REFLEXIONES
.

1.

-CONTENIDO DOCTRINAL

No es frecuente, en los comentarios sobre el discurso escatológico, el subrayar cuáles son los destinatarios históricos de los anuncios apocalípticos de Jesús. El evangelio de Mateo acentúa que son los discípulos "ellos solos" y Marcos precisa que todo parte de una pregunta que "Pedro, Santiago, Juan y Andrés le hicieron aparte". Se trata, por tanto, de una explicación íntima, no de una instrucción general a la gente, o de una exhortación a las multitudes. Es significativo, por otra parte, que Andrés se añada a los discípulos habitualmente más cercanos a Jesús.

Quizás una interpretación válida de todo este contexto la tendríamos que buscar en la comparación con las primeras escenas del evangelio, cuando Jesús convoca como primeros "pescadores de hombres" a estas dos parejas de hermanos. Si tenemos en cuenta -como decíamos en su día- que la expresión "pescadores de hombres" tiene un sentido escatológico en relación con el día del Señor, es coherente que Jesús instruya de un modo directo sobre los acontecimientos que deben acompañar y culminar esta "pesca" a aquellos que tienen que ser sus protagonistas. Ellos son los que deben tener la auténtica visión del futuro de Dios.

Esta interpretación recibe una confirmación en el subrayado que hace el leccionario de la perícopa evangélica de hoy, y también -paralelamente- de la 1. lectura: "Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos". Y la 1. lectura: "Por aquel tiempo se salvará tu pueblo". Está claro, pues, que la intención del leccionario es directamente eclesiológica. La convocación de los primeros discípulos a la orilla del lago de Galilea culmina en la reunión, por el ministerio de los ángeles, de sus elegidos de los cuatro vientos: asamblea universal.

El texto de la Lumen gentium 2 es un buen comentario: "Entonces, como se lee en los Santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta el último elegido" se congregarán en la casa del Padre en una Iglesia universal" (Véase también Lumen gentium 48).

Desde esta perspectiva el evangelio de hoy se presenta sobre todo como un anuncio de salvación más allá de la destrucción. La presencia del Hijo del Hombre provoca la novedad de todas las cosas, y esta novedad implica que desaparezca lo que tiene que pasar -"el cielo y la tierra"- mientras se mantiene incólume el valor decisivo: "mis palabras". También aquí resuena la predicación original de Jesús: "Convertíos y creed en el evangelio".

-ACTUALIZACIÓN.
DIA/PRIMERO/DO DIA/OCTAVO/DO

Dos temas de actualización surgen casi espontáneamente: El primero muy sugestivo catequéticamente, a partir de la comparación entre el "día del Señor" como "primer" día y como "octavo" día. Es un tema apreciado por los Padres de la Iglesia. El Señor que se apareció a los discípulos reunidos al atardecer del "primer" día, es el Hijo del Hombre que convocará a sus elegidos el "octavo" día (es decir, el día que está más allá del tiempo). Por eso los domingos son a la vez pascuales y escatológicos, pues la misma Pascua es la inauguración de los "últimos tiempos". La consecuencia es la actitud de esperanza y de apertura al juicio de Cristo sobre nuestra vida que debe acompañarnos en la asamblea dominical.

FUTURO/FE: El segundo, es el del "futuro". Hoy es una buena ocasión para hablar del sentido que tiene, para la fe, el futuro. No tanto como construcción humana, sino como futuro absoluto, como don de Dios. "El cielo y la tierra pasarán...". Aquí es necesario releer todo el capítulo tercero de la Gaudium et spes, especialmente los nn. 37 y 39. El cristianismo, en efecto, no está preocupado por la futurología que se sostiene en las posibilidades humanas, sino radicalmente por el futuro que proviene de la promesa de Dios.

"Es más fácil encontrar el camino para ir a la luna que el camino del hombre hacia sí. El poder técnico no es necesariamente un poder humano. El dominio de sí está claramente en un plano completamente distinto al del dominio de la técnica" (·Ratzinger, Fe y futuro, Sígueme, Salamanca 1973; p. 63).

-REFERENCIA EUCARÍSTICA

Nuestra asamblea dominical es el anuncio de esta asamblea reunida de los cuatro vientos. ¿Quién se atreverá a limitar la convocatoria de la misma? El afán misionero es, por ello, intrínseco a la misma asamblea: ¡es preciso que la asamblea definitiva pueda ser lo más amplia posible! Es la voluntad de Cristo: ¡Predicad el evangelio a "toda criatura"!

P. TENA
MISA DOMINICAL 1986, 22


2. El presente y el futuro

La lectura evangélica de este domingo nos introduce en una de las dimensiones más originales de la fe judeocristiana: su concepción de la Historia. Es como un paréntesis en medio de la idea extendida por toda la antigüedad, que presenta la Historia como un círculo cerrado, que se repite sin cesar y que hace de la vida del hombre un vivir dejando simplemente pasar el tiempo.

La fe judeocristiana presenta la Historia como una serie de vectores que avanzan hacia un futuro y que deben alcanzar una meta. Al hombre se le contempla como alguien que ha de responsabilizarse de su presencia en el mundo y de tomar muy en serio la marcha de los acontecimientos.

En consecuencia, la fe cristiana no es una mera contemplación estética sino una fuerza que nos debe llevar a comprometernos en la marcha de las cosas que hacen posible que la vida del hombre en esta tierra vaya acercándose a esa situación ideal que Jesús presentó como el Reino de Dios, en la que reine la justicia, la fraternidad, la libertad, etc.

Es muy oportuno que este tema lo trate el evangelio del domingo que nos acerca al final del Año Litúrgico. Nos sitúa en esa coordenada de nuestra vida que apunta hacia su final y que con frecuencia no queremos recordar.

La parábola de la higuera nos invita a tener el arte de ser puntuales y no dejarnos sorprender por los acontecimientos decisivos que deben orientar nuestras vidas a acoger el Reino. Vivir el presente con esta tensión nos hace contemporáneos ya del fin de la historia y nos hace comprender la tan comentada frase de Jesús: "Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla".

Antonio Luis Mtnez
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
No. 230 - Año V - 16 de noviembre de 1997


3. LAS REALIDADES ÚLTIMAS

En el mes de noviembre, en pleno clima otoñal, termina el año litúrgico. Hoy es el domingo penúltimo del tiempo ordinario y los cristianos somos convocados a una meditación sobre el fin del mundo y el cumplimiento de la historia de la salvación. Es bueno pensar serenamente en el final para poder entender mejor los principios, y sobre todo para saber vivir en el presente. Meditar en las realidades últimas es signo de valentía espiritual.

El evangelio de este domingo es uno de los textos más difíciles: el retorno de Cristo al fin del mundo para el juicio universal. Por encima de previsiones catastrofistas o apocalípticas, la enseñanza de Jesús está centrada en la "parusía" o segunda venida del Hijo del hombre.

Es un acontecimiento positivo, el último de la historia de la salvación. El Hijo de Dios, con la gloria del Resucitado hará un juicio y reunirá a todos los elegidos.

Las imágenes cósmicas del sol, de la luna y de las estrellas subrayan la grandiosidad de esta venida gloriosa. Son, pues, un lenguaje simbólico que manifiesta la transcendencia del hecho y anuncia el punto culminante de la historia universal. La historia final del mundo no es una catástrofe sino una salvación para los elegidos. No podía ser de otra manera, pues ya en el comienzo de la historia humana, la creación fue el gran gesto de amor de Dios.

¿Cuándo será el retorno glorioso de Cristo? ¿Pronto o tarde? El cristiano no debe angustiarse por conocer anticipadamente el futuro ni vivir preocupado bajo concepciones milenaristas. El futuro está en las manos de Dios. Por eso el cristiano no está pendiente de curiosidades imaginarias para adivinar su futuro o el del mundo, sino vive el presente con actitud vigilante, positiva, esperanzada.

La parábola de la higuera es una invitación a la vigilancia y a la interpretación de los signos de los tiempos. Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, se sabe que la primavera está cerca pero que aún no ha comenzado. La palabra "cerca" es clave; los signos de los tiempos no anuncian el fin del mundo, sino la cercanía del fin para cualquier generación de ayer, de hoy y de mañana.

Andrés Pardo


4. SEÑALES DEL FIN

El progreso, o sea, la convicción de que vamos hacia un futuro inexorablemente mejor, es un componente básico en muchas ideologías modernas que se autodefinen como progresistas. Tal actitud tiene sus raíces en el evolucionismo del siglo pasado, es decir, en la convicción, elevada al rango de teoría científica, de que la vida (Darwin) y la convivencia (Spender) tiende hacia formas cada vez más complejas, más perfectas, mejores. Sutilmente la cantidad, ese cada vez "más", acaba por ser calidad, ese "mejor". La última moda progre en política ha sido la del bienestar. Y así, aunque los pobres son cada vez más en número y más empobrecidos, los ricos, que cada vez son más ricos, pasan de la pobreza y se instalan en el limbo del bienestar, que es como un cielo laico.

La encíclica de JUAN PABLO-II "Preocupación por la cuestión social" denuncia la ideología progresista y pone el dedo en las llagas abiertas por la nueva fe progresista, sobre todo en la enorme herida que divide al Norte del Sur. Este último a duras penas puede ir tirando, estrangulado por el peso insoportable de su deuda externa y dejando miles de muertos de hambre cada día. Pero tampoco el Norte puede sentirse orgulloso, pues está mortalmente herido por el paro y la drogodependencia consumista, que le insensibiliza frente a la mala suerte de los demás. Una atenta lectura de la encíclica puede llevarnos a la conclusión de que el progreso y bienestar de unos pocos es el precio del subdesarrollo y malestar de la mayoría de los países de la tierra. O lo que es lo mismo, lo que más progresa y se desarrolla es la injusticia.

Por otra parte, la atenta lectura del relato evangélico del fin del mundo y una comprensión "progre" de la misma nos facilitaría un versión actualizada de la que en su mundo y en su tiempo hiciera el cronista Marcos sobre las previsiones de Jesús. La "gran tribulación" descrita por el evangelista en términos apocalípticos y con señales cósmicas sería homologable con la descrita por el Papa en la encíclica en términos agónicos y con señales ecológicas y de política internacional. El fin del mundo es el fin del mito del bienstar.

En medio de esa gran tribulación, destacando luminosamente por contraste, hay un rayo de esperanza en el evangelio y el documento pontificio. El fin del mundo progresista, que tan caro ha costado y sigue costando en guerras y competencias no menos mortífera, se vislumbra en los signos visibles de una mayor conciencia de solidaridad y de un mayor aprecio de la paz. La solidaridad internacional -la fraternidad universal del evangelio- y los esfuerzos por la paz se anuncian y afianzan como una nueva salvación. La solidaridad entre los hombres y los pueblos no está en la línea del evolucionismo y sus dogmas concomitantes de la ciencia y la tecnología punta, que no son más que una versión laica de la historia de la salvación, sino en el hombre, en su capacidad racional de reflexionar y decidir responsablemente, corrigiendo la injusticia y dando pasos hacia la igualdad. En términos religiosos esta capacidad de cambio no es sino la conversión, que sigue al arrepentimiento. Y el Papa hace una llamada angustiosa a todos los hombres en este sentido, como la hace el evangelio del fin del mundo.

Aprended, dice Marcos, de la higuera. Cuando las ramas se ponen tiernas y les brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca. Así también cuando veáis que todo esto sucede... Todo eso es también la perversión del progreso denunciada en la encíclica. Y todo eso es también el desarrollo de una mayor conciencia de solidaridad entre los hombres y las naciones.

La primavera está cerca, se adivina, hay señales inequívocas. Pero la primavera de la solidaridad, de la paz y de la justicia, no vendrá como la estación meteorológica inexorablemente, sino responsablemente. Tenemos que traerla, tenemos que hacer que no se malogren los indicios, para que no se caiga en la desesperación. Hay señales para la esperanza. ¿Hay buena voluntad? ¿Habrá perseverancia?

LUIS G. BETES
DABAR 1988, 57


5. V/FUTURA/VE  VE/QUÉ-ES:

Los cristianos, si de verdad nos creyéramos lo que decimos, deberíamos ser los más felices, seguros y lógicos de los hombres. No siempre damos la imagen de que somos así.

Sobre todo, no sé si somos muy lógicos con nuestra fe en lo que se llama en nuestra doctrina "la vida futura". Y, concreta- mente, no sé si creemos que esa vida futura no empieza en un momento determinado, cuando se apaga aquí la luz de la vida, sino que empieza cuando nacemos y va desarrollándose diariamente para transformarse, en el momento de la muerte, en una apoteosis triunfal. Así es, en lenguaje de andar por casa, lo que los cristianos deberíamos creer sobre los llamados tan tremendamente en otras épocas no muy lejanas "los novísimos".

Y, mejor que hablar de los novísimos, yo querría ahondar en el hecho de que la vida terrena del cristiano debería ser tan sólo un ensayo, ciertamente tímido y defectuoso, pero un ensayo, del gran papel que nos va a tocar en ese futuro que se nos perfila como cierto.

En ese futuro participaremos de la vida de Dios, de su bondad, de su peculiar modo de entender los acontecimientos, de ver a los hombres, de tratarlos, de amarlos; participaremos de su felicidad, una felicidad que consiste en darse sin límites. Eso decimos los cristianos que será la vida futura y en eso creemos. Pero... hasta que llegue ese emocionante momento, llevamos una vida que, en muchas ocasiones, y salvando siempre honrosísimas excepciones que confirman la regla, no tiene nada que ver con ese final feliz que predicamos. Porque nuestro modo de vivir aquí y ahora en nada se parece al modo de vivir de Dios, que conocemos perfectamente, porque fue el modo de vivir de Cristo.

DABAR 1982, 56


6.

Este domingo es una invitación a una buena noticia: nos espera la plena realización de todas las esperanzas de paz, alegría, amor, verdad y justicia. Al final del tiempo, la realización y consumación de la esperanza. Asidos en una palabra que es garantía de futuro: «no pasará esta generación antes de que todo se cumpla». Es misión del cristiano hacer presente este futuro en cada generación. Asumir con ojos de distancia y de futuro la responsabilidad del quehacer de cada día. No tiene que resultarnos extraño que en cada acción -por diminuta que ésta sea- resuene un cierto sabor de futuro. La fe y la esperanza nos aseguran que Dios da futuro al presente.

Creer es acoger a Dios en nuestra vida de cada día; acogida de amor y de libertad que implica conversión permanente, consentimiento en renacer de nuevo y una tensión hacia delante. Solamente la esperanza da fuerza para aguantar el cansancio de vivir y para superar la monotonía diaria. La religión cristiana es una praxis humana destinada a conferir sentido y orientación de la vida personal y social de los hombres en cada momento histórico. Transida de esperanza en un futuro que ha comenzado ya, tiene la vocación de hacer más justas, libres y fraternas las relaciones del hombre consigo mismo y con los demás.

«El futuro absoluto de Dios remite al hombre al presente. Es desde el futuro desde donde debe el hombre instalarse en el presente. Es desde la esperanza desde donde el mundo y la sociedad actuales deben ser no sólo interpretados, sino cambiados. Jesús no quiso impartir enseñanzas sobre el fin, sino emitir una llamada para el presente a la vista del fin.

El futuro es llamada de Dios al presente». (HANS-KÜNG) En este compromiso de futuro, todos los cristianos estamos comprometidos. ¡Ven, Señor Jesús!

FELIPE BORAU
DABAR 1994, 58


7. Indiferentes

Parece que la lacra más extendida de nuestro comportamiento religioso no es el ateísmo, sino la incoherente indiferencia religiosa. No es el rechazo de Dios, que invocaban los maestros de la sospecha, lo que más ha hecho mella, es algo peor y más corrosivo. La indiferencia religiosa no niega a Dios, e incluso en ocasiones acude a él, pero vive como si no existiera.

Los indiferentes ni se atreven ni quieren prescindir de Dios -es posible que "por si acaso"-, pero tampoco le dejan manifestarse en sus vidas. Dios es en sus corazones el gran censurado, pues no se le da la oportunidad de decir su Palabra ni de mostrar su misericordia; es también el gran suplantado, porque el deseo religioso que llevan dentro no desemboca en él, sino en aspiraciones adulteradas; y, por la mala costumbre de ignorarlo, se convierte en un gran manipulado, hecho a imagen y semejanza de los antojos caprichosos del hombre "satisfecho" de nuestro tiempo. Vivir en la indiferencia religiosa es vivir en la mentira permanente, vivir una doble vida y un sentimiento dual que nos divide y, a la postre, nos destruye. Sólo le da consistencia y unidad a nuestra vida la coherencia.

La unidad entre fe y vida construye identidades personales sólidas, con futuro, y le da arraigo a los valores necesarios para la convivencia humana, la indiferencia, por el contrario, los desvirtúa.

AMADEO RODRÍGUEZ


8. EL FINAL DE LA HISTORIA

El muro de Berlín ha caído. El llamado capitalismo democrático ha triunfado. El sistema ya no tiene competidor, ni alternativa seria (al menos, por ahora). En este contexto, fue Francis ·Fukuyama-F quien, hace un par de años, decretó "el final de la historia" en un ensayo con este título. La tinta corrió abundantemente y ningún analista social que se precie pasa por alto la frasecita. Su antiguo profesor, el famoso sociólogo estadounidense Bell-DANIEL, manifiesta su desacuerdo por entender que supone un análisis precipitado desde el punto de vista de los países pobres. "Si hubiera dicho: el final de la historia de Occidente, hubiera sido más preciso".

Pues ya lo saben ustedes: en Occidente ya no hay nada más que esperar desde el punto de vista socio-económico y político. Hemos alcanzado el punto álgido de la historia. Las expectativas de futuro caminan por el lado de desarrollos, quizá retoques, y mejoras del único sistema que ha demostrado con la fuerza de los hechos que es el mejor, tal vez porque es el menos malo. El globo se podrá hinchar más, pero no hay más motivos para vivir que responder a los "tirones" de la publicidad. El sedicente mercado libre es sagrado.

Los neoconversos al liberalismo (antes socialistas) abandonan sus utopías y sacan brillo a su nueva fe.

PRESENTE/FUTURO: Los filósofos posmodernos van todavía más lejos y arrojan la historia del cubo de la basura, argumentando con desenfado que se la han inventado los historiadores y existe solamente en los libros de texto. En realidad hay tan sólo acontecimientos sin ninguna conexión entre sí. El mundo está constituido por una multitud de átomos-individuos que estamos juntos por casualidad. No tenemos ningún proyecto, simplemente nos cruzamos o nos atropellamos unos a otros en un caos de biografías individuales. Así pues, andaremos errantes siempre: sin fin ni objetivos últimos, sin normas de marcha ni ilusorias esperanzas. No hay tierra de promisión. No hay que sacrificar el presente al futuro, porque no hay futuro. El símbolo humano ya no es el Prometeo que intenta robar para el hombre los atributos de Dios, sino el Narciso que vive para sí mismo y no mira al mundo exterior. Hay que acostumbrarse a vivir sin ideales. Ahora parece ser que hemos encontrado el átomo y hemos perdido el hombre. Terminamos la exposición de estos pocos idílicos planteamientos sin insistir en lo de la capa de ozono. Pero ya ven: no son ensotanados predicadores de tremendista oratoria los que nos aguan la fiesta con el fin del mundo.

Esto se piensa en los círculos directivos del opulento Occidente. Pero, ¿qué opinan en el Tercer Mundo con las costillas marcadas y moscas en los labios? ¿Qué se siente al otro lado de ese muro, cada vez más alto, que separa al norte rico del sur pobre? ¿Qué dicen quienes lo esperan todo de ese mañana que los blancos pudientes dicen ahora que no existe? Decididamente, no se ven las cosas igual desde un palacio que desde una choza. Los ojos de los pobres dicen la verdad. Y nosotros seguiremos luchando para que esto cambie hasta que ellos puedan cantar el Magnificat.

EUCARISTÍA 1991, 52


9. EP/QUÉ-ES:

A VER QUE PASA

Hay mucha gente, muchísima, que está al acecho a ver qué pasa. Y lo más probable es que con semejante actitud no pase nada. O peor aún, que pase todo y no se enteren. Pues esperar no es simplemente aguardar a ver lo que pasa, sino arriesgar y arriesgarse para que pase lo que esperamos. Quien se repliega astutamente en su comodidad para ponerse a salvo y verlas venir, quizá sobreviva para ver cómo vienen, pero sea lo que sea lo que venga, jamás será nada suyo. Y si luego se lo apropia, como tantas veces, aprovechándose de la nueva situación, será injustamente.

Los que más provecho suelen sacarle a la victoria son siempre los que menos arriesgaron, los que tenían menos o ninguna esperanza. Los que explotan la victoria no son nunca los vencedores, sino los vividores, los que se reparten el botín. Los únicos que indiscutiblemente ganan la guerra, los únicos con derecho a la victoria y su botín, son precisamente aquellos que no piden nada, porque lo dieron todo, sin escatimar la vida misma. Contrariamente a la mentalidad de vividores y aprovechados, no vence el que se guarda la vida para "sacar buena tajada", sino el que da la vida. Pues el que guarda su vida, la pierde; pero el que da su vida, la gana definitivamente. (/Lc/09/24 /Mc/08/35 /Mt/16/25).

Hoy son muchos los que dicen que quieren, que esperan, un nuevo orden social, una sociedad más justa, un sistema democrático. Pero, en realidad, ni quieren ni esperan nada, pues lo que realmente desean es que otros les traigan las cosas, sin arriesgar ellos nada. Y así jamás alcanzarán vivir en un estado democrático, porque tienen espíritu de buitres.

Cualquiera que sea la democracia que se implante, nunca alcanzarán la libertad, porque están esclavizados por su egoísmo, que los excluye de todo sistema de participación. No. Esperar no es sólo esperar que hagan los demás. Es, sobre todo, esforzarte. Pues el que de verdad espera, no espera, lucha.

EUCARISTÍA 1976, 61


10. EP/COMPROMISO

"En realidad, Dios no está 'arriba', ni 'más allá', en sentido espacial. Lo que la mejor tradición de la teología cristiana quiso dar a entender con este concepto, y lo que tal vez hoy día podría ser elaborado de forma aún más clara, es el 'más allá' en el sentido histórico e histórico-salvífico, es decir, 'más allá' de las posibilidades comúnmente humanas. Esto implica el ser conscientes de que la última esperanza de la creación no se puede identificar sencillamente con la suma de lo que poseemos o realizamos a lo largo de la historia, sino que nuestra última esperanza parte de Dios y se abre hacia Dios. Para decirlo otra vez, esto no puede reducirse a un consuelo barato, de forma que se pudiera decir: como la última esperanza se fundamenta de todas formas en el 'más allá', en Dios, no hace falta que nos comprometamos tan terriblemente en el "más allá'. Esto sería una lógica fatal y falsa. La esperanza en Dios no es cosa de los piadosos o de los impíos autosatisfechos, que bostezan complacidos sobre sí mismos. Es, por el contrario, la esperanza de los comprometidos. El 'más allá' de Dios no deja en paz el 'más acá'. Pero esta intranquilidad se fundamenta en la esperanza".

Fe Cristiana y Sociedad
Gerhad Adler
Estella 1974, p. 32s


11.

PRESENCIA DEL MISTERIO PASCUAL.

Con todo, este anuncio de plenitud, de victoria, no puede olvidar que el camino hacia esta plenitud, hacia esta victoria, pasa -como pasó JC- por la lucha, la dificultad, la contradicción. Es lo que también en lenguaje teológico -que no basta repetir sino que se debe explicar, concreta- se llama el misterio pascual.

Es, posiblemente, un aspecto que convendrá subrayar. Demasiadas veces no conseguimos una visión "pascual" de los aspectos de "cruz" que hay en la vida comunitaria de la Iglesia y en la vida personal de cada cristiano. Porque visión pascual significa visión dinámica. Es decir, algo que lleva, conduce, impulsa hacia la victoria, hacia la vida. Si, por ejemplo, la Iglesia experimenta contradicción, persecución, no es algo que simplemente deba superarse para pasar a una Iglesia "triunfante" (¿no fue el error de la Iglesia española después de la guerra civil?). En realidad -desde una perspectiva pascual- es un camino en el que actúa la gracia de Dios, es decir, conduce hacia más vida en comunión con Dios. Lo mismo podría decirse de la situación personal: el pasar por dificultades no es ni castigo ni prueba -básicamente- sino oportunidad de profundizar y de avanzar en la comunión de fe, de amor, de esperanza con JC.

En el fondo, se trata de descubrir que la victoria anunciada, la plenitud prometida se juega en lo que hacemos ahora y ya -de algún modo- está presente ahora. Podría fácilmente aportarse el ejemplo de los santos: asumen la dificultades de la vida presente -a veces con una gran carga de "noche oscura" -pero abiertos a la presencia de la salvación, de la vida, y de la comunión con Dios, también ya ahora presente. Es, por ejemplo, el testimonio de la Madre Teresa, recientemente galardonada con el premio Nobel de la paz: en su trabajo doloroso, difícil entre los más pobres de la India, halla la fuerza de JC porque es trabajo de amor, de dar vida.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1979, 21

12. Oración a San Miguel Arcángel:

"Arcángel San Miguel,
defiéndenos en la batalla.
Sé nuestro amparo
contra la perversidad y asechanzas
del demonio.
Reprímale Dios, pedimos suplicantes,
y tú, Príncipe de la Milicia Celestial,
arroja al infierno con el divino poder,
a Satanás y a los demás espíritus malignos,
que andan dispersos por el mundo
para la perdición de los hombres".

León XIII