1.
-ABSOLUTO Y RELATIVO
La cuestión de la diferencia entre lo absoluto y lo relativo es tema frecuente de conversación y de discusión. Solemos tener ideas claras a la hora de definir los conceptos abstractos de absoluto y relativo; pero las cosas ya no son tan diáfanas cuando queremos decidir qué cosas son absolutas y qué cosas son relativas. Para el cristiano no hay más valor absoluto que Dios. De una manera muy original lo afirmaba Jesús en el pasaje evangélico que hoy hemos leído: "cielo y tierra pasarán, pero no mis palabras".
-CIELO Y TIERRA PASARAN
Cielo y tierra pasarán. En dos palabras se resumen y sintetizan todas las realidades que el hombre puede imaginar (no olvidar que a Dios no nos lo podemos imaginar, pues "a Dios nadie lo ha visto jamás" -Jn 1, 18-); y se emite sobre ellas un juicio tajante y radical: todo eso pasará.
Una preocupante afirmación para ser meditada por los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Pocos se escapan de haber caído en la tentación de poner su corazón y sus esperanzas en alguna o algunas de esas cosas que "pasarán": ya no sólo hablamos del poder y la riqueza: esos cientos de horas y esas cantidades ingentes de energías dedicadas a nadar cien metros en diez centésimas de segundo menos, o a conseguir un primer puesto en las listas de discos.
-UNAS PALABRAS DE PABLO
Ciertamente que el deporte es muy loable, como lo es el batir un récord, o la música, el cine, la televisión... Lo que no resulta nada loable es hacer de todo eso cuestiones vitales, valores absolutos. Es una degeneración del ser humano, en el sentido más estricto de la palabra. No olvidemos las palabras de san Pablo, que no sólo hacen referencia al amor sino también a los valores realmente importantes en la vida del hombre: "Ya puedo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles que, si no tengo amor, no paso de ser una campana ruidosa o unos platillos estridentes. Ya puedo hablar inspirado y penetrar todo secreto y todo el saber; ya puedo tener toda la fe, hasta mover montañas que, si no tengo amor, no soy nada. Ya puedo dar en limosnas todo lo que tengo, ya puedo dejarme quemar vivo, que, si no tengo amor, de nada me sirve" (/1Co/13/01-03). Imposible mayor claridad: para Pablo son relativas cuestiones tan importantes como el hablar inspirado, tener toda la sabiduría del mundo, tener capacidad para mover montañas, repartir entre los pobres todas las posesiones o incluso llegar al heroísmo de dejarse quemar vivo; y, como son relativas, si falta el amor, falta lo verdaderamente importante, todo lo anterior no sirve para nada.
Esto sí que es tener claridad a la hora de distinguir lo absoluto de lo relativo, lo principal de lo secundario, lo importante de lo que no lo es tanto. Y queda claro que no se trata de menospreciar lo secundario: se trata de valorarlo como se merece, de ponerlo en su sitio, sin equivocar las cosas dando valor absoluto a lo que no lo tiene.
-TRASPASO DE VALORES
Quizá el problema radica en que, perdido el valor fundamental, perdido el sentido y la experiencia de Dios, el hombre busca otros valores en su vida a los que dar ese carácter absoluto, pues necesita apostar toda su existencia a "una carta" que le dé sentido, que llene su vida, que ayude a soportar los muchos momentos de dolor, sin sentido, fracaso y muerte que nos toca vivir a diario.
Pero hay que hacer comprender a los hombres y mujeres de nuestro tiempo que ese récord, esa superventa, ese ídolo, ese hobbie, etc., pueden llenar muchos ratos de la vida de una persona, pueden ayudar a pasar muchos momentos, pueden ser una actividad positiva en la vida que, incluso, pueden llegar a reportar importantes avances para la existencia de la humanidad; pero que no dan respuesta a los últimos interrogantes, a las últimas preguntas, a los porqués más profundos, al último sentido de la vida del hombre; tenemos que hacer comprender a los hombres y mujeres de nuestro tiempo lo mismo que comprendió Pedro cuando hizo aquella afirmación: "Señor, y ¿a quién vamos a acudir? En tus palabras hay vida eterna" (/Jn/06/68). Al parecer hoy día el hombre ha encontrado muchos sitios a los que acudir, aunque a cambio no le ofrezcan más que una gloria efímera o dinero.
-MOMENTOS DE LUCIDEZ
Es curioso observar cómo cuando ocurre un fallecimiento, familiares, amigos y conocidos del difunto o difunta se deshacen en reflexiones sobre la brevedad de la vida y cómo nos desvivimos por cosas que, a la larga, no van a ninguna parte; y se hacen firmes propósitos de tomarse la vida de otra forma, de valorar las cosas importantes y dejar en un segundo plano todo lo demás. Claro que, reflexiones y propósitos que en un momento llegan, en un momento se van; y pronto vuelve todo a ser como antes: la ambición, el dinero, el capricho... Y a olvidar -si es que alguna vez se fue consciente de ello-, que todo esto ha de pasar, todo menos la palabra de vida de Jesús, todo menos el amor, la entrega, el servicio al prójimo.
-HAY QUE DECIDIRSE
Así están las cosas: Jesús con su afirmación clara, tajante y sin paliativos; nosotros, ante sus palabras, buscándonos excusas y justificaciones para poner nuestro corazón en esas cosas que pasarán, como pasarán el cielo y la tierra. A cambio, ciertamente, encontramos compensaciones momentáneas, satisfacciones pasajeras que de momento nos van ayudando "a ir tirando", como solemos decir -o, al menos, creemos que nos ayudan a seguir viviendo-; pero en esos momentos de lucidez que antes mencionábamos, cuando somos capaces de correr, aunque sea tímidamente, el velo con el que nosotros mismos hemos tapado nuestros ojos, seguiremos dándonos cuenta, de verdad, de lo que vale y de lo que no vale, de lo que merece la pena y lo que no. ¿Cuándo seremos lo suficientemente valientes como para reconocer y aceptar lo que en esos momentos descubrimos? ¿Cuándo nos dispondremos a vivir de acuerdo con esa lucidez que Dios mismo nos da para que sepamos distinguir entre las cosas que pasarán y las que permanecerán? Aunque volvamos la espalda a la realidad, aunque cerremos los oídos a las palabras de Jesús, no podemos olvidar que sus palabras no pasarán. ¿Seguiremos dando la espalda a la verdad?
L.
GRACIETA
DABAR 1988, 57
2.
Hay una diferencia radical entre el año civil, período de tiempo medido en relación al sol, y el año litúrgico, que es la vida y la historia en referencia a Dios. El fin, del que hoy nos habla el evangelio y que da sentido al año litúrgico, no es el fin del año litúrgico 199..., ciclo B, sino el fin, el futuro. Porque no se trata sólo ni principalmente del fin en su sentido temporal, fin de la duración de la vida humana o del mundo universo, sino del fin, es decir, la finalidad última y definitiva, es decir, el futuro de la vida y del mundo entero. La muerte es, ciertamente, fin de la vida, mejor dicho, fin de esta vida, la que conocemos y experimentamos ahora. Pero la muerte no es el fin de la vida. No vivimos para morir, como a veces sentencian sesudos filósofos, sino que vivimos y morimos para vivir en plenitud, como sugiere la fe y sostiene la esperanza. Y el fin del mundo no es su destrucción como parecemos empeñados los seres humanos, sino su destino y sus posibilidades al servicio de la vida humana, del hombre, y, en consecuencia, de todos los hombres sin excepción, que no sólo de los blancos, o de los del Norte o del Mercado Común. Y el futuro, el de la vida y del mundo, no es, no será la enésima edición de los pasados y del presente, sino la superación radical del pasado y de todos los futuros de los futurólogos. Algo imposible, es verdad, en nuestros parámetros científicos y para nuestro razón, pero no para el hombre, que es más que razón, pues está radicalmente abierto a Dios por la fe.
El evangelio de hoy, en las postrimerías del año litúrgico, al proclamar el fin del mundo nos encara con nuestro fin, con el futuro absoluto. Y ese futuro, desconocido, es verdad, pero confirmado por la fe, es esperanzador, pues no está en las manos de los poderosos, ni en los arsenales atómicos, ni en la Banca suiza, ni en la nueva generación de ordenadores, no está en manos de los hombres, sino en las manos de Dios. Pero el evangelio del fin del mundo nos encara también, y eso sí que está en nuestras manos -en las manos de todos los hombres de todos los pueblos del mundo, sin discriminación- con nuestro destino en este mundo y en esta vida. Esa es nuestra responsabilidad. Y nuestra culpa. Porque ni este mundo está bien, ni todos los seres humanos pueden disfrutar de él, como es justo y necesario para que podamos vivir en paz y felices.
LUIS G. BETES
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El cristiano está viviendo ya el tiempo donde lo definitivo se hace presente. Según nos dice Jesús en el Evangelio hemos de poner nuestro empeño en descubrir signos del tiempo nuevo, indicadores del buen camino, brotes tiernos donde resurge ánimo y esperanza. Ciertamente aparecen frutos propios del Reino de Dios aunque aún inmaduros: algo más de justicia y de paz, de reconciliación y fraternidad. Estos signos hay que detectarlos, saludarlos, señalarlos y potenciarlos vengan de donde vengan. Pero también por su parte, como convencido de la trascendencia de este tiempo de espera y trabajo, él mismo como creyente unido a otros, en Iglesia, ha de ser creador incansable de signos visibles salvadores. Así podrá constatarse inequívocamente que el Reino de Dios se está acercando, está entre nosotros.
JUANJO
MARTINEZ
DABAR 1991, 55
3.
Como todos los años, al finalizar el ciclo litúrgico hemos estado leyendo en el evangelio dominical textos de los denominados "apocalípticos"; y, entre esta denominación y el contenido, difícil, de los mismos, nos hemos formado una imagen de dichos textos más bien negativa: hablan de los horrores del fin del mundo, hemos sentenciado. Y a partir de aquí o hemos visto en los textos a que nos referimos unos motivos para asustar a propios y ajenos o los hemos relegado al "archivo B", constituido por textos "menos importantes".
Con todo esto hemos perdido una buena ocasión para recordar algo muy importante: "el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán", y esas palabras son una Buena Noticia. El texto del evangelio de hoy no habla de tragedias sino de un modo colateral; lo importante es que la Buena Noticia no pasará.
EP/FRUSTRACION Hoy se habla con frecuencia de esperanza; en el plano individual y en el social, en el plano religioso y en los medios agnósticos, en la política y en la economía, en el este y en el oeste, en el primer mundo, en el segundo y en el tercero, en el bloque norte y en el bloque sur, en la medicina y en la filosofía. Se habla tanto de esperanza porque se necesita mucho de ella; y se necesita mucho de ella porque continuamente está siendo defraudada.
Se defrauda la esperanza del parado que oye hablar de una política de creación de puestos de trabajo pero no encuentra el suyo por ninguna parte. Se defrauda la esperanza del ciudadano que ha votado un partido político esperando que las cosas cambien y mejoren pero ve que todo sigue igual y se repiten los mismos errores del pasado.
Se defrauda la esperanza del joven que ha respondido a la exigencia social de prepararse duramente durante sus años de estudiante y así servir mejor a su país para luego ver que el país no le proporciona un sitio desde el cual realizar ese servicio.
Se defrauda la esperanza de quien se ve atenazado por mil y un problemas diarios a los que no acaba de ver salida y termina por preguntarse si merece la pena tener alegría en la vida cuando todo se va torciendo.
Se defrauda la esperanza de quienes oyen hablar de solidaridad, de quienes oyen hablar de campañas en favor de los marginados, pero después tienen que seguir rumiando su diaria soledad sin que nadie se decida acercarse a su vida y a su persona porque todos siguen considerándolo un ser despreciable por ser homosexual, o drogadicto, o gitano, o enfermo infeccioso, o...
Sin embargo, a pesar de tanta esperanza defraudada, el hombre está dispuesto a intentarlo de nuevo una y mil veces más. Porque necesita la esperanza como el comer o como el respirar. Necesita creer que las cosas pueden llegar a ser de otra forma; que en la vida se puede funcionar de otra manera. Necesita creerlo porque necesita vivir de esa otra forma. Y necesita vivir de otra forma porque el hombre está llamado a eso. Por "error de cálculo" el hombre sufre, llora, está solo, pasa hambre, ignora muchas cosas, es perseguido, sufre cárcel, tiene que aguantar injusticias... Pero el hombre está llamado a vivir en paz, a reir, a sentir y vivir la fraternidad universal, a estar saciado, a conocer las cosas, a vivir en libertad, a gozar de la justicia.
Y así vamos debatiéndonos todos en esa cruel dialéctica: tener esperanza, para verla defraudada; estar quemados, para necesitar todavía más un nuevo horizonte que, aprovechando el más mínimo motivo, hará resurgir de nuevo la esperanza; la cual, casi seguro, volverá a ser pisada al contraste con la realidad.Y así seguir días y días. ¿Hasta cuándo? Hasta que la esperanza deje de ser tal, porque los sueños se hagan realidad.
¿Y eso cuándo será? Podemos contestar que no sabemos ni el día ni la hora; pero también podemos proclamar con firmeza nuestra convicción de que las palabras de Jesús no pasarán; su Buena Noticia, su anuncio de un mundo de hermanos, será realidad. A nosotros sólo nos queda trabajar con todas nuestras fuerzas para hacer que ninguna esperanza quede defraudada, que todas se hagan realidad. Dios es un Dios con futuro, aunque nosotros frecuentemente lo presentamos con una "reliquia" del pasado. Parece que sólo nos pide conservar unas tradiciones y usos cuando, en realidad, nos está llamando continuamente a construir un futuro diferente del presente que nos toca vivir; que el mañana no sea como el hoy sino radicalmente distinto. La Buena Noticia está proclamada y puesta en marcha, pero no todo el mundo la ha acogido; por eso hay tantas esperanzas defraudadas. De ahí la urgente tarea que tenemos los que nos proclamamos cristianos, es decir: los que reconocemos haber escuchado y aceptado la Buena Noticia, los que tenemos que vivirla y ayudar a que todos la vivan, para que todos puedan conseguir lo que anhelan porque, en el fondo de sus corazones, Dios ha grabado ese deseo de felicidad, de hermandad, de amor, de justicia, y de eternidad.
Al final del año litúrgico, no una palabra de amenaza, de temor o de miedo; no tremendismos ni catastrofismos; al final del año litúrgico, una palabra de esperanza, de ilusión, de alegría, de motivación para trabajar por el Reino de Dios que el propio Jesús nos asegura que no pasará. Es un seguro de triunfo final; pero un seguro que no ahorra el luchar para conquistar ese triunfo. Al final, lo conseguiremos. ¿Cuándo será ese final? Cuando nosotros queramos, cuando nosotros estemos dispuestos a hacerlos realidad, cuando nosotros vivamos al estilo de Jesús, según las bienaventuranzas. Ese día se demostrará que sus palabras no han pasado; mientras tanto no podemos olvidar que el calendario está en nuestras manos, que el tiempo va pasando y que aún tenemos mucho por hacer.
LUIS
GRACIETA
DABAR 1985, 55
4.
-LO APOCALÍPTICO: APOCALIPTICO-ESCATOLÓGICO:
Dos de las tres lecturas que nos presenta la liturgia de hoy se expresan en lo que se suele llamar lenguaje apocalíptico. Las dos vienen a hacer una "descripción" de cómo serán los tiempos futuros, o más exactamente, los últimos días de la historia.
Y ponemos lo de "descripción" así, entre comillas, para que no olvidemos todo lo referente a cómo entender e interpretar estos relatos, con la consabida distinción entre fondo y forma. A estas alturas, los estudios de la Biblia han dado clara y puntual explicación de cómo comprender los relatos apocalípticos y pocos serán los que hoy día sigan haciendo una interpretación de estos relatos como se hacía unos veinte años atrás.
Así y todo, lo que a nivel teórico -situación actual de la investigación bíblico-teólogica- y a nivel de élites -teólogos, sacerdotes, laicos que han hecho algún estudio teológico o bíblico- es común y sobreentendido, a nivel popular no es así. A nivel de lo que se ha dado en llamar "el pueblo", aquella forma de entender lo referente a lo apocalíptico que antes decíamos "de veinte años atrás", tiene mucha mayor vigencia de lo que pueda parecernos, y esto en una doble vertiente.
-LA IMAGEN DE LO ESCATOLÓGICO
En primer lugar, a nivel popular sigue abundando toda esa imaginería surgida en torno a cielo e infierno, ángeles con alas y diablos con cuernos, fuego, serpientes que muerden...
Podrá parecer exagerada esta afirmación, pero no es difícil hacer una constatación práctica de ello, en una reunión con jóvenes, o con padres de niños de primera comunión -por poner dos ejemplos que he vivido personalmente-.
En todo lo referente a cielo e infierno (y ¿por qué será que está más desarrollada la simbología referente al infierno que la referente al cielo?) hay más interés por las formas que por el fondo; más aún, en muchos casos parece que lo único interesante es dejar bien grabadas esas formas en la conciencia de las personas: en el infierno se arde eternamente, etc. Todo esto es, cuando menos, un timo hecho al pueblo fiel.
-EL USO Y ABUSO DE ESA IMAGEN
Y surge la pregunta: ¿Por qué si en otros terrenos -como el litúrgico, el sacramental, el de la utilización de técnicas en catequesis, etc.- se ha conseguido un nivel bastante aceptable de popularización del "aggiornamento" de la Iglesia, en este terreno no ha sido así? Seguro que la respuesta a estas preguntas no es fácil; seguro que, en la misma, entrarán muchos factores, coyunturas, casualidades... No en balde el de los novísimos es un terreno en el que nos movemos por pura especulación. No hay hechos; como suele decirse, nadie ha vuelto para contarnos... Pero, ¿no podrían entrar también "intereses creados"? Dicho de otra forma: ¿no se ha usado y abusado, en predicaciones, catequesis, charlas, espiritualidades... del arma psicológica que es la amenaza del infierno o de la condenación?
¿Cuántas personas- por poner un ejemplo corriente- van a misa por "cumplir"? Y ¿por cumplir qué? Pues, sencillamente, por cumplir con una ley que obliga a ello, y para no caer en el castigo inherente a la transgresión de esa ley. ¿Qué sacerdote no ha escuchado alguna vez a alguien que pide la absolución por haber faltado a misa dominical por motivo de una enfermedad? ¿Por qué ese escrúpulo que ni la teología más tradicional propiciaba, pues siempre ha estado bien claro que el enfermo queda exento de esa obligación? ¿Qué sacerdote no ha tenido que oír una confesión de una persona que va a realizar un viaje y se confiesa sólo "por si acaso"? Ya sabemos que cuando no se puede convencer a una persona a que obre de una determinada manera por su propia voluntad, el camino más eficaz es el de infundir miedo por vía de amenazas. ¿Qué mejor amenaza puede haber que la de un castigo infinito, eterno? ¿Cuántas veces se ha ejercido este tipo de amenaza dentro de la Iglesia? ¿Se puede conciliar un comportamiento de esta índole con un mensaje que, según decimos, es una Buena Noticia de salvación y liberación para los hombres?
¿Cuántas veces, al no conseguir convencer por nuestro mal ejemplo, hemos echado mano de la amenaza para vencer una oposición muchas veces acertada?
-BUSQUEMOS UNA SOLUCIÓN
Es difícil dar aquí y ahora una respuesta a todos estos interrogantes. Pero hay que hacerlo. Enseñar y educar a nuestro pueblo fiel en el amor, la libertad y la responsabilidad, no en la amenaza y las leyes.
No se trata ahora de decir que no hay infierno; se trata de pensarlo adecuadamente y, desde luego, no usarlo como amenaza para conseguir por las malas lo que no se obtiene por las buenas (y sobre esto también habría que hablar; quizá sería más adecuado hacernos otra pregunta y plantearnos si alguna vez hemos intentado conseguir una auténtica fe en nuestro creyentes por las buenas, o sólo hemos usado de malas técnicas cómo estas de la amenaza, de las que hemos hablado, u otras muchas). Y lo mismo que decimos del infierno, podemos decirlo del cielo, de la salvación, de la condenación, de la muerte, del juicio,etc.
Merece la pena hacer un esfuerzo para revisar todos estos conceptos y enseñar a nuestros creyentes a pensar y a vivir estas cuestiones de un modo más a tono con nuestros tiempos.
DABAR 1982, 56
5.
El discurso de la parusía o apocalipsis sinóptica es uno de los pasajes más difíciles y controvertidos de dicha tradición. Los aspectos contradictorios son muchos. El género literario en el que está redactado nos resulta muy extraño a los lectores actuales. Por otra parte, limitarse a la textualidad de Marcos puede recortar los verdaderos horizontes del pasaje.
En la historia de la salvación, hay tiempos de crisis en los que el profeta debe alentar la confianza del pueblo. Las circunstancias de la época ocultan (velan) el final liberador, y es preciso des-velarlo (apocalipsis= revelación), para que su conocimiento anime lo penoso del caminar. Algo de eso parece que ocurre hoy con el sentimiento posmoderno y el funcionamiento de las sociedades desarrolladas.
La Biblia nos habla del "día-de-Yahvé" como día de la liberación y de la caída de las estructuras que sostienen la infelicidad humana. Los cristianos lo entendieron como la venida definitiva del Señor, que no llevaba consigo una desintegración cósmica sino un nuevo organigrama existencial. Tenían conciencia de vivir un tiempo de "adviento". No de preparación a la fiesta de Navidad, sino de espera de la definitiva venida del Señor.
De la autenticidad de sus sentimientos nació el que no se limitasen a una espera meramente pasiva, sino que la viviesen en forma de esperanza activa. Como quien sale a la ventana movido por el deseo de adelantar el momento de encontrarse con el que viene. ¡Ven-Señor-Jesús! fue una oración infinitas veces repetida. Se subrayaba así el ¡Venga a nosotros tu Reino! rezado en el padrenuestro. Que se cumpla la voluntad del Dios que ama a los hombres.
/Mt/07/24 PARUSIA/VIGILANCIA: Esta tensión hacia la parusía futura es descrita en los evangelios como un "estar en vela". Quienes proceden de este modo edifican su vida "sobre roca", es decir, sobre las inamovibles palabras del Señor "que nunca pasarán". Lo contrario es estar dormido, no darse cuenta de la marcha de la historia. El discípulo ha de estar atento para potenciar todo aquello que acerque ese feliz día y a combatir aquello que lo retrase. Sólo así podrá descubrir en las realidades emergentes la señal de que el tiempo se acerca. Es necesario pararse a observar esa higuera que vemos todos los días, para darse cuenta de que apuntan unos brotes nuevos que anuncian la llegada del verano.
Unos nos dicen que nada puede cambiar, que es inútil y absurdo intentar hacer un mundo más justo. Lo "progre" es ahora no progresar. Otros proclaman que, al fin, hemos encontrado el sistema social definitivo, que no hay salvación humana fuera del capitalismo democrático y que tampoco hay futuro para la religión fuera de este sistema. Un capitalismo, incapaz de alimentar a las tres cuartas partes de la humanidad y de dar sentido a la otra cuarta parte, resulta que es la solución. Desde luego, se podría decir aquello de que optimista es el que cree que estamos en el mejor de los mundos y pesimista el que piensa que a lo peor es verdad.
El espíritu de Jesús y la voz de la Iglesia nos llaman en esta situación a ser testigos activos de un mundo distinto con un horizonte trascendente. Esta situación, el mundo -así llama Juan a las estructuras de pecado- pasará.
Deberemos, en primer lugar, potenciar nuestro "ser" cristiano. Conscientes de que no se enseña lo que se sabe ni lo que se quiere, sino lo que se es. Será preciso no descuidar en absoluto nuestra fuerza interior oración, reflexión y meditación, formación social, celebración comunitaria... Somos depositarios de una simiente de esperanza, portadores de una levadura. El mundo espera, sin saberlo (e incluso, negándolo) que se le devuelva la vida y el calor humano en medio de tanto acero inoxidable. Hemos de hacer que la llamada aldea global o planetaria se convierta en la gran familia humana, en verdadera "casa común" de todos los hombres. Ello requerirá también un esfuerzo de purificación en nuestra iglesia. Karl ·Rahner-K decía que la Iglesia debería ser el "modelo a escala" de la auténtica humanidad.
Son muchos los interrogantes prácticos de este calibre. ¿Cómo ser hombres de nuestro tiempo sin capitular ante el relativismo de los valores o el desfallecimiento de la racionalidad? ¿Cómo ser eficaces sin caer en las redes de la prevalente racionalidad funcional? ¿Cómo ser demócratas sin detenerse a las puertas de lo económico ni vender al sistema la utopía de la justicia y los pobres? ¿Cómo defender al individuo sin caer en el individualismo liquidador de la solidaridad? Cuando los programas políticos de los partidos del sistema se agotan, no podemos caer en frivolidades individualistas o minihedonismos egoístas. Hay que hacer avanzar la conciencia solidaria sin defectos ópticos: ni la miopía de amar sólo a los lejanos. Hay que hacer caer ese vergonzoso muro de la pobreza que crece sin cesar. Estamos seguros de no perder el rumbo, porque el espíritu de Jesús nos dice que en los pobres está la brújula.
EUCARISTÍA 1991, 52
6.
-Un mensaje de esperanza
¿Qué sentido tiene hablar hoy del fin del mundo?, ¿no es éste un discurso extraño, un sermón en el desierto, incomprensible y carente de todo interés para los hombres del siglo veinte? ¿O acaso la proximidad del interés por el milenio y la crisis por la que atravesamos no nos proporcionan justamente el lugar desde donde mejor podemos escuchar y entender el mensaje escatológico de Jesús? Pero antes, ¿qué significa ese mensaje, qué es lo que quiere decirnos?
Como parte del evangelio, que es buena noticia, este mensaje nos llega para levantar la esperanza y no para meternos miedo. Viene a decirnos que la vida, la historia y el mundo entero no es una pasión inútil, porque después de la gran tribulación el Señor volverá sobre las nubes. Y el Señor no es el "coco". Por tanto, no estamos atrapados ni uncidos a la noria del eterno retorno. Hay salvación.
-El mundo no es Dios
Este mundo en el que nos ha tocado vivir, y todos los mundos que se suceden en la historia, son mundos limitados. Despejar el día del fin del mundo, alejarlo de nuestros días, celebrar el mito del progreso indefinido no cambia las cosas. Porque el "Día del Señor" no es propiamente el último día del calendario, sino el día que pone coto y medida a nuestros días y a nuestros desmanes.
Confesar que el mundo tiene fin significa reconocer que el mundo no es Dios, y que nada ni nadie es Dios dentro del mundo. Ni los estadios, ni las iglesias, ni el poder, ni el dinero..., nada es Dios dentro del mundo. Y todo lo que se endiosa cae como las estrellas del cielo.
Cuantas veces una parte de este mundo se sacraliza, se sustrae a toda crítica y a todo cambio, se presenta como absoluto e incuestionable, se niega el fin del mundo; pero entonces, este mundo, desviado de su fin y su destino, se precipita hacia su destrucción.
Confesar que el mundo tiene fin es desenmascarar las ideologías, derribar los ídolos, liberarse de toda dominación, sobreponerse a las tribulaciones, desatar una esperanza contra toda esperanza humana, abrirse a Dios que es el Otro del todo.
-Porque Dios es el fin del mundo. J/AMEN
No la Nada después del Todo, sino enteramente el Otro del Todo. Queremos decir que Dios no es el fin del mundo para aniquilar al mundo o anonadarlo, sino con el Misterio que lo envuelve y lo salva, que lo abraza. Porque Dios, nuestro Padre, ha dicho "amén" al mundo que ha creado. Y el "amén" de Dios al mundo es Jesucristo, su rostro misericordioso que ha vuelto hacia nosotros. Cuando Jesús venga, el mundo llegará a su fin, no a su aniquilamiento.
-El que ha de venir ya está viniendo
Jesús viene ya al mundo cuando los que creemos en él ponemos coto al egoísmo del mundo, a nuestro egoísmo, y nos dejamos llevar por el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones. Jesús viene cuando superamos las ideologías totalitarias y los prejuicios individuales o de grupo y nos abrimos a la universalidad de su evangelio. Jesús viene, y aparece sobre las nubes de nuestro pesimismo, cuando la esperanza se pone en pie contra el sistema. Porque entonces rompemos los esquemas y las formas de este mundo que pasa y no nos dejamos atrapar por esos esquemas. El que ha de venir ya está viniendo cuando el mundo es sólo mundo y el hombre está aquí, en su lugar, y por tanto abierto al que es el Otro del todo. Porque es entonces, cuando el hombre se abre, cuando puede ser sorprendido por el que es la gracia, la plenitud y el colmo de todas las cosas.
EUCARISTÍA 1982, 52
7.
En los últimos domingos del año litúrgico, antes de iniciar el Adviento y la Navidad LEEMOS CADA AÑO algunos evangelios semejantes al de hoy. Unos evangelios que los entendidos en el Nuevo Testamento denominan con extrañas palabras. Dicen que se trata de textos "escatológicos" y "apocalípticos". Palabras técnicas que quizá convenga esforzarnos por entender, porque así podremos captar aquello que nos dice JC en estos evangelios escatológicos y apocalípticos.
Permitidme, pues, una breve explicación de estas expresiones extrañas de los especialistas en el estudio de la Biblia.
ESCATOLÓGICO es aquello que se refiere a la PLENITUD DE VIDA que Dios quiere para el hombre. Podríamos decir que es la META hacia la cual se dirige la humanidad impulsada por Dios. Una característica de la predicación de JC es que no habla del AHORA y del DESPUÉS como si se tratara de dos realidades independientes: para JC el después se INICIA como algo ya presente en el ahora. Y, por ello, ya ahora hemos de vivir como viviremos después (es aquello del padrenuestro: "en la tierra como en el cielo").
Para anunciar esta realización plena y total de vida que Dios quiere para nosotros, JC utiliza un LENGUAJE -un modo de hablar- tejido de comparaciones, de símbolos, de metáforas. Porque no se puede describir sin utilizar este lenguaje poético lo que será este futuro que el hombre ni puede imaginar. De ahí que JC use este lenguaje que los biblistas llaman APOCALIPTICO y que era frecuente en su tiempo (por eso JC lo adopta: porque la gente de entonces lo entendía). Hemos escuchado un ejemplo en la primera lectura del profeta Daniel y otro ejemplo lo tenemos en el libro del NT titulado precisamente "Apocalipsis". El problema es que nosotros -más racionalistas, influidos por una cultura científica- tendemos a entender estas palabras al PIE DE LA LETRA, olvidando que es un modo de hablar simbólico y mítico.
Pero el hecho de que sea difícil de entender para nosotros, no significa que podamos prescindir de estas palabras de JC. Porque nos habla de la meta hacia la cual se encamina nuestra vida.
-El anuncio de plenitud
Estas palabras de JC las leemos al final del año litúrgico y los evangelios las sitúan también AL FINAL de la vida de JC. Quizá ello pueda ayudarnos para captar su sentido. Jesús se presenta como el MESÍAS DEL REINO, es decir, como quien anuncia, guía y realiza el camino del Reino de Dios (de la vida de Dios que es la vida para los hombres).
Los discípulos se lo creen: siguen a Jesús como Cristo, como Mesías. Por ello ES A ELLOS A QUIEN JC ENCOMIENDA CONTINUAR su trabajo, su misión mesiánica: anunciar la buena nueva del Reino, enseñar el camino, realizarlo. Pero este Reino (este amor, verdad, justicia, bondad de Dios que el hombre descubre como máximo tesoro del que puede vivir) SI ESTA YA PRESENTE en nosotros, ES TAMBIÉN UNA REALIDAD QUE ANHELAMOS, una realidad que no será plenitud, no será totalidad, hasta que consigamos la meta. La plenitud no es de ahora, sino para nuestro más allá. De ahí que JC, por más que una y otra vez repita que el Reino debe vivirse y construirse ahora, AL FINAL de su camino quiere recordar que la plenitud y la TOTALIDAD VENDRÁ DESPUÉS. Por eso afirma que TODO LO DE AHORA ES TEMPORAL, que nada es definitivo, que no podemos construirnos "ídolos" -"dioses"- en ningún hecho humano. Los primeros cristianos insistían mucho en la afirmación de que JC VOLVERÁ. Que para ellos significaba el ANUNCIO DE LA REALIZACIÓN PLENA del Reino, la gran esperanza que impulsa el trabajo de construcción -día tras día- del Reino de Dios. La gran esperanza para no hundirnos en el fango de la precariedad actual, siempre dolorosa y a menudo frustrante.
Esta fe de los primeros cristianos debe ser también nuestra fe. Nuestro camino de cada día, de cada semana, debe ser este avanzar hacia la plenitud que Dios quiere, hacia aquel DÍA DE VICTORIA "que sólo el Padre sabe". Aquel Día que anunciamos siempre que celebramos esta fiesta de la Eucaristía.
JOAQUIM
GOMIS
MISA DOMINICAL 1976, 20
8.
Quisiera decir, en primer lugar, algo sobre el evangelio que acabamos de anunciar y sobre su sentido al finalizar el año litúrgico. Brevemente, porque quisiera también después recordar el sentido del "Día de la Iglesia".
-El
Hijo del hombre volverá para salvar
Estamos a punto de finalizar el año
litúrgico (el próximo domingo, con la fiesta de Jesús, Rey; y dentro de
quince días iniciaremos un nuevo año litúrgico, con el primer domingo
de Adviento). Y cada año, al finalizar el ciclo litúrgico, leemos unas
palabras de Jesús que él pronunció también al final de su
predicación, cuando sabía que su vida estaba a punto de terminar y de
terminar trágicamente, como un total fracaso. Jesús sabía esto, pero sus
últimas exhortaciones a sus pocos discípulos son palabras de esperanza.
Más aún, el Jesús acorralado por la decisión de los poderosos de su tiempo
y de su país que habían decidido terminar con él, anuncia con absoluta
convicción -"el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no
pasarán"- su triunfo final, el triunfo final del Reino.
Es el anuncio de su segunda venida, esta segunda venida de Jesucristo que también nos anunciará el próximo Adviento. Jesús, el "Hijo del hombre", volverá; el que está a punto de ser crucificado como un criminal, anuncia que volverá "con gran poder y majestad". Pero -fijémonos bien- no se trata de una segunda venida para vengarse, o simplemente para imponer su poder, sino que se trata de una segunda venida para salvar: el Hijo del hombre volverá "para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos". Entonces formará la auténtica y verdadera Asamblea de Dios, la auténtica y verdadera Iglesia de Dios.
Es curioso que el evangelio de Marcos no hable de ningún juicio final. Habla sólo de salvación final. El Hijo del hombre, Jesús, al borde de lo que parece el fracaso de su misión, quiere asegurar a los discípulos que su Evangelio, es decir, el gran anuncio del amor de Dios que quiere dar vida y vida para siempre, es la gran verdad que seguirá firme a pesar de la tragedia de la cruz, a pesar de todos los cataclismos y tragedias de la historia humana.
-El "Día de la Iglesia": dos aspectos:
Y, después de estas palabras sobre el evangelio y su sentido en este final del año litúrgico, permitid que añada otra palabras sobre este "Día de la Iglesia" que hoy se celebra en nuestro país. Se trata, como sabéis, de recordarnos que como cristianos, como seguidores de Jesús, el Hijo del hombre, formamos una comunidad que llamamos la Iglesia. De la que todos somos algún modo responsables, que todos hemos de querer cada vez mejor, más evangélica.
Incluso en un aspecto tan material y concreto -pero tan inevitablemente importante- como es el dinero que las comunidades de la Iglesia necesitan para su servicio cristiano. Me parece que podemos decir que hay, sobre todo, dos aspectos que no funcionan bien en la Iglesia de nuestro país con relación a su economía. El primero es que la Iglesia en España necesite aún de la ayuda del Estado para su subsistencia. El segundo es que haya aún una injusta distribución económica entre Iglesias y comunidades más ricas e iglesias y comunidades más pobres, como si la injusticia que hay en el mundo entre ricos y pobres fuera normal que se dé también en la Iglesia.
Por lo que hace referencia al primer aspecto, como sabéis este año se ha dado un pequeño paso con aquello de que -quienes quisieran- pudieran asignar una pequeña parte de su declaración de renta para la economía de la Iglesia. Un pequeño paso que tiene probablemente sus ambigüedades y defectos, pero que es mejor que el sistema hasta ahora vigente (el Estado daba directamente a la Iglesia una notable subvención). Me parece que lo que hemos de desear y hacia lo que hemos de avanzar, es que la Iglesia no necesite de ninguna ayuda grande del Estado, ni necesite tampoco que el Estado le haga de recaudador de dinero. Hemos de avanzar hacia una Iglesia que tenga el dinero que necesita -no más pero tampoco menos- gracias a la aportación libre y directa de sus fieles.
Eso es lo que hoy se nos pide.
Y por lo que hace referencia al segundo aspecto, me parece tan evidente que poco es necesario decir. No es de recibo que en la Iglesia haya parroquias ricas y parroquias pobres, diócesis ricas y diócesis pobres. Que unos gasten dinero adornando inútilmente su Iglesia, mientras que otros cristianos -quizá en la misma ciudad- sólo tienen un barracón para reunirse. O que unas instituciones religiosas invierta millones en sus obras para su clientela de cristianos ricos, mientras que los movimientos evangelizadores de cristianos de las clases populares carecen de lo indispensable para su tarea. Para ello se nos pide hoy, de una manera especial, nuestra aportación económica. A cada uno lo que pueda. Recordando lo que leíamos en el evangelio del pasado domingo: el gran elogio de Jesús para aquella viuda que echó sólo dos reales en el cepillo del templo, pero que echó todo lo que tenía.
Pidamos en esta Eucaristía, con Jesucristo, nuestro Señor y hermano -él, el Hijo del hombre-, que sepamos estar atentos a "los signos de los tiempos", es decir, a todas las semillas de salvación, de amor salvador de Dios, que hay en nuestra vida, en nuestro mundo, en nuestra Iglesia. Porque, aunque estemos en otoño, el evangelio nos ha dicho: "la primavera está cerca".
JOAQUIM
GOMIS
MISA DOMINICAL 1988, 22
9.
Como todos los años en este domingo, al final del año litúrgico (y enlazando con lo que vamos a leer el primer domingo de Adviento), nos encontramos con el discurso escatológico de Jesús. Y es necesario que hoy sepamos transmitir el mensaje de fondo de este discurso. Un mensaje que no es anunciar que van a suceder grandes desgracias, sino anunciar que a pesar de todas las desgracias que puedan ocurrir, la victoria de Jesucristo (y de sus seguidores) es segura.
1. Las situaciones difíciles que se acercan. En el horizonte de las palabras del evangelio de hoy están las graves pruebas, los graves momentos que los discípulos tenían que vivir: en primer lugar, la misma muerte de Jesús, que será como si se les hundiesen todas las esperanzas; luego, la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70, que hará desaparecer lo que había sido el punto de referencia del encuentro entre Dios y los hombres durante siglos y siglos; y finalmente, la durísima prueba de las persecuciones que inició Nerón, que será como un combate de todos los poderes del mundo contra la nueva fe, y en el que van a perder la vida los "dos testigos" (Ap 11, 3), Pedro y Pablo.
Estos momentos difíciles que se acercan son, verdaderamente, el sol que se hace tinieblas y las estrellas que caen del cielo. Como lo habían sido, dos siglos atrás, los graves momentos, los "tiempos difíciles" de que habla la primera lectura: Antíoco Epifanés y los demás dominadores helénicos amenazaban con la aniquilación de todos los signos de identidad del pueblo de los elegidos. Fue en aquella época, la época del libro de Daniel, cuando nació este "género literario", la apocalíptica, que así quería hacer frente a las duras realidades que tenía que vivir el pueblo y mantener la firmeza y la esperanza. Y el propio Jesús se va a servir de este género para afirmar la esperanza y el futuro de su nuevo pueblo, a pesar de todas las desgracias que puedan suceder.
2. El mensaje de la victoria.
El género apocalíptico anunciaba que las catástrofes y calamidades que tenían que suceder eran precisamente el signo de la definitiva intervención de Dios para salvar a su pueblo: "se levantará Miguel" y "entonces se salvará tu pueblo". Ahora, en cambio, Jesucristo anuncia que todo lo que pueda suceder es signo de que él ha vencido, ha sido glorificado por su muerte, y la palabra de salvación que ha proclamado "no pasará". Este es el mensaje del evangelio de hoy que tendríamos que saber transmitir.
Más aún en este ciclo de Marcos, en que todo el interés del evangelista se ha centrado en mostrarnos a Jesús como Buena Nueva definitiva para los hombres. En medio de la historia de los hombres, en medio de todos los soles que se hagan tinieblas y de todas las estrellas que caigan del cielo, está la imagen del Hijo del Hombre elevada sobre las nubes, que reúne a sus elegidos de los cuatro vientos. Los reúne ahora, en esta misma generación, y va a reunirlos un día definitivamente. Y la segunda lectura, la de la carta a los Hebreos, nos ayuda a comprender el sentido de todo esto: Jesucristo, con su muerte, ha traído el perdón de Dios a los hombres y anuncia que todos los enemigos de los hombres tienen que desaparecer. Precisamente, según la imaginería de los relatos de la pasión, en el momento de la pasión de Jesucristo se produce el fragor cósmico que anuncia el evangelio de hoy: y de aquella muerte, de la gran desgracia que fue aquella muerte, surgió la luz definitiva de la resurrección, la liberación definitiva de la esclavitud de los hombres, que se ha realizado ya ahora y que tiene que realizarse definitivamente. En aquella muerte, la fe nos hace contemplar ya al "HIjo del Hombre sobre las nubes", que empieza a reunir a sus elegidos. La llamada, por tanto, es ésta: a sentirnos ya ahora reunidos alrededor de Jesucristo victorioso, esperando su venida definitiva.
3. El mensaje de la firmeza.
Junto con el mensaje de la victoria, se nos transmite hoy el mensaje de la firmeza. Esta tiene que ser la "consecuencia moral" que tenemos que extraer de las lecturas de hoy.
Del evangelio de hoy, efectivamente, no tenemos que sacar consecuencias atemorizadoras sobre el fin del mundo (no es éste el sentido, como hemos visto ya). Ni debemos tener ganas de encontrar ahora persecuciones a la fe o cosas semejantes a nuestro alrededor (los problemas que puedan haber actualmente no pueden llamarse persecuciones: más bien son necesaria purificación). Sino que tenemos que quedarnos, más bien, con la invitación a caminar según el Evangelio, apoyados en la palabra salvadora de Jesucristo, sin pretender conocer días ni horas (de los que, efectivamente, nadie sabe nada). Porque la llamada actual es la llamada a la fidelidad sean cuales sean las circunstancias: como fueron llamados los primeros cristianos a ser fieles en horas de persecución, también nosotros estamos llamados a la fidelidad en nuestras horas actuales. Y la plenitud llegará, pero llegará cuando el Padre quiera.
JOSEP
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1988, 22
10.
PALABRAS QUE NO PASAN
Mis palabras no pasarán
Los signos de desesperanza no son siempre del todo visibles, pues la falta de esperanza puede disfrazarse de optimismo superficial, activismo ciego o secreto pasotismo.
Por otra parte, son bastantes los que no reconocen sentir miedo, aburrimiento, soledad y desesperanza porque, según el modelo social que se lleva, se supone que un hombre que triunfa en la vida, no puede sentirse solo, aburrido o temeroso. Eric Fromm, con su habitual perspicacia, ha señalado que el hombre contemporáneo está tratando de librarse de algunas represiones como la sexual, pero se ve obligado a «reprimir tanto el miedo y la duda, como la depresión, el aburrimiento y la falta de esperanza». Otras veces, nos defendemos de nuestro «vacío de esperanza», sumergiéndonos en la actividad. No soportarnos estar sin hacer nada. Necesitamos estar ocupados en algo, para no enfrentarnos a nuestro futuro.
Pero, la pregunta es inevitable: ¿qué nos espera después de tantos esfuerzos, luchas, ilusiones y sinsabores? ¿No tenemos los hombres otro objetivo sino producir cada vez más, distribuirnos cada vez mejor lo producido, y consumir más y más, hasta ser consumidos por nuestra propia caducidad?
EP/NECESIDAD: El hombre necesita una esperanza para vivir con plenitud. Una esperanza que no sea «una envoltura para la resignación», como la de aquellos que se las arreglan para organizarse «una vida tolerable» y aguantar bastante bien la aventura de cada día. Una esperanza que no debe confundirse nunca con una espera pasiva, que no es, con frecuencia, sino «una forma disfrazada de desesperanza e impotencia» (E. Fromm). Una esperanza que no es tampoco el arrojo ciego y falto de realismo de quien actúa a la desesperada, sin amor a la vida, y por tanto, sin temor a destruir a otros o a que le destruyan a él.
El hombre necesita en su corazón una esperanza que se mantenga viva aunque otras pequeñas esperanzas se vean malogradas e incluso completamente destrozadas. Los cristianos encontramos esta esperanza en Jesucristo y en sus palabras que "no pasarán". No esperamos algo que «no puede ser».
Nuestra esperanza se apoya en el hecho inconmovible de la resurrección de Jesús. A partir de las palabras del resucitado nos atrevemos a ver la vida presente en «estado de gestación» como algo que no nos ha entregado todavía su último secreto, como germen de una vida que alcanzará su plenitud final sólo en Dios.
JOSE ANTONIO
PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág.
245 s.
11. -EL MOTOR DEL MIEDO: MIEDO/FIN-MUNDO
Una persona que no esté familiarizada con los distintos estilos literarios de los libros sagrados y tome al pie de la letra los textos apocalípticos de Daniel y del evangelio, que acabamos de escuchar, quedará con un ánimo muy abatido: "El sol se hará tinieblas... las estrellas caerán del cielo...". ¿Como es que algunas sectas, que anuncian la inminencia del fin del mundo, tienen tantos adeptos? Por el miedo. Si, tal como les dicen, solamente podrán salvarse de los desastres que van a llegar los que se hayan afiliado a su grupo, mucha gente no se lo piensa dos veces.
Pero, ¿realmente es así? Hay que saber leer la Biblia. El estilo profético y el estilo apocalíptico son deliberadamente oscuros. Mezclan cosas distantes en el tiempo. Por ejemplo, lo que parece un signo claro -"no pasará esta generación antes de que todo se cumpla"- tiene que referirse a una cosa muy distinta del fin del mundo, porque a continuación Jesús añade: "El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre". ¿Cómo se atreven algunos a indicar el día del fin del mundo, asustando al personal? Es que el miedo es un motor para mover a la gente. Nuestra sociedad funciona así: por miedo a la multa por mal aparcamiento, miedo a los inspectores de Hacienda por una declaración mal hecha: miedo de un golpe de estado militar; miedo a la nacionalización de un sector productivo...; miedo a los suspensos de fin de curso... Y en el aspecto religioso, miedo a las penas del infierno. Quizás sea cierto que la pedagogía tiene que jugar alguna vez con el miedo. Pero reconozcamos que así no se puede vivir feliz. El mensaje de Jesús es una buena noticia. Los cristianos debemos tener otra visión de las cosas.
¿Por qué no nos dedicamos a releer los aspectos positivos del fragmento del profeta Daniel que hemos escuchado? "Entonces se salvará su pueblo: todos los inscritos en el libro. Muchos de los que duermen en el polvo despertarán... los sabios brillarán como el fulgor del firmamento; y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas".
¿Qué significa, entonces, todo aquello de los "tiempos difíciles, como no los ha habido, que el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas que caerán del cielo...?" Pues sencillamente, que tienen que ocurrir cosas muy importantes. La muerte, el juicio, la gloria o la reprobación que anuncia el profeta Daniel, son cambios profundos en la vida de una persona. Ciertamente, habrá un fin: individual primero, colectivo después, si tenemos en cuenta el conjunto de la humanidad. Pero no será el acabamiento de todo. Sólo un cambio. Será el final de una etapa para iniciar otra. ¡MIremos hacia adelante! Si estamos inscritos en el libro de la vida, este cambio va a ser positivo para nosotros. Será la consecución de la vida definitiva junto a Dios, tal como dice el salmo de hoy: "Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena: Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha".
No temamos. Del mismo modo que un año termina y otro empieza, que viene la noche pero renace el día, la hermana muerte temporal nos conducirá a la vida para siempre. Que no sea, por tanto, el miedo lo que nos mueva a ser fieles a Dios. Que sea el amor.
-EL MÓVIL DEL AMOR
Jesucristo nos ha revelado a Dios como un Padre que nos ama. El amor es un motor mucho más potente que el miedo. Solamente el amor puede dar sentido a nuestra vida.
Dios es el punto omega, la atracción magnética, el centro de la diana hacia la que se encamina nuestra vida como saeta disparada en el momento de nuestro nacimiento. "Señor, nos hiciste para ti y nuestro corazón no halla descanso hasta que reposa en ti", decía san Agustín.
Si éste es el término de nuestro viaje, tenemos que procurar que el itinerario de la vida presente esté, lo máximo posible, en línea recta. Amaremos a Dios Padre amando a los demás como hermanos. Así será santificado su nombre. Trabajaremos para que venga el reino de Dios, renovando las estructuras de pecado, luchando por conseguir un mundo como Dios lo desea. Haremos que no nos falte el pan de cada día, nos perdonaremos mutuamente y Dios no permitirá que caigamos en la tentación ni nos venza el Maligno.
-POR JESUCRISTO, SEÑOR NUESTRO
Y, como siempre, Jesucristo será para nosotros el camino, el hermano mayor, el primogénito de toda creatura, el cual, después que "ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio", ahora "está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies", tal como nos ha dicho la carta a los Hebreos que hoy hemos escuchado. Allí donde se encuentra la cabeza, creemos que estarán el resto de los miembros de su Cuerpo, es decir, nosotros. Que la comunión sacramental de hoy nos haga más conscientes de esta unión estrecha con Cristo y con los hermanos. Así sea.
A.
TAULÉ
MISA DOMINICAL 1982, 21