fiesta». Aquella, en la que «no habrá ya ni llanto, ni luto, ni dolor». Anunciabas, en definitiva, la llegada de la primavera. Y lo hacías, no con ese margen de posible error que se reservan los meteorólogos, sino con toda rotundidad y contundencia: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán». Por tanto, ¡Cristianos del mundo, uníos!

ELVIRA-1.Págs. 192 s.


20.

Frase evangélica: «Sabed que él está cerca, a la puerta»

Tema de predicación: LA PARUSÍA DEL SEÑOR

1. Más que discurso sobre la parusía, este evangelio es una exhortación a la esperanza. Se centra en los comportamientos más que en los acontecimientos. Ciertamente, utiliza un lenguaje apocalíptico, pero no para asustar, sino para acentuar que la victoria de Cristo es segura a pesar de las desgracias. La gloria de Dios no está en los edificios ni en el mundo material, sino en la fidelidad a las exigencias de su reino. Lo que predominará será el Hijo del Hombre con todos los elegidos.

2. Parusía significa «presencia», que equivale a la venida definitiva o escatológica de Cristo. Escatología viene de «eskhatos», que quiere decir «último». Evidentemente, todo el NT está pendiente de la parusía o realización de la esperanza cristiana.

3. A veces algunos cristianos, de corte apocalíptico o «milenarista», acentúan las catástrofes e interpretan este evangelio al pie de la letra. No se trata tanto del final del mundo natural cuanto del final de un mundo de pecado y de muerte. Debe ser bien entendida la imagen de la higuera, ya que sin muerte no hay primavera de resurrección. Lo decisivo no es que se tambalee la primera creación, sino que advenga la segunda y definitiva en toda su plenitud. Frente al final de un mundo, Jesús propone la vigilancia; frente a la venida del Hijo del Hombre, la esperanza.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Nos dejamos impresionar por ciertas amenazas de futuro?

¿En qué debemos poner nuestra esperanza?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 236 s.


21. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Domingo 16 de noviembre de 2003

Dn 12, 1-13: La resurrección universal
Salmo responsorial: 15, 5.8-11
Heb 10, 11 -14, 18: El sacerdocio eficaz de Cristo
Mc 13, 24-32: La resurrección y la parusía de Jesús

El texto de hoy se encuentra en el discurso escatológico de Jesús (13, 1-37), en el Templo, antes de su Pasión. Los tres evangelios tienen este discurso, lo que nos hace suponer que Jesús realmente lo pronunció. Pero las diferencias entre los tres evangelios también nos sugiere que las Iglesias siguieron reflexionando sobre la tradición de Jesús.

Es importante en este discurso escatológico discernir los diferentes momentos del discurso y ver su estructura general. Esta sería así:

Introducción: vv. 1-4

Etapas de la historia: vv. 5-27

Ahora: el comienzo de los dolores de parto: vv. 5-8

Persecución y testimonio: vv. 9-13

Tribulación de Jerusalén: vv. 14-23

Al final de los tiempos: vv. 24-27

Actitudes para cada momento: vv. 28-37

En el ahora: discernir los signos de los tiempos: vv. 28-31

Respecto a aquel día y hora (juicio final): nadie sabe nada: v. 32

Respecto al fin de los tiempos debemos estar vigilantes: vv. 32-37


En los vv. 24-27 Jesús nos revela el día de su Parusía, de su manifestación al final de los tiempos. En esos días se producirá una tremenda catástrofe cósmica. En toda la tradición apocalíptica dichos cataclismos cósmicos no deben ser tomados el pie de la letra, sino como un símbolo de cataclismos y conmociones sociales. El sol, la luna y las estrellas representan a los poderes económicos, políticos y sociales que son sacudidos y caen. Este cataclismo social produce terror a todos aquellos que son parte de dichos poderes, pero su caída es motivo de alegría y símbolo de esperanza para los oprimidos por dichos poderes.

El texto nos dice además que Jesús no viene en el día de su Parusía para un juicio, sino para reunir a sus elegidos de todos los rincones de la tierra. La Parusía aparece como el día de la gran reunión del Pueblo de Dios. Para los santos no es un día de terror, sino de inmensa alegría.

En los vv. 28-32 se diferencian diversas actitudes de cara a los últimos días. De cara a la Parusía o Manifestación gloriosa de Jesús debemos estar atentos para discernir los signos de los tiempos. Así como la higuera nos anuncia el verano con sus primeros brotes, así también hay signos que nos anuncian la venida de Jesús al fin de los tiempos. Jesús no nos pide que estemos calculando cuando será la Parusía. Jesús no nos pide calcular, sino discernir. La parusía de Jesús es al fin de los tiempos, pero marca y determina todos los tiempos, todo está orientado hacia ese final. No importa si Jesús vendrá mañana, o en cien o mil años más, lo importante es vivir conforme a ese momento, orientar nuestras vida y toda la historia hacia esa Parusía de Jesús. Por eso Jesús nos dice: "Que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda". Esta generación, es la generación entre la Resurrección y la Parusía de Jesús. Estos dos hechos marcan nuestra generación. Antes de la Resurrección de Jesús vivió otra generación y después de la Parusía vivirá todavía otra generación: los que reinarán con Cristo mil años (Ap 20).

Si la Parusía de Jesús la podemos discernir en los signos de los tiempos, muy distinto es el día del Juicio final, que es obra exclusiva de Dios Padre. Jesús dice: "…de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (v.32). En el libro del Apocalipsis se distingue claramente la Parusía de Jesús y el Juicio final que es obra de Dios. Entre la Parusía y el Juicio tenemos el Reino de los mil años, que es la utopía de la realización del Reino de Dios sobre la tierra después de la Parusía y antes del Juicio. Los 'mil años' son simbólicos. Lo extraordinario es que ni el mismo Jesús sabe ese día del Juicio final. Lo sabe sólo el Padre. Con esto se acentúa aún más la diferencia entre la Parusía de Jesús y el Juicio final del Padre.

En el libro de Daniel, que leemos en este día, tenemos también una descripción de un día final: el día que pone fin al tiempo presente. Este día está en manos de Miguel, el ángel defensor del Pueblo de Dios. Se dice que será un día de angustia, pero no para el Pueblo, sino para sus enemigos. Se afirma más bien, con mucha seguridad: "En aquel tiempo se salvará tu Pueblo". En este día todos resucitan, todos "los que duermen en el polvo de la tierra", unos para la vida eterna, otros para el oprobio y horror eterno. Los justos son descritos como los sabios, que enseñaron al pueblo la justicia. El tiempo presente es pensado como 7 años. Ahora estaríamos en el año tres y medio, es decir en la mitad del tiempo presente. Todo esto que anuncia el profeta Daniel, es retomado por Jesús y por el Apocalipsis de Juan.

La conclusión de todo, es que hay que vivir en plenitud el tiempo presente y esperar la Parusía de Jesús con gozo. No preocuparnos por el 'cuándo' vendrá Jesús, sino preocuparnos por encontrarlo ahora que está viniendo sin cesar, en nuestra historia. Jesús resucitó, y vive en medio de nosotros. No estamos esperando que 'vuelva', porque en realidad nunca se ha ido. Lo que esperamos es la manifestación gloriosa de este Jesús que siempre ha estado con nosotros.

Jesús no es un sacerdote a la manera judía de entonces, que tenía que ofrecer sacrificios día tras día. El se ofreció así mismo en sacrificio, de una vez para siempre. Con su único sacrificio, con su única oblación, se sentó a la diestra de Dios para siempre, llevó para siempre a la perfección a los santificados. El Espíritu Santo da testimonio de esto, grabando la Palabra de Dios en nuestros corazones y en nuestra mente. Si ésta es la condición de Jesús y la nuestra, vivamos este tiempo presente sin miedo y con alegría y esperanza. Esto es lo que nos dice el texto de hoy de la carta a los Hebreos.

Para la revisión de vida
El mensaje del "final del mundo" es doble: por una parte un anuncio de finitud (soy limitado y mi vida camina hacia la muerte) y por otra de esperanza (el bien triunfa sobre el mal, Dios sobre los que se oponen a su proyecto de Vida). ¿Soy coherente con este mensaje? ¿Integro en mi vida la dimensión de la finitud, de mi caminar inexorable hacia la muerte a este mundo? ¿Vivo mi vida desde la adhesión a la Causa que finalmente triunfará, la de la Vida?

Para la reunión de grupo
-El final de este mundo, en cuanto tal, es algo que en principio no entra en nuestros cálculos humanos; nadie se plantea la eventualidad de que pueda acontecer durante su propia vida. ¿Qué pueden significar, en este contexto, los relatos evangélicos (y bíblicos en general) sobre" el fin del mundo"? ¿Bajo qué condiciones hermenéuticas (interpretativas) pueden ser "significantes" para el hombre y la mujer actual?
-En la Edad Media, y aun mucho después, y en algunos contextos culturales casi hasta hace poco, la estrella principal del horizonte humano era la salvación/condenación, la eternidad más allá de la muerte, el fin del mundo-global o del mundo-personal por la muerte cósmica o personal. La sociedad y la cultura occidental actual ignora positivamente estas dimensiones. ¿Qué hacer para hablar de ellas: repetición, reinterpretación, resignificación, abandono…?

Para la oración de los fieles
-Por todos los que viven ignorando los límites de su vida, su encuentro inexorable con la muerte: para que todos integremos en nuestro planteamiento de vida esta dimensión sin la que no podríamos ser realistas, roguemos al Señor…
-Por todos los que en su enfermedad se las tienen que haber con signos inequívocos de un final cercano; para que consigan aceptar con valor y coraje ese final haica el que sabemos desde siempre que caminamos, y para que todos nos eduquemos en el realismo de la limitación de nuestra vida, sin esconder esta dimensión de nuestra naturaleza real, roguemos al Señor…
-Por la Iglesia, para que sepa re-elaborar, volver a presentar las "verdades eternas" con imágenes y categorías que logren tocar al hombre y la mujer modernos, roguemos al Señor…
-Por todos los hombres y mujeres que viven con miedo y angustia su visión del porvenir debido a una lectura fundamentalista de la Biblia, para que Dios abra sus ojos a una comprensión más profunda de la Palabra de Dios, roguemos al Señor…
-Para que comprendamos que la escatología consiste en empujar el mundo hacia su fin, hacia su final, hacia su meta, hacia el proyecto y la utopía que Dios nos ha propuesto para él, roguemos al Señor…
-Para que cada día nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, nuestro amor, nuestras alegrías y nuestras penas… construyan un mundo mejor, más cerca del fin que Dios nos asignó, roguemos al Señor…
-Para que este mundo no acabe precipitadamente de una forma imprevista, por la degradación ambiental, el efecto invernadero, la devastación de las florestas, el agrandamiento del agujero de la capa de ozono, la extinción de las especies, el avance incontenible de la desertificación… Para que comprendamos que el Misterio de la Vida nos exige una responsabilidad frente a las futuras generaciones y frente a Dios mismo, roguemos al Señor…

Oración comunitaria
Dios Padre y Madre del Cosmos, de la Tierra, del ser humano: Tú que eres el origen misterioso de los Astros, y el fin inefable del Universo, danos un corazón que sea sensato para comprender la pequeñez de nuestra vida, y que sea animoso para ponerse al servicio de la Vida que Tú eres y a la que Tú nos llamas. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos. Amén